Historia medieval: conceptos generales

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INTRODUCCION
Es el termino convencional que se utiliza para el periodo de la historia europea, que abarca desde el colapso
de la civilización romana en el s. V hasta fines del s, XV.
Los limites cronológicos en la periodizacion histórica son artificiales pero necesarios para delimitar el estudio.
Para dividir este extenso periodo se distingue la Alta Edad Media, entre los ss. V y XII y la Baja Edad Media
del s. XIII al s. XV.
El termino se debe a los eruditos de los ss. XV y XVI, que se refirieron a esta época como Medium aevum
(medievo), pues se veían a si mismos como los lideres del Renacimiento, exponentes de une nueva
mentalidad, de una cultura y de una civilización que desde su punto de vista habían estado en la oscuridad,
después del declive de la cultura grecorromana en Occidente. La Edad Media se entendía como un oscuro
periodo de transito. A inicios del s. XVII se definió a la Edad Media como el periodo histórico que barca
desde el fin de la antigüedad clásica hasta el renacimiento del s. XV, y fue un profesor de historia, C. Keller,
quien en 1.688 publicó una obra en la que utilizaba el termino. A finales del s. XVIII, los historiadores
europeos empezaron a valorar esta época de un modo distinto. Descubrieron que es el momento en que se
formaron las naciones, influidos por los nacionalismos emergentes y las ideas del romanticismo.
La Edad Media esta marcada por la emergencia de Europa como unidad sociocultural, el ascenso y posterior
declive de una distintiva civilización cristiana y por el casi conseguido intento de la Iglesia de funcionar a la
manera de un Estado mundial, sucediendo así al desaparecido imperio romano.
En muchos aspectos los tiempos medievales nos parecen remotos y misteriosos, poblados de caballeros y
damas, reyes y obispos. Pero las ciudades, los Estados, los Parlamentos, los sistemas bancarios y las
universidades europeas tienen sus raíces en esa época, y buena parte del paisaje esta todavía dominada por los
grandes castillos y las catedrales medievales.
En el s. V el imperio Romano se fue desmoronando ante el empuje de las tribus germánicas del norte que
invadieron sus fronteras, destruyendo las ciudades y las rutas comerciales. Los sajones se instalaron en Gran
Bretaña, los francos se apoderaron de las Galias (Francia), y los godos invadieron la propia Italia (ostrogodos)
y España (visigodos). El año 476 perdió su trono él ultimo emperador romano, Rómulo Augústulo. Estos
siglos de desordenes se han conocido con el nombre de Tiempos Oscuros , si bien no era una descripción
acertada. Bajo el emperador Justiniano I, la capital bizantina de Constantinopla se convirtió en una de las
ciudades más esplendorosas del mundo. En el s. VIII, el notable gobernante franco Carlomagno (747−814)
logro reunir gran parte de Europa, fomentando la difusión de la cultura y cristianismo en su imperio.
El rey cristiano Carlomagno ayudó al Papa a contener la invasión de Italia por los Bárbaros; el año 800 el
Papa, agradecido, le corono Sacro emperador Romano . Europa estuvo amenazada por invasores durante los
ss. IX y X; los normandos hacían incursiones en las costas del norte, y los fogosos magiares presionaban
desde el Asia central. Pero gradualmente fueron surgiendo nuevas naciones. Las tierras de los francos se
convirtieron en Francia; Alfredo el Grande (871−899) derroto a los normandos y pasó a ser Rey de Inglaterra,
y Otón I de germanía rechazo a los magiares.
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La Vida Medieval
La sociedad medieval estaba organizada en base a un sistema feudal (entrega de bienes a cambio de servicios).
La persona con potestad para otorgar tierras era el Rey y los nobles, obispos, etc., a cambio le ofrecían su
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ayuda con soldados en tiempos de guerra.
Estos nobles, generalmente los más importante, juraban fidelidad al Rey, en un acto llamado homenaje, en el
cual el noble se arrodillaba ante el Rey, y a raíz del cual se convertía en vasallo (servidor del Rey). Estos a su
vez repartían las tierras entre otros nobles más inferiores o caballeros, que se convertían en vasallos suyos.
En el escalón más bajo se encontraban los campesinos que trabajaban la tierra y estaban vinculados a ella
(siervos de la gleba) con pocos derechos, escasa propiedad y ningún vasallo.
Según las leyes medievales, un campesino no era dueño de sí mismo. Todo cuanto poseía, incluida la comida,
pertenecía al señor del feudo. Estaban obligados a trabajar para su señor. En Gran Bretaña, a cambio de su
trabajo, se les concedía una pequeña parcela de tierra para cultivo propio. Les estaba prohibido marcharse del
feudo sin permiso. La única forma que tenía un campesino de conseguir su libertad era ahorrar lo suficiente
para poder comprarse un lote de tierras o casarse con una persona libre.
La labranza y la cría del ganado era un trabajo que absorbía toda la jornada. El 90% de la población vivía del
campo y trabajaba la tierra.
En Gran Bretaña existían los manors, que estaban formados por una aldea, la casa señorial o el castillo del
señor, una iglesia y las tierras circundantes. El que gobernaba la comunidad era el manor, y éste se encargaba
de nombrar a personas que se encargaran de velar porque los aldeanos cumplieran con sus obligaciones. El
señor también ejercía de juez y tenía el poder de multar a quienes quebrantaban las leyes establecidas.
Los manors se encontraban aislados, por lo que los aldeanos debían fabricarse todo aquello que necesitaban.
Muy pocos tributos eran traídos de fuera, prácticamente lo único que llegaba del exterior eran la sal, para la
conservación de la carne, y el hierro, para fabricar herramienta. Solían recibir visitas de los buhoneros, los
peregrinos, los soldados, y muy pocas personas salían de la aldea.
Los hogares medievales no tenían nada que ver con lo que conocemos hoy. El campesino pasaba la mayor
parte de la jornada fuera de casa. Las casas tenían muchas corrientes de aire y escasa luz. Las ventanas no
tenían cristales. Para alumbrarse, pelaban un junco y lo mojaban en manteca, y eso ardía como una vela. Los
suelos de tierra se solían desgastar a fuerza de barrerlos. La vida doméstica era muy habitual. Las familias
comían, dormían y pasaban su tiempo libre juntas.
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Por contra las casas de los ricos eran mucho más complicadas. Hacia el siglo XIII, algunos nobles tenían un
recinto privado para su familia: el aposento. Los suelos se cubrían con baldosas adornadas y los muros con
tapices. En las casas de los pobres las ventanas se cerraban con porticones de madera, mientras que en las de
los ricos se hacía con ventanas translúcidas, de varillas cruzadas cubiertas de tela empapada en resina y sebo.
