la construcción del estado liberal en españa

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LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL EN ESPAÑA: EL REINADO
DE ISABEL II (1833-1868)
1- PERIODO DE LAS REGENCIAS (1833-1843).
1.1.- REGENCIA DE Mª CRISTINA (1833-1840)
-
Desarrollo de la I Guerra Carlista (1833-1839). El fin de la guerra se salda con
el triunfo del bando liberal (Abrazo de Vergara. 1839)
-
Progresiva implantación del Nuevo Régimen liberal (sobre todo a partir de
1836, periodo en el que gobiernan los progresistas):


Constitución de 1837 (de carácter progresista)
Desamortización de Mendizábal (1836-37)
1.2.- REGENCIA DE ESPARTERO (1841-1843)
-
Su popularidad como héroe de la guerra le convierte en Regente.
Su carácter autoritario hará aumentar la oposición.
Un pronunciamiento militar dirigido por generales conservadores (Narváez y
O´Donell) le llevará a dejar el gobierno.
2- MAYORÍA DE EDAD DE ISABEL II (1843- 1868)
- Definitiva consolidación del Estado liberal.
Etapas:
 1843-1854. Década moderada.
 Constitución de 1845 (de carácter conservador)
 Reformas administrativas.
 1854-1856. Bienio progresista.
 Constitución “non nata” de 1856 (progresista)
 Desamortización de Madoz (1855)
 Ley General de Ferrocarriles (1855)
 1856-1868. Retorno al moderantismo.
 Crisis del sistema político y fortalecimiento de la oposición.
1868. Revolución Gloriosa. Isabel II deja el trono y se exilia.
SEXENIO DEMOCRÁTICO (1868-1874)
LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL EN ESPAÑA: EL REINADO
DE ISABEL II (1833-1868)
Durante el reinado de Isabel II (1833-1868) se adoptaron medidas legislativas y políticas
destinadas a asentar definitivamente en España el Estado liberal. Al igual que en gran parte
de Europa occidental, en la primera mitad del siglo XIX se destruyeron definitivamente las
estructuras económicas, sociales y políticas del Antiguo Régimen. Sin embargo, el modelo
político liberal que se implantó en España, de carácter moderado o doctrinario (defensor de
la soberanía compartida con el rey y un sufragio muy restringido) estuvo marcado por una
serie de elementos que lo definieron:
- Predominio del partido moderado en el gobierno, al que la reina concede su confianza.
Una reina que tiene la potestad de nombrar a los jefes de gobierno y de disolver las Cortes.
Sin embargo, la inestabilidad política y los constantes cambios de gobierno fueron una
constante. De los 35 años de reinado, los progresistas sólo accedieron a gobernar durante
los periodos 1835-37, 1840-43 y 1854-56.
- Intervención de los militares en la vida política de forma activa. La época de los
espadones (Narváez, Espartero y O´Donnell). Unas veces poniéndose a la cabeza de
pronunciamientos militares para impulsar un cambio de gobierno, otras como líderes de los
partidos moderado y progresista y muchas, como jefes de gobierno durante amplios
periodos.
- El sistema político isabelino estuvo controlado por una minoría (el bloque dominante:
alianza de la antigua nobleza terrateniente y de la nueva burguesía agraria y de negocios)
que mediante el sufragio censitario restringido y la manipulación del sistema electoral,
dejaba marginada de las decisiones políticas y económicas a la inmensa mayoría de la
población. Las protestas y movilizaciones de las clases populares contra esta situación
siempre fueron contestadas con una dura represión.
- La única posibilidad de llegar a gobernar para los progresistas u otras opciones políticas
que no fueran el partido moderado, fue sirviéndose de vías extralegales, bien mediante
pronunciamientos militares, bien mediante la revuelta popular.
Isabel II
Francisco de Asís
Este período se divide en dos grandes etapas:
primera (1833-1843) coincidió con la minoría de edad de la reina, ya que llegó al trono
con tres años de edad. Fue necesario, por tanto, establecer una regencia, ejercida primero
por su madre, María Cristina (1833-1840), y después por el general Espartero (1840-1843).
segunda (1843-1868) correspondió a la mayoría de edad de la reina y terminó con una
revolución que supuso la democratización del régimen liberal en España mientras Isabel II y
su familia marchaban al exilio a Francia.
