pobreza y genero en el posconflicto salvadoreño[*]

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Cuarto Curso Centroamericano en Gestión Urbana
y Municipal
Ciudad de Guatemala, Guatemala, mayo 9 al 19 del 2004
MÓDULO II “POBREZA URBANA”
POBREZA Y GENERO EN EL POSCONFLICTO SALVADOREÑO*
Sonia Baires
Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”
UCA del Salvador
“Derechos de propiedad 2004, Sonia Baires. Se puede fotocopiar este material por el Banco
Mundial, el Lincoln Institute y la Universidad Rafael Landívar en Guatemala para uso en
investigación, educación u otro propósito académico. Todos los materiales están sujetos a revisión.
Las opiniones e interpretaciones que aparecen en este documento son las de su autora, y no
comprometen a las instituciones para las que trabaja".
*
Este documento ha sido preparado con el fin de ser presentado en Guatemala, mayo del 2004, en
el Cuarto Curso Centroamericano de Gestión Urbana y Municipal organizado por el Instituto del
Banco Mundial, el Lincoln Institute of Land Policy y la Universidad Rafael Landívar.
POBREZA Y GÉNERO EN EL POSCONFLICTO SALVADOREÑO.
Sonia Baires
Introducción
El análisis de la pobreza en Centroamérica desde un enfoque de género con el fin de definir
políticas, nacionales y municipales, que atiendan esta problemática es una tarea que dista de
estar resuelta en muchos países de América Latina y particularmente en los de América
Central. Luego de una década de conflictos armados en Nicaragua, El Salvador y
Guatemala durante los años 80 y de programas de reconstrucción y políticas de ajuste
estructural durante los noventa que impactaron grandemente en las condiciones de vida de
la población, este análisis y las políticas de combate a la pobreza han sido retomadas a
instancias también de organismos internacionales.
La mayor parte de estos estudios, realizados en buena medida en los años 80, se han
centrado en la medición de la pobreza, desde los diversos métodos existentes: el de la línea
de pobreza, el de las necesidades básicas insatisfechas, etc. aunque predomina el método de
la línea de ingresos. En este sentido, las distintas mediciones determinan el porcentaje de
pobres en un país o ciudad y analizan las posibles causas, pero no siempre profundizan en
los factores o dimensiones no cuantificables de la pobreza, como las discriminaciones por
género o etnia, que podrían estar incidiendo en la propensión a un mayor empobrecimiento
de la población femenina o masculina o de las etnias, y en como a través del análisis de
estos factores se pueden definir políticas más efectivas.
Esto no quiere decir que nada se ha hecho en la región, algo se ha avanzado respecto a los
instrumentos de medición y en la focalización de políticas, pero todavía resta mucho por
hacerse. La mayor parte de estudios han sido realizados con el apoyo de organismos
internacionales como el PNUD, Banco Mundial, etc., en función de incluir el enfoque de
género dentro de las políticas públicas y de los sistemas de recolección de información
estadística nacional. Informes mundiales dirigidos a tal problemática como el del Banco
Mundial (2000) y el de PNUD (1995), además de los informes anuales de la situación de
los países y de la región están contribuyendo a avanzar en esta dirección. Estos estudios han
guiado de manera general las políticas impulsadas, aunque se requiere una evaluación
exhaustiva de la efectividad de tales estudios, no sólo con relación a la disminución de los
índices de pobreza, sino también del impacto en aquellos grupos de población más
vulnerables.
Este trabajo busca contribuir a la reflexión sobre este tema y sobre la importancia de su
inclusión en la elaboración y definición de políticas a partir de abordar aspectos
conceptuales y datos sobre la situación de la pobreza según géneros en el pos conflicto
salvadoreño principalmente.
1. El debate sobre pobreza y género: avances y limitaciones
El enfoque de género
Un significado comúnmente aceptado del término género indica que éste se utiliza para
referirse al conjunto de significados que cada sociedad atribuye a las diferencias sexuales.
Se trata, por tanto, de una construcción social que cada sociedad hace de lo que es
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masculino y femenino, respecto a las categorías de hombre y mujer como seres sexuados y,
por tanto biológicamente diferentes.
Las mujeres y los hombres somos biológicamente diferentes, pero los roles y las tareas que
les corresponden a mujeres y hombres son asignados socialmente. En este sentido, mientras
a los hombres corresponde el trabajo reproductivo (remunerado) y el papel de proveedores
del hogar; a las mujeres nos corresponde el trabajo reproductivo (no remunerado) y el rol
de cuidadoras del marido y de los hijos e hijas. ¿Por qué es importante esta distinción?
Porque permite ver que estos roles y tareas asignados a cada género están profundamente
interiorizados, constituyen patrones culturales difíciles de modificar y que requieren un
esfuerzo conjunto de toda la sociedad, mujeres y hombres. Nos sorprenderíamos por
ejemplo de cómo la idea del sexo fuerte y sexo débil continúa predominando en nuestras
sociedades, a pesar de 20 años de sensibilización para erradicar estos estereotipos.
En estas sociedades estructuradas en dos géneros, el masculino y el femenino, es a partir de
esta división del trabajo entre mujeres y hombres que se acepta que la producción orientada
al crecimiento es cosa de hombres y la reproducción es cosa de mujeres y socialmente se
valora mucho más el primero (González Río, 2001; Izquierdo, 1998).
La feminización de la pobreza
La feminización de la pobreza alude a la desproporcionada representación de las mujeres
entre los pobres comparada con la de los hombres. En un país X por ejemplo, la pobreza se
ha feminizado si el porcentaje de mujeres en la población considerada como pobre supera al
porcentaje de hombres perteneciente a la población en su conjunto. Según datos de PNUD
las mujeres en todo el mundo representaban en 1995 el 70% de los pobres (Anderson,
1994).
