HISTORIA DE LA EDUCACIÓN CONTEMPORÁNEA Pedagogía S− XVIII

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HISTORIA DE LA EDUCACIÓN CONTEMPORÁNEA
Pedagogía S− XVIII
CONTEXTO HISTÓRICO S − XVIII
El contexto se remonta al proceso social y político que acaeció en Francia entre 1789 y 1799, cuyas
principales consecuencias fueron el derrocamiento de Luis XVI, perteneciente a la Casa real de los Borbones,
la abolición de la monarquía en Francia y la proclamación de la I República, con lo que se pudo poner fin al
Antiguo Régimen en este país. Aunque las causas que generaron la Revolución fueron diversas y complejas,
éstas son algunas de las más influyentes: la incapacidad de las clases gobernantes nobleza, clero y burguesía
para hacer frente a los problemas de Estado, la indecisión de la monarquía, los excesivos impuestos que
recaían sobre el campesinado, el empobrecimiento de los trabajadores, la agitación intelectual alentada por el
Siglo de las Luces y el ejemplo de la guerra de la Independencia estadounidense.
Durante los últimos decenios del siglo XVII y los primeros del XVIII se produce en Europa un cambio
importante en todos los órdenes. Los valores y conceptos que presidían la sociedad del Barroco entran en
crisis poco a poco, pero irreversiblemente. El cambio, parte de Iglaterra y de un conjunto importante de
intelectuales que juzgan los viejos valores de la sociedad y del saber tradicionales. El crecimiento
socio−económico de la burguesía es, socialmente, el punto de partida de una serie continuada de cambios, que
se extienden e influyen en todos los órdenes de la vida y que conocemos con el nombre de La Ilustración.
El sistema social, político y económico que existia a Europa era el sistema del Antiguo Régimen.
El sistema político era la monarquía absoluta.El rey ejercía todos los poderes respaldandose en la teórica
eleccion divina del sistema.
Al mismo tiempo el monarca tenia una serie de limitaciones, como eran los privilegios estamentales o
provinciales.Estos eran el derecho constitudinario y las leyes fundamentales del reino.
La sociedad estamental, estaba dividida en grupos sociale o estamentos a las cuales se accedía por nacimiento.
Había 3 estamentos: Nobleza, Clero y tercer Estado. Los 2 primeros eran los estamentos privilegiados, ya que
poseían una serie de privilegios como eran el no pagar impuestos directos y el monopolio de los altos cargos
políticos, militares y eclesiásticos. No existía la igualdad jurídica y cada estamento se regia por un código
jurídico diferente.
La ecomomía estaba caracterizada por el predominio del sector agrícola y la estructura feudal en el campo,
donde subsistían los señorios jurisdiccionales.
El aumento del comercio favoreció el enriquecimiento de la burguesía y el desarrollo de los sectores
productivos.
No obstante, el siglo XVIII, aun estando el sistema del antiguo régimen, fue un periodo de importantes
cambios ideológicos, entre los cuales hay que destacar la ilustración o el liberalismo. También se produjeron
muchas revoluciones que pretendieron traer más libertades e igualdades entre las personas. Entre ellas cabe
destacar la Revolución Americana y la Revolución Francesa. Tanto una como la otra surgieron como protesta
al Antiguo Régimen y intentaron traer consigo igualdades y libertades para las personas.
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Los precursores de la Ilustración pueden remontarse al siglo XVII e incluso antes. Abarcan las aportaciones
de grandes racionalistas como René Descartes y Baruch Spinoza, los filósofos políticos Thomas Hobbes y
John Locke y algunos pensadores escépticos galos de la categoría de Pierre Bayle o Jean Antoine Condorcet
Sobre las suposiciones y creencias básicas comunes a filósofos pensadores de este periodo, quizá lo más
importante fue una fe constante en el poder de la razón humana. La época sufrió el impacto intelectual
causado por la exposición de la teoría de la gravitación universal de Isaac Newton. Si la humanidad podía
resolver las leyes del Universo, las propias leyes de Dios, el camino estaba abierto para descubrir también las
leyes que subyacen al conjunto de la naturaleza y la sociedad. De acuerdo con la filosofía de Locke, los
autores del siglo XVIII creían que el conocimiento no es innato, sino que procede sólo de la experiencia y la
observación guiadas por la razón. A través de una educación apropiada, la humanidad podía ser modificada,
cambiada su naturaleza para mejorar. Se otorgó un gran valor al descubrimiento de la verdad a través de la
observación de la naturaleza, más que mediante el estudio de las fuentes autorizadas, como Aristóteles y la
Biblia. Aunque veían a la Iglesia especialmente la Iglesia católica como la principal fuerza que había
esclavizado la inteligencia humana en el pasado, la mayoría de los pensadores de la Ilustración no renunció
del todo a la religión. Optaron más por una forma de deísmo, aceptando la existencia de Dios y de la otra vida,
pero rechazando las complejidades de la teología cristiana.
Más que un conjunto de ideas fijas, la Ilustración implicaba una actitud, un método de pensamiento. De
acuerdo con el filósofo Immanuel Kant, el lema de la época debía ser atreverse a conocer. Muchos defensores
de la Ilustración no fueron filósofos según la acepción convencional, y en un intento de orientar la opinión
pública a su favor, imprimieron panfletos, folletos anónimos y crearon gran número de periódicos y diarios.
Francia conoció, más que ningún otro país, un desarrollo sobresaliente de estas ideas y el mayor número de
propagandistas de las mismas. Fue allí donde el filósofo, político y jurista Charles−Louis de Secondat, barón
de Montesquieu, uno de los primeros representantes del movimiento, empezó a publicar varias obras satíricas
contra las instituciones existentes, así como su monumental estudio de las instituciones políticas, El espíritu
de las leyes (1748). Fue en París donde Denis Diderot, autor de numerosos panfletos filosóficos, emprendió la
edición de la Enciclopedia (1751−1772). Esta obra, en la que colaboraron numerosos autores, fue concebida
como un compendio de todos los conocimientos y a la vez como un arma polémica, al presentar las posiciones
de la Ilustración y atacar a sus oponentes. Sin duda, el más influyente y representativo de los escritores
franceses fue Voltaire. Inició su carrera como dramaturgo y poeta, pero es más conocido por sus prolíficos
panfletos, ensayos, sátiras y novelas cortas, en los que popularizó la ciencia y la filosofía de su época. La
Ilustración fue también un movimiento cosmopolita y antinacionalista con numerosos representantes en otros
países. La Ilustración penetró tanto en España como en los dominios españoles de América.
Durante la primera mitad del siglo XVIII, los líderes de la Ilustración libraron una ardua lucha contra fuerzas
considerables. Muchos fueron encarcelados por sus escritos, y la mayoría sufrió persecución y penas por parte
de la censura gubernamental, así como descalificaciones y condenas de la Iglesia. En muchos aspectos, sin
embargo, las últimas décadas del siglo marcaron un triunfo del movimiento en Europa y en toda América.
Hacia 1770, la segunda generación de ilustrados recibió pensiones del gobierno y asumió la dirección de
academias intelectuales establecidas. El enorme incremento en la publicación de periódicos y libros aseguró
una amplia difusión de sus ideas. Los experimentos científicos y los escritos filosóficos llegaron a estar de
moda en amplios círculos de la sociedad, incluidos los miembros de la nobleza y del clero.
A finales del siglo XVIII surgieron algunos cambios en el pensamiento de la Ilustración. Bajo la influencia de
Rousseau, el sentimiento y la emoción llegaron a ser tan respetables como la razón. En la década de 1770 los
escritores ensancharon su campo de crítica para englobar materias políticas y económicas. De mayor
importancia en este aspecto fue la experiencia de la guerra de la Independencia estadounidense (en las
colonias británicas). A los ojos de los europeos, la Declaración de Independencia y la guerra revolucionaria
anunciaron que, por primera vez, algunas personas iban más allá de la mera discusión de ideas ilustradas y las
estaban aplicando.
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Suele decirse que el Siglo de las Luces concluyó con la Revolución Francesa de 1789, pero no son pocos los
que contemplan e interpretan la inquietud política y social de este periodo como causa desencadenante de la
Revolución. Al incorporar muchas de las ideas de los ilustrados, la Revolución, en sus etapas más difíciles,
entre 1792 y 1794, sirvió para desacreditar estas ideas a los ojos de muchos europeos contemporáneos. El
enorme impacto que la Revolución Francesa causó en España, tras la muerte de Luis XVI, así como en los
dominios españoles de América, provocó una violenta persecución de las personas más representativas de las
nuevas ideas. Se estableció una censura total y se cerraron las fronteras, prohibiéndose el paso de todo tipo de
libros y folletos, o su embarque hacia América.
De lo que no cabe duda es de que la Ilustración dejó una herencia perdurable en los siglos XIX y XX. Marcó
un paso clave en el declinar de la Iglesia y en el crecimiento del secularismo actual. Sirvió como modelo para
el liberalismo político y económico y para la reforma humanitaria a través del mundo occidental del siglo
XIX. Fue el momento decisivo para la creencia en la posibilidad y la necesidad de progreso que pervivió, de
una forma moderada, en el siglo XX.
