Economìa ambiental vs. economìa ecològica

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UNIVERSIDAD DE CENTRO DE LA
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA
SOCIAL
PROYECTO
“ECOLOGÍA POLÍTICA,
INTERDISCIPLINARIEDAD Y CAMBIO
SOCIAL”
“ECONOMIA AMBIENTAL VS. ECONOMIA
ECOLÓGICA.
Controversias elementales derivadas de la
Economía Marxista”.
MARCELO SARLINGO
OLAVARRIA
2002 © COPYRIGHT – Todos los derechos
reservados
1. Introducción.
El tema central de este trabajo es la relación
Sociedad/Naturaleza. Es, posiblemente, uno de los
temas sobre los que más se ha escrito en los
últimos quinientos años. Y, al tratar de articularlo
con
algunos
conceptos
problematizados
en
trabajos anteriores, esta argumentación ha tomado
una dirección algo zigzagueante.
Consciente de la enorme masa de conceptos que
las diferentes disciplinas han producido acerca de
este tema, el recorte que realizaré comienza desde
el punto 2: ¿cómo se enfoca desde la economía la
relación
entre
Naturaleza?.
la
Parte
sociedad
de
la
capitalista
respuesta
y
la
puede
adelantarse ya en esta introducción: desde el
“árbol” de teorías dominantes (lo que se denomina
en el tecnolecto económico “la “ortodoxia) se está
consolidando el enfoque denominado “Economía
Ambiental”, que centralmente trata de expandir el
dominio teórico de la categoría “mercado” (en el
sentido neoclásico) a otros aspectos de la vida
económica y política en los que nunca había
penetrado hasta ahora.
En el punto 3. sintetizaré los núcleos de las
posiciones de algunos autores marxistas que tratan
de llevar a fondo la problematización de la
comprensión de algunos problemas ambientales
utilizando categorías más totalizadoras. Uno de los
aspectos más interesantes está centrado en torno
a la cuestión de las crisis, especialmente en el
sentido en que la crisis ambiental contemporánea
se presenta fundamentalmente como una “crisis de
realización”
desde
los
discursos
dominantes,
sostenidos por empresarios, políticos y líderes de
opinión en el marco del capitalismo de fin de siglo.
Esta
parte
del
trabajo
fundamentalmente,
está
construida,
por los aportes de autores
encuadrados en lo que se denomina comúnmente
“ecosocialismo”. Pero es necesario advertir de
entrada
que,
debajo
de
esta
denominación,
aparecen una pluralidad de posiciones realmente
asombrosa. Sin embargo, es posible extraer
algunos núcleos argumentales interesantes, la
mayoría de ellos sostenidos por la tradición
marxista más clásica, y otros en franca oposición.
Y finalmente, en el punto 4.,
abordaré los
núcleos problemáticos que me parecen útiles para
profundizar el análisis de la crisis ambiental
contemporánea. Las tradiciones antropológicas
que se acercan al tema desde los años ´80 ponen
el
eje
del
análisis
en
interacción entre
la
ecosistemas y sistemas culturales. Han podido
integrar
en
un
antropología
mismo
ecológica
marco
teórico
norteamericana,
la
el
neomarxismo y el neoestructuralismo francés y la
antropología económica de base británica, aunque
la producción empírica está todavía bastante
dispersa. De este mix ha salido lo que se
denomina la “Ecología Política”, y algunos de sus
planteamientos centrales constituirán el eje de
este último capítulo. Entiendo que los núcleos
conceptuales
de
esta
corriente
antropológica
entroncan con varias cuestiones que algunos
autores marxistas debaten, y que fueron ilustradas
en numerosos textos no demasiado difundidos.
Trataré de combinar estos aportes con algunas
contribuciones
Ecológica”,
de
la
corriente
denominada
de
la
“Economía
economía
que
antagoniza con los núcleos teóricos de la Economía
Ambiental
descriptos
en
el
capítulo
2.
La
característica principal de esta corriente, (en lucha
de paradigmas, en el sentido kuhniano, con la
Economía Ambiental de base neoclásica) es la
utilización
de
conceptos
provenientes
de
la
ecología, de las ciencias de la información y de
otras disciplinas con visiones más dinámicas que la
física newtoniana.
La Antropología Económica estuvo, hasta los
años ´70, atravesada por la disputa conocida
como “Formalismo vs. Sustantivismo”. Bibliotecas
enteras se llenaron con esta discusión teórica, que
básicamente
consistía
en
determinar
si
las
sociedades pre-capitalistas podían ser analizadas
con categorías proporcionadas por los modelos
formales de la Economía neoclásica, o si, por el
contrario, la economía de estas sociedades tenía
instituciones movidas por otra racionalidad, una
racionalidad “sustantiva” (determinada por las
relaciones sociales estructurantes de la identidad
de los actores de cada sociedad, que implica no
reducir todos los objetos y relaciones a valores de
uso y de cambio).
La evolución del capitalismo y la diversidad de
formas de articulación de diversas culturas al
modo de producción capitalista superó la utilidad
real del debate. Pero, como resultado del mismo y,
sobre todo, de la importancia que tenía la esfera
del consumo para los enfoques sustantivistas
(cuyo referente teórico más destacado fue Karl
Polanyi), hay una preocupación especial en la
Antropología por no reificar las acciones, y por no
confundir desarrollos conceptuales con “realidades
objetivas”.
De ahí que mi encuadre teórico se apoye en esta
tradición. Hoy existe, en la Antropología, consenso
conceptual acerca de que el mercado no es una
realidad en sí misma, sino que es el lugar de
encuentro de acciones de oferta, de demanda y de
intercambio. Es un lugar de contacto entre sujetos
(individuales y/o colectivos), entre actores. Lo
mismo sucede con la reciprocidad, entendida como
una serie de acciones entre “socios” y de acuerdo
con los múltiples significados intraculturales que
pueda tener esta relación. Y aún la producción,
incluso si pone en acción materias y herramientas
materiales, no es un “objeto real”. Es el conjunto
de operaciones en las que entran los productores
con el fin de obtener los resultados que pretenden.
En este sentido, mi posición se sustenta en que
la “economía” como tal es un objeto analítico, que
existe sólo por sus agentes, y que el principio
organizador de la economía no debe ser buscado
ni en el mercado, ni en la producción, ni en las
lógicas de consumo, sino en las trayectorias
colectivas e individuales destinadas a movilizar los
recursos de estos tres registros de acción. Por eso,
una
característica
de
muchos
trabajos
antropológicos es que tratan de hacer la síntesis
teórica de las acciones económicas desde una
socio-antropología de la acción y de los actores, lo
que implica no considerar las conductas como
reducidas
exclusivamente
a
una
racionalidad
“unidimensional”.
2. Poniéndole precio al ambiente.
La
actividad
económica,
definida
convencionalmente como el conjunto de procesos
de trabajo que los humanos realizan con el fin de
asegurar
la
reproducción
material
de
las
sociedades, depende de las características del
mundo material. Y depende especialmente de la
“parte viva” de éste, la biosfera.
Desde este punto de vista, la relación de las
sociedades
con
el
ambiente
fue
siempre
problemática. Pero es en las últimas décadas del
siglo XX en que los impactos de las actividades
humanas
planetario
en
la
biosfera
(pensemos
en
alcanzan
la
carácter
pérdida
de
biodiversidad, en el “efecto greenhouse”, en la
destrucción de la capa de ozono atmosférico), y
como consecuencia de ello, es que todas las
disciplinas se encuentran atravesadas por los
interrogantes que tales problemáticas generan.
¿Cómo reacciona la economía?. La economía
denominada “ortodoxa” (centrada en el individuo
como actor económico, en el mercado como
estructura básica y universal para la toma de
decisiones, y en el ajuste entre el empresario y las
señales
del
mercado
como
mecanismo
transformador del proceso económico) responde
extendiendo su instrumental teórico y técnico a un
nuevo objeto de estudio: el “medio ambiente”1.
Esta extensión tiene algunos puntos fuertes: el
concepto de externalidad, la teoría de los bienes
públicos (y en especial el concepto de “bienes
libres”), la centralidad metodológica del análisis
costo-beneficio, todo ello epistemológicamente
enmarcado en la teoría del equilibrio general
walrasiano.
Los dos problemas fundamentales que aborda la
Economía Ambiental son, justamente, el problema
1.
Medio Ambiente y no “Naturaleza”. También cabe “recursos naturales” (como se denomina en
las universidades argentinas: Economía de los Recursos Naturales), “ecosistema”, “entorno
natural”. Son denominaciones provenientes del éxito que ha tenido la ecología en la interpretación
de algunas problemáticas. Varios de sus conceptos han pasado a utilizarse en otras disciplinas, y
hoy forman parte del lenguaje científico con que se expresan las actuales preocupaciones por la
“degradación ambiental”. El término “Naturaleza” ha reducido su significado: sólo se aplica a las
porciones del planeta que parecen haber quedado inalteradas de las mutaciones que son fruto de
la industrialización y de una explotación masiva de los recursos. En la bibliografía económica que
se cita a continuación, este significado reducido es el que prima, y esto tiene importancia frente a
conceptos antropológicamente más abarcadores, como por ej. la idea de “segunda naturaleza”,
muy importante en el pensamiento marxista.
de
la
externalidades
intergeneracional
y
óptima
de
la
asignación
los
recursos
agotables. Quienes tratan la primer cuestión,
sentando las bases conceptuales para su discusión,
son Arthur Cecil Pigou y Ronald Coase.
De los trabajos del primero deriva la expresión
“impuestos
pigouvianos”,
popular
entre
los
economistas ambientales. En 1920, analizando las
divergencias entre el producto neto marginal
privado
y
el
(desmenuzando
producto
neto
empíricamente
marginal
social
situaciones
de
arrendamiento, problemáticas urbanas, sistemas
de subsidios al transportes, costos encubiertos en
la agricultura, e inclusive, la contaminación del aire
londinense, etc.), destaca que:
“...cuando las interacciones de varias personas
privadas afectadas son altamente complejas, el
Gobierno puede estimar necesario ejercer cierto
control, a más de facilitar la subvención...Es
absurdo suponer que una ciudad resultaría bien
planeada si las distintas actividades de los
especuladores aislados se encargasen de un
trazado...No puede confiarse en que una mano
invisible logre un arreglo perfecto en todo,
combinando separadamente las partes. Es por
tanto necesario que una autoridad competente
intervenga y acometa los problemas colectivos de
la belleza, el aire y la luz, de la misma forma que
la del gas y el agua...” Pigou, A. C., en AGUILERA
KLINK, F. y ALCANTARA, V., comp.; 1994: 63)
Esta
noción
intervencionista
deviene
del
reconocimiento de la brecha existente los intereses
privados y los colectivos, y la necesidad de que
alguien externo a la dinámica empresaria “regule”.
Esta regulación es, concretamente, un impuesto, y
está propuesto en términos teóricos como el
equivalente del daño causado por una unidad
marginal de contaminación, en el nivel óptimo de
contaminación.
Pigou estimaba que, en la mayoría de las
actividades, había un daño colectivo que debía
intentar cuantificarse, y que ese daño era externo
a los intereses privados de quien lo generaba. De
ahí que establezca que el contaminador deba
pagar el costo del daño que causa, y que el óptimo
impuesto sea que pague por el mismo valor de la
contaminación
que
genera.
Así
se
logra
el
equilibrio entre el costo social y el costo privado.
Esto es lo que se conoce actualmente como
“gravámenes por contaminación”, y se aplica en
diversas legislaciones de muchos estados 2.
Varias décadas más tarde, y teniendo siempre el
mismo marco epistemológico (centrado en el
equilibrio del sistema económico), Ronald Coase
discute los argumentos de Pigou y los considera
inadecuados. En un artículo sumamente conocido
por los economistas (pero que, afortunadamente,
no
parece
haber
trascendido
las
fronteras
disciplinares), “El problema del costo social”,
defiende ideas más liberales, basadas en la
eliminación de la acción del Estado mediante la
fijación de derechos de propiedad privada a bienes
que Pigou establecía claramente como colectivos.
El argumento de Coase critica que el Estado
tenga autoridad reguladora, fundamentalmente
porque éste ha sido, por acción o por omisión, el
2.
Arthur C. Pigou (1877-1959) fue catedrático de Economía Política en la Universidad de
Cambridge, desde 1908 a 1944. La formulación de su “óptimo” fue tomada en muchos países,
inclusive en el nuestro, en algunas áreas específicas como el manejo de los recursos hídricos. Uno
de los primeros decretos menemistas (674/89) establece el principio “contaminador-pagador”, que
reemplaza a un decreto similar (2125/78) de la época de la Dictadura, que permite el pago de una
cuota de resarcimiento por parte de aquellos que vuelcan efluentes industriales a las aguas
lindantes.
responsable del deterioro ambiental. Pero plantea
que si la propiedad del recurso ambiental está bien
definida, el agresor y el agredido ambiental
pueden
llegar
a
acuerdos
de
compensación
monetaria satisfactorios para ambas partes sin la
intervención del Estado. Y este acuerdo no
significa que el agresor deba pagar, porque si una
empresa ha emprendido una actividad económica
de “buena fe”, aunque contaminante, un cambio
hacia una legislación ambiental más restrictiva
reduce su posición de bienestar, lo cual puede
llevar a que el agredido deba pagar para limitar la
agresión. En este caso, se puede decir que el
contaminador tiene los derechos de propiedad del
medio ambiente.
En efecto, Coase propone que la única limitante
al uso de un derecho es el incremento de costos:
si sale más caro poner en marcha un factor de
producción debido a las compensaciones por
contaminación a quienes no son propietarios, su
formulación
más
famosa
expresa
que
éstos
deberían compensar al propietario por la ganancia
que
no
puede
obtener,
en
un
marco
de
competencia perfecta y en ausencia de costos de
transacciones
del
mercado
(COASE,
R.,
EN:
AGUILERA KLINK, F. y ALCANTARA, V., comp.
1994: 85). El enunciado del Teorema de Coase
expresa lo siguiente:
se
arriba
al
mismo
óptimo
social
si
el
contaminador paga a los damnificados, que si los
damnificados le pagan al contaminador.
Dicho de otra manera y con un ejemplo sencillo,
una comunidad que residiera al lado de una fábrica
contaminante, en virtud del derecho a movilizar un
factor de producción del propietario, debería
compensarlo en el caso de que el costo social
fuera mayor que el privado. El problema aparece
cuando hay “ausencia de derechos de propiedad”,
o sea cuando los bienes son comunales y los
individuos los explotan buscando utilidad privada.
O estos derechos tienen una definición confusa, lo
que sucede frecuentemente en diferentes marcos
legales.
Puntualmente, la formulación de Coase tiene
muchas críticas, tanto desde los economistas
ambientales (v. PEARCE, D.W., 1976, PEARCE, D.
Y KERRY TURNER, R., 1995), como de las
vertientes
con
visiones
más
“socializantes”
(BERMEJO, R. 1995, los ya citados AGUILERA
KLINK, F. y ALCANTARA, V., comp., 1994: 17 3),
pero serán mencionadas en el punto 4 de este
trabajo.
El impacto de estas elaboraciones teóricas
condujo a los economistas ortodoxos a una
conclusión que, al mismo tiempo, era también un
postulado: las cuestiones derivadas de la proble-
mática
ambiental
deberían
tener
precio
de
mercado.
Un nuevo salto en el “descubrimiento” del
ambiente por la economía neoclásica, se produce a
principios de la década del '70, cuando se
reflexiona en torno a temáticas que el mercado no
resuelve.
3.
Para
explicar
otras
problemáticas
Aunque estos últimos no critican la formulación en sí, sino que la utilidad de la cita está en que
resaltan un efecto ideológico (que propicia, entre otras cosas el uso del artículo de Coase para
fundamentar procesos de pillaje sobre las rentas públicas): “...se puede afirmar que quizá el
principal problema del artículo de Coase es que sus partidarios han practicado el reduccionismo
más feroz. En consecuencia, allí donde el autor muestra su capacidad de reflexión sugiriendo
diferentes escenarios con diferentes soluciones, sus partidarios sólo ven el Teorema de Coase,
que no es más que una versión particularmente idealizada, y por lo tanto fácilmente formalizable,
de los acuerdos voluntarios de Pigou, en la que no hay costes de alcanzar el acuerdo...”
