Comunistas sin comunismo

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Comunistas sin comunismo
John Brown :: 18/12/2010
(Respuesta muy parcial a Santiago Alba y otros polemistas amigos)
(El presente artículo constituye una respuesta al artículo de Santiago Alba titulado "El trabajo social
difuso y la piscina de chocolate" (La polémica entre John Brown y Salvador López Arnal) publicado
en Rebelión el 14.12.2010)
"während die kommunistische Revolution sich gegen die bisherige Art der Tätigkeit
richtet, die Arbeit beseitigt und die Herrschaft aller Klassen mit den Klassen selbst
aufhebt, weil sie durch die Klasse bewirkt wird, die in der Gesellschaft für keine Klasse
mehr gilt, nicht als Klasse anerkannt wird, schon der Ausdruck der Auflösung aller
Klassen, Nationalitäten etc. (Karl Marx, Die deutsche Ideologie, I, B, 3) (al apaso que la
revolució comunista estùa dirigida contra el modo anterior de la actividad, elimina el
trabajo y suprime la dominación de las clases al acabar con las clases mismas, ya que esta
revolución es llevada a cabo por la clase a la que la sociedad no considera como tal, no
reconoce como clase y que expresa ya de por sí la disolución de todas las clases,
nacionalidades etc. K. Marx, La Ideología alemana, I, B, 3)
I. La izquierda es hoy presa de lo que Spinoza denominaría sus “pasiones tristes”, esto es de
aquellas que disminuyen su capacidad de actuar, pues no es otra cosa la tristeza que “el paso de una
mayor a una menor perfección”(Ética III, escolio), siendo la perfección riguroso sinónimo de la
potencia o capacidad de obrar. Incapaz de comprender en qué consiste la propia potencia de los
trabajadores, la izquierda sigue fiando la emancipación a instancias que saben: el partido, el Estado,
determinados pensadores comunistas o marxistas etc. Instancias, por lo demás, que han sufrido una
catastrófica derrota política, organizativa, ideológica y goestratégica. La posibilidad de que en el
propio proletariado actualmente existente pueda encontrarse, a pesar de esa derrota, una potencia
subversiva y a la vez constituyente debe, según esta izquierda triste, descartarse sistemáticamente:
la derrota es el único horizonte, la nostalgia del “socialismo” o aun del keynesianismo-fordismo, el
único proyecto, pues, para ellos, el proletariado, como el pueblo de Hobbes, sólo existe en tanto que
representado por el Partido o por el Estado. Cuando por una serie compleja de motivos que no puede
caracterizarse (sólo) como una derrota, esa representación se hunde, las izquierdas mayoritarias hoy el calificativo parece irónico, cuando su apoyo social y electoral se ha esfumado casi por
completo- consideran que es el proletariado el que se ha hundido. ¿No se les pasa por la cabeza que
ese proletariado podría perfectamente vivir sin las izquierdas y sus organizaciones derrotadas y
derrotistas, sin el capital y sin el Estado, sin todo lo que hace de los trabajadores un proletariado?
¿No pueden comprender que la finalidad de quienes viven en una condición de opresión -y la
proletaria no es otra cosa- no puede ser convertirla en una esencia en la que perseverar? II.