En una primera aproximación este incremento de la pobreza femenina se explicaría por:
 razones familiares: incremento del numero de separaciones y divorcios que deja a
las mujeres económicamente desfavorecidas;
 por razones económicas: su mayor dificultad a la hora de acceder y obtener un
trabajo y un salario suficiente;
 por razones demográficas: la mayor longevidad de las mujeres;
 por la estructura familiar que sigue asignando tareas, oportunidades y niveles de
poder diferenciados al interior de la unidad familiar, según sean chicos o chicas.
(González Río, 2001).
Lo interesante de la situación es que a pesar de que en las últimas dos o tres décadas,
producto de los cambios económicos y el deterioro de las condiciones de vida, la mujer se
ha incorporado masivamente al trabajo remunerado y hay una mayor incorporación de ella
a la educación, al empleo, a la política, etc., es decir una mayor incorporación a lo que se
conoce como la esfera pública, no se ha producido un cambio proporcional en la
participación de los hombres en las responsabilidades familiares y domésticas que
configuran de la esfera privada. Esto sigue siendo así tanto en países desarrollados como en
desarrollo.
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De esto se derivan varias cuestiones:
 que las actividades de las mujeres como amas de casa no se entienden propiamente
como trabajo puesto que no se remuneran y se realizan en el ámbito familiar, con un
escaso reconocimiento social;
 la participación laboral de las mujeres se entiende como una opción (no como una
obligación) y como una ayuda (no como una aportación básica) para la economía
familiar.
En el contexto que las mujeres trabajan fuera del hogar entonces, ellas realizan una doble
jornada de trabajo, la del hogar y la del trabajo fuera del mismo, y a veces, hasta una triple
jornada, la del trabajo comunitario, como bien aportaba Carolina Moser (1991) hace ya
unos años.
Recapitulando entonces, hay dos elementos básicos del concepto feminización de la
pobreza sobre los cuales hay bastante consenso:
1) Un predominio de las mujeres entre los pobres.
2) El impacto con sesgo de género, de las causas de la pobreza –sean las que fueren en
contextos específicos locales, regionales y nacionales (Anderson, 1995; Pearce, 1974).
Otros elementos agregados a esta definición básica y que han sido objeto de debate son:
3) Una tendencia direccional en la cual la representación desproporcionada de las mujeres
entre los pobres está aumentando progresivamente. En este sentido, la feminización de la
pobreza es un proceso, no simplemente un estado de cosas en una coyuntura histórica
particular.
4) Si la pobreza se entiende como un proceso, los conceptos de seguridad, precariedad o
vulnerabilidad son importantes para su comprensión. Es fundamental tomar en cuenta las
formas en las cuales algunas personas pueden estar más expuestas que otras al riesgo de
pobreza que otras. En este sentido, aunque las mujeres no sean más pobres que los hombres
en un momento y país determinado, puede que estén más expuestas a la pobreza por su
condición de género, si se produce una ruptura matrimonial, por ejemplo. Una ruptura
matrimonial deja a las mujeres con menos capacidades, experiencia y conexiones con el
mercado laboral (debido a su especialización en cuidado infantil y labores domésticas) y en
consecuencia, con menores capacidades de ganar dinero que los hombres. Además, está el
cuidado de los hijos e hijas, que generalmente queda en manos de las mujeres.
Los avances y limitaciones de la medición de la pobreza y de los indicadores de género
Si consideramos la pobreza como un fenómeno multidimensional, su medición no es
sencilla y sigue siendo objeto de investigación y desarrollo. Se manifiesta de diferentes
maneras: como insuficiencia de ingresos, como privación de oportunidades, como
limitación de las libertades políticas, como limitación de tiempo para actividades de
realización personal, como limitación de vínculos sociales, como privación de seguridad
física y otras más.
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Tres son las maneras más usadas de medir la pobreza: la pobreza de ingresos, la pobreza de
necesidades básicas insatisfechas y la pobreza humana, las cuales no siempre desagregan la
información por sexo para facilitar el análisis de género. En el primer método son pobres
aquellos hogares que viven por debajo de un nivel de ingreso o de la línea de pobreza
determinada a partir del costo de un conjunto mínimo de bienes y servicios básicos
(pobreza absoluta y relativa). Aunque organismos internacionales como el Banco Mundial
asigna el valor de un dólar de 1993 por persona al día a la línea de pobreza absoluta y dos a
la pobreza relativas, otros países, entre ellos El Salvador, calculan la línea de pobreza
absoluta a partir del costo de una canasta básica de alimentos y la relativa equivale a dos
veces el valor de la línea de pobreza absoluta.
En el segundo método la pobreza se define como la privación de los medios materiales para
satisfacer en la medida mínimamente aceptable ciertas necesidades humanas, incluidos los
alimentos. El tercer método es el usado por el PNUD a través del Indice de Pobreza
Humana (IPH). Este índice es una medición de la pobreza que reúne en un índice
compuesto la privación en cuatro dimensiones básicas de la vida humana: una vida larga y
saludable, conocimientos, aprovisionamiento económico e inclusión social, con sus
correspondientes indicadores: porcentaje de nacidos hoy que no se espera que sobrevivan
hasta los 40 años; la tasa de analfabetismo adulto; el porcentaje de población que carece de
acceso a servicios de salud y agua potable y el porcentaje de niños menores de cinco años
que tienen peso insuficiente en forma moderada o severa.
A pesar de los avances en el cálculo de la pobreza de nuestros países, el hecho de que la
mayor parte de estimaciones no sean desagregadas por sexo invisibiliza (hace invisible) la
situación de las mujeres y de otras personas al interior del hogar, como los adultos mayores
o los niños y niñas por ejemplo. Estos análisis tienen como problemas o limitaciones:
 Centran su atención sobre el trabajo y los ingresos que se obtienen del mismo, en
este caso de los hombres. Esto guarda concordancia con una visión que otorga
prioridad a los varones y que entiende la pobreza de las mujeres, niños/as o
ancianos/as como un derivado de la pobreza que experimentan los hombres.