AGUILERA KLINK, F. y ALCANTARA, V., comp., 1994: 17
originadas en el mantenimiento del equilibrio entre
la oferta y la demanda, Ayres y Kneese (1969), redescriben el proceso económico incorporando el
principio físico de la conservación de la materia.
Esta noción se basa en la negación de la
posibilidad de que los objetos materiales puedan
ser destruidos mediante procesos de consumo
final. Pueden cambiar de forma o de estado
(líquido, gaseoso o sólido), pero la masa total
perdurará a través de la manipulación a la que son
sometidos. En esta perspectiva, el ambiente físico
cumple una doble función:
 origen de las materias
 lugar de disposición de los residuos del proceso de
producción y consumo.
Según el planteo de estos autores, es posible
representar los movimientos anuales de materia y
energía que desde el “entorno” se dirigen hacia la
sociedad
(vía
producción-consumo,
o
directamente, consumo), y retornan desde la
sociedad al “entorno” (residuos de la etapa del
consumo o de la producción). Todo ello, en una
economía cerrada, donde la tasa de inversión es
cero, es decir:
 la producción de bienes de inversión y consumo
durables iguala a los que quedan fuera de servicio,
 el volumen anual de materia introducida en el
proceso
productivo
igualará
el
volumen
de
desperdicios generados.
El esquema puede complicarse para incluir
formaciones de stock (lo que retarda la aparición
de los residuos), o el comercio exterior, cuyo
efecto dependerá del signo del movimiento neto
de materiales. El medio ambiente natural cumple,
entonces y siempre de acuerdo con las nociones
de la economía neoclásica, dos funciones:
 aprovisionador de insumos
 receptor de residuos.
Especialmente como receptor de residuos, el
ambiente es utilizado en forma discrecional por el
contaminador, sin que su uso le signifique ningún
costo (salvo que operara un sistema de “impuestos
pigouvianos”).
Es
decir,
la
apropiación
del
ambiente hacía pensar a los economistas clásicos
que éste era un “bien libre” (aquellos bienes
sumamente abundantes, o ilimitados en cantidad,
y que no son propiedad de nadie).
Sin embargo, y tal cual lo han pensado siempre
otras culturas, con otros marcos de construcción
de la realidad, el agua, el suelo, el aire, etc., son
bienes que pertenecen a toda la comunidad. Aquí
aparecen las competencias del derecho, abordadas
desde diferentes perspectivas por Pigou y Coase,
pero ambos coinciden en un punto esencial: la
contaminación de estos bienes afecta la calidad de
vida de terceros y genera costos en otra parte del
proceso económico.
Vuelta a problematizar por Ayres y Kneese, en
1969, esta cuestión ya no se considera como un
caso de falla de mercado, sino :
“... como una parte normal e inevitable de la
producción
económica,
incrementarse
industrial...”.
los
que
efectos
se
del
agrava
al
desarrollo
En efecto, todas las actividades económicas en
una
sociedad
industrializada,
industrializadas
generan
también,
subproductos.
y
en
las
deberíamos
Algunos
pre-
agregar,
de
estos
elementos son naturalmente digeridos por los
ecosistemas, pero otros generan repercusiones
que son afrontadas por la sociedad en su conjunto
aunque hayan sido originadas por alguna actividad
particular. Si estas repercusiones no son asumidas
por los productores, y el costo de afrontarlas se
socializa, se dice que son externas a la lógica de la
producción, pero ello no impide que puedan
identificarse y calcularse.
Con esta finalidad se recurre al concepto de
externalidad, cuyo valor en los análisis económicos
de los procesos de contaminación producidos por
la
sociedad
industrial
se
torna
realmente
importante a cierto nivel. Externalidad designa (en
el marco de la Economía Ambiental) a todos
aquellos
costos
externos
a
los
procesos
productivos y que implican una pérdida de
bienestar a terceros que no es compensada por
nadie.4 Ahora bien, el sentido económico de
externalidad permite acotar el concepto, porque la
externalidad puede hacer interior (internalizarse) al
proceso económico si algún agente asume el costo
de la contaminación.
Fuera del análisis del campo económico, y en el
terreno de la ecología, algunas especies, cuando
compiten
en
un
nicho
por
otra,
generan
“contaminación” (por ej., las algas verdes y azules
que
toman
el
oxígeno
del
agua,
la
están
contaminando para los peces que viven en ese
4.
El concepto de externalidad deviene, en la teoría clásica, de la idea de falla de mercado, o sea,
aquellas situaciones en las que el mercado no funciona como eficiente asignador de recursos. En
la mayoría de los textos que discuten centralmente los núcleos clásicos del pensamiento
económico ortodoxo no refiere a relaciones de la sociedad con la naturaleza, sino a interacciones
entre agentes económicos.
lago) pero nadie pensaría en este proceso como
una externalidad. Esto tiene importancia para
razonamientos posteriores. Tanto Pigou como
Coase reconocen la existencia de externalidades, y
ambos las entienden de la misma manera, aunque
proponen
diferentes
soluciones
y
escenarios
complejos. Con el trabajo de Coase se funda la
corriente que podríamos adjetivar “conservadora”,
partidaria
de
profundizar
los
derechos
de
propiedad privada sobre el medio ambiente y de
suprimir la regulación del Estado. Con Pigou, se
recupera
el
enfoque
“intervencionista”,
que
legitima la participación del Estado para asegurar
la calidad del medio ambiente.
Ayres y Kneese se apoyan más en esta última
posición, profundizando la noción de que es
posible establecer monetariamente un “balance de
materiales” extraídos del entorno y devueltos a él
luego
de
su
transferencias
transformación.
internas
y
los
Todas
costos
de
las
los
procesos, son equilibrados monetariamente por
transacciones mercantiles, para lo cual también es
importante
determinar
las
externalidades
y
establecer mecanismos para abonarlas.
En términos ideológicos, el reconocimiento de las
externalidades por los economistas neoclásicos
tiene dos efectos fundamentales:
a) desviar el eje del problema de la producción de
contaminación
por
un
agente
o
empresario
particular o interés privado a la regulación de la
contaminación (por lo tanto, colocando esta
regulación como una responsabilidad colectiva)
b) desplazar el eje semiológico: la contaminación
en sí ya no es el problema, sino que el problema
pasa a ser el precio de la contaminación.
Puesto que el mercado -en la teoría neoclásica es axiomáticamente el asignador más eficiente de
los recursos y el indicador más fiel de la
satisfacción de la población, la solución es hacer
entrar a la contaminación en el mercado . Para ello
se propone recurrir al auxilio de un conjunto de
medidas (tarifas, subsidios, remates, licitaciones,
etc.), con el fin de que los agentes económicos
internalicen en sus cálculos los costos y beneficios
del deterioro ambiental. En la práctica, consiste en
monetizar determinados aspectos de la Naturaleza.
Y esta cuestión matemática genera la mecánica,
muy común en las sociedades desarrolladas, de
que los mismos contaminadores, en especial los
gigantescos
conglomerados
de
la
industria
química, de la transformación de combustibles
fósiles, etc., vendan más tarde la tecnología y los
servicios
de
descontaminación,
ganancia
por
la
obteniendo
desestructuración
de
los
ecosistemas que crearon antes. En términos
teóricos, es posible ver que la actividad económica
de reparación de los servicios ambientales (como
puede ser la limpieza y depuración de un río o un
acuífero, como el famoso caso del Támesis) es
contabilizada por los gobiernos como generadora
de riqueza individual, cuando en realidad es una
pequeña reparación de una pérdida colectiva.
La externalización/internalización de los “costos
ambientales” ha generado una profusa literatura
de métodos matemáticos, modelos, fórmulas,
teoremas, etc. verdaderamente impresionante, y
cuyo objetivo es encontrar un camino confiable
para valorar monetariamente algunos aspectos de
la relación Cultura/Naturaleza5.
En especial, se han popularizado dos conceptos
por medio de los cuales se denomina a los
mecanismos básicos de internalización de costos
ambientales: la DISPOSICION A PAGAR
y la
COMPENSACION EXIGIDA. La aparición de estos
dos conceptos surge a partir de la constatación de
que los costos de gestión del ambiente son
repartidos entre actores muy diferentes, la mayoría
de los cuales no se apropia en absoluto de la
ganancia generada por la circulación y mercadeo
del bien producido en base a un recurso natural, y
encima sufre las consecuencias de la depositación
de los residuos del proceso productivo. Esto
último, cuestión normal que siempre genera gastos
encubiertos que no pueden contabilizarse sólo
como un error de mercado (AZQUETA OYARZUN,
D., 1994, JACOBS, M. , 1997, AZQUETA, D. Y
FERREIRO, A, 1994).
En la Economía Ambiental, una gran parte de la
bibliografía disponible reduce
el análisis a la
discusión de la medida del bienestar individual( V.
PEARCE, D. 1976). Los economistas ambientales
dividen el problema en tres:
a) puede monetarizarse el cambio en el bienestar
individual en relación con la calidad ambiental?.
b) Cómo descubrir el cambio en el bienestar
individual, como consecuencia de modificaciones
ambientales?.
5.
Un trabajo que resume la aplicación de estos métodos a variados problemas (contaminación
atmosférica, ruido, efectos sobre la salud) es el de AZQUETA OYARZUN, DIEGO. Valoración
Económica de la Calidad Ambiental, Madrid, McGraw Hill, 1994.
c) Cómo agregar una serie de valores puramente
individuales, para que representen un cambio en el
bienestar social, en las opciones de bienestar de
los conjuntos sociales?.
Existe un axioma básico en la economía clásica,
que sostiene que el consumidor individual tiende
todo el tiempo a buscar una maximización de las
utilidades y una minimización del gasto o de todo
lo que pueda representar pérdida. Para la gran
variedad de la vida social en una sociedad de
mercado,
la
maximización
depende
de
las
estructuras de precios de los bienes y de los ingresos y la renta que puede obtener el consumidor.
De manera tal que, ante la ausencia de algunos
bienes, el mercado compensa con otros y el
consumidor soberano elige.
Ahora
bien,
cuando
pueden
determinarse
claramente los conjuntos de bienes, la utilidad que
obtiene
el
consumidor
se
denomina
utilidad
estrictamente separable , mientras que si la
posibilidad de obtener bienes y utilidades depende
de las cantidades disponibles de los demás bienes
se llama utilidad no separable .
Los bienes ambientales, cuya gran mayoría aún
no tiene precio, están relacionados con conjuntos
de bienes que sí tienen. De manera tal que, si
observamos lo que los grupos sociales hacen con
los bienes que se producen y comercializan, este
es el punto de partida teórico que la Economía
Ambiental propone para poder decir si es posible
monetizar los cambios en el bienestar individual.
Si la disponibilidad de un bien ambiental mejora,
como por ejemplo la calidad del agua, es difícil
expresar en dinero una sensación subjetiva. Pero
la microeconomía nos proporciona una serie de
posibilidades de medición del bienestar personal.
Veamos algunas:
a) El excedente del consumidor:
Se refiere a la diferencia entre lo que cada
persona estaría dispuesta a pagar como máximo
por cada cantidad consumida de un bien, y lo que
realmente paga.
b) La variación compensatoria:
Esta medida se refiere a la cantidad de dinero
que, ante el cambio producido, la persona tendría
que pagar para que su bienestar permanezca
inalterable.
En un ejemplo, supongamos que el municipio de
Olavarría, ciudad donde vivo, esté analizando un
plan de potabilización del agua del arroyo. Se sabe
que el agua potable aumenta el bienestar, pero el
problema es determinar cuánto. Para ello se debe
relacionar la cantidad de agua que se consume, la
cantidad de todos los demás bienes consumidos,
siempre tomando como constante una medida
original del bienestar. La mejora de bienestar que
representa el abastecimiento de agua municipal
implica un aumento en el precio del agua. La cuestión es medir cuánto incide el costo del agua en la
renta de cada persona o grupo social para alcanzar
el nivel de bienestar original.
Si el ejemplo cabiera para lo local, solucionar los
problemas
de
abastecimiento
de
agua
potabilizando el fluido tomado del Arroyo Tapalqué
(que atraviesa la planta urbana de la ciudad)
hubiera incrementado los precios del mismo en X
cantidad de dinero. Cuánto incremento en relación
a salarios promedio de $ 450 hubiera aceptado
pagar la población para mantener constantes los
niveles de abastecimiento en una ciudad cuyas
gestión se deteriora, sería justamente la variación
compensatoria.
El precio del agua no podría incidir en un alto
porcentaje en el presupuesto de una familia sólo
para mantener constante sus niveles de bienestar
(o por lo menos, de acceso al recurso). Cómo esto
era muy complejo para la estructura del municipio
y conllevaba un costo “político” por lo impopular
de tener que pagar por los consumo urbanos
básicos, a escala comunal la lógica fue muy
sencilla: que el costo político no lo pague el
gobierno municipal. En Economía Ambiental el
“costo político” no es posible de ser cuantificado,
porque sólo se tienen en cuenta dos tipos de
capital: el monetario y el natural; no se analiza el
simbólico o el político6.
c) La variación equivalente.
Trata de cuantificar la cantidad de dinero que le
tendría que dar el Estado o un particular a una
persona para que alcance el mismo nivel de
bienestar que si todos los servicios funcionaran
perfectamente, cuando en realidad no lo hacen.
Obviamente, esto funciona bien en sociedades en
donde no se abandona a quienes pertencen a ella.
En otras palabras, los economistas ambientales
parten del postulado que las personas tendrían
que aumentar sus rentas cuando no acceden a
servicios, porque alguien (generalmente el Estado)
debería compensarlos. En esta cuestión aparecen
6.
Esto se relaciona con otro problema: el supuesto de la economía clásica de que el Homo
Economicus es el ciudadano prototípico, y que su conducta y aspiraciones pueden reducirse a un
cálculo racional de costo/beneficio.
aspectos como los bienes públicos no optativos, es
decir, aquellos de los cuáles se es consumidor en
función de determinada forma de vivir, por
ejemplo el aire contaminado de una ciudad o la
estrategia de defensa nacional. Aplicado al caso de
las cementeras olavarrienses, nos bancamos la
contaminación y la “negociamos” o monetizamos
por servicios (colegios, hospitales, etc.) que
encajan con las pretensiones ideológicas o el
imaginario de las dirigencias locales acerca de lo
que es una “ciudad moderna”.
d) El excedente equivalente:
Aplicando los mismos principios que el anterior,
parte de analizar la nueva situación de bienestar,
ya sea por la mejora o por la pérdida de calidad,
una vez que se puso en marcha un sistema de
explotación de recursos o de provisión de servicios.
Todos
estos
enfoques
desembocan
en
justamente lo señalado al principio. Veamos que:
 ante una mejora en la cantidad ofrecida de un bien
ambiental no optativo, la DISPOSICION A PAGAR
puede presentarse de la misma manera que el
EXCEDENTE COMPENSATORIO.
 mientras
que
la
compensación
exigida
por
renunciar a la mejora que se propone es análoga
al EXCEDENTE EQUIVALENTE.
Ahora bien, analizando cualquier caso concreto
(la
licitación
del
agua
corriente
o
las
privatizaciones de cualquier servicio en Argentina)
vemos claramente que estas cuestiones funcionan
de manera imperfecta, por lo siguiente:
 La disposición a pagar por una mejora cualquiera o
por una pérdida de la calidad ambiental está
totalmente limitada por la renta de una persona.
En aquellos países, especialmente en el Tercer
Mundo, con familias cuyo ingreso diario es menos
de un dólar, y que representan casi la quinta parte
de
la
humanidad,
esta
cuestión
no
puede
plantearse en términos de precio. Es decir, estas
cuestiones
funcionan
sólo
para
determinadas
regiones, ni siquiera para determinadas sociedades
tomadas globalmente.
 La compensación exigida plantea el problema (por
supuesto que para los economistas) de que, en las
sociedades con un gran desarrollo del movimiento
ambientalista, son cada vez más las personas que
no aceptan recibir un pago del Estado o de un pool
de industrias que contamine el ambiente. Es decir,
estas cuestiones funcionan para determinados
momentos históricos.
