3. Entre la Celebración del Fragmento y la Condena a la Fragmentación Daniel Kozak `When I use a word,' Humpty Dumpty said in a rather scornful tone, `it means just what I choose it to mean -- neither more nor less.' `The question is,' said Alice, `whether you can make words mean so many different things.' Lewis Carroll, Through the Looking Glass Introducción ¿Cómo y cuándo son cambiados los paradigmas? Se pregunta Thomas Kuhn (1962) en The structure of scientific revolutions1. En el contexto de su marco teórico, estos cambios ocurren en tiempos de crisis desencadenadas ya sea por anomalías en el paradigma vigente, nuevos descubrimientos o el surgimiento de nuevas teorías. El período que antecede al cambio de paradigma “está marcado regularmente por debates frecuentes y profundos sobre métodos, problemas y normas de soluciones aceptables, aun cuando esa discusiones sirven más para formar escuelas que para producir acuerdos” (Kuhn, 1988, p. 87). Por otra parte, Kuhn señala, “estos debates no desaparecen de una vez por todas cuando surge un paradigma” (Ibid). Las últimas cuatro décadas han sido, en el terreno de los estudios urbanos, tiempos de grandes cambios y reconceptualizaciones. Siguiendo el marco teórico de Kuhn, se podría afirmar que éstos han sido tiempos de crisis y emergencia de nuevos paradigmas. Un factor clave en el cambio de estos paradigmas, tal como señala Horacio Caride Bartrons (2004), constituye el giro que provoca Kevin Lynch cuando por primera vez cuestiona el paradigma urbano dominante que entiende a la ciudad como un organismo total con vida propia. A partir de allí, la metáfora biologicista cede ante una visión de la ciudad caracterizada como una sumatoria de fragmentos. En sintonía con un cuadro cultural mayor, asociado al marco teórico del Fin de los Grandes Relatos cristalizado en La Condition Postmoderne de Jean-François Lyotard (1979), cierta idea de fragmentación adquirió durante este período una connotación acentuadamente optimista (Kozak, 2004). Dentro de esta lógica, este período se ve atravesado por la predilección de lo particular sobre lo general, la valoración de las identidades, la búsqueda de la diversidad, y también por la fetichización de lo fragmentario expresado, por ejemplo, en el deleite por el discurso entrecortado y la estética de lo discontinuo. Pero así como en determinado momento el fragmento urbano se volvió una idea recurrente, una visión menos optimista de las ciudades contemporáneas que las caracteriza como social y espacialmente fragmentadas ha ganado espacio en los discursos urbanos desde la última década. En la actualidad conviven -aunque posiblemente en distintos subgrupos, y sin mayor conexión, de lo que podría llamarse la heterogénea disciplina de estudios y prácticas urbanas- la visión celebratoria de la ciudad entendida como una sumatoria de fragmentos y la condena a la tendencia hacia la fragmentación. En ambos casos la recurrencia del concepto de fragmentación, entendido como autonomía y/o disociación de partes, es llamativa. Kuhn también observa que sólo en raras circunstancias pueden convivir pacíficamente dos paradigmas (Kuhn, 1988, p. 16). En efecto, ambos marcos teóricos presentan frente a la interpretación de un mismo, o similar, fenómeno urbano criterios de valoración diametralmente opuestos. El hecho de que no sea tan frecuente un debate -o choque- entre estas dos posiciones se debe más a los efectos de la compartimentación del pensamiento que a una de esas “raras circunstancias” de convivencia a las que aludía Kuhn. El presente trabajo de investigación procura explorar las alternancias de ambas posiciones en el debate urbano contemporáneo y relacionar estas construcciones urbanas teóricas con la construcción de la ciudad “real”. De la ciudad-organismo a la ciudad de fragmentos Los cambios en las formas de conceptualizar la ciudad y las figuras que se utilizan para elaborar los modelos conceptuales, no sólo permiten vislumbrar bastante de las creencias y prioridades de una época sino que también pueden ser utilizados como una herramienta para analizar y comprender los procesos de transformación que las ciudades experimentan. A través del estudio de metáforas y analogías referidas a la ciudad empleadas en discursos urbanos, Caride Bartons (2000; 2004) expone en sus trabajos: El pulpo, la mancha y la megalópolis y La metáfora ausente, algunos de los giros en los modos de pensar la ciudad desde la Grecia clásica hasta la actualidad. El uso de analogías orgánicas con fines didácticos para presentar teorías urbanas es de larga data. Platón describe en La Republica los males de la ciudad asimilándolos a enfermedades; Aristóteles explica que tanto la ciudad como los organismos naturales poseen partes indispensables y otras accesorias; y también en la tratadística renacentista el cuerpo es utilizado para comprender el comportamiento de la ciudad (Ibid, 2004, pp. 5-8), por sólo citar algunos ejemplos. Pero es en el siglo XIX a través del marco teórico que sentaría las bases del urbanismo moderno desarrollado por Idelfonso Cerdá, en su Teoría General de la Urbanización, cuando la analogía orgánica adquiere la dimensión y el tono que sobrevolará por buena parte del siglo XX. En 1867 Cerdá escribía: ...todos los elementos constitutivos los hemos estudiado, hasta ahora, simplemente como entidades inorgánicas....Ahora que ya estamos en condiciones de darnos cuenta y razón de cada una de las piezas que constituyen su organismo...es oportuno que entremos de lleno en el examen de las funciones [en el] conjunto (citado en Caride Bartons, 2004, p. 12). Es esta idea de ciudad-organismo que asimila las distintas partes y funciones de la ciudad a órganos y funciones metabólicas, la que domina las teorías urbanísticas que modelarían las ciudades hasta la década de 1960. A lo largo de toda la obra urbanística