LA AGRICULTURA Y LOS TRATADOS DE LIBRE COMERCIO Jacobo Schatan, CENDA Diciembre 2003 I. Introducción Un rápido examen de la evolución que ha tenido la economía en nuestro país nos muestra que la influencia del comercio exterior ha ido aumentando en forma acelerada. Cerca de la mitad de todo lo que consumen los chilenos corresponde a importaciones, lo cual tiene un impacto social adverso sobre diversos sectores de la actividad económica, especialmente pequeños productores rurales y urbanos, a los que les resulta muy difícil competir con esas importaciones. En general, la economía mundial funciona como un conjunto de relaciones de intercambio extraordinariamente inequitativas, ya que la desigualdad de poder entre las partes significa que una de ellas está casi siempre en posición de imponer sus propias condiciones sobre la otra. En el mundo actual, el hilo conductor de la actividad económica es la competitividad, pero en la carrera de la competitividad la mayoría de los que compiten van quedando rezagados. La desigualdad se registra entre naciones así como al interior de las naciones, aunque los intereses dominantes al interior de cada nación están íntimamente vinculados con los de las naciones más desarrolladas y, especialmente, con sus grandes empresas trasnacionales. Ello hace que las fronteras y la soberanía de cada nación están siendo sobrepasadas largamente por obra de la apertura comercial y financiera, caballo de batalla del credo neoliberal. La desigualdad en las transacciones proviene de un reparto extraordinariamente inequitativo de los beneficios derivados de la actividad económica de los seres humanos. La fracción mayor de tales beneficios va a dar a los bolsillos de quienes aportan el capital y/o tienen la dirección de las operaciones, individuos de distintas nacionalidades, que constituyen las minorías ricas de cada nación, mientras que las mayorías, ubicadas en el extremo opuesto, reciben una proporción muy pequeña de dichos beneficios, no obstante haber participado, de una u otra manera, en el proceso de su generación, lo que resulta en condiciones de vida de pobreza, que varía en intensidad y profundidad desde la indigencia a la pobreza moderada. Entre ambos extremos se ubica una franja intermedia, de tamaño variable pero no tan grande como el del segmento pobre, que si bien ostenta mejores condiciones que los pobres, están muy lejos de los estratos ricos, tanto en materia de ingresos, de niveles de vida como de poder económico e inclusive de poder político. Se trata de un grupo extremadamente vulnerable en cuanto puede empobrecerse con facilidad, aunque algunos de sus integrantes talvez logren acoplarse de algún modo al grupo superior. La inequidad no se limita a la degradación socio-económica de vastos grupos de la población, ya que ella se traduce también en una destrucción acelerada de los recursos naturales del planeta. Buena parte de lo que se considera actualmente – en las tesis neoliberales – como crecimiento económico de una nación, que se lo hace falsamente equivalente a “progreso”, es sólo una ficción, ya que se suman elementos que debieran restarse ,como serían, por ejemplo, algunos alimentos chatarra y transgénicos, dañinos para la salud, o armamentos, o porque se omite restar del Producto Interno Bruto el valor equivalente a la destrucción de recursos naturales indispensables para asegurar la conservación de la vida en el planeta, como son la destrucción de los bosques nativos, tanto en los trópicos como en los climas templados, o la explotación abusiva de los recursos marinos, o la pérdida de biodiversidad animal y vegetal por obra de la creciente actividad económica de los seres humanos en el planeta. Si se desnuda el discurso neoliberal mundializante de su retórica “marquetera”, que tanto entusiasmo ha despertado, veremos que los supuestos beneficios de la globalización, de la libertad de comercio , de inversión y de movimiento de capitales, provienen principalmente de un incremento notable de la explotación de unos seres humanos por otros, y de la naturaleza por el conjunto de aquellos. En cuanto a la explotación de los seres humanos, podemos mencionar brevemente tres grandes categorías: (i) la clásica explotación de los trabajadores, por medio de bajos salarios y largas jornadas de trabajo , que se torna peor todavía en el caso de las mujeres, y muchísimo peor aún en aquel de los trabajadores temporeros de ambos sexos; (ii) la explotación de los consumidores, que son los mismos trabajadores y los inactivos, por obra de altos márgenes de ganancia de los comerciantes mayoristas y minoristas e intermediarios diversos en las cadenas de distribución, además de las altas tasas de interés que cobran los bancos y las casas comerciales por las ventas a crédito; (iii) la explotación de que son víctimas las pequeñas empresas que son proveedoras de las empresas más grandes, por la vía de descuentos en el pago, demora en el mismo, y, en general, condiciones leoninas para favorecer los intereses de la gran empresa.. La