En Olavarría, aceptamos una mayor exacción
sobre nuestra renta a cambio de la mejora en la
provisión de agua, es decir que nuestra disposición
a pagar no generó una resistencia política considerable. Al tiempo que, durante todo el auge de la
explotación
de
canteras
compensada
por
el
"Impuesto a la Piedra"7, una de las cuestiones que
se percibe claramente es el funcionamiento de una
compensación
exigida.
Este
antecedente,
obviamente, debe ser recuperado dándole un
nuevo contenido histórico.
En relación a esto último, el modelo de desarrollo
y las condiciones de vida que las comunidades han
7.
El “impuesto a la piedra” es la denominación de una tasa que el Municipio de Olavarría percibe
en concepto de explotación de canteras. En los años ´60 llegó a representar el 50 % de los
ingresos municipales, y con ese dinero se financió el desarrollo urbano y la obra pública de la
ciudad.
sabido construir es un argumento importante para
una discusión de tipo económico. Pensemos, por
un momento, en las condiciones de vida en
muchos países subdesarrollados, en los cuales la
falta de agua potable obliga a que varios miembros
del grupo familiar (generalmente las mujeres)
caminen muchos kilómetros por día cargando
recipientes vacíos y llenos. En algunos países
africanos, la mujer emplea el 85 % de su tiempo
en procurar agua. Si de repente tuvieran que
pagar el abastecimiento de agua que les llega
directamente a las viviendas, serían tantos los
argumentos a favor y en contra que el resultado
merece pensarse. Inicialmente no tendrían dinero.
Pero, en términos teóricos,
necoclásicos
consideran
los economistas
importante
a
la
productividad marginal de las horas de trabajo que
se liberarían para otras actividades. Aplicadas a la
producción, el tiempo disponible de mano de obra
femenina articulado a modalidades domésticas
permite recuperar la inversión comunitaria. Captar
esta renta potencial es lo que ha impulsado a
muchos promotores del desarrollo a promocionar
estos planes, incorporando zonas periféricas a la
producción capitalista, y no tanto las razones
ideológicas
argumentarse.
o
humanitarias
que
podrían
Entonces, para cuantificar algunos aspectos del
bienestar individual, todas las posibilidades de
medición fluctúan entre la disposición a pagar y la
compensación exigida. Los problemas prácticos de
cada forma de cálculo constituyen aspectos teóricos
y metodológicos que se discuten al interior de la
Economía Ambiental. Técnicamente, la aplicación de
un método de cálculo u otro depende de las
particularidades del caso.
La segunda cuestión, o sea ¿cómo descubrir el
cambio en el bienestar individual, como consecuencia de modificaciones ambientales?, nos lleva
a cuestiones derivadas de las anteriores. Ya no se
pregunta acerca de la asignación de precios al
bienestar individual. Cálculo que, por otra parte,
vemos que tiene zonas de incertidumbre muy
grandes, a medida que empezamos a considerar
algunas especificidades.
Como ciudadanos de hoy, ¿sabemos a que
niveles de calidad de aire y del agua tenemos
derecho?. ¿Qué grados de no intromisión en el
paisaje (a través de rutas y caminos, canales y
alcantarillas,
explotaciones
mineras,
tendidos
eléctricos, carteles publicitarios, etc.) podemos
reclamar, exigir o construir?. ¿Qué niveles de ruido
o que medidas de tranquilidad
estamos en
condiciones de definir?. ¿Cuáles de estos derechos
son negociables, y por lo tanto susceptibles de
compensación,
y
cuales
son
absolutamente
inalienables?.
El planteamiento tecnocrático de las soluciones
sobre este tema es, por lo menos, engañoso. El
análisis costo-beneficio de la calidad ambiental es
un aspecto que tiende a resolver el conflicto dando
lugar a unos intereses que predominan sobre
otros. Pero el simple cálculo económico no puede
ocultar el hecho de que es necesario que se
debata y se consensúen los derechos que los
grupos sociales pueden ejercer.
Si
pudiéramos
resolver
esto
de
manera
fundamental, vamos a ir a la cuestión conceptual,
y al gran tema del valor. ¿Qué tipo de valores
poseen los bienes ambientales?. Entre las varias
clasificaciones de tipos de bienes, puede hacerse
en principio una gran distinción derivada de otro
de los postulados de la economía clásica ( y que
puede ser discutido posteriormente): la existencia
de bienes de uso y de no uso.
El tema del valor de uso funciona con lo
ambiental
de
manera
bastante
clara,
en
apariencia. Las personas utilizan un bien (el aire, al
agua) y cualquier cambio en la disponibilidad o en
otros factores afecta esta utilización. Por lo que
empiezan a funcionar una serie de clasificaciones,
según este uso sea directo o indirecto, según se
viva cerca del recurso o haya que consumir otros
bienes (por ejemplo, viajar hasta un parque, que
implica obtener otras cosas en un mercado) para
llegar hasta él. Cualquier cosa que altere este
proceso, puede pensarse como abordable, aunque
empiezan a aparecer complicaciones. Por ejemplo,
¿cómo calcular el valor de uso para las personas
que entran en contacto con él a través de
imágenes televisivas o de libros?.
El
valor
de
no-uso
tiene
varios
ítems
desagregables. En primer lugar aparece el valor de
opción: en el futuro voy a optar por usarlo. O sea,
por tratar de aplicar otro ejemplo local, cualquier
olavarriense podría plantear: en el futuro quiero
vivir en la sierra, por lo que no quiero que se
destruya ese lugar por la actividad minera.
En este caso hay un grado de incertidumbre.
¿Estará el bien disponible para cuando yo tome la
opción?. Aquí podríamos calcular cuánto dinero
puedo pagar ahora para asegurar que el bien esté
presente en el momento en que yo decida tomar la
opción. Pero, derivado de un segundo tipo de
incertidumbre, aparece otra variante del valor de
no-uso, que es el valor de cuasi-opción.(AZQUETA
OYARZÚN, D. , op.cit.: 56 y ss.)
Este es un principio de gran relevancia en el
campo del medio ambiente y de la gestión de los
recursos naturales, y se vincula directamente a la
incertidumbre del decisor, de quien toma las
decisiones
acerca
del
uso
de
los
recursos
naturales. El valor de cuasi-opción se refiere a la
opción que tiene el decisor de esperar para reunir
información sobre un ecosistema o recurso, y esta
decisión puede traer un beneficio económico neto
que también puede calcularse. Este es un criterio
básico en las políticas integradas de manejo de los
recursos naturales. Obviamente que no lo es para
el caso local.
El valor de existencia tiene que ver con lo que las
personas valoran simplemente porque el bien
existe, y su desaparición permite suponer para
ellas una pérdida de bienestar. También pueden
aplicarse los ejemplos al tema de la disponibilidad
de las sierras de Tandilia. Para los científicos,
considerados como categoría, la cuestión de la
existencia
se
completa
con
el
valor
de
investigación: preservar un ecosistema o un
entorno permite conservar un laboratorio viviente
o natural para la investigación, la investigación y la
búsqueda de nuevas soluciones. Existe un método
(el de Brown y Goldstein cit. en DALY, H. y COB,
J., 1993) que está pensado especialmente sobre
esta consideración.
Según los economistas ambientales, todos estos
valores son susceptibles de cuantificarse. Algunos
métodos derivados de esta cuestión se refieren
especialmente a cuando, para disfrutar un bien
público, obligatoriamente debemos recurrir al uso
de bienes privados. Sucede mucho con los grandes
espacios verdes, parques y lugares públicos de las
grandes ciudades metropolitanas. Esta relación de
complementariedad se calcula con el método del
costo de viaje, que vincula también aspectos
relacionados con el valor económico del tiempo
libre. En realidad, estas posibilidades de medición
han sido exploradas ya desde principios de los 50,
cuando
un
famoso
economista
ambiental
norteamericano, J.V. Krutilla, buscaba algunas
maneras de preservar paisajes amenazados por
represas hidroeléctricas que el análisis costobeneficio condenaba a desaparecer. Introdujo
entonces una sobrevaloración del valor recreativo
de estos paisajes y una infravaloración de la
electricidad, bajo el argumento de que ésta última
sería mucho más barata en el futuro debido al
progreso técnico. Al tiempo que, al aumentarse los
ingresos y mejorar la calidad de vida, los paisajes
tendrían un valor más alto porque serían un bien
escaso.
En términos generales y dentro de esta lógica, la
creciente rareza de los servicios de la naturaleza
justificaba valorarlos más, en economías como las
del Primer Mundo, en donde un metro de tierra
urbana es un precioso regalo. El modelo de
Krutilla-Fisher intenta abordar la cuestión para
aquellos
casos
en
que
está
amenazada
la
existencia de un recurso único (v. MARTINEZ
ALLIER, J. 1995). También es muy fácil percibir
otro nivel problemático, el de ejecución de las
políticas ambientales, que genera “ruido· en las
mediciones a nivel individual que intentan realizar
algunos economistas ambientales.
Aparecen acá verdaderas cuestiones de carácter
político, que nos llevan a una tercer pregunta, o al
tercer orden de problemas: la pretensión de
valorar los servicios de la naturaleza como si
fueran bienes que están disponibles en un
mercado. ¿Cómo agregar una serie de valores
puramente individuales, para que representen un
cambio en el bienestar social, en las opciones de
bienestar de los conjuntos sociales?.
Esta cuestión tiene una clara implicancia política
y antropológica. Los individuos no son iguales en
todas las culturas, y el cálculo (que reduce a los
individuos como si su comportamiento fuera
homogéneo), no tiene en cuenta la manera de
calcular la diversidad en relación a cuestiones tales
como las futuras generaciones.
Para salvar esta objeción, se propone recurrir al
“método de la valoración contingente”, que se
basa en las preguntas directas, en la interrogación
a la mayor cantidad de personas acerca de los
aspectos
que
poseen
sentido
dentro
de
definiciones “émicas”, es decir, de las categorías
conceptuales de los sujetos. (LACABANA, M.
,1995). Claro que los economistas ambientales
suponen un nivel de información homogénea y
también cierta calificación, lo que pone entre
paréntesis la construcción social de las relaciones
de
clase,
el
accionar
de
los
aparatos
de
hegemonía, la capacidad de influenciar en la
construcción de las agendas de los medios de
comunicación que disponen algunos agentes, etc.
También aparece el problema propio de todos los
mercados “imperfectos”: los precios no sólo
dependen de los costos de producción, sino
también de la distribución del ingreso, y de una
problemática que tiene sentido sólo si se piensa
colectivamente: la de la asignación de derechos de
propiedad sobre rubros del “capital natural”, o de
la naturaleza capitalizada (tema central para
entender la aproximación marxista, que será
abordada en el capítulo siguiente).
El caso internacional más conocido actualmente
en el cual se discuten estas cuestiones es el de
Ecuador. La explotación petrolera en Ecuador ha
vertido más petróleo crudo a la selva que el
derrame que el Exxon Valdez liberó en las costas
de Alaska. La Texaco ha tenido que afrontar un
reclamo de 1.500 millones de dólares por daños
ocasionados no sólo por los derrames de petróleo,
sino
también
por
la
desforestación
y
los
inconvenientes traídos a la vida de indígenas y de
comunidades de pioneros y colonos agrícolas
promovidos por el mismo gobierno ecuatoriano
que permitió la explotación. Texaco ha extraído
más de 1.000 millones de barriles de petróleo
crudo entre 1970 y 1990, por lo que los daños
reclamados
representan
aproximadamente
un
dólar y medio por barril, un 10 % del valor bruto
de las ventas (MARTINEZ ALIER, 1995).
La complejidad del problema se presenta cuando,
por ejemplo, el mismo estado ecuatoriano que
permitió la explotación no apoya el litigio y trata
de llegar a un acuerdo por separado, exigiendo de
la Texaco...15 (quince) millones de dólares de
reparación. Cuando se discute este tema, que aún
no se ha resuelto en los tribunales de Nueva York
(pero se acepta casi que la Texaco va a terminar
pagando unas cien veces menos de lo que se le
reclama, solamente algunos centavos por barril)
siempre aparece la referencia a un axioma que
dice : “los pobres venden barato”, y se refiere a la
debilidad estructural de los países del Tercer
Mundo, o las “economías emergentes” frente a la
dinámica
de
cantidades
los
de
países
dinero
desarrollados.
que
pueden
Las
parecer
abismales para los países pobres, significan muy
poco
en
la
vida
de
las
compañias
que
hegemonizan la rapiña sobre los recursos naturales
del planeta.
Para nuestra intranquilidad, una demanda similar
a la efectuada por el gobierno de Ecuador, pero en
nuestro país, le planteó a YPF el gobierno de la
Pcia. de Neuquén en la primera parte del año
1999.
La
pcia.
cordillerana
reclama
una
indemnización por daños ambientales provocados
por la explotación del petróleo de alrededor de
1.000 millones de dólares, sumando el perjuicio a
napas de agua, a comunidades indígenas, a tierras
inutilizadas para la explotación, etc.. El economista
nacional que condujo el cálculo del daño ambiental
es Héctor Sejenovich.
Otro caso seguido con atención a nivel mundial
es el de Indonesia. Quienes visitan Indonesia se
asombran de la permanente neblina que sofoca la
ciudad. Esta proviene de los incendios de bosques.
Indonesia
posee
uno
de
los
movimientos
ambientalistas más combativos del Tercer Mundo,
pero aún así en muchos casos los ambientalistas
no pueden poner en línea a un gobierno que rifa
los recursos naturales (durante mucho tiempo fue
un gobierno dictatorial, y muchas de las luchas
étnicas entre lo grupos federales y los tamiles,
minoría étnica, tenían que ver con la preservación
de la autonomía de determinadas comunidades) y
muchas más veces, las companías forestales ni
siquiera solicitan permisos del gobierno, sino que
presionan directamente a los líderes locales. Estas
comunidades ven como en pocos menos de dos
meses
todo
el
territorio
que
ocuparon
sus
ancestros por siglos es desforestado, y la lluvia
convierte rápidamente en roca el precario suelo.
Aún cuando hayan podido hacer un arreglo
colectivo con las compañías, deberán migrar a
engrosar
el
cordón
de
miseria
de
Yakarta,
Bandung o de Surabaya (las tres ciudades más
importantes).
Así se repiten los casos en los lugares en donde
los últimos siglos la presencia colonial ha instalado
una debilidad política crónica que deja inermes las
comunidades frente a las nuevas formas de
trasnacionalización de las economías. En muchos
casos,
para
las
“economías
emergentes”,
el
esquema de apertura sin restricciones al mercado
mundial es suicida, y no hay casi espacio para
hablar de derechos colectivos. De ahí que todos
estos
conceptos
teóricos
que
la
Economía
Ambiental ha desarrollado sean inaplicables a la
realidad de asimetría de poder de la mayoría de los
países desarrollados.
Aún así subsisten otras problemáticas cuyo
ejercicio teórico nos vincula con una serie de
incertidumbres,
pero
todas
provienen
de
la
observación de cuestiones de hoy. Para ir pasando
a otro nivel de análisis, se puede mencionar el
caso de Finlandia, que en el campo del medio
ambiente logró una gran reducción en la emisión
de dióxido sulfúrico generado por la industria
papelera (que, junto con la forestal y la fabricación
de teléfonos celulares, es el eje de la economía del
país). A partir de este hecho, se descubrió que el
50 % de la polución atmosférica de Finlandia
provenía...de los países vecinos. La pregunta que
tendríamos que resolver es si es posible pensar, en
ciertos problemas, sólo en el marco de un estado
local o regional, o si debemos ampliar el análisis a
problemáticas estratégicas de otros niveles.
La reacción a estos métodos de explotación es la
base
de
experiencias
muchas
de
luchas
populares,
negociación
se
y
las
cuentan
por
centenares, algunas con mayor o menor éxito. En
general, se acepta que las empresas deben
internalizar costos de una gestión ambiental
descuidada, y hasta el Banco Mundial recomienda
medidas de regulación ambiental muy estrictas
para
financiar
determinados
procesos
de
explotación de recursos naturales.
