La migración desde una perspectiva de la larga

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La migración desde una perspectiva de la larga duración.
Adela Pellegrinoi
Programa de Población
Facultad de Ciencias Sociales
La migración ha sido practicada por las sociedades humanas a lo largo de la Historia. Sin
embargo, los cambios observados en los últimos dos siglos, relacionados con el
desarrollo del capitalismo, la industrialización, la expansión del comercio internacional y
los cambios demográficos, tuvieron consecuencias fundamentales en los movimientos
migratorios y fueron parte de grandes transformaciones que implicaron cambios
esenciales en la vida de hombres y mujeres en todas las sociedades humanas.
Los traslados de población rural a urbana y su extensión hacia la migración internacional,
supusieron cambios radicales en la vida de las personas e implicaron importantes
transformaciones en la vida cotidiana y en las formas de vida, que cambiaron hasta
extremos que hubiera sido imposible imaginar previamente. A pesar de los sufrimientos
que supuso este proceso, también es cierto que implicó, en el largo plazo, mejoras en
ciertos aspectos de la vida de las personas, como la extensión de la duración media de la
vida, que llegó a niveles nunca esperados. El crecimiento de la población alcanzó
volúmenes que incluso alarmaron a los contemporáneos, debido a los logros en materia
de disminución de la mortalidad, causado por los cambios en las condiciones sanitarias,
de alimentación y de cuidados médicos para grandes masas de la población.
La migración, como la mayoría de los aspectos de la sociedad, debe ser analizada desde
una perspectiva interdisciplinaria. También se ha señalado en forma reiterada y con
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razón, que los estudios migratorios deben efectuarse en varios niveles, cada uno de los
cuales contribuye a la comprensión del fenómeno: el primero es el contexto internacional
en el que se desarrollan los movimientos migratorios, el segundo es el ámbito nacional y
regional y finalmente, también debe considerarse el nivel micro de los individuos y de los
hogares.
En esta presentación nos concentramos en el primer nivel, como nos ha sido sugerido por
los organizadores de este encuentro.
Los fenómenos demográficos y los económicos han sido considerados como los factores
más generales que explican las migraciones en la larga duración.
Los fenómenos demográficos deben ser considerados, al mismo tiempo, como causa y
como consecuencia de los cambios que se producen en las sociedades. Si bien existe una
variedad de interpretaciones diferentes entre los estudiosos de esos temas acerca del papel
que tuvo el crecimiento de la población, no hay dudas de que las transformaciones
estuvieron asociadas a cambios fundamentales en el comportamiento reproductivo y en la
duración de la vida.
La “transición demográfica”, como ha sido denominada, ha sido definida como “un
proceso por el cual las poblaciones pasan de una situación de equilibrio, consecuencia
de una mortalidad y natalidad altas a otra situación de equilibrio entre una mortalidad y
natalidad bajas; en ambos casos, tiene lugar un crecimiento bajo o nulo de la
población”. El defasaje en el tiempo entre los períodos en que tienen lugar los descensos
de las muertes y de los nacimientos, da lugar a etapas intermedias que pueden llegar a ser
más o menos "explosivas" en lo que se refiere al crecimiento de la población.
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La definición tradicional de la transición demográfica no incluyó a la migración en su
esquema. La migración es la variable más “indisciplinada” de las variables que integran
la dinámica demográfica. En efecto, la fecundidad y la mortalidad tienen variaciones
lentas y bastante predecibles en el largo plazo; en cambio, la migración puede ser
afectada por catástrofes naturales, desequilibrios en las economías, crisis políticas, etc.
que pueden conducir a resultados reales en materia de movimientos de personas, que
sean bastante diferentes a lo previsto en base a los comportamientos anteriores.
Sin embargo, hay autores que han incluido a la migración en esquema de la transición
demográfica. Por ejemplo, Chasnais (1986) sostiene que hubo una transición migratoria
que tuvo un papel fundamental como mecanismo de la regulación demográfica.
Este fenómeno que se inicia en el siglo XVIII en la Europa norte-occidental y se
desarrolla durante el siglo XIX se replicó en el siglo XX en los países que integraban las
pautas de comportamiento de la modernización. Durante el siglo XIX y principios del
XX, los contextos económicos y los demográficos de los orígenes y destino fueron
complementarios.
