LA NOVELA ESPAÑOLA ANTERIOR A LA GUERRA CIVIL La producción novelística es extensa y variada en temas y estilos. Las innovaciones novelescas de principios del siglo XX fueron consecuencia de la visión pesimista de la cultura occidental del momento. Ante la imposibilidad de encontrar significado a la existencia, el mensaje fue de frustración y desesperanza. En 1902 aparecen cuatro títulos que suponen ya una nueva concepción del género novelístico: La voluntad de Azorín, Camino de perfección de Pío Baroja, Sonata de otoño de Valle-Inclán y Amor y pedagogía de Unamuno. Se trata de intentos diferentes de conseguir un objetivo común: la ruptura con el Realismo. Considerándola en su conjunto se pueden distinguir tres momentos: LA NOVELA DE LOS AUTORES NOVENTAYOCHISTAS Proponen una renovación estética de la literatura y una regeneración sociocultural del país (pobreza, injusticias sociales, decadencia política). Todos ellos se centran en DOS TEMAS CLAVES. El tema de España, con diferentes visiones al respecto, se ve reflejado en el intento de descubrir el alma del país por medio del paisaje, sobre todo del castellano; de la historia de sus gentes (intrahistoria); y de la literatura medieval y clásica, especialmente la de Cervantes. Por otro lado, estos autores muestran un interés especial por el tema existencial, influidos por Nietzsche, Kierkegaard, Shopenhauer y Kant, se abordan aspectos como la preocupación por el sentido de la vida, la obsesión por el tiempo y la indecisión religiosa. ESTILÍSTICAMENTE rechazan los retoricismos y apuestan por un lenguaje sencillo y claro sin perder fuerza expresiva. Su léxico es preciso y utilizan palabras terruñeras. Muchos términos tienen connotaciones negativas y pesimistas. LAS NOVELAS SUELEN SER DE PERSONAJE; en ellas se pone de manifiesto la incomunicación, la soledad, el sufrimiento, la mente del protagonista, el escepticismo y el pesimismo. Se muestran la pobreza y la mezquindad españolas, que han llevado al país a la total decadencia, y la influencia de la religión. PRINCIPALES INNOVACIONES FORMALES: Pérdida de importancia de la historia, es decir, de lo que se cuenta, en favor del discurso, esto es, cómo se cuenta; la novela se centra en el mundo interior (subjetividad) del protagonista, la narración suele fragmentarse en estampas, producto de las percepciones del protagonista, la fragmentación, la elipsis, los saltos temporales, la evocación y la alusión contribuyen a la indeterminación de los hechos narrados; la dramatización, el narrador se diluye y los personajes hablan por sí mismos. □ AUTORES Y OBRAS: MIGUEL DE UNAMUNO (La novela como reflexión filosófica): planteó problemas como el sentido de la vida, el paso del tiempo, la muerte, la fe, el ansia de inmortalidad; España, sus tierras y sus gentes. Sus personajes son contradictorios: se muestran desasosegados y angustiados, buscan a Dios sin poder creer en Él, tienen un gran deseo de inmortalidad. Su estilo es antirretórico y desnudo, introdujo en sus obras vocabulario terruñero y abundantes paradojas. Destacan sus novelas: Amor y pedagogía, Niebla, San Manuel Bueno, mártir, La tía Tula. Introdujo el concepto de NIVOLA (para diferenciarla de la novela realista). PÍO BAROJA (La novela como superación del realismo decimonónico): crea una novela abierta, novela de acción en la que da cabida a temas sociales, políticos, filosóficos, religiosos… Presenta personajes inconformistas, hastiados de la vida, pasivos, incapaces de actuar, a veces reflejo del propio autor. Alardeó de su despreocupación por lo formal, su técnica es intuitiva, tiende a la precisión, a la claridad y al gusto por la sintaxis poco complicada. En un intento de que su prosa fuera ágil, fluida y espontánea, huyó de lo retórico. Solía agrupar sus obras en trilogías: La tierra vasca (La casa de Aizgorri, El mayorazgo de Labraz, Zalacaín el aventurero), La lucha por la vida (La busca, Mala hierba, Aurora roja), La raza (El árbol de la ciencia, La dama errante, La ciudad de la niebla). VALLE INCLÁN (desde el mundo de las sensaciones hacia la técnica del esperpento): Introdujo innovaciones en su técnica novelística hasta culminar en su creación máxima, el esperpento (toda su obra obedece al rechazo del realismo tradicional). Principales novelas: Las Sonatas (escritas en forma de memorias, las sonatas representan una alegoría de la vida humana. El marqués de Bradomín, un don Juan “feo, católico y sentimental”, funciona como hilo conductor en las cuatro novelas. El tema dominante es el amor carnal, con un trasfondo pecaminoso, donde no