de Le Corbusier las referencias de este tipo abundan. En The City of Tomorrow and its Planning de 1927, por ejemplo, la figura del órgano es tomada para explicar las dos partes fundamentales de su planteo: un “órgano compacto y concentrado” que es La Ciudad, y otro “órgano elástico y extensivo” constituido por la Ciudad Jardín (Le Corbusier, 2002, p. 21); las infraestructuras también son descriptas como “órganos delicados” (Ibid. p. 22); las calles siempre son llamadas arterias y los espacios verdes entre torres -el 2 núcleo de su argumento- pulmones (Ibid). Desde los planteos higienistas del siglo XIX, hasta los planes urbanísticos de Le Corbusier, pasando por Patrick Geddes y el corpus teórico de la Escuela de Chicago, en todos esta presente la figura del organismo. Es por eso, que el momento en el que esta idea comienza a ser cuestionada reviste tanta trascendencia. A fines de la década del 50 -bastante antes de que Charles Jencks decretara la “muerte del movimiento moderno”2- algunas de las ideas más arraigadas a los paradigmas de la modernidad comenzaban a entrar en crisis. En el caso de los discursos urbanos, y atacando desde distintos frentes, las voces disidentes de Jane Jacobs, Gordon Cullen y Kevin Lynch comenzaban a resonar. Frente a una visión de la ciudad que a partir del desarrollo de las ideas urbanísticas del movimiento moderno se había tornado burocrática e impávida, estos autores renuevan el contexto del marco teórico urbano al sugerir que las ciudades en realidad son algo muy diferente de lo que pretendían los planificadores urbanos desde sus esquemas. En una descripción de Boston, comentada en su libro fundamental The image of the city publicado por primera vez en 1960, Lynch reflexiona: “más que una única y completa imagen…pareciera que existen grupos de imágenes más o menos superpuestas e interrelacionadas” (Lynch, 2002, p. 37). Este tipo de aproximación sensible comienza a perfilar una idea de ciudad, que según Caride Bartrons (2004, p. 24) desalojaría “del edificio teórico [urbano] y de un golpe, a Haeckel y a Cerdá, a la Escuela de Chicago y el neodarwinismo y, de paso, a los mismos Platón y Aristóteles”. En 1981, en un párrafo intitulado “Problemas de la teoría orgánica” dentro del que sería uno de sus últimos trabajos, Good city form, Kevin Lynch disparaba: Las ciudades no son organismos, tampoco son máquinas, y tal vez aún menos. No crecen ni cambian por si mismas, ni se reproducen ni se reparan por si mismas. No son entidades autónomas, no atraviesan ciclos de vida ni se infectan. No tienen partes funcionales claramente diferenciadas como los órganos de los animales. (Lynch, 1981, p. 76). Para Lynch el problema central, que comenzaba con lo que él consideraba “las partes más groseras de la analogía [biológica]” (Ibid) –es decir: “que las calles son arterias, los parques son pulmones, las líneas de comunicación los nervios, las cloacas el colon, el centro de la ciudad el corazón que bombea la sangre del tráfico a través de las arterias y las oficinas…el cerebro (Ibid)constituía el hecho de que este modelo conceptual conduce a la toma de decisiones incorrectas basadas en premisas falsas. En su opinión éstas eran por ejemplo: “buscar un tamaño óptimo…bloquear el crecimiento continuo…separar los usos…luchar por mantener los cinturones verdes…suprimir los centros en competencia e impedir un desparramo informe” (Ibid), entre otras. El giro hacia otras representaciones y la búsqueda de nuevas metáforas había comenzado. Denis Cosgrove (1989) señala los cambios dentro del campo de la geografía cultural -una nueva rama de estudio dentro de una vieja disciplina que se redefinía. Las analogías tomadas de las ciencias naturales como “organismo”, “sistema” o “máquina” dejaban su lugar a las nuevas metáforas espaciales preferidas: “texto”, “teatro” o “espectáculo”, todas ellas usadas como “metáforas representacionales” (Ibid., pp. 567-568). Tanto la predilección por las analogías tomadas de las ciencias naturales que dominó los discursos urbanos desde fines de siglo XIX hasta mediados de siglo XX, como el vuelco hacia las “metáforas representacionales” de las décadas comprendidas entre 1960 y 1990, no fueron privativas de las teorías urbanas. Del mismo modo que la fascinación por las certezas y el mundo de lo exacto dejó su marca en todos los discursos atravesados por el período en el que el espíritu positivista gobernó las ciencias, también la posmodernidad –o por lo menos las décadas en las que la discusión sobre la posmodernidad fue un tema central- está inevitablemente asociada no sólo con las ideas urbanas hasta aquí reseñadas sino también con la discusión filosófica de ese período, las artes visuales y la producción cultural en general. Pero como muchas veces se ha señalado, la posmodernidad se caracteriza por no tener una única expresión –aunque algunas invariantes también 3 existen- de modo tal que generalmente resulta conveniente hacer alguna distinción entre los distintos discursos agrupados bajo esta misma designación. La obra de Lynch, Cullen y Jacobs, en los años 60 y principios de los 70, está enmarcada en la reacción contra el dogmatismo del movimiento moderno y en algunos casos adquiere cierto carácter de choque generacional. Especialmente en la prosa de Jacobs es fácilmente perceptible el tono de confrontación, que por supuesto también recibió sus críticas igualmente combativas. Como es el caso de las que le efectuara Lewis Mumford, quien en 1965 en un artículo sobre Garden Cities of Tomorrow publicado en New York Review of Books, escribía: “…la ridícula colección de desinformaciones históricas y malas interpretaciones de la actualidad que Jane Jacobs lleva adelante en su The Life and Death of Great American Cities exponen toda su ignorancia respecto del movimiento de planeamiento urbano” (citado en Kunstler, 2001). La