En España
El siglo XVIII es el de la Ilustración, donde se pone de manifiesto el lema de la revolución ilustrada: "todo
para el pueblo pero sin el pueblo". Ante una población desheredada, la cultura es privativa de una minoría.
Los pobres no tienen acceso al cultivo de la inteligencia.
La llegada a España de la Ilustración se produjo gracias al cambio de la dinastía, es decir, a la llegada de la
dinastía Borbónica, la cual procedía de Francia y estaba muy comprometida con la Ilustración. Esto otorgó a
España un sentimiento mas Europeo y una apertura hacia el resto de Europa.
Sin embargo, la penetración e implantación de la Ilustración en españa fue lenta y conflictiva, y además, los
ideales de este movimiento intelectual nunca se lograron del todo. Las clases pudientes se opusieron a
depender de la nueva clase que había arrasado en toda Europa, la burguesía, se negaba a dejar su inflencia y
pasar a un segundo plano, además el pueblo era inculto y tenía un alto índice de analfabetismo, se encontraba
ideológicamente dominado por una institución como la iglesia católica muy poderosa y privilegiada, (reacia
por tanto al cambio) y que percibía en las nuevas ideas la contestación a su autoridad indiscutida durante
siglos. Sumásele a este cuadro de reaccionarismo el recelo de una nación que hasta el siglo anterior había sido
un potente imperio (si bien ya herido de muerte) y a la que se le había asestado el mazazo histórico de Utrech.
Los gremios estaban encerrados sobre sí mismos y limitaban el acceso al aprendizaje. La enseñanza primaria
era bastante deficiente y mal dotada de medios. La enseñanza superior se impartía en la Universidad.
El siglo fue propicio a la creación de cenáculos y academias. La pionera fue la Regia Sociedad de Filosofía y
Medicina de Sevilla (1700) que más tarde cambiaría el nombre por el de Medicina y demás Ciencias. La Real
Academia de Buenas Letras, fundada en 1751 por el presbítero Luis Germás y Ribón; sus socios suelen ser
ilustrados y rigurosamente historicistas, aunque tradicionales y religiosos. En 1749 Sevilla contó con la
primera Biblioteca Pública.
Por tanto, en España, ya desde finales del s. XVII, se venía produciendo un acercamiento a la cultura y a la
literatura francesa, y, a pesar del hostigamiento y la oposición a los reformistas ilustrados, la Ilustración
penetró desde muy pronto en España aunque bastante lentamente.
PEDAGOGIA DEL S − XVIII
Durante el siglo XVIII la preocupación principal de la educación va encaminada al ejercicio de la razón en el
contacto con la naturaleza, para de esta manera alcanzar el conocimiento científico.
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Esta preocupación de carácter intelectualista se ve exagerada en el siglo XVIII, aquí se levanta el trono de la
Diosa Razón, época de pensamiento no original , sino montado sobre el edificio que habían levantado los
ideólogos del siglo anterior Bacon, Descartes, Locke, Leibinz...
El siglo XVIII ha sido conocido como la época de las luces. Su origen se encuentra en los países bajos e
Inglaterra, después pasó a Francia, donde su portavoz fundamental fue la famosa enciclopédia, posteriormente
se difunde al resto de los paises Europeos.
Este movimiento intelectual filosófico, es calificado de distintas formas según los paises. En Inglaterra se
denominó Enlieghment, Epoque des lumières en Francia e ilustración en España.
La idolatria de la razón Crítica, esta somete a juicio todas las realidades que hacen referencia al hombre, al
estado, la sociedad, la economia, el Derecho, la Educación, la religión.
Como consecuencia de esto, se crea una causa de liberación de todo impedimiento anterior al hombre , para
dirigir automaticamente el destino de la humanidad. El instrumento para esta conducción de la historia hace
un progreso ilimitado, será el conocimiento científico.
Las metas a conseguir en todo este proceso son la libertad y la fidelidad.
Por esta fe en el poder de la Educación el s−XVIII ha sido llamado el siglo de la educación.
Aquí se cree que las reformas educativas son la solución de todos los problemas que aquejan al hombre. Por
eso quieren ponerla al dia tanto en métodos como en contenidos, y extenderla al mayor número posible de
ciudadanos.
La obra de la encyclopedie dirigida por Diderot y D´Alembert , es la obra donde se encuentran todas las
nuevas ideas.
La enciclopedia , es la más completa expresión de la revolución de la francesa.En esta obra se agrupan los
más preestigiosos escritores del momento: Voltaire, Rousseau, Condillac, D´Holbach, Helvetius...Recoge y
resume todo el saber de su época, pero no es sólo receptiva sino crítica.
Es considerada por sus autores un cuadro general de los esfuerzos del talento humano en todos los géneros y
en todos los siglos, es decir, un resumen de la ciencia y de la filosofía elaboradas hasta ese momento, no
puede dejar de tratar temas pedagógicos.
Pero lo hace de pasada, como sucede en el artículo dedicado a la Educación de Dumarsais.
Dumersais presenta un plan de estudios en el que da importancia a la física y al ejercicio de las Artes. Procura
que los conocimientos partan de lo concreto y no de lo abstracto. Hace un estúdio psicológico del Alma
humana, del origen y desarrollo de us ideas y sentimientos . Finalmente , recomienda a los jóvenes la lectura
de los periodicos
Realmente, la influencia de la Enciclopedia en la historia de la educación no se debe a sus trabajos dirigidos
de modo expreso al tema pedagógico, sino, en frase de Compayre, a la influencia general que ha ejercido en el
espiritu francés, defendendio las ciencias, tanto en el aspecto teórico como en el práctico, vulgarizando los
conocimientos técnicos , alabando las artes industriales , y preparando así el camino a una educación positiva
y científica, frente a la educación literaria y formalista
La pedagogía de la ilustración, es esencialmente analítica, dado los procesos de fraccionamiento que presenta
la sabiduría humana no como un todo integral sino como una suma de elementos individualizados, está bien
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representada en la misma estructura formal de la enciclopédia .
Lejos de preocuparse por una ordenación jerárquica en la distribución del saber, intenta ofrecer una
acumulación casi indefinida de conocimientos. Para exponerlos, dedicará cuantos volúmenes sean necesarios.
Y el único que presenta es el alfabético. La sabiduria aparece sin otro carácter orgánico que el que pueda
ofrecer la ordenación sucesiva de las palabras, a través de sus letras.
Ilustración
Los precursores de la Ilustración pueden remontarse al siglo XVII e incluso antes. Abarcan las aportaciones
de grandes racionalistas como René Descartes y Baruch Spinoza, los filósofos políticos Thomas Hobbes y
John Locke y algunos pensadores escépticos galos de la categoría de Pierre Bayle o Jean Antoine Condorcet.
No obstante, otra base importante fue la confianza engendrada por los nuevos descubrimientos en ciencia, y
asimismo el espíritu de relativismo cultural fomentado por la exploración del mundo no conocido.
Sobre las suposiciones y creencias básicas comunes a filósofos pensadores de este periodo, quizá lo más
importante fue una fe constante en el poder de la razón humana. La época sufrió el impacto intelectual
causado por la exposición de la teoría de la gravitación universal de Isaac Newton. Si la humanidad podía
resolver las leyes del Universo, las propias leyes de Dios, el camino estaba abierto para descubrir también las
leyes que subyacen al conjunto de la naturaleza y la sociedad. Se llegó a asumir que mediante un uso juicioso
de la razón, un progreso ilimitado sería posible progreso en conocimientos, en logros técnicos y sus
consecuencias también en valores morales. De acuerdo con la filosofía de Locke, los autores del siglo XVIII
creían que el conocimiento no es innato, sino que procede sólo de la experiencia y la observación guiadas por
la razón. A través de una educación apropiada, la humanidad podía ser modificada, cambiada su naturaleza
para mejorar. Se otorgó un gran valor al descubrimiento de la verdad a través de la observación de la
naturaleza, más que mediante el estudio de las fuentes autorizadas, como Aristóteles y la Biblia. Aunque veían
a la Iglesia especialmente la Iglesia católica como la principal fuerza que había esclavizado la inteligencia
humana en el pasado, la mayoría de los pensadores de la Ilustración no renunció del todo a la religión.
Optaron más por una forma de deísmo, aceptando la existencia de Dios y de la otra vida, pero rechazando las
complejidades de la teología cristiana. Creían que las aspiraciones humanas no deberían centrarse en la
próxima vida, sino más bien en los medios para mejorar las condiciones de la existencia terrena. La felicidad
mundana, por lo tanto, fue antepuesta a la salvación religiosa. Nada se atacó con más intensidad y energía que
la doctrina de la Iglesia, con toda su historia, riqueza, poder político y supresión del libre ejercicio de la razón.
