Notas sobre Luna de agua

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Fuera de Ruta
Carmen Leticia Espriella y su nuevo libro
Edgar Aguilar Araoz*
Me tocó presentar el libro Luna de agua (Ediciones Alta Noche, Hermosillo, 2007) de
Carmen Leticia Espriella, en la “VIII Feria del Libro. Hermosillo, 2007. Homenaje a
Laura Delia Quintero”, organizado por el Instituto Sonorense de Cultura. A
continuación el texto que leí en la presentación:
A finales de septiembre, me topé con Luna de Agua en el Festival de la Palabra que se
llevó a cabo en la escuela de Letras de la Unison. Pensé que era un librito tímido y
paliducho. Me atreví a referirlo mentalmente como insulso, pero me equivoqué.
El librito en cuestión es una publicación íntima y de bolsillo, con limpia portada.
Edición artesanal a cargo de Ediciones Alta Noche, que dirige Víctor Hugo Barrera. En
el interior, vertidos en 83 páginas, hay cuentos económicos y minúsculos, sin embargo,
detallistas en lo que refiere a la amargura de seres que se niegan a reconocer sus
enfermedades, sus conflictos, sus locuras; agobiados por la obsesión, por la angustia y
el delirio.
Es algo así como un diario maldito, en donde mujeres diminutas controlan la suerte y
destinos de los personajes que las rodean. En otros relatos emergen las voces de
personajes que escaparon de una mitología clásica y fueron reencarnados en un espacio
concebido entre el sueño incómodo y la pesadilla; lugar perfecto, momento preciso en
donde existe la angustia palpitante, no suficientemente convulsiva para hacernos
despertar.
Alimaña de oscuridad, que al menor descuido aúlla bestialmente y se vuelve pesadilla
sin provocación. Personajes que se burlan sobre el dolor propio o ajeno, seres
imaginarios fantásticos que nos recuerdan lo real de las obsesiones, de lo dañinas que se
vuelven cuando no se toman en cuenta y de lo destructivas cuando son silenciosas.
Sobre la autora, comento que la conocí en un taller de lectura y escritura que inició en
una cafetería para después mudarse a los patios de El Colson. Desde entonces la
recuerdo sonriente.
Siempre tuvo muy buen humor. En ese pequeño círculo literario, armado de “puro
cuarto bat”, ella fue la voz tranquila que nos transmitía paciencia. Grupo nutrido por
nerds-eruditos obsesionados con sus propios autores, cada uno revoloteaba en sus
propios dilemas literarios y vivenciales. Carmen Leticia sobresalía por su interminable
lista de autores a recomendar. Lista que conjugaba autores clásicos y modernos, de
ficción y de no ficción. Era una especie de benefactora literaria, que nos prestaba libros
o nos recomendaba lecturas. Con su inseparable hijo, el pequeño Adolfo, llegaba
puntualmente a las sesiones sabatinas en las que, previamente, uno de nosotros
preparaba textos para comentar en grupo y sugerirle mejorías; ya saben, un taller como
cualquier otro.
Llegó el día en que Carmen llevó sus relatos por primera vez. Entonces, yo pensaba que
escribiría sobre gente tranquila, personajes risueños que flotaban en un jardín
armoniosamente bello.
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No fue así: habitaciones oscuras y rincones húmedos, mientras una lluvia torrencial caía
afuera de casa; familiares que se relacionaban desde los sueños; una puberta fantaseaba
con ser violada por su cuñado y al mismo tiempo, se excitaba por el rechazo, ¿o era la
indiferencia que él le otorgaba?
En aquel entonces, yo y algunos de mis compañeros de grupo, buscábamos literatura
que fuera impactante de principio a fin. Que nos agarrara desde la primera línea y nos
estrujara el estado de ánimo. Los relatos de Carmen, no eran así, eran de los que
pasaban despacio, lenta y tranquilamente. Me permito cursilerías: detallismo narrativo
que pasó por encima de mi como una fina bruma; sencillez de lenguaje en donde
duermen los terrores del alma; sutilezas en donde aparentemente no pasa nada, pero sin
darnos cuenta, algo se está derrumbando.
Creo que aún el taller literario funciona como grupo. Yo deserté para hacerle un bien al
grupo. Se reúnen en una céntrica cafetería los sábados como a las 6 de la tarde.
En fin, desde aquellos días, Carmen es una elocuente narradora que vigila a sus
aberraciones o lindas criaturitas y aguarda el momento preciso para retratarlos: cuando
se tuercen y se entregan a su lado macabro, a la incapacidad de ser íntegros, al abandono
de la angustia. Como les dije antes, sigo observándola antes y ahora, y me resulta difícil
pensar que ella carga, en este librito de bolsillo, a todos esos seres fantásticos y
retorcidas alimañas.
*Departamento de Difusión de El Colegio de Sonora, [email protected]
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