Sobre neoparamilitarismo y Estado paramilitar

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Sobre neoparamilitarismo y Estado paramilitar
José Antonio Gutiérrez D. :: 11/01/2012
Paro armado paramilitar sacudió a Colombia desde el 5 de enero: ¿Cría cuervos y te sacarán
los ojos?
“Todos los senadores, representantes o políticos que han resultado mencionados han
dicho que son enemigos nuestros y que nos han combatido. Y a todos se les ha
comprobado que sí tenían vínculos con las autodefensas. Nosotros estamos como la novia
fea, en la noche nos acariciaban y en el día no nos voltiaban a mirar” (Declaraciones del
jefe paramilitar José Ever Velosa, alias HH)[1]
Aunque el paro armado paramilitar que sacudió a Colombia desde el 5 de enero (decretado en
venganza por la muerte del paramilitar alias “Giovanni” durante un reciente operativo militar), ha
dado bastante que hablar en los medios, la falta de análisis y la ausencia de memoria para abordar el
tema es sorprendente. Salvo honrosas excepciones, sigue entendiéndose al paramilitarismo
colombiano y sus múltiples caras (Urabeños, Rastrojos, Águilas Negras, Autodefensas Gaitanistas,
Paisas, ERPAC, etc.) según el modelo de las bandas criminales (Bacrim), como si en el fondo
tuvieran poco o nada que ver con el monstruo paramilitar alimentado por el Estado colombiano -y la
oligarquía que lo capitanea- durante las últimas décadas. Desde luego se menciona que muchos de
ellos hicieron escuela en las Autodefensas Unidas de Colombia, pero no se hace la relación de
continuidad entre ambos fenómenos. Como en una columna lo expresa Sergio Otálora M., los
paramilitares son “ahora convertidos en bandas criminales por la alquimia de la impunidad y de la
negación cómplice” de las autoridades[2]. Por su parte, el presidente Santos también aprovecha la
ocasión para reforzar el discurso de la “mano negra”, salida de ninguna parte… como si el desarrollo
del paramilitarismo (el de ayer y el de hoy) no tuviera nada que ver con el Estado. Se refuerza así la
visión del Estado como institución supuestamente neutral en el conflicto social y armado –o en
palabras de sus maestros uribistas, Colombia como una “democracia asediada por violentos”fórmula favorita del bloque dominante para desnaturalizar el contenido de este conflicto. Dice
Santos, iracundo, que “los Urabeños’ están notificados: aquí vamos tras ellos, no solamente en el
Magdalena, donde operen, en Córdoba, en Urabá, en Antioquia, donde estén vamos a ir”[3]. Agrega,
posando de ecuánime en su supuesta lucha contra los “violentos”, que "los intentos de las bandas
por frenar la acción de las autoridades no detendrán la lucha sin cuartel contra estos grupos"[4].
Nos preguntamos cuáles son esas acciones, pues aparte de la caída del líder del ERPAC, alias
“Cuchillo” (por lo demás, en circunstancias curiosas que no se han aclarado del todo[5]), la captura
de “Don Mario” y ahora la muerte de alias “Giovanni”, en varios años no ha habido más resultados. Y
eso que desde al menos el 2008 las acciones del paramilitarismo son superiores en número a las de
la insurgencia. Sin embargo, los operativos militares contra el paramilitarismo se pueden contar,
literalmente, con media mano. La realidad es que al paramilitarismo se le ha permitido crecer con el
beneplácito de la fuerza pública y a las autoridades jamás les molestó cuando panfletos, en lugar de
ordenar el cese de actividades comerciales o del transporte, amenazaban a sindicalistas, defensores
de derechos humanos, líderes comunitarios o reclamantes de tierras. Tampoco molestó a las
autoridades, ni movilizó una “lucha sin cuartel” la estrategia de la limpieza social que se cobra
varias vidas todos los días en los barrios populares de las principales ciudades colombianas, la cual
venimos denunciando de hace años. Es más, el paramilitarismo después de la supuesta
desmovilización de las AUC no solamente ha sido tolerado por el Estado, sino que la fuerza pública
ha colaborado abiertamente con él y lo ha apoyado. Un informe de mediados del 2011 de la
Corporación Nuevo Arco Iris dice que “la corrupción de miembros de la Fuerza Pública hace que la
población desconfíe de la institucionalidad. En los Llanos Orientales, por ejemplo, con el Plan
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Consolidación lo que se observa es que a medida que la Fuerza Pública desplaza a las FARC, los
hombres del ERPAC van tomando este tipo de posiciones, en Córdoba algunos miembros de las
Fuerzas Militares parecen uno sólo con ‘Los Urabeños’ y ‘Los Rastrojos’”[6]. ¿Ha cambiado algo
para que ahora las cosas sean diferentes? ¿Acaso el paramilitarismo ha dejado de ser un aliado del
Estado para convertirse en su enemigo? El paro armado paramilitar plantea varias interrogantes.