apertura extrema de nuestro país al comercio internacional ha incrementado notablemente el desbalance entre los dueños de la riqueza y del poder y los trabajadores Como es bien sabido, Chile es uno de los países de peor distribución del ingreso en América Latina y en el mundo. El pago por el trabajo efectuado, sea como asalariado – permanente o temporal, a trato o por tiempo - o por lo vendido en el mercado por cuenta propia – sean servicios, como los de un electricista, o bienes, como los alimentos producidos por un campesino , o zapatos producidos por un artesano – suele ser muy bajo en comparación con la remuneración que reciben los gerentes y los dueños de las grandes empresas. Los cálculos del Banco Central de Chile sobre la distribución funcional del ingreso, que compara la masa total de salarios con la masa total del excedente de explotación de las empresas son bastante ilustrativos al respecto. En 1970 la masa salarial total (incluyendo salarios de ejecutivos) era casi 40% mayor que la masa total de excedentes de explotación. Hacia 1997 ella un 30% menor y en la actualidad, como consecuencia de la crisis económica y los altos niveles de desempleo prevalecientes, ese porcentaje debe haber aumentado a 40% o talvez más. Ello nos estaría indicando con toda claridad que la casi totalidad del beneficio económico generado por todos los chilenos y chilenas ha ido a parar a los bolsillos de una minoría. Y se trata de datos irrefutables. control del crédito bancario; disminución del déficit fiscal y restricción en el gasto público, aumento en las tarifas de los servicios públicos; desmantelamiento de los controles de precios; término de los subsidios sociales, entre otras medidas. II- La liberalización del comercio internacional y sus efectos sobre el sector agrícola Uno de los segmentos productivos que más puede sufrir por una liberalización desmedida del comercio agropecuario es el que se encuentra vinculado con la producción de bienes alimenticios para consumo interno. Los tratados comerciales en curso permitirán la llegada a Chile de los excedentes de producción agrícola de las naciones industrializadas, que han protegido a sus sectores agrícolas desde hace ya muchos años. La política agrícola común de la Unión Europea, que involucra enormes subsidios a la producción de granos, lácteos y derivados, entre otros, es de sobra conocida, al igual que la defensa de este sector en los Estados Unidos también por la vía de subsidios y otros tipos de apoyo. En conjunto son más de US$ 300 mil millones los que se destinan en esos países a subsidiar su agricultura. El resultado ha sido la acumulación de grandes Poco tiempo después de entronizarse en el poder, el gobierno militar comenzó a aplicar políticas muy severas contrarias a la intervención del Estado en la vida económica de la nación. La política de shock, impuesta a mediados de 1975, significó dar un giro de 180 grados en lo que había sido la política económica tradicional , de fuerte presencia y liderazgo estatal, y de una preocupación central por proteger y mejorar la calidad de vida de las clases modestas y medias de nuestro país. Siguiendo las prescripciones del Fondo Monetario Internacional comenzó un proceso de desregulación casi total de la economía: liberalización de controles cambiarios y de importación; mayor hospitalidad a la inversión extranjera; La agricultura chilena, particularmente aquella dedicada a la producción de rubros tradicionales como trigo, oleaginosas, remolacha, entre otros, y la agricultura campesina o familiar en particular, pueden ser víctimas de la forma más severa que está adoptando el modelo de desarrollo económico en curso, especialmente por los efectos de la apertura a ultranza que está teniendo lugar en nuestro país. excedentes de producción en ambas zonas, los que, por una parte,han gravitado permanentemente sobre los precios internacionales de carnes, lácteos, cereales, y otros productos que se transan en los mercados mundiales y que, por la otra, buscan además como penetrar en mercados de las naciones periféricas, desplazando a las producciones nacionales. Esto ha sucedido en el pasado y se acentuará en el futuro, ya que el gobierno de Chile, en el curso de las negociaciones de estos tratados, ha debido aceptar la modificación de sus políticas vigentes de apoyo a la agricultura nacional sin que las contrapartes hayan dado la menor señal de hacer algo similar con los subsidios a sus agriculturas. Uno de los motivos del fracaso de las negociación en Cancún ha sido precisamente este factor desequilibrante. El problema central que enfrenta Chile en este campo es que su actividad agropecuaria es altamente intensiva, con muy buenos rendimientos físicos, que están a la par con los mejores del mundo, pero con costos de producción relativamente altos. Los aranceles aduaneros han constituido tradicionalmente una barrera de protección para defender a las producciones nacionales de esos diferenciales de costos.; así como las bandas de precios para eliminar los efectos