Terrorismo - Embajada de la Federación de Rusia en Chile

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Terrorismo
Borís Martynov
doctor en Ciencias Políticas, ILA
Elena Gólubeva
investigadora del ILA
EL TERRORISMO ISLÁMICO EN LOS PAÍSES DEL
HEMISFERIO OCCIDENTAL, AYER Y HOY
Los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra la superpotencia global promovieron súbitamente el tema del terrorismo
islámico al primer plano de los problemas de actualidad. La humillación nacional vivida por los Estados Unidos los movió a replantear
toda su estrategia internacional para prevenir eventuales nuevas acciones terroristas y proteger eficazmente su territorio nacional frente a
un peligro que ha adquirido nuevos parámetros en las condiciones de
la globalización. El carácter urgente de las medidas adoptadas por
Washington, con predominio en ellas del componente de fuerza, denota que la única superpotencia del mundo contemporáneo no estaba
preparada para enfrentar tal desarrollo del acontecer, en el que actos
de terror que hasta hace poco solían ser hechos aislados protagonizados por delincuentes comunes, fanáticos o personas anormales,
tienden a adquirir carácter sistémico, alcanzando la dimensión de lo
que los mass media mundiales han dado en denominar “superterrorismo”.
Ahora la Administración norteamericana se propone combatir el
terrorismo “en todos los acimutes”, abarcando en este concepto un
“enemigo” mal identificado (el fenómeno del radicalismo islámico ha
sido poco investigado) que pueda manifestarse “en cualquier lugar y
en cualquier momento”. Pensamos que este propósito denota que
Washington aún no se ha recuperado plenamente del shock sicológico sufrido. Los “golpes de superficie” asestados ya (Afganistán) o
planificados (Irak) más que objetivos concretos persiguen fines de
propaganda política. Tienen por objeto demostrar a todo el mundo el
poderío global de Norteamérica y su decisión de lucha. La caza de
Ben Laden por todo el mundo no puede ser infinita: primero, porque
no hay garantía alguna de que esta operación culmine con éxito, y
segundo, porque la captura del “terrorista número 1”, aunque acontezca, de por sí no fortalecerá la seguridad de los EEUU.
Probablemente, después de cierto “período febril”, la Administración norteamericana tendrá que enfocar con óptica más concreta el
tema de la protección del territorio nacional contra eventuales acciones del terrorismo islámico (y no sólo islámico), prestando mayor
atención a la dirección meridional, o sea, a los países de América
Latina y el Caribe. Ya se percibe cierta reactivación del interés de la
administración de G. Bush hijo por esta región, cuya problemática
había quedado relegada por los EEUU al segundo plano a raíz del 11
de septiembre. Las visitas del presidente norteamericano a México,
Perú y El Salvador a fines de marzo de 2002 y su reunión en Lima con
los jefes de Estado de la Comunidad Andina mostraron la preocupación de la “hiperpotencia” por el estado de cosas en el plano de la
seguridad continental, ante todo en los aspectos de la lucha contra el
terrorismo, el narcotráfico, la corrupción y la delincuencia, así como la
migración ilegal. “El porvenir de nuestro país está vinculado íntimamente al bienestar y la seguridad de nuestros vecinos del sur”, declaró
Bush en vísperas de su gira latinoamericana.1
Ya nos hemos referido en otra ocasión al alto potencial conflictógeno de la región de ALC, que por lo específico de su ubicación geográfica y sus características socioeconómicas, civilizacionales e históricas podría ser una base idónea para la organización y ejecución de
acciones terroristas contra el territorio de los EEUU2. Recordemos que
Alemania, al elaborar planes de la guerra contra los EEUU en el siglo
XX, ambas veces apostó a América Latina, tomando en consideración
por lo visto la vulnerabilidad del coloso desde su “barriga blanda”. En
el presente artículo nos proponemos recoger sucintamente las principales características del estado actual de las comunidades musulmanas en América Latina y el Caribe, el historial de actos terroristas perpetrados en países del área y vinculados con el radicalismo islámico,
y analizar la perspectiva de una eventual agudización de la situación.
