MINDFULNESS Y PSICOANÁLISIS Publicado en: "Neurociencias y psicoanálisis aplicado". Ed. Juan Manuel Jimenez García. Gijón, 2014. ISBN: 978-84-617-1629-6. pgs.: 85-112. Autor y ponente: Manuel Martínez García de Castro Hospital de día de Salud Mental Axarquía (Vélez Málaga). Servicio Andaluz de Salud. C/ Bécquer, 9, La Cala del Moral, 29720 Málaga. [email protected] 670 24 18 05 Resumen: Es antiguo el interés del psicoanálisis por el budismo. Mindfulness es un una aplicación de conceptos y técnicas de meditación budistas a la medicina y la salud mental de Occidente. Después de describir la teoría y práctica mindfulness, este trabajo propone su estudio psicoanalítico y las posibles combinaciones clínicas de mindfulness y psicoanálisis. El análisis metapsicológico se desarrolla a través de dos planteamientos que se consideran complementarios: la meditación como regresión terapéutica tomando como referencia al narcisismo primario, y el modelo del desinvestimiento narcisista de los objetos y del self como representación. El primero supone un cambio estructural en el aparato mental a través del cual el sujeto tiene la experiencia consciente de unidad con otras personas y con el mundo; el segundo el self como representación va quedando relativizado, desinvestido y va cobrando importancia un self como sujeto de la experiencia. Pero ambos son perspectivas del mismo proceso. Las combinaciones se estudian, en primer lugar, a través de las similitudes metodológicas como la atención mindfulness con la atención libre flotante del terapeuta y la asociación libre del paciente. Posteriormente se aborda la gran diferencia: la relación terapéutica, que también puede verse favorecida por la meditación, tanto en su aspecto preverbal e inconsciente como en el análisis de la transferencia. Se plantean diversos aspectos complementarios de ambas disciplinas tales como la aportación de materiales cognitivos y emocionales de uno a otro espacio, el trabajo con emociones a través de mindfulness y la prevención de riesgos para la meditación. Por último se proponen distintos formatos clínicos de combinación. Palabras Clave: Mindfulness, psicoanálisis, meditación, psicoterapia 1 INTRODUCCIÓN Mindfulness es una aplicación de conceptos y técnicas de meditación budistas a la medicina y la salud mental de Occidente. En castellano se traduce por “atención plena” pero se va utilizando más el término en inglés. El psicoanálisis se ha interesado por el budismo desde trabajos tan antiguos como el de Alexander de 1931, que luego comentaré, o las aportaciones de Jung, aunque éstas están influenciadas por una diversidad de corrientes filosóficas orientales y occidentales y, probablemente, no son representativas de una interrelación clara de ambas disciplinas. En la década de los cincuenta y sesenta del siglo XX aparecen trabajos como el famoso “psicoanálisis y budismo zen” de Suzuki y From que supone un acercamiento y descubrimiento pero, quizá, no una integración teórica y técnica como la que se está intentando, en opinión de Pulido (2011), desde los años ochenta del siglo pasado hasta la actualidad con autores como Safran, Molino, Epstein o Varela, este último desde una visión científica e integradora aunque no psicoanalítica sensu estricto. El fenómeno Mindfulness, iniciado por John Kabat-Zinn en 1979 como un programa de reducción de estrés aplicado a enfermedades somáticas, ha sido acogido por la evidencia científica y se ha extendido rápidamente por la psicología, sobre todo de orientación cognitiva-conductual, siendo la base de las llamadas terapias de tercera generación. Otro campo donde más recientemente está creciendo su influencia de forma exponencial es el de la educación. Sin embargo, hay relativamente pocos trabajos que relacionen mindfulness y psicoanálisis, al menos al hacer búsquedas en bases de datos con estas palabras clave. Parece que el psicoanálisis se entendiera mejor con una filosofía milenaria como el budismo que con una simplificación de la misma que se ha occidentalizado en forma de técnicas. No obstante, creo que la gran virtud de este constructo que es mindfulness o atención plena es justamente la de seleccionar algunas ideas fundamentales del budismo y algunas de sus técnicas de meditación para construir un instrumento simple y eficaz aplicable a diversos ámbitos en el mundo occidental. Y me parece que también la práctica psicoanalítica puede beneficiarse de esta aportación. La intención del presente trabajo es reflexionar sobre mindfulness desde la perspectiva psicodinámica en esta doble dirección: intentando un análisis metapsicológico de la práctica mindfulness y apuntando posibles aplicaciones clínicas de la misma en el terreno de la psicoterapia dinámica. ¿QUÉ ES MINFULNESS? Definiciones Jon Kabath-Zinn (2009) define Mindfulness como: “prestar atención de una manera especial: intencionalmente, en el momento presente y sin juzgar”. Vicente Simón (2011) recoge varias definiciones entre ellas la de Gay Armstrong: “saber lo que estás experimentando mientras lo estás experimentando”, y la suya propia: “la capacidad humana universal y básica que consiste en la posibilidad de ser conscientes de los contenidos de la mente momento a momento”. De estas y otras muchas definiciones pueden aislarse dos 2 componentes esenciales en el concepto que nos ocupa: 1) la atención en el momento presente a la experiencia, es decir a los contenidos de la mente, 2) la actitud con la se observa: no juicio, aceptación, apertura, amabilidad. La experiencia de un sujeto se procesa a través de su mente, la consigna mindfulness es la observación de los contenidos mentales. Tales contenidos se concretan en: percepciones corporales (de los cinco sentidos exteriores y las interoceptivas) y los contenidos psíquicos: emociones y pensamientos (verbales e imágenes). La atención a los contenidos mentales hace parar la continua cadena asociativa de ideas y propicia el estado de consciencia que Simón, entre otros, llama Presencia. El habitual soliloquio mental se centra en el pasado o el futuro y constituye un pensamiento no productivo sino más bien compulsivo. El sentido evolutivo de esta actividad pensante, comenta Simón (2011), es contribuir al incremento de las posibilidades de supervivencia al pensar en las pérdidas del pasado y en los peligros y posibilidades futuras; pero el uso de esa cualidad se ha desbordado y es más productora de ansiedad y otras psicopatologías que resolutiva de problemas. La “presencia” significa la actitud mindfulness en la vida diaria, es decir, el intento de una continua atención al momento presente con la actitud propia cuyas características se han descrito como sigue. Jon Kabath-Zinn (2004) describe distintos elementos de la actitud que forma parte de la práctica mindfulness: no juicio (no valorar), paciencia, mente de principiante (apertura), confianza, no afanarse (no aferrarse a las expectativas), aceptación, ceder (desapego), compromiso (autodisciplina). Autores posteriores como Siegel (2012) añaden o explicitan otros elementos relacionados con el concepto de la compasión budista: el amor, la amabilidad hacia lo que se observa. Kutz y cols. (1987) describen las consecuencias de la atención a la experiencia con esta actitud: “se manifiestan en principio por una conciencia perceptiva intensificada. Los objetos y su representación mental aparecen más vívidos y hay mayor conciencia de sus cualidades primarias como la forma y el color. Un objeto es visto más como lo que es que por la función que representa. Los objetos adquieren una cualidad de experiencia primaria, como si fueran experimentados por primera vez, lo que conlleva una significación original difícilmente comunicable en palabras”. La compasión es la emoción por el sufrimiento de alguien y el deseo de aliviarlo. En la milenaria tradición budista existen meditaciones llamadas de bondad amorosa que tienen la finalidad de estimular la compasión hacia los otros y hacia uno mismo pero, curiosamente, no han llegado a occidente sino mucho después las que sirven de base a mindfulness (concentración y visión cabal) que ahora comentaré, probablemente porque son conceptualmente muy diferentes aunque puedan ser complementarias. Fue Salzberg (citado por Germer y Simón, 2011) quien introdujo la meditación de la bondad amorosa en occidente en los años ochenta del siglo XX incorporándola a las prácticas mindfulness. La emoción compasiva dirigida a otras personas o a uno mismo (autocompasión) se incorpora, por tanto, a las prácticas de atención plena como un aspecto de la actitud meditativa pero también como técnicas específicas de meditación que se vienen llamando en los últimos años “generativas” para designar