RELATOS DE UN VIANDANTE

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RELATO DE UN VIANDANTE
Esta obra contiene un relato corto ambientado en el pueblo
minero de El Centenillo, una pedanía situada en el interior de
Sierra Morena, y está basado en una experiencia real vivida por
el propio autor.
Noche de estrellas
Todos los años, allá por mediados de Agosto, sucede lo que los
científicos llaman “lluvia de estrellas”, que no es ni más ni
menos que una de las experiencias más relajantes que se pueden
vivir en una noche de verano.
Estaba yo caminando una tarde, por las calles de El Centenillo
en mis merecidas vacaciones de estudiante, imaginando desde
dónde podría ver este año la “lluvia de estrellas”.
Habitualmente suelo hacerlo desde el patio de mi casa, que esta
alejada de la zona central del pueblo mirando directamente al
valle del Río Grande y no tiene farolas alrededor que puedan
ocultar las estrellas con su luz artificial; sin embargo no puedo
negar que ese año me apetecía ir algo más allá y buscar un lugar
desde donde pudiese apreciar el suceso en toda su magnitud.
Zigzagueando entre las calles empedradas que rodean el antiguo
mercado iba observando el perfil del pueblo recortado sobre el
suave atardecer de aquella tarde. Las casitas blancas reflejaban
una luz que envolvía el lugar en un halo de tranquilidad; y la
temperatura, bastante elevada aun cuando ya cae el sol, calmaba
los ánimos y ayudaba a apreciar aun mejor el aroma que me
rodeaba: naranjos, jazmines, pinos y jaras consiguen potenciar
en esa época sus fragancias hasta limites insospechados.
Resulta muy reconfortante dar un paseo por las calles del
pueblo en las tardes veraniegas, cuando el calor ya no es tan
sofocante y corre un poco de brisa. Desde luego internarse por
sus callejuelas sin perder de vista casi ninguna vez el perfil de
la sierra merece la pena, y mucho mas proviniendo de una
ciudad donde el ruido y el estrés son la tónica habitual de cada
día.
Embriagado por el lugar estaba, cuando mis pasos me llevaron
hasta el parque que hay frente a la Tasca. Me recosté sobre el
columpio y contemple las siluetas de las Tres Hermanas y las
montañas de arena oscura que forman los Terreros. Puestos a
elegir un lugar para contemplar la “lluvia de estrellas”, me dije,
que mejor que un lugar en mitad de la sierra, donde ninguna luz
daña la vista y ningún ruido molesta al oído mas allá del
continuo canto de las chicharras...
Si de elegir un lugar en mitad de la sierra se trata, no hay lugar
mejor que El Centenillo para barajar una cantidad inmensa de
posibilidades que harían las delicias del mayor admirador de la
naturaleza. Entre tantas opciones destacaban “Pozo Nuevo”, el
“Cerro de Santo Tomas”, el campo de fútbol, la “Charca”, los
“Terreros”...La verdad es que había mucho donde poder elegir,
pero la mejor opción debería estar no muy alejada del pueblo, a
la vez que no hubiera ningún ruido, incluso que fuese un lugar
sin árboles alrededor que impidiesen ver el cielo...
-Si –pensé-, este año la “lluvia de estrellas” la veo desde los
“Terreros”, que cumple a raja tabla todos los requisitos que me
había planteado.- Aunque...ah amigo, disfrutar del entorno en
una apacible tarde de verano es una cosa, y otra muy distinta es
adentrarse solo en mitad de la sierra de noche...Quizás si
consiguiera convencer a alguien de que me acompañe todo se
haría mas llevadero.
No me costo demasiado convencer a mi prima pequeña,
entendiendo por pequeña la tierna edad de doce años, y a una
amiga que entonces contaba con diecisiete y a la que yo solo
sacaba cuatro. Con promesas de una estupenda noche de
estrellas y solo cuando supieron que los padres y tíos de mi
amiga tenían pensado ir a ver las estrellas con nosotros, se
decidieron a acompañarme.