negativos que la volatilidad de los precios internacionales pudiera ejercer sobre la producción nacional, método que ha demostrado ser bastante efectivo pero que está siendo cuestionado por los socios comerciales de Chile. Pero tales defensas se han debilitado: los aranceles han bajado y en un plazo corto desaparecerán, así como también las bandas de precios. Además, las disposiciones de la Organización Mundial de Comercio (OMC) junto con las cláusulas adicionales de los propios tratados, significan la eliminación de prácticamente todas las barreras a la libre entrada de productos, con excepción de algunas restricciones fitosanitarias. Otro elemento protector es el tipo de cambio, ya que si alcanza un nivel lo suficientemente alto (entendido éste como una relación de divisa fuerte y moneda chilena débil) las importaciones llegarían a un precio mayor, o al menos no mucho menor, que el de las producciones nacionales. Pero también en este caso el mecanismo de tipo de cambio no ha funcionado adecuadamente, como se ha podido apreciar en los últimos dos meses, con una caída muy fuerte del valor del dólar, que inclusive comienza a poner en peligro la continuidad de altos niveles de exportación de la fruta y otros rubros. Ello, debido a que el Banco Central y el Ministerio de Hacienda ven la devaluación cambiaria como una amenaza para controlar la inflación interna, aun cuando la inflación está totalmente controlada y llegando casi al límite de la deflación. Es poco probable que el gobierno permita al tipo de cambio constituirse nuevamente en un defensor significativo tanto de las actividades exportadoras como de la producción interna que compite con importaciones, las que se verán amenazadas por la llegada masiva de productos importados a bajo costo. Algunos productores grandes, e inclusive medianos, enfrentados a una situación de competencia despiadada de productos importados más baratos, buscarán las maneras de disminuir los perjuicios. Pueden desarrollar otras líneas de producción, especializarse en rubros exentos de tal competencia, pero especialmente lo harán a través de la disminución de sus costos laborales mediante la reducción de los salarios de sus trabajadores – permanentes y temporales - y el cambio en las formas de contratación, cosa que está sucediendo en cada vez mayor medida.. Pero los pequeños productores, las familias campesinas de Chile, difícilmente pueden hacer todo eso. Sus modestas dotaciones de tierra, muchas veces de calidad inferior, las dificultades de acceso al crédito, a la asistencia técnica, a los mercados compradores, unido ello a su fragmentación , a la debilidad de sus organizaciones, y , en última instancia, a la imposibilidad real de disminuir márgenes de ganancia, que ya son insignificantes , los dejan en una casi total indefensión frente a una llegada masiva de productos importados. Esto puede derivar en una peligrosa situación para tan vasto segmento de la población. Estamos hablando de unas 270 mil familias campesinas, cerca de un millón de personas, que en conjunto explotan alrededor del 40% de la superficie cultivable de Chile y que aporta alrededor de un tercio de la producción agrícola total, especialmente en los rubros de hortalizas, frutales menores, viñas, ganadería y algunos cultivos anuales, entre otros. Su desaparición como productores viables no solamente significará el empeoramiento de sus condiciones de vida, ya bastante precarias (no se debe olvidar que es entre ellos donde se encuentran los principales focos de la extrema pobreza rural: la mortalidad infantil es de casi tres veces la que se registra en el sector urbano; de las 120 comunas declaradas como las más pobres 100 son rurales; tres cuartas partes de las viviendas rurales carecen de agua potable y casi la mitad de electricidad; la tasa de analfabetismo en el sector rural era de 14% en 1998, en comparación con 3% en el sector urbano, para citar sólo algunos de los elementos que caracterizan a dicha pobreza). Debemos recordar que muchos pequeños productores y miembros de sus familias deben ocuparse como asalariados temporales de productores más grandes, a fin de mejorar algo su nivel de ingresos. Pero la pauperización causada en las zonas rurales por la apertura comercial no se limita sólo a quienes trabajan directamente en la agricultura, ya abarcará también a segmentos que constituyen una red de servicios a las comunidades campesinas, como comercio detallista, talleres de reparación de maquinaria, entre otros. Todo ello dará como resultado la elevación de la cesantía en muchas comunas rurales y su consecuente deterioro social, redundando en una mayor inequidad territorial. No obstante los buenos deseos expresados por el Gobierno en cuanto a incorporar a la pequeña agricultura a los beneficios de un mercado exterior ampliado, mediante, entre otras resoluciones, la destinación de un 30% del fondo de promoción de exportaciones a la agricultura familiar, parece difícil que, salvo contadas excepciones, ella pueda insertarse adecuadamente en los