Fe y humanismo - Encuentro Nacional de Docentes Universitarios

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Título: Fe y humanismo, panaceas para los males de nuestro tiempo
Resumen: Se presenta la ocasión para reflexionar acerca de la rama del saber que
se cultiva y del aporte que pueda ofrecer para beneficio de la sociedad
contemporánea. Entre muchos buenos conocedores de la sociedad actual, Hilare
Belloc, Arnold Toynbee y Erich Fromm ponen en evidencia algunas de sus
necesidades. No obstante ser la vida un don maravilloso, el hombre de nuestros días
no sabe valorarla debidamente y transita por ella con un doloroso vacío espiritual,
cuyo antídoto bien puede ser el estudio de las humanidades y el cultivo de las artes.
En tanto la religión puede guiarnos en nuestra necesidad de absoluto, en nuestra
necesidad de Dios. Y puesto que el espíritu ofrece la verdadera dimensión de lo
humano, es necesario cultivarlo a lo largo de toda la vida. Para Highet la literatura es
un método variado e interesante para lograr una educación que sea continuada.
Pone como ejemplo a los griegos, para quienes dramas, canciones, relatos, lejos de
ser entretenimientos pasajeros, constituyen tesoros permanentes para el espíritu.
Datos del autor
Nombre y apellido: Lía Noemí Uriarte Rebaudi
Título académico: Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires
Lugar de trabajo: Profesora titular ordinaria de Literatura Española Medieval en la
Universidad Católica Argentina (Universidad Católica Argentina. Facultad de
Filosofía y Letras. Departamento de Letras Av. Alicia Moreau de Justo 1500 PB
C1107AFD Buenos Aires TE: (011) 4338-0804 e-mail [email protected]
mailto:[email protected])
Ponencia:
En Tertio millenio adveniente (32), Su Santidad Juan Pablo II previene que el
Jubileo “quiere ser una gran plegaria de alabanza y de acción de gracias sobre todo
por el don de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redención realizada por Él”. En
Incarnationis Mysterium (2) recuerda que los creyentes están llamados a hacer un
alto en el camino, “conscientes de llevar al mundo la luz verdadera”. Y en Gadium et
spes (11) hace notar que “la fe todo lo ilumina [... y ] orienta la inteligencia hacia
soluciones plenamente humanas”, por lo cual, atendiendo a la advertencia de Tertio
millenio adveniente (36), habra que “interrogarse sobre las responsabilidades [...] en
relación a los males de nuestro tiempo”.
Se presenta, pues, ocasión para reflexionar acerca de la rama del saber que
se cultiva, de la tradición que la precede, del aporte que pueda ofrecer para
beneficio de la sociedad contemporánea. Una descripción de esta sociedad según la
perspectiva de algunos pensadores ha de resultar esclarecedora y allanar el camino
para comprender que la fe y el humanismo habrán de contribuir eficazmente a
encontrar un principio de solución a los problemas del mundo actual. Entre tantas
páginas valiosas ofrecidas por tantos buenos conocedores de la sociedad actual,
Hilaire Belloc, Arnold Toynbee y Erich Fromm ponen en evidencia algunos graves
errores de nuestros días.
Belloc ofreció soluciones concretas para terminar con el desvarío del hombre
contemporáneo; Toynbee destacó las limitadas perspectivas del ciudadano actual,
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limitaciones que originan tantos conflictos entre los pueblos; Fromm mostró con
crudeza lo que podría llamarse la autodestrucción espiritual en que hoy vive la
humanidad y recordó comó el arte la religión enriquecen el espíritu.
