En torno a la lucha armada como método de lucha... Rico

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En torno a la lucha armada como método de lucha en Puerto
Rico
Alejandro Torres Rivera :: 27/10/2007
El desarrollo de una organización político-militar de cuadros se concibe a
sí misma como un ?partido armado?. Se trata de una organización capaz de asumir como
retaguardia revolucionaria los intereses estratégicos del pueblo puertorriqueño en el momento
en que el enemigo avance sobre las organizaciones de masa
“Si conoces al enemigo y te conoces a tí mismo, no necesitas temer el resultado de cien
batallas. Si te conoces a ti mismo pero no al enemigo, por cada batalla ganada también
sufrirás una derrota. Si no te conoces ni a ti mismo ni al enemigo, sucumbirás en cada
batalla.” Sun Tzu: El Arte de la Guerra
Primeramente, quisiera hacer una distinción entre lo que considero son los “métodos de lucha” y lo
que constituye, en una etapa particular del desarrollo de un proceso político, el “método
fundamental de lucha”. Se entiende por “método”, según nos indica el Diccionario de la Lengua
Española, el “modo de decir o hacer con orden una cosa”; el “modo de obrar o proceder”; y es
también, el “hábito o costumbre que cada uno tiene y observa” en el desarrollo de sus actos.
Aplicado al plano de los procesos políticos, podríamos indicar que “métodos de lucha” constituyen
aquellos procedimientos o maneras como nos planteamos desarrollar la conducción de los procesos
sociales con miras a la obtención de ciertos resultados. En los procesos de lucha política, de lucha
revolucionaria, de lucha anti colonial pueden converger, sin embargo, diferentes métodos de lucha
según el desarrollo de las condiciones particulares de cada país. No sería inusual encontrarnos con
situaciones donde a lo largo de ciertos períodos de tiempo definidos, que pueden ser a su vez ser
cortos o extensos, pueda identificarse en ellos la primacía de un método sobre otros como el método
fundamental que asume la lucha. Durante décadas, el debate sobre los métodos de lucha política en
el contexto de la lucha por la descolonización, la soberanía y la independencia nacional en nuestro
país, ha estado en alguna medida mediatizado entre las organizaciones patrióticas por una
aproximación en la cual, la lucha armada y la lucha electoral o cívica, se anteponen como contrarios,
como opuestos, perdiendo así la perspectiva de la complementaridad. Se elevan así, en categorías
principistas muchas veces dogmáticas, el uso o el rechazo de la vía electoral como sinónimo de lucha
legal o pacífica, excluyente de toda forma de resistencia armada o político-militar; en contraposición
al ejercicio de la lucha armada, desarrollada al margen de la legalidad misma del Estado, como
sinónimo de lo que es o no es revolucionario. Así, sumidos dentro de este tipo de debates, vamos
perdiendo de perspectiva los aspectos de interdependencia presentes en ambos métodos de lucha. Al
hacerlo, olvidamos volver nuestras miradas a las experiencias de otros procesos revolucionarios
triunfantes en los cuales la combinación en el ejercicio de diferentes métodos de lucha ha sido
fundamental en el triunfo de los pueblos en una lucha de independencia y liberación nacional.
Puerto Rico es un país colonial. Los poderes políticos fundamentales no residen en Puerto Rico sino
en el Congreso de Estados Unidos, quien los ha conculcado desde el fin de la Guerra Hispanocubana-americana. En el marco de esta ausencia de democracia real, donde los poderes políticos de
los puertorriqueños son detentados por otro teniendo como resultado que la soberanía no reside en
nosotros, el imperialismo estadounidense ha creado las bases materiales para inducir al pueblo a
creer en la validez de su modelo político vigente como expresión de una democracia representativa
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dentro del marco del desarrollo capitalista que vivimos. El resultado de este largo proceso ha sido
que en Puerto Rico todavía la inmensa mayoría de nuestro pueblo, en parte por la incapacidad del
independentismo para convencerles de lo contrario, cree de buena fe que vive en una democracia.