Más que un conjunto de ideas fijas, la Ilustración implicaba una actitud, un método de pensamiento. De
acuerdo con el filósofo Immanuel Kant, el lema de la época debía ser atreverse a conocer. Surgió un deseo de
reexaminar y cuestionar las ideas y los valores recibidos, de explorar nuevas ideas en direcciones muy
diferentes; de ahí las inconsistencias y contradicciones que a menudo aparecen en los escritos de los
pensadores del siglo XVIII. Muchos defensores de la Ilustración no fueron filósofos según la acepción
convencional y aceptada de la palabra; fueron vulgarizadores comprometidos en un esfuerzo por ganar
adeptos. Les gustaba referirse a sí mismos como el partido de la humanidad, y en un intento de orientar la
opinión pública a su favor, imprimieron panfletos, folletos anónimos y crearon gran número de periódicos y
diarios. En España, `las luces' penetraron a comienzos del siglo XVIII gracias a la obra, prácticamente aislada
y solitaria, pero de gran enjundia del fraile benedictino Benito Jerónimo Feijoo, el pensador crítico y
divulgador más conocido durante los reinados de los primeros reyes Borbones. Escribió Teatro crítico
universal (1739), en nueve tomos y Cartas eruditas (1750), en cinco volúmenes más, en los que trató de
recoger todo el conocimiento teórico y práctico de la época.
Francia conoció, más que ningún otro país, un desarrollo sobresaliente de estas ideas y el mayor número de
propagandistas de las mismas. Fue allí donde el filósofo, político y jurista Charles−Louis de Montesquieu,
uno de los primeros representantes del movimiento, empezó a publicar varias obras satíricas contra las
instituciones existentes, así como su monumental estudio de las instituciones políticas, El espíritu de las leyes
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(1748). Fue en París donde Denis Diderot, autor de numerosos panfletos filosóficos, emprendió la edición de
la Enciclopedia (1751−1772). Esta obra, en la que colaboraron numerosos autores, fue concebida como un
compendio de todos los conocimientos y a la vez como un arma polémica, al presentar las posiciones de la
Ilustración y atacar a sus oponentes. Sin duda, el más influyente y representativo de los escritores franceses
fue Voltaire. Inició su carrera como dramaturgo y poeta, pero es más conocido por sus prolíficos panfletos,
ensayos, sátiras y novelas cortas, en los que popularizó la ciencia y la filosofía de su época, y por su
voluminosa correspondencia con escritores y monarcas de toda Europa. Gozaron de prestigio las obras de Jean
Jacques Rousseau, cuyo Contrato social (1762), el Emilio, o la educación (1762) y Confesiones (1782)
tendrían una profunda influencia en posteriores teorías políticas y educativas y sirvieron como impulso
literario al romanticismo del siglo XIX. La Ilustración fue también un movimiento cosmopolita y
antinacionalista con numerosos representantes en otros países. Kant en Alemania, David Hume en Escocia,
Cesare Beccaria en Italia y Benjamín Franklin y Thomas Jefferson en las colonias británicas mantuvieron un
estrecho contacto con los ilustrados franceses, pero fueron importantes exponentes del movimiento. La
Ilustración penetró tanto en España como en los dominios españoles de América.
Durante el reinado de Carlos III, el `rey ilustrado' por excelencia, las obras de los escritores franceses se leían
en español, generalmente en traducciones más o menos retocadas, pero también directamente en francés.
Fueron muchos los españoles e hispanoamericanos que viajaban a Francia por motivos de estudio e
instrucción, en las artes y las ciencias y los dirigentes políticos de la época, conde de Aranda, conde de
Campomanes, conde de Floridablanca, duque de Almodóvar, promovieron y frecuentaron el trato con los
pensadores y filósofos de las nuevas ideas. Las vías de expresión fueron los periódicos, las universidades y las
florecientes Sociedades de Amigos del País.
Entre los españoles `ilustrados', se puede citar a Isidoro de Antillón, geógrafo e historiador; Francisco
Cabarrús, crítico y cronista de su tiempo; Juan Meléndez Valdés, que hizo de la Universidad de Salamanca un
polo de atracción `ilustrada'; Gaspar Melchor de Jovellanos, político y reformador; Valentín de Foronda,
embajador y economista, entre otros.
Durante la primera mitad del siglo XVIII, los líderes de la Ilustración libraron una ardua lucha contra fuerzas
considerables. Muchos fueron encarcelados por sus escritos, y la mayoría sufrió persecución y penas por parte
de la censura gubernamental, así como descalificaciones y condenas de la Iglesia. En muchos aspectos, sin
embargo, las últimas décadas del siglo marcaron un triunfo del movimiento en Europa y en toda América.
Hacia 1770, la segunda generación de ilustrados recibió pensiones del gobierno y asumió la dirección de
academias intelectuales establecidas. El enorme incremento en la publicación de periódicos y libros aseguró
una amplia difusión de sus ideas. Los experimentos científicos y los escritos filosóficos llegaron a estar de
moda en amplios círculos de la sociedad, incluidos los miembros de la nobleza y del clero. Algunos monarcas
europeos adoptaron también ideas o al menos el vocabulario de la Ilustración. Voltaire y otros ilustrados
quienes gustaban del concepto del rey−filósofo, difundiendo sus creencias gracias a sus relaciones con la
aristocracia, acogieron complacientes la aparición del llamado despotismo ilustrado, del que Federico II de
Prusia, Catalina la Grande de Rusia, José II de Austria y Carlos III de España fueron los ejemplos más
célebres. Desde una visión retrospectiva, sin embargo, la mayoría de estos monarcas aparece manipulando el
movimiento, en gran parte con propósitos propagandísticos y fueron, con mucho, más despóticos que
ilustrados.
A finales del siglo XVIII surgieron algunos cambios en el pensamiento de la Ilustración. Bajo la influencia de
Rousseau, el sentimiento y la emoción llegaron a ser tan respetables como la razón. En la década de 1770 los
escritores ensancharon su campo de crítica para englobar materias políticas y económicas. De mayor
importancia en este aspecto fue la experiencia de la guerra de la Independencia estadounidense (en las
colonias británicas). A los ojos de los europeos, la Declaración de Independencia y la guerra revolucionaria
anunciaron que, por primera vez, algunas personas iban más allá de la mera discusión de ideas ilustradas y las
estaban aplicando. Es probable que la guerra alentara los ataques y críticas contra los regímenes europeos
existentes.
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Suele decirse que el Siglo de las Luces concluyó con la Revolución Francesa de 1789, pero no son pocos los
que contemplan e interpretan la inquietud política y social de este periodo como causa desencadenante de la
Revolución. Al incorporar muchas de las ideas de los ilustrados, la Revolución, en sus etapas más difíciles,
entre 1792 y 1794, sirvió para desacreditar estas ideas a los ojos de muchos europeos contemporáneos. El
enorme impacto que la Revolución Francesa causó en España, tras la muerte de Luis XVI, así como en los
dominios españoles de América, provocó una violenta persecución de las personas más representativas de las
nuevas ideas. Se estableció una censura total y se cerraron las fronteras, prohibiéndose el paso de todo tipo de
libros y folletos, o su embarque hacia América.
Aunque se produjo un repunte de interés modernizado y progresista bajo el gobierno de Manuel Godoy con la
ayuda de Jovellanos, el miedo a la contaminación revolucionaria favoreció la represión más absoluta, tanto en
la metrópoli como en los dominios de la América española. La existencia de numerosas Sociedades de
Amigos del País en los virreinatos favoreció la implantación y extensión de la `ilustración' en América Latina.
El proyecto de la Ilustración pretendió transformar un orden social regido por la tradición y la religión en otro
diseñado racionalmente para servir un ideal de justicia universal. En esta nueva sociedad racional los
individuos actuarían de acuerdo con el ejercicio individual de la razón. Este ejercicio debía conducir a la
generación de normas de comportamiento de validez práctica universal; es decir, constitutivas de un orden
justo en el cual todos los seres humanos fuesen tratados como fines en sí mismos. De este modo, la razón
conduciría la discusión del los fines institucionales en el foro político del que, continuamente, se alimentaría
el orden social racional ("reino de los fines"). El ejercicio individual de la libertad, bajo esta concepción, era
la voluntad y la capacidad de usar la razón como guía del comportamiento individual en contra de los
mandatos provenientes de las inclinaciones corporales y de la tradición que resultaran opuestos a los mandatos
de la razón.
En este orden de ideas, el proyecto de la Ilustración concibió la educación como el proceso mediante el cual
los individuos se constituirían en seres racionales autónomos, de manera tal que, mediante el ejercicio de esa
autonomía, participasen en la continua y nunca acabada construcción de un orden social cada vez más justo.
Su modo de participación fundamental sería la participación política: el uso público de la razón en la
discusión de fines en torno al bien público. El cultivo de la razón, meollo del proceso educativo, contenía
como nivel más fundamental el cultivo de las habilidades intelectuales básicas: cultivo de la capacidad para
leer textos de variados grados de complejidad conceptual; cultivo de la capacidad para narrar, describir y
expresar ideas de cierta complejidad en forma oral y escrita; cultivo de la capacidad para dar cuenta del
ocurrir cotidiano y de lo que se considera como bien público; cultivo de las matemáticas, de las ciencias
básicas y de las artes. Bajo esta perspectiva, la adquisición de conocimientos de asuntos específicos sería más
un medio para el cultivo de esas capacidades intelectuales básicas que un fin en sí mismo.
De lo que no cabe duda es de que la Ilustración dejó una herencia perdurable en los siglos XIX y XX. Marcó
un paso clave en el declinar de la Iglesia y en el crecimiento del secularismo actual. Sirvió como modelo para
el liberalismo político y económico y para la reforma humanitaria a través del mundo occidental del siglo
XIX. Fue el momento decisivo para la creencia en la posibilidad y la necesidad de progreso que pervivió, de
una forma moderada, en el siglo XX.
