LA NOVELA ESPAÑOLA ANTERIOR A LA GUERRA CIVIL

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LA NOVELA ESPAÑOLA ANTERIOR A LA GUERRA CIVIL
La producción novelística es extensa y variada en temas y estilos. Las innovaciones
novelescas de principios del siglo XX fueron consecuencia de la visión pesimista de la
cultura occidental del momento. Ante la imposibilidad de encontrar significado a la existencia, el
mensaje fue de frustración y desesperanza. En 1902 aparecen cuatro títulos que suponen ya
una nueva concepción del género novelístico: La voluntad de Azorín, Camino de perfección de
Pío Baroja, Sonata de otoño de Valle-Inclán y Amor y pedagogía de Unamuno. Se trata de
intentos diferentes de conseguir un objetivo común: la ruptura con el Realismo. Considerándola
en su conjunto se pueden distinguir tres momentos:
LA NOVELA DE LOS AUTORES NOVENTAYOCHISTAS
Proponen una renovación estética de la literatura y una regeneración sociocultural del
país (pobreza, injusticias sociales, decadencia política).

Todos ellos se centran en DOS TEMAS CLAVES. El tema de España, con diferentes
visiones al respecto, se ve reflejado en el intento de descubrir el alma del país por medio
del paisaje, sobre todo del castellano; de la historia de sus gentes (intrahistoria); y de la
literatura medieval y clásica, especialmente la de Cervantes. Por otro lado, estos autores
muestran un interés especial por el tema existencial, influidos por Nietzsche,
Kierkegaard, Shopenhauer y Kant, se abordan aspectos como la preocupación por el
sentido de la vida, la obsesión por el tiempo y la indecisión religiosa.

ESTILÍSTICAMENTE rechazan los retoricismos y apuestan por un lenguaje sencillo y
claro sin perder fuerza expresiva. Su léxico es preciso y utilizan palabras terruñeras.
Muchos términos tienen connotaciones negativas y pesimistas.

LAS NOVELAS SUELEN SER DE PERSONAJE; en ellas se pone de manifiesto la
incomunicación, la soledad, el sufrimiento, la mente del protagonista, el escepticismo y el
pesimismo. Se muestran la pobreza y la mezquindad españolas, que han llevado al
país a la total decadencia, y la influencia de la religión.

PRINCIPALES INNOVACIONES FORMALES: Pérdida de importancia de la historia, es
decir, de lo que se cuenta, en favor del discurso, esto es, cómo se cuenta; la novela se
centra en el mundo interior (subjetividad) del protagonista, la narración suele
fragmentarse en estampas, producto de las percepciones del protagonista, la
fragmentación, la elipsis, los saltos temporales, la evocación y la alusión contribuyen a la
indeterminación de los hechos narrados; la dramatización, el narrador se diluye y los
personajes hablan por sí mismos.
□
AUTORES Y OBRAS:
MIGUEL DE UNAMUNO (La novela como reflexión filosófica): planteó problemas
como el sentido de la vida, el paso del tiempo, la muerte, la fe, el ansia de
inmortalidad; España, sus tierras y sus gentes. Sus personajes son contradictorios: se
muestran desasosegados y angustiados, buscan a Dios sin poder creer en Él, tienen
un gran deseo de inmortalidad. Su estilo es antirretórico y desnudo, introdujo en sus
obras vocabulario terruñero y abundantes paradojas. Destacan sus novelas: Amor y
pedagogía, Niebla, San Manuel Bueno, mártir, La tía Tula. Introdujo el concepto de
NIVOLA (para diferenciarla de la novela realista).
PÍO BAROJA (La novela como superación del realismo decimonónico): crea una
novela abierta, novela de acción en la que da cabida a temas sociales, políticos,
filosóficos, religiosos… Presenta personajes inconformistas, hastiados de la vida,
pasivos, incapaces de actuar, a veces reflejo del propio autor. Alardeó de su
despreocupación por lo formal, su técnica es intuitiva, tiende a la precisión, a la
claridad y al gusto por la sintaxis poco complicada. En un intento de que su prosa
fuera ágil, fluida y espontánea, huyó de lo retórico. Solía agrupar sus obras en
trilogías: La tierra vasca (La casa de Aizgorri, El mayorazgo de Labraz, Zalacaín el
aventurero), La lucha por la vida (La busca, Mala hierba, Aurora roja), La raza (El
árbol de la ciencia, La dama errante, La ciudad de la niebla).