opinión de Mumford respecto de Jane Jacobs no había comenzado en este tono. En la primera carta que Mumford, le envía luego de escucharla por primera vez en 1958, por el contrario, su opinión era sumamente elogiosa: “…su presentación…me ha proporcionado la más profunda satisfacción…usted desarrolló con una refrescante claridad un punto de vista que sólo pocos en los círculos del planeamiento urbano…podrían casi comprender. Su análisis acerca de las funciones de la ciudad es sociológicamente de primer orden” (Ibid). Seguramente lo que provocó este cambio drástico no hayan sido las críticas hacia los planes de Le Corbusier, por los cuales el mismo Mumford tampoco tenía gran aprecio, sino los ataques de Jacobs hacia Ebenezer Howard, Patrick Geddes y el movimiento de las Garden Cities, en los cuales él sí creía. En otro pasaje de la misma carta, Mumford previene a la joven periodista de West Greenwich Village: “…sus peores oponentes son los viejos grises que imaginan que Le Corbusier es lo último en urbanismo” (Ibid). En una de las últimas alusiones de Lewis Mumford respecto del trabajo de Jane Jacobs, en una misiva que Mumford envía como respuesta a un catedrático de la universidad de Columbia, el autor de The City in History expone su parecer utilizando, curiosamente, una analogía biológica: Aprecio su cortesía al enviarme el artículo de Ms. Jacobs que de hecho había incidentalmente leído. Pero al pedirme que lo comente, usted está en efecto sugiriendo que un viejo cirujano emita un juicio público sobre el trabajo de un confiado pero descuidado novicio que opera para remover un imaginario tumor al cual el joven ha erróneamente diagnosticado como el padecimiento del paciente mientras pasaba por alto graves daños en los órganos reales. La cirugía no tiene ninguna contribución útil para hacer en semejantes casos, excepto coser al paciente y despedir al incauto (Ibid). La producción que prosigue a esta primera generación posmoderna, que tiene lugar desde fines de la década de 1970 y se consolida especialmente durante los 80 como discurso dominante, si bien evidentemente continúa la línea argumental iniciada en la década de 1960 antes referida, introduce cambios sustanciales. La voz apasionada y combativa de Jacobs es sucedida por un tono irónico y despreocupado. La modernidad continuó siendo el blanco preferido, pero las críticas pasaron a concentrarse en su carácter solemne o adusto, y en lo que se caracterizó como el aspecto puritano y moralista del movimiento moderno. Éste es el argumento principal del clásico de David Watkin (1977) Morality in Architecture, y el marco en el que se desarrolla la obra de Robert Venturi, Charles Jencks –quien introduce el término posmodernidad- y Colin Rowe. Este último es quien a los efectos del presente trabajo reviste mayor importancia, ya que es quien propone una nueva metáfora para reemplazar a la figura de ciudad-organismo o ciudad-máquina. En 1978, junto a Fred Koetter, presenta la idea que se constituirá como pieza clave del discurso urbano dominante (especialmente en círculos arquitectónicos y de diseño urbano) por más de una década: la Ciudad Collage. En Collage City, Rowe y Koetter (1981, p. 12), luego de dictaminar que “la arquitectura moderna que se arrogaba una índole científica, reveló un idealismo perfectamente ingenuo” y que 4 “la ciudad de la arquitectura moderna, como construcción psicológica a la vez que como modelo físico, ha adquirido una trágica ridiculez”, interpretan cual es la “preferencia estética del presente”. En su opinión, ésta es la que “se centra en las discontinuidades estructurales y en la multiplicidad de excitaciones sincopadas” (Ibid, p. 94). A partir de allí presentan la idea central de su tesis: el “collage [como] conciencia del arquitecto…collage como técnica y…como estado de ánimo….un enfoque en el que los objetos [son] reclutados y seducidos a salir de su contexto” (Ibid, p. 141). Rowe y Koetter prosiguen: Por ser el collage un método que deriva su virtud de su ironía, porque parece ser una técnica para utilizar cosas sin acabar de creérselas, es también una estrategia que puede permitir tratar la utopía como imagen, tratarla en fragmentos sin que tengamos que aceptarla in toto (Ibid, p. 145). Con insistencia Rowe y Koetter repiten su hallazgo: el “arquitecto bricoleur” puede operar libre y desprejuiciadamente sobre la ciudad por retazos o fragmentos. De este modo, y junto a otros textos decisivos como L’Invention du quotidien -donde Michel de Certeau (1980) insta a construir la “mirada desde abajo” y a reparar en los pequeños mundos cotidianos de los caminos inconexos descubiertos al caminar fragmentariamente por la ciudad- que continúan la tradición crítica hacia la planificación urbana (“la mirada desde arriba”) comenzada en la década de 1960, el marco de la “ciudad de fragmentos” queda constituido. Pero, Rowe y Koetter, a pesar de compartir evidentemente el gusto por lo ecléctico y fundamentalmente una profunda aversión por la “ciudad del movimiento moderno”, se distanciaron del trabajo de la generación que los precedió. Principalmente por asumir una defensa profesionalista del rol del arquitecto como protagonista en la construcción de la ciudad, que entendieron fue agredido tanto por la modernidad como por sus primeros detractores. En sus palabras, estas dos posiciones estaban representadas por las frases: “dejemos que la ciencia construya la ciudad o dejemos que la gente construya la ciudad” (Ibid. p. 12). En obvia referencia al trabajo de Gordon Cullen, caracterizado como “culto del paisaje urbano” (Ibid. p. 37), Rowe y Koetter juzgaban: "el Townscape [es] sin duda menos defendible en su aplicación que como idea…[implica] una teoría interesantísima…pero en la práctica [carece] de toda referencia ideal para los siempre insinuantes “accidentes” que…[intenta] promover” (Ibid, pp. 