No esta mal, pensé yo, ya no iba yo solo. Aunque bien mirado,
había pasado de una relajante experiencia en la soledad de la
noche en plena sierra, a ser un grupo de al menos diez
excursionistas donde, o por lo menos a mi me lo parecía, el
silencio iba a brillar por su ausencia...
Después de haber tomado una copiosa cena, a base de pan con
tomate, ensalada, embutido variado, croquetas caseras y melón,
comencé a preparar las cosas que tenia pensado llevarme, que
no eran sino un par de linternas y mi vara para andar. Tampoco
me puse mas que una sudadera encima, pues por esta época del
año, la temperatura es realmente agradable de noche.
A media noche, de camino a casa de mi amiga, pasamos por la
plaza de “la Corredera” que es la que más movimiento tiene en
verano, y observamos como la vida del pueblo comienza a
tomar presencia conforme avanzan las horas, y llega a su punto
álgido en las cálidas noches: donde la gente se reúne en los
bares para tomar algo, los niños juegan en las calles a infinidad
de juegos una vez pasadas las horas centrales del día, donde el
calor es mas sofocante, y muchas señoras mayores se reúnen en
los patios delanteros de sus casas para charlar o echar una
partida de cartas.
Ya en la puerta de mi amiga, esperamos a que saliera, y para
nuestra sorpresa nos dice que su familia al final no se anima a
salir por que les había surgido un imprevisto...
¡Vaya papeleta! En primer lugar por que las dos chicas solo se
habían decidido a venir sabiendo que alguien más que yo
mismo iba a acompañarlas hasta los “Terreros”; y en segundo
lugar por que mis tíos solo habían dejado a mi prima venir
conmigo por que sabían que iba a venir gente mayor.
Realmente podría haberse solucionado todo de una manera
fácil: volviendo cada uno a su casa y dejando el tema para
cuando se volviese a presentar la ocasión; pero ya que teníamos
la ilusión de la salida nocturna, y llevábamos nuestras linternas
con nosotros, conseguí, no sin antes insistir en que no nos iba a
pasar nada, que los tres emprendiéramos la marcha hacia los
“Terreros”.
Así salimos de casa de mi amiga en dirección al campo de
fútbol desde donde cogeríamos el camino para ir a los Terreros.
Y es verdad que todo fue razonablemente bien, hasta que
llegamos a los limites del campo de fútbol...donde se acaban las
luces. En ese momento, y tras discutir sobre a quien le tocaba ir
en medio de los tres, a mi prima por supuesto, nos adentramos
en la oscuridad.
El primer sobresalto nos llego veinte metros mas adelante,
cuando nos dimos cuenta de que había mas gente en el campo
de fútbol que nosotros tres. Después de todo, mucha gente sabe
lo de la “lluvia de estrellas”, y parece ser que habían decidido
instalarse en el campo de fútbol, donde no hay demasiada luz y
está relativamente cerca del pueblo. Pero como nuestro objetivo
era ir mas allá en la búsqueda por encontrar un lugar mas
apartado y silencioso, continuamos nuestro camino.
Íbamos a paso ligero, pero eso no impedía disfrutar del paisaje
bañado por la luz de la luna. Una suave brisa nos rodeaba,
trayendo hacia nosotros el olor a jara, tomillo y romero. El
silencio solo lo rompían nuestros pasos y alguna chicharra
maleducada. Por una parte era espectacular la vista de la Charca
sobre la que se reflejaba la luna llena, así como las Tres
Hermanas que, en penumbra, parecían tres moles de roca
surgiendo de la tierra; sin embargo, y como me di cuenta mas
adelante, la luna llena no es la mejor compañera cuando te
apetece disfrutar de una noche de estrellas fugaces.