Pero todos estos aspectos que hemos ido
consignando como insuficiencias de los órdenes de
problemas en los que desemboca la pretensión de
ponerle precio al ambiente, se ponen todavía más
de manifiesto cuando se aborda el tema de los
recursos naturales. El pionero en relación a este
punto es Harold Hotelling, quien formuló algunas
cuestiones
fundamentales
en
relación
a
la
agotabilidad de los recursos naturales y al impacto
en los mercados que tiene esta característica.
Hotelling publicó su artículo en 1931, en The
Journal of Politic Economic, y modelizó una serie
de mecanismos que, décadas más tarde, cobraron
mucha
importancia
al calor
de
los debates
suscitados por el Informe Meadows8 y otros
trabajos del MIT y del Club de Roma.
8.
El Informe Meadows es el nombre con que se popularizó el trabajo denominado “Los límites del
crecimiento”. Fue realizado por Dennis Meadows, y básicamente consistió en un modelo
matemático que extrapolaba los datos del ritmo del crecimiento económico occidental y la exacción
de recursos naturales que esto implicaba. En términos numéricos, el año 2050 era el límite fijado
para la supervivencia de la especie humana si se continuaba con los procesos económicos de la
sociedad capitalista y la carrera armamentista entre EE.UU. y la URSS.. El colapso civilizatorio
vendría mucho antes, debido a que el ritmo de extracción de recursos sería imposible de sostener
y la contaminación del aire y de los mares destruiría prácticamente los ecosistemas humanos. Si
bien el informe demostró, con argumentos científicos, que el desarrollo económico capitalista tiene
En otra expresión típica de la concepción
neoclásica, Hotelling establece que :
“...el precio, neto de costos de extracción, de la
unidad marginal de un recurso debe crecer a un
ritmo igual a la tasa de interés del mercado. Si ello
sucede así, la extracción del recurso se realiza en
condiciones de eficiencia y de equilibrio en un
mercado competitivo, y la industria opera en una
situación de óptimo social. No se justificarían
entonces los llamados para un control público,
basados en el supuesto de que la explotación
privada tiende a sobreexplotar más en general, a
mal explotar el recurso...” (GUTMAN, P., 1985:52)
La noción de óptimo social aparece, en la
concepción de Hotelling, remitida al futuro, por lo
que penetra en el terreno de lo que se denomina
la “asignación intergeneracional óptima de los
recursos agotables”. Pero esta cuestión está
asociada a la demanda, ya que para asignar
óptimamente un recurso natural agotable debería
conocerse lo que las futuras generaciones van a
demandar.
El análisis de la conformación del precio de un
recurso natural sería analizado y criticado por
Solow (1974), planteando que las cuestiones que
era necesario conocer para poder arribar a un
óptimo
de
imposibles.
asignación
Entre
otras
intergeneracional
críticas,
la
falta
eran
de
capacidad explicativa real y la imposibilidad de
reunir los datos acerca del futuro (mercados de
futuro organizados, necesidades de consumo de
límites planetarios, se le objetaron aspectos metodológicos (combinación de variables,
construcción de datos, etc.) y aspectos epistemológicos (concepción lineal de la evolución
humana, imposibilidad de cambio social, etc.).
recursos perfectamente claras y delimitadas por
los consumidores, empresarios que conozcan al
detalle la evolución futura de sus costos de
producción, la evolución futura de las tasas de
interés, etc.). Es decir, los parámetros relevantes
para establecer el precio óptimo de un recurso no
renovable (tasa de descuento, el precio de la
tecnología sustitutiva, el costo de extracción, la
demanda y sobre todo, las existencias del recurso)
aparecen inciertos 9.
Pero el problema de fondo del análisis neoclásico
de los recursos naturales es que las soluciones en
las que se alcanza un equilibrio formal ponen entre
paréntesis la realidad institucional (social, política,
histórica,
etc.,
que
ha
construido
la
red
institucional que atraviesa el proceso económico) y
que permite que los actores se comporten en el
mercado de manera diferente de lo que la solución
formal recomiende. Según Hotelling, el precio de
recursos como el petróleo o el hierro deberían
subir constantemente, a medida que las reservas
se van agotando (y que esta presunción de
agotamiento se refleja en una elevación de la tasa
de interés).
Esto último no se corresponde lo que el nivel
empírico muestra. Es que cualquier recurso natural
o materia prima requiere de relaciones sociales
para su extracción y puesta en el mercado. Y
cuando
estas
relaciones
son
de
dominio
y
explotación, las posibilidades “políticas” de mandar
sobre el precio son escasas para las comunidades
que dependen de ese recurso.
9.
En un sentido más amplio, también caben las mismas críticas que Paul Davidson efectúa a la
idea de equilibrio que predomina en la economía neoclásica. (v. Davidson, Paul. “Economía
poskeynesiana. La solución de la crisis de la teoría económica”. En: Bell, D. y Kristol, I. La crisis en
la teoría económica. Buenos Aires, Ed. El Cronista Comercial.
No es necesario abundar sobre el caso del
petróleo
que
abastece
al
Primer
Mundo.
Gerenciado por gobiernos “amigos”, tiene un
precio descendente, a pesar de su creciente
escasez y de su vitalidad para la civilización
industrial. Los esfuerzos políticos y militares que
realizó Occidente para mantener el control sobre el
Golfo Pérsico incluyeron una guerra, pero también
el fomento de aparatos políticos serviles a partir de
aprovechar
los
sistemas
de
parentesco
característicos de Medio Oriente. Algunos emiratos
se
transformaron en “hydrocarbon societies”,
porque ningún resquicio de la estructura parental
de la clase dominante está fuera de los circuitos de
producción de petróleo.
Pero la explicación liberal acerca de la baja de
precios está centrada en argumentos endógenos al
proceso económico, especialmente en cuestiones
ligadas al avance tecnológico y al reemplazo de
recursos
naturales
por
materiales
sintéticos.
Algunos ejemplos empíricos, en abstracción de
contextos político-sociales, parecen dotar de cierto
respaldo a esta visión. Casos como el caucho o el
cobre (éste último reemplazado por fibra óptica)
otorgan sustento empírico, si se coloca entre
paréntesis la lucha norteamericana previa a la
guerra por asegurarse reservas naturales de
materiales
estratégicos
a
escala
planetaria
(esquema que hoy se está repitiendo con el
petróleo).
Otro núcleo teórico derivado del enfoque de
balance de materiales (además de la preocupación
por la determinación de los mecanismos formales
de asignación de precios) es la noción de capital
natural. Este deviene también de la misma
preocupación por el mantenimiento del stock de
recursos
naturales,
frente
a
la
certeza
de
agotamiento. Este punto es relevante leerlo en
función del proceso de expansión semiótica del
capital que conceptualiza Martin O´Connor, y que
abordaré más adelante.
Y un tercer problema ubicado en esta misma
dirección
es
la
valuación
monetaria
de
la
preservación del ambiente considerado “natural”,
que ofrece servicios recreativos, paisajísticos, e
inclusive, de banco genético. Aquí reaparecen las
cuestiones mencionadas en páginas anteriores,
acerca de la centralidad de los métodos de
“valoración
contingente”,
“precios
hedónicos”,
“costo de viajes”, etc.. Pensado como un recurso
agotable y en condiciones de elegir si se preserva
o
no,
aparecen
los
modelos
como
el
ya
mencionado Krutilla-Fisher, etc.
Para hacer una síntesis apretada, el intento de
ponerle un precio de mercado a los problemas de
contaminación y al uso de los recursos naturales
tiene dos vertientes analíticas. La que se origina en
visiones
“conservadoras”
se
centra
en
el
mantenimiento de los derechos de propiedad
privada sobre el ambiente. Las responsabilidades
en el uso de los recursos y en el vertido de
contaminantes la tiene quien usufructúa el derecho
de propiedad, y puede compensar tanto al
afectado por la contaminación, como éste último
puede compensar al titular de un derecho por no
contaminar. La vertiente que se basa en la
regulación monetaria de los perjuicios ambientales,
reconoce la necesidad de fijar una compensación
monetaria
equivalente
producido.
Esta
al
daño
compensación
ambiental
requiere
una
intervención del Estado en la fijación de sanciones
e incentivos económicos. De esta vertiente deriva
el enfoque denominado “balance de materiales”
Ambas posiciones reconocen la existencia de
externalidades ambientales, y ambas requieren el
desarrollo de un instrumental metodológico y
técnico para monetizar y mercantilizar aspectos
que nunca hasta ahora se habían monetizado. En
general, la economía ambiental adolece de los
mismos problemas epistemológicos que se le ha
criticado al enfoque neoclásico de la economía. La
pretensión formal de equilibrar las ecuaciones no
se corresponde ni con la dinámica de los sistemas
sociales ni mucho menos con el “desorden” y
desequilibrio ecológico que caracteriza a los
sistemas naturales.
3. Problemática ambiental y marxismo
Uno de los pilares del andamiaje teórico con que
Marx estudió la dinámica del sistema capitalista es
la teoría acerca del valor del trabajo. Esta
centralidad, y sobre todo el argumento sostenido
en
el
capítulo
5
de
“El
Capital”
(donde
conceptualiza las diferencias entre el trabajo
humano y la transformación de la naturaleza que
realizan algunos animales sociales, como la abeja),
se apoyan en una concepción del cambio como
avance material y tecnológico.
Por esto último (y tal como fuera también
desarrollado por Engels en “Dialéctica de la
Naturaleza”10) no puede pensarse en los cambios
naturales como si fuera un “trabajo”: la Naturaleza
10.
Me parece una contribución interesante de Engels su atención a lo que hoy se puede llamar
“resultados no previstos de la aplicación de tecnologías” o “racionalidad no intencional”: “...No
debemos, sin embargo, lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la
naturaleza. Esta se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos. Es cierto que
todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean,
además, otros imprevistos con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los
primeros. Quienes desmontaron los bosques de Mesopotamia, Grecia , el Asia Menor y otras
regiones para obtener tierras roturables no soñaban con que, al hacerlo, echaban las bases para
el estado de desolación en que actualmente se hallan dichos países, ya que, al talar los bosques,
acababan con los centros de condensación y almacenamiento de la humedad” (ENGELS, F.,
1961: 151).
no tiene intencionalidad, porque no hay reificación
de sus representaciones mentales previas, y por lo
tanto, no hay un “sentido de la historia” por fuera
de las sociedades humanas.
La concepción marxista hace hincapié en el
desarrollo y expansión del capitalismo motorizado
por la lucha de clases, y no hay argumentos o
planteamientos acerca de un problema que surge
en el presente siglo: el de los “límites naturales”,
los topes o frenos a la expansión planetaria del
modo de producción capitalista debido a que se
queda sin base material, sin soporte natural para
transformar en mercancía.
De este agotamiento de los recursos a escala
planetaria y de las señales de alarma que
estallaron en todo el mundo, la corriente de
pensamiento denominada “ecomarxismo” sostiene
que es uno de los emergentes de una nueva
contradicción.
Marx
transformaciones
derivaba
sociales
de
la
todas
las
contradicción
primaria entre capital y trabajo; los ecomarxistas
argumentan que la crisis ecológica actual y el
surgimiento
denuncian
de
el
nuevos
movimientos
surgimiento
de
una
sociales
segunda
contradicción: entre la formación histórica de la
naturaleza y la evolución del modo de producción
capitalista, en su fase actual de transición desde el
fordismo hacia la acumulación flexible.
El teórico que ha sistematizado esta idea de la
Segunda Contradicción es James O´Connor. En un
artículo publicado en 199111 explica que:
11.
O´Connor, James. “Las condiciones de producción. Por un marxismo ecológico, una
introducción teórica”. En. Ecología Política nro. 1, Barcelona, ICARIA/FUHEM, 1991.
“...el punto de partida de la teoría “marxista
ecológica” de la crisis económica y de la transición
hacia el socialismo es la contradicción entre las
relaciones de producción capitalistas (y las fuerzas
productivas) y las condiciones de producción
capitalistas, o entre las relaciones capitalistas y las
fuerzas de reproducción social. Marx definió tres
clases de condiciones de producción. La primera
son las
condiciones
físicas
externas,
o
los
elementos naturales que entran en el capital
constante y variable. Segundo, definió la fuerza de
trabajo de los obreros como las condiciones
personales de producción. Tercero, Marx se refirió
a las condiciones generales, comunales, de
producción social, por ejemplo, los medios de
comunicación. ¿Qué son hoy las condiciones de
producción?. Hoy se habla de las condiciones
físicas externas en términos de la viabilidad de los
ecosistemas, los niveles atmosféricos de ozono, la
estabilidad del litoral y las cuencas de los ríos, la
calidad del agua, del aire y la tierra...En los
conceptos de condiciones físicas externas están
implicados los conceptos de espacio y entorno
social. Incluimos, por lo tanto, como condición de
producción, el espacio urbano (la naturaleza
capitalizada como urbana) y otras formas de
espacio que estructuran y están estructuradas por
la relación entre las personas y el medio ambiente,
que a su vez ayuda a producir entornos sociales...”
(O´CONNOR, JAMES, 1991: 115 -116).
Esta larga cita es el núcleo desde el cual parte el
autor para construir otra mirada sobre la crisis del
sistema capitalista, que deviene de los “límites
naturales” y la consiguiente exigencia para el
capital
de
condiciones
re-estructurar
de
producción
constantemente
(lo
que
las
conlleva
modificaciones en la esfera de la reproducción,
como se verá más adelante). La aparición de los
“límites naturales” deviene de algo que Marx ya
había notado, que es que la explotación humana
destruye o arruina la base natural. Pero no
argumentó que la destrucción ambiental podría ser
una barrera surgida desde la misma dinámica del
sistema capitalista, por las dificultades que la
escasez de recursos y la contaminación generan a
la acumulación de capital.
Esta
“Segunda
Contradicción”
también es
externa a los límites tradicionales que se le fijan al
sistema económico, y por ello mismo más difusa y
diversa. Deriva de la apropiación y el uso
autodestructivo de la fuerza de trabajo, del
espacio, de la infraestructura urbana y de los
recursos naturales.
Ahora bien, lo que
James O´Connor teoriza
como “condiciones de producción actuales” es lo
que
la
Economía
Ambiental
denomina
“externalidades” : los costos de la producción (que
no inciden en el valor del trabajo o en los procesos
de formación de precios) , que aparecen para los
economistas como gastos destinados a salud o
educación, transporte urbano, infraestructuras,
etc. y que, como ocurre con los costos derivados
de la destrucción del ambiente, se socializan para
poder garantizar la apropiación privada de la
riqueza. La “Segunda Contradicción” se expresa en
la dificultad de los procesos productivos de
reproducir sus condiciones de existencia, y al
originarse
esta
dificultad
en
procesos
de
explotación muy diferentes (dadas la diversidad de
ecosistemas,
de
recursos,
de
procesos
contaminantes, etc,), no aparece ningún elemento
equivalente a la explotación que sufre el obrero en
la Primera Contradicción (capital/trabajo).
Esta es la explicación que se desprende para
entender
el
surgimiento
Ambientalismo/Ecologismo
en
sus
del
múltiples
variantes y en toda su diversidad (ecologismo
cosmético, feminismo esencialista verde, luchas
vecinales EMPN, movimientos urbanos, ONGAs de
diferentes
tipos,
redes
de
acción
política
ambientalista, etc., v. VIOLA Y LEISS, 1990,
RIECHMANN Y FERNANDEZ BUEY, 1994). Como
antagonista
del
Capital,
el
Ambientalismo/Ecologismo se suma al movimiento
obrero como actor en la transformación social, y
los logros de su accionar dificultan la explotación
de los recursos naturales, inciden simbólicamente
sobre las actitudes de los consumidores y por lo
tanto (hipotéticamente) puede hacer disminuir la
tasa general de ganancia.
En otro trabajo teórico, publicado unos años
después, en 1995 y en la misma revista, Martin
O´Connor utiliza otra categoría para ampliar la
explicación sobre la exigencia de reproducción del
capitalismo:
“...el modus operandi del capital como sistema
abstracto experimenta una mutación lógica. Lo que
anteriormente se consideraba un ámbito externo y
explotable, ahora se redefine como un stock de
capital. En consecuencia, la dinámica primaria del
capitalismo cambia, pasando de la acumulación y
el crecimiento alimentados en el exterior de lo
económico
autogestión
a
y
ser
una
forma
conservación
del
ostensible
de
sistema
de
naturaleza capitalizada encerrada sobre sí misma.
