La Torre de Marfil apoya el Muro del Apartheid

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La Torre de Marfil apoya el Muro del Apartheid
Margaret Aziza Pappano :: 10/08/2007
[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] Si el boicot a las instituciones
académicas israelíes se considera injusto, ¿cómo se debería calificar la metódica destrucción
del sistema educativo palestino?
Profesores y estudiantes palestinos de una escuela de
la ONU en Gaza protestan contra los ataques aéreos que el día anterior (8 de noviembre de 2006)
provocaron la muerte de 18 palestinos, la mayoría mujeres y niños, en Beit Hanoun, Gaza. La
utilización del “castigo colectivo” por parte de Israel es uno de los motivos alegados por el Sindicato
Británico de Universidades y Escuelas universitarias para declarar el boicot a las instituciones
académicas israelíes. (Hatem Omar /MaanImages
En las últimas semanas, rectores de universidades de Estados Unidos y Canadá se han apresurado a
hacer declaraciones sobre la propuesta de boicot a las instituciones académicas israelíes planteada
por el sindicato británico de profesores de universidad. Consideran este boicot como una grave
violación de la libertad académica pero, habida cuenta de la incapacidad general de estos dirigentes
universitarios para criticar una serie de transgresiones de la libertad académica ocurridas en los
últimos años, entre otras algunas muy cercanas a ellos como la negativa por razones políticas a
hacer profesor permanente a Norman Finkelstein y a su colega Mehrene Larudee que le apoyó
públicamente, el acoso a los profesores Joseph Massad y Rashid Khalidi de la Universidad de
Columbia, y las intimidaciones de Campuswatch,(*) se le puede perdonar a uno que llegue a la
conclusión de que los rectores universitarios prefieran mantenerse por encima de las luchas
políticas y se reserven para asuntos serios e importantes en lugar de llevar a cabo pronunciamientos
controvertidos sobre los tsunamis. Sin embargo ahora, en medio del tórrido y calinoso verano, los
rectores se han movilizado al máximo para imponer su retórica académica al expresar su solidaridad
con los profesores universitarios israelíes y su poyo al mantenimiento del derecho de todos a
comprometerse con “la discusión de ideas y con la libertad de asociación”. Lo que quizás resulte más
sorprendente en esta tendencia es que se trata de algo prácticamente virtual porque de hecho no se
ha violado libertad alguna por un boicot todavía en fase de debate. No obstante, los rectores se
están preparando con antelación para lo que podría ser “un ataque... a la principal misión de las
universidades “ (Gilles Patry, Universidad de Ottawa) y “una amenaza a los cimientos morales de
todas y cada una de las universidades” (Amy Guttman, Universidad de Pensilvania). [1] John Carsten,
rector de la Universidad de Virginia, compara la propuesta de boicot a “la actitud de los
movimientos políticos más nefastos del siglo XX”. Sin embargo, todos ellos deben saber que los
palestinos sufren desde hace muchas décadas numerosos ataques a sus universidades y escuelas por
las fuerzas de ocupación israelíes. Seguramente, si los rectores universitarios se han levantado en
armas contra la propuesta de boicot a los académicos israelíes, tendrían algo que decir sobre el
cierre de las universidades palestinas, el encarcelamiento y tiroteos contra estudiantes y profesores,
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los diarios impedimentos que sufren estudiantes y profesores para acudir a clase, la denegación de
permiso a los estudiantes para ingresar en las universidades, y la suspensión de visados para
investigadores y académicos invitados que caracterizan la vida académica en Palestina. Si el boicot a
las instituciones académicas se considera injusto, ¿cómo se debería calificar la metódica destrucción
de un sistema educativo? Si Patry advierte de los potenciales “actos de exclusión” contra los
académicos israelíes, ¿no está preocupado porque precisamente ahora mismo, mientras hablamos,
casi todos los estudiantes palestinos están excluidos de las instituciones israelíes e incluso en el
interior de Palestina los israelíes impidan a los estudiantes palestinos el acceso a sus propias
universidades al negarles el imprescindible permiso para viajar? ¿Se puede considerar un “acto de
exclusión” la deportación y el exilio de diecinueve años de su colega, Hanna Nasir, rector de la
universidad de Birzeit? Mi propia rectora, Karen Hitchcock, está comprometida con “la defensa de la
libertad de los individuos para estudiar, enseñar e investigar sin temor al hostigamiento, la
intimidación o la discriminación”. Pero uno se pregunta ¿entre esos “individuos” se incluye a los
palestinos? De ser así, ¿está dispuesta a afrontar la instalación de puestos de control en el exterior
de la universidad, semejantes al existente en Birzeit, que ha provocado una reducción de la