Las comunidades musulmanas (árabes) en los distintos países de
ALC representan un componente poblacional de peso notable y, por
regla general, gozan de considerable influencia política y económica.
La mayor comunidad árabe es la de Brasil (aproximadamente 1% de
la población, o sea alrededor de 1.800.000 personas). En Argentina,
los musulmanes representan el 1,5% de la población total (cerca de
555.000 personas); en Panamá, 4,5% (225.000 personas); en Venezuela, 0,5% (117.500 personas), en Trinidad y Tobago, 5,7% (68.000
personas)3. El número de oriundos de los países islámicos es también
considerable en Ecuador, así como en los países de Centroamérica y
del Caribe. Por su influencia económica, representantes de la etnia
árabe asumieron altos cargos de Estado en el transcurso del último
cuarto del siglo XX. El más conocido es Carlos Saúl Menem, presidente de Argentina (1990-2000), cuyos antepasados llegaron al Nuevo
Mundo procedente de Siria. Durante varios años ejercieron la presidencia del Ecuador J. Bucaram (10 de agosto de 1996 – 6 de febrero
de 1997) y Jamil Mahuad (1998-2000).
Cabe subrayar que en ALC apenas se ha dado algún caso de enfrentamiento más o menos serio por motivaciones de carácter confesional. Como veremos más abajo, el único caso de este tipo, a saber,
el intento de golpe de Estado en Trinidad y Tobago tuvo más bien
contenido económico o étnico que religioso. Los actos terroristas perpetrados en Argentina en 1992 y 1994 fueron, ante todo, ecos del
conflicto del Oriente Medio y de la operación “Tempestad en el desierto”. A nuestro modo de ver, las causas de esas acciones no eran de
carácter endógeno, aunque aparentemente tuvieran alguna relación
con los problemas complejos de las relaciones cívico-militares en el
país (la rebelión del coronel Seineldín).
Actualmente predomina el deseo de coexistencia pacífica entre
los representantes de las confesiones musulmana, judaica y cristiana
en los países de América Latina y el Caribe. Esto se debe, por una
parte, al nivel relativamente alto de ingresos de las comunidades musulmana y judaica (a título informativo señalemos que el número de
adeptos del judaísmo residentes en ALC asciende a 675.000, siendo
las más numerosas las comunidades de Argentina (con 410.000
adeptos), Brasil (120.000), Uruguay (50.000) y Chile (3.000)4. Por otra
parte, en estas comunidades el nivel de autoconciencia religiosa es
bastante bajo, y el fenómeno del fundamentalismo religioso, hasta
ahora inexistente. Los representantes de minorías étnicas que influyen
o desean influir sobre la vida política y económica de sus países suelen optar por el catolicismo evitando así que se les pueda acusar de
parcialidad religiosa. Sin embargo, se han dado casos de actos terroristas con tintes religiosos, y esto significa que la región podría ser
utilizada eventualmente por fuerzas exteriores en interés propio erosionando la paz confesional que ha reinado hasta los últimos tiempos.
El putsch islámico en Trinidad y Tobago
En los años 70, gracias al crecimiento de la extracción y exportación del petróleo, el Estado caribeño de Trinidad y Tobago llegó a
ocupar el tercer lugar en el Hemisferio Occidental detrás de los EEUU
y Canadá por el nivel de ingresos per capita. Concluido el boom del
petróleo, la situación empezó a deteriorarse.
A partir de 1982 el país entró en una fase de profunda depresión
económica. El desempleo se extendió alcanzando en términos numéricos hasta el 30% de la población apta para el trabajo. Creció también
la tasa de inflación. En poco tiempo, la deuda exterior ascendió a
US$1.800 millones. En ese terreno abonado por la recesión floreció la
llamada “corrupción administrativa”. Al asumir el poder en 1986, el
Gobierno del primer ministro Arthur Robinson proclamó una política
orientada a fomentar la economía y elevar el nivel de vida de la población. Sin embargo, la tensión social en el país iba en aumento. Además, las autoridades pusieron por obra un ambicioso proyecto que
necesitaba despejar solares en la capital. Con este fin se decidió trasladar a otro lugar a los negros musulmanes que residían en aquel
barrio. El Gobierno les prometió una compensación y buenas viviendas, pero incumplió su palabra. Tal fue el pretexto inmediato del conflicto en el que intervinieron prejuicios raciales y religiosos.