Otra diferencia entre las clases era la comida: los pudientes podían permitirse una gran variedad de comida,
incluyendo los frutos secos, las almendras y las especias asiáticas, que eran productos muy caros. Los menos
pudientes comían pan moreno (muy tosco hecho de trigo y centeno o avena), verduras de huerta y carne, en
especial cerdo, de sus existencias caseras. En invierno se surtían de la carne y el pescado que habían
conservado con sal. Las vacas, las ovejas y las cabras suministraban la leche necesaria para elaborar los
alimentos lácteos, llamados platos blancos.
En cuanto al aseo personal, el gran salto cuantitativo se produce como consecuencia de la aparición de las
grandes epidemias. El agua se convierte en la culpable de los contagios entre los cuerpos, porque a través de
los poros de la piel se puede acceder a todos los órganos. La inquietud que despierta el empleo del agua en esa
época provoca la modificación de las costumbres higiénicas, centradas ahora en la limpieza en seco. El
empleo del líquido elemento se restringe a manos y boca. En estas condiciones, la proliferación de piojos y
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pulgas se convierte en una consecuencia inevitable de la época que, curiosamente, nunca se asoció a la falta de
higiene. Se creía que nacían de las secreciones de la piel. En el siglo XIV el problema llega a ser tal que
emerge una nueva condición laboral: mujeres profesionales dedicadas al despiojamiento. Para librarse de las
pulgas y chinches, éstas se introducían en barriles y se apretaban, en la firme convicción de que a falta de luz
y aire morirían.
Los criterios de limpieza en la Edad Media insisten en asear lo que se ve: manos y rostro. Esta actitud explica
la importancia que, desde hace siglos, tiene la blancura de la ropa.
El Feudalismo
Sistema social, político y económico dominante en la Europa occidental durante la Edad Media, que se basaba
en la constitución del feudo y el señorío. En su sentido estricto, es un régimen económico y social
caracterizado por unas relaciones jurídicas muy específicas entre el señor y el vasallo, característico de Europa
en la Edad Media. La concepción marxista del término, más amplia en el tiempo y en el espacio, lo define
como un modo de producción en el que el señor se apropia por medios extraeconómicos de la producción del
vasallo, en un contexto caracterizado por el bajo nivel técnico de la agricultura y por un mercado muy
limitado cuando no inexistente, y entiende que se mantuvo hasta la aparición del capitalismo. En este sentido
se equipara el feudalismo con el régimen señorial. Fue la Francia de la Revolución la primera en abolir el
feudalismo, proceso que siguieron la mayoría de países europeos en las revoluciones burguesas del s. XIX.
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Desarrollo del feudalismo
El feudalismo nació de la síntesis del mundo romano y de los pueblos germánicos en el marco de una
sociedad agraria. La primera etapa de la formación del feudalismo se produjo en las postrimerías del Imperio
romano, cuando los colonos y pequeños propietarios buscaron la protección de los grandes señores, a los que
entregaban a cambio sus propiedades y prometían fidelidad. Su núcleo inicial fue el territorio situado entre los
ríos Loira y Mosa, desde donde se expandió por Alemania, el norte de Italia, la península Ibérica y más tarde
el sur de Italia e Inglaterra. El vasallaje como red de fidelidades entre los magnates y los guerreros era una
institución germánica que se convirtió en la estructura básica de la sociedad feudal al desintegrarse el Imperio
carolingio (s. X). Las instituciones feudales y de vasallaje garantizaban la hegemonía de las clases dominantes
(nobleza y clero) gracias a la creación de una red de dependencias y de una fuerza militar.
Las relaciones feudales
En la ceremonia de homenaje, el vasallo juraba fidelidad y prometía la prestación de determinados servicios
militares y de corte al señor a cambio de protección y, en ocasiones, era investido con un feudo (beneficio)
por su señor, creándose así una estructura piramidal de soberanías presidida por el rey. El vínculo de vasallaje
era indisoluble y con el tiempo se convertiría en hereditario. El sustento económico del sistema era el trabajo
agrícola del campesinado, sometido a sus señores por vínculos de dependencia. El sistema feudal alcanzó su
plenitud en los ss. XI−XII en el reino franco, y en cada país se desarrolló con unas características propias. Las
relaciones feudales y de vasallaje fueron desapareciendo a partir del s. XV.
El feudalismo en la península Ibérica
En el caso de la península Ibérica, la sociedad feudal no llegó a su pleno desarrollo en los reinos castellano y
asturiano por las especiales condiciones históricas que provocó la Reconquista, aunque sí existieron el
régimen señorial e instituciones feudales como el homenaje, el beneficio y la inmunidad, en especial en los ss.
XII−XIII. En Cataluña, como resultado de su vinculación con el Imperio carolingio, sí puede hablarse de
sociedad plenamente feudal, con el conde de Barcelona en lo más alto de la jerarquía formada por vizcondes y
barones dotados de feudos (honores, baronías, castillos) que a su vez tenían sus propios feudatarios. Todas las
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prácticas relativas a la sociedad feudal se recopilaron en corpus como los «Usatges».
La Iglesia
La única institución europea con carácter universal fue la Iglesia, pero incluso en ella se había producido una
fragmentación de la autoridad. Todo el poder en el seno de la jerarquía eclesiástica estaba en las manos de los
obispos de cada región. El papa tenía una cierta preeminencia basada en el hecho de ser sucesor de san Pedro,
primer obispo de Roma, a quien Cristo le había otorgado la máxima autoridad eclesiástica. No obstante, la
elaborada maquinaria del gobierno eclesiástico y la idea de una Iglesia encabezada por el papa no se
desarrollarían hasta pasados 500 años. La Iglesia se veía a sí
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misma como una comunidad espiritual de creyentes cristianos, exiliados del reino de Dios, que aguardaba en
un mundo hostil el día de la salvación. Los miembros más destacados de esta comunidad se hallaban en los
monasterios, diseminados por toda Europa y alejados de la jerarquía eclesiástica.
En el seno de la Iglesia hubo tendencias que aspiraban a unificar los rituales, el calendario y las reglas
monásticas, opuestas a la desintegración y al desarrollo local. Al lado de estas medidas administrativas se
conservaba la tradición cultural del Imperio romano. En el siglo IX, la llegada al poder de la dinastía
Carolingia supuso el inicio de una nueva unidad europea basada en el legado romano, puesto que el poder
político del emperador Carlomagno dependió de reformas administrativas en las que utilizó materiales,
métodos y objetivos del extinto mundo romano.