VALLE INCLÁN (desde el mundo de las sensaciones hacia la técnica del
esperpento): Introdujo innovaciones en su técnica novelística hasta culminar en su
creación máxima, el esperpento (toda su obra obedece al rechazo del realismo
tradicional). Principales novelas: Las Sonatas (escritas en forma de memorias, las
sonatas representan una alegoría de la vida humana. El marqués de Bradomín, un
don Juan “feo, católico y sentimental”, funciona como hilo conductor en las cuatro
novelas. El tema dominante es el amor carnal, con un trasfondo pecaminoso, donde
no faltan la homosexualidad y el incesto). Una trilogía sobre la guerra carlista, una
visión sobre la España tradicional (los carlistas) enfrentada a la liberal (los
republicanos), según la cual, estos últimos serían los culpables de toda la situación
que vive España: Los cruzados de la causa, El resplandor de la hoguera, Gerifaltes de
antaño. Por último, su novela Tirano Banderas ofrece las características del
esperpento, técnica con la que se degradan los personajes y acciones presentados
previamente de manera elevada. A esta forma de hacer novela pertenece también El
ruedo ibérico.
JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ, “AZORÍN” (Obsesión por el tiempo, por la fugacidad de
la vida, pero más que angustia, hay en su obra una tristeza íntima y el anhelo de
apresar lo que permanece por debajo de lo que huye: es un espíritu nostálgico
que vive para evocar): en sus novelas utiliza la técnica IMPRESIONISTA (atiende a
la impresión que le produce la realidad contemplada), el argumento es tan tenue que
parece un pretexto para hilvanar pinturas de tipos y ambientes (técnica miniaturista),
como si se congelase el momento y se captase la impresión del instante. Principales
novelas: La voluntad, Antonio Azorín, Doña Inés.
LA NOVELA NOVECENTISTA:
Los autores novecentistas abordan la tarea literaria con menor pasión y mayor rigor
que los noventayochistas, la abordan con un enfoque más intelectual y erudito, con una
preocupación por la obra bien hecha (gran brillantez estilística). Muestran un mayor
distanciamiento del llamado “problema de España” y se muestran más abiertos a las
novedades estéticas europeas (la realidad no es “solo una”, sino el resultado de la observación
desde la “suma de perspectivas”)
□
CARACTERÍSTICAS:
a) Temáticas: es una novela intelectual o estética, a veces seguidora de la de la etapa
anterior, y en algunos casos humorística; crítica con algunas instituciones religiosas y las
altas clases sociales.
b) Formales: se atisban ya algunos rasgos de la novela experimental (presencia de historias
intercaladas, se ensayan distintas maneras de plantear el perspectivismo –varios
narradores que cuentan el mismo acontecimiento o la doble columna), sobre todo en
Ramón Pérez de Ayala.
AUTORES Y OBRAS:
RAMÓN PÉREZ DE AYALA (representante de la novela intelectual): Tiene una primera
etapa en la que aparece como un escritor realista con una visión amarga de la vida, a ella
pertenecen: La pata de la raposa, Troteras y danzaderas. La segunda etapa se decanta por
un simbolismo caricaturesco, analiza el tema de la duda trascendental en un alma
profundamente religiosa, expresa la idea de armonía como principio ordenador del universo de
contrarios y, derivada de ella, la necesidad de comunicación entre las personas. La obra más
representativa es Belarmino y Apolonio.
GABRIEL MIRÓ (la novela impresionista) en sus novelas refleja la sensualidad, la luz y el
cromatismo del levante español, NOVELA DE PODEROSO LIRISMO, prima la emoción, los
hechos narrados se diluyen en impresiones que se describen de forma minuciosa que
producen la fragmentación del texto: Nuestro Padre San Daniel, El obispo leproso (muestran la
represión que el poder eclesiástico ejerce sobre la ciudad de Oleza).