Digámoslo claramente: hoy, quien es proletario quiere dejar de serlo, no, ser un proletario “digno”
en un marco fordista o socialista. Por eso ha podido ser engañado por Thatcher, Blair, Berlusconi,
Felipe González y otros buitres del neoliberalismo que le ofrecían cambiar de condición para pasar a
ser ser empresario, capitalista, inversionista etc. Desde luego, todo ello era parcialmente mentira,
pero nos ha instalado en una situación en la que la lucha por unas condiciones de trabajo decentes
en el mercado y en la empresa capitalista se ve gravemente obstaculizada; pues la segunda cara
“capitalista” de ese nuevo Jano bifronte que es el propio trabajador nos lo presenta como accionista
de un fondo de pensiones o de un fondo de inversión cuya exigencia de rendimiento es radicalmente
contraria a cualquier reivindicación obrera. Incluso cuando no es accionista de nada de eso, tiene
también una existencia financiera mínima como deudor, en la medida en que le corresponde una
parte de la deuda pública del Estado y tiene que dar pruebas de "responsabilidad". En estas
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condiciones, el trabajador se convierte en explotador de sí mismo, como siempre quisieron los
teóricos de las distintas familias del neoliberalismo, tanto los “ordoliberales” alemanes como los
neoliberales de Chicago. El trabajador se encuentra hoy entre la sartén y las ascuas debido a su
interna división. Antes, también lo estuvo, pues su voluntad de abandonar la condición proletaria
también se vio secuestrada, no ya por el capital, sino por el Estado, el keynesiano-fordista en
Occidente o el socialista en el Este; Estado para el que el trabajador era ciudadano a condición de
ser un proletario representado por sus partidos y sindicatos. En ambos casos, el Estado funcionó
como una formidable máquina de reproducción y de perpetuación de la condición proletaria. Hoy, la
participación de los trabajadores en el mercado de capitales como titulares de valores, aunque sean
los de sus fondos de pensiones, también mantiene atenazada la voluntad de liberación. III. La
expropiación de los comunes por el Estado en favor de una propiedad pública no es en este sentido
más virtuosa que la que la propia fuerza del Estado lleva a cabo en favor de la propiedad privada y,
por mucho que se hayan degradado las condiciones de vida en Europa occidental y los Estados
Unidos, todavía falta mucho para que alcancemos el nivel de escasez y de cochambre que se conoció
en la Europa socialista. En cualquier caso, considerar que la única alternativa existente es la que
opone lo público estatal a lo privado y hacer un canto nostálgico a lo público estatal es ignorar la
posibilidad real de un modo de organización de la producción y la distribución basado en el libre
acceso a los comunes y la posibilidad real de una comunidad cuya integración no sea efecto del
derecho ni de la violencia estatal. A todo esto debe renunciarse, según los vates negros de esta
izquierda necrófila, pues la derrota y la muerte son el único horizonte legítimo para los puros.
Afortunadamente, entre los que no son tan puros y supieron considerar que las derrotas de las
organizaciones y las experiencias políticas son algo posible y necesario en la siempre incierta y
difícil lucha por el comunismo está un tal Karl Marx de quien decía Broja con su onsondable mala
leche que es un autor poco leído entre los marxistas españoles. Ni la derrota de la Comuna de París,
ni el fin de la Primera Internacional fueron para Marx motivo suficiente para instaurar un culto
nostálgico del pasado, visto como un tiempo mítico en que el mundo tenía sentido. Como militante
comunista y como pensador, Marx continuó a través de las derrotas explorando el mundo real, las
transformaciones del capitalismo ya impuestas en su época por la resistencia obrera, y teniendo en
cuenta sobre todo las fuerzas, la potencia real, el movimiento real que, desde dentro del capitalismo
impulsaba su transformación y tal vez permita su superación. Casi todo es posible para un
racionalismo materialista exigente como el de Marx, casi todo menos, como diría Althusser “contarse
cuentos” (“se raconter des histoires”), aunque estos cuentos tengan la belleza épica de las leyendas
fundacionales o la pregnancia ontológica del dreamtime, el “tiempo de los sueños” de los aborígenes
australianos. IV. En este contexto de nostalgia y luto permanente, se victimiza al trabajador, que