su carácter de inductor emocional a diferencia de las que se basan en la concentración y en la observación de campo abierto a las que se las designa como “contemplativas”. Técnicas La concentración mental, la observación atenta de sí mismo, son el núcleo de la enseñanza budista. Básicamente hay dos grandes grupos de técnicas o modalidades de meditación en el budismo: samatha y vipassana. En la primera se persigue el máximo grado 3 de concentración de la atención en un solo objeto. Con vipassana o “visión cabal” el meditador pretende observar atentamente todos los fenómenos sensoriales y procesos mentales que se le van presentando. Samatha lleva a la concentración y a la calma, vipassana es la comprensión, en algunas traducciones inglesas se le llama “meditación de insight”, quizá en un sentido no demasiado distinto del que se utiliza el término en psicoterapia dinámica. De todas maneras ambos tipos de meditación están íntimamente unidos y resultan inseparables en la práctica porque son dos aspectos de la misma aunque hay ejercicios mindfulnes que hacen más hincapié en uno u otro de ellos. La concentración y la conciencia de campo abierto son dos habilidades mindfulness y se considera a la compasión la tercera habilidad (Germer y Simón, 2011). Sobre esta base, se diseñan en mindfulness distintos ejercicios y las mencionadas técnicas generativas centradas en la compasión. A mi juicio, y desde un punto de vista psicoterapéutico, las distintas técnicas o ejercicios de meditación que se practican bajo el título de mindfulness pueden agruparse en tres bloques de distintas significación terapéutica: 1) Meditaciones basadas en la observación de percepciones y sensaciones corporales. Incluyen las meditaciones budistas más conocidas en occidente tanto de concentración como de campo abierto: observación de la respiración, de las sensaciones corporales; y variantes de éstas: observación del sonido, del gusto, meditación caminando con observación de las sensaciones que acompañan la deambulación; y combinación de varias de ellas como la observación de todos los fenómenos percibidos en el momento presente. Este grupo, sobre todo las dos primeras, constituye la base de todos los ejercicios de meditación, lo que se llama “el anclaje” para abordar cualquier otro. 2) Meditaciones basadas en la inducción de compasión hacia otros y hacía uno mismo (autocompasión). Utilizan la visualización o la repetición de frases para vivenciar un estado de ánimo compasivo. Tienen de por sí una finalidad de autocuidado o de apoyo a uno mismo pero, en un contexto psicoterapéutico más amplio, sirven de instrumento para otros ejercicios del tercer grupo. 3) Meditaciones basadas en la observación de los contenidos psíquicos. Este bloque, cuyas prácticas incluyen las de los grupos anteriores, me parece el que constituye una herramienta terapéutica de aplicación en técnicas de psicoterapias introspectivas como el psicoanálisis. Así la observación de la cadena de pensamientos espontáneos a modo de asociación libre pero con la distancia de la actitud mindfulness: no juicio, aceptación, apertura, desapego, compasión. O la observación de las emociones tras recordar y revivir en el espacio interno una situación dolorosa. También incluiría en este grupo la llamada “meditación centrante” en la que se procura, con la utilización de técnicas del primer grupo, espacios mentales para facilitar que surja algo nuevo, diríamos en psicoanálisis: que un material preconsciente o inconsciente pase al plano consciente. 4) Un cuarto tipo puede considerarse la llamada práctica informal a modo de meditaciones muy cortas a lo largo del día y la atención y actitud mindfulness mantenida en la actividad cotidiana, lo que enlaza con la filosofía (o ideología) mindfulness. Filosofía mindfulness, filosofía budista Mindfulness se considera el corazón de la meditación budista (Nyanaponika Thera, citado por Simón y Germer, 2011), y la meditación en el budismo tiene el objetivo de obtener la sabiduría y así liberarse del sufrimiento. La meditación y la sabiduría junto con la virtud (en la palabra, en la conducta y en el sustento), constituyen los tres elementos del Camino 4 Medio que Buda propone para salir del sufrimiento. La sabiduría en el contexto budista es la superación de la ignorancia, darse cuenta de las tres características que tiene todo lo que llamamos existencia: impermanencia, no-entidad y sufrimiento. Todo lo que llamamos mundo es un conjunto innumerable de procesos que fluyen y se condicionan mutuamente por relaciones de causa y efecto. Nada permanece, todo va cambiando y por tanto nada tiene una esencia o identidad intrínseca. El sufrimiento es consecuencia de lo anterior: la incorrecta percepción de lo impermanente como permanente es la raíz del apego, del deseo y del sufrimiento consecuente. Incluido en el darse cuenta de la impermanencia e insustancialidad de la existencia se encuentra la relatividad del yo, lo que en la filosofía budista se ha llamado el “no yo” y que en mindfulness se describe con un concepto de gran trascendencia que podría interpretarse como la vertiente psicológica de esta toma de consciencia: la desidentificación. Cuando observamos los contenidos de la conciencia, dice V. Simón (2011), nos damos cuenta de que existe por una parte lo observado y por otra el observador, y añade que quizá lo más característico del observador es que él mismo no puede ser observado, sólo se le puede vivir o experimentar pero no estudiar ni escudriñar. Habitualmente el yo se considera a sí mismo idéntico a los contenidos de conciencia, existe una identificación con los objetos de la experiencia: “yo soy mis pensamientos, mis emociones, mis sensaciones corporales, mis percepciones”. Y el objeto de identificación más importante es, sin duda, nuestro propio “ego”, o sea la imagen mental de nosotros mismos, cabría decir el self en psicoanálisis. La práctica de mindfulness va rompiendo esta identificación; la conciencia va dándose cuenta de que ella es diferente a sus contenidos, tenemos la experiencia pero no somos la experiencia. A este proceso se le llama “desidentificación” y en la mayoría de los casos supone una liberación pero también una ruptura dolorosa ya que va a suponer una separación del propio ego, una suerte de pérdida narcisista, traduciríamos en el lenguaje psicoanalítico, como intentaré explicar más adelante. El objetivo de la meditación y de Mindfulness es desarrollar la desidentificación. El budismo plantea este camino de insight que estamos llamando sabiduría y desidentificación como un método para salir del sufrimiento. El origen del sufrimiento es el deseo entendido como apego, es decir, la resistencia a separarse de los objetos con los que el yo (el self) se halla identificado. En términos psicoanalíticos, estaríamos hablando de objetos con los que se mantiene un vínculo narcisista o del propio self como objeto interno investido de narcisismo. La doctrina del buda afirma que el desapego va llevando progresivamente a la disolución del ego (el self) como entidad esencialmente ilusoria, lo que supone una liberación del sufrimiento y, en última instancia, alcanzar el nirvana. Las neurociencias Para terminar este resumen descriptivo de mindfulness me referiré brevemente a su vertiente neurobiológica. El auge de mindfulness y de las técnicas de investigación neurobiológicas en los últimos años, ha determinado una profusión de estudios sobre los efectos que esta práctica tiene desde la perspectiva de las neurociencias. Valga como muestra el artículo de Vicente Simón (2007), que revisa este tema concluyendo que mindfulness activa y fortalece diversas regiones cerebrales (especialmente la corteza prefrontal) encargadas de los procesos de integración más específicamente humanos, lo que incluye circuitos relacionados con la percepción (con apertura a la novedad), la afectividad (positiva, aproximación), la empatía (facilitadora) e incluso la inmunidad. Además estos cambios no se detectan sólo en estados de meditación sino en estados de conciencia ordinaria como señalan Desbordes y cols. (2012) en una investigación sobre los efectos de la práctica de mindfulness 5 y compasión en la respuesta de la amígdala cuyos cambios, tras el entrenamiento, persistían en un estado mental ordinario, no meditativo. METAPSICOLOGÍA DE MINDFULNESS Planteamiento Un número considerable de psicoanalistas se han interesado por el budismo desde fechas incluso anteriores a la publicación de “El malestar en la cultura”, como el artículo de Joseph Thompsom “La psicología del budismo primitivo” (1924) en que el autor señala algunas afinidades entre psicoanálisis y budismo. Pero son muy pocos los estudios