Pero también entrega muchas luces sobre la manera en que funciona el Estado paramilitar, y la
manera en que se manejan sus innegables vínculos con la mafia. (Neo)Paramilitarismo y Estado
(paramilitar) El paro tuvo éxito en regiones como Córdoba, Sucre, Cesar, Chocó, Urabá
Antioqueño, Magdalena, Sur de Bolívar[7], donde el paramilitarismo se ha venido fortaleciendo
durante las últimas tres décadas por las fuerzas combinadas de los ganaderos, los capos del
narcotráfico, los barones de la minería, los caciques políticos aliados al gobierno y los
palmicultores[8]. Estas son las zonas duras de influencia paramilitar y donde se ensayó esa
combinación político-paramilitar que luego se denominará uribismo, que nació con las Convivir y que
culminó con el Pacto de Ralito.[9] Los medios se sorprenden de que el paro haya tenido tanto éxito,
así como del poder de intimidación de los paramilitares. Pero la población en la Costa sabe a qué
atenerse cuando los paramilitares amenazan; ese poder de intimidación lo han practicado durante
tres décadas con la complicidad del Estado que los ha premiado por sus buenos oficios con
tolerancia ante sus actividades criminales, con sentencias irrisorias, con beneficios de toda clase y
permitiéndoles pelearse las jugosas rutas del narcotráfico y ahora también las ollas de economía
mafiosa en los cascos urbanos[10]. Por eso no deja de sorprender el cinismo del presidente Santos,
quien conoce muy bien la historia del terror paramilitar, cuando llama a que la comunidad desafíe el
paro armado: “Mi llamado es a que todo el mundo se ponga la camiseta. Necesitamos que la
comunidad se enfrente con la misma entereza como lo hace la Fuerza Pública a estas bandas
criminales. Sólo unos pocos, nunca han podido triunfar. Por eso no se dejen intimidar”[11]. Estas
palabras son cínicas pues Santos sabe que los paramilitares no son pocos (se calcula, oficialmente, al
menos 10.000 hombres en armas), que la Fuerza Pública no se enfrenta con ellos (todo lo contrario)
y que la comunidad no se va a enfrentar al paramilitarismo porque él lo ordene. Las comunidades de
esas regiones de Colombia sienten pánico ante la tenaza paramilitar y desconfían de la “protección”
de las autoridades. Y con razón, dada la larga tradición de vínculos Estado-paramilitarismo. Es más,
el mismo patrón de connivencia de la fuerza pública con los paramilitares, en que la fuerza pública
se retira de localidades para dejar al paramilitarismo actuar (como en Mapiripán, El Salado, etc.) ha
sido denunciado por la Federación Agrominera del Sur de Bolívar en un comunicado que sacaron a
raíz del paro armado: “en el casco urbano del municipio de Rioviejo y en el corregimiento Cobadillo
de ese mismo municipio, se ha visto una gran movilización de paramilitares, entre ellos uno de los
comandantes conocido como JJ. Los pobladores han informado las identidades de varios de los
paramilitares que están haciendo presencia en estos sitios y la ubicación exacta de las casas donde
se albergan. Esta información es conocida por los pobladores del municipio, sin embargo ni la policía
ni el ejército ha hecho nada para capturar estas personas. Es más, informan que de algunos de los
sectores donde se han visto a los paramilitares se está retirando el ejército”[12]. Qué contradicción
entre esta cruda realidad y las falaces afirmaciones del Ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón:
"Los colombianos no se deben dejar amedrentar, tienen a su Fuerza Pública que los protege. La
Policía y las Fuerzas Militares han fortalecido su presencia en todos los cascos urbanos donde esto