Para Belloc nuestra civilización “ha llegado a una crisis que la pone en peligro
de muerte”. –Por nuestra civilización entiende la cristiandad que abarca
especialmente el Oeste de Europa, se extiende sobre América y guía otras culturas
en Asia y en el norte de África–. La “destrucción de la tradición moral” ha
desencadenado tan tremenda crisis, y el olvido de las verdades espirituales por el
deslumbramiento ante el progreso de las ciencias y el dominio de las cosas
materiales. En los comienzos de nuestra civilización la Iglesia creaba una cultura
nueva, en momentos de gran decadencia de la ciencia, el arte, la técnica. Era el
reverso de lo que está ocurriendo en nuestros días. Desde principios del siglo XX
todo parece confabularse para llevar al hombre a un desconcierto propicio para la
destrucción de la sociedad. Se ahondan los conflictos entre ricos y pobres, entre
ideologías fuertemente opuestas; no se piensa en buscar una doctrina inmutable que
guíe y apoye. Afirma Belloc que nuestra sociedad va retornando a la esclavitud en
que estuvo basada en otros tiempos y encuentra una única defensa contra esa
situación en la acción del catolicismo.
Señala Toynbee otros males de nuestro mundo contradictorio: el
incomprensible contraste entre la expansión de nuestro horizonte histórico y la
contracción de nuestra visión histórica. Porque nuestra visión occidental abarca en el
espacio a la humanidad extendida sobre toda la superficie habitable y transitable de
este planeta, y abarca asimismo todo el universo estelar. Y en el tiempo, nuestra
visión occidental conoce todas las civilizaciones surgidas y desaparecidas durante
los últimos seis mil años. Pero nuestro campo de visión se ha reducido hasta los
límites de tiempo y espacio en que cada uno de nosotros es ciudadano.
El hombre medieval, por el contrario, tenía una muy amplia visión histórica,
porque historia, para ellos, significaba historia de Israel, de Grecia, de Roma, y no de
su comunidad local. Y tanto Roma como Jerusalén significaban para ellos mucho
más que sus ciudades natales. Los anglosajones convertidos al cristianismo en el
siglo VI aprendieron latín, que los preparó para estudiar la literatura sagrada y
profana; y peregrinaron a Roma y a Jerusalén. Toynbee cree encontrar en el
europeo medieval una mente amplia, que considera virtud moral e intelectual,
porque –concluye– “las historias nacionales son ininteligibles dentro de sus propios
límites de tiempo y espacio”.
Fromm afirma que el hombre ha creado un mundo de cosas hechas por él
mismo y ha construido un mecanismo social complicado para administrar el
mecanismo técnico que construyó. Considera que la persona se ha convertido en un
átomo económico dentro de la industria y que el ansia de consumo ha perdido toda
relación con las necesidades reales del hombre. Ve en el acto de comprar en
nuestro tiempo una finalidad compulsiva e irracional, como un fin en sí mismo, tanto
como en el acto de consumir. Comprar y consumir guardan escasa relación con el
uso o el placer de las cosas compradas y consumidas. Y durante su tiempo libre el
hombre continúa siendo un consumidor pasivo, que “consume” espectáculos
deportivos, películas, periódicos y revistas, libros, conferencias, paisajes, reuniones
sociales, del mismo modo que consume las mercaderías que compra.
El hombre de nuestro tiempo ha olvidado que sólo puede realizarse
plenamente si se pone en contacto con hechos fundamentales de la existencia, si
puede experimentar la exaltación del amor y de la solidaridad, si puede comprender
el sentido de la soledad. Si se deja arrastrar completamente por la rutina y si sólo
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alcanza a ver la apariencia del mundo hecha por el hombre, pierde el contacto con el
mundo y su percepción real tanto como la percepción de sí mismo. El arte y la
religión tienen, entre otras misiones, la contribuir a que el hombre logre captar la
esencia de las cosas.
La creación artística permite una aproximación a la esencia de las cosas. El
hombre primitivo no se conforma con que sus utensilios y sus armas tengan sólo una
función práctica, y se esfuerza por adornarlos y embellecerlos para trascender su
función utilitaria. El término amplio de “ritual” es otra manera de lograr contacto
esencial con la realidad esencial de la vida. Se desarrolla, por ejemplo, en la
representación de un drama griego, que presenta en forma artística problemas
fundamentales de la existencia humana. El espectador, llevado fuera de la rutina
diaria, se pone en contacto consigo mismo como ser humano.