psicoanalíticos sobre los estados meditativos de la práctica budista (Epstein, 1990) y por ende los que se refieren a mindfulness entendido como una práctica de meditación que tiene su base en el budismo pero que se desarrolla en un contexto laico y cuya finalidad es terapéutica. Carlos Domínguez (1991) explica que la hermenéutica freudiana de la religión se centra en dos grandes polos: uno la repetición del drama edípico y la ambivalencia frente al padre, que es el predilecto de Freud; el otro es el que ve en la religión una ilusión protectora al modo de realización de deseos (El porvenir de una ilusión; El malestar en la cultura). El primer esquema parece más aplicable a las grandes religiones monoteístas, que se estructuran en un nivel triádico y en torno a la ambivalencia afectiva y al sentimiento de culpa, como señala Freud repetidas veces (Tótem y tabú, Moisés y la religión monoteísta). En el segundo esquema Freud presenta la religión como una ilusión que ofrece la superación de la muerte y el sufrimiento y este acercamiento encaja más en los planteamientos budistas. En “El malestar en la cultura” (1930) afirma Freud que el desamparo infantil y la nostalgia consecuente por el padre son la fuente de las necesidades religiosas. En este contexto, el “sentimiento oceánico” (concepto extraído de la mística hindú y ofrecido a Freud por Romain Rolland) es descrito como sensación de eternidad, de indisoluble unión a la totalidad del mundo exterior. Tal sentimiento, dice Freud, podría tender al restablecimiento del narcisismo ilimitado. Epstein (1990) critica el hecho de que, con pocas excepciones, durante toda la historia del psicoanálisis la meditación ha seguido considerándose al modo descrito por Freud y cita distintos autores que se refieren a los estados meditativos como “unión simbiótica y preverbal con la madre”, “fusión y simbiosis prenatal o inmediatamente postnatal”, “regresión a las formas más acríticas y rudimentarias de narcisismo”. Epstein pone en relación estas interpretaciones con el desconocimiento de los psicoanalistas de los verdaderos objetivos de la meditación budista. Como señalé antes, existen dos grandes tipos de meditación budista clásica: samatha y vipassana; en la primera se trabaja la concentración en un objeto de atención, en la segunda el meditador toma conciencia, instante tras instante, de los objetos continuamente cambiantes de la percepción. Las técnicas de concentración, dice Epstein, aunque son introductorias de las otras, también pueden desarrollarse hasta el punto del trance o la absorción provocando estados de relajación profunda cercanos a la inducción hipnótica y a lo Freud denominó “sentimiento oceánico”. Pero lo verdaderamente característico de la meditación budista es la “atención plena” (vipassana), la única que alienta la comprensión psicólogica de la naturaleza del yo que todavía no ha sido investigada psicodinámicamente, añade Epstein. Por eso este autor, como me referiré más adelante, desarrolla su análisis sobre la identificación del yo como una representación despojada de existencia intrínseca. 6 En mi opinión el estudio psicoanalítico de Mindfulness se articula en dos áreas de reflexión que corresponden a distintos enfoques pero que no son contradictorios sino complementarios. Por un lado los mencionados estados fusionales cuyo paradigma en el tema que nos ocupa es el nirvana budista y su referencia psicoanalítica al narcisismo primario. Por otro el aspecto que señalan Epstein y otros psicoanalistas actuales como nuclear y que se centra en la superación del narcisismo (secundario en este caso) y en cambios en la vivencia y concepción del propio yo (self). Este segundo planteamiento se corresponde con el análisis dinámico de la “desidentifiación” descrita más arriba. Desarrollaré ambos puntos intentando explicar la continuidad entre ambos. Mindfulness y narcisismo primario Mindfulness es la observación consciente de sensaciones corporales, pensamientos y sentimientos, con una actitud de aceptación, no juicio, desapego y amabilidad. Este proceso de observación sin juicio va llevando al meditador a un estado de predominio preverbal y de relajación, sobre todo con las técnicas basadas en las sensaciones y percepciones corporales. El estado de conciencia que supone la posición del observador implica un cambio en la persona en el sentido de un mayor uso del pensamiento de proceso primario, considerado hoy día un modo indispensable de funcionamiento mental que se caracteriza por la flexibilidad intuitiva y el tratamiento multidimensional de contenidos psíquicos (Kutz y cols., 1987). Y tal estado de conciencia supone una regresión hasta cierto punto similar a la que ocurre en la persona que se somete a la asociación libre tumbada en un diván, aunque con notables diferencias que luego comentaré. Pero, como el analizando, el meditador conserva una parte de su yo que observa desde el plano consciente. Es por tanto una regresión no patológica sino terapéutica. Como señala Falkenström (2003), en las últimas décadas han aparecido interpretaciones psicoanalíticas que otorgan un sentido saludable a ciertas experiencias de simbiosis y fusión (Mahler, Silverman y Lachmann) entendiendo que estos estados pueden ser tanto patológicos como sanos. Desde luego que el objetivo de las prácticas de Mindfulness no es conseguir estados de éxtasis místico sino el proceso de desidentificación como eje terapéutico, sin embargo en la doctrina budista, que sirve de fundamento a estas técnicas, se habla del fin del sufrimiento como el final de este proceso y, por tanto, en un análisis como el que pretendemos se hace necesario reparar en este punto como paradigma de estos estados y como final, casi siempre inalcanzable, de un proceso. Si estamos calificando de experiencia regresiva la meditación mindfulness, la máxima regresión será el nirvana. Me ocupé de este tema en un trabajo anterior (2002) del que ahora transcribiré algunos párrafos. Solé Leris (1995) transcribe a Buda y lo comenta para intentar una definición de nirvana: «Eso es paz, sublimidad, es decir, el acabarse de todo lo constituido, el abandono de los fundamentos de la existencia, el aniquilamiento del deseo, el desvaimiento, la cesación, el nirvana». Lo constituido, dice Solé-Leris, hace referencia a los llamados agregados del apego (materia, sensaciones, actividades mentales), es decir los procesos y fenómenos que constituyen la apariencia de un «yo» y a los cuales las personas se apegan en el esfuerzo por conservar la existencia de esa entidad esencialmente ilusoria. Desvaimiento, explica el término viraga y significa el desvanecerse o disgregarse de tales fenómenos y del apego a los mismos. El nirvana es un punto de no retorno, ya se ha producido una transformación irreversible en la persona, la liberación definitiva. En “Más allá del principio del placer” (1920) Freud describe la pulsión de muerte (tanatos) oponiéndola a la pulsión de vida (Eros). El fundamento de esta nueva pulsión es el reconocimiento en la vida psíquica de una tendencia a «minorar, mantener constante o hacer 7 cesar la tensión de las excitaciones internas» Para tal tendencia acepta el término de Principio de nirvana propuesto por Bárbara Low, y supone que su finalidad es la de regresar a un estadio anterior a la vida, a la «quietud del mundo inorgánico». En el modelo analítico-vincular de Nicolás Caparrós se entiende la vida psíquica como vínculo y por tanto la ausencia de vínculos es sinónimo de muerte psíquica. Probablemente la pulsión de muerte, antes que a la muerte biológica, tiende a un estado sin vínculos con objetos (anobjetal) previo al nivel psicológico de integración, y por tanto, al narcisismo primario. El narcisismo primario, dice Caparrós (1998), se refiere al Todo, indiferenciado, homogéneo, eterno, infinito, nada le es ajeno o externo, el producto del Todo es la ausencia de tensiones. Un espacio en el que la libido inviste de forma homogénea y que, por tanto, alcanza el nivel cero, cesa la diferencia y así cualquier corriente o flujo. Freud describe el narcisismo primitivo como un estado original del Yo en el que toda la libido lo está invistiendo. Tiene como prototipo la vida intrauterina y se reproduce en el sueño. Pero si no hay objeto, continúa Caparrós, tampoco hay sujeto. Incluso el término narcisismo resulta inexacto, ya que el amor a sí mismo no tiene lugar porque ese sí mismo no es aún, en rigor no puede hablarse de vida psíquica. La muerte del narcisismo primario es muerte psíquica, un estado prepsicológico donde impera el nivel biológico de integración. Allí donde no hay deseo, ni necesidad, ni placer, ni emoción dolorosa. Las descripciones del nirvana y del