38-40). Asimismo también alcanzaban con su críticas a Jane Jacobs, quien a su parecer dotó de cierta “credibilidad sociológica y económica” a la idea de Townscape; y a Kevin Lynch, por haberle otorgado “un lustre racional a partir de los sistemas de notación supuestamente científicos” (Ibid, p. 40-41). Esta segunda generación posmoderna, en la que se enmarca el concepto de ciudad-collage, también se diferencia de la anterior respecto de su relación con el “Mercado”3. El mundo había cambiado desde las décadas de posguerra; la década de 1980 instala el discurso único neo-liberal de Reagan y Thatcher y los teóricos posmodernos parecerían haber sintonizado con su coyuntura. En este sentido, las palabra de Charles Jencks resultan ilustradoras cuando afirma que “la posmodernidad en arquitectura y diseño urbano tiende a seguir desvergonzadamente al mercado porque éste es el principal lenguaje de nuestra sociedad” (citado en Harvey, 1990, p. 77) y que “si bien seguir al mercado evidentemente implica el peligro de beneficiar a los ricos y a los consumidores privados en detrimento de los pobres y las necesidades públicas, eso es algo que en definitiva los arquitectos no tienen el poder para cambiar” (Ibid). Quizás la conjunción entre los cambios de paradigmas urbanos y los cambios políticoeconómicos hacia el neo-liberalismo -que comenzaron en Estados Unidos y Gran Bretaña en la década de 1980, y que en los 90 alcanzaron a Europa, América Latina y gran parte del mundo- haya operado en la misma dirección sobre la transformación de las ciudades durante las últimas décadas. Estas transformaciones son las que motivaron la aparición de nuevas interpretaciones, que -como fue señalado en la introducción- a pesar de compartir el diagnóstico sobre la condición espacial de 5 las ciudades contemporáneas con las teorías urbanas que les precedieron (y que permanecen), le atribuyen una significación diametralmente opuesta. De la ciudad de fragmentos a la ciudad fragmentada Durante la década de 1990 las discusiones referidas a la posmodernidad cedieron espacio frente a los debates entorno a la globalización, que continúan vigentes hasta la actualidad. En el marco del nuevo debate central, los términos fragmentación, fragmentario y en menor medida fragmento, continuaron teniendo una frecuente presencia en los discursos urbanos pero adquirieron una connotación diferente de la que gozaban en los 80. En el contexto de los discursos que comenzaron a adquirir relevancia en los 90, el concepto de fragmentación urbana se encontró asociado a una tendencia hacia la disgregación -tanto espacial como social- que encendió la alarma especialmente en los campos de la geografía y sociología urbana y del planeamiento. La aplicación sostenida de políticas neoliberales por más de dos décadas extendió la brecha entre ricos y pobres, y esta realidad se manifestó en las ciudades. Edward Soja identifica este proceso con el nombre de “Metropolarities” haciendo referencia a la creciente polarización que existe en las metrópolis contemporáneas. Como Soja señala, el desarrollo de nuevos patrones de fragmentación social, segregación y polarización ha aumentado significativamente la aparición de nuevas formas de segregación espacial e inequidad (Soja, 2002, pp. 190-193). “Metropolarities”, es uno de los seis discursos que Soja identifica como los procesos principales que durante las ultimas décadas han estado transformando las metrópolis. Según Soja estos procesos no son enteramente nuevos, sino que sus orígenes pueden ser rastreados hasta bastante antes del último cuarto del siglo XX. Pero es su intensificación, interrelación y el aumento de su alcance lo que los vuelve diferentes respecto de los del pasado (Ibid). Peter Marcuse también sostiene que algo ha cambiado desde las últimas décadas en relación al modo en el que las ciudades crecen y se estructuran. Marcuse (1993, p. 355) señala que las ciudades divididas han existido por siglos, pero aquellas particiones no son -como generalmente se las reducedivisiones de dos partes es decir modelos de ciudad dual: “dual city”, sino que se aproximan más a divisiones en cuatro o cinco partes: “quartered city”4; e incluso estas divisiones en cuatro o cinco partes tampoco son en sí mismas nuevas. Algunas de estas formas de división han sido comunes a las ciudades capitalistas de hace mucho tiempo, pero también existen otras que son significativamente diferentes en el presente, desde quizás 1970. Los nuevos patrones de división, según Marcuse, están relacionados con la naturaleza dinámica de los sectores de la “ciudad partida”. Éstos pueden verificarse, entre otras características, por el modo en el que sólo se desarrollan algunos sectores de la ciudad, y a expensas de aquellos otros que más se deterioran; los muros creados para dividirlos; la importancia que tienen en la vida de sus residentes y el rol de los gobiernos, no sólo accediendo a estas divisiones sino promoviéndolas (Ibid). Graham y Marvin (2001) analizan en Splintering Urbanism (urbanismo estallado) la misma tendencia hacia la disgregación y el quiebre de las ciudades contemporáneas desde el punto de vista de sus infraestructuras. A partir de la pregunta: ¿qué sucede con la ciudad como un entero en el contexto de los procesos paralelos y dinámicos de fragmentación y ruptura que tan a menudo parecieran acompañar a la globalización? (Ibid, p. 382), y utilizando como herramienta principal de análisis datos cuantitativos obtenidos de las redes suministradoras de servicios e infraestructuras, efectúan una descripción crítica de las transformaciones acaecidas sobre las metrópolis desde la modernidad hasta la actualidad. Mediante el término “splintering urbanism” Graham y Marvin describen “los diversos y dialécticos conjuntos de procesos que rodean a la desagregación de las redes de infraestructura en paralelo