Nombre y Apellido: CARLOS ALBERTO ROBLEDO Título: “JOSE MANUEL ESTRADA: DOCENCIA Y COMPROMISO” Pertenencia institucional: Instituto “José Manuel Estrada” Dirección: Mendoza 1445 – S2000BIC – Rosario – Santa Fe [email protected] COMUNICACIÓN “JOSE MANUEL ESTRADA: DOCENCIA Y COMPROMISO” Cuestión Para mi sorpresa, la mención en estos últimos años de José Manuel Estrada por parte de algunos pensadores y filósofos, ha significado un llamado de atención, para indagar acerca de algunas causas que expliquen la emergencia de este personaje de nuestra historia patria, por un lado olvidado, y por otro, recordado hasta erigirlo en un referente cultural, un ícono docente y un modelo de compromiso cívico. Presencia referencial de Estrada Deseo señalar dos casos, entre otros, de esta posición referencial que le han hecho tomar a un personaje histórico. En el caso de Tomás Casares, doctor en jurisprudencia, miembro de la Suprema Corte de Justica de la Nación (1947-1955) y presidente de la misma (1947-1949), la gravitación del pensamiento de Estrada en su obra ha sido tan importante que, al publicar su tesis doctoral en 1919, estampara en él la dedicatoria: “A la memoria de José Manuel Estrada, cuya obra despertó en mi espíritu el entusiasmo por las cosas esenciales”.(1) Estrada no fue un filósofo pero su pensamiento tradicional es un antecedente relevante del futuro renacimiento tomista. Casares, por su parte, quién nació un año antes de la muerte de Estrada, perteneció a esa generación que, a través de los cursos de cultura católica, dio sólida continuidad y renovado impulso a la tradición cultural argentina. Para percibir lo que fue Estrada e inferir la sustentabilidad de su figura, parece apropiado referirme ahora a otro sujeto, alguien que cultiva más bien el género periodístico, con su carga epocal del siglo XX: la sospecha y la crítica mordaz. Me refiero a Horacio Verbitsky, quién en su libro “Cristo vence” (2) menciona siete veces a Estrada. Son significativos, cuando no elogiosos, los calificativos que le asigna, si bien lo va encuadrando en lo que él llama: “La Iglesia fortaleza”. Conviene aclarar que, viniendo de un conocido adversario ideológico del catolicismo, sus afirmaciones acerca de Estrada sirven para subrayar mejor la historicidad del citado profesor. Pasemos revista: “Según la principal figura del catolicismo argentino de la época, José Manuel Estrada, la decadencia del sentimiento religioso y del sentido cristiano eran vicios notorios y visibles”. A raíz de su participación política como diputado, expresa: “El bando católico conducido por Estrada había denunciado las combinaciones políticas sin principios”. Dice Verbitsky, con motivo de la presencia activa de los católicos en la Revolución de 1890: “Estrada apeló a un enfoque escolástico que haría escuela en el siglo siguiente: al violar la ley natural, el gobierno había perdido su legitimidad”. Tanto para el jurista y filósofo Tomás Casares, como para el ideólogo y periodista Horacio Verbitsky, la persona y la acción de Estrada, se inscriben en una ininterrumpida línea cultural e histórica, que sobrevivió a nuestro personaje, pero que se encarnó en él para asegurar su perdurabilidad. Fue encarnadura egregia, es justo decirlo, sobre todo por la altísima fidelidad con la cual correspondió a la identidad de la Patria, en otras palabras, ejerció el derecho a la continuidad histórica. Un derecho acerca del cual parece referirse Saint-Exupéry: “si tu separas las generaciones es como si quisieras recomenzar al hombre mismo en el medio de su vida, y habiendo borrado de él todo lo que sabía, sentía, comprendía, deseaba y temía, reemplazar esta suma de conocimientos encarnados por las magras fórmulas sacadas de un libro, habiendo suprimido toda la savia que subía a través del tronco y no transmitiendo nada más a los hombres que aquello que es susceptible de