Como fuerza de choque del golpe actuó un destacamento armado
de 250 negros, miembros de la agrupación mulsulmana “Hammat al
Muslim” encabezada por Abu Bakr, un ex policía de Trinidad. Abu
Bakr era un político bastante conocido en el país y que, según ciertas
fuentes mantenía estrechos contactos con la dirección de Libia. El 27
de julio de 1990 los putschistas asaltaron las sedes del Parlamento y
el centro de TV nacional, tomando como rehenes al primer ministro A.
Robinson y a la mitad de los miembros de su gabinete. Acusando de
corrupción al jefe del Gobierno, los sublevados exigieron su renuncia
inmediata, así como el regreso al lugar de residencia anterior de todos
los musulmanes que habían sido forzados a mudarse.
Los combates en la capital, la toma de rehenes y el ultimátum extremista al Gobierno motivaron actitudes de rechazo tanto dentro del
país como en el exterior. En la república nadie apoyó a los putschistas. Todos los Estados del Caribe manifestaron su apoyo al Gobierno
legítimo. El primer ministro de Barbados, E. Sandiford, puso en estado
de alerta a las fuerzas de seguridad de su país. Los jefes de gobierno
de los países de la Comunidad Andina, reunidos en la capital de Ja-
maica con motivo de la cumbre regional, emitieron una declaración de
condena a la rebelión.
A su vez, el presidente norteamericano G. Bush declaró que “seguía atentamente la situación” y la subsecretaria de prensa de la Casa
Blanca, A. Glenn, subrayó que los EEUU apoyaban firmemente al
gobierno democrático de A. Robinson y que “no existía” ninguna amenaza a los intereses de los ciudadanos norteamericanos en las islas.
En rueda de prensa celebrada en Puerto España, C. Gargano, embajador de los EEUU en Trinidad y Tobago, dijo que su país enviaría
ayuda urgente a Trinidad y Tobago “ayuda urgente” en forma de los
alimentos y artículos de prima necesidad. El embajador norteamericano señaló que el gobierno “controlaba plenamente la situación” en
las islas y que Washington no planeaba el envío de tropas norteamericanas a este país. Sin embargo, reconoció que en la vecina Barbados había sido emplazada una unidad militar integrada por tropas de
los países caribeños y que estaba preparada para trasladarse a las
islas en caso de que se agravara la situación.
Con mediación de la Iglesia, las autoridades de Trinidad y Tobago
entablaron negociaciones con los rebeldes, quienes se comprometieron a abandonar la sede del Parlamento a condición de que se les
otorgara una amnistía y garantías de seguridad. Según la agencia
mexicana Notimex, insistían también en que se formara un gobierno
provisional que debía ser encabezado por Winston Duckerem, quien
desempeñaba la cartera de Planificación en el Gobierno de A. Robinson. Los sublevados acusaban al primer ministro de estar implicado
en narcotráfico y delitos políticos.
El 1 de agosto, el diario Le Monde comentaba que los sucesos de
Puerta España, que ya había costado la vida a unas 30 personas,
causaban creciente preocupación en la región. Jamaica anunció el
traslado a Barbados de 120 militares. Este contingente podría ser
empleado en Trinidad y Tobago si hubiera tal petición de las autoridades de este país.
Al mismo tiempo, la Administración de G. Bush formuló las condiciones que debían darse para que los EE.UU. considerasen la posibilidad de una intervención militar en otros países. Estas condiciones,
que en lo fundamental no han cambiado hasta el presente, eran las
siguientes:
— el país debía ser gobernado por autoridades legítimas, preferiblemente por un Gobierno que hubiera asumido el poder a raíz de
elecciones libres;
— estas autoridades debían solicitar expresamente la intervención
militar de los EEUU;
— los EEUU debían tener la certeza de que dicha intervención
ayudaría a mejorar la situación en vez de complicarla aún más.
