Crisis, neoproteccionismo y desglobalización Por Jurgen Schuldt Parafraseando a un colega (1), puede afirmarse que las tres vacas sagradas que habíanse constituido en la religión fundamentalista de mercado del último cuarto siglo han sido recientemente sacrificadas sin contemplaciones, a saber: los presupuestos públicos equilibrados, la propiedad privada irrestricta y el comercio libre. Cada una ha sido llevada a los camales por los chamanes de la economía para intentar curar la recesión global: los déficit fiscales pantagruélicos para sanear los presupuestos bancarios y personales están a la orden del día; la desconfianza en la autorregulación y los ‘mercados eficientes’ han resucitado las iniciativas para que el gobierno intervenga y nacionalice bancos y le salve la vida a las empresas productivas ineficientes (comenzando con los gigantes del sector automotriz); y, como veremos a continuación, el castillo de naipes de los libres mercados se derrumba para ser sustituido por tendencias crecientemente proteccionistas. En efecto, al ritmo que avanza la turbulencia global, lo hacen también las tendencias ‘mercantilistas’ a escala mundial. Este proceso contracíclico podría llamar la atención porque procede con más fuerza precisamente de aquellas economías ‘desarrollados’ que eran las campeonas del liberalismo y la globalización. Lo que no debe sorprender, ya que la experiencia histórica nos recuerda que los países más adelantados y poderosos del mundo siempre han adoptado esas políticas en condiciones de crisis, para lo que basta recordar la tristemente célebre ley tarifaria Smoot-Hawley impuesta por EEUU en 1930, incrementando sideralmente los aranceles de unos 20.000 productos extranjeros que competían con los estadounidenses… en la ingenua expectativa de afrontar exitosamente las consecuencias de la Gran Depresión. Por lo demás, desde una perspectiva histórica más amplia, su ‘despegue al desarrollo’ se sustentó precisamente en la protección de sus industrias nacionales hasta que alcanzaron su madurez, momento a partir del cual se abrieron al mundo y le exigían al resto de países que liberalicen y abran sus economías sin condiciones. Los casos paradigmáticos a este respecto fueron Gran Bretaña en el siglo XVIII, EEUU y Alemania en el XIX y Japón, Taiwán y Corea en el XX (2). Hoy en día esos mismos países utilizan tales mecanismos y otros más sofisticados para paliar el efecto de la crisis global sobre el empleo, las ganancias y el crecimiento económico domésticos. Es así como en los últimos meses han surgido hasta seis formas de proteccionismo cuasi-aislacionistas. El primero y más tradicional es el propiamente comercial, que establece barreras al intercambio internacional. Son bien conocidas: tarifas comunes, impuestos específicos, cuotas, licencias de importación, parapetos muy discrecionales de tipo para-arancelario y hasta la prohibición de ciertos tipos de bienes, entre otras modalidades que amenazan desatar represarias. Un segundo tipo de proteccionismo es el que está ligado directamente a lo productivo, ese que trata de beneficiar a los empresarios nacionales frente a la competencia externa o a las empresas extranjeras radicadas en su país. Las medidas clásicas estuvieron siempre dirigidas a la protección del sector agrícola y del siderúrgico, el que ahora se viene ampliando a otros considerados ‘débiles’ económicamente, pero que son muy poderosos políticamente. Para lo que recurren a más subsidios, créditos preferenciales, exoneraciones tributarias, salvataje de empresas inviables, compras públicas preferentes a empresas domésticas, estímulos para la expansión de las exportaciones, etc. No tan clásicos son el ‘Compre Nacional’ y las nacionalizaciones y salvatajes a empresas privadas, incluidas las de automóviles. Finalmente, algunos países vienen recurriendo –como en el periodo de entreguerras- a drásticas devaluaciones como forma de ganar competitividad, por más espuria que sea, enmascarando bajas productividades. Ligado a ello se detecta crecientemente el proteccionismo del mercado de activos, impidiendo la compra de empresas por parte de extranjeros y limitando la inversión extranjera directa en sectores ‘estratégicos’. A lo que se añade el creciente proteccionismo tecnológico, dirigido cada vez más a defender y extender la duración de las patentes. El proteccionismo laboral, es otra modalidad evidente en periodos electorales, pero ahora se ha extendido por la crisis, en la medida en que se viene prohibiendo la inmigración o restringiendo los visados, a la vez que se radicaliza el control fronterizo y se expulsa a los inmigrantes ilegales, quienes tanto les sirvieron en la fase de auge. Más grave aún es el proteccionismo financiero, que consiste en el recorte de flujos de capital a los países emergentes, en la venta de activos de empresas subsidiarias de grandes bancos, en el recorte de créditos bancarios a largo plazo, en la repatriación de capitales a las casas matrices, en el control de capitales (para evitar su salida de los países centrales), en la discriminación de la banca extranjera vis a vis la nacional, en el sesgo del flujo crediticio hacia sectores domésticos ‘en riesgo’ o ‘estratégicos’ y similares. Respecto a todo lo anterior y disculpando la digresión habrá que llamarle severamente la atención a la Real Academia de la Lengua Española (22ava edición) por estar tan desactualizada en su definición del Proteccionismo que describe como la “Política económica que dificulta la entrada en un país de productos extranjeros que hacen competencia con los nacionales”. Es decir, solo se refieren a la restricción de importaciones de bienes y servicios que puedan hacerle daño a los productores nacionales (…aunque en muchos casos sean empresas foráneas las que los producen). Esperemos que en su próxima edición incluya las demás modalidades proteccionistas, añadiéndolas a la propiamente comercial. De manera que, justo ahora que nuestros países han re-estructurado sus economías durante toda una generación, para redirigirlas ‘hacia fuera’ desmantelando su industria para el mercado interno, los países ‘desarrollados’ recurren a la autarquización selectiva y nos entrecierran las puertas a los mercados que se decían ‘infinitos’, desde los de bienes y servicios, pasando por los laborales y los tecnológicos, hasta llegar a los financieros. Sin duda, a medida que avance la crisis global, cada país irá implementando estas medidas o las profundizará, generando una peligrosa y polifacética guerra (inter-países y entre bloques) en todos estos campos, tradicionalmente conocida como una “beggar-thy-neighbor-policy”. Con lo que, una vez más, habrá que preguntarse: ¿Aprenderemos la lección para el futuro, en el que deberíamos ocuparnos más en expandir y fortalecer nuestros mercados internos, comenzando con el desarrollo de nuestra ‘seguridad alimentaria’, para poder soportar los recurrentes shocks externos? (1) Véase: Ha-Joon Chang, “Jobs, Not Shopping”, en Prospect Magazine, no. 156; marzo 2009 (www.prospect-magazine.co.uk/printarticle.php?id=10628). (2) A este respecto deben consultarse dos magníficos libros: el del mismo HaJoon Chang, Kicking Away de Ladder : How the Economic and Intellectual Histories of Capitalism Have Been Re-Written to Justify Neo-Liberal Capitalism. Londres: Anthem Press, 2002; y el de Erik S. Reinert, La Globalización de la Pobreza – Cómo se enriquecieron los países ricos… y por qué los países pobres siguen siendo pobres. Barcelona: Ed. Crítica, 2007.