LA NOVELA VANGUARDISTA
Los autores más destacados de la novela vanguardista son: Ramón Gómez de la Serna (en
sus novelas destacan la yuxtaposición de elementos anecdóticos, la ausencia de dramatismo,
la presencia de situaciones absurdas y personajes extravagantes). Ejs.: El doctor inverosímil,
La quinta de Palmira y Benjamín Jarnés (gran presencia de metáforas, uso de la ironía y el
ingenio). Ejs.: El profesor inútil, Locura y muerte de nadie.
Hacia 1930 aparecen algunos novelistas comprometidos con la situación política,
novelistas que se dan a conocer en los años 30, pero sus obras de madurez no llegan hasta
después de la guerra (desde el exilio):
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RAMÓN J. SENDER: Siete domingos rojos
MAX AUB: Fábula verde
FRANCISCO AYALA: Cazador en el alba
TEXTOS
SONATA DE PRIMAVERA (VALLE-INCLÁN)
Llegaba a mí sofocado y continuo el rumor de las fuentes sepultadas en el verde perenne de
los mirtos, de los laureles y de los bojes. Una vibración misteriosa parecía salir del jardín
solitario, y un afán desconocido me oprimía el corazón. Yo caminaba bajo los cipreses, que
dejaban caer de su cima un velo de sombra. Desde lejos, como a través de larga sucesión de
pórticos, distinguí a María Rosario sentada al pie de una fuente, leyendo en un libro: Seguí
andando con los ojos fijos en aquella feliz aparición. Al ruido de mis pasos alzó levemente la
cabeza, y con dos rosas de fuego en las mejillas volvió a inclinarla, y continuó leyendo. Yo me
detuve porque esperaba verla huir, y no encontraba las delicadas palabras que convenían a su
gracia eucarística de lirio blanco.
TIRANO BANDERAS (VALLE-INCLÁN)
Tirano Banderas, con paso de rata fisgona, seguido por los compadritos, abandonó el juego de
la rana: Al cruzar el claustro, un grupo de uniformes que choteaba en el fondo, guardó
repentino silencio. Al pasar, la momia escrutó el grupo, y con un movimiento de cabeza, llamó
al Coronel-Licenciado López de Salamanca, Jefe de Policía:
—¿A qué hora está anunciado el acto de las Juventudes Democráticas?
—A las diez.
—¿En el Circo Harris?
—Eso rezan los carteles.
—¿Quién ha solicitado el permiso para el mitin?
—Don Roque Cepeda.
—¿No se le han puesto obstáculos?
—Ninguno.
—¿Se han cumplimentado fielmente mis instrucciones?
—Tal creo...
—La propaganda de ideales políticos, siempre que se realice dentro de las leyes, es un
derecho ciudadano y merece todos los respetos del Gobierno.
El Tirano torcía la boca con gesto maligno. El Jefe de Policía, Coronel-Licenciado López de
Salamanca, atendía con burlón desenfado:
—Mi General, en caso de mitote, ¿habrá que suspender el acto?
EL ÁRBOL DE LA CIENCIA (PÍO BAROJA)
Los periódicos no decían más que necedades y bravuconadas: los yanquis no estaban
preparados para la guerra; no tenían ni uniformes para sus soldados. En el país de las
máquinas de coser, el hacer unos cuantos uniformes era un conflicto enorme, según se decía
en Madrid. […]
Andrés siguió los preparativos de la guerra con una emoción intensa.
Los periódicos traían cálculos completamente falsos. Andrés llegó a creer que había alguna
razón para los optimismos.
Días antes de la derrota encontró a Iturrioz en la calle.
– ¿Qué le parece a usted esto? –le preguntó.
–Estamos perdidos.
– ¡Pero si dicen que estamos preparados!
