Clarín, 06/04/2003

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Clarín, 06/04/2003
A FONDO GUILLERMO JAIM ETCHEVERRY, RECTOR DE LA UBA
"La Universidad está siendo despedazada por el
mercado"
Balance de gestión. Cuando asumió como rector de la UBA, el doctor Jaim Etcheverry se cuidó
de no hacer promesas. Pero en su agenda había propósitos nada modestos: devolver a la
institución su centralidad en la formación de dirigentes, sanear la administración y desterrar
intereses partidistas. Con casi un año en el cargo, Jaim _evalúa lo cumplido y lo aún pendiente.
Profesor de biología celular e histología e investigador del Conicet, sigue dando clases en
la Facultad de Medicina, de la que fue decano entre 1986 y 1990. Es miembro de la
Academia Nacional de Educación y su libro "La tragedia educativa" (Fondo de Cultura
Económica, 1999) fue bést-seller durante muchos meses.
· Usted asumió como rector de la UBA el 7 de mayo del año pasado. No hizo
promesas en su discurso, pero descuento que tenía deseos, proyectos, una agenda
por cumplir. Casi un año después, ¿podemos revisar todo eso y hacer un balance de
lo cumplido y lo pendiente?
—No hice promesas porque sé, conociendo cómo es el gobierno universitario, que es muy
poco lo que un rector por sí mismo puede hacer. Un rector depende, para los grandes
cambios, de los consensos de todos los órganos de conducción de la Universidad. Pero yo
tenía sí, claro, tres o cuatro ideas centrales. La primera: me parecía que teníamos que dar
un ejemplo de sensata administración de los escasísimos fondos que recibimos. Y en ese
sentido, creo que hemos avanzado en gran medida.
· ¿Por qué?
—Porque hemos hecho una racionalización bastante acelerada de las actividades que se
desarrollan; por lo menos, de las que dependen del Rectorado de la UBA. Estoy
medianamente satisfecho y creo que vamos en la buena línea. Me gustaría dejar una
administración saneada, con procedimientos de control bien establecidos. Porque lo que
decían —y siguen diciendo— las auditorías es que la Universidad carece de esos
procedimientos. Por eso aparecen graves fallas en muchos de los mecanismos
administrativos de la casa y tenemos graves problemas en Personal, en Compras, en
muchas áreas de la administración. Me gustaría sanear todo eso, porque creo que
daríamos un ejemplo de buen uso de los recursos.
· Pero imagino que sus objetivos no eran sólo administrativos.
—Por supuesto, tenía y tengo muchos en el orden académico. Me preocupa trasmitir la
idea de que una universidad es un lugar central para el país, porque maneja lo más
importante: la mente de los jóvenes, que van a ser su clase dirigente. Ahí está su principal
responsabilidad. Muchas veces se trata de justificar la tarea universitaria hablando de
realizaciones en distintos campos, como las consultorías o las tareas de extensión. Todas
ellas me parecen muy importantes, pero no hay que descuidar —como a veces se hace—
la tarea central, que es la formación de los jóvenes. Ese sería para mí el principal objetivo
de mi gestión: reubicar a la Universidad de Buenos Aires como una institución central
dentro del sistema educativo.
· ¿Eso no lo tenían claro los funcionarios anteriores?
—En general, se han ido apartando de esa misión central, en aras de atender las
presiones de la producción y de las fuerzas del mercado. La enorme restricción
presupuestaria ha obligado a que las universidades busquen desesperadamente recursos.
Y en esa búsqueda están perdiendo mucho de lo que es su esencia. No hay que ver las
universidades como empresas sino como ámbitos culturales. Esa ciudad intelectual libre,
como siempre fue concebida la Universidad, está siendo brutalmente despedazada por las
fuerzas del mercado, que hace que la Universidad se convierta en una proveedora de
servicios educativos. Yo creo que la Universidad es otra cosa.
· Me parece que usted pide lo mismo que pedía la Reforma del 18: que la
Universidad "formara hombres libres para disputar el poder a las elites". ¿Cómo se
cumplió en los últimos años con esa misión?
