For we observed his star at its rising and have come to pay homage

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The Evangelical Lutheran Church
in Jordan and the Holy Land (ELCJHL)
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Navidad 2009
Miramos al cielo con esperanza,
y nos movemos al futuro en fe
“Al ver la estrella, se llenaron de alegría” (Mt 2.10).
Millones de estrellas brillaban en el cielo. Tres hombres sabios del este –«seguidores de estrellas»,
algunos los llamarían- estudiaban una estrella específica. Como sus contemporáneos, creían que cada
persona al nacer recibía una estrella: Las personas importantes, pensaban, recibían una estrella brillante, y
la gente común, alguna insignificante. Interesados en observar las estrellas, y aun más importante,
movidos por el deseo de alcanzar sabiduría y entendimiento, no se conformaron con mirar las estrellas de
lejos.
Estoy seguro que esos hombres sabios tenían un número razonable de razones para no seguir la estrella,
como el tiempo, los costos de viaje, los peligros del camino, y sus responsabilidades en el instituto de
ciencias en el cual que trabajaban. Fácilmente pudieron haberse quedado en sus casas y haber continuado
sus responsabilidades cotidianas, quizá publicando ensayos sofisticados o presentando conferencias
populares en torno a los extraordinarios fenómenos celestiales.
Pero no hay viaje sin salida. Y los hombres sabios salieron con anhelos y deseos, en un sentido,
representando a la gente de Dios de todos los tiempos, que salen en pos de un deseo o un anhelo. Todo lo
que tenían era una estrella, inalcanzable e intocable, que era, a la vez, una señal de esperanza. Movidos
por esa esperanza, tuvieron el valor de levantar los ojos del suelo, de lo que tenía sus mentes ocupadas
diariamente, para arriesgarse a un viaje y ver el cumplimiento de una profecía.
El día de hoy, millones de personas están descubriendo que los diferentes «ismos» --p.ej., capitalismo,
racismo, consumismo, materialismo, extremismo—están vacíos. La gente se percata que en la vida hay
más que ser un consumidor para satisfacer las demandas del mercado. La narración bíblica de los tres
sabios del oriente nos recuerda que la búsqueda espiritual es universal. Como seres humanos, tenemos la
urgente necesidad de anclar nuestras vidas en la esperanza de un Dios viviente, que actúa en medio de la
historia. El relato de los sabios nos anima a ver la estrella como un símbolo de esperanza, para satisfacer
nuestro deseo de tener un mundo mejor, que es posible y alcanzable.
Nuestra esperanza más profunda puede fácilmente quedar enterrada en los escombros de la vida diaria,
como enfermedad, desempleo, soledad, pobreza, violencia, divisiones eclesiásticas, problemas
familiares… Hay muchas razones para perder la esperanza, aunque no podemos darnos el lujo de la
desesperanza. Hoy más que nunca la gente está buscando al Dios viviente. Las personas están buscando
la seguridad que proviene del amor y de la justicia de Dios. Buscan tener un encuentro con el Dios vivo.
Esa es la razón por la cual debemos preguntar, ¿si la iglesia, tanto local como global, está respondiendo a
las necesidades de sus feligreses? ¿Permitimos que nuestra gente busque en muchas estrellas interesantes,
o les ayudamos a seguir la estrella especial que les conduce al pesebre de Belén? De manera simple: La
gente está en búsqueda de una espiritualidad contextual que se fundamente en la esperanza.
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Al mismo tiempo, nosotros no producimos ni compramos la esperanza. La esperanza no es el resultado de
una decisión cognitiva. Pero lo que podemos y debemos hacer es abrirnos a la estrella de la esperanza,
que nos lleva a las buenas nuevas de Cristo y nos brinda una nueva esperanza. Es nuestro llamado como
cristianos que ministramos a otras personas: Estar preparados para dar razón de nuestra esperanza (1 P
3.15).
Entonces, movidos por esa esperanza, los tres sabios siguieron la estrella de la esperanza, sin saber a
dónde les llevaría, o dónde el viaje culminaría. Ellos no sabían dónde estarían el próximo día. Sin
embargo, siguieron adelante con los ojos levantados hacia la estrella no mirando al suelo. Aparentemente,
la ubicación exacta del nacimiento era desconocida. Por esa razón, los sabios intentaron encontrar al niño
donde muchos de nosotros buscaríamos también, en Jerusalén: El centro regional del poder político, el
hogar de la aristocracia, la clase sacerdotal y los consejeros del rey, la santa ciudad donde habitaba Dios.
Sin embargo, inmediatamente la empresa quedó frustrada: La persona que buscaban no estaba allí… Y
esa realidad trajo las siguientes preguntas: ¿Dónde esperamos la llegada de lo nuevo? ¿Dónde esperamos
los cambios significativos para lo mejor? ¿Dónde, en este mundo complejo y desafiante, ponemos nuestra
esperanza? Viendo CNN, Al Jazeera o el canal alemán Welle podemos perder el rastro de la estrella. Al
escuchar a los políticos y las personas que deciden, nos percatamos que están cautivos en el sistema
presente y en sus propios intereses. Ponemos nuestras expectativas en ellos, pero rápidamente nos
percatamos que, como Herodes, están interesados en el poder y los votos, no en la justicia: Palacios,
poder, culto, poder militar…
La buena noticia de la Navidad cristiana nos enseña que nuestra esperanza no puede estar puesta en esas
cosas sino, que tontería, en algo aparentemente marginal, silencioso e insignificante. En el libro del
profeta Zacarías, leemos que Dios viene de forma humilde, cabalgando sobre un pollino, para terminar
con las maquinarias de guerra y trayendo paz a las naciones (Zac 9.9-10). Eso me recuerda un viaje
reciente a Bangladesh, donde encontré en la pobreza y la humildad de la gente, un sentido renovado y
fresco de humanidad.