 No se cuestiona como se distribuyen los ingresos familiares una vez que llegan a las
familias y en que medida se reparten equitativamente. Las mediciones del ingreso
per capita a nivel familiar, aluden al número de dependientes del ingreso provisto
por el o la jefe de hogar, pero ignoran la mayor carga de trabajo que entrañan estos
dependientes, probablemente para las mujeres, en la unidad doméstica.
 La unidad de análisis casi siempre considerada ha sido el hogar o la familia en lugar
de observar a cada uno de sus componentes por separado. Esta unidad de análisis
permite observar la transmisión generacional de la pobreza, pero dice poco respecto
al tema de género. La realidad es que las reglas que rigen la distribución interna en
una unidad doméstica varían ampliamente según sociedades y culturas. En este
sentido, el integrante de un hogar puede ser más pobre que otro en distintos
sentidos: él o ella recibe menos de comer, tiene menos acceso a servicios de salud o
educación, no se compra ropa, goza de menos recreaciones y tiempo libre, etc.
 La jefatura formal del hogar es un concepto limitado porque responde a expectativas
culturales sobre la toma de decisiones, el propietario de activos familiares, tenencia
de la tierra o del hogar y de quien percibe más ingresos. La definición esta filtrada
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por las normas sociales que determinan quien provee (el hombre) y quien cuida el
hogar (la mujer) (Gammage, 1998).
Algunas de las propuestas para superar estas limitaciones son:

La de sustitución del uso del concepto de jefatura del hogar por el de jefatura de
hecho o por sostenimiento del hogar. Una estricta definición de sostenimiento es
aquella donde un hogar mantenido por mujeres sería aquel en el cual más del 50%
de los ingresos familiares son generados o atribuidos al trabajo remunerado o
productivo de mujeres. El objetivo de la autora (Gammage, 2002) mas que
identificar hogares lidereados por un sexo u otro, es validar si existen características
de género perceptibles, relacionadas con bajos ingresos a nivel del hogar, menores
niveles de bienestar, diferencias en el acceso a bienes y servicios o en la
participación laboral, menos disponibilidad de mano de obra, limitaciones de tiempo
o tasa de dependencia económica.
El Salvador: Comparación entre la Jefatura Formal y Sostenimiento de Hecho
El Salvador
Jefatura formal
(colones 1989)
femenina
Años
1989
1995
% de Hogares
31
31
Promedio Ingresos 308.4
451.05
por Persona
Relación
de
1.58
0.87
dependencia
económica
Relación
de
0.88
0.69
dependencia
demográfica
Jefatura formal
masculina
1989
1995
69
69
369.41 473.72
Sostenidos por
mujeres
1989
1995
36
37
331.03 455.86
Sostenidos por
hombres
1989
1995
64
63
361.89 473.06
1.91
1.53
1.55
1.00
1.95
1.51
0.74
0.68
0.88
0.73
0.73
0.65
Fuente: Gammage, 1998.
Algunas observaciones de este cuadro que respaldan la hipótesis de la autora que los
hogares sostenidos por mujeres tienen mayor probabilidad de ser pobres que otros, son:
- El porcentaje de hogares pobres sostenidos por mujeres es mayor que el de jefatura
formal femenina.
- Los hogares con jefaturas femeninas o sostenidos por mujeres tienen más personas
con menos de 15 años de edad o más de 65 años (dependencia demográfica), pero
son los hogares jefeados o sostenidos por hombres los que tienen mayor
dependencia económica, lo cual podría indicar que los hogares con jefatura
femenina tienen menor disponibilidad de mano de obra porque todos los miembros
trabajan para sobrevivir.
- A lo anterior debe agregarse que los ingresos de los hogares jefeados formalmente o
sostenidos por mujeres son menores que los de los hombres.
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
Sonia Baires
Si la pobreza engloba situaciones muy diversas difícilmente homologables, es
necesario considerar otras variables como las sociales, políticas y culturales, que no
siempre son cuantificables pero que permitirían contextualizar y captar las
desigualdades a través de las vivencias de las mujeres. En este sentido, el uso de
métodos cualitativos como el biográfico o los mapas de pobreza son recomendados
(González Río, 2001; Gammage, 1998).
2. La situación de pobreza y las mujeres en el pos conflicto salvadoreño
Para ubicar la situación de la pobreza, principalmente urbana, y de las mujeres dentro de
ella, es necesario partir de una caracterización general de la pobreza en El Salvador durante
los últimos años. Según Segovia (1998) la evolución de la pobreza en el país además de
coincidir en sus incrementos y disminuciones con los ciclos económicos nacionales
(contractivo, expansivo y recesivo) de los últimos 20 años, está relacionada con los
cambios que ha tenido nuestra economía en el mismo periodo, cambios cuya base común el
fin de la economía agro exportadora y la crisis de la agricultura.
Por su parte, la pobreza urbana y rural evoluciona en este periodo mostrando niveles
elevados (del 60% de población pobre) en la década del conflicto armado para luego, en los
años 90, observar una disminución de cerca de 8 puntos porcentuales, y a partir de 1996
mostrar de nuevo incrementos, especialmente en el área rural. La expansión del sector
terciario (comercio y servicios), de la maquila, la migración campo-ciudad y hacia el
exterior con el consiguiente flujo de remesas familiares, así como el flujo de recursos
externos de otro tipo influyeron grandemente para que la pobreza se redujera en los
noventa, sobre todo en las áreas urbanas. Sin embargo, los salarios reales decayeron a lo
largo de toda la década y las actividades de servicios y comercio se caracterizan por tener
bajos salarios.
Una caracterización general de la pobreza del país presentada a fines de 1990 (Segovia,
1998:16-17) continúa vigente:
1) La pobreza en El Salvador es un fenómeno extendido y mayoritariamente rural.