faltan la homosexualidad y el incesto). Una trilogía sobre la guerra carlista, una visión sobre la España tradicional (los carlistas) enfrentada a la liberal (los republicanos), según la cual, estos últimos serían los culpables de toda la situación que vive España: Los cruzados de la causa, El resplandor de la hoguera, Gerifaltes de antaño. Por último, su novela Tirano Banderas ofrece las características del esperpento, técnica con la que se degradan los personajes y acciones presentados previamente de manera elevada. A esta forma de hacer novela pertenece también El ruedo ibérico. JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ, “AZORÍN” (Obsesión por el tiempo, por la fugacidad de la vida, pero más que angustia, hay en su obra una tristeza íntima y el anhelo de apresar lo que permanece por debajo de lo que huye: es un espíritu nostálgico que vive para evocar): en sus novelas utiliza la técnica IMPRESIONISTA (atiende a la impresión que le produce la realidad contemplada), el argumento es tan tenue que parece un pretexto para hilvanar pinturas de tipos y ambientes (técnica miniaturista), como si se congelase el momento y se captase la impresión del instante. Principales novelas: La voluntad, Antonio Azorín, Doña Inés. LA NOVELA NOVECENTISTA: Los autores novecentistas abordan la tarea literaria con menor pasión y mayor rigor que los noventayochistas, la abordan con un enfoque más intelectual y erudito, con una preocupación por la obra bien hecha (gran brillantez estilística). Muestran un mayor distanciamiento del llamado “problema de España” y se muestran más abiertos a las novedades estéticas europeas (la realidad no es “solo una”, sino el resultado de la observación desde la “suma de perspectivas”) □ CARACTERÍSTICAS: a) Temáticas: es una novela intelectual o estética, a veces seguidora de la de la etapa anterior, y en algunos casos humorística; crítica con algunas instituciones religiosas y las altas clases sociales. b) Formales: se atisban ya algunos rasgos de la novela experimental (presencia de historias intercaladas, se ensayan distintas maneras de plantear el perspectivismo –varios narradores que cuentan el mismo acontecimiento o la doble columna), sobre todo en Ramón Pérez de Ayala. AUTORES Y OBRAS: RAMÓN PÉREZ DE AYALA (representante de la novela intelectual): Tiene una primera etapa en la que aparece como un escritor realista con una visión amarga de la vida, a ella pertenecen: La pata de la raposa, Troteras y danzaderas. La segunda etapa se decanta por un simbolismo caricaturesco, analiza el tema de la duda trascendental en un alma profundamente religiosa, expresa la idea de armonía como principio ordenador del universo de contrarios y, derivada de ella, la necesidad de comunicación entre las personas. La obra más representativa es Belarmino y Apolonio. GABRIEL MIRÓ (la novela impresionista) en sus novelas refleja la sensualidad, la luz y el cromatismo del levante español, NOVELA DE PODEROSO LIRISMO, prima la emoción, los hechos narrados se diluyen en impresiones que se describen de forma minuciosa que producen la fragmentación del texto: Nuestro Padre San Daniel, El obispo leproso (muestran la represión que el poder eclesiástico ejerce sobre la ciudad de Oleza). LA NOVELA VANGUARDISTA Los autores más destacados de la novela vanguardista son: Ramón Gómez de la Serna (en sus novelas destacan la yuxtaposición de elementos anecdóticos, la ausencia de dramatismo, la presencia de situaciones absurdas y personajes extravagantes). Ejs.: El doctor inverosímil, La quinta de Palmira y Benjamín Jarnés (gran presencia de metáforas, uso de la ironía y el ingenio). Ejs.: El profesor inútil, Locura y muerte de nadie. Hacia 1930 aparecen algunos novelistas comprometidos con la situación política, novelistas que se dan a conocer en los años 30, pero sus obras de madurez no llegan hasta después de la guerra (desde el exilio): RAMÓN J. SENDER: Siete domingos rojos MAX AUB: Fábula verde FRANCISCO AYALA: Cazador en el alba TEXTOS SONATA DE PRIMAVERA (VALLE-INCLÁN) Llegaba a mí sofocado y continuo el rumor de las fuentes sepultadas en el verde perenne de los mirtos, de los laureles y de los bojes. Una vibración misteriosa parecía salir del jardín solitario, y un afán desconocido me oprimía el corazón. Yo caminaba bajo los cipreses, que dejaban caer de su cima un velo de sombra. Desde lejos, como a través de larga sucesión de pórticos, distinguí a María Rosario sentada al pie de una fuente, leyendo en un libro: Seguí andando con los ojos fijos en aquella feliz aparición. Al ruido de mis pasos alzó