debe ser “protegido” de las fuerzas del mercado...por el derecho y el Estado que fundan y
reproducen ese mismo mercado. Las actuales transformaciones del capitalismo se entienden como
puras y simples derrotas de una clase obrera que habría conocido su edad de oro durante el período
que media entre el fin de la segunda guerra mundial y el final de los años 70. Este período es
denominado “fordismo”por los economistas de la “escuela de la regulación” (Aglietta, Boyer etc.) que adoptan parcialmente la problemática y la terminología de los marxistas autónomos (Tronti). El
fordismo está inicialmente asociado a la fórmula de gestión empresarial inaugurada por Henry Ford
en la industria del automóvil y que se basaba en una intensa uniformización y racionalización de los
procesos de producción, una división racional de las tareas productivas tendente a su máxima
simplificación (Taylorismo) y por otra parte, en una combinación de disciplina de fábrica y de
paternalismo social. El trabajador fordista es un trabajador con un nivel salarial comparativamente
elevado, pues tiene que poder ser, en la concepción del propio Ford, el primer y principal cliente de
la empresa. El fordismo, combinado a nivel macroeconómico con el keynesianismo, que pretendía
aumentar la demanda interna solvente mediante el desarrollo del gasto público, fue la clave de los
treinta años de mayor crecimiento en Europa y los Estados Unidos (1945-1975). V. El postfordismo
es la forma de regulación del capital que sucede al fordismo-keynesianismo cuando éste sucumbe a
lo que la Comisión Trilateral designara como “ingobernabilidad”, esto es a la coincidencia de una
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fuerte ofensiva obrera en la metrópoli que sitúa los salarios en zonas peligrosas para la acumulación
capitalista y la liberación de los países del tercer mundo que hace multiplicarse los precios de las
materias primas. En estas condiciones, la tasa de ganancia peligra, pero también el orden social
fordista cuestionado por una ola de revueltas sociales protagonizadas por la juventud contra la
disciplina de fábrica y las distintas disciplinas del Estado. Ese doble fenómeno de valorización
acelerada de la fuerza de trabajo y de revuelta contra el orden laboral y político establecido queda
emblematizado por el significante “mayo del 68”, por mucho que el proceso real cubre países tan
distintos como Francia, Italia, Checoslovaquia, Polonia, China, los Estados Unidos etc. y tiempos
bastante más dilatados, sobre todo en Italia donde se habla de un “mayo largo” que dura diez años o
en Alemania donde arrastran los fenómenos de contestación hasta bien entrados los 70. El
terrorismo (de Estado) pondrá fin a los procesos italiano y alemán; los demás serán liquidados
mediante la cooptación de los dirigentes autodesignados de los movimientos y mediante una
recuperación capitalista de sus objetivos de liberación respecto de la condición proletaria. Las
distintas derechas (socialdemócratas y eurocomunistas incluidos) han podido hacer así bandera de lo
que fueran objetivos anticapitalistas radicales y recuperar para sí un lenguaje libertario, del mismo
modo que los termidorianos y bonapartistas pudieron en su momento adueñarse de los significantes
de la revolución francesa o los stalinistas de los símbolos de la revolución de octubre. El
neoliberalismo, como ideología económica del postfordismo se nutre hipócritamente de numerosos
temas de la revuelta proletaria contra la forma fábrica y la forma Estado cuando propugna que se
acabe con la preponderancia del Estado (“big government”). Hipocresía, puesto que nunca ha sido el
Estado tan fuerte, ni el gasto público se ha disparado de manera tan vertiginosa como en el
neoliberalismo. La particularidad del neoliberalismo no es que haya menos Estado -hay que ser un
ingenuo nostálgico del fordismo para créerselo- sino que un Estado enormemente reforzado
redistribuye la riqueza en sentido inverso al del Estado keynesiano cuando estaba sometido a la
presión obrera. La transferencia de riqueza se produce hoy básicamente de abajo a arriba, pues no
sólo se reducen los salarios, sino que las prestaciones sociales de todo tipo se recortan y se
favorecen los rgímenes fiscales regresivos (impuestos indirectos, IVA) sobre las formas de
imposición progresivas ligadas a la riqueza. Al mismo tiempo, el gasto militar, el gasto público en
represión o en exhibición de la potencia represiva, la subvención pública a los capitales privados,