narcisismo primario que hemos recogido me parecen superponibles salvando las distancias de sus tan diversos orígenes. El narcisismo primario es anobjetal, no hay sujeto ni objeto; en el nirvana la conciencia deja de tener objeto y una conciencia sin objeto no es tal conciencia, al menos desde la lógica del proceso secundario. En el narcisismo primario no hay sufrimiento ni placer, igual que en el nirvana que es el cese del sufrimiento. Ambos son inabarcables por el proceso secundario, inefables, pero incluso el proceso primario parece insuficiente para registrar un fenómeno o estado que limita con lo prepsicológico, con el nivel biológico de integración. La muerte psíquica que implica el narcisismo primitivo es paralela al viraga (desvaimiento o desagregación de todo lo constituido). En el desarrollo psíquico, y volviendo a Caparrós, la totalidad narcisista va escindiéndose pero el objeto real está renegado al principio: «hay un afuera que soy yo». Este protobjeto se llevará parte del investimiento narcisista libidinal y, paradójicamente, el primer amor objetal proviene de que «ese objeto es yo», de esta forma se constituye a partir del narcisismo primario. Dejar de ser todo -aunque fuera ser nada- supone una especie de castración fundamental prototipo de todas las ansiedades de castración futuras. Así, en un segundo tiempo aparece ya un objeto diferente del sí mismo (primero parcial, luego total). Ambos pasos son de carácter imaginario, el tercero, por último, será ya la relación intersubjetiva de carácter simbólico con la que culmina el proceso de constitución como individuo. En un interesante trabajo de 1931, Franz Alexander analiza la meditación budista asimilándola a un proceso contraevolutivo que culmina con el nirvana como representación de la regresión a la vida intrauterina, “hasta los orígenes mismos del desarrollo embrionario” y, en un alarde especulativo, intenta explicar el supuesto conocimiento manifestado por Buda de formas anteriores de existencia, para lo cual utiliza los conceptos de “fantasías inherentes” y de “conocimiento filogenético” que Freud atribuía al inconsciente. “Es evidente, dice Alexander, que el Buda ha experimentado de un modo u otro la ley biogenética fundamental y que su experiencia no sólo tiene una validez biológica sino también geológica”. Aunque este planteamiento me parece un exceso innecesario, creo que Alexander está hablando de otra forma de lo que hemos nombrado como “estado prepsicológico donde impera el nivel biológico de integración”. 8 Si bien este estudio de Alexander da la impresión de respeto y cierta admiración hacia la meditación budista por parte del autor, también manifiesta, a mi juicio, el error de creer que este tipo de prácticas “reprime sistemáticamente toda vida emocional” y que suponen un repliegue de la libido “hacia las funciones más primitivas y rudimentarias del ego”. Por eso los estadios descritos en este análisis son denominados con nombres de patologías psíquicas. En parte es el mismo error en el que creo ahora que incurrí yo en mi trabajo citado, donde afirmaba que “el camino al nirvana es el abandono de los vínculos afectivos con los objetos”. Aunque esta afirmación encaja bien con lo expuesto sobre la pulsión de muerte y el narcisismo primario, el proceso de desidentificación no supone una retirada libidinal de los objetos sino la redistribución de la libido en la que el protagonismo lo tiene, según creo ahora, un cambio estructural en el self y por tanto en la orientación del narcisismo del sujeto. Este será el tema del siguiente epígrafe pero quiero añadir aquí algo que explique la aparente contradicción que estoy planteando. Creo que la clave de este asunto está en el concepto de regresión. Aquí estamos hablando de una regresión que he llamado terapéutica y que poco tiene que ver con la regresión del psicótico o del psicópata a etapas de la vida donde aún no están establecidos los límites de yo. Para Carlos Domínguez (2001) la diferencia entre la regresión mística y la patológica estriba en que el místico ha recorrido el proceso de desarrollo psíquico y ha podido llevar a cabo el acceso a lo simbólico, ha incorporado la función paterna y así manifiesta una aceptación de la distancia y la diferencia con el objeto. Todos los grandes místicos dieron muestras además de su pertenencia a una comunidad histórica con la que se comprometieron. El iluminado (o el psicótico) en su regresión ignora la separación que nos constituye como sujetos y por eso necesita la presencia ininterrumpida de un objeto imaginario, como una emanación de sí mismo, que le absorbe y le incapacita para establecer auténticos vínculos con su entorno. En la regresión patológica, por tanto, el sujeto queda “absorbido” literalmente en la dirección narcisista y desvinculado realmente del mundo, mientras en la regresión de mindfulness el individuo mantiene una parte de su yo observando, de manera similar al analizando que también mantiene su yo consciente observando e integrando los contenidos que surgen en el análisis. Mindfulness y self En las etapas iniciales del entrenamiento en mindfulness, afirman Varela y Shear (1999), es crucial la atención hacia el contenido mental inmediato, pero a medida que el ejercicio avanza, el contenido como tal es menos importante que la cualidad de la presencia consciente en sí y la atención va centrándose en el proceso, es decir, en el constante flujo cambiante de sensaciones, emociones y pensamientos. El meditador va vivenciando la naturaleza transitoria de estos contenidos y la imposibilidad de identificarse con ellos. Igualmente va siendo consciente del sufrimiento que genera el apego a estos objetos de conciencia tan impermanentes. Me refiero al proceso de desapego y desidentificación como objetivo último de mindfulness. Intentaré estudiar este desarrollo a partir de las nociones de self y narcisismo, fundamentalmente desde el modelo analítico vincular. Me refiero aquí al narcisismo propiamente dicho, no al narcisismo primario en que me centré antes. El “sí mismo” o self es una abstracción psicoanalítica de orden comparativamente más bajo que el “yo, ello y superyó”, es cercana a la experiencia, es un contenido del aparato psíquico (N. Caparrós, 1992). El self es parte del sujeto, una subestructura de éste, el núcleo del yo. La subjetividad, como sentimiento de mismidad, emerge con la constitución de un self estructurado, un objeto interno constante y un objeto externo continente (O. Álvarez, 1996). El narcisismo o fenómenos narcisistas son aquellas conductas del sujeto encaminadas inmediatamente al sostenimiento, protección, afirmación o investimento del self. El narcisismo es el guardián del self (I. Sanfeliu, 1996). Falkenström (2003) afirma que hay tres 9 tipos de uso del concepto self de utilidad cuando pensamos en el narcisismo y en cambios estructurales: self como experiencia, self representacional y self como sistema. Y me parece de utilidad esta distinción: el primero hace referencia a la vivencia de experiencia y de mismidad, el segundo a la imagen o representación como estructura intrapsíquica, el tercero es la suma de representaciones, concepto de Kernberg de menor utilidad en este caso. Desapego y desidentificación forman parte del mismo proceso, de hecho el primero está incluido en el segundo. Con una finalidad didáctica podemos decir que el primer paso de la desidentificación es el desapego de los objetos, tomar consciencia de la diferencia entre el self y los contenidos de la experiencia: “yo no soy mis pensamientos, mis emociones, mis sensaciones”. Podemos verlo como una separación self/objetos internos. El estado habitual de identificación supone un investimento narcisista de los objetos. El segundo paso de la desidentificación es el insight de que “yo no soy la imagen que tengo de mí”, es decir una separación de lo que en la teoría de mindfulness se llama ego, la representación de mí mismo. Podríamos decir que el self experiencial se desidentifica del self representación. Para el primer paso, lo que vengo llamando desapego, el modelo psicoanalítico que me parece más apropiado es el de la melancolía. En la melancolía, dice Caparrós (2004), el objeto perdido se preserva mediante una identificación con él. Un objeto externo se reemplaza de forma omnipotente por uno interno: el yo identificado con aquel. Para que esto sea posible la elección de objeto ha sido de tipo narcisista, o mejor aún: no existió una verdadera elección de objeto sino el paso anterior, la identificación narcisista cuya superación vendría a inaugurar la verdadera relación de objeto. La madre del melancólico fue contenedora en la posición esquizoparanoide y confusa pero no en