Por su parte, los EEUU se comprometían a no valerse de su presencia militar para imponer un candidato de su agrado en el cargo del
jefe del Estado o gobierno.
Entre tanto, A. Robinson accedió a cumplir todas las demandas de
los sublevados: renunciar a su cargo y convocar nuevas elecciones en
el plazo de 90 días. Poco después, los putschistas liberaron a los
rehenes y se rindieron a las autoridades.
Simultáneamente, en los EEUU se anunció la detención de Luis
Ganeef, residente en Florida meridional, bajo la acusación de haber
suministrado armas a los rebeldes. En declaraciones a la prensa en
Miami, el juez norteamericano D. Lehtinen dijo que Ganeef había incurrido en infracción de las leyes sobre depósito de armas y había enviado armamento desde Florida a Trinidad en abril, cuatro meses
antes de la intentona. Según datos que obraban en poder del juez,
Ganeef había visitado anteriormente países del Norte de Africa.
A pesar de lo acordado por A. Robinson con los jefes de la rebelión, algunos ministros y la mayoría de los parlamentarios se negaron
a cumplir las condiciones que les habían sido impuestas por medio de
la fuerza. Las elecciones parlamentarias se celebraron dentro del
plazo reglamentario, en septiembre de 1991. El nuevo Parlamento
designó como jefe del Gobierno a Patrick Manning, líder del partido
Movimiento Popular Nacional.
Abu Bakr y 112 seguidores suyos fueron procesados por alta traición, homicidio y otros delitos (en total, 22 acusaciones por las que
podían ser condenados a morir en la horca). Sin embargo, tras dos
años de investigación, la Corte Suprema declaró válida la amnistía
que les había sido otorgada por el entonces presidente interino E.
Carter, y no sólo ordenó la excarcelación de los putschistas sino que
obligó al Estado a pagarles una indemnización por el tiempo que habían estado en prisión.
Los sucesos de julio y agosto del 90 asestaron un duro golpe a la
economía, que apenas empezaba a reponerse tras siete años de depresión. Se calcula que las pérdidas sufridas ascendieron a $100 millones, sin contar el perjuicio causado a la cultura política de Trinidad y
Tobago, ya que por primera vez en la historia del país un grupo de
personas había intentado derrocar al Gobierno legítimo valiéndose de
la fuerza.
La explosión ante la embajada israelí en Buenos Aires
El 17 de marzo de 1992 una potente explosión destruyó casi por
entero la sede de la embajada de Israel sita en el centro de Buenos
Aires, en la calle Arroyo. 29 personas resultaron muertas y más de
250 tuvieron que ser hospitalizadas, muchas de ellas en estado grave.
La explosión destruyó una iglesia situada enfrente de la embajada y
causó serios daños al edificio de un colegio colindante, donde felizmente las clases habían concluido poco antes de la detonación. La
onda explosiva rompió ventanas y puertas y demolió balcones de las
casas de vivienda situadas en un radio de varios centenares de metros y alteró el suministro de electricidad, gas y agua corriente.
En un principio, los investigadores adelantaron una versión de los
hechos según la cual el grupo criminal podía haber salido del país
unos días antes, dejando aparcado cerca de la misión diplomática un
coche bomba con 100 kilos de explosivo. El artefacto habría sido activado a distancia o por medio de un mecanismo de relojería.
Con motivo del acto terrorista, el Gobierno argentino se reunió en
sesión urgente del Consejo Nacional de Seguridad. El presidente Menem declaró que en la investigación participaban oficiales de la CIA
norteamericana y de los servicios especiales de Israel, que habían
delegado a sus mejores especialistas en lucha antiterrorista. Los servicios especiales argentinos adoptaron medidas extraordinarias para
impedir la huída de los terroristas. Se reforzó el control en todos los
puestos fronterizos, aeropuertos y puertos marítimos del país.