codificarse”(3) Dicho esto, es posible comprender la perdurabilidad de su figura, es decir, el carácter de ícono cultural para distintos sectores de la vida nacional que vendrán después, en otras palabras, su historicidad, su condición de existente histórico, dotado de interioridad, apertura, temporalidad y proyección. Historicidad de José Manuel Estrada El tiempo no es una simple duración sucesiva, es presencia gravitante de un existente histórico: la persona. El sujeto humano es el ente capaz de hacerse la pregunta por el ser, en el sentido de hacer consciente la pregunta que implica, de alguna forma, todo lo real: ¿por qué soy? (4) De la posibilidad misma de la pregunta, inferimos que el ser humano es autoconsciente, es el existente dotado de interioridad, capaz de interrogarse y responderse, sin ningún solipsismo. Advierte que su existencia es temporal, porque el tiempo no es una simple duración sucesiva, es presencia gravitante de su existir y, por eso mismo, en cuanto temporal, es histórica. Más aún, el existente concreto, en tanto sujeto humano por ser histórico, hace la historia. Por su parte, los entes impersonales carecen de interioridad, entonces advienen a la historia en cuanto un existente humano los recuerda, los piensa y los quiere, los vincula a su propia temporalidad, dejan por tanto, de ser la mera cosa real y enajenada. La realidad participa de la historia del existente, adquiere cierta historicidad y con el proyección. El existente humano se proyecta por su apertura radical al ser, en ese sentido, sus actos por ser humanos son históricos y, por eso mismo, siempre presentes o contemporáneos. No solamente subsisten, gravitan en los éxtasis del tiempo (pasadopresente y futuro), por ejemplo, a través de sus escritos y la crónica de su vida ejemplar. Puedo decir entonces, que subsistir es gravitar. De José Manuel Estrada, existente histórico axial, ya no quedan actos humanos, lo que sí queda, son como “residuos del acto del existente”. En sus escritos y en la crónica de su vida, en sus luchas narradas, hallamos el testimonio de un acto histórico no existente ya, pero que subsiste y gravita, de algún modo, en este presente concreto. Para la concepción lineal de la historia, para la linealidad cristiana –visión en la cual Estrada vivió y desde la cual escribió- la historicidad del existente concreto arranca en la meta historia, en la donatividad del ser, su historia comienza en el presente sin pasado y se va desarrollando siempre en los actos que cumple el existente –dotados de temporalidad y proyección- hasta concluir en el fin sin término, en el último momento presente sin futuro. Dado el fundamento y el sentido de la historicidad de Estrada, se puede percibir ahora, lo que entiendo por presencia gravitante, esto es, un pensamiento filosófico tradicional en transición, sustentado en un ethos substancial: la orientación unívoca, noble, sincera, directa, comprometida y cristiana de su vida privada y pública. Así lo manifiesta el mismo Estrada, en algunos textos seleccionados (5): Dice el profesor sobre el vínculo con los alumnos: “Para concebir el amor paterno, es necesario que la naturaleza despierte todas sus ternuras en el corazón del hombre. ¡Cerca de veinte años de mi vida pasados en la cátedra, me han enseñado a amar la juventud! Al despedirme de ella, he querido recibiros rodeado de mis hijos, a quienes seguís en mis predilecciones; y en esta casa, cuya modestia os prueba, que en esos veinte años he pensado mucho en vosotros, y muy poco en mí mismo” (Discurso del 21/06/1884) Acerca del concepto de libertad y sociedad expresa: “¡Queremos la libertad! Ya sabéis que consiste en el armónico desarrollo y el juego regular del organismo social y de la actividad privada, bajo la protección de un Estado moderador y moderado, circunscripto al radio de sus funciones necesarias, despojado de las pretensiones