Para esta mayoría de nuestro pueblo existe la noción de que las instituciones creadas dentro de la
legalidad colonial existente, le brindan aquellas herramientas necesarias para atender sus
necesidades de cambio y mejoramiento material en sus condiciones de vida individual y colectiva. A
juicio de esta mayoría, las instituciones existentes posibilitan también los mecanismos para atender
aquellos problemas relacionados con el estado de sus relaciones políticas con Estados Unidos. En
Puerto Rico, los espacios para el desarrollo de la lucha cívica, la lucha legal de masas, la lucha
electoral, la lucha comunitaria organizada, entre otras, si bien en ciertos períodos se han
estrechado, no es posible afirmar y mucho menos en forma categórica y absoluta, que se hayan
cerrado esas posibilidades, incluso para aquellos que nos planteamos la independencia y el
socialismo. La experiencia del Siglo XX corrobora esta afirmación. Aún tomando en consideración la
abrumadora represión contra el movimiento nacionalista y comunista durante la década de 1950,
ciertamente el independentismo pudo mantener como instrumento de lucha una opción legal
electoral, a la vez que desarrolló otra alternativa de lucha revolucionaria no electoral. Tal fue el caso
del PIP, y más adelante, del MPI al final de la década. En los años sesenta y setenta, cuando
asumíamos esta misma discusión, señalábamos que si esto era así, era porque todavía el desarrollo
de esa lucha de masas no representaba un peligro irreversible para los intereses vitales del
imperialismo en Puerto Rico. Por eso postulábamos la necesidad de, sin abandonar otras formas de
lucha organizada, a través de los frentes de lucha de masas legales podíamos influenciar el adelanto
de la independencia. En este debate, sin embargo, estaba presente la premisa de que era necesario
el desarrollo de instancias organizadas que sirvieran a manera de retaguardia para esa lucha legal
de masas; el desarrollo de instancias organizadas que articularan la capacidad de garantizar que,
bajo nuevas y más difíciles condiciones, la lucha por la independencia nacional y la justicia social
continuara adelante. Para esos años compartíamos la idea sobre la necesidad de articular tres
pilares sin los cuales sería imposible darle continuidad histórica a la lucha de independencia:
primero, era necesario la conducción política del proceso mediante la creación y desarrollo de un
partido político clandestino, capaz a su vez de combinar efectivamente su organización dentro del
marco de la legalidad existente y más allá de la misma; segundo, mediante la formación de cuadros
integrales capaces de asumir las diferentes tareas que cada período y circunstancia requirieran.
Estos cuadros, formados al calor del debate ideológico, la lucha de masas y la capacitación militar
interna, estarían en condiciones de ir construyendo los cimientos de una estructura político-militar;
tercero, que estos cuadros y esta organización impulsaba la lucha político-militar, a la vez tendrían
la responsabilidad de contribuir al desarrollo de una estructura amplia de masas, capaz de
incorporar a la lucha amplios sectores del pueblo dentro del contexto de una lucha anti colonial, anti
imperialista y anti capitalista. “Partido-Ejército-Frente de Masas”, ése era el trípode desde el cual
desarrollaríamos el proceso revolucionario puertorriqueño. En aquel momento, valga la pena
aclarar, en el proceso de identificar la etapa de la lucha por la cual se atravesaba, definíamos la
misma como una de “defensiva estratégica”; es decir, una en la cual la debilidad relativa del
movimiento revolucionario obligaba a colocar mayor énfasis en la preparación e inserción de los
cuadros en las luchas que se libraban por parte de nuestro pueblo. Las tareas político-militares
quedaban subordinadas a aquellas que demandaba la lucha de masas. De ahí que a partir del
desarrollo de las luchas amplias; de las luchas de masas; de las luchas de las comunidades, de las
luchas de los sindicatos frente a sus patronos y al Estado; de las luchas nacionales como fueron la
