El futuro de desastre y fuego de la guerra robótica

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El futuro de desastre y fuego de la guerra robótica
Nick Turse :: 20/01/2012
Más de 70 drones caídos y el nuevo modelo de guerra estadounidense :: Los muertos son
regularmente identificados por los informes de prensa como "terroristas"
Introducción del editor de TomDispatch Después de casi dos meses en suspenso y la
pérdida (posiblemente temporaria) de su guerra aérea de la Base Aérea Shamsi, la CIA
vuelve a poner en marcha sus operaciones de drones en las áreas fronterizas tribales de
Pakistán. Los primeros dos ataques de 2012 se lanzaron con un lapso de 48 horas entre
ambos, matando supuestamente a 10 __s [civiles] e hiriendo a por lo menos a 4 __s. Sí, es
verdad, EE.UU. está matando __s en Pakistán. Estos días, los muertos son regularmente
identificados por los informes de prensa como “militantes” [terroristas] o “presuntos
militantes” y a menudo, citando fuentes paquistaníes u otras de “inteligencia”, como
“extranjeros” o “no-paquistaníes”. Casi nunca tienen nombres, y los robots de la CIA
nunca se aproximan lo suficiente a sus cuerpos calcinados para hacer lo que podría ser el
equivalente tecno deshumanizador de orinar sobre ellos. Todo suena muy limpio. El año
pasado, hubo 75 ataques limpios de ese tipo, 303 desde 2004, que posiblemente mataron
a miles de __s en esas áreas fronterizas. De hecho, el mundo de la muerte y la destrucción
siempre tiende a parecer limpio y “preciso” si se guarda la distancia, si uno se queda en
el cielo como los implacables dioses de otrora o a miles de kilómetros de sus objetivos,
como los “pilotos” de esos aviones robóticos y los responsables políticos que los envían.
Sobre el terreno, claro, las cosas son mucho más desaliñadas, desagradables e
inquietantemente humanas. El Buró de Periodismo de investigación basado en Londres,
ha calculado que los ataques de drones de EE.UU. en Pakistán han matado, a lo largo de
los años, por lo menos a 168 niños. En una situación irritada e irritante en ese país, con
los militares y el gobierno civil en disputa, con rumores de golpe en el aire y fronteras
todavía cerradas a suministros estadounidenses para la guerra afgana (desde un
“incidente” en el cual los ataques aéreos estadounidenses mataron hasta a 26 soldados
paquistaníes), los profundamente impopulares ataques de drones solo aumentan las
tensiones. No importa a quién maten, incluidas personas de al-Qaida, también
intensifican la cólera y empeoran la situación en lugar de mejorarla. Son, por su
naturaleza, armas contraproducentes y su imagen en EE.UU. de precisión, de alta
tecnología, que hace ganar guerras, indudablemente tiene un instantáneo efecto negativo
sobre los que las pierden. Los drones no pueden hacer otra cosa que ofrecer un
sentimiento peligroso y engañoso de omnipotencia, un sentimiento de que no importa la
legalidad, de que todo es posible. Si, como ha comentado Nick Turse desde hace tiempo
en su reportaje sobre nuestras últimas armas maravillas, los drones son, a fin de cuentas,
instrumentos de guerra contraproducentes, nadie se ha dado cuenta todavía. Después de
todo, nuestros planificadores militares proyectan ahora una inversión de al menos 40.000
millones de dólares en la floreciente industria de los drones durante la próxima década
para más de 700 drones de mediano y gran tamaño (y quién sabe cuánto se invertirá en
versiones más pequeñas).