Fromm afirmó que la vida es un regalo y una incitación únicas que no puede
medirse con ninguna otra cosa. La Madre Teresa de Calcuta completó el concepto:
“La vida es oportunidad, tómala; la vida es sueño, hazlo realidad; la vida es una
aventura, atreveté; la vida es la vida, defiéndela“. La misma Madre Teresa, que vivió
plenamente la virtud de la caridad, sabía –y lo decía– que “La vida es un don
maravilloso y todos han sido creados para amar y ser amados”.
No obstante ser la vida un don maravilloso, el hombre de nuestros días no
sabe valorarla debidamente y transita por ella con un doloroso vacío espiritual cuyo
antídoto bien puede ser el estudio de las humanidades y el cultivo de las artes.
El Humanismo, que representó el comienzo del mundo moderno, nació en un
clima espiritual intensamente cristiano y aunque no ocultaba sus ansias de
renovación conservaba una concepción católica de la vida. El complejo movimiento
cultural del Humanismo y del Renacimiento comenzó en los siglos XIII y XIV, renació
en el XV y XVI, y conservó destellos todavía en el XVII y el XVIII. Representan un
valor perenne en la historia de la humanidad y fueron la tierra fértil en que asentaron
su raíz los problemas de la edad moderna.
El humanista tomaba de la humanidad clásica los valores validos para la
humanidad en cuanto tal, lo que había de permanente en el clasicismo y encontró,
como los antiguos padres de la Iglesia, que en esos valores no hay contradicción
con la concepción cristiana del hombre.
La visión humanista de la vida, que es preferentemente estética, impregnaba
la vida toda en la Italia de las Señorías. Pero esa magnificencia de palacios, ropas,
libros, costumbres, no era sólo exterior: a menudo alcanzaba belleza interior,
armonía, equilibrio espiritual. Quizás se debiera esto a que la esencia del
Humanismo descubría el valor del catolicismo desde la intuición cristiana. Una
síntesis de valores propios del Cristianismo y de la Antigüedad clásica fue hecha por
el Humanismo y el Renacimiento, tomando los gérmenes de la cultura moderna
desde la Edad Media. Pero eso no significó una continuidad total respecto de la
Edad Media, pues hubo un interés –nuevo– por lo “particular concreto” y un
renacimiento en todos los ámbitos de la actividad humana: el arte, la poesía, la
política, la religión.
La religión es nuestra guía en nuestra necesidad de absoluto, en nuestra
necesidad de Dios. (1) Se ha dicha que esta necesidad de Dios es la única
necesidad eterna; que en el encuentro con Dios está la felicidad; pero también, que
si se quiere morir con Dios hay que vivir con Él. Y que el hombre con fe nunca está
solo; siempre está acompañado de Dios”. (2)
Y puesto que el espíritu ofrece la verdadera dimensión de lo humano, es
necesario cultivarlo a lo largo de toda la vida. Para Highet la literatura es un método
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variado e interesante para lograr una educación que sea continua. Pone como
ejemplo a los griegos, para quienes los dramas, las canciones, los relatos, lejos de
ser entretenimientos pasajeros, constituyen tesoros permanentes para el espíritu.
