¿Quién dice que el caos no tiene leyes? por J. Navarro y J. Ros, IFIC, centro mixto CSIC – Universitat de València y Departamento de Física Teórica, Universitat de València Who says Chaos has no Laws? The authors explain the idea of deterministic chaos in simple terms. They outline the two most basic laws of chaos, parameter dependence and sensitive dependence on initial conditions, the famous butterfly effect. A list of applications in different fields is given with some reasons as to why these ideas are popular. Si bien, como decía Galileo en Il Saggiatore, el universo está escrito en lenguaje matemático, los científicos extraen las palabras para explicarlo del mismo fondo que el resto de los mortales. La precisión que una explicación científica requiere hace, sin embargo, que a menudo palabras de uso cotidiano adquieran significados bastante diferentes del que tienen en el lenguaje corriente. Por poco habituado que esté el lector a la terminología científica, podrá reconocer estas diferencias en palabras como función, cuerpo, momento, espectro, imaginario, complejo, trabajo, campo… Incluso imaginará la diferente reacción de dos amigos, un botánico y una matemática, ante una frase como “¡saca la raíz!”. Muchas veces el significado habitual de un término puede servir, por analogía, para sugerir o aclarar su acepción científica. Otras, sin embargo, puede producir cierta sorpresa, e incluso perplejidad, encontrar en un contexto científico ciertas palabras. Posiblemente ésta sea la primera reacción al escuchar expresiones como “teoría del caos”, o “caos determinista”. Si éste es el caso, quizá conviene acudir a un diccionario para disipar dudas. Una buena opción es ir al diccionario catalán Alcover-Moll, donde leeremos: “Caos, m. 1. Estado de confusión en que estaba el universo al principio de su creación antes de que Dios pusiera en las cosas el orden actual. 2. Lugar de gran confusión.” Además ilustra con citas apropiadas de Raimundo Lulio y de Verdaguer estas acepciones. La segunda nos resulta muy familiar. Y aún más en la versión que encontramos en el Diccionari de la llengua catalana de Fabra: “Caos... Fig. Confusión y desorden total.” Si con este bagaje tratamos ahora de imaginar qué puede ser una teoría científica del caos o, por si no fuese bastante, del caos determinista, la perplejidad está servida. Se suele tener la idea de que las diferentes ciencias tratan de formular las leyes que rigen el funcionamiento del universo como un todo y de los diferentes fenómenos que se observan en él. Y hay que reconocer que, por las razones que sean, ley y desorden, determinismo y caos, son palabras que no nos casan bien. Por tanto, ¿qué será eso del caos determinista? Como todas las ideas, ésta tiene su historia, una larga y variada historia que, simplificando un poco, podemos comenzar alrededor del sexagésimo cumpleaños del rey Óscar II de Suecia y de Noruega en 1889. Con motivo de esta celebración, se convocó un premio para el mejor trabajo relacionado con una serie de problemas matemáticos planteados. Por atractivos e intrigantes que sean los detalles de esta convocatoria y su resolución –¡y lo son bastante!–, no es ahora el momento de repasarlos. Para nuestra historia, tendremos bastante con recordar que el ganador fue Henri Poincaré (1854-1912), una de las figuras más interesantes de la ciencia de finales del siglo XIX y principios del XX. La memoria premiada (véase figura 1), Sur le problème des trois corps et les équations de la Dynamique, consideraba un problema astronómico muy concreto, de fácil enunciación pero diabólicamente complicado. Considere el lector que el problema de Kepler, que seguramente recordará, se puede enunciar como el problema de dos cuerpos (Sol-planeta). Su solución es conocida por los bachilleres (al menos, los planes de los años cincuenta), y no parecería en principio que aceptar un tercer invitado fuese a complicar demasiado las cosas. Las apariencias, una vez más, engañan. ¿Y qué tiene que ver eso con el caos? Pues que los movimientos de tres cuerpos controlados por la ley de atracción universal de Newton, paradigma del determinismo laplaciano y base de la concepción mecanicista del mundo, podían resultar terriblemente complicados. Y en un preciso sentido técnico, Poincaré introducía (en la versión publicada de su trabajo) el concepto de lo que en lenguaje