Al principio, el mandatario argentino no tomó en consideración la
hipótesis de que la explosión pudiera estar relacionada con el terrorismo internacional. De ahí que en sus primeras declaraciones hechas
varias horas después de la explosión, inesperadamente para los periodistas, responsabilizó de la acción terrorista a los sectores “nazis” y
“putschistas” que en reiteradas ocasiones habían promovido rebeliones militares contra el gobierno. Pero esta versión no resistía la crítica
dado que en el país apenas quedaba algún ex criminal nazi. También
se vino abajo otra versión que vinculaba la explosión con militares
argentinos que estaban cumpliendo condena.
Ambas versiones fueron desechadas pocas horas después, y entonces C. Menem propuso otra nueva. Achacó el acto terrorista a
“fundamentalistas islámicos”, que, según dijo, podían contar con complicidades en Argentina.
Sin esperar a que concluyera la investigación, Guido di Tella, ministro de Asuntos Exteriores y Culto, convocó el 19 de marzo a los
embajadores de los países latinoamericanos vecinos, así como a los
jefes de las misiones diplomáticas de los EEUU, Francia, Gran Bretaña, Italia, RFA y España, a quienes informó de que, si bien en un primer momento el Gobierno argentino ni siquiera de modo hipotético
había relacionado la explosión con la actividad del terrorismo internacional, ahora consideraba esta versión como la más probable. El ministro pidió a los embajadores que transmitieran a sus gobiernos la
petición del gobierno argentino solicitando su cooperación en la lucha
contra el terrorismo y, ante todo, información sobre la actividad de los
grupos terroristas internacionales. Se acordó estrechar la colaboración con los países vecinos en esta esfera.
¿Por qué precisamente su país había sido objeto de ese ataque
del terrorismo internacional?, se preguntaban los argentinos. Al respecto se sugerían muchas versiones; la principal estaba relacionada
con la participación de Argentina, un año antes, en la guerra del Golfo
contra el régimen iraquí. Sabido es que Argentina había destacado
dos navíos de guerra para participar en el bloqueo del litoral iraquí por
las fuerzas multinacionales. A raíz del atentado contra la embajada
israelí algunos políticos opositores recordaron a Menem que su visita
a Israel había levantado ampollas en el mundo árabe. Tampoco hay
que olvidarse de que en Argentina radica la mayor colonia judía de
Suramérica en número de 410 mil personas, que ejerce notable influencia en la vida económica y política del país.
Los sectores pronorteamericanos de Argentina sacaron de lo ocurrido la conclusión que el Gobierno de Menem debía fortalecer aún
más su alianza estratégica con Washington. En general, en los ambientes de gobierno cundió la opinión de que urgía establecer relaciones de colaboración con los países occidentales en la lucha antiterrorista.
El 18 de marzo se supo que la agrupación fundamentalista “Yihad
islámico” acababa de asumir la responsabilidad del atentado contra la
embajada de Israel en Buenos Aires presentándolo como un acto de
represalia por el asesinato de Abbas Musaví, secretario general de la
organización pro-iraní “Hizbollah” y de sus familiares, cometido por los
israelíes un mes antes.
Un poco más tarde, la prensa local informó de que se había conformado el círculo de los sospechados: un ex militar argentino, un
brasileño y ocho árabes. El buscado ex oficial del Ejército argentino,
cuyo nombre no era presentado, dentro de últimos dos años varias
veces viajaba a los países árabes, con el predominio de Libia; por la
opinión de los investigadores, esto permitiera sospecharlo en los
vínculos con los terroristas.
También se emitió orden de búsqueda y captura contra el brasileño Ribeiro da Luz, quien había adquirido el Ford en el que posteriormente se colocó el explosivo. A pesar de que el vehículo había quedado destrozado por la explosión, los investigadores lograron establecer que había sido comprado a una firma argentina un mes antes de
la explosión, y siguiendo la pista dieron con el nombre del comprador.
