POBREZA CERO “Los pobres no son sólo la mayoría del planeta, sino que además están en todas partes. Incluso los acontecimientos más insignificantes nos hablan de ellos. Ellos hablan, aunque nadie les pregunte. Por esta razón, hoy la actividad principal de los ricos consiste en construir muros”. Quizá deberíamos comenzar este artículo con un rosario de cifras que muestren la magnitud de la pobreza en el mundo. Cifras y estadísticas que son repetidas por doquier y que acaban a menudo alimentando el muro de nuestra indiferencia. Así que acudimos a estas palabras del escritor británico John Berger, mucho más expresivas, para referirnos al mayor reto ético y político que hoy tiene frente a sí la humanidad: la erradicación de la pobreza. Hace casi cinco años, en el seno de las Naciones Unidas, prácticamente todos los gobernantes del mundo hicieron suyos los denominados Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), y empeñaron su palabra en poner los medios para alcanzarlos. Al frente de los ocho objetivos –una agenda mínima y con destacables lagunas, por otro lado- situaron la erradicación del hambre y de la pobreza, marcándose una primera meta para el año 2015: la reducción a la mitad del número de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza. Para los más optimistas, los ODM han generado un consenso sin precedentes en la comunidad internacional –desde Naciones Unidas al Fondo Monetario Internacional (FMI), desde Davos hasta las ONG-, ánimo común que hace augurar un progresivo avance en su consecución si se ponen los medios adecuados. Los más escépticos replican que se trata de otra promesa más en la larga lista de compromisos incumplidos, que se habrá de quebrar bajo el peso de los intereses nacionales y de la real-politik. A favor de estos últimos juegan diversos informes internacionales que señalan cómo al ritmo actual de ayuda al desarrollo, con las iniciativas para la resolución del problema de endeudamiento externo en punto muerto y con un sistema de comercio internacional todavía perjudicial para los países más pobres, no hay esperanza de llegar al 2015 con la tarea hecha. Sin embargo, en el bando de los optimistas milita el convencimiento, respaldado también por notables investigaciones –como la publicada recientemente bajo el liderazgo del profesor Jeffrey Sachs-, de que todavía estamos a tiempo si nos ponemos a ello. Este espíritu queda sintetizado en la máxima según la cual somos la primera generación que puede convertir la pobreza en historia. De esta última forma lo entendemos también miles de organizaciones sociales de todo el mundo que, aliadas en el “llamamiento global para la acción contra la pobreza”, queremos hacer del año 2005 un punto de inflexión en la lucha global contra la pobreza. Es indudable que en los ODM no se agota nuestro afán por que el desarrollo humano y la justicia social sean patrimonio de todas las personas. Sin embargo, constituyen una herramienta importante que debemos utilizar para exigir a los gobiernos que cumplan con la palabra dada. Y el año 2005 es especialmente propicio para ello. En primer lugar, porque este año está prevista la primera evaluación oficial de progreso hacia la consecución de los ODM en la Asamblea General de Naciones Unidas el próximo mes de septiembre. En segundo lugar, porque dos meses antes de ese acontecimiento, en julio, el G7, selecto club privado de los países más ricos, se reunirá en Escocia. Uno de los puntos de su orden del día ha de ser la solución al problema de la deuda externa, auténtica trampa que impide el desarrollo de los países. En tercer lugar, porque en diciembre tendrá lugar la sexta ronda ministerial de la Organización Mundial del Comercio, cuyas regulaciones del comercio internacional tendrían que ponerse al servicio del desarrollo de los países más pobres y no, como sucede con harta frecuencia, al servicio del beneficio privado de las grandes corporaciones. En definitiva, tres hitos de gran importancia donde podemos hacer resonar con fuerza nuestras principales reclamaciones: más y mejor ayuda oficial al desarrollo (¡qué lejos nos queda aún la recomendación de destinar el 0’7% del PIB a la ayuda al desarrollo, tanto a nivel estatal como autonómico!); dar una solución justa y definitiva a una deuda externa (que ya está pagada con creces), y crear un sistema de comercio internacional basado en reglas justas, donde quepan los países más pobres y que revierta la tendencia a la privatización de los servicios públicos y de los bienes públicos globales. Para acercar esta realidad a la sociedad vasca e involucrar a su ciudadanía en este esfuerzo común de millones de habitantes de todo el mundo, las 69 Organizaciones No Gubernamentales de Desarrollo asociadas en la Coordinadora de ONGD de Euskadi hemos puesto en marcha la campaña “Pobreza Cero” (www.pobrezacero.org), uniéndonos así a otras 400 organizaciones de todo el Estado, y a otras miles de ellas a nivel internacional congregadas en el “Llamamiento global”. Nuestra sociedad ha dado muestras de que existe un arraigado sentimiento de solidaridad internacional. Sin ir más lejos, hace bien poco las ONGD hemos sido testigos de primera mano de cuánta gente anónima se nos acercaba queriendo colaborar, económicamente o de otra manera, después del tsunami que asoló las costas del Índico. La pobreza es una ola destructora, cotidiana y silenciosa, que azota a millones de personas. Provoca la muerte prematura, el analfabetismo, la enfermedad, la incapacidad para participar y hacerse oír en la esfera pública, el desamparo ante la arbitrariedad de los gobernantes, la violencia, la huida hacia otras tierras. Nace y se agrava con la desigualdad de género. Supone no tener acceso a servicios y bienes elementales, algunos de los cuales elevamos - parece que en vano- a la categoría de derechos, como la salud, el agua o un entorno físico seguro. Implica la privación de libertad y de la capacidad de la que algunos disfrutamos de ir eligiendo la vida que nos hace más felices. Y, tengámoslo bien presente, en modo alguno es ajena - más bien al contrario- al inicuo sistema de distribución global de los recursos y a los modos de producir, consumir y relacionarnos con la naturaleza extendidos entre los beneficiarios de dicho sistema, incluidos nosotros mismos. Pero, a diferencia de la ola gigante de Asia, que se pudo prever pero no evitar, la erradicación de la pobreza sí es posible. Los ciudadanos y ciudadanas tenemos en este 2005 una buena ocasión de ratificar nuestro compromiso con la solidaridad internacional, pasando de la donación –importante- a la presión - fundamental. Por eso queremos desde aquí animar a la participación a todos los ciudadanos, organizaciones y grupos sociales concernidos para que hagamos saber a nuestros gobernantes que la cuestión de la pobreza nos preocupa, escandaliza y moviliza. Y que les vamos a pedir que, esta vez sí, cumplan con su parte del trato. Belén Rodero y Miguel González Presidenta y Vicepresidente de la Coordinadora de ONGD de Euskadi