2) La reducción de la pobreza entre 1992 y 1995 se debe casi en un 100% a la reducción de
la pobreza urbana.
3) La pobreza extrema (o absoluta) está localizada principalmente en las áreas más
distantes y menos desarrolladas (zonas exconflictivas históricamente relegadas).
4) Los hogares con jefaturas femeninas están mejor que los hogares con jefes hombres,
especialmente en el periodo 92-95. Esto se atribuye al sector económico donde la mujer
está participando, tanto en la ciudad como en el campo y al avance educacional de ésta.
5) Hay una parte importante de los hogares que cuentan con jefe de hogar de la tercera edad
(entre el 20 y 22%). Esto tiene una implicación en términos de que esta población
generalmente está fuera del mercado laboral y difícilmente encontrará un empleo.
6) Los hogares más pobres son los más numerosos y menos educados. La pobreza aumenta
a medida que disminuye el nivel de educación y viceversa.
7) Los hogares con remesas están mejor que aquellos hogares sin remesas y los pobres
rurales reciben menos remesas que los pobres urbanos.
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8) Los hogares más pobres trabajan en la agricultura y la situación ha empeorado.
9) Los pobres trabajan en su gran mayoría como cuenta propia y como asalariados
permanentes, que son las dos categorías ocupacionales donde está el grueso de la población
pobre en el país.
Con estos planteamientos y aceptando como punto de partida la dificultad de que las únicas
estadísticas de pobreza disponibles que permiten hacer algunas inferencias de género son
las construidas a partir de la línea de pobreza, pasamos a continuar a actualizar caracterizar
la situación de pobreza por género en el posconflicto, considerando de manera particular a
las mujeres. El informe más reciente de PNUD/CNDS (2003) señala que a pesar de una
reducción significativa de la pobreza total (22 puntos porcentuales) y de la pobreza absoluta
(12 puntos porcentuales) entre 1992 y 2002, la pobreza continúa siendo el obstáculo más
grande al desarrollo humano debido a que todavía afecta a cerca de la mitad de la población
para este último año. Esto significa en términos generales que la tendencia a la reducción de
la pobreza, señalada como característica del periodo de alto crecimiento económico (199295), se mantuvo durante toda la década de conflicto.
Ahora, bien, un estudio reciente (PNUD, 2004) muestra que entrado el siglo XXI la
feminización de la pobreza continúa presente en El Salvador. Así, la feminidad de la
población pobre (el total de mujeres pobres dividido por el total de hombres pobres
multiplicado por cien) es más acentuada en el área urbana que en la rural, así como en los
grupos de edades de 18-59 años y en mayores de 60 años (ver Cuadro 1). En el área urbana
y en esos dos grupos de edades, el porcentaje de mujeres pobres sobrepasa al de hombres
en 17.7%, 38% y 43%, respectivamente. Estos datos que indican en términos absolutos una
mayor pobreza femenina urbana coinciden con los resultados globales de la encuesta
realizada por el Banco Mundial en tres ciudades de Centroamérica (Banco Mundial, 2002).
Por otro lado, a nivel departamental que es el máximo nivel de desagregación al que se
llega en estos indicadores, la feminidad de la pobreza es mayor en casi todos los
departamentos –excepción de Santa Ana y Ahuachapán, en el occidente del paísencontrándose las diferencias mayores en los departamentos de San Salvador, San Miguel y
Cuscatlán. De nuevo, la tendencia observada a nivel nacional y urbano en los grupos de
edad de 18-59 años y mayor de 60 se repite en estos dos últimos departamentos, sede de las
dos ciudades principales del país. En el grupo de edad 0-17 años la pobreza muestra
porcentajes similares entre ambos sexos e incluso levemente inferiores incluso que los de
hombres pobres. Los únicos casos donde las mujeres pobres superan levemente a los
hombres son La Paz, San Miguel y Cuscatlán. Sin embargo, este grupo es importante
porque representan el 49% del total de la población pobre del país (PNUD/CNDS, 2003).
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Cuadro 1. Relación de feminidad de la población pobre según grupos de edad,
área geográfica y departamento. Año 2002.
Área/
departamento
Total
población
Nacional
109.2
Por áreas geográfica
Urbano
117.7
Rural
102.2
Departamentos
Ahuachapán
97.9
Cabañas
107.0
Chalatenango
106.5
Cuscatlán
115.0
La Libertad
106.7
La Paz
110.7
La Unión
106.9
Morazán
105.9
San Miguel
117.1
San Salvador
117.8
San Vicente
106.2
Santa Ana
98.5
Sonsonete
107.4
Usulután
111.9
0-17 años
Grupos de edad
18-59 años
Mayor a 60
años
95.2
125.5
120.8
96.8
94.0
138.0
114.5
143.2
100.5
85.9
97.9
98.4
105.1
98.1
100.8
93.7
90.1
100.7
97.1
94.9
83.2
97.0
99.4
115.2
124.1
113.8
121.9
115.4
120.7
130.0
125.0
133.7
140.8
117.2
116.0
121.2
124.5
102.3
99.1
125.9
140.0
118.4
128.3
99.1
117.1
132.2
134.2
120.5
110.2
111.6
126.3
Fuente: PNUD, 2004 elaborado en base a los datos de EHPM 2002.
Una dificultad para determinar si estas tendencias han incrementado o disminuido en el
tiempo es que no hay cálculos similares para los años anteriores, pues al parecer hasta este
año las encuestas recogieron la información que permite hacer estos cálculos. Es interesante
sin embargo, analizar por que en las ciudades, los niveles de pobreza femenina son mayores
que en el campo. Una explicación inicial es que las condiciones de las mujeres en las
ciudades son menos favorables en cuanto a redes sociales o acceso a bienes de consumo,
especialmente si migran del campo a la ciudad, en un contexto además de menores ingresos
salariales con relación a los hombres y de menores oportunidades de acceso a empleos bien
remunerados.