—Yo creo que mal, porque, en el mejor de los casos, la UBA habrá formado técnicos
competentes, pero difícilmente ha formado un grupo de gente que tenga una visión
abarcativa del mundo y de su complejidad, y que tenga las herramientas como para
intentar modificar esa realidad. Creo que ninguna universidad en la Argentina está dando
esa amplia visión, ni una verdadera formación universitaria. Me parece que la poca
tradición que teníamos en ese plano se ha ido perdiendo, en aras de estos espejismos de
la excelencia y la superespecialización. Esos criterios están tomados de la empresa y no
tienen mucho que hacer en la universidad. El mercado quiere medir todo y eso no se
puede siempre. ¿Cómo puede medir uno el impacto que tiene un gran profesor sobre un
alumno? Es muy difícil. Porque la universidad sigue siendo el lugar de encuentro de
mentes originales con alumnos deseosos de aprender y de seguir esos ejemplos. Desearía
que la universidad fuera siempre eso: un lugar de confluencia de lo que crean esas mentes
especiales, singulares, poseídas, como dice Steiner. Y ese lugar debe ser preservado,
porque los jóvenes tienen derecho a ver que hay muchas más cosas que la banalidad y la
superficialidad que les mostramos a diario.
· Cuando usted habló frente a la Asamblea Universitaria, cuando fue electo en abril
de 2002, no se refirió tanto a las fuerzas del mercado como a la partidización
perjudicial de la UBA. ¿Esa situación dejó de influir?
—No, la partidización ha tenido una influencia nefasta en la Universidad, pero es uno más
de los problemas, no el único. Yo creo que por debajo hay un grave problema de
significación social. La gente —padres, hijos— busca una universidad como un medio que
otorgue un título con el que se pueda trabajar. Eso es importante, pero deberían pretender,
además, otra cosa. Hablo de una experiencia vital que dé herramientas para comprender
un campo mucho más diverso que el específico en el que cada uno va a actuar. No es
casual que las grandes universidades del mundo hoy intenten que sus graduados tengan
herramientas intelectuales que les permitan acceder a la realidad desde ángulos muy
diferentes. Por eso, un buen graduado universitario hoy maneja bien física, matemática,
historia, filosofía. En momentos de crisis de empleo, es importante tener un bagaje
intelectual que dé plasticidad. Y eso es lo que le debería dar una buena universidad.
· Usted parece soñar con cambios importantes. ¿A veces no le pasa como decía
Mafalda, que "lo urgente le quita tiempo a lo importante"?
—Sí, estoy acosado por las urgencias cotidianas, pero soy consciente de que el gran
proyecto se hace resolviéndolas una a una. No me desespero, sé que en cada decisión
que uno toma está apuntando hacia lo que pretende. No creo en los grandes proyectos en
abstracto sino en las pequeñas acciones cotidianas que configuran los grandes proyectos.
De modo que no tengo tensiones porque sé que voy en ese camino. Por supuesto que no
podemos engañarnos: la institución es muy compleja, porque tiene una historia ardua y
viene de un período muy difícil y el país está atravesando una circunstancia dramática.
Entonces, pretender hacer cambios trascendentes no es nada sencillo. Se pueden ir
haciendo pequeñas cosas. El hecho de volver a señalar, en todos los ámbitos en los que
tengo oportunidad de hablar, el regreso a la función docente de la Universidad, me parece
que es una contribución muy importante. Como también lo es el tratar de eliminar de las
relaciones con los grupos de poder —sin olvidar entre ellos a los estudiantes— el
condicionamiento económico, la prebenda y la corruptela.
· ¿Se siente acompañado en ese trabajo?
—Sí. El hecho de que haya sido elegido en estas circunstancias me parece que es una
señal de que alguien comparte esas ideas. Yo no hice ninguna promesa —como usted
bien recuerda— ni cambié nada por nada. Dije, en muchas ocasiones, que mi interés era
contribuir al mejor funcionamiento de la institución. Y me siento acompañado por muchos
en esa intención.
· Usted fue elegido por una alianza que reunía peronistas y radicales y también
fuerzas de derecha y de izquierda. ¿Un abanico tan amplio no le generó también
compromisos mayores?
—Viéndolo retrospectivamente, junté apoyos de personas preocupadas por la institución.
