Consideraciones de un apolítico

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Reacción como Progreso: Sobre Consideraciones de un
apolítico de Thomas Mann
Nicolás González Varela :: 07/05/2011
Las reflexiones mannianas mantienen toda su actualidad de seguir siendo la talentosa acta de
fundación del Modernismo reaccionario
“Todo Conservadurismo es apolítico, no cree en la Política, Cosa que sólo hace el
progresista. Sólo hay un tipo genuino de político: Y lo es el Revolucionario occidental”
(Thomas Mann, Consideraciones de un apolítico, 1917)
Las famosas y ya legendarias Betrachtungen eines Unpolitischen del
intérprete-ideólogo Thomas Mann están de nuevo al alcance del lector
español. Gracias a una oportuna y meritoria re-edición crítica, revisada y
ampliada, de la exquisita editorial madrileña Capitán Swing. Además se
incluye en la nueva edición un estudio preliminar de Fernando Bayón y
un epílogo ineludible del filósofo marxista Gyorgï Lukács. Debemos
advertir que no se trata de un libro más de ensayos académicos ni de
ejercicios de memoria de un bon vivant. En absoluto. “He calificado a
este trabajo de ‘bosquejo para el día y la hora’”, confiesa con humildad el
propio Mann. ¿Efusión patriótica, memorandum de la Germanidad,
variaciones teutónicas sobre un tema, especie de diario filosófico, genial
inventario de un inteligente conservador reaccionario? Es todo ello y
mucho más: las Betrachtungen… son un manifiesto todavía vivo, aún
polémico e irritante de un Gedanken im Kriege, un pensamiento airado,
sitiado y en guerra, notas apresuradas y enérgicas de un alemán defendiendo con pasión la
beligerancia justa del IIº Reich Guillermino contra los aliados durante la Primera Guerra Mundial.
Plagado de un orgulloso soldatischer Geist, espíritu soldadesco, tal como él mismo solía definir su
novela Una muerte en Venecia, las Betrachtungen… fueron escritas bajo urgencia febril y extrema,
tanta que Mann prefirió suspender la escritura de su famosa Der Zauberberg, La Montaña Mágica,
“relegué mis planes más queridos…”, para dedicarse por entero a esta obra ensayística única a
partir de noviembre de 1915. Los primeros capítulos, el inicial: “Der Protest” (La Protesta) y el
segundo: “Das unliterarische Land” (Una tierra no-literaria) los tenía listos a fin de ese año, y el
paradigmático capítulo III, “Der Zivilisationsliterat”, que es un libro en sí mismo, lo concluyó a
inicios de 1916. El resto fue sumándose a medida que Mann sufría y racionalizaba el sino en la
guerra, ya no europea sino mundial, de Alemania y Austria, que concluiría con revueltas populares y
la instalación de repúblicas y soviets sobre los restos putrefactos del Ancien Regime. La ocasión es
la intervención político-filosófica y el combate mortal contra la figura de la mediación burguesa, el
patético Zivilisationsliterat, el Literato de la Civilización, el nuevo hombre gótico, que es encarnado
en la polémica tanto por Émile Zola como por Romain Rolland, que representan no solo a la misma
Entente enfrentada a los Imperios Centrales, sino a la misma decadencia europea y los valores
democráticos populares de la Ilustración, que colonizaron todo Occidente. El pleonasmo
Zivilisationsliterat indica su marca de descendencia de los odiados philosophes de la Ilustración
radical, su tierra por nacimiento o elección es la subversiva Francia y su palabras de orden son
Humanidad-Libertad-Razón. Rolland precisamente había escrito un libro anti-bélico en 1915 titulado
Au-dessus de la mêlée, muy estudiado por Mann y debatido incluso por Gramsci. Rolland como
figura de la decádence, al fin, que se opone, sin posibilidad de cancelación ni síntesis, a la mística
esencia alemana, milenariamente metafísica-conservadora, heroica e impolítica, bajo la figura del
Esteta: “Lo que indigna es la aparición del satisfait intelectual, quien ha sistematizado para sí el
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Mundo bajo el signo de la idea democrática, y que ahora vive como ergotista, como poseedor de la
Razón.” Estos dualismos inconciliables ya se encontraban esbozados, aunque en otro tono, en su
ensayo Gedanken… de 1914, pero ahora son sistematizados, extendidos, inflacionados y urbanizados
sobre la topología bélica que azota Europa. Similares oposiciones extremas, “opciones excluyentes”,
dite nietzschéannes, dominarán los nueve capítulos restantes: entre discursividad y música (IV,
“Einkehr”), entre política y mentalidad burguesa (V, “Bürgerlichkeit”), entre moralidad popular y
virtud (VI, “Von der Tugend”), entre humanidad y vida (VII, “Einiges über Menschlichkeit”), entre fe
y libertad (VIII, “Vom Glauben”), entre estética y política (IX, “Ästhetizistische Politik”), entre
tolerancia intelectual y radicalismo (X, “Ironie und Radikalismus”). Es un eco tardío y una
reactivación de las rígidas dicotomías que atraviesan toda la Kulturkritik de Nietzsche, en realidad
del joven Nietzsche como subraya una y otra vez Mann (“…y que se me perdone que por todas
partes veo a Nietzsche…”), entre Instinto de ascenso y la masa-rebaño, entre Naturaleza e Intelecto,
entre Kultur y Zivilisation, es decir: entre su héroe Aschenbach (de la novela Der Tod in Venedig) y
el Literato burgués à la Rousseau que quedará inmortalmente plasmado en su progresista y masón
Settembrini de La Montaña Mágica. El Zivilisationsliterat es una confusión en sí mismo: “confundir
Moral y Humanitarismo es un error digno del Literato de la Civilización. Creer que cuando no hay