lucha por la defensa de los recursos naturales y la lucha anti militarista, la lucha armada y la lucha
política se asumía por el partido como una sola. Esta visión fue en alguna medida articulada por
diferentes organizaciones a lo largo de las décadas de 1970 y 1980. En el caso particular del
compañero Filiberto Ojeda Ríos, a partir de las anteriores premisas y como hoy atestiguan los
señalamientos hechos en la entrevista y los documentos publicados en el libro de José Elías Torres,
titulado Filiberto Ojeda Ríos: su propuesta, visión, su propuesta sobre la necesidad de la lucha
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armada en Puerto Rico se concebía primero, como componente histórico de nuestro pueblo presente
a lo largo de su lucha de independencia desde el siglo XIX; segundo, como derecho legítimo del
pueblo puertorriqueño en su lucha anti colonial frente a Estados Unidos de América. Como indica el
propio compañero Ojeda Ríos, la lucha armada es y ha sido “un mecanismo irrenunciable por
constituir por sí mismo un derecho de todo pueblo colonizado para luchar por la independencia de la
patria.” Un tercer elemento importante en la articulación de esta visión que nos indica el compañero
Ojeda Ríos, era que la lucha armada no debía ser concebida como un fin en sí misma. La lucha
armada para Filiberto Ojeda Ríos era un complemento, vigente en esta etapa de la lucha de masas
que venía articulando nuestro pueblo. Esta lucha que describía Filiberto, era aquella que a lo largo
de los pasados años se ha venido manifestando en procesos tales como la lucha por la defensa del
idioma y nuestra cultura; la lucha contra la venta de la Telefónica y su defensa frente a las medidas
neoliberales privatizadoras por parte del Estado como patrimonio nacional del pueblo
puertorriqueño; la lucha por la salida de la Marina de Guerra de Estados Unidos de Vieques; como
también de cara al futuro, en las luchas comunitarias, ambientales y por la defensa de los recursos
naturales de las cuales participan hoy importantes sectores de nuestro pueblo. Como indicara el
compañero al referirse a esta complementaridad a la luz de la experiencia de la lucha de nuestro
pueblo contra la Marina de Guerra de Estados Unidos en Vieques: “Hemos dicho y ahora repetimos,
que no habremos de hacer nada que pueda convertirse en elemento detrimental a lo que nuestro
pueblo ha escogido como metodología de lucha en esta etapa, para hacer frente a este abuso del
gobierno de los Estados Unidos y de su Marina de Guerra que es la que dicta la política a ser
ejecutada en contra de nuestro pueblo. La concepción de la desobediencia civil es la que nuestro
pueblo apoya en estos momentos y no seremos nosotros los que nos coloquemos al margen de esa
preferencia, salvo que la misma haya sido irreversiblemente reprimida, en la práctica. Ese es
nuestro deber como revolucionarios serios y responsables en este proceso histórico.” Dentro de esta
concepción, el desarrollo de una organización político-militar de cuadros se concibe a sí misma como
un “partido armado”. Se trata de una organización capaz de asumir como retaguardia revolucionaria
los intereses estratégicos del pueblo puertorriqueño en el momento en que el enemigo avance sobre
las organizaciones de masas; como aquella que sirve de escudo protector al pueblo que articula sus
luchas sobre los intereses del enemigo y la cual está disponible para ejercitar sus funciones políticomilitares en el momento en que las condiciones así lo determinen. Es dentro de este contexto que es
posible explicar y entender las acciones desarrolladas por diferentes organizaciones clandestinas en
Puerto Rico en las pasadas décadas al reivindicar acciones como las de Base Muñiz y Sábana Seca;
como también las acciones desarrolladas en el contexto de la Huelga del Pueblo contra propiedad
del Banco Popular o contra los privatizadores del Super Acueducto que traería el agua desde Dos
Bocas al Área Metropolitana durante el Rossellato. Quiero aprovechar la oportunidad que me brinda