se ha presentado"[13]. Dice Sergio Otálora Montenegro en su columna de El Espectador que “se
equivoca el ministro Pinzón al afirmar que esos escuadrones de pistoleros no tienen ‘relación alguna
con fuerzas del Estado’, porque es todo lo contrario, como es ya tradición: hay agentes del Estado
cómplices de esas bandas; Human Rights Watch, en su informe de 2010 sobre “los herederos” de los
paramilitares, publicó testimonios de fiscales especializados en perseguir a esas bandas (en Urabá)
en los que señalan que ‘hay relaciones (entre los criminales) y la fuerza pública, fiscales, policía y
DAS. Se mueven (los delincuentes) como pez en el agua’.” [14] Todo lo cual es muy cierto. Pero la
relación va más allá de “relaciones” puntuales o casuales. Como lo dijo el paramilitar alias HH: “Yo
andaba como Pedro por su casa. Entraba a la brigada, al cuartel de la Policía, y hacía lo que quería.
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Yo hablaba de muchas personas de la Fuerza Pública porque yo lo he dicho siempre: nosotros
éramos ilegales y son más culpables ellos que nosotros, porque ellos representaban al Estado y
estaban obligados a proteger esas comunidades y nos utilizaban a nosotros para combatir a la
guerrilla (…) En Urabá cuando empezamos, todos los cuerpos se dejaban donde se mataba a la
gente. Después de un tiempo la FP [ie., Fuerza Pública] comienza a presionar: que nos dejan seguir
trabajando, pero que desaparezcamos las personas. Ahí es donde se empiezan a implementar las
fosas comunes (…) Toda la Fuerza Pública tenía relación con nosotros. Yo andaba libremente en una
Hilux blanca, que llamaban ‘camino al cielo’, y asesinábamos personas todos los días, en todos los
municipios del Urabá. Yo andaba enfusilado, con mis escoltas enfusilados, y no me capturaban. La
única que denunciaba era la doctora Gloria Cuartas. ¿Pero por qué no nos capturaban? Porque todos
nos apoyaban.”[15] El paramilitarismo ha sido una estrategia de control social y territorial del
Estado, así como un mecanismo de despojo violento del campesinado al servicio de terratenientes y
multinacionales. También ha sido un mecanismo para mantener salarios bajos y una masa laboral
desorganizada en condiciones de lo más precarias imaginables. Y un mecanismo para deshacerse de
la oposición política. Dice el paramilitar HH al respecto del terror como mecanismo de control social
que: “Matar gente se vuelve un vicio, como meter perico o fumar marihuana (…) Cuando llegamos a
Urabá decapitamos mucha gente. Se generó como estrategia para promover terror.”[16] El
paramilitarismo, en resumidas cuentas, es una herramienta del Estado, fundamental en el proyecto
político ultraderechista y conservador que se ha venido imponiendo en las últimas décadas. Si no
fuera por el paramilitarismo, estoy completamente seguro que ni Uribe ni Santos habrían sido
presidentes. La autonomía relativa del paramilitarismo como aparato represivo del Estado El
vínculo Estado-paramilitarismo es evidente, pero tampoco debe verse de una manera excesivamente
simplista, como si el paramilitarismo fuera un mero alfil, sin intereses propios, al servicio del bloque
dominante. Si el Estado los ha armado, tolerado y auxiliado, es porque son funcionales a su
estrategia política y su dominio. Pero el paramilitarismo, por su propia naturaleza, goza de una
relativa autonomía. Por ponerlo en términos muy sencillos: el paramilitarismo asesina, viola, tortura,
desaparece a personas que, por diversas razones, son molestas para el establecimiento. Mantienen