sacrílegas y despóticas que le infunden la política pagana…” (Discurso del 24/5/1879) En el “Frontón Buenos Aires”, durante el mitin de la Unión Cívica, percibe el estado moral del país: “Veo bandas rapaces, movidas de codicia, la más vil de todas las pasiones, enseñorearse del país, dilapidar sus finanzas, pervertir su administración, chupar su substancia, pavonearse insolentemente en las más cínicas ostentaciones del Fausto, comprarlo y venderlo todo, hasta comprarse y venderse unos a otros a la luz del día. Veo más. Veo un pueblo indolente y dormido que abdica sus derechos, olvida sus tradiciones, sus deberes, y su porvenir, lo que debe a la honra de sus progenitores y al bien de la prosperidad, a su estirpe, a su familia, a sí mismos y a Dios, y se atropella en las Bolsas, pulula en los teatros, bulle en los paseos, en los regocijos y en los juegos, pero ha olvidado la senda del bien, y va a todas partes, menos donde van los pueblos animosos, cuyas instituciones amenazan desmoronarse carcomidas por la corrupción y los vicios. La concupiscencia arriba y la concupiscencia abajo. ¡Eso es la decadencia! ¡Eso es la muerte!” (Discurso del 13/4/1890) En el discurso de clausura de la Primera Asamblea de los católicos argentinos, mostrará la íntima relación entre fe y razón: “Solo el imperio de la razón derrumbará el de las pasiones. Más la razón filosófica que niega el orden sobrenatural, después de largo divagar y odioso envanecerse, restablece el dogma positivista, y una moral que legitima los impulsos impuros de la carne y de la sangre, arrastrando las sociedades humanas al conflicto de las ambiciones y al reino de las concupiscencia…la razón sin la fe es el hombre sin Cristo, y el hombre sin Cristo marcha en las tinieblas.” (Discurso del 30/8/1884) Pensando en el lema de este V Encuentro, “Habitar la Patria”, considero apropiadas las siguientes palabras de Estrada, acerca sobre el amor a la Patria, expresadas a sus alumnos del Colegio Nacional: “ Tened presente que el patriotismo no es sentimiento, sino virtud; y que esa virtud que tanto vigoriza cuanto más inmola los hombres por su abnegada consagración a la ventura y a la gloria de su patria (…) Es también el patriotismo una virtud solidaria y común (…) ¡Jóvenes alumnos! Vosotros sabéis que la cizaña no cunde en este teatro común de vuestra vida y la mía. Cuento con la pureza de vuestro corazón, como vosotros contáis con la sinceridad de mi alma, y la lógica de una vida consagrada al amor y al servicio de la juventud” (Discurso del 22/05/1883) Para no ser cansador con las citas, mencionaré por último, lo que este pensador argentino sostiene acerca del Estado, si bien se circunscribe a lo que observa en su tiempo, podremos advertir la actualidad de sus criterios, sobre todo, porque no ha cesado el centralismo estatal: la absorción de la vida social hasta la desnaturalización de sus funciones específicamente gubernativas. Sostiene: “Masas inarticuladas y confusas por el Estado, son o tienden a ser todas las sociedades modernas. (…) Eliminados los fundamentos superiores del derecho y constituida la ley positiva en su única fuente, bajo el concepto de la omnipotencia del Estado, todos sus derechos se tornan efímeros, porque todos son convencionales, utilitarios y revocables. El escepticismo estalla; y las pasiones desatadas por él, campean en la esfera que se entrega a su influencia y a sus contradicciones.