la depresiva, fue una madre incapaz de ejecutar una separación y no pasa ella a la categoría de objeto total propiamente dicho, será un objeto total “como si” pero en realidad es un objeto narcisista. El vínculo objetal narcisista implica que el objeto está investido con energía emocional originariamente dirigida al self, el objeto se yergue en lugar del propio self. El objeto total y su relación con él solo pueden existir desde la posición depresiva, pero no se culmina por entero hasta la resolución del complejo de Edipo. El desarrollo normal implica la capacidad de amar al objeto como algo distinto del self y poder elaborar el duelo en caso de pérdida. Sin embargo creo que este proceso no se realiza de forma completa nunca, en la misma medida que la conflictiva edípica no se resuelve nunca del todo. El narcisismo en el plano neurótico maduro está más centrado en el amor del objeto pero siempre, lógicamente, hay manifestación narcisista en la relación con los objetos. El proceso de desapego enriquece la capacidad de amar de forma menos narcisista y la capacidad de elaborar las pérdidas. Y en este punto, quizá juegan un papel muy importante las prácticas mindfulness de observación de emociones y de autocompasión que comenté más arriba y que presentan la meditación desde una actitud de autocuidado. En el trabajo de Alexander (1931) que antes comenté, el autor sigue a Heiler quien considera que el primer estadio de la meditación budista tiene un tinte claramente melancólico. Alexander lo explica por la retirada de la libido de los objetos, lo que deviene en amargo desprecio por el mundo y sufrimiento. Como expliqué antes, el desapego no es una retirada libidinal por un proceso de represión o inhibición, ni se desprecia el mundo por esto, pero sí se describen episodios depresivos en la práctica meditativa. Lo que acontece en estos casos es la elaboración de un duelo. Renunciar al apego es un trabajo de duelo, afirma Falkenström (2003) que añade: “Se describe el camino budista como una progresión a través de fases de insight (comprensión), cada cual incluyendo la desintegración de lo que antes se creía sólido... Se continúa con estados de terror que culminan con la llamada “noche oscura del alma”. Se dice que el proceso termina con la aceptación completa de la impermanencia y la inconsistencia última de la realidad. 10 Pero en el camino de la desidentificación, como antes comenté, el objeto de identificación más importante es nuestro propio “ego”, o sea la imagen mental de nosotros mismos, el self como representación intrapsíquica. Epstein (1990) explica: “El objetivo no consiste en la desarticulación de la sensación de identidad…, sino en identificar la representación del yo precisamente como tal, como una representación, es decir como una imagen o simulacro despojado de toda existencia intrínseca”. Y más adelante cita a Jocobson que utiliza el concepto de yo ideal para dar cuenta de la insustancialidad del yo. El yo ideal es un ideal de omnipotencia narcisista forjado sobre el modelo del narcisismo infantil (Laplanche – Pontalis). Según Epstein, el trabajo de mindfulness se centra en el yo ideal para liberarse de él. Al dejar de ser prisionero del yo ideal, continúa este autor, el meditador coincide con la teoría de las relaciones objetales, teoría que debe integrar a un nivel experiencial y, en consecuencia, descubre que el concepto de yo es un constructo basado en imágenes internalizadas del yo y los demás. Erich Fromm (1960) dice que el objetivo final consiste en superar la separación entre sujeto y objeto al percibir el mundo; renunciar a la ilusión de un ego separado que deba conservarse. Está hablado de la inconsistencia, la no-entidad del yo y de los objetos, y señala la percepción inmediata de la realidad sin interferencia de la reflexión intelectual ni de contaminación afectiva. Y asimila este hecho con la “recuperación plena del inconsciente”. Otros autores (Simón, 2012) han relacionado esta evolución del self apoyándose en la noción de “self verdadero y self falso” de Winnicott. Entienden que el progreso en mindfulness va haciendo aflorar el verdadero self depositario de la espontaneidad y autenticidad, y va dejando de ser útil el falso self defensivo y sometido al medio. Varela (citado por Pulido, 2008) aporta que “un momento singular de conciencia y la coherencia causal de los momentos de conciencia en el tiempo se pueden formular en el lenguaje de la emergencia sin postular un yo ni otra entidad ontológica”. En definitiva son intentos más o menos afortunados de adaptar al lenguaje psicoanalítico la insustancialidad del self como consecuencia de los cambios psíquicos que produce la práctica continuada de la meditación, en este caso mindfulness. A mi juicio, y sin ánimo de ser simplista, creo que lo acontecido es una redistribución de investimentos, es decir que se producen cambios en los vínculos entre los objetos internos, externos y sí mismos en el sentido de una menor vulnerabilidad narcisista y mayor capacidad de adaptación al medio. El self como representación va quedando relativizado, desinvestido y va cobrando importancia un self como sujeto de la experiencia, más ligero, más flexible, más independiente de los cambios de los objetos, menos histórico y más presente en cuanto a conciencia del momento. Este self es el que en la teoría mindfulness se identifica con el observador, con la conciencia, y es sujeto pero no objeto porque no puede ser observado ni estudiado y, en ese sentido, es inefable. He intentado una comprensión psicoanalítica de mindfulness a partir de estos dos esquemas: el modelo de la regresión que tiende a una culminación en el narcisismo primario, y el modelo del desinvestimiento narcisista de los objetos y del self como representación. Epstein (1990), consciente de la confusión que ha generado el primer modelo, insiste en que mindfulness no aspira a regresar al narcisismo primario sino a erradicar todo vestigio de narcisismo y, aunque acepta el esquema regresivo para las técnicas de concentración, lo considera incompleto y poco desarrollado. Yo creo que cada modelo apunta a planos de realidad psíquica diferentes, o mejor dicho, a distintos puntos de vista de la misma realidad psíquica. La vivencia de un estado tan regresivo tal como lo expliqué antes, si bien puede manifestarse en episodios de estados modificados de conciencia, indica, sobre todo, que la persona ha protagonizado un cambio estructural en su aparato mental a través del cual tiene la experiencia consciente de unidad con otras personas y con el mundo en un estado 11 emocional de cese del sufrimiento. Y eso no es diferente de la vivencia de un sujeto que, a través del indicado desinvestimiento narcisista, es consciente de la inconsistencia de sí mismo y de los objetos. Ambos, según el planteamiento budista, han salido de la ignorancia y, viviendo con plena consciencia el presente, han llegado a la sabiduría. Manteniendo la vivencia de mismidad y el juicio de realidad, tal como lo entendemos habitualmente, son capaces de percibir “otra realidad” en la que no hay sujeto ni objeto, algo que trasciende el nivel psicológico de integración como lo hace la doctrina del no-yo o no-mente. POSIBILIDADES DE COMBINACIÓN. APLICACIONES Similitudes y diferencias Como indiqué al principio, diversos estudios psicoanalíticos, ya clásicos, se han acercado al budismo señalando similitudes entre ambos métodos (Tompsom, Alexander, Jung, Fromm). A mi juicio las dos grandes similitudes están determinadas por el objetivo y por el método. El objetivo de las dos disciplinas es el conocimiento de algo nuevo, una toma de consciencia que produce un cambio. En el psicoanálisis es hacer consciente lo inconsciente; en el budismo es la consciencia de la impermanencia de la experiencia y del propio yo, la desidentificación en mindfulness. Por otra parte, ambos métodos son introspectivos e incluso puede hablarse, como luego haré, de semejanzas entre la asociación libre y la atención libre flotante con la atención sin juicio de la meditación budista. Pero la gran diferencia es que minfulness, como todas las prácticas meditativas, se desarrolla en un escenario intrapsíquico mientras que el psicoanálisis se mueve en un setting intersubjetivo. Esta dimensión del psicoanálisis me parece clave para no reducir a una técnica la aplicación de mindfulness a la psicoterapia. Pulido (2011) señala la genialidad de Kabat-Zinn al secularizar la práctica budista y hacerla accesible a muchas personas; habría que añadir que parte de esta genialidad está también en introducir a la meditación como elemento de pleno derecho en la ciencia occidental. Pero advierte Pulido del riesgo de reducir