El poder papal
Durante la alta edad media la Iglesia católica, organizada en torno a una estructurada jerarquía con el papa
como indiscutida cúspide, constituyó la más sofisticada institución de gobierno en Europa occidental. El
Papado no sólo ejerció un control directo sobre el dominio de las tierras del centro y norte de Italia sino que
además lo tuvo sobre toda Europa gracias a la diplomacia y a la administración de justicia (en este caso
mediante el extenso sistema de tribunales eclesiásticos). Además las órdenes monásticas crecieron y
prosperaron participando de lleno en la vida secular. Los antiguos monasterios benedictinos se imbricaron en
la red de alianzas feudales. Los miembros de las nuevas órdenes monásticas, como los cistercienses,
desecaron zonas pantanosas y limpiaron bosques; otras, como los franciscanos, entregados voluntariamente a
la pobreza, pronto empezaron a participar en la renacida vida urbana. La Iglesia ya no se vería más como una
ciudad espiritual en el exilio terrenal, sino como el centro de la existencia. La espiritualidad altomedieval
adoptó un carácter individual, centrada ritualmente en el sacramento de la eucaristía y en la identificación
subjetiva y emocional del creyente con el sufrimiento humano de Cristo. La creciente importancia del culto a
la Virgen María, actitud desconocida en la Iglesia hasta este momento, tenia el mismo carácter emotivo.
La nueva espiritualidad
Aunque este desarrollo filosófico fue importante, la espiritualidad de la baja edad media fue el auténtico
indicador de la turbulencia social y cultural de la época. Esta espiritualidad estuvo caracterizada por una
intensa búsqueda de la experiencia directa con Dios, bien a través del éxtasis personal de la iluminación
mística, o bien mediante el examen personal de la palabra de Dios en la Biblia. En ambos casos, la Iglesia
orgánica tanto en su tradicional función de intérprete de la doctrina como en su papel institucional de guardián
de los sacramentos no estuvo en disposición de combatir ni de prescindir de este fenómeno.
Toda la población, laicos o clérigos, hombres o mujeres, letrados o analfabetos, podían disfrutar
potencialmente una experiencia mística. Concebida ésta como un don divino de carácter personal, resultaba
totalmente independiente del rango social o del nivel de educación pues era indescriptible, irracional y
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privada. Por otro lado, la lectura devocional de la Biblia produjo una percepción de la Iglesia como institución
marcadamente diferente a la de anteriores épocas en las que se la consideraba
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como algo omnipresente y ligado a los asuntos terrenales. Cristo y los apóstoles representaban una
imagen de radical sencillez y al tomar la vida de Cristo como modelo de imitación, hubo personas que
comenzaron a organizarse en comunidades apostólicas. En ocasiones se esforzaron por reformar la Iglesia
desde su interior para conducirla a la pureza y sencillez apostólica, mientras que en otras ocasiones se
desentendieron simplemente de todas las instituciones existentes.
En muchos casos estos movimientos adoptaron una postura apocalíptica o mesiánica, en particular entre los
sectores más desprotegidos de las ciudades bajomedievales, que vivían en una situación muy difícil. Tras la
aparición catastrófica de la peste negra, en la década de 1340, que acabó con la vida de una cuarta parte de la
población europea, bandas de penitentes, flagelantes y de seguidores de nuevos Mesías recorrieron toda
Europa, preparándose para la llegada de la nueva época apostólica.
Esta situación de agitación e innovación espiritual desembocaría en la Reforma protestante; las nuevas
identidades políticas conducirían al triunfo del Estado nacional moderno y la continua expansión económica y
mercantil puso las bases para la transformación revolucionaria de la economía europea. De este modo las
raíces de la edad moderna pueden localizarse en medio de la disolución del mundo medieval, en medio de su
crisis social y cultural.
La Inquisición
Fue una institución judicial creada por el pontificado en la edad media, con la misión de localizar, procesar y
sentenciar a las personas culpables de herejía. En la Iglesia primitiva la pena habitual por herejía era la
excomunión. Con el reconocimiento del cristianismo como religión estatal en el siglo IV por los emperadores
romanos, los herejes empezaron a ser considerados enemigos del Estado, sobre todo cuando habían provocado
violencia y alteraciones del orden público. San Agustín aprobó con reservas la acción del Estado contra los
herejes, aunque la Iglesia en general desaprobó la coacción y los castigos físicos.
Orígenes
En el siglo XII, en respuesta al resurgimiento de la herejía de forma organizada, se produjo en el sur de
Francia un cambio de opinión dirigida de forma destacada contra la doctrina albigense. La doctrina y práctica
albigense parecían nocivas respecto al matrimonio y otras instituciones de la sociedad y, tras los más débiles
esfuerzos de sus predecesores, el papa Inocencio III organizó una cruzada contra esta comunidad. Promulgó
una legislación punitiva contra sus componentes y envió predicadores a la zona. Sin embargo, los diversos
intentos destinados a someter la herejía no estuvieron bien coordinados y fueron relativamente ineficaces. La
Inquisición en sí no se constituyó hasta 1231, con los estatutos Excommunicamus del papa Gregorio IX. Con
ellos el papa redujo la responsabilidad de los obispos en materia de ortodoxia, sometió a los inquisidores bajo
la jurisdicción del pontificado, y estableció severos castigos. El cargo de inquisidor fue confiado casi en
exclusiva a los franciscanos y a los dominicos, a causa de su mejor preparación teológica y su supuesto
rechazo de las ambiciones mundanas. Al poner bajo dirección pontificia la persecución de los herejes,
Gregorio IX actuaba en
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parte movido por el miedo a que Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano, tomara la iniciativa y la
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utilizara con objetivos políticos. Restringida en principio a Alemania y Aragón, la nueva institución entró
enseguida en vigor en el conjunto de la Iglesia, aunque no funcionara por entero o lo hiciera de forma muy
limitada en muchas regiones de Europa.
Dos inquisidores con la misma autoridad nombrados directamente por el Papa eran los responsables de cada
tribunal, con la ayuda de asistentes, notarios, policía y asesores. Los inquisidores fueron figuras que disponían
de imponentes potestades, porque podían excomulgar incluso a príncipes. En estas circunstancias sorprende
que los inquisidores tuvieran fama de justos y misericordiosos entre sus contemporáneos. Sin embargo,
algunos de ellos fueron acusados de crueldad y de otros abusos.
Procedimientos
Los inquisidores se establecían por un periodo definido de semanas o meses en alguna plaza central, desde
donde promulgaban órdenes solicitando que todo culpable de herejía se presentara por propia iniciativa. Los
inquisidores podían entablar pleito contra cualquier persona sospechosa. A quienes se presentaban por propia
voluntad y confesaban su herejía, se les imponía penas menores que a los que había que juzgar y condenar. Se
concedía un periodo de gracia de un mes más o menos para realizar esta confesión espontánea; el verdadero
proceso comenzaba después.
Si los inquisidores decidían procesar a una persona sospechosa de herejía, el prelado del sospechoso publicaba
el requerimiento judicial. La policía inquisitorial buscaba a aquellos que se negaban a obedecer los
requerimientos, y no se les concedía derecho de asilo. Los acusados recibían una declaración de cargos contra
ellos. Durante algunos años se ocultó el nombre de los acusadores, pero el papa Bonifacio VIII abrogó esta
práctica. Los acusados estaban obligados bajo juramento a responder de todos los cargos que existían contra
ellos, convirtiéndose así en sus propios acusadores. El testimonio de dos testigos se consideraba por lo general
prueba de culpabilidad.