Al analizar la pobreza según jefatura de hogares a nivel nacional la brecha entre los hogares
dirigidos por mujeres y hombres es insignificante (Cuadro 2), lo cual no significa
necesariamente que los hogares jefeados por mujeres se encuentren en iguales condiciones
que los de los hombres. En los hogares dirigidos por mujeres usualmente no hay aporte por
parte del hombre, recayendo sobre ellas y sus hijos e hijas, especialmente estas últimas el
trabajo doméstico. Además, la jefatura de hogar no captura que en los hogares con jefe de
hogar masculino suele haber también una mujer que aporta ingresos y realiza trabajo no
remunerado.
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Cuadro 2. Pobreza según sexo del jefe de hogar a nivel nacional,
urbano-rural y departamental del año 2002 (en porcentaje)
Área/
departamento
Mujeres
Nacional
37
Por áreas geográfica
Urbano
33
Rural
44
Departamentos
San Salvador
30
La Paz
47
Cuscatlán
38
La Libertad
27
Chalatenango
49
San Miguel
41
Santa Ana
40
Usulután
44
San Vicente
51
Sonsonete
41
La Unión
38
Morazán
47
Cabañas
52
Ahuachapán
46
Hombres
Diferencia
37
4
27
51
-6.3
7.8
23
43
36
27
49
44
43
49
56
46
44
54
59
56
-6.6
-3.7
-1.8
-0.7
-0.2
2.2
3.1
4.6
5.1
5.6
6.8
7.1
7.4
10.3
Fuente: PNUD elaborado en base a los datos de EHPM 2002.
Al desagregar la información por área de residencia, llama la atención que en el área urbana
la pobreza es mayor en hogares jefeados por mujeres, mientras que en el área rural ocurre
lo inverso, son los hogares liderados por hombres los que se encuentran en mayor pobreza.
Lo primero se explicaría parcialmente por la dinámica del empleo en dicha zona, la cual
tiende a privilegiar a los hombres para las actividades formales, relegando a las mujeres a
las actividades informales, de menor remuneración y porque en el área urbana son más
frecuentes los hogares monoparentales liderados por mujeres. De acuerdo a un estudio de la
CEPAL (1999) el aporte mayor de las mujeres al ingreso familiar se da en los hogares del
área urbana, en los hogares monoparentales (70%) y en los hogares extensos y compuestos
(47%) (ver Cuadro 3).
Por otra parte, la mayor pobreza de hogares rurales jefeados por hombres con relación a los
jefeados por mujeres encuentra explicación en la crisis de la agricultura y en que las
mujeres pueden percibir ingresos de actividades terciarias (comercio y maquila por
ejemplo) o remesas provenientes del exterior. Esta situación de relativa mejor condición de
los hogares pobres liderados por mujeres coincide con lo planteado por Segovia en 1998,
que los hogares jefeados por mujeres estaban en mejor condición que los jefeados por
hombres. Según la encuesta de hogares 2002 los hogares que más reciben remesas son
aquellos liderados por mujeres a nivel nacional (30.2%) y tanto en el área urbana (28.4)
como rural (34.2%). El porcentaje de hogares liderados por hombres que reciben remesas
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tienen en cambio porcentajes de 18.1% a nivel nacional y 17.1% y 19.2% en zona urbana y
rural, respectivamente (PNUD, 2004).
Cuadro 3. Hogares en que la mujer es quien más aporta al ingreso familiar,
por tipo de hogar y área geográfica. Año 1999 (en porcentaje de hogares)
Área/
departamento
Urbano
Rural
Total
unipersonal
Nuclear
biparental
Nuclear
monoparental
Extenso y
compuesto
38
38
21
11
70
55
47
31
Fuente: PNUD elaborado en base a los datos de CEPAL 2002
Lo único que cabe agregar a esto es que dadas las limitaciones de tomar únicamente el
ingreso como medida de la pobreza y usar como unidad de análisis el hogar, la inclusión
del uso del tiempo y la valoración del aporte que las mujeres hacen a través del trabajo
doméstico y no remunerado permitiría enriquecer los análisis de la pobreza con enfoque de
género.
Trabajo y mercado laboral
Indiscutiblemente que el trabajo remunerado, las condiciones del mercado laboral y las
capacidades para desenvolverse en éste son factores importantes en la determinación de la
presencia o ausencia de las mujeres entre los pobres. En este sentido, aunque algo se ha
avanzado en nuestros países en cuanto al acceso de las niñas a la educación, la realidad
sigue siendo que persisten grandes diferencias salariales entre mujeres y hombres. El
cuadro 4 muestra los ingresos promedio de las mujeres en países seleccionados de América
Latina, como porcentaje de los ingresos promedio de los varones en dos niveles educativos:
aquellos con 0 a 3 años de escolaridad y aquellos con educación post secundaria, para dos
años distintos.
Aquí puede observarse, para los países centroamericanos, como los ingresos promedio
femeninos con relación a los masculinos oscilaron en 1990 entre 77.0% en Panamá a 57.9%
en Honduras. La manera de leer esto es que la equidad completa entre hombres y mujeres
se produce cuando el indicador registra un valor de 100%. Si su valor es menor que 100%
significa que existe desigualdad de ingresos desfavorable para la mujer, mientras que si su
valor es superior a 100% la desigualdad es en contra de los hombres.
Luego, en los niveles educativos, pareciera que la tesis que a menor nivel educativo de las
mujeres, menor es el ingreso de ella con relación a los hombres y en este sentido, mayor la
brecha salarial. Destaca en mi opinión la situación en Costa Rica, donde la brecha salarial
parece haberse ampliado entre 1980 y 1990 tanto a nivel nacional como en el caso de las
mujeres más educadas; mientras en la cohorte educacional de 0 a 3 años la brecha se ha
reducido en 3 puntos, probablemente por incrementos en los salarios mínimos.
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Cuadro 4. Diferenciales de ingreso entre mujeres y hombres*
en dos cohortes educacionales, 1980 y 1990.