el control social mediante el terror. Pero a cambio exige ciertas prebendas. Los paramilitares han
gozado de un grado de impunidad enorme gracias al cual han amasado inimaginables fortunas por
narcotráfico y aportes económicos de la oligarquía, conseguido (a las buenas o a las malas) las
mujeres que han querido, y han sido efectivamente la ley en muchas regiones. Donde ciertos
observadores han equiparado de manera simplista el control paramilitar con la “ausencia del
Estado”, es necesario aclarar que el paramilitarismo ha sido la expresión más extendida así como
perversa del Estado, con poderes plenipotenciarios y dictatoriales. En este sentido es inexacto decir
que los paramilitares son meras bandas criminales, pues juegan un claro rol político. Pero eso no
significa que sus testaferros sean “criminales políticos” como los presentaron durante la supuesta
“desmovilización”. Son delincuentes comunes, mercenarios, al servicio de las grandes fortunas,
cuyas motivaciones nunca han sido ideológicas, de cambiar o servir al país (como alguna vez quiso
hacernos creer el ex presidente Uribe, quien los describía como “buenos muchachos” de “profunda”
convicción contrainsurgente), sino de enriquecerse. Son instrumentales a la derechización del país,
pero no son un factor políticamente activo. El carácter criminal nato del perfil del paramilitar
promedio es fundamental para comprender el grado de barbarie al que llegaron. En realidad, ¿qué
clase de personas son capaces de violar a menores de edad, descuartizar personas con motosierra,
jugar fútbol con cabezas humanas, asesinar todos los días, todo el día, mutilar y torturar? Estos
elementos hacen que, pese a lo necesaria que puedan ser estas fuerzas en un momento dado para el
bloque dominante, no sean fuerzas fiables ni disciplinadas, lo que significa que en determinados
momentos puedan entrar en contradicciones secundarias (jamás antagónicas) con el régimen. Por
esta razón, a diferencia de algunos izquierdistas que han entendido la relación Estadoparamilitarismo de manera bastante mecanicista, no me causó ninguna sorpresa ni el paro armado
ni las bravatas de los paramilitares. Este ejército de choque compuesto por “hampones, delincuentes
comunes, oportunistas aventureros y sectores paupérrimos que en su desesperación por la
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supervivencia bien conocen el refrán de Víctor Hugo ‘tener hambre y sed es el punto de partida;
convertirse en Satanás es el punto de llegada’” no es una originalidad del caso colombiano. También
se ha visto e los escuadrones de la muerte centroamericanos, y en las experiencias clásicas del
fascismo italiano y del nazismo alemán –proceso de fascistización que tiene importantes paralelos
con el caso colombiano[17]. Por eso el régimen trata de depender de ellos lo estrictamente
necesario, esperando que sea una medida transitoria mientras se soluciona la crisis de hegemonía
del bloque dominante. El Estado y el bloque dominante son concientes de que han creado y
alimentado un monstruo que se les puede salir de las manos… Por ello, el Estado y el bloque
dominante intentan también generar mecanismos de “control” de estas fuerzas de choque
paramilitar. En el caso del fascismo clásico europeo, se implementó “una serie de concesiones
espurias, demagogia violenta y purgas internas crónicas como manera de controlar a los ‘plebeyos’
que no se mantienen a raya o que acumulan demasiado poder”[18]. Las purgas internas fueron tan
cruentas en la Alemania Nazi que incluso Hitler propició la “Noche de los Cuchillos Largos” para