ROUSSEAU
Rousseau nació en Ginebra, Suiza, el año 1712 y murió en Ermenonville, Francia,el año 1778 es considerado
como el mejor Filósofo suizo.
Huérfano de madre desde temprana edad, fue criado por su tía materna y por su padre, un modesto relojero.
Sin apenas haber recibido educación, trabajó como aprendiz con un notario y con un grabador, quien lo
sometió a un trato tan brutal que acabó por abandonar Ginebra en 1728. Fue entonces acogido bajo la
protección de la baronesa de Warens, quien le convenció de que se convirtiese al catolicismo (su familia era
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calvinista). Ya como amante de la baronesa, se instaló en la residencia de ésta en Chambéry e inició un
período intenso de estudio autodidacto. En 1742 puso fin a una etapa que más tarde evocó como la única feliz
de su vida y partió hacia París, donde presentó a la Academia de la Ciencias un nuevo sistema de notación
musical ideado por él, con el que esperaba alcanzar una fama que, sin embargo, tardó en llegar. Pasó un año
(1743−1744) como secretario del embajador francés en Venecia, pero un enfrentamiento con éste determinó
su regreso a París, donde inició una relación con una sirvienta inculta, Thérèse Levasseur, con quien acabó por
casarse civilmente en 1768 tras haber tenido con ella cinco hijos. Trabó por entonces amistad con los
ilustrados, y fue invitado a contribuir con artículos de música a la Enciclopedia de D'Alembert y Diderot; este
último lo impulsó a presentarse en 1750 al concurso convocado por la Academia de Dijon, la cual otorgó el
primer premio a su Discurso sobre las ciencias y las artes, que marcó el inicio de su fama. En 1754 visitó de
nuevo Ginebra y retornó al protestantismo para readquirir sus derechos como ciudadano ginebrino,
entendiendo que se trataba de un puro trámite legislativo. Apareció entonces su Discurso sobre el origen de la
desigualdad entre los hombres, escrito también para el concurso convocado en 1755 por la Academia de
Dijon. Rousseau se enfrenta a la concepción ilustrada del progreso, considerando que los hombres en estado
natural son por definición inocentes y felices, y que son la cultura y la civilización las que imponen la
desigualdad entre ellos, en especial a partir del establecimiento de la propiedad, y con ello les acarrea la
infelicidad. En 1756 se instaló en la residencia de su amiga Madame d'Épinay en Montmorency, donde
redactó algunas de sus obras más importantes. Julia o la Nueva Eloísa (1761) es una novela sentimental
inspirada en su pasión −no correspondida− por la cuñada de Madame d'Épinay, la cual fue motivo de disputa
con esta última. En Del contrato social (1762) intenta articular la integración de los individuos en la
comunidad; las exigencias de libertad del ciudadano han de verse garantizadas a través de un contrato social
ideal que estipule la entrega total de cada asociado a la comunidad, de forma que su extrema dependencia
respecto de la ciudad lo libere de aquella que tiene respecto de otros ciudadanos y de su egoísmo particular.
La voluntad general señala el acuerdo de las distintas voluntades particulares, por lo que en ella se expresa la
racionalidad que les es común, de modo que aquella dependencia se convierte en la auténtica realización de la
libertad del individuo, en cuanto ser racional. Finalmente, Emilio o De la educación (1762) es una novela
pedagógica, cuya parte religiosa le valió la condena inmediata por parte de las autoridades parisinas y su huida
a Neuchâtel, donde surgieron de nuevo conflictos con las autoridades locales, de modo que en 1766, aceptó la
invitación de David Hume para refugiarse en Inglaterra, aunque al año siguiente regresó al continente
convencido de que Hume tan sólo pretendía difamarlo. A partir de entonces cambió sin cesar de residencia,
acosado por una manía persecutoria que lo llevó finalmente de regreso a París en 1770, donde transcurrieron
los últimos años de su vida, en los que redactó sus escritos autobiográficos.
Juan Jacobo Rousseau, este Filosofo contra los filósofos como se le ha llamado, iba a trastornar ciertas ideas
de su tiempo. No fue propiamente un educador, pero sus ideas pedagógicas han influido decisivamente sobre
la educación moderna.
Rousseau, sostenía que, el origen de todos los males de su época, estaban en la sociedad, y en sus efectos
sobre el sujeto; como alternativa, propone la transformación interna de éste, por medio de la educación.
Esta educación, debe tener como primordial finalidad, la conservación de la naturaleza humana, en la cual los
educadores, debían procurar el desarrollo físico y espiritual del niño, de forma espontánea, y que cada nuevo
conocimiento adquirido fuera un acto creador, de tal manera, la educación provendría del propio interior del
alumno.
Los principios pedagógicos, estaban fundados en la naturaleza peculiar del niño. Esto lo ubica como eje del
proceso educativo, es decir, conocer al niño como tal, no como hombre en miniatura, debe ser siempre dueño
de sí mismo, hacer las cosas según la voluntad, impidiendo así, que adquiera hábitos negativos que lo
conduzcan a la esclavitud. Para ello, señaló las bases de un nuevo programa de estudios, en el que resalta la
importancia de las actividades recreativas, para el desarrollo del niño, desde adentro. Impuso la exigencia de
ver en el niño, el centro y el fin de la educación.
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Sostiene que se debe enseñar por el interés natural del niño, abandonando todo antes de fatigarlo, desgastar su
interés; y que a través de una educación activa, se ejercita la razón, y se adquiere cada vez más ingenio para
conocer las relaciones de las cosas, conectando las ideas e inventando los instrumentos.
Recomienda, que en el aprendizaje debe irse relacionando las distintas representaciones, surgidas activamente
de la conciencia.
Lo criticable de su sistema, es el papel secundario del docente, en la educación, ya que restringía la actividad
de éstos. Uno de los aspectos que se dejaba de lado, era su labor como guía. Tampoco se consideraba la
importancia de la razón; argumentaba que la razón podía pervertir al hombre, enseñándole hechos inútiles.
Esto no significa que haya una división entre la emoción y la razón, sino que, lo que se necesita es un sistema
de educación para hacer racionales las emociones e intensificar la razón por medio del desarrollo de las
propias tendencias educativas.
En su obra, EMILIO (1762), Rousseau, expresa su ideal pedagógico, en el que se destaca la importancia de la
expresión para que el niño sea equilibrado y libre pensador. Justifica la educación, no basándose en la
formación libresca e intelectual, sino sobre el respeto de las cualidades naturales, que conducirían al niño,
hacia lo verdadero, y hacia el bien.
En el mismo, propone, como solución a los problemas y/o defectos de la sociedad de su época, a la educación,
como el mejor camino, a través de una transformación interna del hombre.
Subraya que lo natural, es bueno, por lo cual aconsejaba a los educadores, que debían fijar sus ojos en la
naturaleza, y seguir, el camino trazado por ella, sin contradecir las leyes de ésta. EDUCAR AL NIÑO, COMO
NIÑO Y NO COMO HOMBRE DEL MAÑANA.
En EMILIO, desarrollaba la educación naturalista. Se sacaba a Emilio de la ciudad, para ser criado en el
campo, no se le debía enseñar nada hasta que no estuviese listo para aprender, los primeros años debía jugar y
pasear por el campo, no debía ser castigado, sino que debía sufrir las consecuencias naturales de sus acciones,
conociendo así, el límite, no como algo impuesto por el preceptor. En Emilio, Rousseau establece las
características de la educación para una sociedad integrada por ciudadanos libres, que participan y deliberan
sobre la organización de la comunidad y los asuntos públicos: "las ideas centrales de Rousseau son una
respuesta a la necesidad de formar un nuevo hombre para una nueva sociedad."
Uno de los principales aportes que realizó Rousseau fue señalar que el niño es "un ser sustancialmente distinto
al adulto y sujeto a sus propias leyes y evolución; el niño no es un animal ni un hombre, es un niño"
A partir de esta idea Rousseau señala la necesidad de replantear los métodos de enseñanza imperantes que
consideran al niño como si fuera un adulto más, asumiendo con ello que comparten intereses, habilidades,
necesidades y capacidades.
Rousseau señala que desconocer las diferencias fundamentales entre el niño y el adulto conlleva a que los
educadores cometan dos errores:
• Atribuirle al niño conocimientos que no posee, lo que deriva que se razone o se discuta con él "cosas
que no está capacitado para comprender e incluso con razonamientos incomprensibles para el niño"
Para Rousseau el niño es aún incapaz de emplear la razón.
• Inducir a que el niño aprenda a partir de motivaciones que le son indiferentes o inteligibles.
El proceso educativo debe de partir del entendimiento de la naturaleza del niño, del conocimiento de sus
intereses y características particulares. Así debe reconocerse que el niño conoce el mundo exterior de manera
natural haciendo uso de sus sentidos, consecuentemente es erróneo hacerlo conocer el mundo en esta etapa a
9
partir de explicaciones o libros.
Asumiendo que por medio de las sensaciones el niño conoce el mundo que lo rodea, se define a la observación
y la experimentación como el camino por el cual el niño inicia la aprehensión del mundo que le rodea. La
interacción con el mundo físico por medio de los juegos es una de las maneras en las que el niño comienza a
conocer.