–Sí, preparados para la derrota. Solo a ese chino, que los españoles consideramos como el
colmo de la candidez, se le pueden decir las cosas que nos están diciendo los periódicos. […]
Andrés pensó que Iturrioz podía engañarse; pero pronto los acontecimientos le dieron la razón.
El desastre había sido como decía él: una cacería, una cosa ridícula.
A Andrés le indignó la indiferencia de la gente al saber la noticia. Al menos él había creído que
el español, inepto para la ciencia y para la civilización, era un patriota exaltado, y se encontraba
que no; después del desastre de las dos pequeñas escuadras españolas en Cuba y en
Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo; aquellas manifestaciones y
gritos habían sido espuma, humo de paja, nada.
CASTILLA (AZORÍN)
Otra vez se ha empañado el cristal de nuestro catalejo; nada se ve. Limpiémoslo. Ya está;
enfoquémoslo de nuevo hacia la ciudad y el campo. Allá en los confines del horizonte, aquellas
lomas que destacan sobre el cielo diáfano, han sido como cortadas con un cuchillo. Los rasga
una honda y recta hendidura; por esa hendidura, sobre el suelo, se ven dos largas y brillantes
barras de hierro que cruzan una junto a otra, paralelas, toda la campiña. De pronto aparece en
el costado de las lomas una manchita negra: se mueve, adelanta rápidamente, va dejando en
el cielo un largo manchón de humo. Ya avanza por la vega. Ahora vemos un extraño carro de
hierro con una chimenea que arroja una espesa humareda, y detrás de él una hilera de
cajones negros con ventanitas; por las ventanitas se divisan muchas caras de hombres y
mujeres. Todas las mañanas surge en la lejanía este negro carro con sus negros cajones,
despide penachos de humo, lanza agudos silbidos, corre vertiginosamente y se mete en uno de
los arrabales de la ciudad.
El río se desliza manso, con sus aguas rojizas; junto a él -donde antaño estaban los
molinos y el obraje de paños- se levantan dos grandes edificios; tienen una elevadísima y sutil
chimenea; continuamente están llenando de humo denso el cielo de la vega. Muchas de las
callejas del pueblo han sido ensanchadas; muchas de aquellas callejitas que serpenteaban en
entrantes y salientes -con sus tiendecillas- son ahora amplias y rectas calles donde el sol
calcina las viviendas en verano y el vendaval frío levanta cegadoras tolvaneras en invierno. En
las afueras del pueblo, cerca de la Puerta Vieja, se ve un edificio redondo, con extensas
graderías llenas de asientos, y un círculo rodeado de un vallar de madera en medio. A la otra
parte de la ciudad se divisa otra enorme edificación, con innumerables ventanitas: por la
mañana, a mediodía, por la noche parten de ese edificio agudos, largos, ondulantes sones de
cornetas[9]. Centenares de lucecitas iluminan la ciudad durante la noche: se encienden y se
apagan ellas solas.
(Todo el planeta está cubierto de una red de vías férreas; caminan veloces por ellas los
trenes; otros vehículos -también movidos por sí mismos- corren vertiginosos por campos,
ciudades y montañas. De nación a nación se puede transmitir la voz humana. Por los aires,
etéreamente, de continente a continente, van los pensamientos del hombre. En extraños
aparatos se remonta el hombre por los cielos; a los senos de los mares desciende en unas
raras naves y por allí marcha; de las procelas marinas, antes espantables, se ríe ahora subido
en gigantescos barcos. Los obreros de todo el mundo se tienden las manos por encima de las
fronteras.)
En el primer balcón de la izquierda, allá en la casa de piedra que está en la plaza, hay
un hombre sentado. Parece abstraído en una profunda meditación. Tiene un fino bigote de
puntas levantadas. Está el caballero, sentado, con el codo puesto en uno de los brazos del
sillón y la cara apoyada en la mano. Una honda tristeza empaña sus ojos...
¡Eternidad, insondable eternidad del dolor! Progresará maravillosamente la especie
humana; se realizarán las más fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad,
en una casa, siempre habrá un hombre con la cabeza, meditadora y triste, reclinada en la
mano. No le podrán quitar el dolorido sentir.
