Las Fundaciones BBVA y F. Largo Caballero

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DEPARTAMENTO DE COMUNICACIÓN
Las Fundaciones BBVA y F. Largo Caballero
presentan ‘Mujer, trabajo y sociedad’, un
testimonio fotográfico y documental sobre la
evolución de la situación de la mujer en
España
 En el siglo XIX, las mujeres ingresaban en la actividad fabril entre los 9
y los 14 años y se mantenían hasta los 25 o 30 años, edad en que el
matrimonio o la llegada del primer hijo marcaban la salida
 En 1900, las alumnas que cursan el Bachiller en España son sólo 44,
repartidas a partes iguales en Madrid y Barcelona
 Las primeras elecciones en las que participaron las mujeres se
celebraron en 1933: fueron convocadas 6.716.557 mujeres de un total
de 13 millones de electores
Madrid, 15 de diciembre de 2005.- La Fundación BBVA y la Fundación F. Largo
Caballero presentan ‘Mujer trabajo y sociedad (1839-1983)’, un estudio realizado
por Luis Alberto Cabrera sobre la evolución de la situación de las mujeres
españolas hacia la igualdad de género. La obra, que arranca en 1839 –fecha de la
primera fotografía en España–, ofrece un valioso testimonio fotográfico y
documental de la incorporación de la mujer al mundo laboral y de las
subsiguientes conquistas en los ámbitos de la educación, la política y la vida
cotidiana.
Las fotografías y documentos, recuperados por el autor de numerosos archivos y
colecciones públicos y privados, son testigos de la llegada de las primeras mujeres
trabajadoras a las fábricas y, posteriormente, al sector terciario. Esta evolución de
la mujer como trabajadora trae consigo y se completa con la transformación de
roles sociales más amplios, desde la acción política al ámbito educativo.
En el libro, que sistematiza e integra una gran parte de la bibliografía sobre la
mujer en España, destacan la superación de las desigualdades políticas, jurídicas y
sociales, el asociacionismo y el movimiento feminista surgido en la lucha por
conseguir el derecho al voto. El importante papel que desempeña la fotografía en
el libro logra que el cambio y la evolución de la mujer se perciba más nítidamente
en una visión que trata de recuperar la memoria en seis etapas: hasta la I
República, desde la Restauración hasta los años veinte, la II República, la Guerra
Civil, la Dictadura y la Transición.
Las instantáneas de una sociedad agrícola y preindustrial van dando paso, a
medida que avanza el siglo XIX, a imágenes que reflejan la incorporación de las
primeras mujeres trabajadoras a las fábricas y, posteriormente, al sector terciario.
El libro y las fotografías abordan los asuntos que tienen relación con el trabajo
femenino en los diversos sectores de producción y servicios (textil, tabaquero,
calzado, agrícola, lavandería, tareas domésticas a domicilio, enseñanza, etc.).
LAS PRIMERAS OBRERAS
El trabajo de las mujeres se hace visible para la sociedad cuando salen del recinto
familiar y acceden a las fábricas, es decir de la mano de la Revolución Industrial y
de la industria fabril. A pesar de la oposición de los obreros, que estaban en
contra del trabajo femenino en las fábricas y se mostraban especialmente reacios
al ejercicio del trabajo remunerado en el caso de las mujeres casadas, el peso de
la mano de obra femenina en sectores como el textil fue tan importante que en
1839 existían en Cataluña 117.487 operarios, de los cuales 45.210 eran mujeres.
Su remuneración, sin embargo, no llegaba en la mayoría de los casos al 50 por
ciento de la de los hombres. En este sentido, el autor recoge documentos de la
época en los que se ponen en evidencia estas diferencias: mientras los
sombrereros, guanteros y zapateros tenían un jornal medio de más de 11 reales,
sus colegas femeninas no llegaban a los 4. Incluso las bordadoras en oro, un oficio
de los mejor pagados para las mujeres, recibían un jornal muy inferior al de los
hombres (8,50 frente a 14,75 reales).
El ingreso en la actividad fabril se hace muy pronto, entre 9 y 14 años,
manteniéndose la mayoría hasta los 25-30 años, cuando el matrimonio o la
llegada del primer hijo marcan la salida.
En lo relativo a los diferentes sectores productivos, la economía española era
esencialmente agraria: a principios del siglo XX la población activa femenina es de
1.382.600 (18 por ciento del total de trabajadores), de las cuales un 58 por ciento
trabajaba en la agricultura, un 19 por ciento en el servicio doméstico y un 12,4
por ciento en la agricultura. Treinta años después, la industria, con un 31,6 por
ciento, pasa a ser el sector más importante en lo que a empleo femenino se
refiere.
