DEL SÍNTOMA A LA FANTASÍA EN FREUD

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APUNTES PARA UNA CRÍTICA A LA ETIOLOGÍA TRAUMÁTICA DE LAS
NEUROSIS
“Recordar no es nunca un motivo, sino sólo un método, un modo. El primer
móvil…para la formación de síntomas, es la libido” Freud, S. Cartas a Fliess
Manuscrito N 31-5-1897
“La respuesta a la pregunta de lo que ocurrió en la primera infancia es nada; pero
había allí un germen de impulsos sexuales” Freud, S. Cartas a Fliess Nº 101, 3-11899
La pregunta por la especificidad de la causa en la neurosis recorre la obra freudiana
desde sus inicios. El trauma en sus reconceptualizaciones, desde los sucesos sexuales
infantiles a la exigencia pulsional como perturbación económica, mantiene su lugar allí
hasta el final. Este escrito se aproxima a las coordenadas de la caída de la teoría del
recuerdo articulada a la introducción de los conceptos de pulsión y fantasía. Deja
esbozadas algunas cuestiones para el siguiente viraje con la formulación de la pulsión
de muerte.
A partir del síntoma en las psiconeurosis de defensa, Freud sostiene la existencia de una
causalidad psíquica y mecanismos afines en su producción.
Diferencia allí las
psiconeurosis de las neurosis simples o actuales, en las que se encuentra impedida la
elaboración psíquica de la “excitación sexual somática”. En el caso de las psiconeurosis
se trata del “trauma psíquico”, que se presenta al modo de un suceso accidental, de
carácter sexual, acaecido en la infancia. El recuerdo de dicho suceso, en asociación con
una representación posterior, conduce al conflicto psíquico que insta a la defensa a
intervenir. El rechazo de una representación que se torna intolerable para la masa de
representaciones yoicas, produce como resultado, dice Freud, el síntoma en tanto
símbolo mnémico de aquel suceso.
Ahora bien, dos órdenes de lectura se desprenden de estas primeras ideas freudianas con
respecto al síntoma: uno tiene que ver con la dinámica de las representaciones y otro
con la economía en términos de cantidades. Por lo cual, Freud introduce ya en sus
primeros textos, una idea auxiliar: “en las funciones psíquicas se distingue algo
(montante de afecto, magnitud de excitación) con las propiedades de una cantidad, que
se extiende por las huellas mnémicas de las representaciones” (Las neuropsicosis de
defensa, 1894). Así, la carga de afecto del trauma psíquico, excluido de la elaboración
consciente, es derivada hacia la inervación somática en la conversión histérica.
Osvaldo Delgado formula en “Apuntes para una concepción del trauma en la obra de
Freud”: “Mientras que la representación, vía sustitución, ubica el síntoma en el registro
de las formaciones del inconsciente, la suma de excitación, en tanto exceso, habla de la
ganancia primaria de la enfermedad…sostiene en su desplazamiento el falso enlace, al
mismo tiempo vale como resto, porque la fuente de la que proviene no se agota en la
representación. El éxito de la defensa se corresponde con la constitución misma del
inconsciente, y su fracaso en conexión con lo inasimilable retorna en lo compulsivo del
síntoma” (La Subversión freudiana y sus consecuencias, Parte I, Punto 3, pág.34).
En “La herencia y la etiología de las neurosis” (1896), Freud ubica como “causa
específica” de la histeria un goce sexual anticipado, “una experiencia de pasividad
sexual anterior a la pubertad”. Y en la Carta 46 de la correspondencia con Fliess, del
30-5-1896, habla de un “excedente sexual”, vinculado al recuerdo de las vivencias
prematuras infantiles, que presta el “carácter compulsivo” a los síntomas de las
psiconeurosis. A la vez, articulado a la fuente independiente de despredimiento de
displacer del Manuscrito K, inhibe la posibilidad de tramitación por traducción en
“imágenes verbales” o palabras. Podríamos decir que se presenta aquí el problema de
un excedente proveniente de la sexualidad que no se deja tramitar a través de los
representantes psíquicos.
En la Carta 61 del 2-5-1897 Freud plantea que en el acceso a las vivencias o escenas,
que fueron ocasión para la formación del síntoma, se interponen fantasías, falseamientos
de recuerdos, que “proceden de cosas oídas, pero sólo más tarde comprendidas”.
Agrega que se trata de construcciones o ficciones defensivas que podrían vincularse con
la masturbación. De modo que en el camino del síntoma a la causa aparece la fantasía,
como respuesta defensiva del sujeto, frente a la actividad autoerótica. Si pensamos en la
insistencia de las escenas de seducción relatadas por las histéricas con las que Freud
trabajaba, podríamos afirmar que aparece figurado como seducción algo que es de otro
orden. Este punto lo lleva a concluir en la Carta 69 del 21-9-1897 “ya no creo en mi
neurótica”. Pero Freud plantea también otros motivos para su incredulidad, que se
relacionan
con el obstáculo clínico (las interrupciones de los tratamientos, la
imposibilidad del éxito completo); y con los medios y finalidad de la cura: “Y viendo
así que lo inconciente nunca supera la resistencia de lo conciente, se hunde también la
expectativa de que en la cura se podría ir en sentido inverso hasta el completo
domeñamiento ... de lo inconciente por lo conciente”.