Cazabombarderos jet estadounidenses pasaron aullando sobre el campo iraquí dirigiéndose hacia el
drone Predator MQ-1, mientras su ‘tripulación’ en California observaba impotente. Lo que había
comenzado como una misión de reconocimiento común estaba evolucionando de una forma
dramática. En un instante, los jets atacaron y todo había pasado. El Predator, uno de los infatigables
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robots cazadores/asesinos de la Fuerza Aérea había sido aniquilado. Un informe sobre el fin
espectacular del drone de casi 4 millones de dólares en noviembre 2007 está incluido en una
colección de documentos de investigación de accidentes de la Fuerza Aérea recientemente
examinados por TomDispatch. Catalogan más de 70 catastróficos desastres de drones de la Fuerza
Aérea desde el año 2000, y cada uno resultó en la pérdida de un avión o daños a la propiedad de 2
millones de dólares o más. Esos informes oficiales, obtenidos en algunos casos por TomDispatch
mediante la Ley de Libertad de la Información, ofrecen nuevas perspectivas de un programa de
guerra, asesinato y espionaje –en gran parte clandestino, pero muy elogiado– que involucra robots
armados, que son mucho menos fiables de lo que se ha reconocido previamente. Esos aviones, la
última en la serie de las últimas armas maravillas en el arsenal militar de EE.UU., se ensayan, se
lanzan y se pilotan desde una tenebrosa red de más de 60 bases repartidas por todo el globo, a
menudo como apoyo para equipos de élite de fuerzas de operaciones especiales. Colectivamente, los
documentos de la Fuerza Aérea presentan un notable retrato de la guerra moderna de drones, pocas
veces hallado en una década de informes periodísticos generalmente triunfalistas o impresionados
que pocas veces mencionan las limitaciones de los drones, y menos todavía sus misiones fracasadas.
Los desastres aéreos descritos llaman la atención no solo de las limitaciones técnicas de la guerra de
drones, sino de mayores defectos conceptuales en semejantes operaciones. Lanzados y aterrizados
por tripulaciones cercanas a los campos de batalla en sitios como Afganistán, los drones son
controlados durante sus misiones por pilotos y operadores de sensores –a menudo múltiples equipos
durante muchas horas– desde bases en sitios como Nevada y Dakota del Norte. A veces son vigilados
por “vigilantes” de contratistas privados de seguridad en bases de EE.UU. como Hurlburt Field en
Florida. (Un reciente informe de McClatchy informó de que se necesitan casi 170 personas para
mantener en vuelo un solo Predator durante 24 horas.) En otras palabras, las misiones de drones,
como los propios robots, tienen muchas partes en movimiento y mucho puede salir y sale mal. En ese
incidente del Predator en noviembre de 2007 en Iraq, por ejemplo, una falla electrónica hizo que el
avión activara su mecanismo de autodestrucción y se estrellara, después de lo cual los jets
estadounidenses destruyeron los restos para impedir que cayeran en manos enemigas. En otros
casos, drones –conocidos oficialmente como aviones de pilotaje remoto, o RPAs– se descompusieron,
escaparon del control y a la supervisión humana, o se autodestruyeron por motivos que van de error
del piloto y mal tiempo a fallas mecánicas en Afganistán, Yibuti, el Golfo de Adén, Iraq, Kuwait y
diversos sitios más no especificados o clasificados, así como en EE.UU. En 2001, los drones Predator
de la Fuerza Aérea volaron 7.500 horas. A finales del año pasado, esa cifra fue superior a 70.000.