Con la llegada de la II República mejoraron las condiciones para todos los
trabajadores: se reconoció el derecho a asociación y sindicación y se decretó la
jornada laboral de 8 horas. Sin embargo, se mantuvieron las diferencias salariales
entre hombres y mujeres, cuyo salario medio siguió siendo menos de la mitad que
el de aquellos.
La Guerra Civil supuso una incorporación masiva de las mujeres al ámbito laboral,
donde llevaron a cabo labores decisivas en la fabricación de municiones, la
recolección de cosechas, la producción textil o el cuidado de heridos. El final de la
guerra y la instauración de la Dictadura, supusieron la prohibición del trabajo
nocturno de las mujeres, la regulación del trabajo a domicilio y la excedencia
forzosa de las mujeres casadas de sus empleos. De esta manera, en 1960 sólo el
15,2 por ciento de los trabajadores eran mujeres.
El comienzo de los años 60 marcó el proceso de liberación de la economía y , con
él, la necesidad de contar con todos los recursos humanos, lo que llevó a aprobar
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la Ley sobre Derechos Políticos, Profesionales y de Trabajo de la Mujer, que les
reconocía los mismos derechos que a los hombres para el ejercicio de toda clase
de actividades profesionales y políticas, a excepción del Ejército, la Marina
Mercante, y los trabajos penosos, peligrosos o insalubres. Las mujeres siguieron
teniendo vedados también los cargos de magistrado, juez y fiscal, salvo las
jurisdicciones de Tutelar de menores y laboral. La Ley establecía la igualdad de
salarios, hizo desaparecer la excedencia forzosa en el trabajo por razón de
matrimonio y, aunque mantenía la autorización previa del marido, el permiso se
consideraba concedido en el caso de que la mujer trabajase antes de casarse.
En esta época, la falta de cualificación continúa siendo una característica común al
empleo de la mujer en todos los sectores productivos. En la industria, por
ejemplo, las mujeres que ejercían un trabajo manual sin cualificar en 1971
suponían el 14,8 por ciento del total, cifra muy similar a la de los obreros (11 por
ciento). Las diferencias en este sentido se incrementan en función del ascenso en
la escala de responsabilidad, de forma que sólo un 9,6 por ciento de los puestos
directivos estaban ocupados por mujeres. Los salarios / hora medios de las
mujeres en la industria eran en 1963 un 80 por ciento de los masculinos y en
1971 un 75 por ciento, diferencias que, aunque se han ido reduciendo, siguen
manteniéndose en la actualidad –las mujeres ganan un 17,3 por ciento menos que
los hombres por hora trabajada, según datos recientemente publicados.
LA EDUCACIÓN DE LAS MUJERES: DEL ANALFABETISMO A LA UNIVERSIDAD
En el ámbito de la educación, la obra de la Fundación BBVA y la Fundación F.
Largo Caballero da testimonio de la generalización de la educación primaria entre
las mujeres españolas, gracias a las reformas educativas de la II República y de
las posteriores conquistas que llevan a la mujer a la Universidad y a la
investigación, aunque de forma muy minoritaria hasta bien entrado el siglo XX.
A mediados del siglo XIX la educación era, de hecho, un derecho
fundamentalmente masculino, a pesar de que la ley reconocía su carácter
universal público y gratuito desde la Constitución de Cádiz de 1812. En 1849, las
niñas sólo significaban el 23 por ciento de todos los matriculados y en 1860 el
90,4 por ciento de las mujeres eran analfabetas, porcentaje este último que se
sitúa en un 81 por ciento para el total de la población.
Recién inaugurado el siglo XX, en 1909, se amplía la obligatoriedad de la
enseñanza primaria para todos los españoles menores de 12 años y la cifra de
alumnas en las escuelas nacionales se incrementa en un 57 por ciento. Sin
embargo, las alumnas que cursan el Bachiller en 1900 son sólo 44, repartidas a
partes iguales en Madrid y Barcelona. En el total de estudiantes de grado medio,
apenas significan un 0,8 por ciento. Por lo que respecta a estudios superiores, las
mujeres se orientaban hacia el Magisterio y eran anecdóticos los casos de alumnas
matriculadas en la Universidad. En 1878 terminó la carrera la primera mujer
matriculada en la Universidad española, Elena Maseras Ribera, que tuvo que
solicitar el permiso del rey Amadeo de Saboya para realizar estudios secundarios
con la intención de acceder después a la Facultad de Medicina.