¿Cómo no recordar hermosos pasajes de tragedias griegas? El coro que dice
a Prometeo: “Hermoso es vivir una larga existencia en confiada esperanza, mientras
nutre el corazón una alegría sin sombras. Las valientes palabras de Antígona: “[...] ni
creí yo que tus decretos tuvieran fuerza para borrar e invalidar las leyes divinas”. La
misma Antigona confiesa: “No he nacido para compartir odio sino amor”. Casandra,
cautiva después de la destrucción de Troya, dice a su madre: “El deber de todo
hombre cuerdo es evitar la guerra; pero si ésta sobreviene sin remedio, es honroso
morir por la patria; pero morir por una causa sin grandeza es un deshonor. ” –Hemos
evocado muy brevemente a los tres grandes trágicos: Esquilo, Sófocles y Eurípides–
. (3)
Un vasto universo se abre para el espíritu cuando se comprende que toda
obra que ofrezca nuevos intereses y nuevas ideas está viva aunque cuente muchos
siglos. El mismo Highet advierte que quien lee obras perennes vive en un vasto
presente, en una eternidad en que se conserva el encanto de lo que escribieron
David, San Pablo, Platón, Shaskespeare. Quien sólo lee el periódico, vive para el
momento. Y si la lectura suprime momentáneamente la relación del lector con su
universo, le proporciona una relación nueva con el universo de la obra que lee. (4)
Alfonso Reyes afirmaba que la literatura es la expresión más completa del
hombre en cuanto hombre, porque otras expresiones se refieren al hombre en
cuanto especialista de alguna actividad singular. Y la consideraba el mejor camino
para el conocimiento y el entendimiento de los pueblos entre sí. (5)
Hauser entiende que Platón expulsa a los poetas de su utopía cuando se
producen las primeras manifestaciones de una manera estetizante de ver el mundo.
Se temía que el gusto por las formas indujera a la indiferencia por los contenidos, y
el arte llegara a convertirse en un veneno.
El prólogo Curtius a su Literatura europea y Edad Media Latina refleja una
preocupación por preservar la cultura occidental y manifiesta el propósito de
contribuir a comprender que aquélla tiene unidad en el espacio y en el tiempo.
Advierte la necesidad de “demostrar esa unidad de las tradiciones culturales de
Occidente”, a causa del “caos espiritual de la época presente”. Realiza su
contribución desde el ámbito de la literatura y a partir de la latinidad, porque la
latinidad ofrece un punto de vista universal. Para entender las literatura vulgares de
la Edad Media –agrega– hay que conocer su trasfondo latino, puesto que en los
trece siglos que median entre Virgilio y Dante la lengua culta fue el latín.
Por la función fabuladora el hombre crea personajes para contarse a sí mismo
sus historias. Los mitos, las epopeyas, los relatos todos, surgieron de esa función
fabuladora. La literatura europea tiene un trasfondo constituido por creaciones que
pasan de siglo en siglo, desde Homero, al que Curtius considera el fundador, hasta
Goethe, último autor universal, según el mismo Curtius. Por el “presente intemporal”,
rasgo constitutivo de la literatura, las letras del pasado pueden actuar siempre sobre
las de cualquier presente –como Homero en Virgilio, Virgilio en Dante, Plutarco y
Séneca en Shakespeare, y tantos otros–.
Para Curtius el análisis de las formas literarias puede contribuir a una mejor
comprensión de la historia del espíritu. Fórmulas como sapientia et fortitudo,
metáforas como la del teatro del mundo –dice– abren perspectivas amplísimas,
como las formas métricas creadas desde el siglo XII marcan hitos en la trayectoria
de la nueva poesía –la canción provenzal, el tercero, el soneto, la ottava rima–.
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Porque la palabra es el lenguaje propio del espíritu, que sólo logra
plenamente su libertad plenamente su libertad en la palabra poética, el espíritu
europeo tiene conciencia de sí a través de los siglos por medio de la tradición
literaria.
El concepto del poeta como creador, corriente en nuestros días, fue
desconocido de la Antigüedad y de la Edad Media. Goethe formuló ese concepto,
cuando al volver de Suiza en 1757, se detuvo en Estrasburgo y homenajeó a la
catedral con una “Oración” en que expresa: “Ante ti, [...] como ante toda gran idea de
la creación, despierta en el alma cuanto en ella es también fuerza creadora. Se
convierte, balbuceando, en poesía.”