A este proceso, que también lo podríamos llamar
la expansión semiótica del capital se une la coopción de personas y movimientos sociales en el
juego
de
la
“conservación”...”.
MARTIN, 1994: 17).
(O´CONNOR,
El resultado de esta expansión semiótica del
capital no es la armonía, el “equilibrio” o
justamente la conservación (término utilizado
frecuentemente con un sentido legitimador), sino
el
incremento
de
la
competitividad
en
la
apropiación de los recursos naturales recurriendo a
cualquier medio y sin ningún tipo de escrúpulos.
Por lo que la crisis del capital (que en la primera
contradicción Capital constante/Capital variable se
manifestaba como momentos de sobreproducción)
se manifiestan como crisis de costos :
 los costos que el capitalista externaliza y no paga,
aumentan los costos de otros capitalistas y de la
reproducción de todo el conjunto, inclusive los
servicios/subsidios que brindan los estados al
capital en cada sector de la economía.
El avance de Martin O´Connor es reparar en que
el proceso implica una producción ideológica
central a la legitimación de la apropiación de la
naturaleza (y en el modo de producción flexible,
directamente
el
patentamiento
y
la
mercanitilización de la vida reproducida con las
biotecnologías actuales), y no sólo un simple
dominio material por ocupación y conquista física.
Es una conquista semiótica de la Naturaleza.
En este punto, convergen con uno de los
antropólogos marxistas que ha teorizado sobre la
articulación entre la Naturaleza y la Cultura de
manera más fértil:
“...al contrario que los demás animales sociales,
los hombres no se contentan con vivir en sociedad,
sino que producen la sociedad para vivir; en el
curso de su existencia inventan nuevas maneras
de pensar y de actuar sobre ellos mismos, así
como sobre la Naturaleza que los rodea. Producen
la cultura y fabrican la historia...” (GODELIER, M.
1989: 17)
Con esta noción, Godelier se introduce a trabajar
la temática del papel que juegan los sistemas
simbólicos en la producción de la articulación a la
Naturaleza. Ya había adelantado elementos de
este
acercamiento
“Antropología
y
en
un
biología.
texto
Hacia
de
una
1976
nueva
cooperación” (Barcelona, Anagrama), donde ya
planteaba la centralidad de conceptos como
racionalidad,
dialéctica
opacidad/transparencia
(que sería lo que cada sistema social muestra o
informa a los sujetos de sus propias condiciones
de reproducción), desequilibrios funcionales, etc.,
para poder comprender la adaptabilidad del
capitalismo a explotar los recursos de todos los
ecosistemas del planeta.
Curiosamente, estos análisis (y sobre todo la
necesidad
de
ideológicos
y
re-dimensionar
simbólicos
en
los
el
aspectos
proceso
de
apropiación de la Naturaleza a escala planetaria)
confluyen con una elaboración de uno de los más
ácidos detractores de la perspectiva marxista
tradicional, Jean Baudrillard, quien expresa que :
“...La Naturaleza (que parece convertirse en hostil,
deseosa de vengar su explotación mediante su
deterioro) debe participar. Con la Naturaleza, al
mismo tiempo que con el mundo urbano, es
necesario recrear la comunicación (es decir,
implantar la armonía) a base de multitud de signos
(como debe ser recreada entre empresarios y
trabajadores,
entre
los
gobernantes
y
los
gobernados, con la fuerza de los medios de
comunicación
y
con
la
planificación)...”
(BAUDRILLARD, J., 1972: 185)
Una coincidencia de todos estos autores es que
ha habido una “mutación lógica”, un cambio de
concepción acerca de la Naturaleza, que es clave
para
explicar
la
“huida
hacia
adelante” del
capitalismo post-industrial, cuyos agentes son
conscientes de la crisis de costos y, como
estrategia, consiguen convertirla en factor de
reproducción
del
sistema
capitalista
en
su
conjunto:
“...Uno de los principales destructores de la capa
de ozono se atribuye el mérito de ser un precursor
en su defensa. Una gran compañía petrolera
afirma adoptar un principio de precaución sobre el
calentamiento global. Un importante fabricante de
productos agro-químicos comercializa un pesticida
tan peligroso que ha sido prohibido en numerosos
países mientras propagandiza que la compañía
ayuda
a
combatir
el
hambre.
Una
firma
petroquímica utiliza los residuos de un proceso
contaminante como materia prima para otro y lo
presenta como una iniciativa de reciclaje. Una
compañía corta madera de una selva tropical y la
reemplaza por un monocultivo de una especie
exótica y a esto llama proyecto de desarrollo
forestal sostenido...” (NIETO, JOAQUIN, 1995:
153)
Lo que simplemente aparece como un lavado de
imagen para legitimar las políticas empresariales,
se teoriza como algo más amplio: mecanismos
semióticos
de
generación
de
consenso
para
expandir mercados y crear nuevo valor para sus
productos, y para tecnologías que prometen
descontaminar y remediar los ecosistemas que los
mismos que hoy las venden han contaminado.
En virtud de esta mutación lógica, la Naturaleza
aparece también como un stock de capital: ya no
es algo externo a la cultura sino un objeto que, en
virtud del dominio de sus claves genéticas, es
transformable en mercancía y re-creable en un
laboratorio para su intercambio cuantas veces lo
requiera el proceso económico.
En realidad, la discusión que propone Baudrillard,
y que es tomada como contribución por el
“mainstream” ecomarxista, es más compleja que lo
que presenta Martin O´Connor en el artículo ya
mencionado. Se basa en la idea de que la
capitalización de la Naturaleza ya no está guiada
por la necesidad intrínseca de la ganancia, sino por
un proyecto de dominación simbólica de la esfera
de la cultura, para reproducir las relaciones de
producción capitalistas como una forma social
abstracta. La dificultad de valorizar los procesos
naturales, así como la inconmensurabilidad entre la
lógica del capital y las diferentes dinámicas
productivas de los ecosistemas, estarían llevando a
una pérdida de referentes reales, y a desustantivizar las luchas sociales del ecologismo.
Esta cuestión, batalla por el control ideológico (la
“Madre de Todas las Batallas”) es, en definitiva,
una estrategia del Capital por apropiarse de la
Naturaleza y transferir los costos ecológicos a los
grupos y clases sociales desposeídos. La obsesión
semiótica por codificar el mundo como capital
natural sustituiría, según Baudrillard, la pulsión de
la
ganancia
como
motor
del
proceso
de
reproducción del capital. Afirmación compleja y
arriesgada, comprensible en el marco de la
búsqueda posmoderna por reducir el mundo
material
a
su
interpretación
Baudrillard, J.,1996)
simbólica.
(v.
12
Lo sostenido por ambos O´Connor, Martin y
James, en cuanto a las condiciones de producción,
la expansión semiótica del capital y la importancia
de las dimensiones simbólicas en la articulación
compleja Cultura/Naturaleza, y la hipótesis de la
Segunda Contradicción, son los núcleos distintivos
de
la
corriente
eco-marxista.
Se
encuentra
problematizados en la revista Capitalism, Nature,
Socialism , fundada por James O´Connor en 1988,
con el objetivo de proponer una reconstrucción
crítica del marxismo problematizando desde las
discusiones acerca de la problemáticas ambientales
mundiales. La revista tiene versiones simultáneas
en inglés, francés, italiano y español, y su comité
editor organiza seminarios anuales. Se publican
también contribuciones teóricas de ambientalistas
y académicos latinoamericanos, como Enrique Leff,
Víctor Toledo y Silvio Funtowicz.
Y es particularmente interesante el privilegio que
se otorga a la interdisciplinariedad. Así, diversos
análisis incorporan conceptos provenientes de la
teoría termodinámica de los sistemas abiertos,
como “apertura, dispersión o indeterminación,
procesos
estocásticos”,
o
de
la
ecología
“coevolución, codependencia, huella ecológica”, de
la antropología “procesos de transición simbólica,
12.
Tal afirmación de Baudillard debe leerse como inscripta en una corriente que se opone al
reduccionismo materialista en que incurrieron diversas corrientes filosóficas y sociológicas,
enmarcadas en la tradición académica europea, y que adquirieron preponderancia política a fines
de los 60´. El intento por balancear tal reduccionismo generó también un excesivo idealismo, pero
finalmente sobrevivieron síntesis teóricas que están siendo fertilizadas. Pienso que Baudrillard
acierta en resaltar los componentes semióticos que permiten codificar el mundo según una
categoría occidental, pero me parece discutible interpretar la dinámica de los procesos de
acumulación de capital según el modelo de las pulsiones en oposición de base freudiana. Esta
misma objeción puede plantearse para el abordaje de Toni Negri, en cuanto al uso de la categoría
“deseo”. No es que el nivel psicoanalítico no sea un componente válido en cuanto a la explicación
del funcionamiento del mercado y de otras instituciones sociales. Pero no puede ser el único,
como tampoco puede serlo el semiótico o el lingüístico en una teoría de la cultura.
incrustación13,
esquismogénesis,
opacidad/transparencia”, etc., además del uso
variado de las categorías marxistas clásicas.
Pero el eco-marxismo no se crea en el vacío. En
tèrminos sociales, está totalmente relacionado al
avance
de
los
movimientos
ecologistas/ambientalistas y a sus alianzas con
sectores del feminismo, del sindicalismo obrero
europeo
y
del
agrarismo
campesino
latinoamericano, y con científicos críticos del uso
de las biotecnologías sin control. En términos
teóricos, el antecedente más importante del
ecomarxismo
se
encuentra
en
la
obra
del
antropólogo Karl Polanyi, especialmente en un
libro
publicado
en
1944,
titulado
La
gran
14
transformación . Este texto trata de las maneras
en
que
el
mercado
capitalista
aniquila
la
naturaleza, destruyendo sus propias condiciones
sociales y medioambientales. Pero también se
nutre con aportes de autores como Murray
Bookchin, que desarrolló una teoría de la “ecología
social” en EE.UU. sosteniendo categorías libertarias
de
base
anarquista,
reivindicando
la
descentralización del poder, la toma de decisiones
comunitarias en cuanto al uso de los recursos, a la
utilización de tecnologías “adecuadas”, etc..
Obviamente, el núcleo de la reflexión marxista en
que se basa esta corriente también es, a mi
entender,
13.
bastante
sólido
y
no
me
parece
El término utilizado en varios artículos es “imbededness”, que podría entenderse
alternativamente como articulación, y que proviene de los trabajos de antropólogos culturalistas
norteamericanos que supieron observar cómo determinadas instituciones (en el sentido teórico del
funcionalismo malinowskiano) podían “incrustar” a otras, constituyendo redes de relaciones
empíricamente observables y permitiendo la transmisión de ciertas “herencias sociales”.
14. Curiosamente, este texto es muy poco citado (y no sé si conocido) entre los antropólogos
latinoamericanos. En Argentina, no aparece en las bibliografías de las carreras de grado, en la
materia de Antropología Económica, en ninguna de las tres universidades más importantes donde
se enseña. James O´Connor reconoce haber utilizado planteos de Polanyi para re-caracterizar la
noción marxista del concepto de “condiciones de producción” (O´Connor, 1991:114)
encontrarse desactualizado. Si bien Marx no pudo
prever la magnitud de la actual crisis ambiental y
los desequilibrios ecológicos globales, sí logró
anticipar los efectos del modo de producción
capitalista en la pérdida de fertilidad de los suelos.
Ciertamente, creo que el marxismo ha construido
una categoría filosófica de la Naturaleza, como se
desprende de algunos aspectos de las obras de
Lukács. Y también ha formulado un concepto de
naturaleza fundado en una metafísica del ser social
como ser productivo y del proceso de trabajo
como mediador de toda forma de apropiación
social de la Naturaleza.
Esto último ha sido vuelto a problematizar por A.
Schmidt, en su texto de 1976, “El concepto de
naturaleza en Marx”. Polanyi se centra en el papel
de la evolución del mercado, Bookchin en el
control cada vez más centralizado del poder, pero
en los trabajos de Marx todavía se encuentran las
cuestiones medulares acerca del proceso de
trabajo, “proceso determinante del metabolismo
entre sociedad y naturaleza”. En el capítulo 3 del
libro de Schmidt están analizadas las maneras en
que la destrucción de la naturaleza aparece como
un efecto sobredeterminado por la explotación del
trabajo. A mi entender, el logro del análisis de
Schmidt se encuentra en explicar de qué manera
el concepto de naturaleza que utiliza Marx
proviene de la necesidad de diferenciarse de la
ideología naturalista del siglo XVIII, por lo que
construye su enfoque de las determinaciones
sociales
sobre
la
Naturaleza
mencionada
anteriormente.
Esta
exigencia
epistemológica
que
el
pensamiento marxista debió enfrentar es, según
Schmidt, la razón por la cual Marx excluyó la
contribución específica del mundo natural como
fuerza productora de riqueza y de valores de uso.
De ahí también que el impulso dado al desarrollo
de la producción en las experiencias del socialismo
real
(que
terminaron
generando
desastres
equivalentes a los del capitalismo, pero en la
mayoría de los territorios de la ex-URSS), los
intentos innumerables de ganar “la lucha final
contra
la
Naturaleza”
que
se
preconizaran
especialmente desde Stalin en adelante, y el
énfasis en puesto en buscar una medida única del
valor.
El
concepto
de
tiempo
de
trabajo
socialmente necesario, patrón de medida del valor,
excluye a las condiciones de producción que
configuran
la
“oferta”
o
“soporte”
natural
irreductibles a unidades temporales y espaciales
homogéneas,
dadas
la
diversidad
de
los
ecosistemas y la complejidad de los procesos
socioambientales.
Un “racconto” de las críticas al marxismo desde
una perspectiva ecológica es posible encontrar en
un artículo de John Bellamy Foster (1995)15. Estas
críticas pueden ser agrupadas en dos grandes
temas, según este autor: el de las fuerzas
productivas y el del valor. Es interesante ver la
discusión del primero de ellos. Los argumentos de
los críticos se centran en que Marx consideraba el
desarrollo de las fuerzas productivas benéfico de
por sí, que entendía la producción desde una
perspectiva
prometeica,
que
reparaba
en
la
naturaleza tan sólo como un objeto a ser
dominado, y que, al utilizar los conceptos de
producción o productividad, no tomaba en cuenta
los perjuicios que la acción humana podía provocar
sobre la naturaleza. Pero estas cuestiones pueden
relativizarse: como A. Giddens (1995) señala, el
15.
El artículo original no pude obtenerlo completo. Una versión resumida puede leerse en
FOSTER, J.B.. “Marx and the environment”. Montly Review, New York, July/August 1995,
énfasis
productivista
era
un
núcleo
de
la
concepción antropocéntrica dominante en la época
en que Marx analizó al capitalismo, donde ya había
una fuerte discusión teórica y cierta producción
artística (especialmente literaria) en la que se
oponía la liberación humana en función de la
dominación del resto de la naturaleza.
En cuanto al análisis marxista del valor y sus
críticas desde una perspectiva ecológica, éste se
reduce a lo que Marx pudo abordar en sus análisis,
o sea, a los efectos de la inversión de capital en un
medio natural, heterogéneo y monopolizable. Esto
dio origen a la denominada Teoría de la renta
capitalista del suelo, explicada en la sección sexta
del tomo III de El Capital, y su núcleo analítico
procede de los trabajos de David Ricardo que Marx
acierta a discutir. Pero se reconoce que, en este
marco, todas las referencias a la Naturaleza fueron
secundarias, porque la preocupación de Marx era
entender la dinámica de la tasa de ganancias (y no
tanto el papel que la Naturaleza jugaba en ésta).