NIEBLA (UNAMUNO)
–– ¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó
consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo
volverme loco.
––Pues bien; la verdad es, querido Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces ––que
no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no
existes...
–– ¿Cómo que no existo? ––––exclamó.
––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un
producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus
fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o
de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas
perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al
óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de
sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de
las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
––Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra
precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
––No sea, mi querido don Miguel ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que
no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para
que mi historia llegue al mundo...
–– ¡Eso más faltaba! ––exclamé algo molesto.
––No se exalte usted así, señor de Unamuno ––me replicó––, tenga calma. Usted ha
manifestado dudas sobre mi existencia...
––Dudas no -le interrumpí-; certeza absoluta de que tú no existes fuera de mi producción
novelesca.
––Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la
mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que
don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes?
––No puedo negarlo, pero mi sentido al decir eso era...
––Bueno, dejémonos de esos sentires y vamos a otra cosa. Cuando un hombre dormido a
inerte en la cama sueña algo, ¿qué es lo que más existe, él como conciencia que sueña, o su
sueño?
––¿Y si sueña que existe él mismo, el soñador? ––le repliqué a mi vez.
––En ese caso, amigo don Miguel, le pregunto yo a mi vez, ¿de qué manera existe él, como
soñador que se sueña, o como soñado por sí mismo? Y fíjese, además, en que al admitir esta
discusión conmigo me reconoce ya existencia independiente de sí.
––¡No, eso no!, ¡eso no! ––le dije vivamente––. Yo necesito discutir, sin discusión no vivo y
sin contradicción, y cuando no hay fuera de mí quien me discuta y contradiga invento dentro de
mí quien lo haga. Mis monólogos son diálogos.
––Y acaso los diálogos que usted forje no sean más que monólogos...
––Puede ser. Pero te digo y repito que tú no existes fuera de mí...
––Y yo vuelvo a insinuarle a usted la idea de que es usted el que no existe fuera de mí y de los
demás personajes a quienes usted cree haber inventado. Seguro estoy de que serían de mi
opinión don Avito Carrascal y el gran don Fulgencio...
––No mientes a ese...
––Bueno, basta, no le moteje usted. Y vamos a ver, ¿qué opina usted de mi suicidio?
––Pues opino que como tú no existes más que en mi fantasía, te lo repito, y como no debes
ni puedes hacer sino lo que a mí me dé la gana, y como no me da la real gana de que te
suicides, no te suicidarás. ¡Lo dicho!
––Eso de no me da la real gana, señor de Unamuno, es muy español, pero es muy feo. Y
además, aun suponiendo su peregrina teoría de que yo no existo de veras y usted sí, de que yo
no soy más que un ente de ficción, producto de la fantasía novelesca o nivolesca de usted, aun
en ese caso yo no debo estar sometido a lo que llama usted su real gana, a su capricho. Hasta
los llamados entes de ficción tienen su lógica interna...
––Sí, conozco esa cantata.
––En efecto; un novelista, un dramaturgo, no pueden hacer en absoluto lo que se les antoje
de un personaje que creen; un ente de ficción novelesca no puede hacer, en buena ley de arte,
lo que ningún lector esperaría que hiciese...
––Un ser novelesco tal vez...
––¿Entonces?
––Pero un ser nivolesco...
––Dejemos esas bufonadas que me ofenden y me hieren en lo más vivo. Yo, sea por mí
mismo, según creo, sea porque usted me lo ha dado, según supone usted, tengo mi carácter,
mi modo de ser, mi lógica interior, y esta lógica me pide que me suicide...
––¡Eso te creerás tú, pero te equivocas!
––Siéntese y tenga calma. ¿O es que cree usted, amigo don Miguel, que sería el primer caso
en que un ente de ficción, como usted me llama, matara a aquel a quien creyó darle ser...
ficticio?
––¡Esto ya es demasiado ––decía yo paseándome por mi despacho––, esto pasa de la raya!
Esto no sucede más que...
––Más que en las nivolas ––concluyó él con sorna.
