El uso/abuso de la historia y la negación del Mapuche

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El uso/abuso de la historia y la negación del Mapuche
Martin Correa :: 12/02/2016
Parece que la historia no avanzara en el territorio mapuche, los discursos de antaño se podrían
escuchar hoy, las tropas recorren las comunidades como hace 150 años
En los albores de la República de Chile se elabora un discurso funcional al proceso independentista
y se acude a los habitantes del sur del Bio Bio creando una continuidad entre la resistencia
anticolonial de dos siglos del pueblo mapuche, “el lustre de la América combatiendo por su libertad”,
como diría en 1817 Bernardo O’Higgins en su ‘Proclama a los Habitantes de Arauco’, y los creadores
de la nueva nación.
A medida que avanza la historia
cambian los intereses, y a partir del
año 1862 el Estado chileno decide
ocupar militarmente el territorio
mapuche y hacerse de su territorio.
Para legitimar el actuar del ejército en
la mal llamada “Pacificación de la
Araucanía” se presta el diputado por
Cautín e historiador Benjamín Vicuña
Mackenna, quien ante sus colegas del
Congreso declama “El rostro aplastado,
signo de la barbarie y ferocidad del
auca, denuncia la verdadera capacidad
de una raza que no forma parte del
pueblo chileno”. Lejos están aquellos
que incluso formaron parte del primer
escudo nacional.
En paralelo, el diario Mercurio de Valparaíso le explica a sus lectores que “La razón de someter y
exterminar a los indígenas proviene del provecho y conveniencia pública que resultaría el
apoderarse de los vastos y ricos territorios de la Araucanía”, y alertaba que: “La provincia de Arauco
es nuevamente amenazada por estos bárbaros y la inquietud y la alarma se han extendido en las
poblaciones del sur.”
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Se crea un enemigo interno, “que es urgente encadenar o
destruir en el interés de la humanidad y en bien de la
civilización”, en palabras del mismo diario. Se infunde el
terror y con ello se legitima la ocupación, ayer y hoy.
Una vez hecho el trabajo mediático, se internaban en el territorio mapuche múltiples divisiones del
Ejército cuyo resultado era “el incendio de más de dos mil casas de las tribus guerreras, la mayor
parte repleta de cereales para subsistencia; la destrucción de todos sus sembrados; i por fin
numerosísimos piños de ganados arrebatados a los mismos”, relata Horacio Lara.
Todo aquello es negado por Sergio Villalobos en su obra “Incorporación de la Araucanía. Relatos
Militares 1822-1883”, caracterizando a los militares “como verdaderos estadistas, bien
intencionados y de espíritu elevado.” Ninguna referencia al actuar del General Pinto, de Pedro Lagos
o de Basilio Urrutia, a quienes incluso prensa de la época les llamó la atención por su actuar abusivo
en contra de los mapuche.
Peor aún, el texto hace un recorrido que comienza en 1822 y llega al año 1863, y ahí se salta a 1877,
borrando de un plumazo 15 años, precisamente los años en que los sectores aledaños al río Malleco,
al igual que hoy, son brutalmente atacados. Villalobos inventa una historia en la que esos momentos
no existieron, en una acción intelectual tendenciosa y deshonesta.
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Hace unos días, en el Diario La Tercera, el historiador Leonardo
León negó la deuda histórica del Estado chileno con el pueblo
mapuche: “no hay nada que reparar”, todo es parte de la
“falsificación de la historia”, el que necesariamente nos hace
remontarnos y hace juego con el artículo publicado hace algún
tiempo por su mentor, Villalobos, bajo el título “La Araucanía.