actual llamamos soluciones caóticas u homoclínicas, que él llamaba doblemente asintóticas. La figura 2, en su modesta apariencia, es en nuestra opinión reveladora. Compara el poder de abstracción y de imaginación de Poincaré con los resultados numéricos obtenidos con ordenador en 1964. Éstos corresponden a un artículo de los astrónomos Hénon y Heiles, que representó un papel importante en la revitalización del interés por el caos. Huelgan los comentarios. De hecho, la palabra caos, en el sentido científico que ahora nos interesa, parece haber sido usada por primera vez en 1975, en un artículo de los matemáticos Li y Yorke, aunque el principal resultado había sido demostrado, incluso de manera más general, por el ruso Sharkovski en 1964 en una revista ucraniana. ¡Otro de los muchos ejemplos del efecto de la incomunicación científica! Sin embargo, dejemos las cuestiones técnicas y tratemos de explicar, aunque sea brevemente, de qué va eso del caos. Las teorías deterministas (y la mecánica newtoniana es el ejemplo clásico) implican que, conocido perfectamente el estado de un sistema en un instante determinado, su evolución posterior queda absolutamente fijada. De aquí se infiere la posibilidad de hacer predicciones. Podemos inmediatamente objetar que nunca llegaremos a conocer el estado con precisión absoluta y que, por tanto, las predicciones necesariamente heredarán imprecisiones inevitables. La objeción es impecable y así se había aceptado tradicionalmente. Pero el hecho no tenía más transcendencia porque se presuponía que los errores originados en las predicciones estaban dentro de los márgenes de error inherentes a toda observación experimental. Quizá conviene ilustrar lo que decimos. Imaginemos que representamos los posibles estados de un sistema por granos de uva. La idea clásica es que los granos que constituyen un racimo en un instante determinado evolucionan de tal manera, que después de un cierto tiempo los correspondientes granos formarán también otro racimo de dimensiones similares a las originales. En otras palabras, no esperamos nunca encontrar en racimos, y aún menos en vides diferentes, los granos que inicialmente estaban en un mismo racimo. Claro que hay situaciones en las que las predicciones no se pueden hacer con precisión aceptable. Podemos pensar en las dificultades de las predicciones meteorológicas debidas a la gran cantidad de factores que pueden influir en ellas. Clásicamente, estos comportamientos “complicados” que limitan fuertemente la predictibilidad se atribuyen únicamente a la complejidad estructural del sistema considerado. Pues bien, la teoría del caos determinista cuestiona estas ideas. No propone nuevas leyes físicas, simplemente estudia mejor las ecuaciones clásicas y descubre que muy a menudo éstas tienen soluciones que permiten, siguiendo la analogía anterior, ¡que granos de uva del mismo racimo vayan a parar en su evolución a racimos o incluso a vides diferentes! Este cambio de planteamiento es el que se originó en los trabajos de Poincaré. Aunque pueden rastrearse contribuciones importantes durante la primera mitad del siglo XX, fue a partir de los años cincuenta cuando toda una serie de investigaciones multidisciplinares con contribuciones teóricas, numéricas y experimentales llevaron a la necesidad de aceptar: a) el determinismo más estricto es completamente compatible con la impredictibilidad más absoluta; b) sistemas de inocente apariencia por su estructura pueden presentar comportamientos verdaderamente perversos en su evolución temporal. Uno de los rasgos característicos que explican estos hechos es lo que se llama extrema sensibilidad a las condiciones iniciales de la evolución de los sistemas. Eso quiere decir que una misma ley puede hacer que dos sistemas preparados inicialmente en estados prácticamente iguales acaben en su evolución, totalmente determinista, en estados diferentes. En expresión bien gráfica esto es lo que el meteorólogo Edward Lorenz bautizó como el efecto mariposa. Y que, aunque lo pueda parecer, no es simplemente una coartada para los equipos de predicción del tiempo en las televisiones. Lo que quiere decir es que, por ejemplo, el tiempo que hará en A puede depender del hecho de que una mariposa agite o no las alas en B. Y si el lector es cinéfilo puede recordar alguna imagen de la película homónima de Colomo. La reflexión