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Hasta bien entrados los años 20 la presencia de las mujeres en la Universidad es
apenas perceptible: hasta 1926 no se supera el 4 por ciento de mujeres en el total
de estudiantes. El ingreso de las mujeres en el cuerpo docente es más tardío. Las
primeras facultades en recibir profesorado femenino fueron Ciencias y Medicina, a
las que acabará superando Filosofía y Letras. Emilia Pardo Bazán fue la primera
catedrática de España, aunque su nombramiento como catedrática de Lenguas
Neolatinas de la Universidad Central en 1916 provocó una fuerte oposición en el
mundo universitario que le llevó a abandonar las clases por falta de alumnos.
REFORMA DEL SISTEMA EDUCATIVO
Tras la instauración de la II República, la obra documenta cómo los primeros
gobiernos llevaron a cabo un intenso proceso de reforma del sistema educativo,
con el propósito de resolver los graves problemas estructurales que se arrastraban
desde el siglo XIX, entre los que destacan las tasas de analfabetismo, que en 1931
alcanzaban al 40 por ciento de la población. La República se propuso reducir el
déficit de escuelas con la creación de 27.000 nuevas escuelas primarias. Además,
se profesionalizó el magisterio, se estableció la escuela unificada, el neutralismo
religioso, el bilingüismo, la coeducación, la descentralización administrativa y la
autonomía universitaria. En lo que se refiere a la enseñanza media, la presencia
femenina, aunque siguió siendo reducida, aumentó considerablemente, pasando
las mujeres matriculadas en institutos de bachillerato de un 14 por ciento en el
curso 1930-31 a un 31 por ciento en el año académico 1935-36.
Esta generalización de la educación prosiguió su avance, pese a los cambios en los
planes de estudios y en la concepción de la educación, en los años posteriores a la
Guerra Civil, de forma que hacia 1960 el número de chicos y chicas en el ámbito
de la educación primaria es ya prácticamente igual. Sin embargo, los porcentajes
de mujeres van decreciendo en los niveles superiores de la formación: las únicas
áreas de la educación superior en las que las mujeres son más numerosas que los
hombres son las Escuelas de Magisterio, la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios
Artísticos, la Escuela de Arte Dramático y el Conservatorio de Música y
Declamación. En la Universidad son mayoría solamente en Farmacia y Filosofía y
Letras. La progresiva incorporación de la mujer a la Universidad, también se hizo
notar en las filas del profesorado, siendo durante este período, concretamente en
1953, cuando la primera mujer española alcanza una cátedra universitaria por
oposición.
Tras el fallecimiento de Franco, la Constitución de 1978 apuesta por una escuela
democrática, basada en la formación integral de la persona y en el respeto de los
derechos y deberes fundamentales del individuo, y proclama la obligatoriedad y
gratuidad de la enseñanza básica, abriéndose un período en el que se produce la
plena incorporación de la mujer a los ámbitos de la educación y de la
investigación.
LA PARTICIPACIÓN DE LA MUJER EN LA VIDA PÚBLICA
En el terreno político, la obra es testigo del surgimiento del asociacionismo obrero,
el reconocimiento del derecho de voto a las mujeres, los movimientos sociales
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femeninos durante la dictadura franquista y la plena integración de las mujeres en
la vida política con la llegada de la democracia.
La incorporación de las mujeres al trabajo extradoméstico a finales del siglo trajo
consigo una participación cada vez más importante en el incipiente movimiento
obrero. En 1870 la sección madrileña de la Asociación Internacional de
Trabajadores aprueba la constitución de una sección de obreras por primera vez
en la historia del movimiento obrero. Esta presencia organizada de las
trabajadoras se completará –como subraya el autor– con movimientos
espontáneos de mujeres ante la escasez de artículos de primera necesidad en
forma de motines, huelgas y manifestaciones de protesta en todo el país.
En la sociedad del siglo XIX, y a pesar de estos incipientes movimientos obreros,
el campo de acción de la mujer se reducía a lo privado, ya que con el matrimonio
reducían su papel al de esposas y madres y adoptaban una posición de
subordinación respecto al hombre. Las mujeres casadas no disponían de
autonomía personal o laboral ni de independencia económica, ya que la ley no
reconocía a las trabajadoras casadas la capacidad necesaria para controlar su
propio salario, que debía ser controlado por el marido. El Código Penal de 1870
llegó a establecer que la desobediencia o insulto de palabra bastaban para que
una mujer fuera encarcelada.
Las leyes políticas tampoco reconocían a la mujer derecho alguno, ya que el
sufragio universal y los derechos políticos concedidos por la Constitución de 1869
eran patrimonio exclusivo de los varones mayores de 25 años. De esta manera,
tal y como destaca el autor, la mujer no tiene entidad jurídica y sus derechos
quedan anulados o sometidos al principio de autoridad del hombre.