(…) Van errados los que advierten los estragos del centralismo, y quisieran rectificarlo por un individualismo sin medida que destruiría todas las presiones reguladoras, las buenas junto con las malas, y trasladaría al estado social la tragedia darwiniana de la naturaleza” (Facultad de Derecho, 24/05/1881). Luego de pasar revista, de forma somera, a algunos textos de su autoría, se pueden apreciar características de su perdurabilidad: los fundamentos filosóficos supuestos en todas sus obras, su calidad de gran orador, y lo que fue por excelencia: profesor; atributos todos que, unidos a una bondad sin afectación, lo hicieron merecedor de juicios benévolos, incluso por parte de quienes no pensando como él, estimaban su persona y su trato. Así lo refiere Paul Groussac, “Desde 1884, las polémicas de diarios nos habían separado;…seis años después, un artículo mío en La Nación volvió a aproximarnos. Durante el verano de 1891, solíamos reunirnos para charlar en la Biblioteca, él, Goyena y yo. Un día faltó Estrada; y conservo la tarjeta amistosa en que se disculpaba, prometiéndome concurrir al día siguiente. No concurrió más: la “indisposición pasajera” era el primer amago de la enfermedad incurable y mortal” (6) ¿Es José Manuel Estrada, un arquetipo? De algún modo, el inicio de la respuesta aparece insinuada en el tópico anterior, en la palabra y en la conducta de Estrada, por eso sostengo la presencia gravitante en este presente, de aquellas personas que son genuinamente históricas. Para explicitar la respuesta al interrogante formulado, mencionaré primero algunos aspectos esenciales de la figura del arquetipo, que inhieren en los personajes históricos, y por eso mismo, cuadran como forma segunda en la persona de Estrada. El término Arquetipo en su acepción corriente, esto es , como sinónimo de modelo, es un principio normativo, principio (arché) normativo (typos). Es un modelo atractivo, por su ejemplaridad, normal y normativo, alguien, quién en virtud de un esfuerzo sostenido y entusiasta, acepta ser la encarnadura de un valor, molde con medida humana de lo que, tal vez, no tiene medida. Hablo aquí de arquetipo en un sentido positivo, alguien capaz de obrar, incluso tensando su voluntad, de regla y canon para la estabilidad cultural y la salud del cuerpo social. En este sentido, una sociedad supera o se preserva de la anomia y su dislocación, por la presencia integradora de los arquetipos. .Por otra parte, la historicidad de los arquetipos, y la historia misma como saber y como ciencia, encierran enormes posibilidades pedagógicas. En ese sentido, al pensar en la vitalidad juvenil, en su idealismo, incluso cronológico, se advierte que los adolescentes y los jóvenes, necesitan de las imágenes vivas, atractivas y sugerentes, imágenes que le muestren un origen elevado como persona, una existencia a realizar, y en esas imágenes capten la idea, perciban el ideal, el llamado convocante a salir de lo rastrero, para dejarse arrastrar por vidas ejemplares y enhiestas. El patriotismo, por ejemplo, virtud moral derivada de la justicia, que se agranda a impulsos del amor, se enseña y se educa, mucho más por la frecuencia de vidas impregnadas de nobleza, aún envueltas de leyenda. Por esto mismo, la historia es un ser y un consistir, mucho más que un acontecer; el sentido de la historia, al decir de Thibon, no está “en la sucesión de acontecimientos temporales sino en el reflejo de estos mismos acontecimientos en el espejo inmóvil de la eternidad.”(7). Seguirá diciendo Thibon “el tiempo es como un camino al borde mismo del abismo de la muerte. Después de algunas horas de marcha, las generaciones van cayendo, una tras otras, hacia el abismo. Lo que cuenta, lo que da a la historia su sentido verdadero, no es que el camino sea más o menos regular o accidentado sino que el abismo divino acoja o rechace el fruto de la muerte”. (8) La arquetipidad, entonces, como nota propia de la historicidad de las personas singulares, pide lugar para el misterio en el conocimiento científico y en la enseñanza, reclama tiempo y espacio cultural para las realidades que transponen el umbral de lo inmanente. En consecuencia, lo poético y lo metafísico aportan lo propio al conocimiento de lo histórico, nos muestran el valor espiritual y social de los arquetipos, nos hacen apreciar la realidad desde el interior profundo