Total
0-3 años de educación
13 años o mas
de educación
País
1980
1990
1980
1990
1980
1990
Argentina
63.5
68.8
----Bolivia
-57.4
-58.4
-46.0
Brasil
46.3
56.0
41.0
45.8
38.8
50.7
Colombia
56.1
66.7
51.0
58.8
55.0
60.4
Costa Rica
80.6
71.0
48.2
51.3
86.4
64.2
Chile
-59.2
-67.7
-41.9
Guatemala
-65.8
-45.4
-64.2
Honduras
-57.9
-49.9
-51.5
México
-68.2
-63.8
-61.2
Panamá
-77.0
-46.1
-68.4
Paraguay
-56.7
-64.0
-47.1
Uruguay
53.9
44.3
46.6
50.1
44.0
37.3
Venezuela
67.8
72.7
56.3
64.0
71.1
68.0
Fuente: Gammage 1998 en base a tabulaciones especiales de encuesta de de hogares para los
respectivos países (Arraigada 1994).
* Población urbana de más de 15 años de edad.
En el caso de El Salvador por su parte, la brecha de ingreso muestra una evolución irregular
entre 1986 y 2002, pues si bien la brecha ha tendido a reducirse entre 1986 y 2002, muestra
un incremento entre 1999 y 2002, al tener en este primer año una cifra record para el país
(ver Cuadro 5). Luego, a nivel urbano destaca que el nivel de la brecha se ha estabilizado
en alrededor del 30% en este mismo periodo.
Cuadro 5
Brecha de ingreso global. Años 1996-2002 (en porcentaje)
Total país
Total urbano
Total rural
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
81.4
69.3
85.3
72.5
82.7
84.1
73.6
73.6
108.3
89.5
76.6
100.8
87.9
75.0
101.8
87.6
74.3
103.5
83.7
70.2
104.7
Fuente: PNUD, 2004 en base a encuestas de hogares de propósitos múltiples.
Llama la atención que la mayor brecha de ingresos se registra en el área urbana, donde las
mujeres percibieron un ingreso promedio casi 30% inferior al percibido por los hombres,
además de mostrar una tendencia continua al aumento de esa brecha desde 1999. Por el
contrario, la brecha en el campo ha desaparecido y donde el ingreso de las mujeres se ha
incrementado con relación al de los hombres. Como ya se dijo esto se debe a las menores
oportunidades de empleo en actividades agropecuarias, mayoritariamente realizadas por
hombres; a la expansión de actividades comerciales realizadas por mujeres en las áreas
rurales y a la mayor cantidad de remesas que reciben los hogares liderados por mujeres.
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Algunos de los factores de mayor incidencia en la permanencia de una brecha de ingresos
en contra de las mujeres se encuentran en las diferencias de acceso a activos y rentas de
propiedad, las disparidades en la remuneración promedio y las menores oportunidades de
las mujeres para insertarse en el mercado formal de trabajo.
Dentro de la brecha de ingreso el factor que más pesa, por el tipo de mediciones también, es
el salario o remuneración que las personas reciben. El Indice de Remuneración Media de
Género (IRMG) es un indicador que permite medir las desigualdades salariales. Este Indice
es el cociente que resulta de dividir el salario promedio mensual femenino entre el salario
promedio mensual masculino, multiplicado por cien. La igualdad salarial completa se da
cuando el índice registra un valor de 100%. Si su valor es menor que 100 significa que
existe desigualdad salarial en contra de la mujer, mientras que si su valor es superior a 100
la desigualdad es desfavorable para el hombre (Cuadro 6).
Cuadro 6. Indice de Remuneración Media de Género,
por área geográfica y sector institucional. Años 1996-2002
Año
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
Total país
72.8
73.3
77.1
78.3
79.1
76.8
73.6
Por área geográfica
Urbana
Rural
Por
sector
(urbano)
Público
67.2
67.9
71.1
73.4
74.2
71.1
68.5
72.1
72.7
87.8
78.5
80.5
81.6
80.3
97.6
101.5
105.4
103.3
110.3
100.7
97.2
institucional
62.0
62.1
65.1
67.8
67.2
65.0
63.3
Privado
Fuente: PNUD, 2004 en base a DIGESTYC/EHPM.
De este cuadro destaca que a nivel nacional hay una evolución ascendente a favor de
disminuir la brecha salarial entre 1996 y 2002. Sin embargo, a partir de 2001 los
porcentajes alcanzados hasta 2000 comienzan a decrecer en 2001 posiblemente debido al
estancamiento de la economía y de la dolarización, impulsada a finales de 2001. En este
mismo sentido, la brecha salarial es más elevada que la brecha de ingresos, si se observa el
cuadro anterior, lo cual puede estar evidenciando que muchas mujeres salvadoreñas además
de las remuneraciones derivadas de su trabajo perciben otros ingresos, ya sea por el
desarrollo de otro tipo de actividades económicas o por la recepción de remesas (PNUD,
2004).
Una cuestión adicional interesante es que cuando se analizan este IRMG en relación años
de estudio, las brechas de remuneración promedio paradójicamente tienden a incrementarse
a medida que los hombres alcanzan más años de estudio. En 2002 la mayor brecha salarial
entre mujeres y hombres se presenta en el estrato de personas con 13 años de estudio o más
($266.5 las mujeres y $420 los hombres) y la menor entre personas sin ningún año de
estudios ($72.7 las mujeres y 79.4 los hombres). Esta información refleja la discriminación
de la cual son objeto las mujeres, pues aunque los salarios aumentan a medida que sube el
nivel educativo de las personas, la brecha de género se amplía en detrimento de las mujeres,
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sobre todo urbanas. Es fundamental indagar sobre los obstáculos para que las mayores
capacidades de las mujeres se traduzcan en un aumento de las oportunidades, tanto
laborales como salariales.
