Audiencia del Papa Francisco en Congreso Internacional de

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Discurso del Papa Francisco
Congreso Internacional sobre la Catequesis (Roma, 26-28 de septiembre de 2013)
“El catequista, testimonio de la fe”, promovido y organizado con ocasión del Año de la fe.
Queridos catequistas, ¡buenas tardes!
Me alegra que en el Año de la fe se lleve a cabo para ustedes este encuentro: la catequesis es una
columna para la educación de la fe, y ¡se necesitan buenos catequistas! Gracias por este servicio a
la Iglesia y en la Iglesia. También a veces puede ser difícil, se trabaja tanto, se empeña y no se ven
los resultados deseados, ¡educar en la fe es bello! Es quizás la mejor herencia que podemos dar:
¡la fe! Educar en la fe, para que esta crezca. Ayudar a los niños, a los muchachos, a los jóvenes, a
los adultos a conocer y a amar cada vez más al Señor, es una de las aventuras educativas más
bellas, ¡se construye la Iglesia! ¡“Ser” catequistas! No trabajar como catequistas, ¡eh! ¡Eso no
sirve! Yo trabajo como catequista porque me gusta enseñar… pero tú no eres catequista, ¡no sirve!
¡No serás fecundo! ¡No serás fecunda! Catequista es una vocación: “ser catequista”, esa es la
vocación; no trabajar como catequista. Entiendan bien, no he dicho “hacer” el catequista, sino
“serlo”, porque envuelve la vida. Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con
el testimonio. Recuerden aquello que Benedicto XVI nos ha dicho: “la Iglesia no crece por
proselitismo. Crece por atracción”. Y eso que atrae es el testimonio. Ser catequista significa dar
testimonio de la fe; ser coherente con la propia vida. Y esto no es fácil. ¡No es fácil! Nosotros
ayudamos, nosotros guiamos hacia el encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el
testimonio. Me gusta recordar aquello que San Francisco de Asís decía a sus frailes: “prediquen
siempre el Evangelio y si fuese necesario también con las palabras”. Pero antes el testimonio: que
la gente vea en sus vidas el Evangelio, pueda leer el Evangelio. Y “ser” catequistas requiere amor,
amor a Cristo cada vez más fuerte, amor a su pueblo santo. Y este amor no se compra en las
tiendas; no se compra ni siquiera aquí en Roma. ¡Este amor viene de Cristo! ¡Es un regalo de
Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! Y si viene de Cristo parte de Cristo y nosotros debemos volver a
partir desde Cristo, de este amor que nos da. Para un catequista, para ustedes, también para mí,
porque también yo soy catequista ¿qué cosa significa este volver a partir de Cristo? ¿Qué cosa
significa?
1.- Ante todo hablaré de tres cosas: uno, dos, tres, como hacían los viejos jesuitas… ¡uno, dos y
tres! Antes que nada, volver a partir desde Cristo significa tener familiaridad con Él. Tener esta
familiaridad con Jesús. Jesús lo recomienda con insistencia a los discípulos en la Última Cena,
cuando se disponen a vivir con Él el don más alto de amor, el sacrificio de la Cruz. Jesús utiliza la
imagen de la vid y de los sarmientos y dice: permanezcan en mi amor, permanezcan unidos a mí,
como el sarmiento está unido a la vid. Si estamos unidos a Él podemos dar fruto, y ésta es la
familiaridad con Cristo. ¡Permanecer en Jesús! Es un permanecer apegado a Él, dentro de Él, con
Él, hablando con Él: pero, permanecer en Jesús.