y desde lo alto del deber ser. Los arquetipos se constituyen en la médula de las identidades históricas de sus pueblos, en ordenadores éticos de la fisonomía espiritual de las naciones, sin dejar de lado cierto rasgo de la idea real y universal del hombre. En ellos lo singular y lo universal, se cohesionan, son de una patria carnal pero también integran un patrimonio universal; el santo, el héroe, el genio, el artista, el científico, son formas arquetípicas, son capaces de arrancar de la existencia banal que termina en el hastío, e impeler el vuelo hacia instancias suprahumanas, más aún, son ellos –los modelos normales y normativos- quienes renuevan los criterios de éxitos y de fracaso, ya que para calificar el tiempo determinado de una comunidad, no importa tanto lo que el hombre ha sido, sino “lo que ha querido ser, eso da la pauta de lo que el hombre es”. No se trata aquí, tanto de probar la arquetipidad de José M. Estrada, dado como un hecho tanto por sus contemporáneos como por sus historiadores (9), se trata más bien, en relevar algunos rasgos de su personalidad, que lo colocan allende el tiempo cronológico. En primer lugar, los contenidos rectores de su alma, aquellos que lo acompañaron, modelándolo siempre; además, la dirección de sus desvelos que primaron sobre sus propios intereses legítimos pero particulares; la impronta testimonial dejada en sus empresas; sus creaciones culturales de índole comunitaria y periodística. Estas ricas facetas del personaje, permiten comprender su ser desde el deber ser, el destino final de los acontecimientos que signaron su vida. Por ejemplo, con sólo veintisiete años “se empeñó especialmente como jefe del Departamento General de Escuelas de la provincia, para el cual fue nombrado por decreto del gobernador Emilio Castro del 1° de julio de 1869” de su paso para ordenar la enseñanza primaria “quedó un meduloso informe sobre el estado de la enseñanza y las propuestas para mejorarla…No dudamos que sirvió de base para trabajos presentados durante el Congreso Pedagógico de 1882” (10 ) En cuanto a su docencia universitaria, vale decir “Estrada es nombrado profesor de derecho constitucional por decreto del presidente Avellaneda del 18 de febrero de 1875 en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.(..) Estrada no tenía títulos universitarios. Pero nadie objetará la designación. Contaba con preparación científica y experiencia docente.”(11 ) Y si hay un rasgo dominante en el profesor Estrada, es su oratoria docente, parte integral de su perfil profesional como educador, en conjunto puede decirse que “su vestir limpio y sin pretensión de moda ni acicalamiento. Su rostro parecía iluminado por una suave luz de bondad y de amor, expresión de un cerebro que pensaba y de un corazón que sentía. Su voz en el discurso o en la lección era inolvidable; la entonación solemne sin vanidad; grave, sin monotonía; profunda, sin tristeza, armónica, marcando las “erres” con justeza; tenía volumen dicen otros. Fomentaba en los alumnos la inclinación al estudio, dice García Mérou, y trasladaba ansias de saberlo todo y el amor a la verdad y la justicia, recuerda Matienzo” (12 ). En síntesis, la proyección metahistórica de Estrada, que deviene de su singularidad histórica y arquetipidad positiva, fue posible en tanto realizó en sí mismo lo que enseñaba y seguirá siendo vislumbrada, en tanto haya quienes puedan inteligir en él, lo permanente, y distinguirlo de lo mudable. Desde otra perspectiva, la ejemplaridad como causa real y explicación del obrar humano, también conviene remitirse para ahondar la intelección de Estrada como existente histórico y modelo normativo. Dice un autor “de origen explícito en Platón – las causas primeras son modelos, causan por su perfección, y en tanto realidades hacia las que se tiende, son reductibles a fines-, pueden rastrearse antecedentes entre los pitagóricos