con la fragmentación del espacio urbano” (Ibid, p. 382); de este 6 modo arriban a una conclusión -que comparten con muchos de los trabajos realizados durante la última década- respecto de los cambios urbanos contemporáneos “que parecieran involucrar dos tendencias simultáneas y aparentemente paradójicas: una hacia la conexión global desigual y la otra hacia el reforzamiento de los límites locales” (Ibid, p. 9). En el marco de “splintering urbanism” el análisis de la relación dialéctica centro-periferia adquiere gran relevancia ya que buena parte de su trabajo se sostiene en la tesis, también analizada por Soja (1989), que muchos de los cambios fundamentales de las metrópolis contemporáneas están relacionados con la transformación de las periferias: Mientras los micro-centros han mantenido su dominio en algunas de las funciones de servicios de gran nivel, las oficinas de apoyo, los parques corporativos, campus de investigación y universitarios, centros comerciales, aeropuertos y zonas logísticas, espacios de esparcimiento y residenciales, se han diseminado más y más lejos alrededor de los centros metropolitanos… La ciudad contemporánea, expuesta a la inestabilidad de la producción del capitalismo tardío, no [pudo mantener] una estructura orgánica que articule los eventos urbanos en una estructura global…En lugar de la estructura ordenada, jerárquica y cohesiva de la ciudad moderna (incurriendo a una sobre-simplificación), encontramos cada vez más…un crecimiento urbano discontinuo y desarticulado de regiones urbanas policéntricas (Graham y Marvin, 2001, p. 115). Luis Ainstein (2001, p. 64) también expresa su “preocupación acerca de la dinámica evolutiva dispersa que atraviesa desde hace ya varias décadas el aglomerado metropolitano de Buenos Aires, en función de sus implicancias negativas en relación a la eficiencia y equidad urbanas, y en un conjunto de características funcionales y ambientales consideradas indeseables de su comuna central”. Del mismo modo Ainstein responde que la pregunta inicial planteada en su trabajo: Mega-ciudad Buenos Aires: ¿Profundización de la segmentación?, “debe, necesaria y lamentablemente, ser contestada de manera afirmativa” (Ainstein, 1995, p.51). Ya que: …como puede inferirse de la consideración de diversos rasgos de la aglomeración urbana – características de la disponibilidad de equipamientos esenciales como vivienda y redes de saneamiento, por ejemplo-, y del tipo de políticas de ajuste en implementación, no es razonable esperar que ni las carencias ni los muy altos niveles de disparidad vigentes al interior del área metropolitana reconozcan mejoras de alguna significación siquiera en un futuro de mediano plazo (Ibid). En este contexto una nueva figura -en cierto sentido similar a collage pero con una connotación inversa- comenzó a resonar en las nuevas descripciones críticas: patchwork. Las metrópolis contemporáneas -o “postmetropolis” según Soja (2002), o “regiones urbanas” como también se las comenzó a nombrar a partir de la necesidad de denotar un cambio con respecto de los términos anteriores- son a menudo descriptas en la actualidad como: “patchworks complejos de expansión y decadencia, concentración y descentralización, pobreza y extrema riqueza” reunidos unos junto a otros (Graham y Marvin, 2001, p. 115). En el mismo sentido se utiliza también la imagen de “mosaico”; o la de “alfombra” como representan Woodroffe et al. a las nuevas regiones urbanas: …”una alfombra regional de comunidades, zonas y espacios fragmentados. Cada uno en su enclave…con sus propios limites y condiciones de borde” (citado en Graham y Marvin, 2001, p. 116). Paradójicamente, estas nuevas representaciones aluden precisamente a la misma condición que la Ciudad Collage pugnaba por evitar: la repudiada homogenización atribuida a la modernidad totalizante (Kozak, 2004, pp. 147-149). La figura del patchwork manifiesta una situación de gran homogeneidad por partes. El patchwork está compuesto por retazos homogéneos que sólo vistos desde lejos se revelan como un gran collage uniforme; y es que precisamente estas nuevas visiones críticas también se caracterizan por haber vuelto la mirada hacia las estructuras urbanas en su totalidad: la visión “desde arriba”. 7 Luego de dos décadas en las que la atención estuvo fundamentalmente centrada en las particularidades de la ciudad, comenzó a resultar evidente que ciertos conflictos urbanos sólo pueden ser comprendidos -y consiguientemente gestionados- desde una visión general. A través de las palabras de Edward Soja es posible captar esta percepción que comenzó a emerger en los 90 en algunas de las disciplinas urbanas: Últimamente me ha inquietado un poco lo que percibo como una creciente y excesiva predilección de lo que a menudo ha sido designado como “la mirada desde abajo” en referencia al trabajo de Michel de Certeau –estudios de lo local, el cuerpo, el paisaje de la calle, psico-geografías de la intimidad, subjetividades eróticas, los micro-mundos de la experiencia cotidiana- a expensas del entendimiento de la estructuración de la ciudad en su totalidad, la mirada macro del urbanismo, el aspecto político-económico del proceso urbano (Soja, 2002, p. 189). En la misma dirección Adrián Gorelik también advierte sobre los resultados que dejó la conjunción entre la aplicación de políticas económicas neoliberales y el discurso urbano dominante que primó por dos décadas: en “el paisaje de escombros que dejó el vendaval neoconservador ya no queda tanto lugar para la celebración de la dispersión o del fragmento” (Gorelik, 2005, p. 182). Asimismo, también sugiere la necesidad de reparar nuevamente en la totalidad de la ciudad, pero esta vez capitalizando la experiencia adquirida luego de la crítica efectuada a los mecanismos de planificación promovidos por la modernidad: “la pregunta por una nueva argamasa, la