En todo caso, me enorgullezco de haber juntado apoyo de universitarios de distintas
ideologías. No me importa cuál sea su tendencia política: la Universidad de Buenos Aires
es un mosaico de todas. Lo que no me parece correcto es que se conduzca en base a
esas alianzas y a esas afiliaciones. Hay que conducir la Universidad sobre la base de
ideas específicamente universitarias. Hay que saber qué quiere cada uno para para la
institución, no a qué partido pertenece. Poco tiempo atrás, en la UBA ya ni se discutía a
qué partido se pertenecía, sino a qué circunscripción, o a qué comité o a qué unidad
básica. Eso, obviamente, degrada cualquier debate.
· La UBA se enfrenta, como todas las universidades nacionales, con severísimos
problemas de financiamiento. Tradicionalmente, usted fue un defensor del no
arancelamiento de los estudios. ¿Sigue pensando lo mismo desde que es rector?
—Cada vez estoy más convencido de que el arancel no resuelve el problema del
financiamiento. Ningún arancel reemplaza la dimensión del desinterés social por la
Universidad. Déjeme citarle cifras contundentes. El presupuesto de la Universidad de
Buenos Aires, es decir, lo que recibe del Estado, es por año alrededor de 100 millones de
dólares. El presupuesto de la Universidad de San Pablo, que tiene 70 mil estudiantes —
nosotros tenemos casi 300 mil— es de alrededor de 440 millones de dólares. Vale decir:
cuatro veces menos alumnos, cuatro veces más presupuesto. Y estoy hablando de San
Pablo, no de California ni de París. El total de las universidades argentinas recibe
alrededor de 500, 600 millones de dólares de presupuesto. Es decir: las 37 universidades
reciben poco más que una sola universidad de Brasil. Tomemos la Universidad Nacional
Autónoma de México: tiene aproximadamente la misma cantidad de alumnos que la UBA y
recibe por año 1.400 millones de dólares. Le repito: nosotros, 100 millones. Me parece que
está claro lo que está pasando. Semejantes diferencias no se recuperan con ningún
arancel. Por otro lado, no hay universidad seria en el mundo que se mantenga sólo con
aranceles. Si las grandes universidades norteamericanas como Harvard o Yale carecieran
del aporte que hace el gobierno federal o los gobiernos estatales, cerrarían mañana
mismo. Me parece que hay que tener claro esto en un contexto de grave restricción
económica como la argentina, cuando los grupos sociales que acceden a la Universidad
son, en general, de los más castigados, porque provienen de la clase media que tiene
tantas dificultades para sobrevivir hoy. Por eso discutir sobre aranceles no es ético ni
relevante. Sobre todo porque es incorrecto plantear la educación universitaria como un
bien personal.
· ¿No lo es?
—No lo creo. A mí me parece que a la Argentina, a cada uno de nosotros, nos conviene
que tengamos gente mejor formada. Porque no vivimos solos, sino con los demás. No se
sostiene esa idea egoísta de que la educación es un bien personal y que la sociedad le
paga los estudios a alguien para que sea más rico. Me parece que la sociedad lo hace
para que todos mejoremos. Por otra parte, se habla de la gratuidad de la enseñanza y
todos sabemos que no es tal: la gente invierte mucho para que un hijo pueda ir la
Universidad. Hay un concepto que me gustaría transmitir: el de la gratuidad con
responsabilidad. Una cosa exige la otra. Hablo de responsabilidad de profesores y
estudiantes. No puede ser que la Universidad sea concebida como una especie de club
social al que se va cuando se quiere o cuando se puede. Me parece que es importante que
la persona que accede a un aula universitaria tome esa posibilidad —que le da el conjunto
de la sociedad con mucho esfuerzo— con la más absoluta seriedad. En ese sentido, hay
cosas por hacer en el terreno de la regularidad en los estudios, de la continuidad, de la
exigencia. Damos pero también hay que exigir, en nombre de la sociedad que avala la
gratuidad.
· El sociólogo francés Pierre Bourdieu solía decir que la universidad es un campo
de batalla. ¿Cómo le está yendo en la pelea?
—Sí, siento que estoy en un campo de batalla y me parece espléndido, porque yo también
comparto esa idea de Bourdieu. Lo que me preocupa es la calidad de la batalla.
Merecemos que la batalla se dé con herramientas intelectuales de mejor calidad que las
que tenemos hoy. Me preocupa ver que, en comparación con veinte o treinta años atrás,
todos los protagonistas de esta batalla somos de menor calidad y todos los temas por los
que confrontamos se han ido degradando. La universidad no está al margen de nuestra
decadencia nacional.
COPYRIGHT CLARIN, 2003.
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