mindfulness a una técnica, siendo además de esto, “un modo de estar en relación con uno mismo, con el mundo y con el otro, y eso es lo que realmente ayuda, cura y libera”. Las posibles combinaciones terapéuticas tendrán el reto de aplicar la técnica de la meditación a la relación psicoterapéutica. La asociación libre y la atención del meditador Todas las variadas escuelas y tradiciones budistas tienen un punto en común cual es también el principio fundamental de la psicología budista: “presta atención, en cada momento, a lo que estás experimentando exactamente, ahora mismo, separando tus reacciones de los hechos sensitivos desnudos” (Epstein, 2001). Esta es la llamada instrucción fundamental de mindfulness: “aparezca lo que aparezca en tu mente, obsérvalo”, con una actitud de no juicio, aceptación, apertura, amabilidad. Si nos fijamos en nuestro permanente diálogo interno podemos percatarnos de que en gran parte no es fruto del proceso secundario racional, sino que representa un pensamiento saltón repetitivo, reactivo, muy marcado por el principio del placer, quizá podría calificarse de infantil, a menudo inútil o incluso peyorativo; es lo que los teóricos de mindfulnes nombran como “mente de mono” (por los saltos que da), o lo que Santa Teresa llamaba “la loca de la casa”. Este pensamiento es el que se pide que se verbalice en la consigna de la asociación libre psicoanalítica; el analizando debe expresar, sin discriminación, todos los pensamientos 12 que vienen a la mente, ya sea a partir de un elemento dado ya sea en forma espontánea aun cuando el material le parezca incoherente, impertinente o desprovisto de interés. En mindfulness no se expresan los contenidos, sólo se observan pero es idéntico el ejercicio de atención al flujo espontaneo de los contenidos mentales. Una manera de ver el proceso terapéutico analítico, dice Falkenström (2003), es como un ejercicio mindfulness en el que el paciente trata de expresar el contenido de su experiencia sin suprimir nada. Pero a partir de aquí el método psicoanalítico y la meditación son perfectamente inversos. El primero analiza (por parte del terapeuta) los contenidos explicitados para ir trazando un sentido que ponga de manifiesto contenidos latentes (inconscientes). En la meditación, la estrategia de atención se mantiene durante todo el proceso (por parte del propio meditador, no hay otro), no se analiza, al contrario, se evita cualquier elaboración mental. Va cambiando el objeto de la conciencia: desde la observación de la respiración y sensaciones corporales hasta la atención a los pensamientos y emociones, para culminar en un estado de espontaneidad en el que observador y observado ya no son conceptos operativos (Epstein, 2001). En este proceso la reactividad de la mente de mono va disminuyendo y va apareciendo “otra realidad”, pero no creo que pueda afirmarse, como han hecho algunos psicoanalistas, que sea una “recuperación plena del inconsciente”. Sin embargo la evidente semejanza de la asociación libre con la instrucción fundamental de mindfulness implica, seguramente, que una persona entrenada en meditación tiene más facilidad para la asociación libre, y posiblemente su capacidad de introspección, en cuanto a habilidad y decisión para mirarse, también aumenta. Distinto es la capacidad de insight en el sentido psicoanalítico porque ésta abarca la habilidad de elaboración intelectual, aunque probablemente también influya, de forma indirecta, la práctica de mindfulness en este aspecto, ya que aporta material para el trabajo de insight. La atención flotante y mindfulness En “La interpretación de los sueños” Freud (1900) hace referencia ya a la atención flotante como instrumento técnico del psicoanalista: “El que se observa a sí mismo no tiene más trabajo que sofocar la crítica, conseguido esto se agolpan en su conciencia multitud de ocurrencias que de otro modo hubiesen permanecido inaprensibles”. Y en “Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico” (1912) utiliza ya el término de “atención parejamente flotante a todo lo que escucha”, con imparcialidad, sin seguir las propias expectativas. La atención flotante es la actitud recíproca en el terapeuta de la asociación libre del paciente. Ambos procedimiento técnicos tienen en común una atención no valorativa a todo contenido que va apareciendo en la conciencia, lo que permite que el preconsciente del analizando y del analista adquieran protagonismo. “El psicoanalista se halla dotado en su preconsciente de una especial permeabilidad que es producto de su análisis personal y de su formación. De esta manera aparece el emergente espontáneo en la atención flotante” (Chiozza, 1995). “Es el proceso primario inconsciente el que funciona como atribuidor de importancia y motivador de juicios”. En ambos lados de la relación terapéutica ha de suspenderse la facultad crítica, la dirección habitual del juicio, pero atendiendo a lo que aparece en todo momento. Este ejercicio es ciertamente superponible a la consigna mindfulness aunque, como indiqué antes, el siguiente paso sea muy diferente, incluso contrario en uno y otro método. Pero nuevamente la práctica meditativa, ahora del terapeuta, abundará en una mayor capacidad de observar su preconsciente, en más habilidad para adquirir estados de conciencia favorables a la atención flotante. 13 La relación terapéutica Como dije antes la gran diferencia entre mindfulness y el psicoanálisis es el terapeuta. En la meditación el meditador es el observado y el que observa. Aunque pueda existir un maestro como mediador, el papel de éste es diferente al que establece la relación terapéutica. Epstein (2001) advierte de las limitaciones de un proceso de meditación, donde puede surgir mucho material emocional, sin una adecuada atención a éste en un espacio transferencial. En la misma línea, Falkenström (2003) señala que la meditación se practica en aislamiento y algunos pueden buscar en ella la evitación de las frustraciones en su relación con otras personas a modo de una defensa esquizoide. Sin embargo, añade, éste no es el sentido budista de la práctica, al contrario, la concentración y la escucha interior deben aplicarse a todas las situaciones de la vida, especialmente las relaciones con los otros para estar más implicado en ellas. La perspectiva analítica ofrece el observador externo como restaurador de la verdadera función mindfulness a través de la vertiente relacional. Chiozza aborda el problema de la transferencia-contratransferencia con gran profundidad y claridad, y me servirá de apoyo en este punto transcribir algunas de sus ideas recogidas por mí en un trabajo anterior (Martínez, 2006). La transferencia actúa preverbal e inconscientemente sobre el analista, y, por tanto, la contratransferencia actúa preverbal e inconscientemente sobre el paciente. Si admitimos que la transferencia codetermina la contratransferencia, debemos admitir también que un cambio en la contratransferencia tenderá a modificar la transferencia mediante un proceso análogo. Este proceso, afirma Chiozza, se produce a través de una influencia directa que trasciende a la interpretación verbal aunque no la sustituye. La transferencia en el proceso psicoanalítico va cambiando a través de la conciencia que acerca de la misma se le brinda al paciente (interpretación), pero también, y sobre todo, va cambiando por la experiencia emocional transformadora que proporciona el terapeuta mediante su contratransferencia. Tal aportación puede ser espontánea, inconsciente al propio analista, o puede ser fruto de la comprensión de los sentimientos que le inspira el paciente. El primer caso es el ideal terapéutico cuyo déficit se suple con la segunda modalidad que implica un esfuerzo mayor en el analista, puesto que incluye un autoanálisis y obliga a éste a vencer sus resistencias. Tanto el camino “preverbal e inconsciente” como el análisis de la transferencia y de la contratransferencia han sido relacionados con mindfulness. Así, Epstein (2001) indica las dificultades que, en su opinión, presentan muchos psicoterapeutas dinámicos para trabajar en el presente como requiere el análisis de la transferencia y no logran manejar la presencia atenta descrita por Freud. Y añade que no existe un método para enseñar esto, aludiendo a la práctica de mindfulness por parte del terapeuta como posible solución. Más adelante Epstein, en la línea de lo preverbal e inconsciente que describe Chiozza, observa fenómenos de cambios espontáneos en los pacientes y en los meditadores que se dan por la sola “presencia” del terapeuta o del maestro espiritual. Especialmente, dice, cuando la raíz del problema está en experiencias preverbales que dejaron rastros en forma de ausencia o vacío, siendo crucial la habilidad del terapeuta de llenar el momento presente con su atención relajada. Y continúa: “La psicoterapia requiere de un silencio que permita al paciente actuar de otra manera o decir lo que antes no se había permitido pensar....la práctica de la meditación es como una mina para este silencio sanador”. Existe una comunicación silenciosa que permite al paciente sentir el estado mental del terapeuta y al terapeuta intuir mucho del paciente, una comunicación entre el inconsciente del paciente y del terapeuta como señaló Freud. 