Los inquisidores contaban con una especie de consejo, formado por clérigos y laicos, para que les ayudaran a
dictar un veredicto. Les estaba permitido encarcelar testigos sobre los que recayera la sospecha de que estaban
mintiendo. En 1252 el papa Inocencio IV, bajo la influencia del renacimiento del Derecho romano, autorizó la
práctica de la tortura para extraer la verdad de los sospechosos. Hasta entonces este procedimiento había sido
ajeno a la tradición canónica.
Los castigos y sentencias para los que confesaban o eran declarados culpables se pronunciaban al mismo
tiempo en una ceremonia pública al final de todo el proceso. Era el sermo generalis o auto de fe. Los castigos
podían consistir en una peregrinación, un suplicio público, una multa o cargar con una cruz. Las dos lengüetas
de tela roja cosidas en el exterior de la ropa señalaban a los que habían hecho falsas acusaciones. En los casos
más graves las penas eran la confiscación de propiedades o el encarcelamiento. La pena más severa que los
inquisidores podían imponer era la de prisión perpetua. De esta forma la entrega por los inquisidores de un reo
a las autoridades civiles, equivalía a solicitar la ejecución de esa persona.
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Aunque en sus comienzos la Inquisición dedicó más atención a los albigenses y en menor grado a los
valdenses, sus actividades se ampliaron a otros grupos heterodoxos, como la Hermandad, y más tarde a los
llamados brujas y adivinos. Una vez que los albigenses estuvieron bajo control, la actividad de la Inquisición
disminuyó, y a finales del siglo XIV y durante el siglo XV se supo poco de ella. Sin embargo, a finales de la
edad media los príncipes seculares utilizaron modelos represivos que respondían a los de la Inquisición.
La Tortura
La cara oculta de la historia es la tortura. Varios de los elementos utilizados durante la Edad Media para
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realizar estas salvajadas fueron:
EL POTRO: La víctima era atada a los extremos y después se tiraba de las cuerdas hasta que los miembros se
descoyuntaban. Fue utilizado sobre todo en Francia y Alemania, durante los tiempos de la Inquisición.
EL APLASTACABEZAS: Destinado a comprimir y reventar los huesos del cráneo. La barbilla de la víctima
se colocaba en barra inferior, y el casquete era empujado hacia abajo por el tornillo. Los efectos de este
artilugio son, en primer lugar, la ruptura de los alvéolos dentarios, después las mandíbulas y por último el
cerebro se escurre por la cavidad de los ojos y entre los fragmentos del cráneo.
EL TORMENTO DE LA RATA: Sobresalía por su refinamiento. También fue utilizado por la Inquisición,
pero su existencia se conoce desde los tiempos de la antiguo China. Consistía en colocar una rata sobre el
abdomen del torturado, encerrada en una jaula abierta por abajo, mientras los verdugos la hacían rabiar con
palos ardiendo, de forma que el animal tenía que buscar una salida y a mordiscos abría un túnel en las tripas
del condenado, llegando, a veces, a salir por otro lado del cuerpo.
LAS JAULAS COLGANTES: Hasta finales del Siglo XVIII, en los paisajes urbanos Europeos, era habitual
encontrar jaulas de hierro y madera, adosadas al exterior de los edificios municipales, palacios ducales o de
justicia, etc. Los reos, desnudos o semidesnudos, eran encerrados en las mismas. Morían de hambre y sed, por
el mal tiempo y el frío en invierno; por el calor y las quemaduras solares en verano. A veces, las víctimas
habían sido torturadas o mutilados como escarmiento. No solo significaban una incomodidad tal que hacían
imposible al preso dormir o relajarse, ya que estaban atados a los barrotes de las mismas. A veces se
introducían en ellas gatos salvajes, a los que los verdugos azuzaban con varillas al rojo vivo, o se encendían
fogatas debajo para abrasar al condenado.
LA DONCELLA DE HIERRO: Aun había otros artilugios como la doncella de hierro, esos ataúdes que eran
piezas de exquisita artesanía por fuera y por dentro. Por fuera por la gran cantidad de grabados y relieves que
adornaban su superficie; por dentro, por la espectacular colección de pinchos, dirigidos a puntos concretos del
cuerpo, que se iban clavando lentamente sobre el
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inquilino, a medida que se cerraba la puerta. Los clavos eran desmontables, con lo que se podían cambiar de
lugar, con el fin de poseer un amplio abanico de posibles mutilaciones y heridas que daban lugar a una muerte
más o menos lenta.
EL METODO DEL AGUA: Consistía en hacer tragar al torturado, un mínimo de 10 litros por sesión,
ayudándose de un embudo. Además de producir una insoportable sensación de ahogo, el estómago podía
llegar a reventar.
LA CABRA: Este sistema se hizo muy popular en las mazmorras de la Edad Media. Una vez que al torturado
se le habían fijado los pies a un cepo, se procedía a untar las plantas con sal o sebo. La cabra atraída por el
condimento, comenzaba a lamerlas, y la aspereza de su lengua hacía que atravesara la piel y dejara los pies en
carne viva, llegando en ocasiones hasta el hueso.
LA RUEDA: Era el más común en la Europa germánica. Convertía al preso, completamente inmovilizado, en
verdadero material de trabajo, para que el verdugo fuera descoyuntándole o arrancándole miembros a
voluntad. Era uno de los suplicios más horrendos de la Edad Media. El condenado, desnudo, era estirado boca
arriba en el suelo, o en el patíbulo, con los miembros extendidos al máximo y atados a estacas o anillas de
hierro. Bajo las muñecas, codos, rodillas y caderas se colocaban trozos de madera. El verdugo asestaba golpes
violentos a la rueda, machacaba todos los huesos y articulaciones, intentando no dar golpes fatales. Después
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era desatado e introducido entre los radios de la gran rueda horizontal al extremo de un poste que después se
alzaba. Los cuervos y otros animales arrancaban tiras de carne y vaciaban las cuencas de los ojos de la
víctima, hasta que a ésta le llegaba la muerte.
EL GARROTE: Método por el cual un punzón de hierro penetra y rompe las vértebras cervicales al mismo
tiempo que empuja todo el cuello hacia delante aplastando la tráquea contra el collar fijo, matando así por
asfixia o por lenta destrucción de la médula espinal. La presencia de la punta en la parte posterior no sólo no
provoca una muerte rápida, sino que aumenta las posibilidades de una agonía prolongada. Fue usado hasta
principios del siglo XX en Cataluña y en algunos países latinoamericanos. Se usa todavía en el Nuevo Mundo,
sobre todo para la tortura policial, y también para ejecuciones.