Aún así, algunas cuestiones son susceptibles de
ser actualizadas. Porque, aunque en el siglo XXI
las multinacionales de la biotecnología puedan
prescindir
del suelo e
impulsar
los
cultivos
hidropónicos y/o tecnologías similares, el suelo
(ahora codificado como capital natural) sigue
siendo un aspecto clave para incorporar la
Naturaleza en el valor. Si relacionamos este
aspecto
con
lo
que
propone
la
economía
ambiental, en el sentido de regular los procesos de
deterioro ambiental mediante el manipuleo de
precios (o introduciendo otros argumentos en la
creación de valor), vemos que la regulación se
vuelve inviable en situaciones en que inversiones
suplementaria de capital permiten lograr ganancias
extraordinarias (en el caso de la tierra sería el
equivalente a la renta diferencial II). Es lo que
sucede con el agro argentino en el actual proceso
de
reconversión
hacia
una
“agricultura
de
precisión”, basada en la combinación de los ya
conocidos
plaguicidas,
fertilizantes
y
otros
productos originados en la “Revolución Verde” con
los Organismos Genéticamente Modificados 16.
Lo cierto es que el ecomarxismo, como corriente
teórica (articulada a modalidades de acción social
y de praxis política) está aún en construcción, pero
plantea la exigencia de abrir nuevas vías teóricas y
metodológicas para dar cuenta de la cuestión de
los “límites naturales a la expansión del capital”. La
mejor síntesis de esta exigencia se encuentra
formulada de la siguiente manera:
“...se plantea el problema de conocer los procesos
que determinan la formación de los recursos
naturales y los equilibrios ecológicos que sustentan
a los procesos productivos. De allí se plantean dos
opciones teóricas: a) la incorporación de la
estructura
y
funcionamiento
de
la
base
ecosistémica de recursos naturales y de la
dinámica ecológica a la dialéctica social del
proceso de producción y reproducción del capital,
b)
pensar
el
ambiente
como
un
potencial
productivo basado en la articulación de procesos
productivos de diverso orden (natural, cultural,
económico y tecnológico), y en los procesos
ecológicos como procesos co-determinantes de la
producción,
llevando
a
una
reformulación
paradigmática , no sólo de la teoría de la
producción capitalista, sino de todo proceso
sustentable de desarrollo.” (LEFF, E.; 1994:338).
16.
Por ejemplo, en los últimos siete años de la década, la soja transgénica sembrada en nuestro
país superó las 5.500.000 has.. Muchos productos ingresados en el mercado están hechos con
cosechas de soja transgénica, cuyos efectos en la salud están muy lejos de ser evaluados aún en
los sistemas sanitarios más evolucionados.
Obviamente,
tal
reformulación
requiere
un
altísmo desarrollo de la transdisciplinariedad, y no
sólo de la interdisciplinariedad. Algunos, como
Roberto Fernández (1996) y el mismo Leff,
plantean
el
cruce
“problemática
paradigma
teórico
ambiental”
del
saber,
en
la
como
en
tanto
categoría
un
nuevo
eje
de
la
complejidad y de la necesaria reorganización de
saberes disciplinarios. Pero entrar en este tema ya
nos desvía de la descripción breve de los núcleos
conceptuales
del
ecomarxismo
que
estaban
propuestos para este punto. Por lo que es el
momento de pasar al siguiente.
4. Ecología política y economía ecológica.
El renacimiento del ambientalismo en los ´60
estaba limitado a los países industrializados del
Norte. Lo que se denominó “ecologismo popular”
fue, en realidad, un término que agrupaba luchas
tan disímiles como el Movimiento Chipko en la
India, los reclamos de los Tigres de Tamil en
SriLanka, la preservación de los ecosistemas
andinos y costeros del Pacífico en Perú y Chile, los
reclamos de los caucheros de la Amazonía, etc.. O
sea, una serie de movimientos populares que,
entre
sus
variadas
demandas,
sostenían
la
preservación de los recursos naturales como
condición de supervivencia de las comunidades
asociadas a ellos.
En
términos
gubernamentales,
las
políticas
ambientales de los países del Tercer Mundo no
existían.
“cuestión
aparecería
Muchos
gobiernos
ecológica”
una
vez
como
consideraban
un
alcanzada
estadio
la
etapa
la
que
de
desarrollo industrial. Para otros, hablar de la
“contaminación ambiental” en los mismos términos
que los voceros de los gobiernos europeos y
norteamericano era casi de “ciencia ficción”, o un
lujo que no se podían permitir17. La narrativa de
los países dominantes coincide en ubicar la génesis
de la problemática ambiental en las denuncias de
diversos científicos y académicos durante los años
´60, que llamaron la atención de políticos y
empresarios acerca de la gravedad del impacto de
la sociedad industrial en los ecosistemas. El primer
hito que se cuenta en esta historia ubica a la
Conferencia de Estocolmo, reunión de la Naciones
Unidas realizada en 1972 para tratar el tema del
Ambiente Humano, como el primer paso dado en
la
búsqueda
de
una
política
ambiental
internacional. De esta conferencia resulta el
establecimiento del Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente y la creación de
agencias nacionales de protección ambiental en los
países desarrollados.
El ya mencionado “Informe Meadows”, cuyo
título en realidad era “Los límites del crecimiento”,
es frecuentemente mencionado como otro faro en
la cuestión ecológica. Elaborado por científicos del
MIT, constituye un documento valioso como
muestra del resurgimiento del neo-malthusianismo,
uno de los polos ideológicos más fuertes en torno
al
cual
se
agrupan
varios
sectores
del
ambientalismo norteamericano. Pero la virtud de
este informe fue la de llamar la atención de los
sectores más poderosos del capitalismo mundial,
acerca de que la cuestión ambiental presenta una
17.
En Argentina, curiosamente, el planteo ambientalista lo realizó Perón en 1973, al regreso de su
exilio. Un par de interpretaciones del tema ambiental en sus “Discursos” habilitaron a la creación
del primer organismo específico a nivel nacional, la Secretaría de Planificación y Ordenamiento
Ambiental, que comenzó un trabajo de corte tecnocrático dirigido a relevar los recursos naturales y
a intentar regular los impactos del desarrollo económico de base industrial. Esta experiencia se
desnaturalizó por la dictadura, y algunos de los sobrevivientes de la misma hoy tienen un
interesante protagonismo académico, y están articulando al país a una red internacional de
instituciones universitarias que producen información y trabajos en materia de gestión ambiental
urbana.
ecuación sin resolución a la vista para el sistema
capitalista.
La historia “oficial” de la “crisis ecológica” coloca
también
el
surgimiento
del
concepto
de
“sustentabilidad” como otro paso significativo en la
comprensión
del
problema.
En
realidad,
el
contexto de surgimiento de este concepto estaba
ya lo suficientemente complejizado con diversas
visiones.
La
“cuestión
ambiental”
se
podía
entender como un campo de disputa discursiva, en
el sentido en que Bourdieu le otorga a la palabra
campo:
“...Puede definirse como una red o configuración
de relaciones objetivas entre posiciones. Estas
posiciones
se
definen
objetivamente
en
su
existencia y en las determinaciones que imponen a
sus ocupantes, ya sea agentes o instituciones, por
su situación actual y potencial en la estructura de
distribución de las diferentes especies de poder o
de capital simbólico - cuya posesión implica el
acceso a las ganancias específicas que están en
juego dentro del campo - y de paso, por sus
relaciones objetivas con las demás posiciones
(dominación,
subordinación,
homología)...”
BORDIEU, P. y WACQUANT, L., 1995: 64.
En efecto, en 1980, la administración Bush
encargó a un grupo de científicos independientes
el
informe
contrarrestrar
Global 2000 , con la idea de
las
profecías
catastróficas
del
Informe Meadows y fundamentar de otra manera
la exacción por parte de EE.UU. de los recursos
mundiales. Pero el resultado de tal investigación
confirmó las peores sospechas: la sobreexplotación
de los recursos y la contaminación a escala
planetaria llevaban al “sueño americano” a una
pesadilla. El desconcierto que este informe generó
fue bastante importante, y sólo se salió de él casi
al final de la década, cuando otro informe mundial,
esta vez de la denominada “Comisión Brundtland”,
reubicó algunos temas complejizando las variables
políticas e introduciendo nuevos planteamientos,
algunos
de
ellos
retomados
del
movimiento
ambientalista mundial. “Nuestro futuro común”, tal
es el título que tiene el informe síntesis del trabajo
de la Comisión Brundtland, introduce el papel de la
pobreza y de las poblaciones desposeídas en la
degradación de los recursos naturales, el control
de las fuerzas del mercado en los procesos de
desarrollo, la noción de equidad intergeneracional
y planetaria. La Conferencia de Rio, en 1992, no
pudo lograr más que documentos y compromisos
de acción articulados en torno a estas ideas.
De las nociones explicitadas por la Comisión
Brundtland proviene la comprensión acerca de que
un modo de vida puede ser sustentable en tanto y
en cuanto no afecte la posibilidad de que las
“futuras generaciones” puedan gozar de una
calidad de vida equivalente. Por lo tanto, puede
existir un “desarrollo sustentable”, siempre y
cuando no se afecte el stock de recursos naturales.
Esta
idea
ha
podido
atravesar
el
contexto
tecnocrático en el cual fue formulada y se ha
entroncado con una creciente aceptación acerca
de la aplicación del conocimiento acumulado por
las ciencias naturales a los procesos económicos.
La
afirmación
de
la
pertinencia
de
la
sustentabilidad, basada en que la escala y el índice
de utilización de materiales y energía a través del
sistema económica tienen límites entrópicos. Y
esta cuestión no fue tanto confirmada por físicos o
ecólogos,
sino
por
antropólogos:
antes
del
advenimiento de la civilización moderna de base
industrial, numerosas culturas (los mayas, las
sociedades
de
la
Mesopotamia
asiática,
los
habitantes de la Isla de Pascua, varias sociedades
de
la
meseta
pedemonte
libanesa,
ecuatoriano,
los
campesinos
del
etc.)
agotaron
sus
recursos naturales, al salinizar sus tierras de
cultivo, talar sus bosques, erosionar las laderas de
los valles, y terminaron precipitándose en una
crisis total, cuyo punto crítico aparece mucho
antes
de
la
desestructuración
final
de
los
ecosistemas (HARRIS, M., 1979, LATOUR, B. 1993,
BEHNKE
JR.,
R.
1980,
BRAILOVSKY,
E.
Y
FOGUELMAN D. 1992). Así que la tesis de los
límites físicos impuestos al crecimiento económico
tiene muestras terribles en la experiencia de
sociedades de menor nivel tecnológico, de menor
presión poblacional, pero no por ello de menor
irracionalidad en su articulación a la Naturaleza.
Ahora bien, la “cuestión ambiental” alcanzó
repercusión durante los años ´60 como uno de los
temas más radicalizados, y generó formas de
acción política novedosas. Estas prácticas pudieron
mantenerse, y algunos grupos ambientalistas
fueron pioneros en entender la dinámica de la
globalización
mediática
y
utilizarla
como
herramienta de construcción de identidad (v.
CASTELLS, M. 1998: 153). Sin embargo, en los
´70, como hemos visto, la problemática fue
asumida por los poderes políticos y cooptada de
diversas maneras (LIPIETZ, A. 1987). La más
común es asumirla como meta política de los
poderes establecidos sin conectarla prácticamente
a otro tipo de procesos de reproducción, ni mucho
menos a otras necesidades de cambio social. Por
ejemplo, que el Informe Brundtland reconozca a la
pobreza del Tercer Mundo y a los procesos de
concentración de la riqueza como generadores de
desestructuración ecológica a escala planetaria no
ha podido cambiar la dirección de estos procesos.
Uno de los mecanismos por medio de los cuales
se opera este salto, esta conversión de una
argumentación profundamente radicalizada a meta
convencional del establishment, es la reducción de
la
idea
de
sustentabilidad
a
una
ecuación
puramente económica. La idea de “capacidad de
sustentación” es un concepto netamente ecológico
(DESCOLA, P. 1988, FERNANDEZ, R. 1994, 1996).
Fue producido por los ecólogos para entender las
relaciones de intercambio de energía alimentaria
entre una población y su medio. De manera
simplificada, establece una articulación entre la
energía alimentaria que una población puede
tomar del ambiente que la “sustenta”. Si el ritmo
de obtención de energía es más rápido que lo que
la base material (o el “medio ambiente”) puede
generar, la estabilidad de esa población se verá
conmovida. Ahora, traducido por un economista
como David Pearce (que no es el más ortodoxo
defensor del mercado), la cuestión queda así:
“...el
desarrollo
sustentable
implica
la
maximización de los beneficios netos del desarrollo
económico,
sujeto
al
mantenimiento
de
los
servicios y la calidad de los recursos naturales a lo
largo del tiempo...El desarrollo económico y el
mantenimiento de los recursos naturales se
relacionan en dos sentido amplios:
1. Es posible que hasta un nivel dado de utilización
del recurso existe algún tipo de posibilidad de
intercambio entre el desarrollo y los servicios
proporcionados
por
el
recurso
(relación
complementaria).
2. Más allá de este nivel es probable que el
desarrollo económico conlleve reducciones en una
o más de las funciones del medio ambiente
natural: como input para la producción económica,
como servicio de asimilación de residuos y como
provisión
de
recreación/amenidad.
En
este
contexto de concesión mutua (trade-off), la
multifuncionalidad de los recursos naturales es un
concepto crítico.” (PEARCE, D. Y KERRY TURNER,
R., 1995:51-52)
Para evitar estos reduccionismos y el uso de
categorías provenientes de la ortodoxia económica,
va cobrando bastante peso el llamado “paradigma
coevolucionario” (v. NORGAARD, R., 1984). Este
enfoque parte de la sencilla idea de que el
desarrollo económico se puede ver como un
proceso de adaptación a un medio ambiente
cambiante, siendo, a su vez, una fuente de cambio
ambiental. Desde esta
perspectiva, hay tres
fuentes de transformaciones: la ruptura de un
equilibrio ecológico, las demandas de consistencia
y cambio tecnológico, y el desarrollo de nuevos
tipos de necesidades a medida que varían los
costos reales de la visa. Mediante estas tres
cuestiones combinadas, el desarrollo es un proceso
de desplazamiento por una sucesión de nichos
ecológicos, y tal proceso lleva aun nivel creciente
de
explotación
ambiental.
Las
existencias
disponibles de baja entropía se ven reducidas por
la extracción de recursos y la generación de
desechos. Los sistemas económicos se han hecho
más circulares y complejos a medida que se han
ido desarrollando, y acá aparece la idea de coevolución: cualquier proceso de interacción que
tenga lugar entre dos sistemas en evolución.
Durante
la
co-evolución,
los
excedentes
energéticos se generan dentro de sistemas y están
disponibles para estimular nuevas interacciones
entre sistemas. Si las interacciones demuestran ser
positivas para el conjunto de la sociedad, la coevolución continúa. Pero, como ha pasado en
diversas sociedades, muchas interacciones superan
en intensidad la capacidad de obtener excedente
energético y esto genera desestructuración en
diferentes niveles de cada sistema.
Esta sutil y compleja interdependencia no es un
concepto novedoso. Para abordar otros problemas,
Gregory
Bateson
tomó
el
concepto
de
esquismogénesis, con el objetivo de dar una idea
de la trayectoria (negativa o positiva) que podían
seguir
pautas
de
conducta
que
se
iban
diferenciando progresivamente, hasta que, como
resultado de esta diferenciación, cambiaba la
sociedad. La esquismogénesis positiva era aquella
tendencia a la diferenciación de conductas que se
estandarizaban y permitían la organización de
patrones,
mientras
que
la
esquismogénesis
negativa era una espiral de conductas que
conducían al colapso del sistema de relaciones.
Esta idea, que fue formulada en 1935, cuando
Bateson se encontraba discutiendo si era posible
estudiar una cultura dividiéndola en partes (lo
económico,
lo
social,
lo
religioso),
tuvo
su
aplicación en campos muy diversos (la psiquiatría,
la teoría de la comunicación, problemas específicos
como el alcoholismo, e inclusive el mismo Bateson
la utilizó para entender la génesis de la crisis
ecológica
contemporánea,
v.
BATESON,
G.,
1991:93).