y aún, si se quiere, en el mismo Anaxágoras. Aristóteles les concedió, en la Metafísica, el valor de “metáforas poéticas”, más no negó la influencia de un Modelo que dirige la acción, y en las Cartas a Lucilo, Séneca, se refiere a esta quinta causa a cuya imitación se obra o se fabrica, y que en última instancia es Dios, pues contiene en sí los ejemplares de todas las cosas” (13). Nuestra comunicación nos lleva por su índole histórico-filosófica a señalar la íntima trabazón entre ejemplaridad e historia. Es, como ha dicho Gilson, “la historia de hombres que pasan en vista de un fin que no pasará” (14), y en ese sentido, el acontecer histórico no es un movimiento azaroso y sin punto de reposo como especificante de la marcha de la historia. Es la ejemplaridad divina y la consiguiente linealidad histórica, las coordenadas de la historia, ellas orientan al hombre, inspiran al arquetipo, para descubrir el sentido de la existencia en la historia. Corolario En verdad, el origen de estas reflexiones se encuentra en mi asombro por la perdurabilidad icónica de José Manuel Estrada, evocado por algunos, criticado por otros, ignorado por muchos. Sin embargo, por razones que uno trata de encontrar y comprender, este personaje de la generación católica de 1880, ha llegado a nuestros días. Sí, ha llegado, por motivos que fui exponiendo, y considero que, por esos mismos motivos, seguirá su marcha hacia las nuevas generaciones de argentinos. Afirmación esta, que no proviene de ningún determinismo histórico, previsible destino o ingenuidad voluntarista. Hay una razón especial que funda la continuidad histórica de nuestra Nación, es la pietas. Aquella noble virtud moral, que encontramos en griegos y romanos, transfigurada luego por el cristianismo, que Santo Tomás nos presenta como virtud social en sus dos aspectos, patriótica y filial, como la primera de todas las virtudes cívicas. Y es ella, la piedad, la que nos mueve a ser, en justicia, agradecidos y leales con nuestros mayores. En el caso que nos ocupa, con José Manuel Estrada, y también con Pedro Goyena, con Tristán Achával Rodriguez, entre otros. La Nación, que encarna el patrimonio recibido, es sostenida por la ejemplaridad de sus grandes hombres, más allá de la gravitación epocal y la voluntad de ser recordado, que hayan tenido. Pero también es afirmada en su identidad raigal, por la conciencia lúcida y la voluntad enérgica de quienes se sienten deudores comprometidos con la herencia recibida. Finalmente, en otros términos, dirá lo mismo Saint-Exupéry acerca del compromiso: “Conocí hijos que me decían: ´Mi padre murió sin haber terminado de construir el ala izquierda de su morada. Yo la construyo. Sin terminar de plantar sus árboles. Yo los planto. Mi padre, al morir, me legó el cuidado de proseguir más lejos su obra. La prosigo. O he de permanecer fiel a su rey. Yo soy fiel. Y en esas casas no sentí que el padre estuviese muerto”.(15) Licenciado Carlos A. ROBLEDO Citas (1) CARLOS LASA. “El pensamiento y la obra de un jurista y filósofo cristiano”. (Buenos Aires – 1994) Pag. 13. (2) HORACIO VERTBISKY. “Cristo vence”. (Buenos Aires – 2007). Pag. 44 (3) BERNARDINO MONTEJANO. “Familia y Nación histórica”. (Buenos Aires – 1987). Pag. 16 (4) ALBERTO CATURELLI. “La Filosofía”. (España – 1977). Cap. XII. Pag. 195 (5) JOSE MANUEL ESTRADA. “Discursos selectos”. (Buenos Aires – 1953). Pag. 149 (6) PAUL GRAUSSAC. Introducción a Discursos Selectos (7) GUSTAVE THIBON. “Nuestra mirada ciega ante la luz”. (Madrid – 1972) Pag. 322 (8) GUSTAVE THIBON. “Nuestra….Pag. 323 (9) HÉCTOR TANZI. “José Manuel Estrada”. (Buenos Aires – 1994) (10) Idem ant (11) “ (12) “ (13) ANTONIO CAPONNETTO. “Los Arquetipos y la historia”. (Buenos Aires – 1991) Pag. 225 (14) ETIENNE GILSON. “El espíritu de la filosofía medieval”. (Madrid – 1981) Pag. 354 (15) BERNARDINO MONTEJANO. “Familia y Nación…”. Pag. 57