levemente la cabeza, y con dos rosas de fuego en las mejillas volvió a inclinarla, y continuó leyendo. Yo me detuve porque esperaba verla huir, y no encontraba las delicadas palabras que convenían a su gracia eucarística de lirio blanco. TIRANO BANDERAS (VALLE-INCLÁN) Tirano Banderas, con paso de rata fisgona, seguido por los compadritos, abandonó el juego de la rana: Al cruzar el claustro, un grupo de uniformes que choteaba en el fondo, guardó repentino silencio. Al pasar, la momia escrutó el grupo, y con un movimiento de cabeza, llamó al Coronel-Licenciado López de Salamanca, Jefe de Policía: —¿A qué hora está anunciado el acto de las Juventudes Democráticas? —A las diez. —¿En el Circo Harris? —Eso rezan los carteles. —¿Quién ha solicitado el permiso para el mitin? —Don Roque Cepeda. —¿No se le han puesto obstáculos? —Ninguno. —¿Se han cumplimentado fielmente mis instrucciones? —Tal creo... —La propaganda de ideales políticos, siempre que se realice dentro de las leyes, es un derecho ciudadano y merece todos los respetos del Gobierno. El Tirano torcía la boca con gesto maligno. El Jefe de Policía, Coronel-Licenciado López de Salamanca, atendía con burlón desenfado: —Mi General, en caso de mitote, ¿habrá que suspender el acto? EL ÁRBOL DE LA CIENCIA (PÍO BAROJA) Los periódicos no decían más que necedades y bravuconadas: los yanquis no estaban preparados para la guerra; no tenían ni uniformes para sus soldados. En el país de las máquinas de coser, el hacer unos cuantos uniformes era un conflicto enorme, según se decía en Madrid. […] Andrés siguió los preparativos de la guerra con una emoción intensa. Los periódicos traían cálculos completamente falsos. Andrés llegó a creer que había alguna razón para los optimismos. Días antes de la derrota encontró a Iturrioz en la calle. – ¿Qué le parece a usted esto? –le preguntó. –Estamos perdidos. – ¡Pero si dicen que estamos preparados! –Sí, preparados para la derrota. Solo a ese chino, que los españoles consideramos como el colmo de la candidez, se le pueden decir las cosas que nos están diciendo los periódicos. […] Andrés pensó que Iturrioz podía engañarse; pero pronto los acontecimientos le dieron la razón. El desastre había sido como decía él: una cacería, una cosa ridícula. A Andrés le indignó la indiferencia de la gente al saber la noticia. Al menos él había creído que el español, inepto para la ciencia y para la civilización, era un patriota exaltado, y se encontraba que no; después del desastre de las dos pequeñas escuadras españolas en Cuba y en Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo; aquellas manifestaciones y gritos habían sido espuma, humo de paja, nada. CASTILLA (AZORÍN) Otra vez se ha empañado el cristal de nuestro catalejo; nada se ve. Limpiémoslo. Ya está; enfoquémoslo de nuevo hacia la ciudad y el campo. Allá en los confines del horizonte, aquellas lomas que destacan sobre el cielo diáfano, han sido como cortadas con un cuchillo. Los rasga una honda y recta hendidura; por esa hendidura, sobre el suelo, se ven dos largas y brillantes barras de hierro que cruzan una junto a otra, paralelas, toda la campiña. De pronto aparece en el costado de las lomas una manchita negra: se mueve, adelanta rápidamente, va dejando en el cielo un largo manchón de humo. Ya avanza por la vega. Ahora vemos un extraño carro de hierro con una chimenea que arroja una espesa humareda, y detrás de él una hilera de cajones negros con ventanitas; por las ventanitas se divisan muchas caras de hombres y mujeres. Todas las mañanas surge en la lejanía este negro carro con sus negros cajones, despide penachos de humo, lanza agudos silbidos, corre vertiginosamente y se mete en uno de los arrabales de la ciudad. El río se desliza manso, con sus aguas rojizas; junto a él -donde antaño estaban los molinos y el obraje de paños- se levantan dos grandes edificios; tienen una elevadísima y sutil chimenea; continuamente están llenando de humo denso el cielo de la vega. Muchas de las callejas del pueblo han sido ensanchadas; muchas de aquellas callejitas que serpenteaban en entrantes y salientes -con sus tiendecillas- son ahora amplias y rectas calles donde el sol calcina las viviendas en verano y el vendaval frío levanta cegadoras tolvaneras en invierno. En las afueras del pueblo, cerca de la Puerta Vieja, se ve un edificio redondo, con extensas graderías llenas de asientos, y un círculo rodeado de un vallar de madera en medio. A la otra parte de la ciudad se divisa otra enorme edificación, con innumerables ventanitas: por la mañana, a mediodía, por la noche parten