Los puentes del Guadalquivir INGENIERÍA FERNANDO SÁENZ RIDRUEJO C uando en 1972 se publicó el gran libro de los puentes de París, a los ingenieros españoles nos eran ya conocidos casi todos los autores y casi todas las obras, empezando por el Pont Neuf que, como su nombre indica, es el más antiguo de los subsistentes (decía Fowles que el significado de las palabras va evolucionando hasta llegar a expresar lo contrario de su sentido original). Allí aparecían puentes de hierro, como el de Argenteuil, que inmortalizaron los pintores impresionistas, y se citaba a autores ilustres como Perronet, Navier o Polonceau, que habían marcado hitos en la historia de la técnica. Pocos meses antes se había caído —habíamos dejado caer— el espléndido puente de Molins de Rei, entre la general indiferencia, pues ni la historia del puente nos era bien conocida ni el nombre de su autor, Martín Cermeño, decía gran cosa a la mayoría de nosotros. Sólo se aprecia lo que se conoce. Hablando de estas cosas con el gran ingeniero y gran enólogo Josep Espinet, comentaba que él todos los años hacía una excursión, de viña en viña y de château en château, por las planicies bordelesas. Y a mi pregunta de por qué no recorría igualente Valdepeñas o la Rioja, para degustar los caldos por becarios de Comunidades Autónomas que tratan de reescribir la historia y que esperan descubrir, incluso en la ruinas más deleznables, unos rasgos diferenciales que les permitan distinguirse de las comunidades vecinas. Queremos referirnos ahora a un trabajo no muy reciente, pero del que no dimos cuenta en el momento de su aparición, y que no trata de míseros pontocillos sino de obras de tanta significación como los puentes de París. El libro Puentes sobre el Guadalquivir en Sevilla es un excelente repaso gráfico por la historia de esa ciudad que, caso único en España, ha vivido siempre mirando al río. Las ciudades fluviales europeas, y París es un caso típico, han tenido en los ríos sus puertos, sus vías de comunicación y la expansión natural de sus habitantes. Nuestras ciudades, por lo general, han vivido de espaldas a unos ríos que suponían más un peligro que un aliciente. españoles, me contestaba que él tenía varios libros acerca de cada vino francés, mientras que no conocía uno sólo sobre los vinos españoles. Huelga decir cuánto ha variado la situación desde entonces. Nuestros vinos son apreciados, están bien descritos en los libros, han aumentado su calidad y son objeto del peregrinaje de entendidos catadores que los buscan de bodega en bodega. También muchos de nuestros puentes han sido estudiados exhaustivamente Por iniciativa de Mariano Palancar y bajo la coordinación de Eugenio Alonso Franco, los ingenieros sevillanos han revisado amorosamente los puentes de su ciudad, empezando por aquel de barcas que durante seis siglos fue el único paso más o menos fijo sobre el río, entre Córdoba y el mar. Este libro nos da la noticia de los puentes surgidos en tres etapas de florecimiento de la ciudad: en el 98, en la exposición del 29 y con motivo de la Expo, de 1992. El elenco de obras de primera magnitud construidas entre la ciudad y la isla de la Cartuja, con esta última ocasión, tal vez no tenga parangón en el mundo. Especial interés tiene el puente de Triana, que ahora cumple 150 años. Desmantelado hace ya mucho el puente del Carrousel, en París, que le sirvió de modelo, el puente de Isabel II, que así se llama oficialmente, ha quedado como único en su género. Su tipología es notable, con esos aros de hierro fundido, de diámetros decrecientes, inscritos en los tímpanos; pero más notable es su historia y en especial la historia de su conservación cuando, tras varios años cortado el tráfico, se planeó e incluso llegó a iniciarse su demolición. Sólo el amor de los sevillanos por el puente consiguió evitarla. Hay que rendir también homenaje al catedrático onubense don Juan Batanero que proyectó la rehabilitación del puente, frente a muchos profesionales interesados en sustituirlo. Un tablero autoportante ha dejado obsoletos a los arcos de hierro originales, pero, por lo menos, el puente de Triana conserva su silueta tradicional. Y, lo que es más importante, la rehabilitación de este puente, seguida muy pronto por la del Viaducto de Segovia, en Madrid, y algo después por la del puente del Kursaal, en San Sebastián, marcó el punto de inflexión en nuestra apreciación de los puentes antiguos y en la antigua tendencia a derribarlos. Una salud indecente En estas crónicas nos hemos hecho eco, en más de una ocasión, de la ampliación del Metro de Madrid y también de la concesión del Premio Internacional Puente de Alcántara, que bianualmente y desde 1988 otorga la Fundación San Benito de Alcántara. Tenemos que volver a referirnos a uno y otra puesto que, hace pocas fechas, la Fundación ha concedido a la Ampliación del Metro de Madrid el galardón correspondiente al período 19982000. Ha obtenido la mención iberoamericana una obra de un pedraplén cubano del que, de momento, ignoramos todo lo que no sea su nombre. No se trata ahora de volver a insistir en la enorme labor realizada en el metro madrileño, con