Este enfoque es totalmente articulable con el de
la Ecología Política, que una de las corrientes
antropológicas más recientes, ubicable en la última
década del siglo pasado (me refiero al siglo XX,
aunque hay quienes afirman que los trabajos de
Polanyi, de Clifford Geertz en la Isla de Java y el
texto de Eric Wolf titulado “Europa y la gente sin
historia”, de 1982, constituyen el origen de este
enfoque). La Ecología Política es una síntesis
teórica entre la economía política leída y trabajada
por los antropólogos y la ecología cultural de los
´60
18
. Sus principales ejes de análisis son las
diferencias sociales en el acceso a los recursos
naturales, el papel de los factores políticos en el
uso y gestión de tales recursos, las dinámicas de
desarrollo y sus efectos sobre el medio ambiente,
y especialmente, la articulación de los contextos
locales y globales.
Teniendo
en
cuenta
que
estas
son
sus
perspectivas centrales, las decisiones en el uso de
los recursos, racionalidades e irracionalidades de
los grupos que poseen posiciones dominantes en
la sociedad son claves para entender las crecientes
complejidades de los sistemas productivos. Y por
lo tanto, para establecer caminos co-evolutivos.
Por ej., análisis del movimiento ambientalista
mundial, del surgimiento de propuestas aplicadas
al desarrollo basadas en conceptos ecológicopolíticos (STONICH y DE WALT, 1996)
noción
de
“desarrollo
sustentable”
y de la
como
aggiornamiento ideológico del desarrollo clásico
(LINS RIBEIRO, G. ,1992), o la discusión sobre el
surgimiento de una conciencia ecológica mundial
(ABRAM, 1996; EDER, 1996; WYNNE, 1996),
aportan perspectivas interesantes acerca de los
caminos del capitalismo en su compleja relación
con la Naturaleza.
¿Qué aportan estas visiones al abordaje del
capitalismo o, más bien, a una construcción de
este
abordaje
según
lo
plantean
diversas
discusiones de fin de siglo?. Empiezan a hacerse
18.
Existe una vasta bibliografía, aunque dispersa. Los sig. autores han producido trabajos que
tienen aspectos que los relacionan con esta corriente: Banton, M. , 1980; Barnes,A. 1987,
Boissevain,J., 1987; Geertz, C., 1973; Gellner, 1986, 1995, Silverman, S. 1986, Wikan, U. 1995;
Trinchero, H. 1995, Davis, S., 1996, Renner, M., 1993. Un trabajo más orientado hacia la historia
es el de Brailovsky y Foguelman, 1992.y un antecedente latinoamericano, bien en el campo de la
Antropología y pionero en el tratamiento de algunos temas de desestructuración ambiental es de
Darcy Ribeiro (1969).
visibles algunos casos donde aspectos teóricos
pueden ser contrastados con cuestiones empíricas.
La centralidad de la ley del valor para el análisis
del capitalismo es importante cuando se piensa en
el valor que pueden alcanzar los recursos y
servicios ambientales, y no sólo porque sean
escasos. En términos teóricos, dado que la
Naturaleza no efectúa “trabajo” en el sentido
marxista, no podría funcionar la ley del valor para
lo que se denomina “productividad” natural. Pero
esto, en condiciones de asignación y de creación
de valor mercantilizable.
Ahora, cuando se analiza en términos históricos
las formas en que se han ido incorporando
espacios antropizables a la dinámica de la sociedad
industrializada, y los recursos naturales se van
incorporando a la economía “crematística”19, se ve
que las comunidades que dependen de ellos se
ven crecientemente empobrecidas y sujetas a la
dominación política. Su posición en el mercado y
en el proceso de creación de valor es siempre
dependiente, subordinada. Y esta se refleja en el
axioma “los pobres siempre venden barato”. Por
consiguiente,
venden
barato
también
las
mercancías ambientales.
Un claro reflejo de esto es el acuerdo del
Instituto Nacional de Biodiversidad de Costa Rica
(INBio) con la compañía farmacéutica Merck,
efectivizado en 1992. Aunque no se trata de
“vender” en escala los recursos genéticos, dado
que lo que Costa Rica vende no serían volúmenes
de patrimonio genético , sino que mercantiliza los
servicios de recolección y de preparación de una
19Este
término viene de la concepción alemana denominada “Raubwirschaft”, que literalmente
significa “rapiña”. Es una corriente de análisis económico que trata las maneras en que la sociedad
industrial hace un uso totalmente destructivo de los recursos naturales, a un ritmo directamente
depredador.
gran cantidad de muestras de diversidad biológica
(taxones de plantas, animales diversos, insectos,
microorganismos, etc.), provenientes de sus zonas
de conservación natural. INBio tiene acceso libre a
estos recursos, debe pagar solamente los costos
de
recolección
a
través
de
las
personas
denominadas “parataxónomos” (frecuentemente
con conocimientos propios, heredados socialmente
por transmisión oral) y debe pagar también los
costos de preparación de las muestras. No paga
los costos directos de establecer y guardar parques
naturales u otras figuras de conservación de la
Naturaleza, ni el “costo de oportunidad” de
mantener estas reservas de vida silvestre. La
multinacional farmacéutica paga un millón de
dólares cada dos años, a cambio del derecho
exclusivo a la información genética contenida en
las muestras, y luego pagaría un módico royalty
sobre las ganancias de los productos que pueda
comercializar como derivados de tales muestras.
A menos que haya eficaces medidas y políticas
de
conservación,
una
reglamentación
legal,
controles y vigilancia estatal (a cargo de las
autoridades de Costa Rica y de las comunidades
locales), el incentivo económico aportado por la
Merck
es
insuficiente
para
compensar
la
desforestación y la erosión genética. En teoría, la
Merck puede ganar miles de millones de dólares
comercializando productos sólo en el mercado de
los países desarrollados. De manera tal que se
repite la historia de expoliación y colonialismo
denunciada desde diferentes enfoques teóricos y
literarios (desde Lenin y Rosa Luxemburgo hasta
E. Galeano, K. Polanyi o Eric Wolf).
Termina pareciendo normal que Costa Rica venda
barato. No porque exista un argumento lógico que
funcione bajo la forma de una ley (como las
contradicciones en la lógica general de los
procesos de acumulación que finalmente reducen
las tendencias crecientes de los beneficios), sino
por la construcción histórica y política de las
relaciones entre los países desarrollados y las
sociedades pobres. La distribución de activos de
todo tipo en el mundo es muy desigual. Aún
cuando
favorezca
territorialmente
a
algunas
naciones (como los países de la OPEP para el caso
del petróleo, o a las naciones tropicales en el caso
de
la
biodiversidad),
las
condiciones
de
negociación internacionales son leoninas en virtud
del dominio político. La segmentación de los
mercados mundiales de trabajo es realmente
impresionante, debido a la retroalimentación entre
la discriminación racial, la desigualdad sexual, el
acceso restrictivo al conocimiento y a la educación,
y por las prohibiciones prácticas al desplazamiento
dado por la militarización de las fronteras. Se
impone políticamente el “mercado libre” a los
trabajadores,
pero
se
les
prohibe
el
desplazamiento “libre” a las masas de pobres,
como lo testimonian la experiencia de cientos de
millones de refugiados económicos y políticos cada
año. En tales circunstancias, los países pobres
tienen que vender sus mercancías a un precio
barato, vender barato sus recursos ambientales y
aceptar la contaminación a bajo precio.
Podemos decir que los procesos de valorización
del ambiente dependen de condiciones políticas en
que se fijen. Un mercado ecológicamente ampliado
(que sólo considere o internalice los costos
ambientales)
cualquier
repetirá
otro
los mismos vicios que
mercado,
en
donde
las
“imperfecciones” terminan generando situaciones
que dudosamente se regulen por mecanismos
intrínsecos.
Lo cierto es que las cuestiones relativas a la
internalización
de
costos
ambientales
están
relacionadas con los contextos políticos, y en tales
contextos operan pluralidad de actores, desde el
Estado,
las
comunidades
locales,
los
representantes de las trasnacionales, las ONGas
con capacidad de despliegue internacional, etc. 20.
Estas arenas políticas implican desigualdad en la
construcción del poder. Así es entendible porque
las tendencias al incremento de los beneficios se
sostienen desde el Estado (funcionarios del Estado
que gerencian la acumulación privada, salvatajes
artificiales de capitales obsoletos e ineficientes,
etc., tal cual se menciona en Katz, C. 1998:73). Se
puede coincidir con el análisis del prof. Katz,
teniendo en cuenta lo siguiente:
a) analizar los actuales procesos de globalización
en términos de una lógica que evita los problemas
de la simple polarización o de las explicaciones
mecánicas. Es norma que los acercamientos a lo
global pierdan de vista las peculiaridades del caso,
y terminan explicando las realidades locales como
simples epifenómenos de procesos globales, y
b) avanzar en un acercamiento al poder que
focalice sobre la manipulación estratégica de los
recursos
económicos
e
institucionales
para
complementar interpretaciones prevalentes sobre
procesos globales que acentúan esencialmente los
aspectos culturales y representacionales de la
dinámicas del poder.
investigar estas complejas articulaciones, Andrew Vayda (1983) propone el “método de
contextualización progresiva”: abordar 1) las formas de producción regionales y su orientación
hacia formas de reproducción simple o expandida, 2) estructura de clases sociales y conflictos por
el acceso a los recursos, 3) formas de inserción en los circuitos mercantiles, 4) rol del Estado y
estructura de la sociedad civil, políticas que favorecen intereses de clases, 5) grado de
interdependencia global, a partir de los intereses de inversores y empresas y agencias
internacionales, 6) ideologías que orientan el uso de los recursos y legitiman las actuaciones
políticas que impulsan determinados planes de desarrollo.
20Para
Un interesante ejemplo de estas cuestiones (y
también de cómo, en la “arena ambiental” la
cooptación de propuestas de cambio por el
establishment permite contribuir a la reproducción
del capital) se encuentra en la idea rectora de los
programas de “canje de deuda externa por
conservación de Naturaleza”. La noción de los
“canjes” ha ideo penetrando gradualmente los
diferentes ámbitos gubernamentales, pero nació
especialmente en el ámbito de las ONGAs. En
nuestro país, por lo que puede rastrearse, el tema
comenzó a aparecer con la visita del Dr. Konrad
Von Moltke, especialista del Fondo Mundial para la
Vida Silvestre21 (ente más conocido por su sigla y
su logotipo, el famoso oso panda de la WWF), a
fines de los años ´90. En ese momento, Bolivia
había comenzado un programa de canje que
alcanzaba a casi un cuarto de su deuda externa, y
en Argentina coincidió con la firma de un decreto
menemista declarando la intangibilidad de las
veinticinco áreas naturales que el país intenta
preservar22. Pero la idea original del sistema fue
formulada por Thomas Lovejoy (director de la
WWF) y difundida a través de una publicación
propia en 1986. Surgió de la preocupación
instalada en los países desarrollados acerca de
que, como muchos ecosistemas amenazados se
encuentran en los países pobres, no se puede
pedir a las poblaciones más desfavorecidas del
mundo que cuiden sus recursos. Los países más
pobres
21.
de
la
Tierra
son
también
los
más
La WWF es una organización no gubernamental regida por una ideología manifiestamente
conservacionista. Aunque es de carácter internacional, tiene su sede en Washington
y cuenta con delegaciones en 25 países. Algunas de estas delegaciones tienen bastante
autonomía política, en especial las de Suiza, Alemania, Inglaterra y Holanda. Se financia con
aportes de socios, que tienen que pagar un mínimo de 25 dólares anuales, por la WWF maneja un
presupuesto de 35 millones de dólares por año, de los cuáles bastante más de la mitad se utiliza
para apoyar proyectos conservacionistas.
22. Se trata del decreto presidencial 2148/90, sancionado el 10 de octubre de 1990, acompañado
de disparatados anuncios en el mejor estilo menemista: “ser el primer país ecológico del mundo”,
en un reportaje periodístico del 18/10/90.
endeudados, y en la búsqueda por obtener más
recursos para pagar la deuda externa, incentivan
la explotación de recursos naturales más allá de
los límites de su regeneración. Por lo que entonces
surgen las organizaciones conservacionistas que, a
cambio de un porcentaje de quita de deuda,
administran las áreas naturales que se acuerdan
con el gobierno deudor.
Las argumentaciones que esgrimen en torno al
potencial “exitoso” de este tipo de mecanismos
(que comienzan a implementarse en muchos
países del Tercer Mundo) aluden a la vinculación
equilibrada
que
se
logra
entre
racionalidad
económica y preservación de los recursos, alivio de
la presión externa sobre el país deudor, y en
especial, el beneficio para los bancos acreedores,
que acceden a cobrar una deuda incobrable de
una manera mucho más valiosa que el dinero.
Dado que cualquier proyecto de preservación debe
ser controlado por la banca acreedora y por las
empresas que subsidian o apoyan a las ONGAS, el
sistema significa la pérdida de soberanía de los
estados nacionales sobre vastas áreas, cuyas
riqueza potenciales para la industria farmacéutica,
para la investigación genética y bioquímica, más el
potencial biotecnológico a descubrirse, pasan
(mediadas
por
la
organizaciones
no
gubernamentales) a ser administradas por los
acreedores.
Por supuesto que, además del retroceso que esto
significa para los Estados nacionales, hay otros
puntos oscuros, como la posibilidad de controlar
los usos de las áreas protegidas, la situación de las
comunidades locales que viven de los recursos que
extraen de las áreas naturales, la protección a la
diversidad cultural (todos temas de los cuáles
tampoco se ocupan algunos estados nacionales).
Los
proyectos
Naturaleza”
de
que,
“canje
hasta
de
ahora,
deuda
se
por
intenta
implementar en Aca. Latina son un ejemplo de
cómo
determinadas
dependen,
para
su
propuestas
globalizadas
implementación,
de
las
características de las estructuras de poder locales
y de las articulaciones que éstas pueden sostener
frente a la emergencia de otros poderes. Un país
como Argentina, con una clase política dispuesta a
entregar el país de rodillas23, ni siquiera intentó
formular
tales
implementación
compleja
propuestas,
se
mediación
requiere
de
para
de
díscolos
la
cuya
siempre
ecologistas.
Directamente se privatizaron los recursos del
subsuelo, y primero se aumentó la extensión de
las áreas protegidas para luego concesionar su
explotación a capitales privados y sociedades de
explotación del turismo internacional.
Uno de los impactos de la mundialización es que
propuestas de este tipo bajan de los organismos
financieros internacionales como “recetas” para
cualquier lugar del planeta. Pero no en todos
lados, debido a las particularidades culturales y la
estructuración de los sistemas de poder políticos
regionales y locales, se pueden implementar
“felizmente” para los intereses del capital. Y estas
diversidades fueron muy discutidas, sobre todo
desde 1945, momento en que empezaron los
procesos de descolonización, proceso cuya carga
traumática para los sistemas de conocimiento
europeos
23.
les
llevaría
a
problematizar
la
Luego de conocerse las medidas de política ambiental de María Julia en relación a este tema,
circuló un chiste atribuido a Menem: el Presidente anuncia a sus ministros que hay dos noticias,
una mala y una buena. Todos piden la buena: “Se resolvió el tema de la Deuda Externa. No
tenemos que pagar un solo dólar más”. El inefable Corach pregunta: “Pero, Sr. Presidente:
entonces, ¿cuál es la mala?”. Menem contesta: “Corach querido, que hay que desalojar el país en
24 horas”.
importancia de las arenas políticas locales como
variable importante para entender el cambio social.
Varios antropólogos (de diferentes países) que
incursionaron en la economía propusieron
una
mirada del desarrollo del moderno sistema mundial
que abre, implícitamente, una puerta al análisis del
rol del agenciamiento humano en los órdenes
globales. Como algunos trabajos destacan (v.
MINTZ, 1985, ALLEY, KELLY D. ,1994), el moderno
sistema mundial no se desarrolla en términos de
una lógica absoluta y no contradictoria ni produce
formas sociales generalizables. Por el contrario,
semejantes desarrollos son el resultado, siempre
específicos y relativos a un tiempo y espacio, de la
combinación de factores ecológicos, estructurales y
culturales, con las estrategias de actores concretos
que persiguen proyectos diferentes y responden a
intereses contradictorios.