que se nos ocurre inmediatamente es: todo eso está muy bien y puede ser muy entretenido, pero ¿es simplemente un divertimento matemático y mera elucubración de teóricos? Ciertamente no. Desde los años sesenta o setenta del siglo pasado toda una serie de estudios y experimentos han detectado comportamientos de este tipo en una gran multitud de sistemas y fenómenos. En la ciencia, como en tantas otras esferas de la actividad humana, las modas imponen su dominio. Durante los años setenta y ochenta del último siglo se publicaron multitud de trabajos que descubrían situaciones caóticas por todas partes. Tanto es así que incluso se podría llegar a pensar si no sería pura casualidad que las predicciones de la ciencia clásica de tantos y tantos hechos observacionales hubiesen tenido éxito. Evidentemente resulta una exageración pensar así. Y eso por varias razones. En primer lugar, hemos asociado la idea de comportamientos caóticos a la evolución temporal de sistemas y fenómenos. Pero, a veces, para observar comportamientos de este tipo hay que dejar pasar un tiempo extraordinariamente largo. O sea, que, a corto plazo, de una duración que la propia teoría permite estimar, aún tienen sentido las predicciones convencionales. Hay una segunda consideración que hace que se pueda confiar todavía en el poder predictivo de muchos modelos físicos o de otras ciencias. Como hemos dicho, el comportamiento caótico, con la impredictibilidad que conlleva, constituye una posibilidad, nunca una necesidad. La evolución temporal de un sistema se traduce, dentro de una teoría dada, en unas ecuaciones en las cuales figuran también unos parámetros de los que dependen las soluciones. Y, a veces, una misma ecuación origina soluciones cualitativamente diferentes (regulares unas, caóticas las otras) según los valores que tomen estos parámetros. A estos fenómenos se les llama bifurcaciones. Más arriba hemos mencionado que, en áreas muy diferentes de la actividad científica en el último cuarto del siglo XX, se han detectado fenómenos caóticos y se han elaborado modelos basados en las ideas del caos para explicar otras. Aunque sólo sea en titulares, damos una lista representativa. Como los conceptos básicos surgieron en un contexto matemático, no es extraño que fueran las ciencias más matematizadas, la astronomía y la física, los primeros campos de aplicación. En el caso de la astronomía se ha estudiado la estabilidad del sistema solar. En particular, se ha determinado que Hyperion, un satélite de Saturno, tiene en la actualidad un movimiento caótico y se piensa que muy probablemente todos los satélites de forma irregular han pasado en su historia por épocas de movimientos irregulares. Eso valdría para Fobos y Deimos, de Marte, y Nereida, de Neptuno. La distribución de asteroides o, mejor dicho, su ausencia allá donde esperamos, también se explica por análisis de inestabilidades y caos. En física, el espectro de aplicaciones es amplísimo. Osciladores en sistemas mecánicos, circuitos electrónicos, corrientes de convección, turbulencias, sistemas acústicos y ópticos no lineales… En química hay todo un campo de lo que se llaman osciladores químicos, que son reacciones en las que las concentraciones de los productos van variando de manera totalmente errática, y en casos particularmente vistosos eso se traduce en una danza impredictible de colores. En sistemas biológicos se han estudiado poblaciones que, en determinadas circunstancias de su medio ambiente, pueden evolucionar caóticamente. En fisiología también se han utilizado ideas basadas en la teoría del caos para analizar electroencefalogramas o electrocardiogramas. Incluso en ciencias sociales, donde la matematización es mucho más reciente y/o menos habitual, se construyen comportamientos de aspecto aleatorio. El estudio de mercados financieros es un ejemplo. Al hablar de la presencia de comportamientos caóticos en sistemas reales conviene hacer una matización. Por sus connotaciones con el significado ordinario del término, algún lector puede pensar que estos tipos de evolución deben ser evitados. De aquí la importancia de saber cuándo (es decir, para qué condiciones iniciales y/o para qué valores de los parámetros) un sistema evolucionará caóticamente. Eso puede ser cierto en algunas aplicaciones. Pero no siempre es así. En muchos casos se puede hacer un uso, digamos, positivo