Freud produce, a partir de su incredulidad, un giro conceptual que reposiciona el
síntoma como “práctica sexual del neurótico” (Mis tesis sobre el papel de la sexualidad
en la etiología de las neurosis, 1906). Es en “Mis tesis sobre el papel de la sexualidad
en la etiología de las neurosis” (1906), donde se verifica el pasaje de los “traumas
sexuales infantiles” al “infantilismo de la sexualidad” como factor determinante en la
ecuación etiológica de la neurosis. La elección de neurosis se articula con la respuesta
del sujeto a la excitación sexual en términos de represión. Antes lo que conducía al
“esfuerzo de desalojo” se localizaba en la inconciliabilidad de una representación.
Entramos ahora en el terreno de lo inconciliable de la vida sexual.
En “Tres ensayos de teoría sexual” (1905) el infantilismo de la sexualidad se sustenta en
la disposición perversa polimorfa de las pulsiones parciales y de las zonas erógenas;
instituyéndose como fuerza productora de síntomas. Allí aparece la pulsión como
cantidad, magnitud, “exigencia de trabajo para lo psíquico”, también como
“representación psíquica de una fuente de excitación constante”. Freud ubica a la
neurosis como la resultante del conflicto, surgido en lo psíquico, por el apremio de la
pulsión. El síntoma constituye el retorno de esos modos parciales de satisfacción
pulsional, que han hallado, dice Freud, en las “tempranas vivencias” (cuyo prototipo es
la seducción) el material oportuno para su fijación, forzando al neurótico a “buscar
obsesivamente su repetición” (Tres ensayos de teoría sexual, Síntesis, 1905).
Dentro de este texto, la consideración del sadismo y el masoquismo,
conduce a
formulaciones sobre los componentes “crueles” de la sexualidad infantil que, no
adquiriendo aún un desarrollo conceptual acabado, se presentan como indispensables
para comprender la “naturaleza dolorosa” de los síntomas (Tres ensayos de teoría
sexual, Punto 2: La sexualidad infantil).
Introducen además la pregunta por la
satisfacción enlazada al dolor y por el destino de aquellos componentes
“inaprovechables” de la sexualidad, que no se subsumen a la organización genital dada
por el falo, y que sólo conducen al displacer, afirma Freud.
Retomando: desde su incredulidad Freud avanza produciendo el concepto de pulsión.
Continúa en la Carta 71 del 15-10-1897 con la introducción del Complejo de Edipo a
partir de una pieza de su “autoanálisis”. Y el articulador de ambos, pulsión y Edipo, es
justamente la fantasía. En “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”
(1908) Freud sitúa la soldadura que se produce entre el autoerotismo (la pulsión en su
empuje a la satisfacción obtenida como alteración en el cuerpo) y una representación
proveniente de la elección de objeto del Complejo de Edipo. La fantasía aparece allí
como “premisa psíquica” del síntoma pero la idea de la soldadura pone en juego, como
marca, la disyunción entre el campo pulsional y los objetos totales edípicos, que sólo
sirven de soporte para la consecución del fin parcial autoerótico. Podríamos retomar
aquí la idea de las fantasías como “poetizaciones protectoras”, referida en las Cartas a
Fliess, y en ese sentido ubicarlas quizás como el producto de la exigencia de trabajo que
la pulsión plantea al campo de los representantes psíquicos.
El Complejo de Edipo instituye un campo de objetos prohibidos y posibles, allí donde
se trata de la imposibilidad de un objeto adecuado para detener la insistencia del
recorrido pulsional y el logro de una satisfacción plena.
La idea de la fantasía como marca aparece en “Pegan a un niño” (1919) cuando Freud
ubica la fantasía de flagelación, soporte de una satisfacción masoquista enlazada al
padre, como “residuo del Complejo de Edipo”, “cicatriz dejada por el curso del
proceso”. El Complejo de Edipo, complejo nodular de la neurosis, presta contenido a la
sexualidad infantil, que constituye la fuerza impulsora para la formación de síntomas.
También ubica allí que la segunda fase de esta fantasía, objeto de la construcción,
constituye la disposición para la causación de la neurosis.
Freud retoma aquí la
pregunta, sin agotar la respuesta, por los componentes crueles de la sexualidad infantil
planteada en “Tres ensayos de teoría sexual”.
La introducción de la pulsión de muerte y del masoquismo primario reubicarán el
trauma como interno a la estructura, testimoniando además sobre la satisfacción
masoquista que sostiene el padecimiento neurótico.
Para finalizar, y retomando las citas de Freud del inicio del escrito, unos fragmentos de
un cuento de Osvaldo Soriano; “Rosebud”: “La memoria lo agiganta todo. A mí me
parecía que mi casa de Cipolletti era tan enorme que ocupaba una manzana pero al
regresar, treinta y tres años después, encontré que no lo era tanto. Todo a su
alrededor había cambiado, pero mi Rosebud seguía ahí. Es un peral añoso, de tronco
bajo, al que me subía las tardes en que me sentía triste…¿Soy yo aquel chico o es mi
imaginación quien lo ha creado a imagen y semejanza de mis deseos? ¿Seré los ojos
de mi madre y la desazón de mi padre?...Un día, al volver sobre nuestros pasos,
encontramos el árbol que la memoria había agigantado. Por un instante sentimos el
sobresalto de una revelación. Hasta que descubrimos que lo que cuenta no es el
árbol, sino lo que hemos hecho de él. Ése es nuestro Rosebud”.
Gabriela Cuomo
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