EL TORO DE FALARIS: En este caso se quemaban a los herejes dentro de la efigie de un toro a Falaris,
tirano de Agrakas, que murió en el año 554 a.c. Los alaridos y los gritos de las víctimas salían por la boca del
toro, haciendo parecer que la figura mugía. El toro de Falaris estaba presente en numerosas salas de tortura de
la Inquisición de los siglos XVI, XVII y XVIII.
LA SIERRA: Este instrumento de tortura no necesita muchas explicaciones. Sus mártires son abundantes. A
consecuencia de la posición invertida del condenado, se asegura suficiente oxigenación al cerebro y se impide
la pérdida general de sangre, con lo que la víctima no pierde el conocimiento hasta que la sierra alcanza el
ombligo, e incluso el pecho, según relatos del siglo XIX. La Biblia (II Samuel 12:31) hace mención a este tipo
de tortura, en la época del Rey David.
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Este hecho contribuyo a la aceptación de la sierra, el hacha y la hoguera. La sierra se aplicaba a menudo a
homosexuales (gays y lesbianas), aunque principalmente a hombres. En España la sierra era un medio de
ejecución militar hasta el siglo XVIII. En Cataluña, durante la Guerra de la Independencia (1808−14), los
guerrilleros catalanes sometieron a decenas de oficiales enemigos a la sierra. En la Alemania luterana la sierra
esperaba a los cabecillas campesinos rebeldes, y en Francia a las brujas preñadas por Satanás.
LA CUNA DE JUDAS: El reo era atado e izado y una vez estaba elevado se le soltaba dejándolo caer sobre
una pirámide haciendo que, con su propio peso, se clavara la punta de la misma en el ano, la vagina, el
escroto, etc. Esta maniobra se realizaba varias veces. Se utilizaba prácticamente para hacer confesar al
condenado.
LA CIGUEÑA: El sistema de la cigüeña, a parte de inmovilizar a la víctima, al poco rato ésta sufre unos
fuertes calambres en los músculos rectales y abdominales, y poco a poco se van extendiendo por el resto del
cuerpo. Al cabo de las horas producen un dolor muy intenso sobre todo en el recto. Además el reo era pateado
y golpeado, e incluso en ocasiones llegaba a ser quemado y mutilado.
EL CEPO: No hacen falta muchas explicaciones para este método. La víctima era inmovilizada de pies y
manos, expuesta, generalmente, en la plaza del pueblo, y sometida a todo tipo de vejaciones, como golpeada,
escupida, insultada, e incluso en ocasiones la plebe orinaba y defecaba sobre ella.
EL PENDULO: Solía ser la antesala de posteriores torturas. Su función consistía básicamente en la
dislocación de los hombros doblando los brazos hacía atrás y después hacia arriba. La víctima atada de manos
en la espalda era izada por las mismas. Para provocar un mayor sufrimiento se le colocaban en los pies unas
pesas.
LAS GARRAS DE GATO: Consistía en arrancar al prisionero la carne a tiras, llegándola a arrancar de los
huesos. Eran utilizadas como un rastrillo.
LA PERA: Estos instrumentos se usaban en formatos orales y rectales. Se colocaban en la boca, recto o
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vagina de la víctima, y allí se desplegaban por medio de un tornillo hasta su máxima apertura. El interior de la
cavidad quedaba dañado irremediablemente. Las puntas que sobresalen del extremo de cada segmento servían
para desgarrar mejor el fondo de la garganta, del recto o de la cerviz del útero. La pera oral normalmente se
aplicaba a los predicadores heréticos, pero también a seglares reos de tendencia antiortodoxas. La pera
vaginal, en cambio, estaba destinada a las mujeres culpables de tener relaciones con Satanás o con uno de sus
familiares, y la rectal a los homosexuales.
Los medios mecánicos tampoco eran de despreciar. Algo tan simple como unas tenazas en las manos de un
hábil torturador podía arrancar de cuajo muchos dientes e incluso, si se terciaba, la lengua. Tampoco hay que
olvidar las calzas colocadas en las piernas, que a martillazo limpio acababan destrozando los huesos del
tobillo. O las astillas metálicas que se introducían bajo las uñas, y se clavaban poco a poco hasta que ya no
quedaba uña donde clavar.
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Las Cruzadas
Término que designa el conjunto de expediciones militares emprendidas contra los infieles durante la Edad
Media, durante los s. XI, XII y XIII. Su finalidad era la conquista de los Santos Lugares, entonces en poder de
los musulmanes.
Las causas de las cruzadas
Las cruzadas obedecieron a circunstancias de orden social, económico, político y religioso. Tradicionalmente
se han computado ocho cruzadas, aunque en realidad esta relación representa los momentos culminantes de
una continua migración de gentes de Occidente hacia Oriente, acuciada por el incremento demográfico y los
movimientos milenaristas. Cabe datar sus orígenes antes de 1.095, en ciertas campañas de los reinos
hispánicos contra al−Andalus (cruzada de Barbastro, 1.063) y en el Concilio de Clermont−Ferrand (1.095),
que amplió la protección eclesiástica a los peregrinos que viajaban a Jerusalén. Su final se alargaría más allá
de 1.270 (todavía en el s.XV se elaboraron algunos proyectos de cruzada). El espíritu religioso de la época
generó una mentalidad colectiva que favoreció estas grandes migraciones.
Las expediciones militares
Motivada por la llamada del papa Urbano II (1.095) y por la solicitud de ayuda del emperador bizantino,
estuvo dirigida por grandes señores feudales que, contrariamente a los planes de Bizancio, tenían sus
proyectos de conquistar Siria. Aprovechando la temporal división del Islam en la zona, ocuparon Antioquía
(1.098) y Jerusalén (1.099) y crearon los Estados Latinos del Próximo Oriente (a los que tenían su centro en
las ciudades mencionadas se añadieron el condado de Edesa y el principado de Trípoli), los cuales, a pesar de
su riqueza, nunca pudieron remontar la debilidad de sus efectivos cristianos. Las necesidades de defensa de
estos territorios galvanizaron las cruzadas posteriores. La segunda cruzada (1.146−1.149), provocada por un
contraataque musulmán en Edesa, fue dirigida por los reyes de Alemania y Francia, pero fracasó en su
propósito de recuperar Edesa y conquistar Damasco. La tercera cruzada (1.189−1.192), motivada por la caída
de Jerusalén (1.187) a manos del soberano egipcio Saladino, fue dirigida por Federico I Barbarroja de
Alemania, Felipe II Augusto de Francia y el rey inglés Ricardo I Corazón de León; también fracasó en sus
propósitos, ya que terminó mediante un tratado con Saladino por el que éste retenía Jerusalén. La cuarta
cruzada (1.202−1.204) fue dirigida por un grupo de señores feudales; la falta de dinero hizo que se pusieran al
servicio de Venecia, que los desvió hacia el Imperio bizantino, al que conquistaron en parte. Así se formaron
el Imperio Latino de Constantinopla (1.204−1.261) y una serie de Estados menores, mientras la legitimidad
bizantina se refugiaba en el Imperio de Nicea. La quinta cruzada (1.217−1.221) apenas tuvo consecuencias.