Historia y falsedades”, en El Mercurio. De original, nada. En
cuanto a sus objetivos, tampoco. Vamos por partes. Sostiene que
los mapuche vendieron sus tierras “de modo voluntario y masivo”
en un proceso que “tuvo lugar durante las décadas de 1850 y
1860”, en circunstancias que la gran propiedad y las haciendas
se formaron a partir de la década de 1870, en un proceso lleno
de irregularidades y del que incluso el propio Cornelio Saavedra
denuncia que “se buscaba a cualquiera persona que vistiese
chamal y hablase el indio, se le daba uno o dos pesos a fin de que
asegurase ante un escribano ser dueños de grandes extensiones
de terrenos y decir que había recibido unos cuantos miles de
pesos”.
Así se formaron las Haciendas Lanalhue, que acumula un total de 5.500 hectáreas, y Antiquina, de
8.130 hectáreas, ambas de la familia Etchepare; la Hacienda Lleu Lleu, con 4.000 hectáreas, de
Félix Aguayo; la Hacienda Tranaquepe, del Intendente Francisco Javier Ovalle y luego los
Ebensberger, que se extendía por 12.000 hectáreas, por situarnos sólo en la costa de Arauco. Las
propiedades citadas, se formaron comprando acciones y derechos a supuestos vendedores mapuche,
que acudían en grupos de a 20, en días seguidos, a la Notaría de Lebu, a más de 80 kilómetros de
distancia, por supuesto en tiempos en que no había ni camino ni locomoción, para firmar unos
contratos en los que el supuesto vendedor ‘firma a ruego por no saber’ y el notario inscribía la venta:
29.630 hectáreas para 3 familias.
En contraposición, y en el mismo espacio territorial anterior, la comuna de Tirúa, se entregaron 34
títulos de merced, 4.815 hectáreas para 842 personas. Vaya diferencia. Solo un ejemplo, que se
repite en todo el territorio mapuche.
Luego, y ante tamaña evidencia, León disfraza la reducción territorial mapuche al 5% de su
ocupación efectiva señalando que el Estado, en una acción loable, “logró que medio millón de
hectáreas quedasen en manos de los habitantes originarios”, cuando ahí es precisamente que se
perfecciona la usurpación.
El espacio no reconocido a los mapuche es declarado baldío, sobrante y fiscal, y luego es rematado
en hijuelas colindantes dando origen a la gran propiedad, que constituye el antecedente de los
actuales predios forestales. Haciendo más gravosa la situación, el Ministerio de Tierras denunciaba
entonces que “el mejor negocio era rematar hijuelas vecinas a indígenas y aumentar las propiedades
a través de las corridas de cercos.”
En resumen, los mapuche no tienen derecho alguno. Para León todo el proceso es legal, hay
´papeles’, que, como sabemos, dan para mucho.
Para la prensa los mapuche, que alguna vez fueron bárbaros, flojos y borrachos, ahora son
terroristas y, de un tiempo a esta parte, además, ladrones de madera, a las finales delincuentes.
Da lo mismo, la idea es estigmatizar y naturalizar el actuar de las fuerzas policiales que día a día
recorren el territorio mapuche, legitimar la represión a las comunidades mapuche que no quieren
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recibir las migajas de tierra que les entrega CONADI, que buscan la reconstrucción de sus tierras
antiguas y plantean su autonomía.
Para eso está también el Ministro de Interior Jorge Burgos celebrando el año nuevo con las tropas de
ocupación en el Retén/Fuerte de Pidima, a 10 kilómetros de donde alguna vez se levantó el Fuerte
Chiguaihue, en las cercanías de donde fueron asesinados por carabineros Jaime Mendoza Collío y
Alex Lemun, desde donde salen a intimidar a las familias mapuche los vehículos blindados de última
generación recién importados y se dirige la represión a las comunidades mapuche en resistencia.
Parece que la historia no avanzara en el territorio mapuche, los discursos de antaño se podrían
escuchar hoy, las tropas armadas recorren las comunidades como hace 150 años, se leen idénticos
titulares en la prensa.
En este contexto se entiende el artículo de Leonardo Leon, cuyo título “La falsificación de la historia
y de la memoria”, le cae perfecto a sus propias palabras.
* Historiador
The Clinic
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