del caos. Puede permitir, por paradójico que parezca, estabilizar láseres y circuitos electrónicos, neutralizar arritmias cardíacas en animales e incluso transmitir mensajes de manera segura. Hemos expuesto, si bien esquematizadas al máximo y desprovistas de toda vestidura formal, algunas de las ideas que forman el núcleo central de la teoría del caos, sus leyes y sus aplicaciones. Obviamente, hemos omitido mucho más de lo que se ha dicho: caos espacial, relación con la geometría fractal, caos cuántico… Sin más precisión técnica resulta casi imposible entrar en discusiones más concretas. Y la teoría no está aún ni de lejos cerrada. De hecho, no hay una única definición universalmente aceptada de caos, e incluso cuando se acepta una concreta, no resulta nada fácil demostrar que rigurosamente un sistema la satisface. A veces se tienen muchas evidencias, pero no una demostración irrefutable. El famoso atractor de Lorenz ha estado toda una vida ilustrando el caos en portadas de libros, revistas especializadas y prensa en general. Sólo en el año 1999 el matemático sueco Tucker ha demostrado su pedigrí caótico. Para ir acabando, además de las resonancias más o menos exóticas que el nombre puede sugerir, hay una serie de características que ayudan a explicar el interés que desde finales de los años setenta despiertan los temas relacionados con el caos. He aquí algunas: — Toca aspectos siempre atractivos en la divulgación de las ideas de la física como determinismo, predictibilidad… Es cierto que éstas son también referencias habituales en discusiones de mecánica cuántica, pero en el caos determinista el debate se plantea en forma más paradójica, pues no se debe abandonar el esquema newtoniano más familiar. — Los estudios en esta área combinan en el nivel fundamental, y no simplemente instrumental, técnicas y resultados experimentales y analíticos con tratamientos numéricos, de simulación y representación gráfica. Y eso ha contribuido a reconocer un estatuto al uso de los ordenadores mucho más elevado que el habitual papel de simple herramienta auxiliar que normalmente se les atribuye. — Un atractivo especial quizá le viene al caos de su marcado carácter interdisciplinar repetidamente comentado. — Es posible hacerse una idea relativamente precisa desde el punto de vista técnico con un modesto bagaje matemático, aunque los análisis pueden después complicarse seria y peligrosamente. — Sin recorrer a inversiones espectaculares, se pueden realizar experimentos científicamente significativos. ¡Y eso es importante! Se diría que sin llegar a la esquina es posible construirse un circuito caótico. ¿Y quién no ha visto aquellos péndulos de mil formas que oscilan sin sentido? Decíamos al principio que el diccionario Alcover-Moll ilustraba el uso de la palabra caos con citas de Lulio y de Verdaguer. Y ya que el 2002 fue su centenario, podemos acabar recordando de L’Atlàntida que “renacer parece el caos, sepulcro y cuna de los mundos” Caos en casa Si está cansado/da de ver siempre el mismo caos en su casa, le proponemos que le dé un toque científico. No cuesta demasiado y puede entretener a las visitas. Empiece por construirse un péndulo con un hilo y una bolita de hierro. Si lo hace oscilar observará un movimiento monótono que sería eterno si pudiera eliminar el roce con el aire. Para hacer el experimento un poco más divertido, coja ahora tres imanes (esos que tiene en la puerta de la nevera y que siempre van por el suelo le pueden servir) y póngalos sobre una mesa. Ahora deje oscilar el péndulo por encima de los imanes (figura 3). Si lo hace repetidas veces observará lo extraño que es el movimiento y cómo resulta difícil hacer predicciones. A veces el movimiento se limita alrededor de uno de los imanes, otras acaba cerca de otro. En la figura intermedia se puede ver una representación esquemática de esta situación. Ahora podría marcar en un papel cada posición desde la que va soltando la bolita con un color diferente (rojo, azul, amarillo) según el imán en el que acaba concentrándose el movimiento. Pero para evitarle dolores de cabeza, no nos atrevemos a proponérselo. En cambio, le invitamos a contemplar la espectacular figura 4 que representa, por simulación con ordenador, lo que se obtendría. ¡Enhorabuena! Acaba usted de descubrir el caos determinista. J. N. / J. R © MÈTODE. Universitat de València