La primera cosa, para un discípulo, es estar con el Maestro, escucharlo, aprender de Él. Y esto vale
siempre, ¡es un camino que dura toda la vida, eh! Recuerdo, tantas veces en la diócesis, en la otra
diócesis que tenía antes, de haber visto al final de los cursos en el seminario catequístico, a los
catequistas que salían: “!tengo el título de catequista!”. Eso no sirve, no tienes nada: ¡has hecho
un camino pequeñito, eh! ¿Quién te ayudará? ¡Esto vale siempre! No es un título, es una actitud:
¡estar con Él y dura toda la vida! Es un estar en presencia del Señor, dejarse mirar por Él. Yo les
pregunto: “¿cómo están ustedes en presencia del Señor?” Cuando vas al Señor, miras el
Tabernáculo, ¿qué cosa haces? Sin palabras… “Pero yo digo, digo, pienso, medito, siento…” ¡Muy
bien! ¿Pero tú te dejas mirar por el Señor? ¡Dejarse mirar por el Señor! Él nos mira y esta es una
forma de rezar. ¿Te dejas mirar por el Señor? “pero ¿cómo se hace?”. Mira el Tabernáculo y déjate
mirar… ¡Es simple! “Es un poco aburrido, me duermo…”. ¡Duérmete! ¡Duérmete! Él te mirará lo
mismo. Él te mirará lo mismo. ¡Pero estate seguro que Él te mira! Y esto es más importante que el
título de catequista: es parte del ser catequista. Esto enardece el corazón, tiene encendido el
fuego de la amistad con el Señor, te hace sentir que Él te mira verdaderamente, te es cercano y te
quiere. En una de las salidas que he hecho, aquí en Roma, en una misa, se me acercó un señor,
relativamente joven, y me dijo: “Padre, un gusto conocerlo. ¡Pero yo no creo en nada! ¡No tengo
el don de la fe!”. Entendía que era un don… “¡No tengo el don de la fe! ¿Usted qué cosa me dice?”.
“¡No te desconsueles. Él te quiere. Déjate mirar por Él! Nada más”. Y esto se los digo a ustedes.
¡Déjense mirar por el Señor! Entiendo que para ustedes no es tan fácil: especialmente para quien
está casado y tiene hijos, es difícil encontrar un largo tiempo de calma. Pero, gracias a Dios, no es
necesario, no es necesario que todos lo hagan de la misma manera, en la Iglesia hay variedad de
vocaciones y variedad de formas espirituales; lo importante es encontrar la manera adecuada para
estar con el Señor; y esto se puede, es posible en todo estado de vida. En este momento cada uno
puede preguntarse: ¿cómo vivo yo este “estar” con Jesús? Esta es una pregunta que les dejo:
“¿cómo vivo yo este estar con Jesús? ¿Este permanecer en Jesús?” ¿Tengo momentos en los que
permanezco en su presencia, en silencio, me dejo mirar por Él? ¿Dejo que su fuego enardezca mi
corazón? Si en nuestro corazón no existe el calor de Dios, de su amor, de su ternura, ¿cómo
podemos nosotros, pobres pecadores, enardecer el corazón de los demás? ¡Piensen en esto, eh!
2. El segundo elemento es éste. Segundo: volver a partir de Cristo significa imitarlo en el salir de sí
mismo e ir al encuentro del otro. Ésta es una experiencia hermosa, y un poco paradójica. ¿Por
qué? Porque nos coloca al centro de la propia vida ¡Cristo se descentraliza! Mientras más te unes a
Jesús y Él se vuelve el centro de tu vida, más Él te hace salir de ti mismo, te descentraliza y te abre
a los otros. Este es el verdadero dinamismo de amor, ¡éste es el movimiento de Dios mismo! Dios
es el centro, pero es siempre don de sí mismo, relación, vid que se comunica… Así nos
transformamos si permanecemos unidos a Cristo, Él nos hace entrar en este dinamismo del amor.