asistencia a clase de entre un 20 y un 40 por ciento según datos de Human Rights Watch? Judith
Butler, filósofa y crítica, alega que “si el ejercicio de la libertad académica se coarta o frustra, esa
libertad se pierde, razón por la que los puestos de control deberían ser una cuestión que afecte a
quienes defienden la idea de la libertad de enseñar”. [2] Es importante comprender que la UCU
(Sindicato de Profesores de Universidad y Escuelas Universitarias) británica tiene como objetivo a
las instituciones académicas israelíes (no a los individuos) no sólo porque pertenecen a su misma
profesión sino también por el lugar que ocupan las universidades en la sociedad israelí. Las
universidades israelíes, en lugar de ser lugares para la disidencia y la resistencia frente a las
políticas discriminatorias y violentas de su Gobierno, son ellas mismas culpables de la violación de
los derechos humanos. La Universidad de Bar-Ilan ha establecido un campus en Ariel, una colonia
ilegal en Cisjordania, convirtiéndose en cómplice directo del continuado proyecto de expansión
colonialista. La Universidad Hebrea tiene un largo y nefasto historial de apropiarse tierra palestina.
En 1968, en contra de una Resolución de la ONU, la universidad expulsó a centenares de familias
palestinas para ampliar su campus en Jerusalén oriental. Esta historia de confiscaciones ha
continuado, ya que en octubre de 2004 se produjeron expulsiones de más familias palestinas y la
destrucción de sus viviendas para una nueva ampliación de sus instalaciones. Los profesores
israelíes colaboran con los servicios de inteligencia, poniendo a su servicio su experiencia académica
para elaborar sofisticados métodos de “interrogatorio” de los que se aprovecha el ejército israelí. Y
los propios académicos israelíes prestan servicio en el ejército como “reservistas”, por lo general en
los territorios ocupados. La medida del sindicato de profesores británico va dirigida a animar a sus
colegas israelíes a hacer algo en relación con la complicidad de sus universidades en la ocupación
ilegal. En lugar de dedicarse exclusivamente a lanzar soflamas y denunciar verbalmente el boicot del
sindicato británico, unos pocos rectores están dispuestos a ir más allá. En su declaración, Karen
Hitchcock amenaza con unir su Universidad de Queen a la lista del boicot. Tomando como ejemplo la
postura del rector de la Universidad de Columbia, Lee Bollinger, irónicamente un académico de la
Primera Enmienda Constitucional, Hitchcock alude a la petición iniciada por el profesor Alan
Dershowitz que anima a los académicos estadounidenses a considerarse ciudadanos israelíes
honorarios y pedir que el sindicato británico también los boicotee. Robert Birgeneau, rector de la
Universidad de California-Berkeley, y Heather Munroe-Blum, rectora de la Universidad McGill, han
expresado sentimientos similares en sus declaraciones al afirmar que si el sindicato de profesores
británico UCU decide boicotear a las instituciones israelíes entonces deberían hacerlo también con
Berkeley y McGill. Cuando estos rectores universitarios desafían con sus declaraciones al UCU a que
los boicoteen, están indicando que si los profesores de Columbia, Berkeley, McGill y Queen quieren
que se les boicotee junto a sus colegas israelíes es porque creen que ese boicot es un error. Es
previsible que entre los claustros de profesores y estudiantes de esas universidades haya quienes no
quieran ser considerados ciudadanos israelíes honorarios y por ello verse sometidos al boicot de las
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universidades británicas. ¿Se encuentra entre las potestades propias de un rector de Universidad
hacer ese tipo de declaraciones personales que pueden tener consecuencias funestas para el
progreso intelectual de los componentes de su universidad? ¿Qué clase de libertad académica es la
que permite que un rector pueda tomar esas decisiones en nombre del claustro, estudiantes y
personal del Centro? Si bien puede que haya muchos miembros de esas universidades que apoyen
sus posturas, por principio no se puede ni se debe estar de acuerdo con ella. Creo que en sí misma
es un atentado contra la libertad académica. En efecto, en todos esos compromisos hechos públicos
con “el intercambio de conocimientos e ideas (Munroe-Blum), “el entendimiento entre académicos y
la libertad de expresión y de intercambio” (Patry), “la discusión pública y el intercambio de ideas”
(John Casteen, de la Universidad de Virginia), “el debate libre y sin restricciones” (David Skorton, de
la Cornell University), ninguno de estos rectores universitarios parece tener la mínima preocupación
por facilitar el tipo de debate público sobre el fondo del asunto, lo que supuestamente debería ser el
verdadero emblema de sus instituciones. Por desgracia, parece de hecho que esos rectores se están
apresurando a hacer declaraciones precisamente para evitar el debate en sus recintos universitarios.