Respecto a la inserción en el mercado laboral de las mujeres se observa una tendencia
paulatina a disminuir la desigualdad de género. Algunos datos en este sentido son:
 Las mujeres han incrementado su presencia en la PEA (cerca del 40%), aunque
sobre todo a nivel urbano.
 Ha mejorado el Indice de Equidad Ocupacional (de 37.5 a 41%).
 La ocupación femenina aumenta a medida que se incrementan los años de estudio.
 Las mujeres han aumentado tanto su presencia en actividades económicas del sector
formal como del informal. Sin embargo, tienen mayor presencia en el segundo.
 Las mujeres representan el 65% de las microempresarias.
Un último indicador para comprender la equidad de género en el ámbito económico es la
asignación del tiempo dentro del hogar, especialmente de las horas de trabajo dedicadas a
las labores que no son remuneradas. El cuadro 7 muestra que menos del 1% de los hombres
se dedican a estas actividades contra 37% de las mujeres y el Cuadro 8 que el 64% de las
mujeres dedican más de 4 horas a trabajos domésticos, independientemente de su
participación en el mercado laboral.
Cuadro 7. PEI y porcentaje de mujeres y hombres dedicados
exclusivamente a quehaceres domésticos
1996
1997
1998
% mujeres
70.46 69.93
69.4
% hombres
29.54 30.03
30.6
Quehaceres % mujeres
37.81 39.06 35.54
domésticos % hombres
0.2
0.26
0.51
Fuente: PNUD elaborado en base a los datos de DIGESTYC
PEI
1999
2000
2001
2002
68.66
31.34
35.92
0.59
68.35
31.65
36.8
0.28
69.45
30.55
37.24
0.36
67.67
32.33
35.93
0.29
Cuadro 8. Tiempo dedicado a trabajos domésticos
Hombres
Mujeres
Ninguno
Máximo 3
horas
4 a 7 horas
8 horas y mas
23.9
6
51.6
30.3
16.3
31
8.3
32.7
Fuente: PNUD elaborado en base a los datos de IUDOP, 1999.
Una última cuestión que quisiera plantear es la relacionada con un déficit en la situación de
las mujeres en el pos conflicto. Es el que tiene que ver con la pobreza de las mujeres en las
llamadas zonas ex conflictivas, históricamente abandonadas o relegadas en los distintos
programas gubernamentales (Cuadro 9).
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Cuadro 9. Género y pobreza en zonas ex conflictivas en El Salvador, 1995
Rural
Chalatenango
Cabañas
San Vicente
Morazán
Cuscatlán
Usulután
Pobreza
Extrema
Pobreza
Pobreza
Extrema
Pobreza
Pobreza
Extrema
Pobreza
Pobreza
Extrema
Pobreza
Pobreza
Extrema
Pobreza
Pobreza
Extrema
Pobreza
Sostenidos
por Mujer
Sostenidos
por Hombre
50
66
57
60
49
56
45
52
54
60
35
45
50
34
43
40
51
44
55
48
46
40
65
55
Urbano
Chalatenango
Cabañas
San Vicente
Morazán
Cuscatlán
Usulután
Pobreza
Extrema
Pobreza
Pobreza
Extrema
Pobreza
Pobreza
Extrema
Pobreza
Pobreza
Extrema
Pobreza
Pobreza
Extrema
Pobreza
Pobreza
Extrema
Pobreza
28
41
44
52
46
54
52
77
38
56
37
40
72
59
56
48
54
46
48
23
62
44
63
60
Sostenido
por Mujer
Sostenido
por Hombre
Fuente: Gammage, 2002 en base a la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples de 1995.
Notas:
1. Hogares mantenidos por mujeres son aquellos donde las mujeres generan mas del 50% del ingreso
total del hogar, hogares mantenidos por hombres son aquellos donde los hombre generan mas del
50% del ingreso total del hogar.
2. En el ámbito nacional en 1995, los hogares mantenidos por mujeres comprendían 40% de los pobres
y el 53% de los extremadamente pobres en áreas rurales y 38% de los pobres y 48% de los
extremadamente pobres en áreas urbanas.
Otros elementos a considerar en la inclusión del enfoque de género
Otros elementos a considerar en la situación de pobreza con enfoque de género son los
relacionados con el acceso a los activos sociales y culturales y al trabajo no remunerado
que las mujeres realizan. En esta sección más que incorporar datos explicitamos porque
estos son aspectos importantes a considerar en estos análisis.
Activos sociales y culturales
Activos sociales son aquellos constituidos por todos los ingresos, bienes y servicios a los
que tiene acceso un individuo a través de sus vínculos sociales. Pueden ser vínculos con
parientes, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, patrones y clientes y entrañan relaciones
de intercambio y reciprocidad (Anderson, 1994).
Mujeres y hombres poseen diferentes carteras de activos sociales, entre los cuales se
encuentran en primer lugar las distintas clases de “contratos implícitos” que realizan.
Ejemplos de contrato implícito son: el de brindar apoyo económico durante la gestión y a
etapa de cuidado intensivo del bebé y los niños por parte del padre, cuando a las mujeres les
resulta prácticamente imposible trabajar a cambio de un salario; o el que se da entre
mujeres para la cooperación en el trabajo doméstico y el cuidado infantil. El no reconocer
estos contratos implícitos así como el reconocimiento de todo lo que implica la realización
de este trabajo no hace justicia a la complejidad que implican.
Otro tipo de activos sociales son las redes sociales urbanas que se vuelven importantes en la
supervivencia de los pobres en las grandes ciudades de nuestros países, ya que la
cooperación entre los pobres en los asentamientos urbanos precarios y de escasos servicios,
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permita a las personas y particularmente a las mujeres, conjugar sus actividades
productivas, reproductivas y de desarrollo comunitario.