depurar a sus propias bandas de líderes y cuadros difíciles de controlar. En Colombia también, al
parecer, venimos presenciando desde hace un par de años una situación de purgas crónicas[19]
dentro del propio aparato paramilitar que tantos servicios ha dado a una oligarquía que, en último
término, le sigue alimentando. “Desmovilización paramilitar” y surgimiento de las Bacrim El
paro armado nos obliga a un replanteamiento del significado real que tuvo la supuesta
“desmovilización” paramilitar y la Ley de Justicia y Paz. Con este paro armado todo el mundo se ve
forzado a reconocer lo que la izquierda ha dicho desde hace casi siete años: que la desmovilización
no fue tal y que lo que se buscó fue, en gran medida, la impunidad y la “normalización” de la obra
del paramilitarismo (expropiación, control, consolidación de cacicazgos políticos). Si eventualmente
se lograron ciertas condenas, lo que terminó por salpicar a las redes de poder político-económico
detrás del paramilitarismo, no fue por la ley original, sino por la labor de la Corte Suprema que logró
la manera de modificar ciertos aspectos de ésta y utilizar resquicios para impulsar un poco de
justicia. La labor incansable de organizaciones de víctimas como el MOVICE (entre muchas) también
fue crucial para las eventuales condenas. Pero ese no era el espíritu original de la Ley de Justicia y
Paz. Cuando a HH le preguntaron si acaso había entregado el fusil porque había muchos
congresistas aliados de los paramilitares y sabía que éstos harían una ley para favorecerlos, su
respuesta es concisa: “Lógico”[20]. Hay gran parte de verdad en las afirmaciones de Sergio Otálora
Montenegro (uno de los pocos columnistas que se han atrevido a tocar este tema en la prensa
colombiana) cuando dice que “con la intrépida acción de los neoparamilitares en estos primeros días
de enero, queda más claro que nunca que la desmovilización de las AUC, durante el gobierno de
Uribe, fue una calculada operación de impunidad, cuando no una pantomima, porque, como se ha
dicho miles de veces, no se desmantelaron, al mismo tiempo, sus estructuras militares, sus redes
criminales y sus fuentes de financiación.”[21] Pero aún cuando en cierta medida es correcto afirmar
que el objetivo primordial de este Ley fue la impunidad[22], se corre el riesgo de ignorar otros
intereses que también parecen haber estado en juego por parte de la oligarquía cuando invitaron a
las AUC a acogerse a la Ley de Justicia y Paz. El propio HH arroja luces sobre esto en la citada
entrevista, cuando se le menciona que “Hubo muchos reparos al proceso de paz con las AUC. Porque
la paz se hace con los enemigos (…) y de alguna manera las autodefensas eran amigas del Estado”. A
lo que responde: “Si esa hubiera sido una negociación de yo con yo, estaríamos todos en la calle.
Pero estamos presos, unos extraditados. No fue una negociación de yo con yo. Fue una negociación
donde el Gobierno buscó lo que quería y lo logró. Y nosotros perdimos”[23]. Pero, ¿Qué era lo que el
gobierno quería? Más allá de la impunidad, parece claro que un sector del establecimiento
colombiano estaba inquieto con el nivel de poder, privilegio y riquezas acumulado por los caciques
paramilitares en grandes extensiones del territorio colombiano. La oligarquía no estaba dispuesta a
que, en el curso de la guerra sucia para poder mantener su hegemonía, surgiera un factor
eventualmente desestabilizador o que pudiera entrar a competir con ella. La supuesta
desmovilización logró un objetivo fundamental entonces que fue descentralizar al paramilitarismo,