Curtius piensa que en el arte y en la poesía se encuentran las joyas
espirituales de todos los tiempos, más que en la filosofía y en la ciencia. La poesía –
dice– es una de las más vigorosas manifestaciones de la humanidad, a la que se
encuentra en todas las civilizaciones y en todas las épocas; y tiene mayor posibilidad
de divulgación que la ciencia.
La Grecia clásica apreciaba el valor educativo de la poesía y consideró
sagradas las creaciones homéricas, a pesar de la fuerte oposición puesta de
manifiesto por la filosofía que nacía. Los neoplatónicos fueron quienes la
interpretaron y revelaron su sentido oculto.
La poesía del amor moderno, nacida en la Edad Media en la misma época
que la Universidad, penetra la lírica latina del siglo XII, y los relatos franceses de
caballerías y de aventuras
Los cantos sagrados escritos por Santo Tomás eran poemas maravillosos,
aunque él no los había concebido como poesía.
Conclusiones
El equilibrio de la cultura podrá lograrse en tanto puedan compensarse las
fuerzas destructoras con nuevas maneras de afirmar y adaptar el legado recibido del
pasado. Hay que recoger la lección de la Edad Media en su reverente recepción de
un legado precioso, que es también la lección ofrecida por Dante y por Goethe. Los
estudios de la literatura tendrán que abrir para los estudiantes el maravilloso tesoro
de bellezas insospechadas para él, pero siempre latente en las grandes creaciones.
Aunque se viva en una época de desorden, no hay que dejarse abatir por el
desaliento, advierte Curtius, y recuerda que en el séptimo canto del Infierno Dante
encuentra un tipo particular de pecadores: los que sufren de depresión, que le
confiesan: “Fuimos tristes en el dulce aire que del sol se alegra”. La Edad Media
vivía un ambiente de fe y alegría, confiando en la misericordia de Dios, confianza
que sólo podía manifestarse en la alegría de la fe. Y con ese espíritu de fe y alegría,
reafirmó la tradición.
Notas
(1) Vid. Emerich Coreth, ¿Qué es el hombre? Esquema de una antropología
filosófica. Barcelona: Editorial Herder, 1976, p. 257.
(2) Isidoro Ricardo Steinberg, El hombre, el médico y Dios. Prólogo de Laín
Entralgo. Buenos Aires: Rueda, 1967, pp. 119 y sig.
5
(3) Esquilo, Tragedias. Prometeo encadenado, Barcelona: Editorial Iberia, 1963,
p. 17. Sófocles, Edipo, rey, Antígona. Buenos Aires: Editorial Ciordia, 1961,
pp.69; 72. Eurípides, Dramas y tragedias. Las troyanas. Barcelona: Editorial
Iberia, 1956, p.58.
(4) Robert Escapit, Sociología de la Literatura. Barcelona: oikos-tau, 1971, p.
116.
Bibliografía
Hilaire Belloc, La crisis de nuestra civilización. Buenos Aires: Editorial Sudamericana,
1961.
Congregación para la Educación Católica, La Universidad por un nuevo Humanismo.
El Jubileo de los universitarios. Diócesis de Roma, 2000.
Ernest Robert Curtius, Literatura europea y Edad Media latina. México: Fondo de
Cultura Económica, 1975, 2 vol., [1948].
Erich Fromm, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. México: Fondo de
Cultura Económica, 1962. [1955].
Arnold Hauser, Historia Social de la Literatura y del Arte. Barcelona Guadarrama,
1978, 3 vol.
Gilbert Highet, La tradición clásica. México: Fondo de Cultura Económica, 1978, 2
vol. [1949].
Michele Federico Sciacca, Qué es el Humanismo. Buenos Aires: Editorial Columba,
Colección Esquemas, 1960.
Arnold Toynbee, La civilización puesta a prueba. Buenos Aires: Emecé Editores,
1960.
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