La sexta cruzada (1.228−1.229) fue dirigida por Federico II de Alemania; mediante un tratado logró el rescate
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de Jerusalén, pero en 1.244 pasó de nuevo a manos turcas. La séptima (1.248−1.254) y la octava (1.270)
fueron iniciativa personal de Luis IX de Francia, que en la última encontró la muerte.
−11−
Consecuencias de las cruzadas
Los resultados de las cruzadas fueron variados: los últimos restos de los Estados Latinos se mantuvieron hasta
1.291; para la Iglesia, la cruzada pasó a ser la guerra hecha por orden suya o con su permiso contra los
infieles, herejes, paganos o cristianos enemigos del papa; pusieron en contacto a pueblos que se desconocían
aumentando las posibilidades comerciales y culturales. Sin embargo, no radicó en ellas el despegue
económico europeo de los s. XII−XIII; en todo caso, se podría hablar de una consecuencia de tal auge.
La Guerra de los 100 años
Denominación de una serie de conflictos que enfrentaron a Francia e Inglaterra durante los s. XIV y XV. Tuvo
repercusión también sobre otras naciones europeas, especialmente Castilla y Flandes. Los objetivos de la
lucha fueron variando durante su transcurso. De hecho, se trató más bien de una sucesión de campañas que de
un puro conflicto sucesorio, si bien su inicio radicó en una disputa entre el rey francés y el inglés por los
feudos que éste poseía en Francia (Gascuña, Guyena, etc.), de los que el monarca francés deseaba apoderarse.
A la muerte sin sucesión masculina de Carlos IV, los sucesivos reyes ingleses, arguyendo derechos sucesorios,
iniciaron la conquista de Francia.
Influyeron también motivos tales como los asuntos de los Países Bajos, ya que la lana inglesa, principal
riqueza del país, proveía a la industria belga, por lo cual Flandes, vasallo feudal francés, se hallaba bajo
dependencia económica de su abastecedor inglés, que trató de separar esta zona de la influencia francesa,
haciendo de ella una potencia aliada. También entró en juego la lucha por la hegemonía en los mares: Brujas
(Flandes) y Burdeos (Guyena) dominaban las rutas marítimas y comerciales del noroeste de Europa.
Inglaterra, unida, con un disciplinado y moderno ejército, se enfrentaba a una Francia caracterizada por su
debilidad y por su ejército aún de tipo feudal. El conflicto se inició (1.339) con una tentativa fracasada de
invasión de Francia por parte de Eduardo III de Inglaterra, y tuvo dos grandes períodos de lucha, entre los que
medió una pausa a finales del s. XIV y principios del s. XV.
En el transcurso del primero, los ingleses alcanzaron diferentes victorias, como la de Crécy (26 de agosto de
1.346) y la de Poitiers (septiembre de 1.356). Los éxitos ingleses de esta fase culminaron en la firma del
Tratado de Brétigny. La segunda fase suponía oficialmente extinguidas las hostilidades entre ambos países, de
forma que ambos se enfrentaron a causa de los asuntos del reino de Castilla. Se inició con las pretensiones del
rey inglés a la corona de Francia. Enrique V organizó una expedición de varios miles de hombres (1.415) y
otra (1.417) más ambiciosa aún. Inglaterra resultó vencedora en 1.420, con la firma del Tratado de Troyes. Se
intentó
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infructuosamente (Asamblea de Arras, 1.435; Conversaciones de Gravelinas, 1.439; Conversaciones de Tours,
1.444) llegar a una paz duradera, así que, iniciada una última etapa del conflicto, los franceses consiguieron
echar al invasor inglés. Con la Capitulación de Normandía (1.450), la batalla de Castillón y la rendición
inglesa en Gascuña (1.453) se puso fin a la guerra de los Cien Años.
Los Vikingos
Antiguo pueblo escandinavo de expertos navegantes que en los s. VIII−XI realizaron expediciones
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comerciales o guerreras por toda Europa. Aunque son conocidos por su actividad pirata, también practicaban
el comercio (esclavos, pieles y dientes de morsa). Los que se desplazaron hacia el este fueron llamados
varegos y los que lo hicieron hacia el sur normandos. En el s. IX ocuparon las islas Feroe y Shetland, el norte
de Escocia, Yorkshire, Irlanda e Islandia y realizaron expediciones hasta Groenlandia (982) y Vinland (Nueva
Inglaterra) hacia el año 1000. Destacaron en la escultura sobre madera (cabezas de dragones que llevaban en
las proas de los «drakkars»). En los s. IX−X, los reinos vikingos se unificaron en entidades mayores: Harald I
Harfager (872−933) reinó en Noruega, y Harold II Blatand en Dinamarca. Escribían en carácter rúnicos y su
historia es conocida gracias a las sagas de los s. XII−XIII.
Arte
Se han encontrado múltiples ejemplos de los barcos, con los que se desplazaron en sus correrías hacia el
Mediterráneo, ya fuera por las costas atlánticas de Europa o a través de Rusia por el Dniepper, y con los que
enterraban a sus jefes más destacados. Construidos en madera, muy ligeros y de escaso calado, estaban
provistos de unos mascarones en forma de cabeza de dragón que remataban la proa y la popa, y de donde
proviene su nombre de «drakkars». Este elemento zoomorfo fue una constante en la iconografía de sus
manifestaciones artísticas, en las que sobresale el trabajo de los metales.
En general, el arte vikingo elaboró piedras rúnicas y piezas utilitarias u ornamentales de reducido tamaño
sobre madera, asta, hueso, oro, plata, bronce y hierro. En el transcurso de su evolución se distinguen diversos
períodos, con total predominio en todos ellos de las representaciones zoomorfas (dragones, aves) o fantásticas
sobre las vegetales, un paulatino incremento de la estilización y de la abstracción, al igual que cierta tendencia
a la simetría. Abundan así mismo los motivos de nudos, entrelazados y espirales, con frecuencia rellenos de
puntos. Entre las piezas más sobresalientes cabe mencionar: la copa de plata de Jelling y el colgante de oro de
Fyrkat (s. X), ambos en el Museo Nacional de Copenhague; el martillo de Thor de Skaane y la fíbula
penanular en bronce dorado de Segerstad (s. X), conservados en el Museo Soren Hallgren, Estocolmo.
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Los Deportes en el Medievo
Los más apreciados eran la caza y la cetrería. La cetrería gustaba a todas las clases sociales, pero ciertas
especies estaban reservadas a la nobleza. La cetrería era una habilidad que tenía que ser aprendida, pero
también era un gran placer trabajar con las aves, amaestrarlas con señuelos y ver como se elevaban en el aire
para dejarse caer hábilmente en picado sobre su presa y capturarla.