A través de estas prácticas el niño sería capaz de desarrollar el sentido del discernimiento, cualidad que le
permite al niño diferenciar entre él yo y el mundo que le rodea y encontrar las diferencias y las regularidades
existentes. Para Rousseau desarrollar en esta etapa este sentido de discernimiento es lo más importante, más
importante que la acumulación de conocimientos.
Para Rousseau la educación debe de adecuarse a cada una de las etapas de desarrollo del niño; los contenidos
y objetivos de la educación deben trazarse a partir de los intereses y motivaciones del alumno acorde a su
etapa de desarrollo. Esta postura conducirá a que el alumno sienta realmente aprecio en interés por el proceso
educativo al no ser este ajeno a su situación.
Con Emilio Rousseau establece tres postulados que deben guiar a la acción educativa:
• Considerar los intereses y capacidades del niño
• Estimular en el niño el deseo de aprender
• Analizar que y cuando debe enseñarse al niño en función de su etapa de desarrollo
El pensamiento de Rousseau contenido en Emilio intenta socavar la educación tradicional que en esos tiempos
predominaba, una educación en la que al niño:
"le acostumbraís a que siempre se deje guiar; a que no sea otra cosa más que una máquina en manos ajenas.
Queréis que sea dócil cuando es pequeño y eso es querer que sea crédulo y embaucado cuando sea mayor"
Y este tipo de educación no tenía cabida en el nuevo mundo que se estaba forjando, con ciudadanos libres en
ascenso
Como solución proponía, que era necesario volver a una sociedad agraria, primitiva, de vida sencilla, cercana
a una naturaleza salvaje, donde no existan los problemas causados por la vida civilizada.
Los adultos, deben evitar que el niño se contamine con la corrupción de la civilización, por lo cual sugiere ...
sustraer al niño, durante el mayor tiempo posible, a las nocivas influencias ambientales.
Todo está bien al salir de manos del autor de la naturaleza, todo degeneran manos del hombre.
Con esta frase, inicia su libro; de la misma, podemos deducir que el niño nace perfecto, por lo cual debe hacer
su parecer. Al nacer sensibles, los objetos que rodean al hombre, motivan sus impresiones, le enseñan a vivir y
a conocer su condición humana, aceptando con esto, que desde el nacimiento comienza la instrucción.
A las plantas las endereza el cultivo, y a los hombres la educación; esto significa que todo lo que no tenemos
al nacer, y que necesitamos en la adultez, es dado por la educación.
Con este principio, hace una comparación entre la naturaleza y la educación del hombre, sosteniendo que la
fuerza necesaria, es ofrecida por la inteligencia y la educación misma. Ésta última es efecto de la naturaleza,
de los hombres y de las cosas.
− La educación de la naturaleza es el desarrollo interno de nuestras facultades y nuestros órganos.
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− La educación de los hombres, es el uso que aprendemos a hacer de este desenvolvimiento o desarrollo por
medio de sus enseñanzas.
− La educación de las cosas, es la adquirida por nuestra propia experiencia sobre los objetos que nos rodean.
De estos tipos de educación, Rousseau, considera como primordial el primero, y que los dos restantes se
realicen a partir de éste.
El hombre de la naturaleza, lo es todo para sí, el verdadero estudio, es el de la condición humana. En el estado
natural, todos los hombres son iguales, sólo son hombres.
Dentro de una sociedad, se obra en contraposición a las tendencias naturales del hombre, ya que se impone
formar un ciudadano, un hombre civilizado, que es una unidad fraccionaria, cuyo valor expresa su relación
con el cuerpo social. Cada sujeto en particular, ya no es un entero, sino que es parte de la unidad.
La primera agrupación social que es vivida por el hombre, es la familia; los hijos permanecen vinculados a sus
padres, el tiempo necesario para su preservación, para ser protegidos, cuando desaparece esa necesidad, ese
lazo natural también desaparece. Ahora, ya debe velar por su propia conservación. Los primeros cuidados del
hombre, son los que se debe a sí mismo, al alcanzar los principios de la razón, debe juzgar cuáles son los
medios más apropiados para ello.
En el estado irracional, de naturaleza, no se ve sometido a las voluntades de los hombres, sino a sus propias
necesidades, por eso es visto como un hombre salvaje. La gran ventaja de este estado, es la igualdad moral o
política.
El desarrollo mismo de la naturaleza humana, en el que la perfectibilidad del hombre es un factor importante,
lo llevó a éste a la necesidad gradual de establecer vínculos sociales, saliendo así del estado natural. Al
establecerse la propiedad privada, se quiebra el estado natural, es decir, surge la desigualdad moral y la
sociedad, mediante el contrato social, con sus leyes, sanciona y perpetúa, la propiedad privada, y en
consecuencia, la desigualdad social.
El hombre es el único ser que tiene la facultad de perfeccionarse, la cual con ayuda de las circunstancias,
desenvuelve sucesivamente a las restantes y reside en nosotros, en la especie y en el individuo. En cambio, el
animal dentro de unos meses, será lo mismo, que dentro de unos años.
Las leyes establecidas en una sociedad, siempre defienden al rico y poderoso. Por este derecho de propiedad,
se ha creado un abismo, entre clases jerarquizadas.
Con la propiedad privada, se quebranta la paz y la armonía de la humanidad. Los seres humanos, de común
acuerdo, celebran un contrato, donde cada uno acepta ceder parte de su libertad, para formar un organismo de
control superior a los individuos, considerados por separado, o sea, un gobierno. Este pacto, se denomina
contrato social, mediante el cuál, la sociedad se ha establecido, pero en él se anula la libertad del Estado de
Naturaleza.
Casi nunca hay unanimidad de las voluntades individuales, pero lo que importa, es la volonté genérale, de la
mayoría, que es la del Estado, la de la comunidad, y por lo tanto, la de los discrepantes, no como individuos,
sino como miembros del Estado. Al someterse a esta voluntad general, es posible ceder toda la libertad y
derechos personales a los demás y, recibir a cambio, los derechos y la libertad de los demás. El resultado de
esta entrega total de todos a todos, es el pueblo soberano, el conjunto de ciudadanos, que constituyen el poder
o Estado. La aceptación del interés común, solo es posible desde una perspectiva de moralidad, es decir, a
través de la educación, para entender lo que es justo.
11
En Emilio, Rousseau, expresa que un niño, alejado de la sociedad, debe ser asistido por un educador, el cuál
intentará que surjan libremente del fondo de su alma, los buenos criterios morales, no corrompidos aún, por la
sociedad. De esta atención individualizada, se desprende otro de sus principios pedagógicos: El niño no es un
adulto en miniatura, sino, un ser humano que atraviesa sus propias fases de desarrollo. El juicio moral, surgirá
de la sensibilidad educada, y de la conciencia surgirá la razón.
Sostiene que el estado natural del hombre, antes de que surgiera la vida en sociedad, era bueno, feliz y libre.
En ese estado salvaje, vivía independiente, guiado por el amor así mismo. Este es un estado que no existe ya,
que acaso no ha existido nunca, que probablemente no existirá jamás, y del que es necesario tener conceptos
adecuados para juzgar con justicia nuestro estado presente; con esto, se puede analizar el estado social actual,
en el cual, el hombre se aparta de la naturaleza para vivir en comunidad, y donde predomina la injusticia, el
egoísmo, y las ansias de riqueza (derecho de propiedad).
Rousseau, afirma, que esta situación puede ser atenuada a través de una sana vuelta a la naturaleza y una
educación que desarrolle el individualismo y la independencia del hombre; transformando el orden social,
desde le interior mismo, y sin violencia.
Los hombres deben establecer un nuevo contrato social que los acerque a su estado natural. Este nuevo pacto,
debe ser de la comunidad con el individuo, y del individuo con la comunidad, desde el que se forme una
voluntad general, diferente a la suma de voluntades individuales, y que se constituya en fundamento del poder
político. La libertad individual, debe constituirse a través de la voluntad general, en libertad civil y en
igualdad.
La desigualdad en la manera de vivir, el exceso de ociosidad en unos, de trabajo en otros, la buena y la mala
alimentación, las carencias, tristezas, son entre otras, algunas de las causas que prueban que la mayor parte de
los males del ser humano, son producto de la sociedad misma. Estos, podrían haber sido evitados si se hubiera
conservado la manera de vivir sencilla, uniforme y solitaria prescrita por la naturaleza.
La diferencia entre los hombres es aún mayor, que la existente entre salvajes, ya que al proporcionarse
comodidades, algunas sobre la base de los animales que amansa, lo hacen degenerar más sensiblemente.
La búsqueda de perfectibilidad, es el origen de todas las desgracias del hombre; ésta, saca al hombre de su
condición originaria, en la cual, pasaría los días de su vida tranquilos. Esta facultad, con sus vicios y virtudes,
lo hace tirano de sí mismo y de la naturaleza.
La causa principal del perfeccionamiento de nuestra razón, se halla en la actividad de las pasiones humanas.
El intento de conocer, se debe a que el ser humano desea gozar, lo cual implica razonar. A su vez, las
pasiones, tienen su origen en las necesidades y el progreso de ellas en el conocimiento; porque no se puede
desear o temer las cosas, más que por las ideas que de ella se pueda tener o por el impulso de la naturaleza.