Todo iba genial, hasta que un ruido de motor nos saco del
trance en el que estábamos. Nos giramos y a unos cien metros
por detrás nuestra los faros de un coche nos indicaban que
alguien había tenido la misma idea que nosotros, puesto que
venia en nuestra dirección. Fueron unos momentos tensos,
donde mis compañeras plantearon toda variedad de asuntos por
los que el coche podía seguirnos, aunque resumiendo diré que
los que mas se mencionaron fueron secuestro y asesinato. Tras
debatir si echábamos a correr o dejábamos que nos adelantase, y
en vista de que muy buenos atletas no éramos, optamos por la
segunda opción, y descubrimos que no eran mas que una pareja
que habían tenido la misma idea que nosotros en cuanto al lugar
desde el que observar la “lluvia de estrellas”.
Total, que llegamos a los “Terreros”, subimos a la cima y nos
tumbamos dispuestos a disfrutar de una noche para la que
habíamos tenido que recorrer cerca de un kilómetro a oscuras.
Para ser sincero he de admitir que la luna llena restaba
visibilidad, y que no pudimos apreciar con todo su esplendor la
“lluvia de estrellas”, aunque al espectáculo al que asistimos no
le puedo poner adjetivo de lo impactado que me dejo. Un cielo
como nunca había visto, lejos de la contaminación de mi
Madrid natal, se extendía a nuestro alrededor hasta donde
alcanzaba la vista, ningún árbol ni ninguna nube nos estorbaban
la visión y millones de estrellas nos rodeaban, hasta hacernos
parecer que vagábamos por un espacio sin limites; a cada
momento estrellas fugaces cruzaban por nuestra vista dejando
estelas brillantes a su paso que maravillarían a cualquiera...
El frescor de la noche, así como el dolor de espalda que produce
el estar tumbado durante dos horas en el suelo nos hizo volver a
la realidad y prepararnos para el viaje de vuelta, que se
presentaba mucho mas fácil que el de ida, ya que los miedos a
la oscuridad se habían disipado tan rápido como desaparecían
en el cielo las estelas de las estrellas fugaces.
Esta vez decidimos realizar la vuelta por el camino que discurre
por encima del campo de fútbol, para variar un poco. Y justo
cuando empezamos a ver las primeras luces del pueblo, a la
altura del campo de fútbol, un sonido entre las jaras nos hizo
retomar miedos pasados. Seguro que a algún gracioso de los
que estaban en el campo de fútbol se le había ocurrido darnos
un susto, pensé yo; secuestro y asesinato, pensaron mis
compañeras.
Lentamente, dirigimos nuestras linternas hacia los matorrales, y
de repente un ciervo de dos metros de altura, desde sus pezuñas
hasta la punta de sus cuernas, salió de entre la maleza y se
planto a cinco pasos de nosotros. He de decir que nunca había
visto a un animal salvaje tan de cerca, si excluimos las
excursiones al zoológico, y si se te aparece en mitad de la noche
y de improviso resulta aun mas impactante...
Tras diez segundos de indecisión, en los que ni él ni nosotros
nos movimos lo más mínimo, el ciervo siguió su camino ladera
arriba y nos dejo ahí plantados, con cara de tontos y sin asimilar
todavía lo que nos acababa de ocurrir...
Una vez repuestos del susto y sabiendo que no es una
experiencia que pueda contar mucha gente nos echamos a reír, y
a valorar lo afortunados que éramos de haberlo observado.
Atravesamos la calle del antiguo cuartel de la Guardia Civil,
llegamos a la plaza de la iglesia, y dejamos a mi amiga en su
casa, maravillada por la excursión y contando a su familia lo
que se habían perdido.
Mi prima y yo nos dirigimos a nuestra casa para contar a
nuestra familia las peripecias de nuestra excursión, dejando el
pueblo sumido en las sombras en mitad de la noche, sin un alma
por la calle y por supuesto sin perder la magia que lo envuelve
por el día,.
El aire moviendo los árboles, el olor a sierra brotando por cada
poro del lugar y una luna brillante en el cielo te dejan con la
sensación de estar en un paraje perdido y olvidado por el
hombre, en donde cada uno se reencuentra con la naturaleza y
vive su propia aventura.
JUAN CARLOS RODRIGUEZ
2011
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