Había algunos deportes un tanto peligrosos como los torneos entre caballeros, los combates, la lucha libre o
rudos juegos de pelota. Uno de estos últimos podemos decir que es la cuna de lo que actualmente conocemos
por Hockey. Se jugaba con unos palos curvos y la pelota que usaban era muy grande, probablemente hecha de
cuero.
TORNEOS MEDIEVALES
Los juegos de guerra eran muy apreciados, se creaban batallas falsas llamadas Torneos, la participación era
multitudinaria. En su origen fueron creados para adiestrar a los caballos y a sus caballeros en el arte de la
batalla y poco a poco se fueron convirtiendo en un medio para zanjar disputas. El perdedor debía entregar sus
armas, además de dinero o caballos a su adversario, así este último acumulaba más riquezas.
Hacia el siglo XII se habían convertido en verdaderos festivales donde los caballeros podían lucir y alardear
de sus dotes para la guerra. La Justa era la prueba más apreciada, consistente en un enfrentamiento entre dos
caballeros montados a caballo, armador con una lanza de madera cada uno, y su objetivo era desmontar al
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contrario. La armadura era muy pesada, más incluso que la utilizada en la batalla, y aunque los caballos
también estaban protegidos por unos flecos acolchados, no se podía evitar que más de una vez también
resultaran heridos e incluso muertos. En ocasiones se sustituía la lanza por un mangüal, un hacha o una
espada.
Otras pruebas:
• Lanceo del Enfermo: El Enfermo era una artilugio compuesto de un mástil con dos brazos, en cuyos
extremos había un escudo y una cadena con bola de hierro. Se realizaba con una lanza larga que el
caballero utilizaba para golpear el escudo de su adversario.
• Lanzamiento de venablos: Los venablos eran unas lanzas cortas para lanzar con el caballo a galope.
Consistía en lanzar unos venablos a una diana colocada a distancia prudencial.
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• Caza de las anillas: De una barra colgaban anillas de diferentes tamaños, y los caballeros, montados a
caballos debían de recoger, cuantas más mejor, con su espada.
• Decapitaciones: Aquí se demostraba la habilidad con la espada. En una pica se clavaban unas cabezas
falsas. Los participantes, también montados a caballo, debían realizar unas carreras y en cada una de
ellas tenían que cortar el mayor número de cabezas posible.
• Bohordos: Juego consistente en lanzar, montado a caballo y al galope, una lanza pequeña y corta
contra un entablamento en forma de torre, con el fin de clavarla en el mismo.
• Cañas: Consistía en una pelea entre dos caballeros o escuderos, utilizando unas lanzas largas.
• Pelea personal: Lucha con armas entre dos caballeros, casi siempre utilizando espadas, pero a veces
también se usaban las hachas, las bolas, etc.
• Correr la Sortija: Para correr la sortija los jinetes lo hacían siguiendo un orden, debiendo mantener el
galope, para pasar por debajo de una estructura que estaba compuesta de dos postes verticales sobre
los que descansaba otro horizontal, y al hacerlo tenían que ensartar una anilla o sortija que estaba
suspendida de una cinta con un palo corto de punta afilada.
En estas justas se utilizaban lanzas especiales, sin punta de guerra, y ahuecadas para que se pudieran romper
fácilmente sin matar a nadie. Era un punto de honor romper una lanza al cargar contra el enemigo. Si no se
conseguía derribar al contrario ni romper una lanza el combate era considerado deshonroso. Las justas eran
principalmente una exhibición de valor y destreza en el combate.
LA MEDICINA
Hasta finales del siglo XV los conocimientos teóricos en medicina no habían avanzado mucho más que en la
época de Galeno. La teoría humoral de la enfermedad reinaba suprema, con agregados religiosos y
participación prominente de la astrología. La anatomía se estaba empezando a estudiar en el cadáver, a parte
de los textos de Galeno y Avicena, aunque en esa época muy pocos eran los médicos que habían visto más de
una disección en su vida. La autorización oficial para usar disecciones en enseñanza de la anatomía la hizo el
papa Sixto IV (1471−1484) y la confirmó Clemente VII (1513−1524).
La fisiología del corazón y del aparato digestivo eran todavía galénicas. El diagnóstico se basaba sobre todo
en la inspección de la orina, que según con los numerosos tratados y sistemas de
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uroscopia en existencia se interpretaba según las capas de sedimento que se distinguían en el recipiente, ya
que cada una correspondía a una zona específica del cuerpo; también la inspección de la sangre y la del esputo
eran importantes para reconocer la enfermedad.
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La toma del pulso había caído en desuso. El tratamiento se basaba en el principio de contraria contrariis y se
reducía a cuatro medidas generales:
1− Sangría: realizada casi siempre por flebotomía, con la idea de eliminar el humor excesivo responsable de la
discrasia o desequilibrio, o bien para derivarlo de un órgano a otro, según se practicara del mismo lado
anatómico, donde se localizaba la enfermedad o del lado opuesto. Realizar una flebotomía era bastante
complicado porque había que tener en cuenta varias cosas como el sitio, la técnica, condiciones astrológicas
favorables (mes, día y hora), número de sangrados, cantidad de sangre obtenida en cada operación,
temperamento y edad del paciente, la estación del año, la localización geográfica, etc. También se usaban
sanguijuelas, aunque con menor frecuencia que en el siglo XVIII; los revulsivos los mencionan los
salernitanos y se practicaron durante toda la Edad Media y hasta el siglo XVIII, en forma de pequeñas
incisiones cutáneas en las que se introducía un cuerpo extraño (hilo, tejido, frijol, chícharo) para evitar que
cicatrizaran.
2− Dieta: Para evitar que el humor se siguiera produciendo a partir de los alimentos. La dieta estaba basada en
dos principios: restricción alimentaria, frecuentemente absoluta, aun en casos en los que conducía
rápidamente a la desnutrición y a la caquexia, y direcciones precisas y voluminosas para la preparación de los
alimentos y bebidas permitidas, que al final eran tisanas, caldos, huevos y leche.
3− Purga: Para facilitar la eliminación del exceso del humor causante de la enfermedad. Esta medida era
herencia de una idea egipcia muy antigua, la del whdw, un principio patológico que se generaría en el
intestino y de ahí pasaría al resto del organismo, produciendo malestar y padecimientos.