La mujer soltera, mayor de edad o viuda, podía realizar en varios aspectos los
mismos actos jurídicos que el hombre, aunque no se le reconocía el derecho, entre
otras cuestiones, a ser testigo en los testamentos salvo en casos de epidemia,
abandonar la casa paterna sin licencia del padre, votar, ser diputado, senador,
juez o funcionario ni ejercer la tutela, a no ser que no hubiese varón en igual
grado de parentela.
Sin embargo, hasta la llegada a finales de siglo de Teresa Claramunt, obrera textil
de Sabadell, no aparece una reivindicación clara de los derechos de la mujer. Ella
formuló por primera vez en los medios anarquistas españoles la propuesta de que
era la misma mujer quien debía asumir su emancipación, idea que más adelante
se generalizó en asociaciones y sindicatos. En España no existió un movimiento
feminista hasta el primer tercio del siglo XX y –en opinión del autor– será un
feminismo en el que las ideologías políticas tendrán un peso notable, mientras que
serán más débiles las organizaciones feministas independientes.
En la obra se destaca que fue la dictadura de Primo de Rivera la que concedió los
primeros derechos políticos a las mujeres, otorgándoles en 1924 el voto y el
derecho a ocupar cargos en el gobierno municipal. Sin embargo, sólo podían votar
las emancipadas mayores de 23 años, excluyendo a las casadas y las prostitutas.
Tras el final de la dictadura y la interrupción de los derechos electorales de la
mujer durante el reinado de Alfonso XIII, la mujer conquista en la II República el
derecho a votar en igualdad de condiciones que el hombre, que queda establecido
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en la Constitución aprobada el 9 de diciembre de 1931. Las primeras elecciones en
las que participaron las mujeres se celebraron en 1933: fueron convocadas
6.716.557 mujeres de un total de 13 millones de electores.
La II República significó para las mujeres un período de conquistas tanto en el
terreno político –además del derecho al voto, se reconoció su condición de
elegibles para el Congreso de los Diputados–, como en el social, en el que destaca
la Ley del Divorcio aprobada en 1932. Las sucesivas reformas de los Códigos Civil
y Penal permitieron a las mujeres ser testigos en testamentos y matrimonios
civiles, tutoras de menores e incapacitados, conservar su nacionalidad si el marido
tenía otra, compartir con el marido los bienes conyugales y la patria potestad de
los hijos o tener contratos de trabajo sin cláusulas de despido por matrimonio,
entre otras muchas medidas.
Durante la dictadura del general Franco, la mujer vuelve a la privacidad y a la
subordinación al varón y pierde las parcelas de libertad conquistadas durante la II
República. La ideología del nuevo estado surgido de la Guerra Civil desaconsejaba
la participación política de la mujer, especialmente si estaba casada, aunque no
prohibía explícitamente dicha participación. Se restableció además el Código Civil
de 1889 y la legislación se encaminó a la vuelta a una vida familiar tradicional. Tal
y como recoge el autor, la mujer casada no podía trabajar sin consentimiento de
su marido, abrir una cuenta bancaria, disponer de los ingresos de su trabajo,
administrar sus bienes, sacar un pasaporte o ser cabeza de familia. Se prohibía
además el matrimonio civil, la contracepción y el divorcio.
Como en los aspectos laborales y educativos, la llegada de la democracia supuso
un profundo cambio en el reconocimiento de los derechos y libertades de las
españolas y un giro radical en la igualación de sexos. Las primeras campañas
llevadas a cabo por los movimientos feministas durante la democracia tuvieron
como protagonistas diferentes reivindicaciones sobre el derecho a la educación, al
trabajo y contra las agresiones sexuales.
La obra califica esta lucha como antesala de la plena igualdad de género, que se
vería reflejada en la reforma del Código Civil de 1975. La nueva ley, que modifica
57 artículos relacionados con la capacidad de la mujer casada, parte del principio
de que el matrimonio no implica restricciones en la capacidad de obrar de los
cónyuges, y elimina los preceptos que imponían licencia marital para los actos y
contratos de la mujer casada y los vestigios de la autoridad del marido, que deja
de ostentar la representación de la mujer.
Sin embargo, la emancipación de la mujer no se completa hasta 1981 con la
promulgación de la ley que reforma el Código Civil en materia de filiación, patria
potestad y régimen económico, lo que significa el reconocimiento de la igualdad
de la mujer casada tanto en la administración y disposición de los bienes
gananciales, como en el ejercicio de la patria potestad de los hijos. La ley de
divorcio también se aprobó en 1981, y en 1983 se instauró el Instituto de la
Mujer, órgano encargado de velar por la igualdad entre hombres y mujeres.
Si desea más información, puede ponerse en contacto con el Departamento de
6
Comunicación de la Fundación BBVA (91 537 66 15 y 94 487 46 27)
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