Mientras el ritmo de las operaciones robóticas aéreas ha aumentado continuamente, no es
sorprendente que las caídas también sean más frecuentes. En 2001, solo dos drones de la Fuerza
Aérea resultaron destruidos en accidentes. En 2008, ocho drones cayeron a tierra. El año pasado, la
cantidad llegó a 13. (Las tasas de accidentes, sin embargo, están disminuyendo según un informe de
la Fuerza Aérea basado en cifras de 2009.) Hay que considerar que los más de 70 accidentes
registrados en esos documentos de la Fuerza Aérea reflejan solo caídas de drones registradas por la
Fuerza Aérea siguiendo un conjunto rígido de reglas. Muchos otros accidentes de drones no se han
incluido en las estadísticas de la Fuerza Aérea. Los ejemplos incluyen un drone MP-9 Reaper fuera
de control que tuvo que ser derribado de los cielos afganos por un caza en 2009, un helicóptero a
control remoto de la Armada que cayó en Libia en junio pasado, un vehículo aéreo sin tripulación
cuya cámara parece que había sido capturada por insurgentes afganos después de una caída en
agosto de 2011, un Sentinel RQ-170 avanzado perdido durante una misión de espionaje en Irán en
diciembre pasado, y la reciente caída de un Reaper MQ-9 en las Islas Seychelles. No precisa un
meteorólogo… ¿verdad? En los informes desclasificados queda claro cómo se realizan las misiones
–y a veces fracasan– incluyendo uno suministrado por la Fuerza Aérea a TomDispatch que detalla
una caída de junio de 2011. A finales de ese mes, un drone Predator despegó de la Base Aérea
Jalalabad en Afganistán para realizar una misión de vigilancia de apoyo a fuerzas terrestres. Pilotada
por un miembro del Ala Aérea Expedicionaria 432 desde la Base Whiteman de la Fuerza Aérea en
Missouri, la nave robótica encontró mal tiempo, lo que llevó al piloto a pedir permiso para
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abandonar a las tropas en tierra. Su comandante nunca llegó tuvo la oportunidad de responder. A
falta de equipamiento para eludir el mal tiempo tiempo, que se encuentra en aviones más
sofisticados o de sensores a bordo que orientan al piloto ante condiciones meteorológicas adversas,
y con una tormenta de arena que interfirió con el radar de tierra, los “severos efectos climáticos”
superaron al Predator. En un instante se cortó el vínculo entre el piloto y avión. Cuando volvió a la
vida por un momento, el personal pudo ver que el drone caía en picado. Luego perdieron durante un
segundo el enlace de datos y fue el final. Unos minutos después, las tropas en tierra enviaron un
mensaje de radio para decir que el drone de 4 millones de dólares había caído cerca de ellos. Un
mes después un drone Predator despegó de la pequeña nación africana de Yibuti en apoyo a la
Operación Libertad Duradera, que incluye operaciones en Afganistán, Yemen, Yibuti y Somalia,
entre otras naciones. Según documentos obtenidos mediante la Ley de Libertad de la Información,
después de unas ocho horas de vuelo, el personal de la misión notó una lenta pérdida de lubricante.
Diez horas después, transfirieron el drone a un personal aéreo local cuya tarea era hacerlo aterrizar
en el Aeropuerto Ambouli de Yibuti, una instalación conjunta civil/militar adyacente al campo
Lemonier, una base de EE.UU. en el país. El personal de esa misión –el piloto y el operador del
sensor– había sido enviado de la Base Creech de la Fuerza Aérea en Nevada, y había registrado en
conjunto 1.700 horas conduciendo Predators. Estaba considerado “experto” por la Fuerza Aérea. Ese
día, sin embargo, los sensores electrónicos que medían la altura del drones eran inexactos, mientras
las nubes bajas y la alta humedad afectaban a sus sensores infrarrojos y preparaban la escena para
el desastre. Una investigación terminó por establecer que si el personal hubiera realizado las
verificaciones adecuadas de los instrumentos, habría notado una discrepancia de entre 100 y 130
metros en su altitud. En vez de eso, el operador del sensor solo se dio cuenta de lo cerca que estaba
del suelo cuando el RPA salió de las nubes. Seis segundos después, el drone se estrelló en tierra y se
destruyó junto con uno de sus misiles Hellfire. Tormentas, nubes, humedad y errores humanos no
son los únicos peligros naturales para los drones. En un incidente de noviembre de 2008, el personal
de una misión en el Aeropuerto de Kandahar lanzó un Predator un día azotado por el viento.
Después de un vuelo de cinco minutos, mientras el avión todavía estaba en la gran base
estadounidense, el piloto se dio cuenta de que el avión ya se había desviado de la ruta programada.