La identidad de todos los árabes sospechados se estableció estudiando las listas de extranjeros que habían entrado en Argentina en
los últimos dos meses.
Asimismo se distribuyeron las fotos-robot de dos sospechosos
realizadas según la descripción de testigos y los datos de los servicios
aduaneros. Uno de los sospechosos había adquirido el mencionado
Ford utilizando papeles falsificados a nombre del inexistente Elías
Ribeiro, y el otro fue identificado como Mohamed Abbas Malik, procedente de Paquistán.
Las autoridades israelíes se apuraron a poner los puntos sobre las
íes, y los agentes de la CIA no tenían certeza plena en todas las circunstancias de la tragedia y la organización del crimen. El periódico
bonaerense Cronista comercial publicó declaraciones de un representante de la CIA quien afirmaba que quizá jamás se llegara a conocer
la verdad sobre la explosión a no ser que alguna casualidad permitiera
desentrañar el enigma.
Lo más prolongaba la investigación, aparecían más hechos contradictorios que refutaban las principales versiones formuladas en los
primeros días después de lo ocurrido. En fin, nunca fue establecido
puntualmente en qué lugar ocurrió la explosión, quien lo efectuó y qué
explosivo fue empleado.
Los materiales acumulados durante la investigación daban apenas
una idea parcial de las circunstancias fundamentales de la tragedia.
La explosión de la potente bomba ante la embajada israelí sacudió
no sólo la zona céntrica de Buenos Aires sino que conmovió a toda la
sociedad argentina. Causó el shock en los sectores gobernantes de
Argentina que solían presentar a su país ante la comunidad internacional como el más seguro de América Latina, subrayando especialmente los méritos del jefe de Estado.
El atentado contra la Asociación Mutual Israelí-Argentina
A las 10 de la mañana del 18 de julio de 1994 una camioneta de
color blanco, repleta de explosivo, se estrelló a toda velocidad contra
las puertas de la Asociación de la Ayuda Mutua Argentino-Israelí
(AMIA). En aquel momento, muchos visitantes estaban en el edificio
de siete pisos situado en la calle Pasteu, casi en el centro de Buenos
Aires. Bajo sus escombros 100 personas perecieron y 300 resultaron
heridas. De inmediato, los expertos se fijaron en la semejanza de este
suceso trágico con la acción terrorista perpetrada dos años antes.
El primer sospechoso de estar implicado en la explosión era Monser Al Kassar, conocido contrabandista sirio, que residía entonces en
el sur de España. Lo acusaron de haber ayudado a llevar a Buenos
Aires la carga de explosivo especial utilizado en el ataque, que se
producía sólo en los EEUU y España.
Posteriormente se supo que la justicia española lo inculpó en otra
causa, o sea, el financiamiento el secuestro del barco italiano Aquille
Lauro en 1985. Ya en 1992 los órganos de justicia comenzaron la
investigación de la causa de Al Kassar, al recibir la información sobre
su naturalización ilegal en Argentina. En aquel entonces se aclaró que
varios países europeos habían inculpado al sirio de contrabando de
armas y narcotráfico. La ciudadanía argentina del terrorista internacional quedó anulada. Al regreso de Argentina a Madrid en 1992 fue
detenido por la policía española, pero tras permanecer 13 meses en
prisión salió a la calle en libertad provisional bajo la fianza fantástica
de US$14 millones.
La subdivisión especial de ingenieros militares del MOSSAD, servicio de inteligencia israelí, estableció que el edificio de la Asociación
en Buenos Aires fue explotado el 18 de julio no por el amonal común
sino un explosivo especial. Se necesitaban 600 kilos de este explosivo
para la destrucción completa del edificio de siete pisos, y fue llevado a
la capital argentina de España. El explosivo de este tipo se producía
en dos fábricas, una en Valladolid y otra en Galdacano, ambas pertenecientes a la Unión Española de Productores de Explosivos. La inteligencia israelí consideraba que el intermediario en el transporte del
explosivo a Argentina había sido Al Kassar, quién había cobrado una
comisión de US$7 millones de comisión por esta y otras operaciones
de contrabando de armas y municiones.