de ese edificio agudos, largos, ondulantes sones de cornetas[9]. Centenares de lucecitas iluminan la ciudad durante la noche: se encienden y se apagan ellas solas. (Todo el planeta está cubierto de una red de vías férreas; caminan veloces por ellas los trenes; otros vehículos -también movidos por sí mismos- corren vertiginosos por campos, ciudades y montañas. De nación a nación se puede transmitir la voz humana. Por los aires, etéreamente, de continente a continente, van los pensamientos del hombre. En extraños aparatos se remonta el hombre por los cielos; a los senos de los mares desciende en unas raras naves y por allí marcha; de las procelas marinas, antes espantables, se ríe ahora subido en gigantescos barcos. Los obreros de todo el mundo se tienden las manos por encima de las fronteras.) En el primer balcón de la izquierda, allá en la casa de piedra que está en la plaza, hay un hombre sentado. Parece abstraído en una profunda meditación. Tiene un fino bigote de puntas levantadas. Está el caballero, sentado, con el codo puesto en uno de los brazos del sillón y la cara apoyada en la mano. Una honda tristeza empaña sus ojos... ¡Eternidad, insondable eternidad del dolor! Progresará maravillosamente la especie humana; se realizarán las más fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá un hombre con la cabeza, meditadora y triste, reclinada en la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir. NIEBLA (UNAMUNO) –– ¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco. ––Pues bien; la verdad es, querido Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces ––que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes... –– ¿Cómo que no existo? ––––exclamó. ––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto. Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente: ––Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice. ––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia. ––No sea, mi querido don Miguel ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo... –– ¡Eso más faltaba! ––exclamé algo molesto. ––No se exalte usted así, señor de Unamuno ––me replicó––, tenga calma. Usted ha manifestado dudas sobre mi existencia... ––Dudas no -le interrumpí-; certeza absoluta de que tú no existes fuera de mi producción novelesca. ––Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes? ––No puedo negarlo, pero mi sentido al decir eso era... ––Bueno, dejémonos de esos sentires y vamos a otra cosa. Cuando un hombre dormido a inerte en la cama sueña algo, ¿qué es lo que más existe, él como conciencia que sueña, o su sueño? ––¿Y si sueña que existe él mismo, el soñador? ––le repliqué a mi vez. ––En ese caso, amigo don Miguel, le pregunto yo a mi vez, ¿de qué manera existe él, como soñador que se sueña, o como soñado por sí mismo? Y fíjese, además, en que al admitir esta discusión conmigo me reconoce ya existencia independiente de sí. ––¡No, eso no!, ¡eso no! ––le dije vivamente––. Yo necesito discutir, sin discusión no vivo y sin contradicción, y cuando no hay fuera de mí quien me discuta y contradiga invento dentro de mí quien lo haga. Mis monólogos son diálogos. ––Y acaso los diálogos que usted forje no sean más que monólogos... ––Puede ser. Pero te digo y repito que tú no existes fuera de mí... ––Y yo vuelvo a insinuarle a usted la idea de que es usted el que no existe fuera de mí y de los demás personajes a quienes usted cree haber inventado. Seguro estoy de que serían de mi opinión don Avito Carrascal y el gran don Fulgencio... ––No mientes a ese... ––Bueno, basta, no le moteje usted. Y vamos a ver, ¿qué opina usted de mi suicidio? ––Pues opino que como tú no existes más que en mi fantasía, te lo repito, y como no debes ni puedes hacer sino lo que a mí me dé la gana, y como no me da la real gana de que te suicides, no te suicidarás. ¡Lo dicho! ––Eso de no me da la real gana, señor de Unamuno, es muy español, pero es muy feo. Y además, aun suponiendo su peregrina teoría de que yo no existo de veras y usted sí, de que yo no soy más que un ente de ficción, producto de la fantasía novelesca o nivolesca de usted, aun en ese caso yo no debo estar sometido a lo que llama usted su real gana, a su capricho. Hasta los llamados entes de ficción tienen su lógica interna... ––Sí, conozco esa cantata. ––En efecto; un novelista, un dramaturgo, no pueden hacer en absoluto lo que se les antoje de un personaje que creen; un ente de ficción novelesca no puede hacer, en buena ley de arte, lo que ningún lector esperaría que hiciese... ––Un ser novelesco tal vez... ––¿Entonces? ––Pero