1- PERIODO DE LAS REGENCIAS (1833-1843).
1.1.- REGENCIA DE Mª CRISTINA (1833-1840)
La primera etapa recibe también el nombre de período de las regencias. En ella, los
gobiernos liberales llevaron a cabo el desmantelamiento total del Antiguo Régimen de
manera gradual: primero, se desarrolló una fase de transición entre el absolutismo y el
liberalismo; a continuación, se produjo la ruptura, y finalmente, se implantó un Gobierno
liberal de carácter autoritario.
La transición entre el Estado absolutista de Fernando VII y el liberal de Isabel II estuvo
marcada por una serie de acontecimientos:

La primera guerra carlista (1833-1839):
El origen del conflicto fue de carácter dinástico. Tras la muerte de Fernando VII, dos
candidatos aspiraban a ocupar el trono español: Isabel y Carlos María Isidro, hija y
hermano de Fernando VII, respectivamente. Se formaron dos bandos enfrentados por las
armas: a los partidarios de la reina María Cristina y de su hija, Isabel, se les conoció con el
nombre de “isabelinos” o “cristinos”. Los partidarios de Carlos María Isidro eran conocidos
con el nombre de “carlistas”. Además del enfrentamiento dinástico, los dos bandos estaban
separados también por profundas diferencias ideológicas:
-
El carlismo se presentaba como una ideología tradicionalista y antiliberal
que recogía la herencia de movimientos similares anteriores, como los
apostólicos.
Bajo
el
lema
"Dios,
Patria
y
Fueros"
se
agrupan los defensores de la legitimidad dinástica de don Carlos, de la
monarquía absoluta, de la preeminencia social de la Iglesia, del mantenimiento
del Antiguo Régimen y de la conservación de un sistema foral particularista.
Entre quienes apoyaban el carlismo figuraban numerosos miembros del clero
(sobre todo el rural) y una buena parte de la pequeña nobleza agraria. Los
carlistas también contaron con una amplia base social campesina. Muchos de
ellos eran pequeños propietarios empobrecidos, artesanos arruinados y
arrendatarios, que desconfiaban de la reforma agraria defendida por los
liberales, temían verse expulsados de sus tierras y recelaban de los nuevos
impuestos estatales. Además, los carlistas se identificaban con los valores de la
Iglesia, a la que consideraban defensora de la sociedad tradicional (el campo
frente a la ciudad). Tuvieron mayor presencia en las zonas rurales del País Vasco,
Navarra y parte de Cataluña, así como en Aragón y Valencia.
-
Los isabelinos o cristinos (liberales) contaron, en sus inicios, con el apoyo de una
parte de la alta nobleza y de los funcionarios, así como de un sector de la
jerarquía eclesiástica. Pero ante la necesidad de ampliar esta base social para
hacer frente al carlismo, la regente se vio obligada a buscar la adhesión de los
liberales. De este modo, y para comprometer a la burguesía y a los sectores
populares de las ciudades en la defensa de su causa, la regente tuvo que acceder
a las demandas de los liberales que exigían el fin del absolutismo y
del Antiguo Régimen.
Desarrollo del conflicto:
Los carlistas no pudieron contar inicialmente con un ejército regular y organizaron sus
efectivos en grupos armados que actuaban según el método de guerrillas. Las primeras
partidas carlistas se levantaron en 1833 por una amplia zona del territorio español, pero el
foco más importante se situó en las regiones montañosas de Navarra y el País Vasco.
También se extendió por el norte de Castellón, el Bajo Aragón y el Pirineo y las comarcas del
Ebro en Cataluña. Desde el punto de vista internacional, don Carlos recibió el apoyo de
potencias absolutistas como Rusia, Prusia y Austria, que le enviaron dinero y armas,
mientras la Regente Mª Cristina contó con el apoyo de Gran Bretaña, Francia y Portugal,
favorables a la implantación de un liberalismo moderado en España.