guerra, hay paz, es una puerilidad que no sólo es peculiar del pacifismo…”, incluso Mann juega
literariamente a describir su patética fisonomía: “es algún joven literato y colaborador periodístico
de lentes de Carey y picado de Viruela.” Como político, el hombre gótico, el homo Rousseau
burgués, es insalvable: “No importa que diga ‘fe’ o ‘libertad’, el político es abominable.” La política
de este hombre gótico es antialemana porque es un producto latino, celto-románico, finalmente
francés y germanófobo, retóricamente revolucionario y su intento de trasplante a Alemania forma
parte de los intentos por “democratizarla” que vienen del Occidente capitalista. El topos antilatino
hace que Mann entienda la guerra contra Alemania como el intento de una nueva Roma
expansionsita por volver a conquistar el Este del Rin. La eventual victoria de Alemania será no sólo
la derrota de la alianza coyuntural en torno a Francia, sino de todas las ideas del siglo dieciocho, de
las ideas de la Modernidad en cuanto tales. Y esta intelectualidad-clase erudita tiene su estandarte
peculiar: el Espíritu bajo la máscara del Humanitarismo político, que no es otra cosa que “el espíritu
de época, el espíritu de lo nuevo, el espíritu de la democracia, para el cual trabaja la mayoría”. ¿Y
cual es el mundo del Espíritu?: “Es el de la Política, el de la Democracia”. Esprit es sinónimo para
Mann de revolución, de acto jacobino. El intelectual moderno alemán (o ideológicamente afín a la
Germanidad) no tiene muchas alternativas frente al dominio del nuevo pathos burgués: “El
Intelectual tiene la opción (en la medida en que la tiene) entre ser irónico o ser radical;
decentemente hablando, no hay una tercera posibilidad.” El tratado de Mann tiene un plus adicional
para el lector atento, una filosa lectura paralela tan valiosa como el objeto principal de su polémica,
se trata de su apropiación e interpretación de Nietzsche. A contracorriente con el culto a Nietzsche
de su propia época, el Nietzscheanismus, Mann se posiciona contra las lecturas digeribles y
demasiado fáciles de Nietzsche: “Yo debía despreciar el Nietzscheanismo renacentista-esteticista de
mi alrededor, que me parecía una secuela puerilmente equívoca de Nietzsche.” Y el Nietzscheanismo
tiene dos errores de peso en su hermeneútica: 1) sus interpretes-guías lo leen mal y de manera
esquemática; 2) se ha construido un corpus sobre textos del peor período intelectual y emocional de
Nietzsche. Mann encuentra que la mayoría de lectores e interpretes lo han desfigurado, no
detectaban (no podían) el elemento de ironía romántica que había en su ethos, el ético Nietzsche
había sido asimilado sin más al Olimpo burgués. Pero no sólo rechaza el catecismo (“A Nietzsche…
lo cultivaban mecánicamente”), sino incluso el etapismo oficial y el canon textual santificado por los
nietzscheanos: para Mann el mejor y auténtico Nietzsche (antirrevolucionario pero conservadorrevolucionario, antiradical, pletórico de germanidad) se reduce al joven y al de su etapa media
(1869-1879), y no tiene problemas en calificar al Nietzsche consagrado por el Nietzscheanismus y la
academia, como un espantapájaros inmoralista y esteticista, un provocador decadente. Precisamente
el Zivilisationsliterat se ha “apoderado mucho más, espiritual aunque no objetivamente, del
Nietzsche tardío, convertido en grotesco y fanático, que del más joven…”. Todo lo contrario, subraya
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Mann: “el Nietzsche que realmente valía… era el que seguía estando próximo, o siempre lo había
estado, a Wagner y Schopenhauer.” El pathos de las consideraciones apolíticas no son
exclusivamente nietzscheanas: Mann abreva generosamente en Goethe, Dostoievsky y Flaubert, en
Schopenhauer, en el Kanzler Bismarck, en el tenebroso Paul Lagarde, en el innombrable Houston
Stewart Chamberlain, por supuesto en Richard Wagner, en Hyppolite Taine, en Stefan George, en
incluso Maurice Barrès y Georges Sorel... El recorrido intelectual al que nos somete no puede dejar
de ser fascinante y provocador. Mann es en esto anticipador y clarividente: la cuestión de los
intelectuales desemboca naturalmente en la cuestión del poder y el estado. No por nada las
Betrachtungen… son, junto con los libros de Julien Benda, Hugo Ball, Karl Mannheim y Paul Nizan,
las cotas más altas de la discusión sobre la cuestión del intelectual y la política en la primera mitad
del siglo XX. Sabemos que Mann evolucionó paradójicamente hacia convertirse después de 1945 en
un modelo y paradigma del Zivilisationsliterat. También que Mann fue testigo privilegiado de cómo
finalmente el problema del intelectual orgánico de la auténtica esencia alemana tuvo una solución
práctica, tormentosa y dramática, y que con seguridad agradeció al destino la posibilidad de no
transformar la Reacción en Progreso… Pero las reflexiones mannianas, más allá de estar situadas en
un pesimismo coyuntural, tienen el enorme mérito de ser el primer diagnóstico pesimista sobre la
función de los intelectuales, de sus relaciones con la alta y baja política, de su rol esencial en el
estado ampliado burgués. Y por eso mantienen toda su actualidad de seguir siendo la talentosa acta
de fundación del Modernismo reaccionario: “No creo en la fórmula del hormiguero humano, en la
colmena humana, no creo en la république démocratique, sociale et universelle, no creo que la
Humanidad esté destinada a la ‘dicha’ y ni siquiera que desee la felicidad.” La Haine
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