Desde mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial se aceleró el libre
comercio y la movilidad del capital, en una etapa que los historiadores han llamado “la
primera globalización” (Hatton y Williamson 1996, Solimano, 2003). La migración fue
un corolario de este proceso: durante el período que va desde el fin de las guerras
napoleónicas hasta la Gran Depresión de los 30, los movimientos migratorios condujeron
al traslado de aproximadamente 56 millones de personas fuera del continente europeo (en
su gran mayoría hacia América).
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De ellos, el 60% partieron hacia los Estados Unidos de Norte América, el 22% hacia
América Latina, 9% hacia Canadá y otro 9% hacia Australia, Nueva Zelanda y Sud
África.
De los 12 millones de personas cuyo destino fue América Latina, la mitad se dirigieron a
la Argentina, 36% al Brasil, 6% al Uruguay y 7% a Cuba. El pequeño saldo restante se
distribuyó en cantidades menores entre otros países latinoamericanos. La incorporación
de inmigrantes europeos fue importante en los países del Sur del continente: Argentina,
Uruguay y el Sur del Brasil. Sin embargo, y aunque con volúmenes menores, los
inmigrantes extra-continentales llegaron a todas las regiones del subcontinente.
Las zonas de mayor incorporación de inmigrantes europeos fueran aquéllas donde se
concentraron las inversiones de los países industrializados, donde se intensificaron las
exportaciones de materias primas y donde se constató una cierta modernización de los
sistemas productivos y de los mercados de trabajo. El mapa de la emigración del siglo
XIX evidencia que los emigrantes eligieron aquellas regiones donde fueran menores el
peso de la esclavitud o de las relaciones contractuales con vestigios de servidumbre.
Los emigrantes europeos formaban parte de un movimiento de ruptura con los vestigios
del feudalismo y en su aventura americana buscaron tierras y, sobre todo, la posibilidad
de vivir como trabajadores libres.
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En los países sudamericanos, la inmigración europea fue promovida bajo el enunciado de
que el objetivo era fomentar la agricultura. Este objetivo se cumplió sólo parcialmente.
La urbanización de la población europea en América fue progresivamente dominante y
los inmigrantes contribuyeron a consolidar los primeros contingentes de asalariados
urbanos, de pequeños comerciantes y de empresarios de la industria incipiente. Eran una
masa heterogénea, donde si bien había un componente importante de campesinos,
también incluía obreros con experiencia industrial y en materia de organización sindical.
Las ciudades sudamericanas, particularmente en el Sur, donde la inmigración europea
tuvo un impacto mayor, recibieron una impronta importante, tanto en su arquitectura, su
urbanización como sus costumbres. Desde el punto visto ideológico, los inmigrantes
jugaron un papel importante en la difusión de las ideas anarquistas y socialistas y en la
formación de los sindicatos. Algunos grupos de élite, médicos, ingenieros, profesores
universitarios, participaron en el desarrollo de las profesiones y de la docencia en sus
diversos niveles.
A partir de los años 30, más concretamente como consecuencia de la crisis
desencadenada en 1929, muchos países tradicionalmente receptores adoptaron medidas
orientadas a limitar el ingreso de inmigrantes. Estas leyes restrictivas, tenían un
antecedente importante en las leyes de “cuotas” de los Estados Unidos, promulgadas a
partir de 1920. Los criterios de selección de inmigrantes se basaban en argumentos
relacionados con el aumento del desempleo, pero en el “espíritu de la época” pesaba
ideológicamente el resurgimiento de corrientes de pensamiento marcadamente
nacionalista que conllevaron, en ciertos casos, un sustrato importante de xenofobia y
racismo, que no estuvo ausente en buena parte de la legislación del período.
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Por otra parte, las medidas limitacionistas en los países de recepción se complementaron
con una retracción de la potencialidad migratoria en los países europeos. Los
movimientos de emigración masiva se detienen, manteniéndose corrientes más pequeñas,
fundamentalmente integradas por refugiados de persecuciones políticas o étnicas.