4− Drogas: De muy distintos tipos, obtenidas generalmente de plantas a las que se les atribuían distintas
propiedades: digestivas, laxantes, diuréticas, diaforéticas, analgésicas, etc. La polifarmacia era la regla y con
frecuencia las recetas contenían más de 20 componentes distintos. La preparación favorita era la teriaca, que
se decía había sido inventada por Andrómaco, el médico de Nerón, basado en un antídoto para los venenos
desarrollado por Mitrídates, rey de Ponto, quien temía que lo envenenaran . La teriaca de Andrómaco tenía 64
sustancias distintas, incluyendo fragmentos de carne de víboras venenosas y su preparación era tan
complicada que en Venecia en el siglo XV se debía hacer en presencia de priores y consejeros de los médicos
y los farmacéuticos. Entre sus componentes la teriaca tenía opio, lo que quizá explica su popularidad; la
preparación tardaba meses en madurar y se usaba en forma líquida y como ungüento. Otras sustancias que
también se recomendaban por sus poderes mágicos eran cuernos de unicornio, sangre de dragón, esperma de
rana, bilis de serpiente, polvo de momia humana, heces de distintos animales, etc.
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Paralelamente a estas medidas terapéuticas también se usaban otras basadas en poderes sobrenaturales. Los
exorcismos eran importantes en el manejo de trastornos mentales, epilepsia o impotencia; en estos casos el
sacerdote sustituía al médico. La creencia en los poderes curativos de las reliquias estaba muy extendida, y
entonces como ahora, se rezaba a santos especiales para el alivio de padecimientos específicos.
La tuberculosis ganglionar cervical ulcerada o escrófula se curaba con el toque de la mano del rey, tanto en
Inglaterra como en Francia, desde el año 1.056, cuando Eduardo el Confesor inició la tradición en Inglaterra,
hasta 1.824, cuando Carlos X tocó 121 pacientes que le presentaron Alibert y Dupuytren en París.
Los médicos no practicaban la cirugía, que estaba en manos de los cirujanos y de los barberos. Los cirujanos
no asistían a las universidades, no hablaban latín y eran considerados gente poco educada y de clase inferior.
Muchos eran itinerantes, que iban de una ciudad a otra operando hernias, cálculos vesiculares y cataratas, lo
que requería experiencia y habilidad quirúrgica, o bien curando heridas superficiales, abriendo abscesos y
tratando fracturas. Sus principales competidores eran los barberos, que además de cortar el cabello vendían
ungüentos, sacaban dientes, aplicaban ventosas, ponían enemas y hacían flebotomías. Los barberos
aprendieron estas cosas en los monasterios, adonde acudían para la tonsura de los frailes; como éstos, por la
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ley eclesiástica, debían sangrarse periódicamente, aprovechaban la presencia de los barberos para matar dos
pájaros de un tiro. Los barberos de los monasterios se conocían como rasor et minutor, lo que significaban
barbero y sangrador. Los cirujanos de París formaron la Hermandad de San Cosme en 1.365 con dos
objetivos: promover su ingreso en la Facultad de Medicina de París e impedir que los barberos practicaran la
cirugía.
Esto se consiguió al cabo de dos siglos, pero a cambio tuvieron que aceptar los reglamentos de la Facultad,
que los obligaban a estudiar en ella y a pasar un examen para poder ejercer, y también incorporar a los
barberos como miembros de su hermandad. En Inglaterra los cirujanos y los barberos fueron reunidos en un
solo gremio por Enrique VIII, y así estuvieron hasta 1.745, en que se disolvió la unión, pero en 1.800 se fundó
el Real Colegio de Cirujanos. En Italia la distinción entre médico y cirujano nunca fue tan pronunciada, y
desde 1.349 existen estatutos que se aplican por igual a médicos, cirujanos y barberos: todos debían registrarse
y pasar exámenes en las escuelas de medicina de las universidades.
URBANISMO
El esquema general de una ciudad medieval siempre es el mismo: una plaza mayor cuadrangular de la que
parten las calles principales, que son sus arterias de comunicación, los edificios eran de madera, excepto los
monasterios, iglesias, casas de los señores, que eran de piedra, los que rodean la plaza mayor casi siempre
estaban unidos por amplios soportales. El resto de calles eran pequeñas, estrechas y oscuras.
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La edad media supuso un retorno a la sociedad rural y a unas formas urbanas limitadas a funciones defensivas
o religiosas, que rompió con la ostentosidad del período romano.
Las ciudades vieron reducidas considerablemente su superficie urbana. En muchos casos se derrumbaron los
viejos muros romanos que fueron reemplazados por cercados más pequeños y allí donde siguieron en pie
circundaron áreas menos pobladas. Muchos barrios fueron transformados en huertos, campos, cementerios o
áreas sin cultivar, alterando profundamente la fisonomía de la ciudad.
En algunas urbes, las elegidas como residencia de los soberanos o sus representantes, se dieron iniciativas
para recuperar los monumentos antiguos e incluso se edificaron otros muy prestigiosos.
Estos centros se diferenciaban de los asentamientos rurales porque contaban con fortificaciones, moradas y
edificios públicos de piedra, mientras que en el campo, la mayoría de las casas de los pueblos eran de madera
o de otros materiales caducos.
Del siglo VIII al IX la caída demográfica se estabiliza y las ciudades empiezan a recuperarse. Una de las
señales más claras de este resurgir es el ensanchamiento del recinto amurallado, junto a la multiplicación de
los asentamientos y de las iglesias rurales del período románico.
A partir del siglo XII la catedral se convirtió en el símbolo permanente de la arquitectura en la Edad Media.
Se erigieron magníficos templos en agradecimiento a Dios. Las ciudades competían por tener la más bella
catedral con las agujas más altas apuntando al cielo. Fue la mayor inversión de capital durante el período, toda
una fortuna, y la construcción de una catedral tardaba más de un siglo en concluir.
El material predominante en su construcción era la piedra, que minimizaba el peligro de incendios. Por otro
lado, el acero escaseaba y el hierro era demasiado endeble para sujetar los inmensos edificios de altura sin
precedentes. Los arquitectos desarrollaron nuevas soluciones a viejos problemas, ideando el arco apuntado y
los arbotantes para desplazar el peso de la carga de los techos abovedados hacia los macizos soportes de
piedra. Las nuevas tecnologías hicieron posible la construcción de grandes catedrales, grandes vidrieras (con
frecuencia bellamente adornadas con vidrios de colores) y altas agujas. Francia fue la pionera en la
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construcción de las nuevas catedrales. En 1.163 se inició la construcción de Notre Dame en París, que acabó
72 años más tarde. Las obras de la catedral de Chartres comenzaron en 1.120, concluyendo en 1.224, tras
haberse incendiado dos veces durante su construcción. Las catedrales constituían una gran fuente de prestigio
y de orgullo cívico. Por otro lado, los devotos y los peregrinos eran un creciente manantial de ingresos para
las ciudades con catedral.
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INDICE
1.−Introduccion
2.−Vida Medieval
3.−Feudalismo
4.−La Iglesia
6.−La Inquisición
8.−La Tortura
11.−Las Cruzadas
12.−La Guerra de los 100 años
13.−Los Vikingos
14.−Los Deportes del Medievo
15.−La Medicina
17.−Urbanismo
19.−Indice
−19−
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