este foro para dedicar también un tiempo a analizar el reverso de esta discusión; es decir, la
utilización de la vía electoral como método de lucha en el contexto del proceso político
puertorriqueño. Coincido con unas expresiones que escuché al Comandante Fidel Castro Ruz en
ocasión de la celebración del Foro de Sao Paulo en La Habana allá para el año 2001 cuando indicó
que, a la luz de los nuevos desarrollos políticos en América Latina, era necesario hacer una
revaluación de las tesis que llevaron a la adopción y desarrollo por parte del movimiento
revolucionario de la lucha armada como método fundamental de lucha en nuestro Continente. Allí
Fidel comparó los espacios políticos existentes en diferentes países, incluyendo Cuba, durante las
décadas de 1950, 1960 y 1970, frente a los nuevos espacios que comenzaron a abrirse, precisamente
como resultado del sacrificio de miles de revolucionarios que ofrendaron sus vidas en los procesos
políticos de esas décadas, enfrentados precisamente a los gobiernos que habían cerrado las vías
legales a los procesos políticos en sus respectivos pueblos. Las expresiones de Fidel en su alocución
iban dirigidas a plantear que en esta nueva etapa, los revolucionarios también deberíamos mirar las
condiciones existentes en nuestros respectivos estados a la hora de identificar los métodos de lucha
en cada país. Indicaba que era a partir del análisis de esas condiciones, donde el movimiento
revolucionario debería identificar la conveniencia o no de insertarse en otras formas de lucha,
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incluyendo la electoral, que permitieran el avance de las ideas revolucionarias en nuestros
respectivos países. Con su rigurosidad y autoridad acostumbrada, Fidel hacía también un análisis de
las diferencias actuales desde el punto de correlación de fuerzas entre el movimiento revolucionario
y el imperialismo, con aquella presente en décadas anteriores. Ese análisis, tan importante a la hora
de postular un programa de lucha política independentista, socialista y anti colonial en Puerto Rico,
pienso que aún no ha madurado lo suficiente. Creo que el resultado de muchos de nuestros debates
recientes han abonado a que en ocasiones, los moldes de los cuales partimos en nuestras discusiones
políticas nos refieran o se limiten a lo que era el proyecto de dominación política estadounidense en
Puerto Rico hace cincuenta o sesenta años. Así, debatimos una y otra vez sin identificar en el
proceso los ajustes hechos por Estados Unidos en sus políticas de dominación; sus proyecciones
políticas y económicas en la región; el nivel político actual del desarrollo de la conciencia de los
puertorriqueños ante temas como el colonialismo, la auto determinación, o las opciones políticas
futuras en su relación con Estados Unidos; las insuficiencias en el modelo económico vigente; los
ajustes y reajustes en las correlación de fuerzas entre los sectores populares y el imperialismo a
escala internacional, incluyendo dicho sea de paso, el rol que hoy asume América Latina en el
espacio geográfico-político-económico del cual formamos parte, y las opciones disponibles para
nuestro pueblo. Me parece, no obstante, que en el pensamiento de Filiberto esta reflexión no estuvo
ausente. Si bien en lo que corresponde al concepto de organización que él postuló para el Ejército
Popular Boricua, desde el punto de vista de cómo se visualizaba esta organización dentro de la lucha
por la independencia de Puerto Rico, éste se mantuvo fiel a una concepción política a partir de la
cual rechaza la vía electoral para la consecución de la independencia de Puerto Rico, creo que el
compañero Ojeda Ríos sí estuvo dispuesto a considerar la discusión en torno al uso revolucionario
del proceso electoral por parte de otros sectores del independentismo. Salvando la diferencia en
cuanto al carácter de la lucha por el poder político en una colonia de lo que es la lucha por el poder