A partir de la crisis de 1929, comienza un cambio en los patrones económicos. En los
países latinoamericanos, al modelo agro-exportador le sucede a otro de "crecimiento
hacia adentro", basado en un desarrollo industrial inicialmente orientado hacia el
mercado interno. Esta política, que adquirió un nuevo impulso durante la Segunda Guerra
Mundial, tuvo una evolución desigual: en Argentina, Chile y Uruguay, la industria tuvo
una participación creciente en el conjunto de la economía desde el principio del período.
En otros países, como Brasil, Costa Rica, México y Venezuela, la industria tuvo un
crecimiento importante, pero más tarde.
Este proceso de modernización económica tuvo, entre sus consecuencias, efectos de
transición demográfica similares a los que habían ocurrido en la Europa Occidental un
siglo antes.
A partir de la década de 1930, algunos países de América Latina comenzaron a
manifestar cambios en la dinámica demográfica, fenómeno que tendría su auge en las
décadas de 1950 y 1960. La
transición demográfica tuvo como consecuencia un
extraordinario crecimiento de la población. Entre 1955 y 1965 el crecimiento promedio
anual de la población latinoamericana alcanzó su máximo valor (alrededor de 3% anual).
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Entre 1930 y 1990, la población pasó de 104 a 437 millones. En el mismo período, las
áreas urbanas aumentaron sus efectivos en nueve veces, mientras que las rurales no
llegaron a duplicar los suyos (Villa, M., 1992).
El crecimiento demográfico fue acompañado de una altísima movilización de la
población desde las zonas rurales a las urbanas, en un proceso de cambio social sin
precedentes. Las ciudades latinoamericanas crecieron con un ritmo intenso y varias de
ellas se colocaron, entonces, entre las más grandes del mundo.
El impacto de la migración fue considerable, se trata de movimientos que son
fundamentalmente internos y el efecto importante es la urbanización de la población.
Hay un paralelismo entre el modelo económico hacia adentro y la movilidad de la
población dentro de fronteras. Si bien hubo migración internacional, en este período fue
predominantemente
intra-regional y fronteriza; las corrientes internacionales eran
complementarias de las migraciones internas y en muchos sentidos, tenías sus mismas
características. Los polos receptores más importantes fueron Argentina y Venezuela en
América del Sur y Costa Rica en Centroamérica.
En el caso de Uruguay, la migración estuvo integrada a la historia poblacional: el
territorio ubicado entre dos países grandes del continente, fue testigo de intensos
intercambios de población. La presencia de brasileños al norte del río Negro y de
argentinos en el Sur y el litoral del río Uruguay, fue considerable a lo largo del siglo XIX.
También los contingentes de inmigrantes europeos comenzaron a integrarse a la nación
independiente desde el principio, aumentando fuertemente durante la segunda mitad del
siglo XIX y las primeras décadas del XX.
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Los ingresos de inmigrantes europeos se
detienen hacia 1930, a raíz de la crisis
económica, que detuvo los movimientos migratorios, como en todas partes. Es recién
después de la Segunda Guerra Mundial que recomenzaron los traslados y que nuevos
contingentes de emigrantes europeos se dirigieron a América, incluyendo Uruguay.
En el período 1930-1960, de manera similar a lo ocurrido en otros países, el modelo
económico orientado a impulsar el desarrollo de la industria nacional y la política
llamada “de crecimiento hacia adentro”, estimularon la concentración de la población en
la ciudad capital así como en otras ciudades que tuvieron un cierto desarrollo industrial
(como es el caso de Paysandú). La migración rural-urbana fue predominante, al tiempo
que la migración regional se redujo de manera considerable: los censos argentinos
registraron una presencia menor de uruguayos en ese período, tanto en valores absolutos
como relativos.
La década de 1960 implicó un cambio fundamental en la orientación de los flujos
migratorios en el mundo. A partir de los años de 1960 se observa una reorientación de las
corrientes migratorias intercontinentales. En los países tradicionalmente receptores de
inmigración de América del Norte y de Oceanía, se registra una transformación
fundamental en los origines de los inmigrantes, que comienzan a incorporar asiáticos y
latinoamericanos, de manera predominante. En las últimas décadas, gran parte de los
flujos emigratorios latinoamericanos se orientan hacia Europa, fundamentalmente
España, donde la inmigración latinoamericana superó cuantitativamente a la originada en
los países europeos y africanos.