Una limitación especialmente crítica es el restringido acceso de las mujeres urbanas a
participar en las instituciones y organizaciones de base, lo cual les impide el acceso a redes
sociales de apoyo y las coloca en situación de riesgo de caer en la pobreza. Igualmente, la
situación de los adultos mayores, pero especialmente de las ancianas, en la medida que
éstas tienden a vivir más años, las hace particularmente dependientes de familiares,
especialmente hijos o hijas adultos.
Familia, vecindario y trabajo doméstico no remunerado
Además del trabajo doméstico y el cuidado de los niños, las mujeres realizan el
denominado “trabajo de parentesco” y el trabajo destinado a mejorar la calidad de vida de
la comunidad local. (Anderson, 1994).
El trabajo de parentesco se refiere a los roles de las mujeres en mantener fuertes vínculos de
solidaridad entre los miembros de la familia extendida, rol que también se les asigna bajo el
sistema familiar preponderante en la mayor parte América Latina. La interrogante que
surge aquí es si todo este trabajo será retribuido a la hora que cambie la relación o en
épocas de necesidad. El desarrollo comunal es otra área donde el trabajo no remunerado de
las mujeres entraña una fuerte inversión de tiempo y energías. Moser (1991) llamó a esto la
realización de la tercera jornada de trabajo.
Todo este trabajo no remunerado de las mujeres es valorado más no así reconocido, por
cuanto las mujeres siguen estando más vulnerables a caer en la pobreza que los hombres.
La violencia intrafamiliar y social como obstáculo
Algunos datos sintéticos sobre la violencia que muestran como este problema puede ser un
obstáculo importante para la plena participación e incorporación de las mujeres en la vida
productiva del país, en su comunidad y para su desarrollo emocional y psíquico y el de sus
hijos e hijas, son los siguientes: (PNUD, 2004).
 En el 91% de los casos de violencia intrafamiliar, las víctimas son mujeres.
 En el 87% de casos de violencia intrafamiliar, el cónyuge o el compañero de vida
son los principales agresores.
 Por cada caso de agresión sexual en víctimas hombres, suceden 13 casos en
mujeres.
 La violencia intrafamiliar y las agresiones sexuales se concentran en el caso de los
hombres en el grupo de edad de 0 a 11 años.
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3. A manera de cierre
Las mujeres salvadoreñas en el pos conflicto han visto su situación mejorar levemente, pero
persisten brechas significativas en el plano económico, social y político, que redundan en
que ellas sean más vulnerables al riesgo de caer en la pobreza extrema. Las mujeres urbanas
en particular se encuentran sobrerepresentadas entre los pobres, con brechas en sus ingresos
y salariales mayores que las de las mujeres rurales e incorporadas mayoritariamente a
actividades informales de escasos ingresos. Además, las mujeres en general, pero las
mujeres urbanas en particular tienen un elevado porcentaje de jefatura de hogar, con lo cual
les toca realizar largas jornadas de trabajo doméstico y a veces, también comunitario. Las
mujeres urbanas entonces, y las jefas de hogar en particular, deberían ser objeto y sujetos
de políticas públicas que consideren su situación particular.
Producto de esta situación muchas mujeres urbanas pobres andan siempre en la “rebusca”
para su sobrevivencia, con lo cual se le dificulta a veces participar en programas de acción
comunitaria o incluso proyectos que buscan mejorar sus condiciones de vida. Es
indispensable que los programas o proyectos de combate a la pobreza que se lancen
consideren como remontar esta dificultad contribuyendo así al empoderamiento de las
mujeres.
Es indiscutible que la construcción de indicadores que incluyan no sólo la desagregación
por sexo sino que ayuden a profundizar el análisis de las desigualdades de género de
nuestras sociedades es un paso fundamental para facilitar la elaboración de políticas y
permitir un mejor diseño focalizando hacia los sectores más vulnerables de la población
contextualizando más claramente su situación. En este sentido, los avances observados en
El Salvador y en la región centroamericana son importantes, pero resta mucho por hacer
para que la lectura de estos indicadores se revierta en cambios reales para las miles de
mujeres pobres del país.
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POBREZA Y GÉNERO EN EL POSCONFLICTO SALVADOREÑO.
Sonia Baires
Referencias bibliográficas
Anderson, Jeanine (1994): La feminización de la pobreza en América Latina, Red Entre
Mujeres, Lima.
Gammage, Sarah, Norma Vásquez, Heidi Worley y Jorge Fernández Gómez (2002):
Retorno con integración: el reto después de la paz. FLACSO Programa El Salvador, San
Salvador.
----- (1998ª): “La dimensión de género en la pobreza, la desigualdad y la reforma
macroeconómica en América Latina”, Informe de estudio realizado para PNUD, San
Salvador.
----- (1998b): “Las determinantes de la pobreza en El Salvador y las relaciones entre género
y pobreza” en Memoria de Eventos Seminario “Erradicación de la pobreza en el marco del
desarrollo humano sostenible”, PNUD, San Salvador.
González Río, María José (2001): “Algunas reflexiones en torno a las diferencias de género
y la pobreza” en Pobreza y perspectiva de género, Ed. Icaria, Sociedad y Opinión,
Barcelona.
Menjívar Larín, Rafael y Juan Pablo Pérez Sainz (1993): Ni héroes ni villanas. Género e
informalidad urbana en Centroamérica. FLACSO Costa Rica, San José.
Moser, Carolina (1991): “La planificación de género en el tercer mundo. Enfrentando las
necesidades prácticas y estratégicas de género” en Guzmán, Virginia y otras. Ediciones
Flora Tristán/Entre Mujeres, pp. 55-124.
PNUD El Salvador (2004): La equidad de género en El Salvador. Cuadernos sobre
desarrollo humano No.3. Género, San Salvador.
Segovia, Alex (1998): “Cambio estructural, políticas macroeconómicas y erradicación de la
pobreza” en Memoria de Eventos Seminario “Erradicación de la pobreza en el marco del
desarrollo humano sostenible”, PNUD, San Salvador.
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