Estas luchas ocurren entre “los capitalistas” y las
clases
subalternas
que
resisten
pasiva
o
activamente; pero también ocurren entre los
capitalistas
mismos,
quienes
persiguen
fines
comunes en torno a la acumulación en situaciones
de
competición
y
de
acuerdo
a
diferentes
racionalidades. Es muy acertada la crítica a la
“exageración trasnacionalista” y a la existencia de
una “burguesía trasnacionalizada” actuando fuera
del circuito de los estados existentes (KATZ, C.,
op.cit: 76).
Si uno combina estas dos perspectivas, una
enfatizando el conflicto entre fuerzas capitalistas, y
la otra enfatizando los cambios como consecuencia
del conflicto de clases, entonces la relación
“centro-periferia” en el sistema mundial no emerge
como una relación de dominación total, fija en sus
resultados y mecánica en sus manifestaciones.
Esta relación aparece más bien como un fluido de
procesos no controlados, en los cuales el poder se
mueven
en
diferentes
direcciones,
creando
conflictos pero también validando comunidades de
interés.
Si
la
dinámica
dominación
“centro-periferia”
capitalista,
ello
también
implica
implica
conflicto entre los dominadores permitiendo, en
esta
tendencia,
la
impredecible
apertura
de
espacios en los cuales los dominados pueden
negociar
una
mejor
posición
(esto,
siendo
optimistas).
Me permitiré tomar algunos temas básicos
corrientemente
debatidos
en
antropología,
pensando en un aporte complementario a la
propuesta de estudio del capitalismo que el prof.
Katz y su equipo han propuesto desde el
seminario.
El primero que quiero considerar es el de los
roles
interrelacionados
entre
práctica,
agenciamiento y poder en la constitución de
órdenes
sociales
(ver:
BOURDIEU,
1991;
GIDDENS, 1984, 1991); el hecho que la geopolítica
del capitalismo (con sus centros y periferias) es
continuamente
reconstituida
por
los
actuales
procesos de dominación (HARVEY, 1989, GARCIA
CANCLINI, N. 1989, 1990, 1995); el hecho que las
instituciones no son solamente actores con campos
de intereses irreconciliables, y que las clases no
pueden ser automáticamente asumidas como
comunidades de interés. Estos acercamientos
ofrecen importantes guías para dirigir estos tópicos
creativamente, sugiriendo maneras de trascender
la obsoleta distinción entre lo local y global
(APPADURAI,
1991; HANNERZ, 1992, FRIED-
SCHNITMANN, D. 1994), dentro de un marco
analítico que mantenga la especificidad histórica
de la unidad de análisis elegida.
Un punto delicado sigue siendo cómo avanzar en
la búsqueda de una epistemología que pueda
permitirnos entrar en el tema de discusión acerca
de la práctica y agenciamiento en escenarios
intrasistémicos. Pienso que es indiscutible la
validez de la interconexión entre estructura y
acción
o procesos materiales e ideológicos.
Aunque se podría discutir más profundamente su
sistema de categorías, la noción de práctica de
Bourdieu es usada habitualmente con eficacia en el
análisis
de
arenas
limitadas
y
microcosmos
culturales. Pero el intento de utilizar prácticamente
este acercamiento requiere también que se plantee
un
tema
frecuentemente
evitado
por
los
antropólogos: que la noción de análisis del micronivel,
tradicionalmente
asignada
al
dominio
epistemológico de la antropología, puede ser
aplicada a temas y sucesos en gran escala. Este
punto es importante porque la validez del análisis
a nivel micro no depende necesariamente de
focalizar realidades a pequeña escala, sino más
bien que el método designa el traer al centro del
escenario a actores y a agentes (TROUILLOT,
1986; GERSTEIN, 1987, REYNOSO, C., 1987).
Quedan por introducir en el análisis algunas
cuestiones relacionadas con la mundialización y las
maneras en que se puede enriquecer el análisis
desde lo trabajado por algunos antropólogos.
Cuando se aborda esta cuestión, el enfoque de
Inmanuel Wallerstein es un punto de partida
importante. Este desarrolló la teoría del sistema
mundial en los años setenta, y me parece que en
un momento en que el marxismo reflexionaba
nuevamente acerca de la imposibilidad de que el
socialismo se construyera en un solo país, y en el
que las teorías sobre el subdesarrollo del Tercer
Mundo se basaban en el esquema dependentista.
También, el enfoque de Wallerstein es una
reacción saludable a los estrechos esquemas de la
teoría de la modernización (todavía de vigencia
ideológica
como
etnocentrismo
proponer
“teoría
que
como
del derrame”) y al
esta
teoría
referencia
vehiculiza
comparativa
a
al
la
sociedad occidental.
Su idea de “sistema mundial” se basa en
considerar que cada sociedad debe analizarse
como parte de un patrón sistemático de relaciones
entre sociedades. La construcción de la “economíamundo” resulta de la expansión planetaria del
capitalismo como sistema de intercambio y la
mercantilización
de
hegemonía
capitalismo
del
todas
las
en
cosas
los
como
ámbitos
definitorios de la subsistencia. Lo que genera que
las sociedades bajo tal hegemonía pasen a tener
un determinado papel según la posición que
ocupan en este sistema mundial, y esto define la
evolución de sus componentes político-culturales.
Wallerstein consigue explicar la expansión de las
economía
de
mercado,
y
algunos
análisis
derivados, como el de Eric Wolf en “Europa y los
pueblos sin historia” (1982) o el de June Nash
(1985), atienden a la cuestión de cómo es posible
la conformación de periferias que constantemente
deriven recursos a los centros de acumulación
mundial. En determinadas áreas del mundo, la
expansión del colonialismo y la creación del
mercado no deviene sólo de la imposición de las
instituciones
capitalistas,
sino
de
complejos
procesos políticos a escala local y regional. En otra
dirección, Peter Worsley (1990), reconstruye el
concepto “Tercer Mundo”, recordando que surgió
para
superar
la
dicotomía
entre
países
de
Occidente y el bloque comunista. El capitalismo,
como sistema, se desarrolló sólo en el bloque
occidental, pero no en los otros dos 24, aunque
logró absorber para su propia lógica distintos
sistemas económicos y sociales de despliegue
regional. Así, la perspectiva histórica sobre estas
cuestiones necesariamente ha de ser dinámica,
pues en el transcurso histórico ciertas periferias se
han transformado en espacios simbólicos centrales
(el caso de EE.UU, o el más reciente de Japón),
mientras que algunos centros han perdido la
importancia que en otros momentos tuvieron (el
caso de España y Portugal, con la pérdida de sus
colonias de ultramar).
Puede haber, enfatizando estas perspectivas, una
historia que describa y explique cómo se llegó al
estado actual, en que la sociedad occidental utiliza
el 75 % de los recursos del planetaria para
sostener a menos de un tercio de la población del
mismo. Al mismo tiempo, cómo es que hemos
llegado a utilizar, para satisfacer economía de alto
consumo energético, el 50 % de la productividad
natural
de
todos
los
ecosistemas
terrestres,
eliminando especies sin precedentes, agotando las
pesquerías, saturando la atmósfera y los mares de
contaminantes,
y
condenando
a
la
pobreza
definitiva a sociedades que utilizaron los mismos
recursos (a un ritmo menos intenso) durante miles
de años en algunos casos. Muchos de estos
grupos,
además,
no
desaparecen
como
sociedades. Incluso aumentan en número y hasta
conservan parte de sus rasgos culturales. Pero ya
no dominan los mecanismos de su reproducción (la
24
Según Godelier (1989), el socialismo no llegó a construir una base material propia, sino que se
asienta en la misma base material que posee el sistema capitalista (o sea, el maquinismo). Por ello
no ha conseguido implantarse como un sistema histórico, la abortada transición al socialismo
terminó siendo ilusoria.
cual pasa a depender de los “mecanismos del
mercado”) y por consiguiente pierden totalmente
la autonomía cultural.
Algunas repercusiones internacionales de la crisis
ambiental
parecen
re-editar
lo
que
Georges
Balandier describiera en su libro “Teoría de la
Descolonización” y más tarde en “El poder en
escenas” (1995), en el que aborda los procesos
por medio de los cuales las sociedades de toda
Africa se sacudieron el yugo colonial. En la
oportunidad de mercantilizar la biodiversidad que
surge para muchos países ecuatoriales, entre los
que se encuentran algunas de las sociedades más
pobres
del
planeta,
muchos
grupos
locales
propician ellos mismos los cambios que los
incorporarán al mercado, de la misma manera que
las
“sociedades
colonialistas
de
europeos
(frecuentemente
con
la
Tradición”
querían
métodos
que
los
“modernizar”
violentos)
reforzaban los mecanismos ancestrales y los resignificaban para interpretar su nueva situación
histórica. Así intentaban tomar otros caminos,
muchos
de
ellos
reforzando
mecanismos
identitarios ancestrales, sin quedar pasivos frente
a la creciente occidentalización.
De esta manera, lo que los países pobres
intentan conservar, se reelabora y se combina con
lo impuesto por las culturas occidentales, de
manera que el sistema social y cultural resultante
es único y diferente a lo que acontece en otras
partes del mundo. Como Balandier señaló ya en
1969, prácticamente ninguna sociedad del mundo
actual puede reproducirse sin incorporar algún
elemento de Occidente: útiles, armas, técnicas,
ideas o relaciones sociales, y en esta perspectiva,
no es correcto enfatizar solamente las dimensiones
mercantiles.
Aparecen otros aspectos que orientarían una
discusión en otra dirección. Como resultado de la
constitución de la Sociedad de la Información
(CASTELLS, M. 1997,), algunos25 han postulado
tendencias hacia una “desmaterialización de la
economía”, una disminución de los patrones de
uso
de
recursos
naturales,
minerales,
y
la
posibilidad de sustitución de tecnologías que
impliquen menor volumen de transformación de
materia por unidad del PBI. Se puede discutir
internamente esta tesis, tal cual lo hace Bunker
(1996), o abordarla cuestionando el optimismo de
la idea acerca lo que significaría en términos del
estado evolutivo actual de nuestro modo de vida.
En este sentido, la emergencia de nuevas formas
de
circulación
de
la
información
(y
por
consiguiente, los cambios que se introducen en las
esferas sociales y políticas, v. LEFEBVRE, 1974,
FINQUELIEVICH,
S.,
1996)
no
alienta
una
disminución transformadora de los patrones de
alto consumo de las metrópolis del mundo
desarrollado. Por el contrario, la articulación de
procesos de decisión en tiempo real y la revolución
de los transportes, permitió una eficiencia mayor
en la extracción de recursos naturales y una
neutralización más eficaz de los reclamos de las
comunidades locales (cuando no un menor costo,
el del mantenimiento de la factoría o sistema de
fábrica con villa obrera, donde la reproducción
cotidiana pasaba a ser un costo del capitalista). No
hay evidencia estadística de que las sociedades
industriales consuman menores volúmenes de
recursos naturales, y hay en cambio numerosos
ejemplos acerca de que las condiciones de
Se trata de los autores englobados en la corriente denominada “Ecología Industrial” (Frosch y
Gallopoulos, 1989, 1990, Ayres y Axtell, 1992, Tibbs, 1992, 1993)
25.
internacionalización de capital, la movilidad de las
inversiones y los enormes excedentes financieros
refuerzan las inversiones crematísticas, facilitando
proyectos
de
minería
(en
el
viejo
estilo
depredador), de pesca de altura, de tala de
bosques sin reforestación, etc.. La reciente demora
del
Acuerdo
Multilateral
de
Inversiones,
equivalente financiero de la frustrada “Ronda del
Milenio”
del
comercio
transitoriamente
la
responsabilidad
condiciones
internacional,
casi
liberalización
financiera
de
en
apropiación
cuanto
de
los
impidió
de
la
a
las
recursos
naturales en los países más pobres. Esto implica
un
retroceso
en
cuanto
a
que
los
países
desarrollados decidan internalizar en sus procesos
económicos el deterioro que generan en la base
material de todas las sociedades.
Elmar
Altvater
(1998)
trata
de
analizar
tendencias “macro” en la relación entre la sociedad
occidental y la Naturaleza, sosteniendo el tránsito
hacia un nuevo orden global a partir de la
constatación
por
los
poderes
políticos
y
económicos occidentales de que los problemas de
contaminación no pueden ser contenidos por las
fronteras políticas de los estados nacionales.
Afirma que este tránsito dista muchísimo de ser
un proceso armonioso: en términos ideológicos, el
argumento de la contaminación ambiental sirve de
excusa para establecer nuevos ghettos y sostener
políticas de “apartheid” globales en función de las
economías más poderosas del mundo. Muchos
procesos de fijación de stándares de emisiones
condenan al atraso económico a sociedades
“emergentes”,
al
funcionar
como
barreras
arancelarias, en un marco de certero deterioro de
los ecosistemas planetarios. Es decir, es real la
crisis ambiental a escala planetaria, y sobre esta
realidad, los principales centros de poder mundial
van
diseñando
un
“régimen
ambiental”
que
favorezca todavía más la reproducción de capital.
Un instrumento internacional de protección del
medio
ambiente
(pongamos
por
caso
los
protocolos para protección de la capa de ozono)
implica cambios tecnológicos profundos, que dan
nuevas
ventajas
comparativas
a
los
países
productores de tales nuevas tecnologías. Por eso,
de
manera
casi
inocente,
algunos
autores
(ESTRADA OYUELA, S. ,1993) se complacen en
señalar los cambios que introduce un nuevo
desarrollo del Derecho Ambiental Internacional: los
“Sistemas
Legales
regímenes
legales
Sectoriales
a
escala
Dinámicos”,
internacional
comparativamente autónomos y dinámicos en
relación al Derecho Internacional tradicional (un
derecho pensado para solucionar controversias
entre estados nacionales y fuertemente influido
por el compromiso fordista), aún cuando perciban
la transformación copernicana que esto significa
para los modos tradicionales de articular las
regulaciones estatales “fronteras adentro” de cada
país. En este sentido, también aparece una línea
para complejizar el proceso de desaparición del
estado que describe J. Hirsch (y en general los
autores que enfatizan los aspectos económicos de
este proceso) en sus análisis sobre las formas
contemporáneas
que
toma
la
dominación
estructural.
Para ir concluyendo este trabajo, es necesario
reconocer que la viabilidad de las propuestas de la
Economía Ecológica dependen de las condiciones
de desenvolvimiento político de determinados
actores, y no sólo de la coherencia económica o
del
conocimiento
científico
y
tecnológico
disponible. ¿Qué poder real posee el movimiento
ecologista para imponer propuestas como la
sustitución de la contabilidad macroeconómica y
reemplazar sus magnitudes clásicas (PBI,PNB) con
valores que reflejen el uso de los recursos y los
niveles de contaminación?. Propuestas de este
tipo,
realizadas
principios
de
por
los
los
´90
verdes
alemanes
(JACOBS,
M.
a
1997,
RODRIGUEZ MURILLO, 1995), parecen de ciencia
ficción en los países latinoamericanos. Otras
todavía más: limitar el uso del automóvil (para
disminuir las emisiones de monóxido un 35 %),
como se está haciendo en Italia en estos días,
vigilar los stocks de fauna marina para asegurar
una
pesca
sostenible,
bajar
las
emisiones
industriales hasta niveles que puedan ser digeridos
por los ecosistemas boscosos naturales, sanear
ríos y controlar los residuos urbanos. Todas
cuestiones
tecnológicamente
posibles
y
racionalmente probables, pero irrealizables debido
a las maneras en que se logran los “consensos” y
la “persuasión” ideológica en sociedades como la
nuestra.
Proteger los recursos y transitar hacia una
Economía Ecológica implica un cambio en el estilo
de vida, que la mayoría de dueños de los capitales
no están dispuestos a realizar voluntariamente.
Entonces, un aspecto importante en esta cuestión
lo constituye la capacidad de actuación de sectores
populares,
de
organizaciones
transversales
capaces de articular intereses que, en ocasiones,
pueden
resultar
objetivamente
opuestos.
La
mundialización de la explotación crematística de
los recursos trajo también la mundialización de la
resistencia, y veremos la agudización de este
proceso en las próximas décadas.
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