Si realmente los rectores mencionados estuvieran comprometidos con esos principios, ¿porqué no
organizan o al menos promueven un debate entre sus electores para que se analicen las razones en
las que se apoya la propuesta de boicot? ¿Acaso quieren evitar el debate porque tienen miedo a
verse implicados en una discusión pública sobre el tema en sus campus con una serie de cuestiones
controvertidas? Cuando no se produce una discusión abierta sobre temas como éste en las
universidades, ¿qué clase de ejemplo se está dando con las declaraciones de sus máximos
responsables? Espero que se lleve a cabo un “debate libre y sin trabas en la universidad de Cornell.
¡Despojémonos de los grilletes! Sospecho, no obstante, que esta acumulación de declaraciones no es
buen augurio para lo que Casteen asegura es “la única posibilidad de que la Universidad sirva al
bien común”. Parece que se ha establecido un peligroso precedente en el que los rectores de
universidad han asumido el papel tradicional de los políticos y han aceptado viajes a Israel
políticamente organizados. El periódico israelí Ha’aretz ha informado de que siete rectores de
universidades estadounidenses visitaron Israel a principios de julio en el marco de una campaña
“para explicar las políticas israelíes a los dirigentes de las instituciones académicas de EEUU y
reforzar la colaboración científica entre los dos países” [3] Además de reunirse con el ministro de
Educación y con dirigentes académicos, los rectores de universidad lo hicieron también con
“expertos militares”. Presumiblemente, no intercambiaron opiniones sobre Aristóteles con los
generales israelíes. Aunque estamos acostumbrados a que nuestros representantes electos
participen en viajes parecidos, la Universidad (en eso coincido con Casteen, quien participó en la
delegación que visitó Israel) se supone que está al servicio público en un solo sentido. Si bien no
afirmo que no se alcanzase el objetivo educativo durante la visita a los rectores, sigo perpleja ante la
reunión con los militares israelíes. Tamata Traubmann, corresponsal de Ha’aretz, describe la agenda
política del viaje “La visita ha tenido lugar en medio de los intentos de imponer una boicot
académico contra Israel y la controversia suscitada sobre Israel entre la derecha y la izquierda en
las universidades estadounidenses”. Si este viaje estaba organizado con el objetivo de intentar
impedir el debate en los campus, entonces debemos preguntarnos si las universidades han
sucumbido, en la lamentable frase de Bollinger a “los tendenciosos intentos políticos de secuestrar
la principal misión de la enseñanza superior.” Los rectores de universidad podrían alegar que están
dispuestos a defender los derechos de todos los grupos, no sólo el de los israelíes, a la libertad
académica. Como Tom Traves, rector de Dalhousie escribía en su declaración: “Las universidades no
tienen política exterior y deben mantener siempre su derecho a la independencia de las órdenes del
Gobierno relacionadas con su agenda política a corto plazo.” Sin embargo, cuando los rectores de
universidad han permitido numerosas violaciones de la libertad académica de los palestinos sin
hacer el menor comentario, deben comprender que sus declaraciones en lugar de “defender la
libertad de los individuos”, como afirman, son en realidad precisamente pronunciamientos políticos
de apoyo al régimen israelí. No se puede consentir décadas de enormes injusticias cometidas contra
una de las partes y de pronto acudir a defender a la otra sin implicarse en una posición política. Lo
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que me ha afectado especialmente por lo desafortunado- aunque habida cuenta del maltrato recibido
recientemente por Joseph Massad, profesor de Estudios de Oriente Próximo-, no inesperado, ha sido
que el rector de la Universidad de Columbia estuviera al frente del asunto. En 1968, mientras la
Hebrew University se afanaba en confiscar tierras palestinas en Jerusalén oriental, en la zona oeste
de Manhattan la Universidad de Columbia hacía lo mismo. En abril de aquel año, Columbia
pretendía arrasar el Morningside Park, un parque vecinal contiguo a su principal campus, para
construir un gimnasio. Las protestas vecinales fueron enormes y los estudiantes se movilizaron de