El conflicto armado pasó por dos fases bien diferenciadas:
- La primera etapa (1833-1835) se caracterizó por la estabilización de la guerra en el norte y
los triunfos carlistas, aunque éstos nunca consiguieron conquistar una ciudad importante.
La insurrección tomó impulso en 1834 cuando el pretendiente abandonó Gran Bretaña para
instalarse en Navarra, donde creó una monarquía alternativa, con su corte, su gobierno y su
ejército. El general Zumalacárregui, que se hallaba al mando de las tropas norteñas, logró
entonces organizar un ejército con el que conquistó Tolosa, Durango, Vergara y Éibar, pero
fracasó en la toma de Bilbao, donde encontró la muerte, quedando los carlistas privados de
su mejor estratega.
En la zona de Levante, los carlistas estaban más desorganizados, operando con escasa
conexión entre las diferentes partidas. Las de las tierras del Ebro se unieron a las del
Maestrazgo y el Bajo Aragón, conducidas por el general Cabrera, que se convirtió en uno de
los líderes carlistas más destacados.
- En la segunda fase (1836-1840), la guerra se decantó hacia el bando liberal a partir de la
victoria del general Espartero en Luchana (1836), que puso fin al sitio de Bilbao. Los
insurrectos, faltos de recursos para financiar la guerra y conscientes de que no podían
triunfar si no ampliaban el territorio ocupado, iniciaron una nueva estrategia caracterizada
por las expediciones a otras regiones para conseguir recursos económicos.
La constatación de la debilidad del carlismo propició discrepancias entre los
transaccionistas, partidarios de alcanzar un acuerdo con los liberales, y los intransigentes,
defensores de continuar la guerra. Finalmente, el jefe de los transaccionistas, el general
Maroto, acordó la firma del Convenio de Vergara (1839) con el general liberal Espartero. El
acuerdo establecía el mantenimiento de los fueros en las provincias vascas y Navarra, así
como la integración de la oficialidad carlista en el ejército real. Sólo las partidas de Cabrera
continuaron resistiendo en la zona del Maestrazgo hasta su derrota definitiva en 1840.

La vida política en este periodo estuvo protagonizada inicialmente por
monárquicos reformistas que ya habían tenido influencia en el reinado anterior (Cea
Bermúdez y Javier de Burgos) y por liberales moderados, veteranos de la época del Trienio
(Martínez de la Rosa) que habían regresado del exilio gracias a las amnistías concedidas por
el Gobierno. Estos últimos eran partidarios de combinar el antiguo modelo absolutista y los
principios liberales, liberalizar la economía y realizar sólo las reformas políticas
imprescindibles.
El texto jurídico fundamental de esta etapa fue el Estatuto Real (abril de 1834). El Estatuto
Real no era una Constitución aprobada en el Parlamento, sino una carta otorgada por la
reina regente. En la práctica, era sólo un reglamento para la convocatoria de las Cortes. Las
Cortes sólo tenían un carácter consultivo y no podían aprobar leyes, aunque sí hacer
peticiones a la reina.
Se realizaron también algunas reformas administrativas: el diseño de una división territorial
en provincias (Javier de Burgos en 1833), la liberalización del comercio, la industria y los
transportes, la libertad de prensa (aunque con censura previa) y el renacimiento de la
Milicia Nacional.
El régimen de la etapa de transición fracasó en su intento de reconciliar el absolutismo y el
liberalismo. Por un lado, los carlistas se negaron a reconocerlo. Por el otro, el ala izquierda
de los liberales (que en este momento estaban ya divididos), los progresistas, promovió un
liberalismo popular basado en las clases medias urbanas a través del movimiento de las
juntas locales (1835-1836), con el que solicitaban cambios más radicales. En numerosas
ciudades estallaron revueltas populares (matanza de frailes en Madrid, en 1834; incendio
de la fábrica textil Bonaplata en Barcelona, en 1835).