Sólo con el instinto, tenía lo que necesitaba para vivir en el estado de naturaleza, con la razón cultivada, tiene
lo necesario para vivir en sociedad. En esta última, surgió la necesidad de la palabra.
Rousseau, consideraba que el mundo que se estaba configurando, debía desechar, el papel de los hombres
como siervos, para convertirse en ciudadanos libres, dueños de sí mismo, y conservadores de la soberanía.
Consideraba la educación como el mejor camino para formar ciudadanos libres, conscientes de sus derechos y
deberes pero, a su vez se dio cuenta que el sistema educativo dominante, no podía llevar a cabo esta tarea.
En su obra pedagógica, EMILIO, define los nuevos fundamentos, para una pedagogía acorde a los tiempos
que corrían. Allí establece las características de la educación para una sociedad formada por ciudadanos
libres, participativos, y que deliberan sobre la organización de la comunidad y los asuntos públicos, es decir,
formar un nuevo hombre para una nueva sociedad.
12
En contraposición al método de enseñanza de la época, de que el niño es un hombre en miniatura, aceptando
con ello que comparten intereses, necesidades, habilidades y capacidades, uno de sus principales aportes fue
indicar que, el niño es un ser totalmente diferente del adulto, sujeto a sus propias leyes y evolución.
El proceso educativo debe partir de la comprensión de la naturaleza del niño, del conocimiento de sus
intereses y características distintivas. Conoce el mundo exterior, de forma natural, utilizando sus sentidos, es
decir, por medio de las sensaciones, conoce el mundo que lo rodea, por lo tanto, la observación y la
experimentación, constituyen la vía que permite al niño aprehender el mundo que lo rodea.
En EMILIO, expone que, al niño, se le debe dar la más amplia libertad, que juegue y corra en el campo, sin
restricciones, lejos de las costumbres enviciadas de la ciudad, que perder el tiempo, genera educación, ya que
no enseña la virtud ni la verdad, sino a preservar el corazón de los vicios y, el ánimo de los errores.
Al seguir el camino de la naturaleza, tiene gran libertad, lo que le permite que se mueva más por sí mismo y
pida menos de los que lo atienden. Al depender de las cosas, de la naturaleza, no tiene vicios.
Todo está bien al salir de las manos del autor de la naturaleza, pero todo degenera al contacto con el hombre
En la formación del hombre de la naturaleza, sostiene que el aislamiento, no permite que se deje arrastrar por
las pasiones ni por las opiniones de los hombres, sino que siente con su corazón, y sólo hace caso a la
autoridad de su propia razón. Luego al ser inserto en una sociedad, no se deja corromper por ella. Mantiene
que el mal moral es obra de los hombres.
Sostiene que la educación debe adecuarse a las etapas de desarrollo del niño, los objetivos deben partir de los
intereses y motivaciones de los alumnos. Debe ser estimulado en su deseo de aprender, pero sólo cuando éste
sienta la necesidad de aprender, de adquirir conocimientos.
Debido a la facultad de perfeccionarse, surge en el ser humano, la necesidad de aprender.
Rousseau, afirma que el hombre viene al mundo sin posibilidades para enfrentarse al medio, y que en la
sociedad, existe una pugna entre el hombre natural y el civil. Por esta razón, el educador, debe colocar al niño
en conformidad con el medio y luego, formar al hombre social sobre la base del natural.
A través del contrato social, explicita que ... en lugar de destruir la igualdad natural, el pacto social
fundamental sustituye,... con una igualdad moral y legítima lo que la naturaleza le había podido poner de
desigualdad física entre los hombres, y que pudiendo ser desiguales en fuerza o en talento, se convierten en
iguales por convención y derecho.
En esta obra, señala que todos los hombres son iguales, y que en ellos se encuentra la soberanía para gobernar,
aunque la confían a sus representantes, sosteniendo que la verdadera libertad es la obediencia a las leyes
procedentes de la voluntad general, de los ciudadanos.
Este contrato se encuentra validado por la sociedad, son implícitamente admitidas y reconocidas; cuando no
cumple con él, cada hombre vuelve a sus primeros deberes y recobra la libertad natural.
Al cumplir con este pacto social, cada uno pone su persona y su poder bajo la dirección de la voluntad
general, y el cuerpo (nosotros) recibe a cada miembro como parte del todo.
La educación del hombre, debe adecuarse al hombre por lo que es, y no a lo que él no es. Para ello es
necesario tener muy en cuenta el estado de naturaleza.
Feijoo
13
En un tiempo en que gemía la España bajo de la ignorancia, y las letras habían degenerado en una lastimosa
serie de preocupaciones, nació D. Benito Jerónimo Feijoo a 8 de Octubre de 1676 en Casdemiro, pequeña
Aldea de la Feligresía de Santa María de Melías en el Obispado de Orense, a las riberas del Río Miño, poco
más abajo de su confluencia, y unión con el Río Sil.
Sus Padres D. Antonio Feijoo Montenegro, y Doña María de Puga, correspondiendo a lo ilustre de su
nacimiento, educaron este Joven en los principios del verdadero temor de Dios, y le inclinaron a las letras,
aunque era el primogénito de su casa; creyendo con razón, que el derecho de la sucesión no les permitía
descuidar en la enseñanza de este tierno hijo.
No es muy común en el Reino aplicar al estudio los primogénitos, y por eso también son menos los que salen
útiles a la Iglesia, y al Estado; persuadiéndose no pocos que esta cualidad les destina sólo a la propagación de
su familia, y disfrute de sus rentas; sin advertir que la Nobleza se adquiere con las acciones ilustres a beneficio
de la Nación, y se conserva con la continuación de ellas en los descendientes; no con la ociosa posesión de las
rentas adquiridas por la virtud de los antepasados.
Renunció al siglo a los 14 años, pues en el de 1688 recibió la Cogulla de S. Benito en el Monasterio de S.
Julián de Samos de mano de su Abad Fr. Anselmo de la Peña, General que después fue de la Congregación de
España, y Arzobispo de Otranto en el Reino de Nápoles. [II]
Esta vocación bien probada, porque no era el acomodo el que llamaba a nuestro Joven, sino el retiro del
bullicio secular, se acreditó en sus incorruptas, e inocentes costumbres por toda la larga serie de su vida.
La pasión declarada del P. Feijoo fue la del estudio. No sólo los Monásticos ocuparon su desvelo; pues
aunque en ellos siguió lúcidamente su carrera dentro del Claustro, también se extendió a la enseñanza pública
en las Cátedras de Teología, que obtuvo por rigurosa oposición en la Universidad de Oviedo, y en que alcanzó
del Consejo la jubilación por mérito. Su Religión le dispensó los honores de Maestro General, en nada
incompatibles con la humildad Religiosa, que siempre resplandeció entre las virtudes de este Literato.
Bastaría esta serie de sucesos para calificar a Fr. Benito Jerónimo Feijoo de un Religioso recogido, estudioso,
y útil a sí, y a los demás en lo que se llama carrera regular de Artes y Teología Escolástica: a que están
reducidos los estudios monásticos en España.
Su desprendimiento en solicitar otras Dignidades Eclesiásticas fuera del Claustro, ni indicar deseo de
lograrlas, demuestran que la vocación Religiosa no decayó un punto en este ajustado Monje.
El curso de los estudios, que en España hacen los Profesores de Artes y Teología, era una esfera muy limitada
para un hombre del espíritu y talentos del P. Feijoo; y así extendió su aplicación a otros conocimientos
superiores a los comunes de su tiempo.
No es infrecuente tachar a los hombres grandes de que se distraen en los estudios amenos, con perjuicio, y
atraso de los útiles.
Esta tacha, producida de ordinario por la envidia, no podía comprehender a nuestro Catedrático. Bastará para
desengaño leer sus Discursos 11, 12, 13, y 14 del tom. 7, que publicó en el año de 1736, a los 60 de su edad,
pues los escribía en el de 1735. [III]
Manifiesta en ellos los abusos, que se padecen en la enseñanza de la Dialéctica, Lógica, Metafísica, Física, y
Medicina, y en esto mismo acredita el profundo conocimiento, que tenía de estas Facultades; y que el haberle
extendido a otras materias, en lugar de estorbarle, le había hecho penetrar de raíz las superfluidades en el
método de estos estudios. Los conocimientos humanos tienen entre sí un encadenamiento tan estrecho, que es
difícil sobresalir en una materia, sin enterarse de otras.
14
Luis Vives, aquel insigne Crítico Español del siglo XVI a quien respetó el mismo Erasmo, así en el Tratado de
corruptione artium, & scientiarum, como en el de tradendis disciplinis, abrió el camino para descubrir el
atraso de las ciencias, e indicar los medios de enseñarlas con más método e instrucción de los Estudiantes.
Escribió en latín su Obra, y así fue poco leída del común de nuestros Nacionales. Con más provecho de éstos
el P. Feijoo puso en lengua vulgar las observaciones acomodadas a nuestro tiempo.
El Canciller Francisco Bacon después de Vives adelantó el plan de perfeccionar los conocimientos humanos
con admiración de todos. Mucho debió nuestro Benedictino a su lectura, que se halla también recomendada
por su gran amigo el Doct. D. Martín Martínez.