desconcentrar sus fuerzas. Esta fragmentación del mando unificado ha impedido que surjan
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caciques paramilitares de la envergadura de un Mancuso, Jorge 40 o como un Castaño, aún cuando
las estructuras de poder local se mantengan intactas, y como lo demuestra el para armado, tengan
una capacidad de coordinación importante en vastas regiones. Bien dice Otálora Montenegro que
“Esta nueva cepa de escuadrones de asesinos, más atomizada, sin un mando central, sin ‘ideólogos’
a la vista, aún más sanguinaria que la anterior y dispuesta a todo, empieza a salirse de madre, ante
la impotencia de un Estado que no puede o no quiere cortar de raíz esa espesa red de complicidades
tejida a lo largo de tantos años.”[24] Esto último es muy importante de considerar porque esta nueva
versión del paramilitarismo ha producido un aumento de la violencia por las peleas de los capos
locales por disputarse la hegemonía en una determinada región, o por pelearse el acceso a las ollas
de economía mafiosa en las ciudades. Pero también el proceso de fragmentación del aparato
paramilitar, que fue coincidente con un enorme aumento del pie de fuerza del Ejército, buscaba ir
superando la dislocación que la estrategia paramilitar produjo en el seno del Estado. Durante el
proceso de paramilitarización del país desde fines de los ’80, “el Estado, pese a las apariencias, no
se desintegra, sencillamente se disloca al desplazarse el poder real de la clase dominante a
instancias ajenas a los mecanismos de poder formal, es decir, de los mecanismos tradicionales del
Estado como institución”[25]. Este proceso de volver a que, en el ejercicio de la fuerza, el poder real
vuelva a coincidir con el poder formal, es lo que se ha entendido de manera superficial en el último
tiempo como “recuperar el monopolio de la fuerza por parte del Estado”. Sin embargo, no hay que
dejarse confundir por las apariencias: como dice el sociólogo Nicos Poulantzas al analizar este
fenómeno de “dislocación” de los mecanismos de poder reales y formales en las experiencias del
fascismo clásico europeo "Es cierto que el aparato represivo del Estado parece perder, durante el
proceso de fascistización, su monopolio del ejercicio de la fuerza y de la violencia legítima [ie.,
sancionada por la ley], en provecho de milicias privadas. Sin embargo, por una parte, esto se hace
en provecho únicamente de organizaciones armadas del bloque en el poder; por otra parte, no hay
que perder de vista las connivencias y las relaciones entre el aparato de Estado y esas milicias, ya
que es el Estado el que las arma."[26] La relevancia de este análisis para comprender la realidad del
paramilitarismo en Colombia es auto evidente. Por otra parte, el paramilitarismo no deja de
presentar ciertos inconvenientes para el bloque en el poder, aún cuando les sirvan, precisamente
por el propio carácter de las fuerzas que lo componen. En palabras de Alfredo Molano: “Con el
tiempo, los colaboradores [ie., del paramilitarismo] se fueron cansando o quebrando. Coincide este
momento con la desmovilización: es más barato, dijeron, pagar los impuestos que las cuotas [ie.,
cansancio coincidente con la urgencia en superar la dislocación de poderes y recuperar cierta
apariencia de “normalidad”]. Pero ya era tarde. Los combos desmovilizados, cada uno por su lado,
continuaron cobrando aportes, respaldados por las muchas armas que nunca entregaron y por la
fama que cada paraco tenía en la zona. Ya no necesitaban uniformes, ni brazaletes ni armas largas.