––¡Bueno, basta!, ¡basta!, ¡basta! ¡Esto no se puede tolerar! ¡Vienes a consultarme, a mí, y tú
empiezas por discutirme mi propia existencia, después el derecho que tengo a hacer de ti lo
que me dé la real gana, sí, así como suena, lo que me dé la real gana, lo que me salga de...
––No sea usted tan español, don Miguel...
––¡Y eso más, mentecato! ¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de
cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el
españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna y mi
Dios un Dios español, el de Nuestro Señor Don Quijote, un Dios que piensa en español y en
español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español...
––Bien, ¿y qué? ––me interrumpió, volviéndome a la realidad.
––Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme?, ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a manos de
una de mis criaturas! No tolero más. Y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes,
extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En
cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!
El obispo leproso (Gabriel Miró)
En esta gran novela, como en Nuestro Padre San Daniel, todo gira en torno a la opresión
que padecen ciertos personajes a causa del ambiente oscurantista que domina en Oleza. La
intransigencia moral y política está encarnada, entre otros, por don Álvaro, un viejo
carlista; la frustración está representada, ante todo, por Paulina, su mujer, y se cierne
sobre Pablo, hijo de ambos. En el fragmento que transcribimos (del cap.VI,2), este
muchacho siente pesar sobre él, en un día de las vacaciones, la atmósfera opresiva de
Oleza.
Verano de calinas y tolvaneros. Aletazos de poniente. Bochornos de humo. Tardes de nubes
incendiadas, de nubes barrocas, desgajándose del horizonte, glorificando los campanarios de
Oleza. Las mejores familias -menos la de don Álvaro- se fueron a sus haciendas y playas de
Torrevieja, de Santa Pola y Guardamar. La ciudad se quedó como un patio de vecinos. El
palacio de Lóriz semejaba ya mucho tiempo en el sueño de su soledad; el del obispo, en el ocio
de los curiales, que fumaban paseando por la claustra: “Jesús” y el seminario, entornados en
el frescor de las vacaciones. Las hospederías, los obradores, las tiendas callaban con la misma
modorra de sus dueños sentados a la puerta, cabeceando entre moscardas. Los árboles de los
jardines, de la Glorieta, de los monasterios, hacían un estruendo de vendaval de otoño, o se
estampaban inmóviles en los cielos, bullendo de cigarras como si se rajasen al sol. El río iba
somero, abriéndose en deltas y médanos de fango, de bardomas, de carrizos; y por las tardes,
muy pronto, reventaba un croar de balsa. Se pararon muchos molinos de pimentón y harina; y
entraban las diligencias, dejando un vaho de tierras calientes, un olor de piel y collerones
sudados. Verano ruin. No daba gozo el rosario de la Aurora y tronaba el rosario del
anochecido. Fanales de velas amarillas alumbrando el viejo tisú de la manga parroquial: hileras
de hombres y mujeres colgándoles los rosarios de sus dedos de difunto; capellanes y
celadores guiando la plegaria: un remanso en la contemplación de cada misterio, y otra vez se
desanillaban las cofradías y las luces por los ambages de las plazas, por los cantones, por las
callejas, por las cuestas. De trecho en trecho caía con retumbos dentro de las toscas entradas
el “Mira que te mira Dios, - mira que te está mirando - mira que te has de morir, - mira que no
sabes cuándo!”. Y, según adelantaba el tránsito, se les venían más gentes a rezar. Penetraba
en casa de Pablo ese río de oración, más clamoroso que el Segral. A lo lejos, era de tonada de
escolanía, de pueblo infantil que, no sabiendo qué hacer, conversaba afligido con el Señor. Y,
ya de cerca, articulado concretamente el rezo en su portal, por cada boca, sentía Pablo un
sabor de amargura, de amargura lívida. Alzaba los ojos al cielo de su calle. De tanto ansiar se
reía de su desesperación; y palpaba su risa. Tocaba sus gestos como si tocase su alma
desnuda. Vivía tirantemente. El júbilo de las vacaciones se le quedó seco y desaromado.
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