Contra Al Kassar ya se habían dictado dos sentencias en Gran
Bretaña por narcotráfico, tenía antecedentes penales en Italia y Alemania, le imputaban también el asesinato del libanés Elías Avad, des-
cubierto éste por los árabes como el agente de MOSSAD. Sin embargo, a la justicia europea resultó difícil investigar estas y otras causas
porque los testigos callaron o perecían como, por ejemplo, Ismail Al
Chouri, secretario personal del contrabandista internacional.
Más tarde fue detenido Alí Al Hassan, ciudadano sirio, que disponía de los documentos sobre su pertenencia al aparato del agregado
militar de la embajada de Irak. Sin embargo, la cancillería argentina
comprobó que este individuo no figuraba en la lista de personal de la
embajada iraquí y carecía de status diplomático. En el momento de su
detención, con Al Hassan se encontraron el dossier de los recortes
periódicos sobre el ataque al edificio de la Asociación, así como 4
kilos de trilita. El sirio declaró que el explosivo no le pertenecía.
Al Hassan que tenía 26 años de edad era conocido por los vecinos del barrio de Morón, donde lo detuvieron, como un pequeño comerciante, propietario de una tienda de vestidos para niños. Según
informes de la policía, en los últimos tiempos este “comerciante diplomático” había visitado todos los países del Medio Oriente.
Junto con Al Hassan, el número de los detenidos superó dos decenas, pero todos fueron pronto liberados por falta de pruebas en su
contra. Sólo quedó bajo arresto Carlos Alberto Telleldín, pequeño
empresario argentino que había vendido a los desconocidos la furgoneta empleada en el atentado contra la Asociación.
En opinión de los miembros de la Cámara Penal Federal, la investigación no disponía de pruebas de la culpa de Telleldín. No presentó
ningunos testimonios persuasivos sobre los vínculos entre él y los
terroristas.
El juez federal Juan José Galeano, encargado del caso, consideró
que el propietario de la firma de venta de automóviles sabía más que
de lo que había declarado en el interrogatorio, por lo que debía seguir
detenido.
Durante tres meses la investigación no avanzó ni un paso, pese a
la ayuda prestada por agentes de la CIA y MOSSAD. Los investigadores seguían la versión de que la parte iraní estaba implicada en la
organización y realización de la acción terrorista. Sin embargo, la Corte Suprema de Argentina no autorizó la detención e interrogatorio de
cuatro sospechados diplomáticos de la república islámica, considerando que faltaban pruebas suficientes en su contra.
Con mayor probabilidad, en el ataque al edificio de la AMIA podían
ser implicados también militares argentinos. Esta versión surgió más
tarde, cuando los agentes de la policía federal y los servicios especiales del Ejército detuvieron a unos oficiales menores sospechados de
pertenecer al grupo criminal que había facilitado a los terroristas armas y explosivos. Entre los detenidos había también varios carapintadas, nombre dado en Argentina a los participantes del intento golpista
de diciembre de 1990 que resultó el más sangriento y fue sofocado
por las tropas leales al gobierno dentro de 18 horas. Los rebeldes
reclamaban la destitución de la cúpula castrense, la “elevación del
prestigio de los cuadros militares” y, en primer término, la liberación
de su cabecilla Mohamed Alí Seineldín, coronel retirado, organizador
de varios putschs militares anteriores, que había sido detenido en
octubre por declaraciones políticas de corte antigubernamental.
18 meses después de la explosión, en el barrio bonaerense de
Temperley se descubrió otro depósito clandestino de armas, pertrechos y explosivos. Anteriormente, en los barrios de Moreno y Merlo la
policía se había incautado en los domicilios de varios militares de 60
cajas de trilita, 110 detonadores, 75 granadas, 7 obuses antitanque,
gran cantidad de rifles automáticos y cartuchos. El juez federal Galeano tenía que probar que eran estos depósitos clandestinos de donde habían sido pertrechados los terroristas que cargaron de dinamita
el furgón automóvil.