14 Childs (2007) comenta que la mayoría de las investigaciones basadas en mindfulness se refieren a los resultados obtenidos, pero que desde la necesidad de que el clínico practique también meditación para trabajar con mindfulness, surge el interés por la “presencia clínica”, de la que sólo el psicoanálisis se había hecho cargo. Y se basa en Varela para proponer una nueva forma de atender a la propia experiencia y a la del paciente. Ningún modelo psicoterapéutico como el psicoanálisis se ha interesado más por la relación terapéutica y por la experiencia consciente; mindfulness ofrece una perspectiva de profundización en estos campos. Una versión, quizá extrema pero interesante, del análisis de la transferenciacontratransferencia, lo constituye la llamada “metacomunicación”, orientación psicoanalítica aparecida en las últimas décadas en la que el terapeuta abandona por completo su neutralidad para utilizar de forma explícita su contratransferencia como instrumento fundamental del tratamiento. En este modelo se denominan “escenificaciones” a las pautas de relación que terapeuta y paciente ponen en juego de forma espontánea e inconsciente en la relación terapéutica y que, lógicamente, son expresión de los estilos vinculares que ambos mantienen fuera de la terapia. En la metacomunicación el terapeuta trata de explicitar las comunicaciones implícitas escenificadas, donde sus propios sentimientos son el punto de partida de la exploración conjunta de la relación. Se utilizan las intervenciones no clivadas muy a menudo, es decir se incluye la explicitación de la contratransferencia en la intervención verbal del terapeuta. Sobre este modelo, Safran y Reading (2010) hacen hincapié en el proceso de “desidentificación” que hemos comentado ya repetidamente. En la medida que el terapeuta va cobrando conciencia y desidentificándose de sus escenificaciones, el paciente es cada vez más capaz de establecer un nuevo tipo de relación. Estos autores recomiendan la práctica de mindfulness a los psicoanalistas con el objetivo doble de aumentar su capacidad de tomar conciencia de sus emociones en la escenificación y poder tomar distancia de las mismas (desidentificarse), así se abre un espacio interno en el que pueden surgir nuevas posibilidades para la terapia. En este sentido, Eigen (2004) comenta un caso de somatizaciones en un paciente relacionadas con su necesidad de control, que no cedieron hasta que el terapeuta no fue capaz de cambiar su emoción contratransferencial hacia la tendencia a controlar del paciente. Explica el caso en el contexto de una práctica mindfulness del terapeuta, paralela a la terapia. Safran y Reading señalan también la capacidad de “regulación emocional” que la práctica de mindfulness mejora en los terapeutas. Este aspecto se pone de manifiesto en la habilidad para resonar con las emociones dolorosas del paciente y a la vez tolerarlas en una práctica de contención que permite al terapeuta procesar de un modo no defensivo las emociones depresivas, agresivas o angustiosas. Es esta una ocasión de “enseñar” al paciente que tales emociones no son necesariamente destructivas y ejercer un papel de regulador vicario del afecto de sus pacientes. Los conceptos filosóficos budistas que hemos explicado más arriba como la experiencia consciente de unidad con otras personas y con el mundo, o la conciencia de la inconsistencia de sí mismo y de los objetos, o percibir “otra realidad” en la que no hay sujeto ni objeto, deben tener también, de alguna manera, una repercusión en la relación terapéutica. Bobrow (2004) dice que es la impermanecia del yo lo que permite que cada uno de nosotros esté compuesto por todos los demás, y cita a Thich Nahat Hanh con su expresión “interser”: todos somos yoes multicentrados y estamos íntimamente relacionados. Sin embargo, afirma más adelante, para funcionar en el mundo y tener una vida relativamente satisfactoria, uno debe poseer una sensación de identidad separada. Pero un análisis minucioso de las 15 estructuras mentales y de las pautas de relación que utilizamos para construir nuestra experiencia del mundo y de nosotros mismos, pone de relieve que éstas son mucho más fluidas de lo que habitualmente pensamos. Esta doble perspectiva vivencial de identidad propia y de unidad con los otros deviene en un trampolín para el cambio al decir de Bobrow. Aunque estos autores se refieren en la práctica de meditación para los terapeutas, parece obvio que el beneficio de la combinación de mindfulness con la psicoterapia, seguiría desarrollos parecidos para los pacientes, como veremos en el siguiente epígrafe. Mindfulness y psicoterapia como procedimientos complementarios La práctica simultanea de mindfulness y psicoterapia dinámica (luego veremos en qué posibles formatos de combinación) puede tener un efecto de complemento según lo que voy exponiendo. Seguiré como referencia preferente en este apartado a Epstein a través de su obra “Pensamiento sin pensador” (2001). En un contexto psicoanalítico, lo verdaderamente terapéutico no es la reconstrucción narrativa del pasado para explicar un síntoma, sino la vivencia emocional que acompaña a los contenidos latentes implicados en el mismo. La práctica combinada de mindfulness durante el proceso terapéutico tiene una doble influencia: facilita que estos sentimientos afloren en la comunicación terapéutica y puede ayudar al paciente a cómo gestionarlos una vez han surgido. Porque no basta con una movilización afectiva sino con el insight que reconoce como propio el material reprimido. En mindfulness, para conseguir la desidentificación de los contenidos psíquicos es necesaria la previa aceptación de los mismos. En este sentido la meditación ofrece un método para trabajar con material emocional que pueda estar contenido en la psicoterapia pero se resista a hacerse explícito. En mindfulness, como en la psicología budista, se propone la observación de las emociones dolorosas para independizarse y liberarse de ellas. Esta práctica de atención sobre la emoción y sobre su repercusión corporal va dando pie a la conciencia de aceptarla como propia y a la vez de no identificarse con ella. Además, las emociones experimentadas en la meditación no pueden ser denegadas o transferidas. La calidad de la emoción, a través de su observación, va cambiando, se va viendo en otro contexto más amplio. Incluso este tipo de elaboración deviene en transformación de una emoción por otra. Por ejemplo las llamadas emociones duras como la rabia ante determinada situación puede derivar en otra emoción blanda que subyace a la primera, podría ser una herida narcisista que se ubica en un nivel más profundo que la rabia. Epstein encuentra una similitud entre este proceso terapéutico y la sublimación psicoanalítica ya que el deseo, es transformado sin reprimirlo, sino aplicándolo, supuestamente, a una meta superior. El budismo enfatiza la importancia de alinear la conciencia con la experiencia presente como catalizador del cambio psíquico más profundo, y la atención al momento presente es la técnica más importante en mindfulness. Me he referido antes a la similitud de esta técnica con la asociación libre. En la meditación aparecen recuerdos, a veces antiguos, visuales o cenestésicos que se pueden aportar a la psicoterapia A veces son vestigios internalizados de reacciones defensivas crónicas fosilizados dentro del cuerpo. También es posible que la práctica meditativa favorezca la aparición de estos materiales en la vida diaria o en la misma sesión de psicoterapia. En este sentido, Kutz y cols. (1987) indican el fenómeno de que durante la meditación pueden surgir recuerdos antiguos enriquecidos. Por ejemplo si aparece una escena de la infancia en la que el sujeto interactúa con sus padres, en lugar de venirle el recuerdo 16 simplemente, puede que la escena presente elementos que habían sido ocultos por las defensas. La flexibilidad que aporta la meditación hace posible la conexión de materiales desconectados, y la receptividad emocional durante la meditación permite que las defensas se relajen y que surja el material oculto. Así mindfulness provee abundante