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El caso uruguayo se integró tempranamente en las corrientes de migración de “larga
distancia” aunque hasta los últimos años del siglo XX le destino cuantitativo más
importante fue la Argentina. La crisis económica, que tiene su apogeo en el año 2002,
tuvo como consecuencia que los flujos se orientaran hacia los países desarrollados y casi un 70%
se concentraron en Estados Unidos y en España.
Las causas de esta reorientación son múltiples. Desde la perspectiva interna del Uruguay, la crisis
que se inició en 1950 y se extendió en la década de 1960,
tuvo como consecuencia la
agudización de conflictos sociales y políticos, generando un clima de violencia y represión que
condujo al golpe de Estado de junio de 1973 y a la subsiguiente instalación de una dictadura
militar, que duró más de diez años. La emigración fue una de las respuestas que tuvo la sociedad
uruguaya para enfrentar la crisis económica y la represión política. Desde perspectiva de los
países desarrollados, Estados Unidos, Canadá y Australia, implementaron políticas que
alentaron los ingresos de inmigrantes; en algunas instancias; hubo también reclutamiento
directo, tanto desde las políticas gubernamentales como por parte de empresas privadas.
En el caso de los países europeos la facilidad de obtener documentación, recuperando la
nacionalidad de los inmigrantes antepasados, constituyó un instrumento poderoso para
alentar la emigración, simplificando la instalación en los países de adopción.
La complementación de factores internos e internacionales tuvo como consecuencia una
propensión importante de la población a buscar salidas por la vía de la emigración. Una
vez consolidadas colonias importantes de uruguayos en los países de destino, éstas
tuvieron un efecto facilitador de la migración, permitiendo que la población tuviera la
posibilidad de reaccionar de manera inmediata, a las señales propicias para este tipo de
proyectos. En este momento estamos estimando alrededor del 15% el porcentaje de
población nacida en el país que se encuentra en el exterior, uno de los más altos de
América del Sur.
Las últimas décadas del siglo pasado se caracterizaron por la intensificación de los
procesos
que
han
sido
denominados
de
“la
segunda
globalización”.
La
internacionalización de la economía, el predominio del comercio y de las finanzas y la
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movilidad del capital fueron acompañados por un incremento significativo de la
migración internacional.
Pero esta nueva emigración no se integró en territorios despoblados o naciones nuevas y
poco estructuradas, como sucediera un siglo antes, sino desde países pobres a los más
ricos, con sociedades muy estructuradas en las que los inmigrantes tienen dificultades
importantes de integración. La inmigración no era incorporada con un proyecto positivo
en muchos casos y las reacciones de los originados en los países de recepción en muchas
casos son xenófobas y discriminantes con los extranjeros y sus familias.
El proyecto liberal en materia de circulación de capitales y mercancías, sostenido por
gran parte de los estados centrales, entra en contradicción con los severos controles
impuestos a la libre movilidad de trabajadores y a la radicación de las personas en los
territorios nacionales de dichos estados. Esta inconsistencia del discurso liberal se debe
fundamentalmente a la necesidad de evitar los conflictos que surgen de la competencia
entre los trabajadores nacionales de esos países y los inmigrantes, así como de otros
procesos, entre los cuales hay que mencionar el resurgimiento de nacionalismos
acompañados de expresiones de xenofobia y de rechazo al "diferente", que se han vuelto
a tomar peso en las últimas décadas.
Desde otro ángulo, las discusiones en torno al concepto de ciudadanía han incorporado
nuevas dimensiones, en el marco de este nuevo empuje de la globalización. Temas
salientes de este debate son las relaciones entre ciudadanía y territorio y entre ciudadanía
e identidad nacional. En los países receptores, las distinciones entre los “ciudadanos” y
los que no lo son, así como también entre los inmigrantes admitidos como tales y los que
se encuentran en condición de “ilegalidad”, crean situaciones marcadamente
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diferenciadas en cuanto a los derechos de las personas.
Las discusiones sobre la
“integración” de los inmigrantes y los derechos de las minorías étnicas o nacionales a
mantener y cultivar sus particularidades culturales, se han convertido en temas
fundamentales y recurrentes de la agenda de los países receptores.
Los movimientos migratorios de ese período son bastante más complejos que sus
antecedentes de períodos anteriores, en la medida en que la globalización implica la
dispersión territorial de las actividades productivas en diferentes regiones del mundo.