gran calidad técnica y con unos planteamientos mucho más próximos a las necesidades del ciudadano que aquellos otros de corte tecnocrático que imperaban hace tan sólo diez o quince años. Nos interesa hablar de la futura repercusión del llamado Metrosur, ese anillo que enlaza los seis u ocho grandes municipios del sur de la Comunidad de Madrid y que acabará configurando, por aglutinación de todos ellos, la tercera ciudad de España después de Madrid y Barcelona. Todos los indicios que, desde ese cada vez menos profundo sur, nos llegan son de que tiene, con palabras de Ortega, una salud indecente: actividad, crecimiento económico, inversiones foráneas e, incluso, cosa realmente nueva, un brioso repunte de la natalidad. También en estos días ha saltado a los periódicos la noticia de que el 72 por ciento de la inversión extranjera en España se localiza en la provincia de Madrid. Es este un dato muy significativo, pero que no deja de ser preocupante. Preocupante como síntoma de que otras muchas regiones españolas espantan a la inversión por sus estrechos planteamientos localistas. Por supuesto, dentro de un planteamiento liberal de la economía —único, por otra parte, que se traduce en un crecimiento económico efectivo— no resulta fácil dirigir esas inversiones hacia un lado u otro y tampoco cabe pensar que desde los poderes centrales se pueda sugerir al gobierno regional madrileño una menor eficacia en la canalización de las inversiones y la creación de nuevas infraestructuras. Pero, pensando desde el punto de vista del equilibrio general, resulta preocupante el crecimiento ilimitado de Madrid y su entorno, con todos los problemas y tensiones sociales que ello genera, a costa de suc cionar gentes y recursos de una meseta central ya casi desertizada. Otra noticia relacionada con el Metrosur que acaba de aparecer en la prensa es la oposición del Ayuntamiento de Móstoles a que se depositen en su término los productos de las excavaciones del túnel. A pesar de su carácter anecdótico no nos resistimos a comentarla. Parece que el concejal de Urbanismo ha pedido estudios y dictámenes a numerosos organismos oficiales sobre el impacto ambiental del arenero que se pretende crear; pero, de ser ciertas las informaciones, lo que más preocupa al munícipe es el colapso de la circulación que se puede originar por el paso de un flujo de camiones que se estima estará entre los 35 y 45 vehículos por hora. Sería conveniente que se creasen cursos monográficos dedicados a recordar las cuatro reglas aritméticas a los concejales INGENIERÍA encargados de las áreas técnicas. Resulta que 35 ó 45 camiones por hora equivalen, más o menos, a un camión cada minuto y medio. Decir que esa densidad de tráfico puede colapsar una ciudad es como suponer que una multitud de tres o cuatro manifestantes pacíficos pueda perturbar la seguridad ciudadana. Cantos rodados Las grandes lluvias de este invierno han traído una gran riqueza. Fijándonos en uno solo de sus muchos efectos beneficiosos, el paso de las aguas por nuestras turbinas ha ahorrado varias decenas de miles de millones de pesetas en combustibles fósiles. Otros efectos como los desbordamientos de los ríos o las caídas de los edificios, no han sido en absoluto positivos. El más grave, por la gran cantidad de víctimas que ha ocasionado, ha sido el desplome del puente de Entrerríos, en el Duero portugués. Este accidente debe asociarse a toda una serie de derrumbamientos de puentes, como el de Vegalina y otros, sobre el río Órbigo, que, al no haber causado daños personales, han tenido menos trascendencia. Todos ellos tienen una causa común que afecta principalmente a los puentes antiguos: el descalce de las cimentaciones por descenso del nivel de base de los cauces. No les afecta por ser antiguos pues, si no se alterase ese nivel, podrían seguir resistiendo las crecidas, como las llevan resistiendo desde hace varios siglos. Les afecta porque la retención de los sedimentos en los embalses y las extracciones de áridos en los cauces dejan al aire pilotajes de madera que se pudren después de que, estando sumergidos, habían resistido indemnes desde tiempo inmemorial. Esta fue la causa de la caída del puente de Molins, antes citado, y la que derribó en 1978 el gran puente de Tour , sobre el Loira, por citar sólo los más famosos. De esta manera se venga la naturaleza de nuestras agresiones. Se impone la necesidad de limitar seriamente las extracciones de cantos rodados de los lechos y de las terrazas fluviales pues, para obtener un producto que en gran parte de los casos puede ser sustituido por piedra machacada o por áridos reciclados, estamos alterando ecosistemas frágiles y destruyendo recursos naturales no renovables. O, por lo menos, no renovables en una escala humana de tiempos. Las agresiones al medio vegetal son lamentables, pero rara vez resultan incurables. Los bosques quemados vuelven a brotar al cabo de unos lustros. En cambio, cada forma de erosión que destruimos es insustituible, y tendrán que pasar miles de años para que la naturaleza reemplace con otro guijarro de cuarzo cada uno de los que extraemos del fondo de los cauces.