La subida de los progresistas al poder (1835-1840):
Ante el fracaso de las medidas del gobierno y acuciada por la necesidad de contar con más
apoyos para ganar la guerra contra los carlistas, la regente se vio obligada a llamar a los
progresistas que impulsaron la ruptura definitiva con el Antiguo Régimen.
La figura más representativa del período fue Juan Álvarez Mendizábal, un liberal exaltado
que ya había destacado durante el Trienio Liberal. En estos años fue ministro de Hacienda,
dentro de un gobierno moderado, y después presidente del Consejo de Ministros (183536). Su cese en el gobierno provocó un pronunciamiento militar, el de los sargentos de la
Granja de San Ildefonso (1836), donde se encontraba veraneando la reina regente.
resultó definitiva para la consolidación de los progresistas en el poder y
para la ruptura con el Antiguo Régimen, ya que obligó a la reina a reimplantar la
Constitución de 1812 que, poco después, fue sustituida por una nueva Constitución. Nació
así la Constitución de 1837, mucho más breve y, en algunos aspectos, más moderada
que la aprobada en las Cortes de Cádiz. Aunque era una Constitución progresista, intentó
dar cabida a las distintas tendencias liberales. En teoría, admitía la soberanía nacional pero
otorgaba a la Corona un poder mucho mayor que la Constitución de 1812. El monarca podía
vetar de forma definitiva las leyes que considerase no aceptables. Se mantenía la división
de poderes establecida en la Constitución de Cádiz, así como la responsabilidad de los
ministros ante el Parlamento. También aparecían recogidos los derechos individuales. En la
práctica, se creaba un régimen de soberanía compartida ya que afirmaba que la potestad
de hacer las leyes descansaba en las Cortes con el rey. Las Cortes eran bicamerales: había
una Cámara Alta o Senado, formada por los grandes propietarios. La mitad de sus
miembros era nombrada por el monarca, y la otra mitad, elegida por los votantes por
sufragio censitario. La otra cámara, la Cámara Baja o Congreso de los Diputados, estaba
formada por diputados elegidos por sufragio directo y censitario, aunque más amplio que el
del Estatuto Real (un 1,5% de la población adulta masculina). Los territorios españoles en
América no tenían derecho de representación en las Cortes.
Una de las primeras actuaciones de los progresistas en el gobierno fue la reforma
agraria liberal, que consagraba los principios de la propiedad privada y de libre
disponibilidad de la tierra. La reforma agraria liberal se llevó a cabo en 1837 a partir de tres
grandes medidas:
 La disolución del régimen señorial, ya iniciada en las Cortes de Cádiz, implicó
la pérdida de los derechos jurisdiccionales de los señores, aunque
mantuvieron la propiedad de las tierras que los campesinos no pudieron
acreditar como propias. Así, el antiguo señor se convirtió en el nuevo
propietario y muchos campesinos pasaron a la condición de arrendatarios o
jornaleros.
 La desvinculación (supresión de mayorazgos) significó el fin de los
patrimonios unidos obligatoriamente y a perpetuidad a una familia o
institución, y sus propietarios fueron libres para poder venderlos sin trabas
en el mercado.
 La desamortización había sido un elemento recurrente desde el gobierno
de Manuel Godoy (1798), como medio para conseguir recursos para el
Estado con la venta de tierras propiedad de la Iglesia y de los
ayuntamientos. En el año 1836, el presidente Mendizábal decretó la
disolución de las órdenes religiosas (excepto las dedicadas a la enseñanza y a
la asistencia hospitalaria) y estableció la incautación por parte del Estado del
patrimonio de las comunidades afectadas. Los bienes desamortizados fueron
puestos a la venta mediante subasta pública a la que podían acceder todos
los particulares interesados en su compra. Las tierras podían adquirirse en
metálico o a cambio de títulos de la deuda pública. Mendizábal pretendía así
conseguir los recursos necesarios para financiar al ejército liberal, recuperar
vales de la deuda y aminorar el grave déficit presupuestario del Estado. Al
mismo tiempo, los nuevos compradores constituirían unos sólidos apoyos
sociales comprometidos con el triunfo del liberalismo. Más a largo plazo, las
medidas deberían fomentar el desarrollo de la agricultura, al pasar la tierra a
unos propietarios más emprendedores y dispuestos a introducir mejoras en
las formas de cultivo. (se ampliará este apartado al comentar el texto sobre
el Decreto Desamortizador de Mendizábal)
Junto a la abolición del régimen señorial y a la transformación del régimen de propiedad,
una serie de medidas encaminadas al libre funcionamiento del mercado completaron la
liberalización de la economía: la abolición de los privilegios de la Mesta, la libertad de
arrendamientos agrarios y también la de precios. Por último, la abolición de los privilegios
gremiales, el reconocimiento de la libertad de industria y comercio, la eliminación de las
aduanas interiores, así como la abolición de los diezmos eclesiásticos, completaron el
marco jurídico de la implantación del liberalismo económico en España.