Aunque habían llegado a un lugar sin salida, los hombres sabios no declararon su fracaso. Ellos fueron lo
suficientemente valientes para admitir que, aunque no habían llegado aún al lugar, debían comenzar su
viaje nuevamente. Ellos fueron lo suficientemente valerosos para mantener la esperanza y alzar sus ojos
nuevamente hacia la estrella, dejando atrás tanto sus presupuestos como la sabiduría de la gente poderosa.
Continuaron su peregrinar junto a la estrella, y salieron de nuevo hacia el futuro. E, interesantemente,
cuando dejaron atrás la ciudad del Templo y se abrieron nuevamente al viaje, la estrella nuevamente se
hizo evidente, pues iba delante de ellos.
Yo estoy muy impresionado por el cambio de rumbo de los sabios. ¡Qué contraste en relación a Herodes,
y sus sabios y escribas! Aunque ellos conocían la profecía, permanecieron en Jerusalén, estáticos,
cautivos en sus propias preconcepciones y privilegios, incapaces de comenzar un peregrinar. Por esa
razón no pudieron ver al hijo de Dios recién nacido.
Esa es una gran lección para todos nosotros este año. Muchos tratamos se seguir la estrella de la
esperanza, pero experimentamos el «todavía no» del reino de Dios… Nosotros también notamos que
estamos como en un callejón sin salida, no hemos hallado aún al recién nacido… Nosotros también nos
sentimos atraídos por los centros de poder, influencia y estatus.
La primera década del tercer milenio revela nuestros cautiverios… La pobreza es aun un gran escándalo
mundial. Las manifestaciones del calentamiento global han llegado a niveles peligrosos, con millones de
vidas en peligro, particularmente en el hemisferio sur… Las guerras y la violencia son omnipresentes…
Las epidemias y las pandemias están proliferando… Las naciones almacenan armamentos convencionales
y no-convencionales… El extremismo político y religioso está en aumento…
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Vivir en la Tierra Santa es también una experiencia desafiante. Las realidades que vemos diariamente no
son fuente de esperanza. El «todavía no» que está de forma continua en nuestras vidas diarias causa
sentimientos de desesperanza e impotencia. Libertad, seguridad y justicia son valores que no se
encuentran, y por esa razón muchos cristianos palestinos se deprimen y deciden emigrar.
En un tiempo como éste, de desesperanza, un grupo ecuménico palestino lanzó un documento llamado
«El momento de la verdad» (http://kairospalestine.ps). El documento Kairos llama al pueblo a
mantenerse firme en la palabra de fe, esperanza y amor, y a reconocer su responsabilidad ante Dios y los
vecinos.
Ciertamente tanto palestinos como israelíes están muriendo en búsqueda de justicia, seguridad y
reconciliación. Ambos grupos esperan un «salvador» que les libre de esta situación. Ambos anhelan
signos de esperanza. Al momento, están viviendo en un impase peligroso de desesperanza y depresión, y
en consecuencia, se acusan unos a los otros por la falta de una visión común de justicia y paz. Esos
deseos son como un pozo, que por años ha dado aguas, pero ahora se ha secado. Al sufrir y resistir las
muchas implicaciones y dificultades del conflicto, estos pueblos se sienten secos, al igual que los pozos
de agua, que por la falta de lluvia se han secado.
Estamos consientes que nosotros no somos las únicas personas que tenemos la necesidad de nuevas
esperanzas para nuestros pozos. Al celebrar la Navidad y recordar a los hombres sabios, debemos
acercarnos a esta temporada festiva con nuevos enfoques. Vamos a buscar la estrella de la esperanza y
aprender de los sabios, que no abandonaron la esperanza ni abandonaron el viaje. Al mismo tiempo, no
podemos perder de vista las realidades del terreno, pues hemos sido llamados a llevar las buenas noticias
a los pobres, a proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, y poner en libertad a los oprimidos
(Lc 4.18).
La hermana Emmanuelle era una monja católica belga que por muchos años trabajó con los zabaleen, los
recolectores de basura que vivían en los barrios marginales de El Cairo, Egipto. Con regularidad le
preguntaban, cómo sacaba las fuerzas y la confianza para llevar a efecto su ministerio, en medio de ese
ambiente lleno de enfermedad, pobreza y muerte. Ella respondía: Con los pies en el barro, y los ojos en
las estrellas…
Cuando los hombres sabios se percataron que la estrella se había detenido, se llenaron de gozo.
Vulnerables y expectativos, finalmente llegaron al pesebre, a donde la estrella los había guiado. Al
celebrar la Navidad, debemos escuchar nuevamente esta narración, que nos invita a emprender un viaje
largo de esperanza. Vamos a comenzar el peregrinar fundamentados en el mensaje de amor incondicional
de Dios, como testifica la vida, muerte y resurrección del niño recién nacido. Si miramos solamente el
terreno y el piso, nos podemos desilusionar y quedar atrapados en las contradicciones y dudas de este
mundo. Inclusive, aunque seamos llamados tontos, o no haya soluciones a simple vista, debemos tener el
valor de alzar nuestros ojos y mirar la estrella de la esperanza, para ser inspirados y guiados nuevamente
por las buenas nuevas de la Navidad. Escuchen el mensaje: No tengan miedo, porque les traigo nuevas de
gran gozo que será para todo el pueblo. Que ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, Cristo el
Señor (Lc 2.10).
¡Que tengan todos una feliz Navidad
y un bendecido Año Nuevo!
+Obispo Dr. Munib A. Younan
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