inmediato para impedir lo que consideraban una apropiación desdeñosa del espacio vecinal para uso
en gran parte privado. La larga protesta que siguió, reprimida en primer término violentamente por
la policía, resultó finalmente efectiva para alcanzar su objetivo. El proyecto de gimnasio se abandonó
y la petición de los estudiantes para que Columbia cortara sus vínculos con el Instituto para el
Análisis de la Defensa obtuvo también sus frutos, una medida que seguramente permitió a sus
científicos trabajar con “mayor transparencia” y “libertad para el intercambio de ideas.” Aquello fue
un acontecimiento estimulante en la historia de la Universidad de Columbia y la eficacia de la
protesta y el buen resultado alcanzado al respetar los derechos de los vecinos y la complejidad de las
relaciones raciales de sus habitantes con la universidad, ahora se consideran con orgullo como uno
de los mejores momentos de su historia y se exhibe en su página web. Se trata de una historia de la
que Bollinger y otros rectores deberían tomar ejemplo: el que las universidades necesitan de
motivación para avanzar y superar su pasado, en ocasiones poco ejemplar. Apoyar el boicot a una
universidad puede ayudar a quienes en su seno disienten para trabajar con más efectividad por el
cambio, porque el deseo de dar una buena impresión al mundo con frecuencia ha servido como
catálisis para transformaciones positivas. La opinión mundial fue absolutamente fundamental para
presionar al gobierno de EEUU durante la época de la lucha por los derechos civiles y para
desmantelar el apartheid en Sudáfrica. Habida cuenta de que el boicot va dirigido contra las
instituciones y no contra los individuos, en lugar de aislar a los académicos israelíes, el boicot puede
servir de apoyo a aquellos profesores que quieren reformar sus universidades. Existen otras
estrategias además del boicot para que nosotros, como académicos, nos enfrentemos al sufrimiento
de los palestinos en los territorios ocupados. Una comunidad universitaria podría adoptar otras
medidas diferentes. Thomas Friedmann, columnista del New York Times, ha sugerido hace poco que
las universidades podrían formar estudiantes palestinos, estableces intercambios y enviar profesores
a enseñar en universidades palestinas. Creo que es una buena idea y espero que Israel esté de
acuerdo con Friedmann y deje de negar o revocar arbitrariamente los visados a los profesores
visitantes y de impedir que los estudiantes y académicos palestinos puedan asistir a congresos en el
extranjero. Estoy segura de que “un público intercambio de ideas” en los campus universitarios
conduciría a una serie de sugerencias innovadoras para analizar de qué manera nosotros, como
académicos, podemos contribuir a mejorar el sufrimiento de nuestros colegas palestinos y a apoyar a
nuestros compañeros israelíes para que hagan lo mismo. Pero no descartemos el boicot antes de que
se produzca ese debate. Con este fin, he cursado una petición a mi universidad en la que pido a la
rectora que se retracte de su declaración y apoye la organización de un foro para discutir los temas
relacionados con la propuesta de boicot. Es lo mínimo que debe hacer una universidad y pido a mis
colegas de otras instituciones universitarias que hagan lo mismo.
Notas * N.T.: Página web que vigila y denuncia, en una especie de caza de brujas, a profesores
universitarios en Estados Unidos especializados en Oriente Próximo, críticos con las actuaciones del
Estado de Israel [1] Todas las citas procedentes de rectores, presidentes y cancilleres de
universidad, las he tomado de sus declaraciones publicadas en las páginas web de sus respectivos
Centros. [2] “ Israel/ Palestine and the paradoxes of academic freedom”, Judith Butler,
RadicalPhilosophy 135, enero-febrero, 2006, p. 11. [3] “U.S. university presidents visits Isreal to
strengthen academic ties”, Tamara Traubmann, Ha’aretz, 3 de julio de 2007. Margaret Aziza
Pappano es Profesora Asociada de inglés en la Universidad Queen, Kingtston, Ontario; es
especialista en literatura medieval. En 2006 visitó Cisjordania como miembro del Instituto
lahaine.org :: 4
“Connecting Dearborn and Jerusalem”, patrocinado por el Center for Arab American Studies de la
Universidad de Michigan-Dearborn. Electronic Intifada, 25 de julio de 2007
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