El desarrollo de los medios de transporte y de las comunicaciones ha permitido una
intensificación de la movilidad, estimulando los traslados estacionales o pendulares,
convirtiendo a la migración, entendida en el sentido de traslado definitivo, en una forma
extrema pero no única, ni mucho menos. El desarrollo de las comunicaciones permite un
mayor acceso a la información y contribuye a la mantención de vínculos estrechos entre
emigrantes y residentes en los lugares de origen. Es bien sabido que esto estimula la
formación de redes que contribuyen a la continuación de los movimientos migratorios,
así como también a mantener las identidades nacionales y locales, étnicas y religiosas,
permitiendo que la migración, en ciertos casos, en lugar de diluir los sentimientos de
pertenencia de origen, tienda a estimularlos. Esto suele contribuir al establecimiento de
vínculos mayores y más intensos con el país de origen y a una tendencia a resistir la
incorporación de los modelos culturales que supone la adaptación a las sociedades de
recepción.
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La adopción de un “espacio de vida transnacional” implica también la diversificación de
identificaciones nacionales y de lealtades hacia las distintas comunidades de pertenencia.
En las sociedades latinoamericanas actuales, los migrantes se convierten en nexos entre
las sociedades locales y las globales. Además de estos vínculos, un fenómeno creciente es
la formación de comunidades transnacionales dispersas en diferentes territorios, pero que
comparten referencias simbólicas comunes. El discurso alrededor del concepto de
“diáspora”, que puede considerarse hasta ahora como limitado a algunas comunidades
históricamente dispersas, comienza a extenderse también a las comunidades
latinoamericanas.
Mi presentación ha tenido la intención de presentar los contextos generales en el que se
realiza la migración internacional. Los relatos con interpretaciones macro no parecen
estar en el orden del día actualmente: la migración está compuesta de mil historias y las
explicaciones que apuntan a la larga duración deben ser combinadas con las historias
personales y grupales. Al mismo tiempo que el fenómeno se expande, se ha vuelto
complejo y las interpretaciones deben apuntar a entender una diversidad de situaciones,
que incluyen por cierto los aspectos económicos y políticos tradicionales, pero que
requieren además indagar en las estructuras familiares, tener en cuenta los itinerarios
profesionales, los proyectos de vida y las escalas de valores, que también se han vuelto
globales e influyen decisivamente en las conductas de las personas.
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Pellegrino, Adela – (Montevideo, 16 de octubre de 1942). Doctora en Historia, su tema de interés es la Demografía. Licenciada en
Historia en la FHC (1970). Doctora de tercer ciclo en Historia, Laboratoire de Démographie Historique de l’École des Hautes Études
en Sciences Sociales, París (1987). Ha publicado libros sobre temas relativos a migración internacional e historia de la población.
Entre ellos: "Historia de la inmigración en Venezuela - Siglos XIX y XX" (Caracas, 1989, Academia Nacional de Ciencias
Económicas) y "Migración de latinoamericanos en las Américas" (Centro Latinoamericano de Demografía de las Naciones Unidas
(CELADE), 1989). También ha publicado trabajos de su especialidad en distintas revistas: "Revue européenne de migration
internationale" (Francia), "Revista Notas de Población" del CELADE, etc. Coordinó (con Santiago González Cravino), el "Atlas
Demográfico en el Uruguay-Indicadores sociodemográficos y de carencias básicas. Uruguay 1985" (1995) Fue Premio Bartolomé
Hidalgo en Ciencias Sociales (1996).. Participó en “Historias de la vida privada en el Uruguay” (1998), . “ Worlds in Motion.
International Migration at Century's End” en coautoría con Massey, D., Arango, J., Hugo, G. Kohuaci, A., Pellegrino, A., Taylor, E.
(1999) Clarendon Press, Oxford “Migrantes latinoamericanos y caribeños”. (2001), CEPAL, Facultad de Ciencias Sociales “Migration
from Latin America to Europe. Trends and Policy Challenges”. (2004) Ginebra, IOM Ha sido miembro del Comité Migración SurNorte de la Unión Internacional para el Estudio Científico de la Población (IUSSP) 1994-1998. Ha formado parte del Consejo
Directivo de la Facultad de Ciencias Sociales en dos períodos.
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