mercados de exportación, sin el apoyo de un abanico de políticas estatales que faciliten la asociatividad , el acceso al financiamiento a costos razonables, tanto para capital de trabajo como para realizar las inversiones de mediano y largo plazo , la constitución de garantías adecuadas y los créditos de enlace , y otros acápites relativos a este tema , o la capacitación y el apoyo técnico necesarios, tanto en las áreas de producción como de comercialización en los mercados internacionales . El proceso de descampesinización, que se viene constatando desde hace un tiempo, se agudizará con la mayor liberalización del comercio exterior. Es posible que algunas actividades, como las vinculadas con la explotación vitivinícola, con la fruticultura, y la agroindustria, mejoren su situación actual y logren admitir la participación de una fracción de pequeños productores. Como resultado, se crearán nuevos puestos de trabajo en tales sectores, pero, dada la experiencia de los últimos años, no es seguro que ello sea de una magnitud tal que permita absorber – en calidad de asalariados, probablemente temporales en su mayor parte -a una proporción significativa de los campesinos desplazados. Ni tampoco de que las condiciones laborales de los que alcancen a ser empleados sean mejores que en la actualidad. Se dirá, como se viene diciendo desde hace rato que es mejor un trabajo temporal, mal remunerado, que la cesantía con un ingreso igual a cero. Pero tal afirmación sólo corroborará lo que venimos sosteniendo hace ya mucho rato en cuanto a que la médula del proyecto neoliberal en curso busca someter a la población chilena a un estado de creciente sobreexplotación y así mantener o aumentar su tasa de ganancia. Tal proceso de descampesinización puede afectar adversamente a la Seguridad Alimentaria Nacional (SAN), elemento clave para garantizar a toda la población un abastecimiento permanente y seguro de los alimentos esenciales que necesita para su subsistencia biológica dada la gran participación campesina en la producción de alimentos para consumo interno. La SAN es, con toda probabilidad, una de las razones fundamentales para que los países industrializados protejan su agricultura mediante subsidios y otras medidas de política, ya que la teoría de las ventajas comparativas – gran armas teórica de los neoliberales - deja de funcionar cuando la seguridad alimentaria de una nación se ve amenazada por eventos externos, como guerras, catástrofes naturales u otros. Y de la seguridad alimentaria podemos trasladarnos rápidamente a la Seguridad Nacional (SN). Este concepto ha dejado de estar confinado al exclusivo ámbito de la defensa nacional por las fuerzas armadas de un país. Hoy día, y muy particularmente en la región latinoamericana, la amenaza principal a nuestras naciones no viene desde fuera de las fronteras de cada una de ellas, sino del debilitamiento progresivo de sus instituciones centrales, como es el Estado, como son las agrupaciones representativas de trabajadores y de pequeños productores, o el de vastos grupos sociales, como son los pobres, los excluidos, los marginados del cuerpo central de la sociedad. De modo, pues, que no se advierten razones legítimas que lleven a Chile a perder buena parte de esas seguridades, en nombre de la libertad de mercado. Una de las razones principales que esgrimen los defensores de la liberalización a ultranza de los mercados agrícolas, manufactureros , de servicios, incluyendo los financieros , es la de que los consumidores chilenos podrán tener acceso a un surtido más amplio y diversificado de productos más baratos y, en algunos casos, de mejor calidad. El contrapeso a tal afirmación radica en el hecho de que la capacidad consumidora de una buena parte de la población chilena se verá disminuida sensiblemente por el aumento del desempleo y la consiguiente pérdida de ingresos. Además, en el evento de un deterioro de la SAN, y de la SN , toda la población será la que sufrirá los efectos adversos de la escasez y la consecuente elevación de los precios, bases ambas de la dislocación social.. En otras palabras, aparte de salvaguardar la calidad de vida de varios cientos de miles de familias campesinas y de trabajadores asalariados – temporales y permanentes – del agro, así como de quienes forman su entorno de apoyo, la preservación de la actividad agropecuaria nacional vale de sobra el eventual mayor precio que hipotéticamente tendrían que pagar los consumidores. Otro de los argumentos centrales del pensamiento neoliberal es el de que la liberalización de los mercados, al promover un mayor acceso a mercados externos de gran tamaño, promoverá las exportaciones, acelerará el crecimiento económico general y contribuirá de manera eficaz a la disminución y eventual erradicación de la pobreza, especialmente en su expresión más severa. Pero la experiencia de los últimos 15 años demuestra que, sin una política redistributiva de los ingresos generados por el mayor crecimiento económico, las brechas entre estratos socio-económicos