cuyos últimos grandes episodios han sido el “rescate de los bancos” y el “rescate de los países
endeudados” (Grecia, Irlanda, Portugal...etc.) han hecho crecer considerablemente el
endeudamiento público sin la más mínima repercusión sobre el bienestar social. No es que no exista
hoy el Estado protector, pues el Estado es más fuerte y prepotente que nunca y también más
protector, pero a quien protege en la actualidad, de manera casi exclusiva es al capital y a los
accionistas e inversores frente a los riesgos de pérdidas. Si, en el período anterior, la acumulación
de capital pudo basarse en el desarrollo de una demanda solvente mediante la protección de los
salarios directos e indirectos, hoy en lo que se basa es en el fomento del beneficio privado como
fuente también de demanda solvente. Es útil leer los análisis de Brenner para comprender la enorme
función de la especulación inmobiliaria y bursátil en el mantenimiento de la demanda en países
como los Estados Unidos. La especulación y el crédito fácil -convertido a su vez en objeto de
especulación de riesgo- permitieron a la clase trabajadora norteamericana y en parte a la europea
acceder a niveles de consumo incompatibles con unos ingresos laborales estabilizados o
decrecientes. Con ello vemos que la lucha por la valorización de la fuerza de trabajo puede tener
escenarios ditintos del fordista-keynesiano-socialista. VI. Dicho esto, puede entenderse mejor que
considere demagógico y ridículo que se me declare “partidario” del postfordismo o se me atribuyan
memeces como el haber afirmado que existe una oposición entre “fordismo y laborismo” (cf. el texto
de SA:”John Brown opone “postfordismo” y “laborismo” de una manera ideológicamente interesada y
por ello poco rigurosa”). Yo no puedo haber opuesto postfordismo y laborismo, porque nadie que
sepa un poco lo que dice puede hacerlo. El postfordismo, al igual que el fordismo son modos de
regulación del capitalismo, son realidades sociales; el “laborismo” es, en cambio una ideología
conforme a la cual la ciudadanía se basa en el trabajo (la idea de una república de trabajadores) y
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que considera el propio trabajo como una dimensión antropológica transhistórica. Confesaré que soy
tan fervoroso partidario del postfordismo como puedo serlo del capitalismo o de la ley de la
gravedad. De un modo de producción o, dentro de él, de un modo de regulación, no se es partidario
ni se deja de serlo; de lo que se trata es de que la hipótesis formulada corresponda o no a la
realidad. Que la lucha de clases tiene un papel fundamental en el advenimiento del postfordismo me
parece evidente, basta para comprobarlo leer los ya aludidos textos de la Trilateral de los años 70
sobre la crisis de la democracia. Una vez que la lucha de clases y, en particular la resistencia obrera
en el fordismo y al fordismo queda descartada como hipótesis explicativa, sólo queda buscarle un
sujeto a la historia: una vez se abandona el terreno de la explicación materialista, hay que buscar
culpables, traidores, encarnaciones del mal. “Asilos de la ignorancia” diría el maestro Spinoza. Sin
embargo, en la historia real no hay culpables ni pecadores, porque tampoco hay mérito ni virtud, lo
que hay son fuerzas sociales enfrentadas y los resultados de su lucha. Resultados complejos, pero en
ningún caso desesperantes para un comunista, entre otras cosas, porque sólo se alcanza un
planteamiento materialista realizando un gran esfuerzo por abandonar la esperanza y el temor, la
alabanza y el vituperio. Hacer culpable a la gente real que vive en este mundo postfordista -que a mí
tampoco me gusta- de no llegar a ser un fantasmagórico “sujeto histórico” revolucionario es no
querer explicar nada, no querer ver nada, en realidad no querer hacer nada más que complacerse en
la derrota. O la revolución la hace la gente que, aquí o en el tercer mundo, bebe Coca Cola, calza
Adidas o Nike, consume no sé qué y no sé cuántas porquerías, y se hace todavía ilusiones respecto
de su posible salida capitalista del proletariado, o no la va a hacer ni Dios. Tal vez sea ese profundo
desprecio de la izquierda nostálgica -¿o tal vez fuera mejor llamarla melancólica en el sentido
preciso de Freud?- por una población real que considera vendida al capitalismo, el que motive la
respuesta tan negativa que esta misma población da a las poco tentadoras propuestas de regreso al
fordismo (en sus variantes más liberales o más socialistas) que le presenta la izquierda mayoritaria.