pregunta por la totalidad y por su orden pueden ser revisitadas, por fuera de cualquier tentación autoritaria, pero sin nostalgia epigonal” (Ibid). Este requerimiento sobre volver a reparar en la totalidad de la ciudad es al que, equivalentemente, alude Horacio Caride Bartorons (2004, p. 33) cuando sugiere reconsiderar algunas de las antiguas representaciones urbanas: Pareciera que los más antiguos instrumentos teóricos aplicados a la ciudad, que fueron descartados por improcedentes, deben ser puestos nuevamente a consideración. La ciudad del siglo XXI necesita otras metáforas que restituyan la noción de totalidad urbana y con ellas, seguramente la construcción de otros paradigmas que permitan “leerla” de nuevo en forma unitaria (Caride Bartrons, 2004, p. 33). El llamado de Caride por nuevas metáforas de representación tiene mucho en común con uno de los argumentos centrales del presente trabajo, y éste es el que enfatiza la relación determinante entre representaciones urbanas y ciudad. Entre construcciones urbanas teóricas y la construcción del la ciudad “real” El término “real” del subtítulo no puede dejar de estar entre comillas. Aunque sea levemente mejor que “ciudad edificada” o “ciudad tangible” –ya que desde Roma sabemos que la ciudad no es sólo urbs (ciudad física), sino que también es cives (unidad política) y civitas (conjunto de ciudadanos) o más aún desde Grecia cuando estos tres conceptos se encontraban reunidos en una sola palabra: polis (Ibid)- el concepto “real” no resulta suficiente para diferenciarse de “construcciones teóricas”. Ya que evidentemente éstas también son reales aunque lo sean en un plano distinto al de la “ciudad habitada”. Tan reales son que -como hemos visto hasta aquí- han influido en gran medida sobre los cambios que sufrieron las ciudades en las últimas décadas. En el marco teórico de Kuhn, son construcciones teóricas, es decir los paradigmas, quienes median y condicionan nuestra visión -y consecuentemente el modo en el que actuamos- respecto del mundo. En este sentido podríamos hipotetizar que: la visión celebratoria de la ciudad como una suma de fragmentos ha vuelto a las ciudades más fragmentadas. Pero como ya hemos advertido desde la primera nota al pie en el primer renglón de la primera página, esta hipótesis no puede resultar suficiente para explicar adecuadamente procesos de 8 transformación urbana, ya que los actores principales en la elaboración y aceptación o rechazo, de los paradigmas urbanos -quienes siguiendo el marco de Kuhn serían los miembros de la comunidad de “científicos” urbanos, a los que simplemente podríamos llamar, como hemos hecho hasta aquí: “profesionales urbanos” (i.e. planificadores urbanos, arquitectos, geógrafos, sociólogos, antropólogos, etc.)- no son como en los casos analizados por Kuhn “el único público” ni “los únicos jueces del trabajo de [su] comunidad” (op. cit., p. 318). Otros actores intervienen también en las transformaciones urbanas: políticos, economistas, empresarios, y en definitiva –pero obviamente con distinto grado de incidencia - todos los habitantes de la urbe. Lo que hace necesaria la formulación de por lo menos una segunda hipótesis: el paradigma urbano de la “ciudad de fragmentos” ha sido funcional a la coyuntura político-económica neoliberal de los últimos treinta años. Esta relación funcional se puede inferir de las críticas de Gorelik a algunos de los proyectos urbanos que se implementaron en la década de 1990 en Buenos Aires –la década neoliberal por excelencias en la Argentina- que se asentaron sobre las bases de lo que había sido proyectado en los 80, en el momentum del paradigma de la “ciudad de fragmentos”: …una cantidad de presupuestos del nuevo pensamiento urbanístico, que hasta entonces podían aparecer como moda más o menos articulable con las viejas propuestas de la planificación, comenzaron a ser vistos como aspectos virtuosos de la necesidad: especialmente, la idea de la “ciudad por partes”, que permitía desechar sin más las ambiciones estructurales de los planes tradicionales. Así, la ciudad comenzó a ser percibida como un mosaico de situaciones diferentes, un compuesto de proyectos fragmentarios, incorporando una perspectiva no sólo pluralista, sino realista, en el sentido que rompía con la ilusión totalizante (traducida desde entonces como totalitaria) de la ciudad modernizadora (Gorelik, 2005, pp. 14-15). Y también de las palabras de Graciela Silvestre al pasar revista sobre la relación entre algunos de los proyectos urbanos de mayor escala de los 90 y los referentes principales de la matricula arquitectónica de Buenos Aires: Cortadas ya las últimas amarras con la ideología del proyecto moderno, que, tal como se manifestó en la Argentina en las décadas que median entre el 50 y el 76, aparecía fuertemente cargado de deberes sociales y de aspiraciones de equidad del espacio, es difícil encontrar en los proyectos arquitectónicos de hoy propuestas que ejerzan una mínima crítica al statu quo. La excusa para esta nueva actitud es que hoy el arquitecto se coloca en una posición más modesta, “no intenta cambiar el mundo”…Sin embargo, nunca como hoy el arquitecto poseyó más poder y logró operar sobre tales dimensiones, aceptando sin fisuras las reglas del juego (Silvestre, 1999, p. 11). Efectivamente, la denuncia de Rowe y Koweter (1981, p. 12) acerca de una “maniobra psicológica” a través de “la interminable insistencia en la incompetencia del arquitecto, cada vez mas cierta y continua” para “desplazar el locus de la responsabilidad” sobre la ciudad y apartar a los arquitectos de la toma de decisiones urbanas, alcanzo exitosamente a su audiencia y fue revertida con creces. En el paradigma de “la ciudad de fragmentos” los arquitectos-diseñadores urbanos volvían a tener un rol protagónico. Aunque posiblemente los verdaderos protagonistas en la definición y