un ser nivolesco... ––Dejemos esas bufonadas que me ofenden y me hieren en lo más vivo. Yo, sea por mí mismo, según creo, sea porque usted me lo ha dado, según supone usted, tengo mi carácter, mi modo de ser, mi lógica interior, y esta lógica me pide que me suicide... ––¡Eso te creerás tú, pero te equivocas! ––Siéntese y tenga calma. ¿O es que cree usted, amigo don Miguel, que sería el primer caso en que un ente de ficción, como usted me llama, matara a aquel a quien creyó darle ser... ficticio? ––¡Esto ya es demasiado ––decía yo paseándome por mi despacho––, esto pasa de la raya! Esto no sucede más que... ––Más que en las nivolas ––concluyó él con sorna. ––¡Bueno, basta!, ¡basta!, ¡basta! ¡Esto no se puede tolerar! ¡Vienes a consultarme, a mí, y tú empiezas por discutirme mi propia existencia, después el derecho que tengo a hacer de ti lo que me dé la real gana, sí, así como suena, lo que me dé la real gana, lo que me salga de... ––No sea usted tan español, don Miguel... ––¡Y eso más, mentecato! ¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna y mi Dios un Dios español, el de Nuestro Señor Don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español... ––Bien, ¿y qué? ––me interrumpió, volviéndome a la realidad. ––Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme?, ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a manos de una de mis criaturas! No tolero más. Y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes, extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás! El obispo leproso (Gabriel Miró) En esta gran novela, como en Nuestro Padre San Daniel, todo gira en torno a la opresión que padecen ciertos personajes a causa del ambiente oscurantista que domina en Oleza. La intransigencia moral y política está encarnada, entre otros, por don Álvaro, un viejo carlista; la frustración está representada, ante todo, por Paulina, su mujer, y se cierne sobre Pablo, hijo de ambos. En el fragmento que transcribimos (del cap.VI,2), este muchacho siente pesar sobre él, en un día de las vacaciones, la atmósfera opresiva de Oleza. Verano de calinas y tolvaneros. Aletazos de poniente. Bochornos de humo. Tardes de nubes incendiadas, de nubes barrocas, desgajándose del horizonte, glorificando los campanarios de Oleza. Las mejores familias -menos la de don Álvaro- se fueron a sus haciendas y playas de Torrevieja, de Santa Pola y Guardamar. La ciudad se quedó como un patio de vecinos. El palacio de Lóriz semejaba ya mucho tiempo en el sueño de su soledad; el del obispo, en el ocio de los curiales, que fumaban paseando por la claustra: “Jesús” y el seminario, entornados en el frescor de las vacaciones. Las hospederías, los obradores, las tiendas callaban con la misma modorra de sus dueños sentados a la puerta, cabeceando entre moscardas. Los árboles de los jardines, de la Glorieta, de los monasterios, hacían un estruendo de vendaval de otoño, o se estampaban inmóviles en los cielos, bullendo de cigarras como si se rajasen al sol. El río iba somero, abriéndose en deltas y médanos de fango, de bardomas, de carrizos; y por las tardes, muy pronto, reventaba un croar de balsa. Se pararon muchos molinos de pimentón y harina; y entraban las diligencias, dejando un vaho de tierras calientes, un olor de piel y collerones sudados. Verano ruin. No daba gozo el rosario de la Aurora y tronaba el rosario del anochecido. Fanales de velas amarillas alumbrando el viejo tisú de la manga parroquial: hileras de hombres y mujeres colgándoles los rosarios de sus dedos de difunto; capellanes y celadores guiando la plegaria: un remanso en la contemplación de cada misterio, y otra vez se desanillaban las cofradías y las luces por los ambages de las plazas, por los cantones, por las callejas, por las cuestas. De trecho en trecho caía con retumbos dentro de las toscas entradas el “Mira que te mira Dios, - mira que te está mirando - mira que te has de morir, - mira que no sabes cuándo!”. Y, según adelantaba el tránsito, se les venían más gentes a rezar. Penetraba en casa de Pablo ese río de oración, más clamoroso que el Segral. A lo lejos, era de tonada de escolanía, de pueblo infantil que, no sabiendo qué hacer, conversaba afligido con el Señor. Y, ya de cerca, articulado concretamente el rezo en su portal, por cada boca, sentía Pablo un sabor de amargura, de amargura lívida. Alzaba los ojos al cielo de su calle. De tanto ansiar se reía de su desesperación; y palpaba su risa. Tocaba sus gestos como si tocase su alma desnuda. Vivía tirantemente. El júbilo de las vacaciones se le quedó seco y desaromado.