Cuesta entender qué ganarían con ello las mayorías sociales, aunque se entiende mejor qué podrían
ganar las organizaciones de la izquierda o, incluso, los posibles jerarcas de Estados que se
autoproclamaran postcapitalistas por haber confiado al Estado la gestión del capital y la
reproducción de la condición proletaria. Que no se pretenda que los distintos movimientos de
transformación social que están en curso en América Latina -la ya añeja revolución cubana incluidason retornos a ese añorado modo de regulación. Si lo hubieran sido, cosecharían hoy los mismos
éxitos que nuestras izquierdas laboristas europeas. Lo que tiene lugar en América Latina es un
proceso de gran complejidad, pues, por un lado -como ocurrió ya en Cuba en el 59- se ha puesto
término al Estado colonial racista y semiesclavista sustituyéndolo por formas de democracia que
incluyen a toda la masa de los antiguos excluidos, pero por otra parte, en países como Bolivia o
Venezuela la actuación misma del Estado no lo explica todo ni mucho menos. Sin la pujanza de los
movimientos sociales que apoyan estos procesos, ni Chávez ni Evo Morales estarían gobernando: en
cierto modo, estos países son “quilombos” a gran escala donde lo único que está claro es la voluntad
de las mayorías sociales indígenas y mestizas de no volver a sumirse en la nada. Afortunadamente,
los ropajes jurídicos y constitucionales visten la rebelión pero no la apagan. El futuro está abierto y
ciertamente, su horizonte no es el (re)establecimiento del fordismo. En cuanto al uso del término
“socialismo”, puede decirse con Fidel Castro que designa aquello “que no sabemos cómo se hace”,
esto es el problema político abierto de la salida del capitalismo y del Estado burgués, el único
verdadero problema político de nuestro tiempo, el del paso al comunismo. VII. Es imposible aquí
responder a la multitud de cuestiones que plantea en su artículo Santiago Alba. Supongo que, a la
mayor parte de ellas responderé en la recensión del interesantísimo libro de nuestros comunes
amigos Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero, El orden de El Capital cuya redacción estoy
interrumpiendo para escribir estas páginas. Sin embargo debo contestar a la siguiente afirmación de
Santiago Alba: “a John Brown este “estallido de las formas de trabajo y contractualidad”, con todos
los sufrimientos concretos aparejados, no sólo no le espanta sino que de algún modo le entusiasma;”
. A mí me entusiasma tan poco la condición proletaria del postfordismo como la del fordismo. Lo que
no entiendo es que mis amigos con los que aquí intento debatir no comprendan los “sufrimiento
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concretos” de la disciplina de fábrica y del despotismo interno -y aún externo: Henry Ford era un
admirador y financiador de Hitler, cuyo régimen se inspiró también en parte del fordismo- que
entraña el modo de gestión inaugurado por Ford. No erijo en valor ninguno de los dos modos de
regulación del capitalismo y considero tarea fundamental de los comunistas suprimir las
regulaciones de la condición proletaria que respectivamente les corresponden, junto con la propia
condición proletaria. Tampoco creo que la inmersión en piscinas de chocolate sea un gran placer, ni
que la abolición del trabajo preconizada por Marx (“Die Beseitigung der Arbeit”) sea otra cosa que la
abolición del trabajo en el sentido que este tiene en el capitalismo, a saber, utilización de la
mercancía fuerza de trabajo. La actividad productiva socialmente organizada será siempre necesaria
para una especie que no está compuesta por ángeles y debe perseverar en su esencia mediante un
constante esfuerzo, lo cual no significa que esta actividad productiva esté condenada a coincidir con
la utilización de la fuerza de trabajo integrada en el capital como capital variable por una instancia
de control del capital, sa esta estatal o privada. No creo que ninguna forma de Estado sirva para
abolir la condición proletaria, ni siquiera un quimérico Estado de derecho socialista en que se
respetara escrupulosamente la independencia civil del trabajador basada en el trabajo. Unos
comunistas cuya perspectiva última es el Estado, el derecho y el Estado de derecho sólo pueden ser
unos comunistas sin comunismo. http://iohannesmaurus.blogspot.com/
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