transformación de las ciudades hayan pasado a ser los desarrolladores urbanos y el mercado inmobiliario. El reemplazo de paradigma urbano acompaño cabalmente al cambio coyuntural de retraída del Estado, y las nociones de laissez-faire y competencia económica encontraron su correlato inmediato en los discursos urbanos. Conclusiones: ¿Collage o Patchwork? La creencia de Humpty Dumpty –de que él es quien decide el significado de las palabras- que tanto desconcertó a Alicia, aunque soberbia y en gran medida excesiva, ya que el lenguaje condiciona y restringe hasta a Humpty Dumpty, no deja de tener un buen fundamento, puesto que a la respuesta 9 desafiante de Alicia: “la cuestión es saber si tu puedes hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes”, Humpty Dumpty responde: “la cuestión es saber quien es el que manda…y punto.” De este modo Lewis Carroll plantea la cuestión del poder de las palabras, y permite cierta lectura subversiva de los libros de Alicia ya que revela que el poder lingüístico es el poder real 5 (Hidalgo Downing, 2004). Posiblemente las referencias positivas que el término fragmentación adquirió en el marco de la posmodernidad influyan sobre la percepción y conceptualización de ciertos fenómenos en la ciudad asociados a esta idea. Resulta interesante contrastar las diversas connotaciones y la valoración de los fenómenos que arquitectos y diseñadores urbanos formados en el contexto de los nuevos paradigmas urbanos posmodernos tienen respecto de los sociólogos que trabajan sobre temas en cierta medida afines6. El paradigma de la ciudad conformada por sus fragmentos urbanos sigue tan vigente en algunos círculos como cierta inercia crítica que apunta a un modelo -el de la ciudad fuertemente planificada por el Estado- que ya ha sido desmantelado en el mundo y que en el contexto de Latinoamérica en realidad nunca tuvo tanta fuerza. Como señala Adrián Gorelik: El problema es no haber advertido cómo funciona ese mismo impulso en el presente, cuando el pensamiento técnico ya ha internalizado las críticas posmodernas en su ambición proyectual y las viene esgrimiendo como argumento (a veces preocupado, muchas otras cínico) de su impotencia frente al statu quo; cuando el caos vital del mercado como único mecanismo de transformación de la ciudad, y el motivo cultural de la diferencia y la fragmentación legitima el motivo político de la desigualdad y la fractura. De hecho, más allá de su productividad cultural, al trasladarse del contexto académico al político-técnico una noción como la de “caos” no puede sino funcionar como coartada (Gorelik, 2004, pp. 274-275). Fuera del ámbito académico el “collage” se convirtió en “patchwork”; la proposición de una ciudad más democrática y diversa se transformó en una realidad de inequidad y de retazos homogéneos y fragmentados. Colin Rowe señalaba que “la arquitectura moderna no había dado como resultado, ipso facto, un mundo mejor” (Rowe y Koetter, 1981, p. 36); luego afirmaba que aunque “la ciudad del collage pued[a] resultar más hospitalaria que la ciudad de la arquitectura moderna, no puede pretender más que cualquier otra institución humana ser completamente hospitalaria” (Ibid, p. 141). Un cuarto de siglo después de que fueran escritas estas palabras -y de que se convirtieran en parte del discurso urbano predominante- las ciudades no parecieran haberse vuelto más hospitalarias que las de la modernidad, sino todo lo contrario. Pero, como Graham y Marvin señalan debemos ser cautos y no caer en la trampa de romantizar al ideal moderno del proyecto urbano, ya que muchas de las nociones paternalistas de orden de la modernidad en realidad escondían prácticas de subyugación, represión y marginalización (Graham y Marvin, p. 387). Pero sí quizás puedan ser reconsiderados algunas de las metas planteadas durante las primeras décadas del siglo XX, aquellas que fueron objeto de ironías durante la segunda mitad del siglo y que fueron descartadas, o por ingenuas y utópicas, o por ni siquiera sintonizar exiguamente con los nuevos discursos afines a su coyuntura. Kuhn dilucida –en un pasaje particularmente interesante de su obra- por qué en su opinión el modelo heliocéntrico propuesto por Copérnico pudo trascender. Según Kuhn esto se debió principalmente al hecho de que algunos científicos decidieron adoptar su teoría y desarrollarla, especialmente Johannes Kepler. Pero cuando Kepler fue seducido por la teoría heliocéntrica, el modelo copernicano estaba lejos de ser preciso, en realidad no era más exacto que el tolemaico; apenas lograba mejorar las predicciones de posiciones planetarias de Tolomeo y no conducía directamente a ningún mejoramiento en el calendario (Kuhn, 1988, pp. 239-242). Otros motivos impulsaron entonces a Kepler a adoptarlo, entre los cuales Kuhn cita el culto al Sol (Ibid, p. 237; Kuhn, 1978, p. 275) y ciertas consideraciones estéticas (Kuhn, 1988, p. 245). Kepler decidió adoptar el modelo copernicano fundamentalmente por la atracción que sintió por él, y esta atracción 10 seguramente tuvo mucho que ver con las creencias de su generación. Según Kuhn ésta también es una de las formas por las cuales los paradigmas son cambiados. En determinado momento el paradigma de “ciudad organismo” -que durante tanto tiempo logró convencer y cautivar audiencias- por diversos motivos dejó de atraer. Las analogías biológicas aplicadas a la ciudad ya no resultan creíbles desde hace varias décadas y principalmente ya no resultan atractivas. La narrativa de los fragmentos que consiguió reemplazar al paradigma anterior pudo sintonizar mejor con la estética y los paradigmas culturales de su época; pero luego de cuatro décadas parecería que en la actualidad el modelo “ciudad de fragmentos” también ha encontrado su límite. Las distintas voces críticas que surgen desde diferentes ámbitos y expresan su disconformidad respecto