político en un país independiente, pienso, también, que la experiencia del proceso bolivariano
encabezado por el Presidente Hugo Chávez en Venezuela, así como los procesos victoriosos en
Bolivia, Ecuador, Brasil, Nicaragua, El Salvador y Uruguay, como también las manifestaciones de
otros como Argentina, Chile y Panamá, contribuyeron o estuvieron presentes en Filiberto cuando
abordó la discusión del tema electoral en la entrevista que ofreció a José Elías Torres en septiembre
de 2005. Si nos referimos por ejemplo a lo que podría ser su crítica al Partido Independentista
Puertorriqueño en lo concerniente a la participación electoral, en a sus expresiones también está
presente una reflexión de lo que a su juicio debe ser el rol a desempeñar por una organización
independentista que participe de tal proceso. Veamos los señalamientos que formula Filiberto sobre
el uso de la representación parlamentaria independentista en el contexto puertorriqueño: “...yo veo
un partido, una organización que esté involucrada cien por ciento, como organización electoral, que
sea en ese lugar donde está, que sea radical. Que haga los planteamientos, en el marco de esa
legalidad queestán defendiendo, pero que haga los planteamientos que sean radicales, que sean
siempre cónsonos con los intereses del pueblo, que no modifiquen absolutamente nada, y que luchen
por los intereses del pueblo, que lleven las contradicciones, que lleven los problemas que el pueblo
sufre, que agite sobre los problemas que el pueblo sufre. Ahora mismo, con esta situación que se
está creando, yo vería una organización independentista, que esté en la Cámara de Representantes,
al margen de la Cámara de Representantes, hablándole al pueblo en la calle. Esos mismos líderes
hablándole al pueblo en la calle, organizando mítines en la calle, y diciéndole al pueblo en las calles
que van a sufrir y que lo que está pasando en esa Legislatura, de la cual ellos son parte, pero que no
son, no son integrantes,... o son integrantes,... o no son parte, no se como ponerlo exactamente. Pero
el caso es que yo creo que el rol no puede ser ése que están llevando a cabo ahora mismo,
peleándose por unos fondos, peleándose por esto, y además, con una luchas de quién manda en
la...quien es el que asume la presidencia del Senado, donde, independientemente, pues los
independentistas se tienen que ver involucrados en eso también porque ellos son parte del Senado,
por lo menos la compañera que está allí. Pero, sí, siempre he entendido que un partido
independentista, en un sitio como la Cámara de Representantes, o de la Asamblea Legislativa, tiene
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que ser radical en sus planteamientos y que verdaderamente su radicalismo lo lleve a la
calle...Tienen que tirarse al pueblo y hacerle llegar el planteamiento de posición radical para que
vean que la única alternativa es la independencia. Pero entonces tienen que hacer ese trabajo de
manera muy organizada, y tienen que masificarse y organizar intensamente para movilizar a sus
cuadros a que hagan eso.” Estas expresiones del compañero ciertamente no descartan, en el caso de
otras instancias de lucha independentista que no se plantean la lucha armada como método de
lucha, aún con sus limitaciones, el uso revolucionario del proceso electoral. En lo personal, dentro
de un país donde todavía la legalidad sigue siendo percibida como una realidad existente para la
inmensa mayoría del pueblo, aún del pueblo independentista, pienso que ese debate debe ser
asumido. Repito, debe ser asumido aunque no necesariamente a partir de lo que existe, sino de lo
que puede y debe existir en el desarrollo de una nueva visión no excluyente en cuanto a métodos de
lucha para el Puerto Rico libre e independiente que deseamos para el mañana. ¿A qué nos referimos
con la anterior aseveración? Hasta ahora, la experiencia de la participación electoral del
independentismo, más allá de la franquicia que hoy ostenta el PIP, se ha pensado fundamentalmente
desde el punto de vista de cómo lograr insertar una representación parlamentaria en la Asamblea
