Salvar al planeta marino, el libro verde relatado por Shlomo Abas

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Salvar a la estrella de mar: el libro de cuentos verde
Shlomo Abas, 2008
1. El rey y las ranas
Había una vez un rey que vivía en un fastuoso palacio en una ciudad capital
a la orilla de un gran lago. El rey tenía consejeros, y entre los consejeros
había uno que era muy anciano y muy muy sabio.
Los habitantes de esa ciudad vivieron muchos años en paz y tranquilidad,
cada uno en su casa. Pero una noche, cuando el rey se acostó a dormir, oyó
repentinamente por la ventana abierta de su habitación fuertes voces de
croar de ranas.
“¿Qué es eso?”, vociferó el rey enojado, “¡esas insolentes ranas se atreven
a molestar mi sueño!” El rey trató de dormirse, pero sentía que cuanto más
intentaba dormir, más fuerte se oía croar a las ranas.
El rey dio orden de cerrar las ventanas, pero aún así oía a las ranas
croando. El ofuscado rey trató de taparse los oídos primero con dos y luego
con cuatro almohadas, pero aún así seguía oyendo el croar de las ranas.
Toda la noche dando vueltas en la cama de un lado a otro, sin poder
conciliar el sueño. A la mañana siguiente, bien temprano, todavía con el
pijama puesto, el rey llamó a todos sus consejeros.
Los consejeros se sorprendieron al ver a su rey en pijama, pero
rápidamente comprobaron que el rey estaba muy enojado.
“Escuchen, consejeros,” dijo el rey, “no he dormido en toda la noche. Las
ranas croaron toda la noche en el lago y no me han dejado dormir. Eso no
puede seguir así, y ya mismo hay que ponerle fin. Tengo un excelente
plan.”
“¿Qué plan?” preguntaron los consejeros.
“Mi plan es el siguiente,” dijo el rey, “esta misma mañana enviaré a todos
mis soldados a exterminar a las ranas y acabar con ese ruido. No quiero
que quede ni una sola con vida. ¿Qué opinan de mi plan?”
Todos los consejeros, salvo el anciano sabio, acostumbraban aprobar todo
plan propuesto por el rey, por temor al rey. Le temían mucho. Y ahora,
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viendo lo enojado que estaba el rey y decidido, le temían más aún, y
obviamente, inmediatamente dijeron que el plan era maravilloso.
Sólo el anciano consejero que estaba parado a un costado, guardó silencio y
no dijo nada.
“¿Por qué callas?” preguntó el rey al anciano consejero, “¿acaso no piensas
que mi plan es bueno?”
“Pienso que su plan no es bueno, Su excelencia, y que no se debe
exterminar a las ranas,” dijo el anciano consejero.
“¿Por qué?” gritó el rey.
“Porque todo está conectado,” dijo el anciano consejero.
“Tonterías,” dijo el rey.
“Tonterías,” corearon los demás consejeros, “¿qué es eso de que todo está
conectado?”
El anciano consejero no dijo más.
Ese mismo día, el rey ordenó a todos sus soldados exterminar a las ranas
del lago. Efectivamente, hasta el atardecer no quedó ni una rana viva.
Esa noche, el rey se acostó, y se sentía muy satisfecho: no croaba ni una
sola rana, y el rey cerró los ojos placenteramente, y se durmió.
De pronto sintió un fuerte pinchazo en su oreja. “¡Ay!” gritó el rey, “¡me
picó un mosquito!”
El rey trató de volver a dormirse, pero de pronto, otro pinchazo, ahora en
su mejilla, y enseguida otro en su nariz. El rey empezó a rascarse, y los
mosquitos lo seguían picando más y más. Y su zumbido no lo dejó dormir
en toda la noche.
El rey no pudo cerrar un ojo, y al día siguiente llamó inmediatamente a sus
consejeros.
“¡No he dormido en toda la noche!”, gritó el rey, “los mosquitos me picaron
sin dar tregua, y ahora, ¿qué me aconsejan hacer?”
“Su Excelencia,” dijeron los consejeros, “nosotros tampoco hemos dormido
en toda la noche, ni los habitantes de la ciudad, porque los mosquitos no
dejaron dormir a nadie. Al parecer, Su Excelencia, el anciano consejero
tenía razón, las ranas nos eran útiles – ellas cazaban a los mosquitos. Y
ahora, no habiendo ranas, los mosquitos se han apoderado de toda la
ciudad. Realmente, todo está conectado.”
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De modo que por no haber oído la advertencia del anciano consejero, todos
los habitantes de la ciudad, los consejeros y el rey tuvieron que abandonar
sus casas e ir a buscar un lugar muy lejano, donde todo está conectado
naturalmente.
2. La Tierra de todos
Cuento popular judío
Un hombre muy rico quiso plantar en su jardín, flores, arbustos y árboles
frutales. Pero la tierra de su jardín estaba llena de piedras y rocas, y era
imposible sembrar allí. Por ello contrató jardineros, y les ordenó, ante todo,
sacar todas las piedras y las rocas de la tierra alrededor de su casa, y
tirarlas al otro lado del muro que rodeaba su terreno.
Los jardineros hicieron lo que se les ordenó, y arrojaron todas las piedras y
las rocas fuera del terreno, al otro lado del muro. Del otro lado del muro
había un camino público, para toda la gente del lugar. El camino empezó a
llenarse de piedras y rocas.
Pasó por allí un anciano sabio. Cuando vio a los jardineros arrojando las
piedras al otro lado del muro hacia el camino público, le dijo al rico, “¡No
arrojes de lo que no es tuyo a lo tuyo!”