de este modo fragmentario de conceptualizar y operar sobre la ciudad así lo demuestran. La ciudad no es un organismo ni una máquina, como dijera Lynch, y también es bastante más que la mera suma de sus partes. Agradecimientos El presente trabajo de investigación se encuentra conectado a la tesis de doctorado Urban Fragmentation: The Case of Buenos Aires llevada adelante bajo la supervisión del Prof. Mike Jenks, el Dr. Rod. Burgess y la Dra. Carol Dair, School of the Built Environment, Oxford Brookes University y la coordinación en Buenos Aires de la Prof. Silvia de Schiller, Centro de Investigación Hábitat y Energía, FADU-UBA. La misma cuenta con el apoyo de ALFA-IBIS, Oxford Brookes University y la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires. Notas 1. Es necesario hacer alguna salvedad concerniente al uso del marco teórico kuhniano para el análisis de temáticas urbanas. Si bien Kuhn analiza únicamente ejemplos provenientes de las “ciencias duras” la base misma del trabajo de Kuhn tiene como objeto demostrar que muchas de las certezas y precisiones que diferencian a éstas de los conflictos de subjetividad inherentes a las ciencias sociales no son tales; y que ambas tienen bastante más en común de lo que normalmente se presuponía: “tanto la historia como mis conocimientos me hicieron dudar de que quienes practicaban las ciencias naturales poseyeran respuestas más firmes o permanentes…que sus colegas en las ciencias sociales” (Kuhn, 1988, p.13). Kuhn extrae algunos de los conflictos normalmente asociados a las ciencias sociales para desmitificar algunas de las creencias más arraigadas a las ciencias naturales tales como la “objetividad de la ciencia”; así como también toma nociones de otros campos no-científicos para construir su idea de progreso por periodos de ciencia normal “puntuados por interrupciones no acumulativas”. De este modo, construir el camino inverso, es decir, transitar desde la teoría kuhniana hacia las ciencias sociales o inclusive hacia otros procesos culturales fuera del mundo “científico”, no debería resultar conflictivo ya que de estos otros mundos partieron las bases de su tesis. Sin embargo, existen algunas salvedades sobre las que Kuhn también advierte: “aunque el desarrollo científico pueda parecerse al de otros campos más de lo que a menudo se ha supuesto, también es notablemente distinto” (Ibid, p. 318). En particular uno de los puntos que conviene recordar al abordar debates urbanos desde una perspectiva kuhniana, es la diferencia entre la constitución de las comunidades científicas a las que alude Kuhn, respecto de las comunidades de “profesionales urbanos”. Estos últimos a diferencia de los primeros no “constituyen el único público [ni] son los únicos jueces del trabajo de [su] comunidad” (Ibid), sino 11 que por el contrario realizan su actividad, literalmente, en el medio de la opinión e intereses de toda una ciudad. 2. Exactamente a las 3:32 de la tarde del 15 de julio de 1972, instante en el que se dinamitó el conjunto de vivienda social Pruitt-Igoe en St. Louis. 3. Ver Kozak, 2004, pp. 138-139. 4. En algunos casos el término “quarted city” de Peter Marcuse, aparece traducido al castellano como “ciudad cuarteada”, de este modo el término adquiere una connotación inicial que no la tiene en su original en inglés, ya que “quarted” sugiere un modo de dividir más o menos neutro, mientras que cuartear denota cierta violencia presente en el acto de partir. De todos modos, la designación “ciudad cuarteada” con su acepción castellana, no desentona con el contenido de los textos de Marcuse, que precisamente en muchos casos relata la violencia en estas particiones de la ciudad. 5. Este es uno de los temas principales que George Orwell magistralmente desarrolla en 1984. 6. En la actualidad, en el marco de la presente investigación, se están llevando adelante entrevistas a arquitectos, planeadores e investigadores en ciencias sociales con el fin de investigar distintos entendimientos sobre los significados, raíces y consecuencias del fenómeno de fragmentación en el período contemporáneo. Referencias Ainstein, L. (1995) Mega-ciudad Buenos Aires: ¿Profundización de la segmentación?, Secretaría de Investigaciones en Ciencia y Técnica – Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo – UBA, Buenos Aires. Ainstein, L. (2001) “Buenos Aires: nuevos criterios para la reestructuración de sectores urbanos” In Estudios del Hábitat. 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(1977) Morality and architecture: the development of a theme in architectural history and theory from the Gothic Revival to the Modern Movement, Clarendon Press, Oxford. Figura 1 (Arriba) organismos y máquinas en esquemas de Le Corbusier. (Abajo) Dos páginas de La Ville Radieuse (Le Corbusier, [1933] 1967): (izquierda) tapa para un esquema de “vivienda mínima”, “la unidad biológica: la celula,” presentado en el Tercer Congreso CIAM, y (derecha) planta síntesis de La Ville Radieuse, “la gran máquina” esperando ‘ser puesta en marcha’ Fuentes: Arriba izquierda : (Rowe, 1994, p. 58); arriba derecha: (Le Corbusier, [1942] 1948, pp. 70-124), abajo: (Le Corbusier, [1933] 1967, pp. 143-170) Figura 2 “Paisajes urbanos” por Gordon Cullen Fuente: (Cullen, 1961, pp. 85-120) 13 Figura 3: Collage Roma Interrotta por (de izquierda a derecha, de arriba a abajo) Sartago. Dardo, Grumbach, Stirling, Portoghesi, Giurgola, Venturi, Rowe, Graves, R. Krier, Rossi, L. Krier Fuente: (Rowe, 1996, p. 130) Figura 4 Imágenes asociadas a distintas ideas de fragmentación urbana: barrios cerrados junto a villas miserias, shopping centers e hipermercados en el centro y las periferias, áreas urbanas surcadas por autopistas, fantasías arquitectónicas, conjuntos habitacionales ‘modernistas’, complejos de torres cercadas y proyectos estratégicos. Collage fuentes varias. Kozak 14 15