Legislativa de Puerto Rico. Lo mismo ha ocurrido desde el punto de vista de candidatos
independientes de ideología independentista que en algún momento han impulsado una propuesta
electoral sobre bases amplias, no ideológicas y no comprometidas abiertamente con la formulación
de una propuesta independentista. Es como si la utilización del proceso electoral estuviera limitado
únicamente a ese tipo de candidaturas nacionales. En el contexto de la participación del PIP, donde
en las pasadas elecciones esta organización ha tenido el beneficio de que, además de la
representación obtenida por sus candidatos en la Asamblea Legislativa, también ha contado con el
beneficio de una representación legislativa en las diferentes legislaturas municipales, no hemos visto
en dicho partido el desarrollo de un amplio programa reivindicativo desde estas legislaturas
municipales, enmarcado en prestar atención coordinada a los problemas comunes de las
comunidades en los respectivos municipios donde tienen candidatos electos en las asambleas
municipales. La crisis económica del Puerto Rico que vivimos se manifiesta con toda crudeza no solo
en términos nacionales, sino también a nivel de los municipios que constituyen el país. Podemos
hablar en términos nacionales del desempleo, de los índices de pobreza; de la estructura de
subsidios en Puerto Rico; de cómo afectan al pueblo las medidas que encarecen el costo de la vida a
los ciudadanos; de los niveles de criminalidad y delincuencia en el país, particularmente entre los
jóvenes; del tráfico de drogas; del pobre estado de la salud mental de nuestros ciudadanos; de la alta
deserción escolar en nuestros jóvenes; de la cultura de violencia generalizada que vivimos en el país;
del consumo de alcohol y tabaco en nuestros jóvenes y adultos; de la corrupción en el gobierno; de la
ausencia de seguridad en nuestras comunidades; del deterioro de nuestra calidad de vida; de la falta
de seguridad en el empleo; de viviendas inadecuadas e infraestructura deficiente; de serios
problemas de auto estima individual y colectiva en el puertorriqueño; de abusos a los niños;
discrimen contra la mujer; en fin, de muchos otros males sociales que sencillamente detienen el
progreso y profundizan la desigualdad entre los diferentes componentes sociales del pueblo
puertorriqueño. Entre estos problemas se encuentra también la ausencia de una visión de futuro, de
un proyecto de país a partir del cual reestructuremos un desarrollo alterno como pueblo. Si como
muestra un botón basta, hace cerca de una década, conforme a la Organización Mundial de la Salud,
Puerto Rico mantenía el índice más alto en asesinatos y homicidios en el Hemisferio Occidental (26.7
por cada 100 mil personas). Entre 1990 y 2002 los asesinatos habían ascendido en Puerto Rico a
10,943. Conforme se indica en el “Plan Estratégico para el control de Drogas”, establecido como
resultado de la Ley Núm. 3 de marzo de 2001, entre el 75% al 80% de los asesinatos ocurridos en
Puerto Rico se relacionaban con la venta de sustancias controladas. El Lic. Eduardo Villanueva
Muñoz, en una ponencia presentada el 16 de noviembre de 2002 ante un Congreso de Criminalidad,
indicaba que en un estudio efectuado durante la Administración de Rafael Hernández Colón allá
para 1977, se había establecido que entre las causas de la actividad criminal podían identificarse las
siguientes: desempleo crónico, alta tasa de divorcios, adicción a drogas y el alcohol, falta de
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cohesión social y metas comunes a consecuencia de la competencia entre partidos políticos,
consumerismo desmedido provocado por los medios de comunicación, alta tasa de deserción escolar
y crisis de identidad nacional a causa de la falta de solución al status político de Puerto Rico. Los
datos actuales que confrontamos, lejos de presentar una mejoría de lo que eran tales índices en
nuestro país hace dos décadas, demuestran que en Puerto Rico la situación no ha cambiado mucho.