Según afirmó Angel Salguero, comisario de la policía de Argentina, los individuos militares y civiles detenidos durante el registro en las
instalaciones de la base militar Campo de Mayo, conformaban la “red
argentina” que ayudó al grupo terrorista a atacar la Asociación.
Ari Merari, especialista antiterrorista israelí, declaró que los terroristas eligieron a Argentina como blanco de sus ataques por dos causas. Primero, suponían que en este país suramericano les sería más
fácil evadirse a la justicia “por la atrasada tecnología de investigación”.
La segunda causa era puramente técnica: en Argentina era muy simple cruzar la frontera y esconderse tras la explosión. Además, en
Buenos Aires los terroristas podían asegurarse el apoyo de grupos
criminales locales. Merari no descartó la posibilidad de que los terroristas tuvieran refugios seguros en países colindantes de Argentina.
En abril de 1996, la investigación salió del punto muerto al obtener
pruebas de la implicación en este crimen de dos ex militares argentinos detenidos anteriormente.
En 1998, Estebán Canevari, secretario de la Corte Suprema, encargado de la investigación de la causa de la explosión de la embajada israelí, fijó la similitud entre esta acción y el ataque terrorista contra
la sede de la Asociación Argentino-Israelí.
En opinión de los investigadores, ambos ataques habían sido llevados a cabo por los combatientes de la agrupación pro-iraní “Hizbo-
llah”. Esta afirmación se basaba en el testimonio prestado en el consulado argentino en Milán, quien declaró que en vísperas de la acción
terrorista contra la sede de la Asociación de la Ayuda Mutua Argentino-Israelí él había estado en contacto con una mujer libanesa que le
dijo que pertenecía a “Hizbollah”. Según las palabras del brasileño,
aquella mujer le confesó que había participado en la acción terrorista
contra la embajada israelí y el grupo del que formaba parte estaba
preparando otra operación.
Fuentes judiciales comunicaron que la Corte Suprema de Argentina podría concluir la investigación de la acción terrorista contra la
embajada israelí y responsabilizar de esto a “Hizbollah”. Después de
esto, a la policía federal se ordenó reforzar el custodio de todas las
escuelas, clubes, sinagogas y otras organizaciones de la comunidad
judía que pudieran ser objeto de ataques terroristas.
En el tiempo transcurrido desde esta acción terrorista, la justicia
argentina no ha logrado encontrar a los cómplices locales de los terroristas que resultaron conspirados muy bien. Siendo así, se mantiene
el peligro de que organicen nuevas actos de terror.
Los casos arriba expuestos de la manifestación del terrorismo islámico en los países de América Latino-Caribe convencen en la necesidad del enfoque más responsable por parte de sus élites gobernantes no sólo de los asuntos de las relaciones confesionales, la seguridad informativa y etnocultural, sino también de problemas tales como
la erradicación de la cultura de violencia y la prevención de la marginalización de los estratos enteros de la población de estos países. Lo
que parece importante para los Estados de la región en el plazo más
corto, es encontrar el “justo término medio” entre el desarrollo de la
democracia, la formación de la sociedad civil, por una parte, y el fortalecimiento de las estructuras de fuerza pública y órganos de mantenimiento del orden público, el mejoramiento de legislación destinada a
contrarrestar a las acciones del terrorismo internacional, narcotráfico,
el crimen y la corrupción. Por lo visto, este problema es propio hoy de
la mayoría de los Estados, que –ya sean de democracia “estable”, o
“jóvenes democracias”; de repente se chocaron con el fenómeno de la
brusca criminalización brusca de la comunidad global y la pérdida de
puntos de referencia espirituales ante la absolutización del modo de
vida consumista.
1
El Universal. Caracas, 23.III.2002.
El mundo, los EEUU y América Latino-Caribe después de los sucesos del 11 de
septiembre, en Latínskaya Amérika. Moscú, 2002, N 3 (en ruso).
3 Statistical Abstract of Latin America. California, 2001, vol. 37.
4 Ibídem.
2
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