Para realizar una corrección, inició un giro que –debido a la naturaleza agresiva de la maniobra, las
condiciones de viento, el diseño del drone, y el peso desequilibrado de un misil en solo un ala– se
inició con una voltereta del avión. A pesar de todos los esfuerzos del piloto, la nave comenzó a caer,
se estrelló en la base y estalló en llamas. Naves descontroladas Ocasionalmente, los RPA
simplemente han escapado del control humano. Durante ocho horas, un día de febrero de 2009 por
la tarde, por ejemplo, cinco equipos diferentes transfirieron los controles de un drone Predator, de
uno al otro, mientras volaba sobre Irán. Repentinamente, sin advertencia, el último de ellos,
miembros de la Guardia Nacional Aérea de Dakota del Norte en el Aeropuerto Internacional Hector
en Fargo, perdió la comunicación con el avión. En ese momento nadie –ni el piloto ni el operador de
los sensores, ni un personal local de misión– sabían dónde estaba el drone o lo que estaba haciendo.
Sin transmitir ni recibir órdenes o datos, efectivamente había perdido el control. Solo después se
determinó que una falla del enlace de datos había activado el mecanismo de autodestrucción del
drone, lanzándolo a una caída en picado irrecuperable que lo hizo estrellarse 10 minutos después de
escapar al control humano. En noviembre de 2009, un Predator lanzado desde el Aeropuerto
Kandahar en Afganistán perdió contacto con sus manipuladores humanos 20 minutos después del
despegue y simplemente desapareció. Cuando el personal de la misión no pudo controlar el drone,
convocó a especialistas en enlace de datos pero no lograron encontrar el avión errante. Mientras
tanto, los controladores del tráfico aéreo, que habían perdido el avión en el radar, ni siquiera podían
ubicar la señal de su transponedor. Fracasaron numerosos esfuerzos por hacer contacto. Dos días
después, cuando al drone se le habría acabado el combustible, la Fuerza Aérea dio por “perdido” al
Predator. Tardaron ocho días en contrar los restos. Curso de caídas A mediados de agosto de 2004,
mientras las operaciones de drones en el área de responsabilidad del Comando Central (CENTCOM)
funcionaban a un ritmo muy intenso, el personal de una misión de Predator comenzó a oír una
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cascada de alarmas de advertencia que indicaban fallas de motor y alternador, así como un posible
fuego en el motor. Cuando el operador de los sensores utilizó su cámara para escanear el avión, el
problema se identificó rápidamente. Su cola había estallado en llamas. Poco después se descontroló
y se estrelló. En enero de 2007, un drone Predator volaba en algún sitio de la región del CENTCOM
(sobre uno de los 20 países del Gran Medio Oriente). Después de 14 horas de una misión de 20
horas, el avión comenzó a fallar. Su motor falló durante 15 minutos, pero la información que
transmitía se mantenía dentro de parámetros normales, por lo tanto el personal de la misión no se
dio cuenta. Solo en el último minuto se dieron cuenta de que su drone estaba sucumbiendo. Como
determinó una investigación posterior, una grieta expandida en el cigüeñal del drone hizo que el
motor se paralizara. El piloto hizo planear el avión hacia un "área deshabitada". Los niveles
superiores lo instruyeron entonces para que lo estrellara intencionalmente, ya que no podría llegar
rápidamente una fuerza de reacción rápida y llevaba dos misiles Hellfire así como “equipamiento
clasificado” no especificado. Días después recuperaron sus restos. El futuro de desastre y fuego
de la guerra robótica A pesar de todas las limitaciones técnicas de la guerra a control remoto
descritas en los archivos de investigación de la Fuerza Aérea, EE.UU. está doblando sus apuestas
sobre drones. Bajo la nueva estrategia militar del presidente, se proyecta que la Fuerza Aérea
aumente su parte de la torta presupuestaria y se espera que los robots volantes constituyan una
parte importante de esa expansión. Contando los miles de pequeños drones del ejército, uno de cada
tres aviones militares –cerca de 7.500 máquinas– ya son robots. Según cifras oficiales suministradas
a TomDispatch, cerca de 285 de ellos son drones Predator, Reaper, o Global Hawk de la Fuerza
Aérea. El arsenal de la Fuerza Aérea también incluye más avanzados Sentinels, Avengers y otros
aviones clasificados sin tripulación. Un informe publicado el año pasado por la Oficina del
Presupuesto del Congreso reveló que “el Departamento de Defensa planifica comprar cerca de 730
nuevos sistemas aéreos de mediano y gran tamaño sin tripulación” durante los próximos 10 años.