Los progresistas, sin embargo, tuvieron muchos problemas para consolidar su dominio
político frente a los moderados, que, con el apoyo de la reina regente, dominaron los
gobiernos entre los años 1837 y 1840. Finalmente, para recuperar el poder, los progresistas
tuvieron que recurrir al pronunciamiento militar, encabezado por el general Baldomero
Espartero.
1.2. LA REGENCIA DE ESPARTERO (1840-1843):
El general Espartero, convertido en héroe popular tras sus éxitos militares en la guerra
contra los carlistas, desplazó a la reina María Cristina como regente y respaldó a los
progresistas. Se impuso así un régimen liberal autoritario apoyado en el ejército,
especialmente en su grupo de fieles, los militares conocidos como los “ayacuchos”, así
llamados por haber participado en la última batalla de las guerras de la independencia de la
América continental. El caudillismo militar y el carácter autoritario de este Gobierno
(ejemplificado en el bombardeo de Barcelona de 1842 para sofocar una revuelta que se
había iniciado como respuesta a la aprobación de un arancel que permitía la entrada a los
tejidos de algodón ingleses) provocaron la oposición de numerosos políticos progresistas
que, en principio, habían colaborado con Espartero. El poder adquirido por éste propició
también la aparición de rivales del ejército: Juan Prim, Francisco Serrano, Ramón María
Narváez y Leopoldo O’Donnell, casi todos ellos veteranos de la Primera Guerra Carlista.
Estos militares llegaron más tarde a convertirse en primeras figuras de la política española,
imitando el ascenso de Espartero. Los gobiernos de este período retomaron las leyes de
Mendizábal que no habían podido aplicarse, como la desamortización de los bienes del
clero secular o la abolición del diezmo. Estas medidas suscitaron una fuerte oposición de la
Iglesia y del Papado. Los moderados aprovecharon la división de los progresistas para
conspirar contra el gobierno. Finalmente en 1843, Espartero abandonará la Regencia y las
Cortes adelantarán la mayoría de edad de Isabel que fue proclamada reina con 13 años.
2. LA MAYORÍA DE EDAD DE ISABEL II (1844-1868)
Durante la mayoría de edad de Isabel II, ya desmantelado el Antiguo Régimen, se procedió
a la construcción del nuevo Estado liberal en España. A diferencia de lo ocurrido durante el
período de las regencias, el protagonismo político correspondió a los moderados, que
gobernaron durante casi toda esta etapa (salvo en los años del Bienio progresista, 18541856). No obstante, pueden distinguirse en estos años varias etapas:
2.1. LA DÉCADA MODERADA (1844-1854):
En 1844, a los pocos meses de la declaración de mayoría de edad de Isabel II, fue encargado
por la reina para formar gobierno el general Narváez, líder de los moderados y protagonista
de la década. Entre los rasgos característicos de esta década destacan los siguientes:
La estabilidad política: Narváez estableció un sistema político estable pero oligárquico,
que iba a perdurar hasta 1868. El poder supremo era ejercido por un reducido grupo de
personas (menos de un 1% de la población masculina mayor de edad) que pertenecían a la
misma clase social (la burguesía y la aristocracia- el llamado bloque dominante). Sólo los
miembros de ese reducido grupo social podían votar o ser elegidos como diputados en las
elecciones, gracias a un sistema electoral basado en el sufragio censitario (sólo tenían
derecho de sufragio los que pagaban un “censo”, un impuesto anual al Estado, o los que
tenían estudios universitarios). El resto de la población (un 99% de la población), que incluía
a la pequeña burguesía urbana (artesanos y comerciantes), el proletariado industrial, el
campesinado y las mujeres, estaban excluidos de participar en el mismo. Para garantizar el
mantenimiento de ese régimen oligárquico, el Gobierno recurrió sistemáticamente a la
ayuda de los notables locales (los “caciques”) para falsear los resultados electorales y para
marginar a los progresistas del poder.
