Se termina la partida en el Medio Oriente

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Se termina la partida en el Medio Oriente
Thierry Meyssan :: 18/02/2012
Los medios occidentales siguen divulgando
servilmente las acusaciones que profiere la rama
siria de la Hermandad Musulmana (Observatorio
Sirio de los Derechos Humanos)
Hace 11 meses que las potencias occidentales y las monarquías del Golfo se empeñan en
desestabilizar la nación siria. Varios miles de mercenarios han sido infiltrados en el país. Reclutados
por Arabia Saudita y Qatar en los medios extremistas sunnitas, estos elementos armados llegaron a
Siria para derrocar al «usurpador alauita» Bachar al-Assad e imponer una dictadura de inspiración
wahhabita. Cuentan con el más moderno equipamiento militar, incluyendo equipos de visión
nocturna, centrales de comunicación y robots para el combate urbano. El apoyo encubierto que les
proporcionan las potencias de la OTAN les garantiza además acceso a datos indispensables en
materia de inteligencia militar, como imágenes satelitales de los desplazamientos de las tropas sirias
e intercepciones de las comunicaciones telefónicas. Esta operación se presenta al público occidental
de forma tendenciosa, como si se tratara de una revolución política ahogada en sangre por una
implacable dictadura. Pero no todos se creen esa mentira. La rechazan Rusia, China y los países
latinoamericanos miembros del ALBA [Alternativa Bolivariana para las Américas. Nota del
Traductor.]. Y es que las experiencias históricas de estos países les han permitido comprender clara
y rápidamente el trasfondo de la operación montada contra Siria. Los rusos recuerdan lo sucedido
en Chechenia, los chinos no olvidan los acontecimientos de Xinjiang y los latinoamericanos tienen
muy presente las guerras sucias contra Cuba y Nicaragua. En todos esos casos, más allá de las
apariencias ideológicas o religiosos, la CIA recurrió a los mismos métodos de desestabilización. Lo
que más sorprendente resulta en esta situación es ver cómo los medios de prensa occidentales se
autoconvencen de que los salafistas, los wahhabitas y los elementos armados de Al-Qaeda son
individuos amantes de la democracia, a pesar de que siguen utilizando los canales de televisión vía
satélite de Qatar y Arabia Saudita para lanzar constantes llamados a degollar a los herejes alauitas y
a los observadores de la Liga Árabe. No importa que Abdelhakim Belhaj (número 2 en la jerarquía de
Al-Qaeda desde la muerte oficialmente proclamada de Osama ben Laden) llame a desencadenar la
yihad en Siria. La prensa occidental sigue tratando de imponer su romántica versión de la supuesta
revolución liberal. Lo más ridículo es oír como, al hacerse eco de los informes del Observatorio Sirio
de los Derechos Humanos sobre los crímenes del régimen y sus víctimas, los medios occidentales
siguen divulgando servilmente las acusaciones cotidianas que profiere la rama siria de la
Hermandad Musulmana. ¿Desde cuándo esa hermandad de golpistas se interesa por la defensa de
los derechos humanos? Sólo bastó que los servicios secretos occidentales sacaran del sombrero un
títere llamado «Consejo Nacional Sirio», con un sociólogo de la parisina universidad de la Sorbona
como presidente y con una portavoz que no es más que la amante de un ex jefe de la DGSE
[Dirección General de la Seguridad Exterior, la agencia de inteligencia de Francia. NdT.], para
convertir a los «terroristas» en «demócratas». Como por arte de magia, la mentira se convierte así
en una verdad mediática. Las personas secuestradas, mutiladas y asesinadas por la Legión
Wahhabita se convierten, por obra y gracia de la prensa, en víctimas del tirano, mientras que los
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jóvenes sirios de todas las confesiones que sirven en el ejército nacional para defender su país de la
agresión sectaria son presentados como soldados alauitas que oprimen a su propio pueblo. La
desestabilización de Siria por parte de fuerzas extranjeras se convirtió a su vez en un episodio de la
llamada «primavera árabe». El emir de Qatar y el rey de Arabia Saudita, dos monarcas absolutistas
que nunca han organizado elecciones en sus propios países y que no vacilan en encarcelar a todo el
que protesta contra sus regímenes, se convirtieron a su vez en defensores de la revolución y de la
democracia. Francia, el Reino Unido y Estados Unidos, países que acaban de asesinar a 160 000