Pero siempre es don de sí, relación, vida que se comunica. Así también nosotros nos convertimos,
si permanecemos unidos a Cristo, Él nos hace entrar en este dinamismo del amor. Donde hay
verdadera vida en Cristo, hay apertura hacia el otro, hay salida de sí para ir al encuentro del otro
en el nombre de Cristo. Y este es el trabajo del catequista: salir continuamente de sí por amor,
para testimoniar a Jesús y hablar de Jesús, predicar a Jesús. Pero esto es importante porque lo
hace el Señor: es precisamente el Señor que nos empuja a salir. El corazón del catequista vive
siempre este movimiento de “sístole - diástole”: Unión con Jesús - encuentro con el otro. Son las
dos cosas: yo me uno a Jesús y salgo al encuentro con los demás. Si falta uno de estos dos
movimientos el corazón no late más, no puede vivir. Recibe como don el kerigma, y a su vez lo
ofrece como don. Esta palabrita: don. El catequista es consciente que ha recibido un don, el don
de la fe, y lo da como don a los otros. Y esto es hermoso… y por esto no se saca un porcentaje,
¿eh? ¡Todo lo que recibe, lo da! ¡Esto no es un negocio! ¡No es un negocio! Es don puro: don
recibido y don transmitido. Y el catequista está allí, en este cruce de dones. Es así en la naturaleza
misma del kerigma: es un don que genera misión, que empuja siempre más allá de nosotros
mismos. San Pablo decía: «El amor de Cristo nos empuja», pero aquel “nos empuja” se puede
traducir también “nos posee”. Y así: el amor te atrae y te envía, te toma y te dona a los demás. En
esta tensión se mueve el corazón del cristiano, en particular el corazón del catequista.
Preguntémonos todos: ¿es así que late mi corazón de catequista: unión con Jesús y encuentro con
el otro? ¿Con este movimiento de “sístole y diástole”? Se alimenta en la relación con Él, pero
¿para llevarlo a los demás y no para retenerlo? Les digo una cosa: no entiendo cómo un catequista
pueda quedarse quieto, sin este movimiento. ¡No entiendo!
3. Y el tercer elemento - tres - se encuentra siempre en esta línea: volver a partir de Cristo significa
no tener miedo de ir con Él a las periferias. Aquí me viene a la mente la historia de Jonás, una
figura verdaderamente interesante, especialmente en nuestros tiempos de cambios y de
incertidumbres. Jonás es un hombre pío, con una vida tranquila y ordenada, esto lo lleva a tener
sus esquemas bien claros y a juzgar todo y a todos con estos esquemas, de manera rígida. Tiene
todo claro, la verdad es esta… ¡Es rígido!
Por eso cuando el Señor lo llama y le dice ir a predicar a Nínive, la gran ciudad pagana, Jonás no se
siente capaz. “¡Ir allá! ¡Pero si yo tengo toda la verdad aquí! No se siente capaz… Nínive está fuera
de sus esquemas, está en la periferia de su mundo. Y entonces escapa, huye, se va a España, se
embarca en una nave que va por esos lados. ¡Vuelvan a leer el Libro de Jonás! Es breve, pero es
una parábola muy instructiva, especialmente para nosotros que estamos en la Iglesia.