La Constitución de 1845: Fue la obra legislativa más importante de la Década
Moderada. Esta Constitución era el producto de una corriente conservadora, autoritaria y
antidemocrática del liberalismo europeo (de origen francés) conocida con el nombre de
“liberalismo doctrinario”. Benjamín Constant era su principal ideólogo en Francia. Entre
sus ideólogos más destacados en España estaban Jaime Balmes, Juan Donoso Cortés y
Antonio Cánovas del Castillo. La Constitución de 1845 reforzó los elementos más
conservadores que ya tenía la Constitución de 1837: la soberanía compartida entre las
Cortes y el Rey; unas Cortes con dos cámaras: un Senado formado por un número ilimitado
de miembros vitalicios de designación real, en su mayoría aristócratas, militares retirados y
burgueses enriquecidos, y un Congreso de diputados elegido por un sufragio censitario
muy restringido: propietarios, profesionales con estudios universitarios e intelectuales.
También acordó el establecimiento del catolicismo como religión oficial del Estado, la
limitación de la libertad de imprenta y el aumento del poder político y legislativo de la
Corona. Además en leyes posteriores se restringieron los derechos y libertades individuales
La centralización administrativa y legislativa: Se adoptaron medidas para controlar,
desde el Gobierno, la Administración provincial y local. En las provincias se creó el cargo de
gobernador civil, que normalmente era el líder de los moderados en la zona. Además, el
gobierno nombraba a los alcaldes de las ciudades más importantes y el gobernador civil, a
los del resto de municipios. Se suprimió la Milicia Nacional al considerarla un nido de
progresismo y revolución, y en su lugar se creó la Guardia Civil (1844), un cuerpo militar,
fundado por el Duque de Ahumada y encargado del orden público y de la defensa del
Estado. Otras reformas para crear un Estado nacional centralizado fueron la adopción de un
único sistema de pesos y medidas (el sistema métrico decimal); la reforma de la Hacienda
(la ley Mon-Santillán, de 1845, que creaba un sistema fiscal moderno basado, sobre todo,
en los impuestos indirectos, los llamados “consumos”, que se aplicaban a los productos de
primera necesidad); la regulación de la educación pública para todo el país (Plan Pidal, en
alusión al ministro que lo puso en marcha en 1845); y un nuevo Código Penal (1848). El
Código Civil se quedó en proyecto y no fue aprobado hasta finales de siglo.
El acercamiento a la Iglesia católica: Los moderados suspendieron la venta de bienes
nacionales, es decir, de las propiedades del clero que habían sido desamortizadas por los
progresistas. Se firmó, además, un Concordato con la Santa Sede (1851), por el cual el
Estado se comprometía a reservar una parte de su presupuesto (dotación de Culto y Clero)
para hacer frente a los gastos eclesiásticos. Con esta medida se compensaba a la Iglesia de
la pérdida de los bienes desamortizados ya subastados.