libios en violación del mandato que el Consejo de Seguridad de la ONU les había otorgado, se
transformaron por su parte en filántropos protectores de la población civil, etc., etc., etc. El doble
veto ruso y chino del 4 de febrero de 2012 representa el fin de la guerra de baja intensidad que la
prensa occidental y la del Golfo habían venido enmascarando con su campaña mediática. La OTAN y
sus aliados han recibido una clara advertencia de que deben cesar las hostilidades y retirarse si no
quieren tener que asumir una verdadera guerra de carácter regional, o incluso mundial. El 7 de
febrero llegó a Damasco una importante delegación rusa que incluía entre sus miembros a los más
altos responsables de la inteligencia rusa, delegación que recibió una cálida acogida dispensada por
una multitud entusiasta, segura de que el regreso de Rusia a la escena internacional significa el fin
de la pesadilla. La capital siria y Alepo –la segunda ciudad sirie en importancia– se vistieron de
blanco, azul y rojo y sus habitantes desfilaron por las calles portando banderolas en ruso. En el
palacio presidencial, la delegación rusa se reunió con las de otros países, esencialmente de Turquía,
Irán y Líbano. Se procedió entonces a la conclusión de una serie de acuerdos con vistas al
restablecimiento de la paz. Siria aceptó proceder a la entrega de 49 instructores militares que
habían sido hechos prisioneros por el ejército nacional. Turquía intercedió para lograr la liberación
de los ingenieros y los peregrinos iraníes secuestrados, incluyendo a los que se encontraban en
manos de los franceses (y de paso fue eliminado el teniente Tlass, quien mantenía secuestrados a los
ingenieros iraníes por cuenta de la DGSE). Turquía puso fin a toda forma de apoyo al «Ejército Sirio
Libre», cerró sus instalaciones en suelo turco (con excepción de la que se encuentra en la base que
posee la OTAN en Incirlik) y entregó a su jefe, el coronel Rifat al-Assad. En su papel de garante de la
aplicación de dichos acuerdos, Rusia fue autorizada a reactivar la antigua base soviética de
intercepción del monte Qassium. Al día siguiente, el Departamento de Estado estadounidense
informó a la oposición siria en el exilio que no debe contar en lo adelante con la ayuda militar de
Estados Unidos. Al darse cuenta de que han traicionado a su país sin obtener nada a cambio, los
miembros del Consejo Nacional Sirio se han lanzado ahora a la búsqueda de nuevos padrinos. Uno
de ellos llegó incluso a escribirle a Benjamin Netanyahu pidiéndole que invada Siria. Al cabo de un
periodo de 2 días, plazo imprescindible para la aplicación de estos acuerdos, el ejército nacional de
Siria se lanzó al asalto de las bases de la Legión Wahhabita. En el norte del Líbano, cuyo ejército
también emprendió una ofensiva contra la Legión Wahhabita, un gigantesco arsenal fue confiscado
en la región libanesa de Trípoli y 4 oficiales occidentales fueron hechos prisioneros, en la zona de
Akkar, en una antigua escuela de la UNRWA convertida en cuartel general militar. En Siria, el
general Assef Chawkat dirigió personalmente las operaciones. Al menos 1 500 elementos armados
han sido capturados, entre ellos un coronel del servicio técnico de la DGSE, y más de mil personas
resultaron muertas. No ha sido posible determinar, por el momento, cuántas de las víctimas
mortales son mercenarios extranjeros, sirios que colaboraban con las fuerzas extranjeras o civiles
atrapados en una ciudad en guerra. Líbano y Siria han restablecido su soberanía en sus territorios
nacionales. Algunos intelectuales polemizan ahora sobre si Vladimir Putin ha cometido un error al
proteger a Siria arriesgándose a tener que enfrentar una crisis diplomática con Estados Unidos. Se
trata de una cuestión mal planteada. Al reconstruir su potencial a lo largo de todos estos años y
consolidar ahora su posición en la escena internacional, Moscú pone fin a dos décadas de un orden
mundial unipolar que permitía a Washington seguir extendiendo su propia hegemonía hasta alcanzar
una dominación global. La alternativa planteada no era aliarse a la pequeña Siria o aliarse al
poderoso Estados Unidos, sino permitir que la primera potencia mundial procediera a la destrucción
de un Estado más o modificar la correlación de fuerzas y crear un orden internacional más justo en
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el que Rusia podrá desempeñar un papel. Red Voltaire
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