Pero el rico le contestó con desprecio, “Tonto, cómo dices de lo que no es
tuyo a lo tuyo, si la tierra de este jardín es mía y sólo mía, y puedo hacer lo
que se me antoje con las piedras.” Y ordenó a los jardineros seguir con su
tarea y no prestar atención a las palabras del anciano.
El sabio anciano vio, calló y se fue.
Pasaron los años, el rico perdió sus riquezas y se vio obligado a vender su
casa y sus tierras. La casa y el maravilloso jardín dejaron de ser suyos, y el
rico se convirtió en un hombre pobre. Un día iba caminando el pobre, que
una vez había sido rico, por el camino y sus pies descalzos se lastimaron
con las piedras y las rocas que llenaban el camino.
El hombre levantó la cabeza dolorido, y vio el muro junto al camino, el
muro que rodeaba el jardín que ahora no era suyo, y recordó las palabras
del anciano “¡No arrojes de lo que no es tuyo a lo tuyo!”
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3. Joni Hameaguel y la higuera
Cuento popular judío
Cuando Joni Hameaguel era ya un hombre anciano, lo vieron cavando la
tierra. La gente le preguntó, “¿qué plantas?”
Joni Hameaguel les respondió, “planto una higuera.”
Se sorprendieron y le dijeron, “¿acaso esperas comer de los frutos de tu
higuera? Ya eres un hombre anciano y hasta que esa higuera crezca y dé
frutos, ya estarás muerto y no podrás disfrutar de ella.”
“No espero comer de sus frutos,” dijo Joni Hameaguel, “pero toda la vida he
comido higos de higueras que otros plantaron. Y en los días de calor solía
sentarme a la sombra de árboles que otros habían plantado y me sentía
fresco y agradable. Por eso decidí plantar higueras, para que en futuras
generaciones otros puedan disfrutar de ellas, tal como yo disfruté. Es mi
forma de agradecer a todos los que me brindaron gozo y placer a lo largo
de mi vida.”
4. Cuánto vale un arado de oro
Cuento popular de los judíos de Rumania
Un rey que quería elegir un consejero personal, decidió buscar al hombre
más sabio de su reino.
El rey ordenó a los herreros y joyeros de su reino hacer un gran arado de
oro puro. Una vez listo el arado, el rey ordenó a sus hombres conducir
delante suyo al arado de oro y preguntar a cada habitante del reino cuánto
vale ese arado.
Muchos dijeron un precio en dinero, y muchos otros dijeron otro. Cada uno
tasó el valor del arado de oro en otro precio. Pero ninguna de las respuestas
fue la acertada a juicio del rey.
Por fin llegaron, el rey y quienes conducían al arado de oro, a un campo
arado. A un costado del campo se hallaba un anciano junto a su arado de
hierro, comiendo su humilde trozo de pan.
Los acompañantes del rey se dirigieron al anciano y le preguntaron si sería
capaz de evaluar cuánto vale el gran arado de oro.
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El anciano campesino miró al arado de oro, después miró al cielo, y dijo, “si
no llueve durante el mes de Tishré, ese arado vale menos que el pedazo de
pan que tengo en la mano.”
El rey se alegró al oír la respuesta del anciano campesino, compensó al
anciano con un valioso premio y lo designó consejero principal.
5. Salvar a la estrella de mar
Cuento popular tailandés
Un hombre viajó de paseo a un país del otro lado del mar. Un día se
hospedó en un pequeño hotel en la costa del mar. A la mañana siguiente,
cuando se despertó y salió al balcón para ver el mar, vio repentinamente
una visión muy sorprendente: toda la costa brillaba con destellos de luces.
El hombre tenía curiosidad por saber por qué brillaba en la costa de esa
manera. Salió del hotel y empezó a caminar a lo largo de la playa. Entonces
vio qué era lo que hacía brillar la costa, miles de estrellas de mar. Se
agachó y levantó una con mucho cuidado, atravesó la playa hacia el mar y
devolvió la estrella al agua. Luego volvió hacia las estrellas de mar
diseminadas en la playa, levantó otra y la llevó al mar.
Otro turista no pudo dejar de preguntarle al hombre por qué lo hacía, “No
te das cuenta de que es inútil, no hay ninguna posibilidad de que logres
salvar a los muchos miles de estrellas de mar antes de la salida del sol, que
apenas caliente secará y matará a todas?”
El hombre no respondió. Volvió a agacharse, y levantó otra estrella de mar,
atravesó la playa y la devolvió al agua. Entonces se volvió hacia el turista y
dijo, “¡Salvé a esta también!”
6. Cada uno aporta lo suyo
Leyenda africana
Cierto día, un elefante vio a un pajarito posarse a la orilla de un lago y
mojar su pico en el agua. Luego, con dos o tres gotitas en el pico, levantó
vuelo y se fue. Al cabo de cierto tiempo, volvió a ver al pequeño pajarito a
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la orilla del lago, tomar dos o tres gotitas en su pico, levantar vuelo y
desaparecer.
La tercera vez, al ver el elefante al pajarito posarse en el mismo lugar, le
preguntó, “¿Qué haces, pequeñín?”
El pajarito respondió, “Lejos de aquí se ha desatado un tremendo incendio,
y todo el bosque está en llamas. Tomo agua del lago, y vuelo hacia allá
llevando agua para ayudar a apagar el incendio.”
Entonces río el elefante con desprecio, “¿Tú?, pequeño pajarito con ese
piquito chiquitito? Piensas tú que puedes apagar el tremendo incendio que
azota al bosque?”
“No sólo yo,” respondió el pajarito, “no solo, claro que solo no. Pero cada
uno aporta lo suyo, y cada uno hace lo mejor que puede, y esto es lo mejor
que yo puedo hacer.”
Traducción: Margalit Mendelson
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