¿Qué cosa nos enseña? Nos enseña a no tener miedo de salir de nuestros esquemas para seguir a
Dios, porque Dios va siempre más allá. Pero ¿saben una cosa? ¡Dios no tiene miedo! ¿Sabían esto
ustedes? ¡No tiene miedo! ¡Está siempre más allá de nuestros esquemas! Dios no tiene miedo de
las periferias. Por eso, si ustedes van a las periferias lo encontrarán allí. Dios es siempre fiel, es
creativo. Pero por favor, no se entiende un catequista que no sea creativo. Y la creatividad es
como la columna del ser catequista. Dios es creativo, no es cerrado, y por esto jamás es rígido,
¡Dios no es rígido! Nos acoge, nos viene al encuentro, nos comprende. Para ser fieles, para ser
creativos, es necesario saber cambiar. Saber cambiar. ¿Y por qué debo cambiar? Es para
adecuarme a las circunstancias en las que debo anunciar el Evangelio. Para permanecer con Dios
en necesario saber salir, no tener miedo de salir. Si un catequista se deja llevar por el miedo, es un
cobarde; si un catequista se está ahí tranquilo termina por ser una estatua de museo: ¡y tenemos
tantas eh! ¡Tenemos tantas! ¡Por favor, ninguna estatua de museo! Si un catequista es rígido se
vuelve acartonado y estéril. Les pregunto: ¿alguno de ustedes quiere ser cobarde, estatua de
museo o estéril? ¿Alguno lo quiere? (catequistas ¡No!) ¿No? ¿seguro? ¡Bien! Pero lo que les diré
ahora lo he dicho tantas veces. Pero me viene del corazón decirlo. Cuando nosotros cristianos
estamos cerrados en nuestro grupo, en nuestro movimiento, en nuestra parroquia, en nuestro
ambiente, permanecemos cerrados y nos pasa lo que le pasa a todo aquel que es cerrado: cuando
una habitación está cerrada empieza el olor de humedad… y si una persona está encerrada en ese
cuarto, ¡se enferma! Cuando un cristiano está cerrado en su grupo, en su parroquia, en su
movimiento está cerrado, se enferma. Si un cristiano sale por las calles en las periferias, puede
pasarle aquello que sucede a cualquier persona que va por la calle: un accidente… Tantas veces
hemos visto accidentes de tráfico… pero les digo: ¡prefiero mil veces una iglesia accidentada y no
una iglesia enferma! ¡Una iglesia, un catequista que tenga el valor de arriesgar para salir y no un
catequista que sabe todo, pero cerrado siempre y enfermo.
Y a veces enfermo de la cabeza…
Pero ¡atención! Jesús no dice: vayan, arréglenselas. ¡No! ¡No dice eso! Jesús dice: ¡vayan, estoy
con ustedes! Ésta es nuestra belleza y nuestra fuerza: si nosotros vamos, si nosotros salimos a
llevar su Evangelio con amor, con verdadero espíritu apostólico, con parresia, Él camina con
nosotros, nos precede, nos “primerea”. ¡El Señor siempre nos primerea! Ya han aprendido el
sentido de esta palabra. ¡Y esto lo dice la Biblia eh! No lo digo yo. La Biblia dice, el Señor dice en la
Biblia: “yo soy como la flor del almendro”. ¿Por qué? Porque es la primera flor que florece en la
primavera. Él es siempre “primero”. ¡Él es primero! Esto es fundamental para nosotros: ¡Dios
siempre nos precede! Cuando pensamos ir lejos, a una periferia extrema, y quizás tenemos un
poco de temor, en realidad Él ya está allá: Jesús nos espera en el corazón de aquel hermano, en su
carne herida, en su vida oprimida, en su alma sin fe. Pero ustedes saben, una de las periferias que
me hace tanto mal, que siento dolor -la vi en la diócesis que tenía antes-, es aquella de los niños
que no saben hacerse la señal de la cruz. En Buenos Aires hay tantos niños que no saben hacerse
el signo de la cruz. Esta es una periferia ¡eh! Se necesita ir ahí. Y Jesús está allí, te espera para
ayudar a ese niño a hacerse el signo de la cruz. Él nos precede siempre.
Queridos catequistas, los tres puntos terminaron… ¡siempre volver a partir de Cristo! Les digo
gracias por aquello que hacen, pero sobre todo porque están en la Iglesia, en el Pueblo de Dios en
camino. Permanezcamos con Cristo, permanecer en Cristo, busquemos cada vez más de ser una
cosa sola con Él; sigámoslo, imitémoslo en su movimiento de amor, en su ir al encuentro del
hombre; y salgamos, abramos las puertas, tengamos la audacia de trazar nuevas vías para el
anuncio del Evangelio. Que el Señor los bendiga y la Virgen los acompañe. ¡Gracias!
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