material en crudo que puede exponerse en el encuentro terapéutico semanal. Tanto los contenidos como la reacción emocional a los mismos pueden ser trabajados. De forma recíproca, la intervención del terapeuta influirá también sobre la meditación, por ejemplo si aparece en la meditación culpa y en la terapia ésta se asocia con la madre, en otra meditación la culpa vendrá asociada a la madre y producirá una nueva emoción y memoria que serán trabajadas en la terapia. Esto último viene a mostrar que también la psicoterapia dinámica vendría, en una posible combinación de técnicas, a soslayar las limitaciones de la meditación. En general, se dice que la experiencia meditativa es mucho más genérica que la psicoterapia, tiene menos que ver con detalles biográficos individuales y más con conflictos fundamentales de la existencia. De todas formas las técnicas de trabajo con las emociones que aporta midnfulness me parecen terapéutica de por sí. Su limitación creo que se fundamenta, más bien, en la falta de terapeuta, es decir en la vertiente relacional que es la gran aportación de la psicoterapia a la meditación y en la que me he extendido con anterioridad. En la misma línea se manifiesta Pulido (2011) cuando expone las conclusiones preliminares de un estudio cualitativo realizado sobre encuestas a personas que habían tenido la doble experiencia de la psicoterapia y la meditación simultanea o sucesivamente. Los encuestados afirmaron que ambos espacios se nutrían de forma recíproca. La meditación permite un acceso privilegiado a la propia experiencia abriéndose espacios afectivos nuevos, favoreciendo la autoaceptación y ayudando a que las resistencias cedan. Por su parte la psicoterapia les ayudó a los meditadores a integrar experiencias y a resolver problemas relacionados con traumas y, como les situaba en un nivel relacional, les protegía de sugestiones, idealizaciones y falsos refugios. Posibles formatos de combinación Una primera posibilidad, la menos comprometida, es la práctica de mindfulness por parte del paciente independiente de la psicoterapia. Éste medita por su cuenta con complicidad del terapeuta o incluso sin ella. Aquí no hay integración de técnicas, sólo los posible beneficios indicados. Si el psicoterapeuta es también practicante de mindfulness, la interacción de ambas disciplinas se potencia y pueden, además explicitarse conexiones de uno y otro espacio. Hay aquí un lenguaje común y, aunque el terapeuta no sea el monitor de mindfulness, puede comprender mejor lo vivido por el paciente en su meditación e incluso indicarle alguna estrategia técnica. Esta modalidad tendría la posible ventaja de no introducir duplicación de roles como pasa en el siguiente supuesto. La aplicación técnica completa es aquella en la que el terapeuta, en un contexto psicodinámico, es también el que proporciona al paciente los recursos mindfulness. Como acabo de indicar, esta duplicidad de papeles podría verse como una limitación técnica que atente la relación transferencia, sin embargo creo que es perfectamente soslayable ya que no supone ninguna ruptura si el encuadre incluye esta combinación. Desde luego esto implica que hay una parte docente, y tal vez ideológica, en la intervención del terapeuta pero no me parece que esto desvirtúe la dinámica, viene a ser una consigna técnica más sofisticada, al mismo nivel que la consigna de la asociación libre o las que implica el análisis de los sueños. Además creo que el propio psicoanálisis no está exento de un componente ideológico que imprime el terapeuta y la propia terapia. Por otra parte, en la psicoterapia grupal, al menos en distintos modelos dinámicos, los terapeutas proponen consignas psicodramáticas en las 17 que ellos también participan. Me parece similar el caso que nos ocupa a esta situación o a la que se plantea en un laboratorio social. Esta aplicación puede hacerse, a saber, en dos modalidades nada nuevas: la terapia individual y el grupo. En la primera el terapeuta debe proveer al paciente de los elementos técnicos mindfulness. Para el aprendizaje de las técnicas se debe recurrir a la meditación guiada, es decir que el paciente siga la instrucción de una voz que le guía en el ejercicio de observación corporal, emocional o de técnicas generativas. No me parece que el espacio psicoterapéutico individual deba ser el mismo que el de la meditación guiada. Mi propuesta es ofrecer a los pacientes talleres de mindfulness durante un tiempo limitado y de forma paralela a la psicoterapia. Esto puede sustituirse o complementarse con la aportación de material grabado para ayudar a la práctica individual y continuada del paciente que, desde luego, es necesaria en esta aplicación. La mayoría de la bibliografía se refiere a este encuadre individual. El otro formato posible es el grupal donde las posibilidades combinatorias son mayores por las características del grupo: más abierto en lo relacional, más plástico, más combinable. En este caso si encuentro pertinente dedicar partes de la sesión grupal a un ejercicio mindfulness y que éste determine o influya en el devenir grupal. Se abren aquí distintas posibilidades. Pueden incluirse meditaciones a modo de consignas en un momento de la discusión libre que se considere apropiado, para desbloquear o movilizar una situación por ejemplo. O bien, de una forma preestablecida se puede comenzar con un ejercicio la sesión para después dejar que ésta se desarrolle a partir de ahí. Variaciones de estas dos modalidades también pueden plantearse. En este formato pueden dedicarse las primeras sesiones del grupo al taller mindfulness para enseñar la técnica, y luego, progresivamente, ir desarrollando la dinámica grupal con una de las dos modalidades que he descrito antes. De cualquier forma, tengo la impresión de que estos formatos grupales combinando la psicoterapia dinámica y mindfulness están poco desarrollados. Mi experiencia en este sentido también es corta ya que se limita a dos prácticas grupales. Una, en un contexto privado, fue un taller de seis sesiones de mindfulness para pacientes que estaban en terapia individual conmigo y en el que se dejó un espacio considerable para trabajar contenidos biográficos que aparecían en la discusión flotante a raíz de la experiencia meditativa. La otra experiencia es en el ámbito público de un hospital de día para pacientes con patologías graves; en este caso al grupo psicodinámico semanal le precede un taller de mindfulness en el que se lleva a cabo un ejercicio de meditación guiada que va cambiando cada día hasta completar un ciclo y volver a comenzar. La práctica de mindfulness se considera una actividad distinta del grupo y separada por un descanso. La primera experiencia me pareció positiva ya que además de aportar las habilidades mindfulness a los pacientes para su práctica individual, dio pie a una verdadera psicoterapia de grupo “mixta” limitada en el tiempo pero que abría posibilidades futuras. La segunda práctica que he referido no creo que pueda considerarse una terapia integrada sino la coexistencia de ambos espacios terapéuticos entre otros que existen en el hospital de día. En general el taller de mindfulness previo al grupo psicodinámico no ha demostrado una incidencia clara en el desarrollo de la sesión de psicoterapia, aunque ésta si se ha visto cuando la técnica mindfulness llevada a cabo tenía relación con un trabajo de emociones. CONCLUSIÓN El fenómeno mindfulness, más allá de las modas, encierra una sabiduría milenaria de la que ya se había ocupado el psicoanálisis. He propuesto una lectura psicoanalítica de mindfulness en el intento de aproximarlo a la teoría y a la práctica psicoterapéutica 18 dinámica. La gran aportación de mindfulness en relación a la meditación budista es su aplicación secularizada, simplificada y adaptada al lenguaje científico occidental. Como con otras disciplinas de la salud y de otros ámbitos, este constructo supone un instrumento útil de combinación y complemento para el psicoanálisis. Si la integración se hace con fidelidad a ambas tradiciones, la práctica clínica de su combinación trascenderá la técnica para ser una herramienta terapéutica valiosa. BIBLIOGRAFÍA Alexander, F. (2004). La práctica budista como catatonía artificial. En Molino, A. (ed.), El árbol y el diván (41-54). Barcelona: Kairós. Alvarez, O. (1996). Narcisismo, self y objeto. En Sanfeliu, I. (coord.), Nuevos paradigmas psicoanalíticos (175-186). Madrid: Quipú Ediciones. Bobrow, J. (2004). La mente fecunda. En Molino, A. (ed.), El árbol y el diván (339-354). Barcelona: Kairós. Caparrós Sánchez, N. (1992). Introducción general. En Caparrós N. (coord.), El narcisismo. 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