Conocía bien el P. Feijoo las oposiciones que trae consigo toda reforma, porque la mayor parte de los
hombres gusta más de ir según el uso, que detenerse a examinar por dónde se debe caminar; y así pone la
siguiente protestación en su plan de los Estudios de Artes.
«Cuanto dijere en los Discursos que se siguen (así se explica el P. Feijoo) {(a) Teatr. Crít. tom. 7, disc. 11} no
quiero que tenga otra fuerza o carácter, que el de humilde representación hecha a todos los Sabios de las
Religiones, y Universidades de nuestra España. No se me considere como un atrevido Ciudadano de la
República Literaria, que satisfecho de las propias fuerzas, y usando de ellas, quiere reformar su [IV] gobierno;
sino como un individuo celoso, que ante los legítimos Ministros de la enseñanza pública comparece a
proponer lo que le parece más conveniente, con el ánimo de rendirse en todo y por todo a su autoridad y
juicio. No hay duda en que el particular, que violentamente pretende alterar la forma establecida de gobierno,
incurre la infamia de sedicioso. Pero asimismo el Magistrado, que cierra los oídos a cualquiera que con el
respeto debido quiere representarle algunos inconvenientes, que tiene la forma establecida, merece la nota de
tirano. Mayormente cuando el que hace la representación no aspira a la abrogación de leyes, sí sólo a la
reforma de algunos abusos, que no autoriza ley alguna, y sólo tienen a su favor al tolerancia. Aun si viese yo,
que mi dictamen en esta parte era singular, no me atreviera a proferirle en público; antes me conformaría con
el universal de los demás Maestros y Doctores de España: así como en la práctica de la enseñanza los he
seguido todo el tiempo, que me ejercité en las tareas de la Escuela, por evitar algunos inconvenientes, que
hallaba en particularizarme. Pero en varias conversaciones, en que he tocado este punto, he visto que no pocos
seguían mi opinión, o por hacerles fuerza mis razones, o por tenerlas previstas de antemano. Así con la bien
fundada esperanza de hallar muchos, que leyendo este escrito, apoyen mi dictamen, propondré en él las
alteraciones que juzgo convenientes en el ministerio de la enseñanza pública. Y porque la materia es dilatada,
la dividiré en varios discursos».
En el discurso 11 empieza su plan de reforma por las Súmulas o Dialéctica, asegurando, que en dos pliegos y
medio redujo cuanto hay útil en ellas, al tiempo de leer su Curso de Artes a los discípulos. No se detienen
como debieran los que cuidan de la enseñanza pública, en buscar todos los medios de facilitarla y apartar las
superfluidades: pues en este único cuidado consiste el mejoramiento de los estudios.
En prueba de su pensamiento hace ver la inutilidad con [V] el ejemplo de la reducción de los silogismos,
porque nunca se usa casi de ella en la práctica de la Escuela: y lo mismo sucede con las modales, exponibles,
apelaciones, conversiones, equipolencias, &c., en el ejercicio literario de los estudios. Y así infiere «que
convendría instruir sólo en estas reglas generales, y no descender a tanta menudencia, cuya enseñanza
consume mucho tiempo, y después no es de servicio». De todo da varios ejemplos, para demostrar, que la
utilidad de la Dialéctica o Súmulas se logrará con poquísimos preceptos generales, que pueden ser reducidos a
dos pliegos, ayudados de la viva voz del Catedrático y de un buen entendimiento o lógica natural; sin la cual
la artificial sirve sólo en el concepto de nuestro Sabio, para embrollar y confundir.
En el discurso 12 trata de reformar la Lógica y Metafísica por los mismos medios de cercenar lo inútil.
De la primera intenta desterrar las muchas cuestiones inútiles en los proemiales y universales; concluyendo
en que todo lo perteneciente al arte de raciocinar, se les diese a los discípulos en preceptos seguidos,
15
explicados lo más claramente que se pudiese, sin introducir cuestión alguna sobre ellos.
Añade: «Todo esto se podría hacer en dos meses, o poco más. ¿Qué importaría que entretanto no disputasen?
Más adelantarían después en poquísimo tiempo, bien instruidos en todas las noticias necesarias, que antes en
mucho sin ellas. La disputa es una guerra mental; y en la guerra aun los ensayos y ejercicios militares no se
hacen sin prevenir de armas a los Soldados».
En la Metafísica nota, que los cursos de Artes, que se leen comúnmente en las Aulas, se extienden
fastidiosamente en las cuestiones, de si el Ente trasciende de las diferencias; si es unívoco, equívoco o
análogo, y otras aun de inferior utilidad; absteniéndose del objeto propio de la Metafísica, que comprehende
todas las sustancias espirituales, especialmente las separadas esencialmente de la materia. De suerte que en
estos cursos metafísicos se omite lo [VI] esencial, que podría guiar a otros estudios, y se gasta el tiempo en
sutilezas inútiles en el progreso de las Facultades mayores.
El discurso 13 analiza lo que sobra y falta en el estudio de la Física, haciendo hincapie en la experiencia, y en
que el mismo Aristóteles, a quien se sigue comúnmente en las Escuelas de España, recurrió a ellas,
reprehendiendo, como muy nociva, la ignorancia de los demás Sistemas Filosóficos. Para confirmar su nuevo
plan trae ejemplos de los que han tratado de perfeccionar este estudio en España sobre el mismo método.
En el discurso 14 se extiende por su conexión con los conocimientos Filosóficos, a tratar del estudio de la
Medicina. En él refiere habérsele elegido por individuo honorario de la Real Sociedad Médica de Sevilla; da
noticia de los progresos de ésta, y de la fundación de la Academia Médica Matritense en 1734, habiendo
aprobado sus Estatutos el Consejo, atento siempre a adelantar las Ciencias. Concluye en que el rumbo para
acertar en esta facultad, es el de la observación y experiencia, como ya lo había propuesto Cornelio Celso
siglos ha. En estos dos libros abiertos estudió el gran Hipócrates los principios, de donde sacó sus aforismos,
e historias de las enfermedades.
En el tiempo mismo que nuestro Autor inclinaba a mejorar el estudio de la Medicina, florecía el Doctor D.
Martín Martínez, Individuo que fue de la misma Sociedad de Sevilla, y Médico de Cámara de S.M., el cual en
sus Obras echó los fundamentos del verdadero estudio de la Física, Medicina, y Anatomía en el Reino,
enseñando a tratar a los Españoles en la lengua materna con pureza y elegancia estas materias. Nuestro Autor
logró con la amistad del Doct. Martínez un gran defensor {(a) Véase la Carta defensiva, que sobre el tom. 1,
escribió el Doctor Martínez en primero de Septiembre de 1726, que va impresa en el tom. 2, del Teatr. Crit.}
contra las impugnaciones, que suscitó la novedad de las materias del [VII] Teatro Crítico, luego que empezó a
publicarse el primer tomo en 1726.
No fueron menores las que padeció el mismo Martínez por sus Obras. Es muy digno de leerse el elogio, que
hace de él nuestro Feijoo por estas palabras {(a) Feijoo Cart. 23, tom. 2}:
«La memoria que V.E. me hace del Doct. Martínez, no sólo renueva, pero agrava mi dolor en asunto de su
muerte; porque aquella expresión de V.E. este glorioso Ingenio fue víctima, que la ignorancia consagró a su
obstinación, o murió, como se dice, en el asalto; si no yerro su inteligencia, significa, que el villano desquite,
que abrazaron algunos de aquellos, cuyos errores impugnaba Martínez, de oponer injurias a razones; hizo tan
profunda impresión en su noble ánimo, que le aceleró la muerte. Y aunque no ignoraba yo cuánto se
ensangrentaron en él la envidia y la ignorancia, estaba muy lejos de pensar, que hubiese inspirado tanta
aflicción en su espíritu lo que sólo merecía su desprecio. No menos distante me considero de la gloria, que
V.E. me atribuye de haber conseguido el triunfo, a que no pudo arribar Martínez; siendo a mi parecer la única
distinción que puedo arrogarme, el que si Martínez murió en el asalto, yo me mantengo sin herida alguna en la
brecha».
Prosiguió en el octavo tomo del Teatro, como lo había ofrecido en el anterior, el plan de reforma de los
estudios.
16
En el discurso primero demuestra los abusos introducidos en las disputas verbales; porque en ellas no se tira a
indagar la verdad por lo común, sino a defender la propia opinión: en lo cual hace consistir el primero,
poniendo por el segundo abuso los dicterios de que se suele usar: y por tercero el que resulta por falta de
explicación, naciendo ésta de la confusión de las ideas. Este tercer abuso puede con facilidad remediarse,
simplificando el estudio de Artes.
El sofisma, nacido del mal estudio de la Dialéctica de nuestras Escuelas, le numera por el cuarto abuso de las
[VIII] disputas verbales; no siendo menor el quinto, que se toma del empeño de conceder o negar en las
conversaciones, o en los actos literarios precisamente; cuando sería más fácil confesar llanamente la duda,
cuando la hay, o adherir al dictamen ajeno, si es fundado. La obstinación nunca puede habitar junto con la
verdadera ciencia.