tienden a aumentar en términos absolutos aunque se mantengan en términos relativos. Y la pobreza de vastos estratos de la población se mantiene incólume, no obstante ese mayor crecimiento nacional global, situación que ha empeorado notablemente en los últimos cinco años. A todo lo anterior, hay que añadir otro ámbito en el que la actividad agropecuaria juega un papel importante, cual es el de la preservación de los recursos naturales, como suelo, agua, bosques y biodiversidad. En dicho ámbito los campesinos y trabajadores del agro en general tienen una participación central, porque ellos, mejor que nadie, saben que de la preservación de tales recursos depende en gran medida su propia supervivencia y la de sus descendientes. Es bien sabido que el elevado grado de degradación de los recursos naturales de Chile, es obra principalmente de un esquema económico que favorece la obtención del lucro inmediato para relativamente pocos en detrimento de los beneficios futuros para toda la sociedad. La desaparición de una parte importante de la actividad agropecuaria tradicional por obra de la apertura indiscriminada de las fronteras, y el término de una adecuada protección por parte del Estado de los segmentos más vulnerables, en especial la agricultura tradicional, tanto empresarial como campesina, tendría efectos muy perjudiciales para la conservación – en buenas condiciones – de los recursos naturales de Chile. Si para un inversionista extranjero tales recursos pueden ser considerados, erróneamente a nuestro juicio, meramente como fuente de materias primas para ser procesadas y consumidas en otro lugar del mundo, y por ende fuente de ganancias para su empresa, para los habitantes de nuestro país el valor de ese patrimonio es diferente: significa no sólo medio de vida para buena parte de su gente, sino que provisión de alimentos básicos para la población y preservación de dicho valor en el tiempo. Es en relación con este último ámbito que pensamos que la visión de lo que es la agricultura familiar campesina y su rol en el proceso general de modernización de la agricultura y de la sociedad chilena en general, debe cambiar profundamente, especialmente en lo que tiene que ver con su ubicación dentro de una economía socialmente solidaria. Puede ocurrir que un número no menor de familias campesinas se vea impedida, por diversas razones, de alcanzar los estándares de producción requeridos para competir exitosamente en el mercado, o que no puedan, por diversas causas, organizarse para constituir unidades productivas y comercializadoras más grandes, para así alcanzar economías de escala y un poder competitivo mayor, o por múltiples otros motivos que no viene al caso examinar. Dentro del esquema de pensamiento económico vigente hoy día, esas familias deberían salir de la actividad agrícola o pecuaria y buscar otras fuentes de ingreso. Pero sabemos, por experiencias pasadas, que muy pocos de los que emigran del campo logran una posición en la sociedad que les permita mejorar, o siquiera mantener, sus anteriores niveles de vida, aunque hayan sido bastante modestos. En un esquema de pensamiento distinto, alternativo, no regido por teorías económicas que sólo favorecen la concentración de los frutos del crecimiento económico en pocas manos, y que se preocupe del futuro de la sociedad y de su base natural de sustentación, esas familias deberían tener derecho a recibir una remuneración para que se queden en el campo, para que puedan continuar protegiendo los recursos que queden bajo su cuidado, además de producir los alimentos que ellos y sus familias requieran, además de lo que sus vecinos urbanos y rurales no agrícolas puedan necesitar. Este sería un elemento clave de la nueva visión que deberá prevalecer acerca del futuro de la agricultura campesina, además de los que tendrán que impulsarse para implementar los conceptos de trabajo digno o decente – salarios justos, jornadas apropiadas, eliminación del trabajo infantil, seguridad laboral, sanidad e higiene, previsión social. En fin, un tratamiento bastante distinto al que se otorga en la actualidad. Además, habrá que luchar para que el Estado recupere su papel fundamental como articulador de un desarrollo equitativo y sustentable. Aparte de la capacitación técnica tradicional, resulta indispensable que el campesinado – trabajadores todosreciba una preparación adecuada para enfrentar los retos del mundo moderno, los apoyos financieros necesarios, y –muy importante – el apoyo para poder colocar sus producciones en buenos términos, tanto dentro del país como en el exterior. Y para ello, además de prepararse, hay que unir fuerzas: organizaciones campesinas, organizaciones de trabajadores agrícolas y no agrícolas, organizaciones empresariales, organizaciones de la sociedad civil, universidades, organismos del Estado. Todo ello con un espíritu solidario. ¡Solamente así se podrá salir adelante! Jacobo Schatan W. Economista , Miembro del Directorio Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo Fuente: www.attac.cl