Más aún, en muchas partes, los colaboradores tenían —y tienen— que pagar a varios combos al
tiempo, porque no hay unidad de mando. En cada región mandan al tiempo Urabeños, Paisas,
Rastrojos, y todos reciben (…) Con seguridad, en muchas zonas rurales se paga más en extorsión
que en impuesto predial.”[27] En este proceso de control de los elementos díscolos del
paramilitarismo por parte de la misma oligarquía que los alimenta, de control al poder que acumulan
en ciertas localidades, de conflicto interno por la hegemonía entre los propios paras, y de conflicto
de intereses con elementos de la oligarquía (cuotas, control de actividades económicas lícitas o
ilícitas, etc.), es que yacen las causas de las tensiones y roces que están surgiendo entre el aparato
paramilitar y el Estado, así como los problemas puntuales que pueda haber habido con un
“Cuchillo”, con un “Don Mario” o con un “Giovanni”. Pelea familiar, no contradicciones de fondo
Es muy improbable que estos roces terminen en un enfrentamiento abierto entre el Estado y el
paramilitarismo. Aunque algún elemento díscolo pueda decidirse a entrar a la confrontación por
algún interés particular, como en una clásica pelea de mafias, el paramilitarismo jamás se
enfrentará de lleno al Estado porque esto no cabe ni dentro de su lógica ni de la motivación de
quienes se meten a gatillar buscando dinero y prestigio fácil. Acá no va a haber, como dicen de
manera sensacionalista y sin ninguna base ciertos medios, un “Plan Pistola” del paramilitarismo
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contra la Fuerza Pública[28], la cual, dicho sea de paso, no fue tocada durante varios días de paro
armado. Desde el punto de vista del Estado, como la crisis de hegemonía y legitimidad subsiste, la
duplicidad de los mecanismos de represión para-estatales sigue siendo una realidad, aún cuando
ahora se busque el predominio del aparato de fuerza pública por sobre el privado. ¿Cómo podría
pretender Santos implementar su plan de desarrollo nacional, cono todo lo que implica
(desplazamientos masivos para apropiarse de territorio para la implementación de la locomotora
minero-extractiva y la agroindustria) sin apoyo de la herramienta paramilitar? Es por ello, que la
solución para el problema de la seguridad de las comunidades no pasa por “más presencia del
Estado”. El problema pasa por el desmonte del Estado paramilitar, por la desmilitarización de los
territorios, por fortalecer el tejido social, desde abajo, desde la solidaridad de los pueblos. Ese es el
único freno efectivo que puede haber al paramilitarismo, no hacerse falsas ilusiones en una
institucionalidad política cómplice del mismo paramilitarismo que hoy verbalmente (y con algunos
gestos simbólicos[29]) ataca.
NOTAS DEL AUTOR: [1]
http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articuloimpreso-hh-se-confiesa [2]
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-319814-se-desboca-de-nuevo-bestia [3]
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-319792-vamos-tras-los-urabenos-presidente-s
antos [4] http://www.semana.com/nacion/bandas-gran-desafio/170022-3.aspx [5] Primero se dijo que
fue un bombardeo, luego se dijo que se ahogó mientras escapaba. Es probable que, acostumbradas
como están las autoridades colombianas a la mentira y los montajes judiciales (como lo demostró el
caso de la falsa desmovilización del “bloque” Cacica la Gaitana y otras falsas desmovilizaciones de
Rastrojos) hayan utilizado la muerte por un accidente de Cuchillo para reclamarla como parte de
una inexistente acción de la fuerza pública. El ERPAC ha sido tolerado y apoyado por la fuerza
pública en los llanos. De haber caído Cuchillo en un operativo militar, sorprende la falta de reacción
del paramilitarismo, más aún cuando ahora vemos que capacidad sí tienen. [6] “La Nueva Realidad
de las FARC”, p.16 [7] Esta no es una lista exhaustiva y es probable que otras regiones y
departamentos también se hayan visto afectados. En los medios oficiales, por ejemplo, no se habló
del Sur de Bolívar pese a que tenemos constancia que hubo paro armado y actividades de “limpieza
social” que dejaron un número indeterminado de muertos. Estamos convencidos que en los próximos
días llegarán noticias de Sucre, de Bolívar, de Atlántico, Norte Santander, que con toda seguridad
también han visto al menos zonas afectadas. [8] Esto para no mencionar el rol que tuvieron los
desmovilizados del EPL a comienzos de los ’90, quienes pusieron a disposición de las autoridades
sus “buenos oficios” en la lucha contrainsurgente. Estrategia nada nueva: el Estado desde siempre