El inicio de la construcción de la red ferroviaria en España: Por la Real Orden sobre
creación de Ferrocarriles (1844), fueron construidas las primeras líneas durante la Década
Moderada: la Barcelona-Mataró y la Madrid-Aranjuez. (Se ampliará este apartado con el
comentario de texto sobre la construcción del ferrocarril)
El fin de la Década Moderada: El autoritarismo de los gobiernos moderados se fue
incrementando. En la década de 1850, la suspensión de las Cortes fue la tónica habitual. Por
esta razón, a la oposición de los carlistas (guerra de los Matiners, 2ª Guerra Carlista 184649) y de los progresistas se unió el sector izquierdista de los moderados (los llamados
“puritanos”), más respetuoso con las leyes. A todos ellos se sumó el nuevo Partido
Demócrata (1849), desgajado del ala izquierda del progresismo. Los miembros de este
partido reivindicaban un liberalismo democrático basado en el sufragio universal masculino,
unas Cortes unicamerales, la libertad religiosa y de asociación sindical, la abolición del
impuesto de consumos, la instrucción primaria gratuita y la intervención del Estado en las
relaciones laborales.
2.2. EL BIENIO PROGRESISTA (1854-1856):
La subida al poder de los progresistas en 1854 fue el resultado de un pronunciamiento
organizado por los moderados de izquierda y protagonizado por las tropas del General
O’Donnell, cuyo propósito era derribar al Gobierno. La sublevación se inició en Vicálvaro
(Madrid), por lo que este pronunciamiento se le conoce también como la Vicalvarada. El
pronunciamiento resultó inicialmente un fracaso y los insurrectos tuvieron que huir hacia el
sur peninsular. En el camino, para atraerse a los progresistas y a la población civil,
proclamaron el Manifiesto de Manzanares en la población del mismo nombre, en la
provincia de Ciudad Real, el 7 de julio de 1854. La proclama surtió efecto y la sublevación
comenzó a extenderse por las grandes ciudades, donde se formaron juntas revolucionarias.
El episodio definitivo lo protagonizaron las clases populares de Madrid, que levantaron
barricadas en las calles (17-19 de julio de 1854) en demanda de reformas sociales.
Tras estos sucesos, Isabel II encargó al general Espartero (al frente de los progresistas) la
formación de un nuevo Gobierno; O’Donnell, por su parte, se mantuvo como líder del ala
izquierda de los moderados o vicalvaristas.
En esta etapa colaboraron Espartero y O’Donnell. Durante los dos años de Gobierno
progresista no se alteraron los principios ni el funcionamiento del Estado liberal. Durante el
Bienio progresista se llevaron a cabo diversas actuaciones:
La elaboración de un proyecto de Constitución (1856): Fue llamada nonata (“no nacida”),
porque no llegó a promulgarse y a entrar en vigor. Era similar a la de 1837, ya que mantenía
el bicameralismo, aunque era electivo para las dos cámaras, y la soberanía compartida de
las Cortes con el Rey. Afirmaba también la soberanía nacional y ampliaba la lista de
derechos individuales.
La culminación del proceso desamortizador: fue promovido por el ministro de
Hacienda, Pascual Madoz, y afectó no sólo a las posesiones de la Iglesia, sino también a
las tierras y bienes de los municipios (bienes comunales) y del Estado. Se procedió a
subastar todos los bienes raíces que no pertenecieran a individuos privados. En este caso el
objetivo prioritario de esta nueva desamortización era obtener recursos para la financiación
del ferrocarril.
La reordenación económica: Se trataba de consolidar un mercado de ámbito nacional e
impulsar el crecimiento económico con la aprobación de normas como la Ley de
Ferrocarriles (1855) y las leyes bancarias de 1856, que dieron lugar a la creación del Banco
de España y de los primeros bancos privados.
Durante el Bienio progresista estallaron numerosos conflictos sociales en diversas
industrias: fueron huelgas organizadas por sociedades obreras (aún incipientes en
Barcelona y su entorno). Todas ellas culminaron en la huelga general de julio de 1855, la
más importante producida hasta entonces. A este conflicto se unieron motines de
subsistencia (en el verano de 1855, en Castilla), debido a la carestía de trigo, que fueron
duramente reprimidos.
Como consecuencia de las huelgas y de los motines de subsistencia se produjo una crisis en
el Gobierno. El general O’Donnell fue el encargado por la reina para acabar con la
resistencia armada de la Milicia Nacional (especialmente, en Madrid, en julio de 1856), que
apoyaba los motines populares. Tras estos sucesos, los progresistas dejaron de ser el sector
radical del liberalismo español; en adelante, el ala izquierda sería ocupada por los
demócratas. Era el final del Bienio Progresista.