Durante la última década, EE.UU. se ha vuelto crecientemente hacia los drones en un esfuerzo por
ganar sus guerras. Los archivos de investigación de la Fuerza Aérea examinados por TomDispatch
sugieren un uso más extensivo de drones en Iraq de lo que se había informado anteriormente. Pero
en Iraq, como en Afganistán, el arma maravilla preeminente de EE.UU. no ayudó en nada a lograr la
victoria. Efectiva como punta de lanza de un programa para incapacitar a al Qaida en Pakistán, la
guerra de drones en las zonas tribales fronterizas de ese país también ha alienado a casi toda la
población de 190 millones. En otras palabras, murieron unos 2.000 presuntos o identificados
guerrilleros (así como una cifra desconocida de civiles). La población de un aliado clave de EE.UU.
aumentó se hizo cada vez más hostil y nadie sabe cuántos nuevos combatientes en busca de
venganza han sido creados por los ataques de drones, aunque se cree que la cantidad es
significativa. A pesar de una década de refinamientos y mejoras tecnológicas, tácticas y estratégicas,
el personal de la Fuerza Aérea y aliados de la CIA que observan los monitores de ordenadores en
localidades distantes no han logrado discriminar entre combatientes armados y civiles inocentes y,
como resultado, el programa de asesinatos en los que los drones hacen de jueces, jurados y
verdugos está considerado ampliamente contrario al derecho internacional. Además, la guerra de
drones parece que está creando un siniestro sistema de incentivos económicos empotrados que
pueden llevar cada vez a más bajas sobre el terreno. “En algunos programas de ataque, los
miembros del personal tienen cuotas de revisión, es decir, que deben revisar una cierta cantidad de
posibles objetivos en una determinada cantidad de tiempo”, escribió recientemente Joshua Foust de
The Atlantic sobre los contratistas privados involucrados en el proceso. “Porque son contratistas”,
explica, “su continuo empleo depende de su capacidad de satisfacer las mediciones de rendimiento
declaradas. Por lo tanto tienen un incentivo financiero para tomar decisiones de vida o muerte sobre
posibles objetivos de asesinato solo para conservar sus empleos. Debería ser una situación
intolerable, pero como el sistema carece de transparencia o de estudio externo es casi imposible
controlarlo o alterarlo”. A medida que las horas de vuelto aumentan de año en año, esos severos
defectos se complican debido a una serie de fallas imprevistas y vulnerabilidades técnicas que saltan
a la vista cada vez con más regularidad. Incluyen: insurgentes iraquíes que piratean señales de video
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de drones, un virulento virus informático que infecta la flota sin tripulación de la Fuerza Aérea,
grandes porcentajes de pilotos de drones que sufren “elevado estrés operacional”, un incidente de
fuego amigo en el cual operadores de drone mataron a dos miembros del personal militar de EE.UU.,
crecientes cantidades de caídas, y la posibilidad del secuestro de un drone por los iraníes, así como
los más de 70 incidentes catastróficos en los documentos de investigación de accidentes de la
Fuerza Aérea. Durante la última década, la mentalidad de más-es-mejor ha llevado a más drones,
bases de drones, pilotos de drones, y víctimas de drones, pero no a mucho más que eso. Los drones
podrán ser efectivos en términos de generar recuentos de cuerpos, pero parece que tienen aún más
éxito en la generación de animosidad y la creación de enemigos. Los informes sobre accidentes de la
Fuerza Aérea están repletos de evidencias de los defectos inherentes en la tecnología de drones, y
puede caber poca duda de que en el futuro aparecerán muchos más. Una década de futilidad sugiere
que la propia guerra de drones puede estarse estrellando y quemando, pero parece inevitable que
los cielos se llenen de drones y que el futuro traiga más de lo mismo. TomDispatch. Traducido del
inglés para Rebelión por Germán Leyens
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