se ha apoyado en los arrepentidos y en los desmovilizados para la lucha contrainsurgente, cosa que
han hecho desde la época de los “limpios” (ex guerrilleros liberales que combatieron a los que no se
desmovilizaron en 1953, especialmente a los comunistas). [9] Por eso no deja de ser sorprendente
que Uribe en uno de sus frecuentes descalabros, apareciera por Tiwtter (cómo no) trinandochillando que "se necesitan operaciones contundentes contra bandas criminales, por ejemplo
bombardeos, sin la excusa de que no son parte del conflicto"
(http://www.semana.com/nacion/bandas-gran-desafio/170022-3.aspx) Como dijo alguna vez
demostrando su mentalidad mafiosa “Elíminelos y por mi cuenta”. Se le olvidó, al parecer, todo el
cuento de los “buenos muchachos” y que en Colombia no hay “conflicto” sino que “amenaza
terrorista”. O sea, la tan mentada “Seguridad Democrática” era puro cuento. [10] Con una
importante dósis de sorna dice el periodista de Santa Marta, Alejandro Arias: “No miente el General
José David Guzmán, Comandante de la regional 6 de la Policía, cuando a Semana.com señaló que los
Urabeños tienen capacidad de intimidación. En Santa Marta los criminales son más creíbles que las
autoridades. Han sido más efectivas. Para muestra están los dos muertos diarios que en el último
año han cobrado a la sociedad y segundo porque aún hoy siguen negando la existencia de los
Urabeños en Santa Marta y sin embargo cerraron la misma”
http://www.tusemanario.com/noticia/santa-marta-estados-alterados_1933 [11]
lahaine.org :: 6
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-319792-vamos-tras-los-urabenos-presidente-s
antos [12] http://fedeagromisbol.blogspot.com/2012/01/accion-urgente-en-riesgo-pobladores-del.html
[13] http://www.eltiempo.com/justicia/panfletos-amenazantes-de-los-urabenos_10936249-4 [14]
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-319814-se-desboca-de-nuevo-bestia [15]
http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articuloimpreso-hh-se-confiesa [16]
http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articuloimpreso-hh-se-confiesa [17] Estos paralelos los
hemos analizado en un artículo previo, “Apuntes sobre Colombia y los fascismos clásicos europeos”
http://www.anarkismo.net/article/17240 [18] http://www.anarkismo.net/article/17240 [19] En este
artículo analizaré solamente las purgas crónicas, pero los otros mecanismos de control
implementados por el fascismo clásico, también están presentes en el caso colombiano. Las
“concesiones” han sido de sobra satisfechas con el control de la economía mafiosa (concesiones nada
de espurias y sí bastante sustanciales), y la demagogia violenta encontró su apogeo con el doble
mandato ilegal del presidente Álvaro Uribe Vélez. [20]
http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articuloimpreso-hh-se-confiesa [21]
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-319814-se-desboca-de-nuevo-bestia [22]
Impunidad que no le interesaba al bloque en el poder por algún sentido de “compasión” hacia los
desgraciados que los sirvieron con las armas y las motosierras aceitadas, sino que para evitar
confesiones que los complicaran, como eventualmente ocurrió. En cualquier caso, el escenario de
confesiones sobre los intereses que defendió a sangre y fuego el paramilitarismo, se terminó
abruptamente con la extradición de los líderes paramilitares que hablaron más de la cuenta a EEUU,
donde cumplen ahora condenas por narcotráfico y no por crímenes de lesa humanidad. Ver sobre
este tema un artículo previo, “Extraditados: parapolítica y crisis institucional en Colombia”
http://anarkismo.net/article/8977 [23]
http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articuloimpreso-hh-se-confiesa [24]
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-319814-se-desboca-de-nuevo-bestia [25]
http://www.anarkismo.net/article/17240 [26] Poulantzas, Nicos, Fascismo y Dictadura, Ed. Siglo XXI,
2005, pp.396-397 [27]
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-319868-prueba-de-fuerza [28]
http://www.elespectador.com/noticias/nacional/articulo-319957-los-urabenos-estarian-planeando-unplan-pistola-antioquia [29] El encarcelamiento de algunos paramilitares tras el paro armado
demuestra que el Estado si tiene capacidad de golpear al paramilitarismo, y si no lo hace con la
limpieza social o ante el asesinato impune de líderes socials, es por falta de “voluntad política”.
anarkismo.net
_______________
http://www.lahaine.org/mundo.php/sobre-neoparamilitarismo-y-estado-parami
lahaine.org :: 7
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