3.3. LA ALTERNANCIA ENTRE LOS MODERADOS Y LA UNIÓN LIBERAL (1856-1868):
La preocupación principal de los gobiernos liberales en esta etapa fue restaurar el orden.
Durante algo más de una década, se produjo la alternancia en el Gobierno de dos fuerzas
políticas:
Los moderados, dirigidos por Narváez.
La Unión Liberal, un nuevo partido creado y liderado por O’Donnell, que pretendía
aglutinar a los moderados de izquierda y a los progresistas más conservadores; es decir,
intentó ser una opción de centro sin éxito. En esta fuerza política destacaron militares como
Francisco Serrano, Juan Prim y Juan Bautista Topete, o civiles como Antonio Cánovas del
Castillo. Sus miembros también fueron llamados “unionistas”.
Este período se caracterizó por un liberalismo pragmático y realista que no encontró
inicialmente una excesiva oposición por parte de las élites del país. Tres rasgos
caracterizaron la política de los gobiernos este período:
La insistencia en el progreso económico como objetivo supremo de la política. Por esta
razón se incrementaron las inversiones públicas (vinculadas en numerosas ocasiones a los
negocios particulares de muchos dirigentes políticos, como el marqués de Salamanca). En
esta época concluyó la realización de dos obras públicas de enorme relevancia: el tendido
ferroviario (1856-66) y el Canal de Isabel II (1858), que abastecería a Madrid de agua.
Una ambiciosa política exterior, de carácter intervencionista. La finalidad de esa política
exterior era restablecer el prestigio de España y restaurar su papel como potencia
internacional, siempre de acuerdo con los intereses de Francia y el Reino Unido. Además,
con esta política se fomentaba el nacionalismo en la opinión pública. La intervención militar
más importante tuvo como escenario Marruecos (1859-1860). El pretexto fue la defensa de
Ceuta y Melilla de los ataques de las tribus rifeñas. En esta guerra se distinguió el general
Prim. Tras la victoria, España consiguió el territorio de Ifni, en el sudoeste de Marruecos,
enfrente de las costas canarias, que disponía de un rico banco pesquero. España también
participó en otras aventuras militares: una expedición militar a México, en colaboración con
Francia y el Reino Unido (1861); una expedición a la península de Indochina, en
colaboración con Francia (1859); una guerra contra Perú y Chile (1864-66). Ninguna de
estas empresas reportó ventajas materiales o económicas destacables para el país.
Una política interior cada vez más autoritaria y represiva: la actuación del gobierno se
basó en los principios moderados de la Constitución de 1845; no obstante, volvió a fracasar
en el intento de lograr la alternancia pacífica en el poder de los distintos grupos liberales.
Los equipos ministeriales eran nombrados o destituidos según el favor y la confianza de la
reina y sus camarillas; para acallar a la oposición, el Gobierno clausuraba a las Cortes y
reforzaba la represión. Los grupos marginados del poder, como los progresistas y los
demócratas, recurrieron a la vía insurreccional para acabar no solo con los gobiernos sino
también contra la reina misma. Entre estos disturbios destacó la protesta estudiantil
conocida como la Noche de San Daniel (1865) o la sublevación de los sargentos del cuartel
de San Gil (en Madrid, en 1866). La represión desatada por el gobierno en esos años obligó
a esas fuerzas opositoras a organizarse en el exilio. En 1866, las distintas fuerzas de
oposición firmaron un acuerdo de actuación, el Pacto de Ostende (Bélgica). Tras la muerte
de los dos principales apoyos de la reina, O’Donnell (1867) y Narváez (1868), incluso los
militares unionistas (Prim, Serrano y Topete) se adhirieron al pacto. La recesión económica
de 1866-68, por último, aumentó el descontento general, especialmente en el ámbito
empresarial y de los negocios. Todos estos factores desencadenaron la revolución de
septiembre de 1868. “La Gloriosa”.
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