Al presente el 58% de la población, es decir, más de dos millones de personas, viven bajo los niveles
de pobreza. A nivel municipal, diferentes resultados obtenidos de estudios realizados en
comunidades que actualmente gozan de la cubierta de las disposiciones de la Ley Núm. 1 de 2001,
conocida como “Ley para el Desarrollo Integral de las Comunidades Especiales de Puerto Rico”,
reflejan que en las comunidades ya identificadas como “Especiales”, que hasta el presente son 714 y
donde convive el 25% de nuestra población, se identifican por sus residentes problemas acuciantes
en situaciones tales como: pésimas condiciones de infraestructura en cuanto a viviendas, carreteras
y caminos; vertederos clandestinos; depósitos de chatarra; ausencia de facilidades comunitarias;
falta de atención a los envejecientes; escasez de medios de comunicación pública como son los
teléfonos y ausencia de facilidades recreativas, entre otros. Desde el punto de vista de problemas
sociales mayores, también se identifican en estas comunidades problemas tales como el uso de
drogas entre la población; falta de seguridad en los residentes; actividad criminal; desempleo;
prostitución; abuso en el consumo de alcohol; delincuencia juvenil; enfermedades contagiosas;
pésimas condiciones de salubridad; vandalismo; aglomeración de personas residiendo en viviendas
inadecuadas; enfermedades mentales; violencia doméstica; maltrato de menores; embarazos en
jóvenes adolescentes; analfabetismo; baja participación en la fuerza de trabajo; desproporción con
relación al número de jefas de familia donde la responsabilidad la asume totalmente la mujer; falta
de escuelas y centros de cuidado a los niños; en fin, todo un conjunto de áreas desde las cuales
podría articularse una línea de trabajo político que movilice al pueblo en pro de sus reivindicaciones
inmediatas y donde el independentismo como sector político comience a producir propuestas y
alternativas. Si vinculamos el quehacer político del independentismo en estas comunidades con el
conjunto de otras luchas comunitarias de las cuales participamos tales como aquellas por la defensa
del medio ambiente; del fortalecimiento de la cultura; de la protección de los terrenos agrícolas; el
desarrollo de micro empresas que atiendan al problema de la búsqueda de alternativas de empleo en
los municipios, no solo para aquellos que son desplazados de la fuerza de trabajo sino también para
aquellos que buscan una oportunidad para entrar en ella; por solo mencionar algunas, el
independentismo comenzará a vincular su propuesta de independencia con un programa político
integral y coherente que a la misma vez atienda sobre la marcha el conjunto de problemas que hoy
dificultan elevar las posibilidades de desarrollo de nuestro pueblo. Creo que en la propuesta de
desarrollo de un plan de trabajo dirigido a que el independentismo se inserte en el trabajo de
comunidades, de la misma forma que en el pasado hemos intentado vincularnos con el trabajo
reivindicativo de los obreros y trabajadores en sus centros de trabajo, podríamos estar
planteándonos de cara al futuro un proyecto histórico, aunque nos tome una o dos décadas, para el
desarrollo de un proceso de apoderamiento del pueblo. En él, sus intereses inmediatos se
vincularían con una solución a largo plazo de los problemas de dependencia y colonialismo que
arrastramos. Por eso pienso que una posibilidad que no hemos intentado explorar puede ser el
desarrollo de ese potencial a nivel comunitario que pueda a su vez traducirse en poder político
electoral a nivel municipal. Se trata de un proceso en el cual contribuyamos a que el poder
legislativo electoral a nivel municipal pase eventualmente a ser ejercido por los representantes de
esas comunidades en función de sus luchas reivindicativas del presente y del futuro. Desde esa
aproximación al fortalecimiento del poder del pueblo, podríamos estar en una mejor posición para
plantearnos el avance hacia otras instancias superiores del poder político. En todas y cada una de
estas luchas puede darse un punto de encuentro entre aquellos y aquellas que postulen y apoyen las
más diversas formas o métodos de lucha sin que el debate tenga que producirse desde posiciones
antagónicas, desde posiciones donde unos y otros nos cancelemos mutuamente. Una visión de lucha
cívica, legal o electoral no tiene porqué entrar en contradicciones insalvables con el desarrollo de la
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reserva estratégica que tales luchas deben tener en el contexto de un proceso más amplio de lucha
por la independencia y la liberación nacional de nuestro pueblo. De ahí la importancia, repito, la
gran importancia de siempre tener la capacidad dialéctica para distinguir la diferencia entre lo que
son los “métodos de lucha” y lo que constituye el “método fundamental de lucha” en cada coyuntura,
en cada etapa del proceso político. Termino esta intervención retomando una expresión de SunTzu
cuando nos advierte lo siguiente: “Así como el agua no retiene una forma constante, así en
Estrategia no hay condiciones constantes. Quien puede modificar sus tácticas en relación con su
oponente, triunfa a causa de eso.” Redbetances.com
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