En el discurso 2 amplifica la materia de los sofismas, concluyendo con la necesidad que hay de desterrar de
las Escuelas y tratados las explicaciones vagas, indeterminadas, o equívocas que los producen; «las que
frecuentísimamente enredan de tal modo a los disputantes, que no sólo las imposibilitan de aclarar la verdad;
mas aun estorban que uno a otro se entiendan».
En el 3 demuestra la inutilidad del dictado de las Aulas, y propone por más conveniente, que las Artes y
Teología se enseñen por libros impresos.
Todo el discurso 4 trata del uso de la autoridad en la enseñanza de las Ciencias, siguiendo en gran parte las
huellas del célebre Obispo Melchor Cano en su incomparable Obra de Locis Theologicis, cuyos pasajes,
según costumbre, copia en latín. Este ejemplo de citar no debe seguirse, por la mayor utilidad, que resulta de
dar traducidas en la lengua materna, en que se escribe, las pruebas de nuestra opinión; poniendo al pie las
palabras originales, si se reputan por precisas.
En la Carta 22 del tom. 1 propone la inutilidad del Arte magna de Raimundo Lulio; y añade, que así en lo que
este Autor tiene de Metafísica, como de Lógica, es inferior a la Lógica y Metafísica de Aristóteles;
conviniendo con el Canciller Bacon y el P. Rapin, que semejante método no puede formar hombres sólidos, y
que por lo mismo no se ha adoptado su estudio. Repitió en la Carta 13 del tom.2 su juicio sobre Raimundo
Lulio con más extensión.
Esta crítica no dejó de atraer, como sucede con todos los desengaños, impugnaciones, pero sin gran suceso.
De este punto se dará alguna mayor noticia en su lugar. [IX]
No todos convendrán acaso con la opinión del P. Feijoo {(a) Feijoo Cart. 6, tom. 2}, quien sostiene, que la
elocuencia es naturaleza y no arte. De esta manera viene a tachar como ocioso el estudio de la Retórica.
Es cierto que se puede dar un hombre de tal juicio y tino mental, que explique sus pensamientos con
propiedad de voces; mueva oportunamente las pasiones, y persuada eficazmente: pero también es innegable,
que Demóstenes, Cicerón, y Fr. Luis de Granada, cuya elocuencia sirve de modelo, conocieron muy bien los
preceptos retóricos: pues los dos últimos trataron exprofeso esta materia, y el primero era tan correcto en el
modo de escribir, que de sus Oraciones decían oler al aceite, por el demasiado estudio que ponía en limarlas.
Fueron los preceptos de la elocuencia a la verdad sacados por comparación de las Obras de los mejores
Oradores. Lo mismo ha sucedido con las demás Artes y Ciencias; y nadie duda, que con todo eso es necesario
su estudio, porque los elementos, o principios de cada Arte o Ciencia no son otra cosa que un tejido de
verdades, o conjeturas deducidas de las observaciones, hechas por muchos hombres doctos en aquella materia.
Todas las Ciencias y Artes permanecerían atrasadas, si quedasen fiadas a las combinaciones privadas de cada
particular, y se creyese que un ingenio naturalmente sobresaliente podía atinar con las propias reglas. No a
todos se ofrecen las mismas cosas; la vida es breve, y los preceptos de toda ciencia largos, y muchos de ellos
dudosos, que requieren el estudio de varios, para perfeccionarse, como asegura Hipócrates de la Medicina, y
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todos los Profesores lo reconocen en sus respectivas Facultades.
Igual juicio que de la Retórica forma de la Crítica {(b) Feijoo Cart. 18, eod. tom.}, asegurando, que lo que se
llama Crítica no es tampoco arte, sino naturaleza; y defendiendo, que consiste en el recto uso de un buen
entendimiento. [X]
La Crítica dirige el juicio, o discernimiento de las materias: exige comparación de principios, de opiniones, de
sujetos, y de cosas. Todo esto requiere estudio en los originales, y combinación continua de ideas. Esta forma
la verdadera Crítica. El hábito científico no se adquiere por otros actos, ni medios, que los que subministra la
Crítica, o artes de discernir lo verdadero de lo falso, lo cierto de lo dudoso, y lo seguro de lo opinable.
Cada Arte, o Ciencia requiere su particular criterio; y sólo se pueden alcanzar por puro raciocinio las máximas
generales, o Crítica por mayor; mas no la individual y aplicativa de cada ciencia, pues esta Crítica aplicativa
apenas se distingue de la ciencia misma, o sea hábito científico.
Es muy segura la ilación del Autor, que bien entendido, no discrepa de los principios que van apuntados. «Las
prendas intelectuales, sean las que fueren, nunca harán un buen Crítico, si faltan otras dos, que pertenecen a la
voluntad. ¿Cuáles son éstas? Sinceridad y magnanimidad. Si falta la primera, el interés de partido,
Comunidad, República, Patria, &c., tal vez el personal, arrastra al Escritor a escribir lo que no siente, o por lo
menos a callar lo que siente. Si falta la segunda, por convencido que esté de alguna verdad opuesta a la
opinión común, por no estrellarse con innumerables contrarios, abandona aquélla por ésta». Lo que se dice del
Escritor se puede aplicar a los demás facultativos en el uso y ejercicio de sus profesiones, aunque no escriban
sobre ellas.
Con lo antecedente queda demostrada la solidez de principios, el despejo de entendimiento, y el amor a la
verdad, que formaban el carácter de este gran Español; y que su conocimiento de la Retórica, de la Crítica, de
la Dialéctica, Lógica, Metafísica, Física, y Teología, no se angustiaba en la esfera común y reducida de su
tiempo. Era superior a los más, y nada inferior a los mayores de su siglo. Esta fue la causa de estrechar, como
se ha visto, su correspondencia con el célebre D. Martín Martínez [XI]. La semejanza y armonía de las ideas
es la que asegura la verdadera amistad, y sólida estimación. Todo lo demás se debe mirar como urbanidad, y
buena crianza en el trato, por la mutua obligación de los hombres a tolerarse lo que no sea reprehensible. Sin
el conocimiento de otras varias nociones sobre los estudios regulares, no podría haber sobresalido ninguno de
estos dos grandes hombres, que deben respetar los Literatos Españoles por lumbreras de nuestra Nación.
El retiro del Claustro facilitó al P. Feijoo el tiempo para escribir, después de haber acabado la carrera de sus
estudios en en Lerez, Salamanca, y Oviedo; eligiendo por su residencia continua el Colegio de Benedictinos,
llamado de San Vicente de esta última Ciudad, donde escribió todas sus Obras.
El trato de nuestro Benedictino era ameno y cortesano, como lo es comúnmente el de estos Monjes, escogidos,
por su corto número, de familias honradas y decentes. Era salado en la conversación, como lo acredita su
afición a la Poesía, sin salir de la decencia. Esto le hacía agradable en la sociedad, además de su aspecto
apacible, su estatura alta, y bien dispuesta, y una felicidad de explicarse de palabra con la propiedad misma
que por escrito. La viveza de sus ojos era un índice de la de su alma.
Su principal Obra, con haber escrito otras, fue el Teatro Crítico, en que se propuso desterrar varios errores
populares, y hacer familiares entre nosotros los mejores conocimientos de los modernos. Por esta razón
escribió en lengua Castellana, siguiendo el consejo del gran Fr. Luis de León. Salió pues al público el primer
tomo en 1726, el cual dedicó, estando en Madrid a 26 de Agosto, a su General Fr. Josef de Barnuevo. D. Luis
de Salazar y Castro animó con una carta la empresa del Autor. Todos saben la pureza de estilo, y la buena
crítica del Príncipe de los Genealogistas Españoles.
El estilo del Teatro es fluido y armonioso, y el método de tratar las materias ordenado y geométrico. Nunca
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[XII] anticipa las especies, que deben inferirse, o aclararse con otras. Esta distribución de la materia da gran
claridad a todos los Discursos del Teatro. Una u otra vez se hallará declinar este estilo en asiático; pero sin
decaer en bajo, ni obscuro.
La lectura continua de las Obras Francesas le hizo interpolar algunos galicismos. Cicerón con la lección de los
originales Griegos, y el estudio que hizo en Rodas, no se libró de incurrir en helenismos. Es forzoso que la
lengua, en que haya mejores libros, gane al cabo la superioridad sobre las demás, como sucedía a la Española
en el tiempo de Carlos I y Felipe II. De esta objeción, y tacha, que a su estilo propusieron algunos, se hace
cargo en la Carta {(a) Feijoo Cart. 32, eod. tom.}, que trata de la introducción de nuevas voces. La palabra
gala, embargo, sobrecargo, y otras están tomadas de nuestra lengua, y adoptadas en toda la Europa por más
expresivas. ¿Qué mucho que hagamos nosotros lo propio en las Ciencias naturales, matemáticas, máquinas, y
artes mecánicas, que florecen más en los Países extranjeros?
No siempre recurre a los originales el Autor del Teatro Crítico; pero toma los hechos en los modernos de
mejor nota. Como sus asuntos de ordinario eran poco conocidos en España, aun cuando les saca de
Diccionarios, Diarios, y Actas de Academias, les da mucha mejoría, aplicándolos a nuestro uso. De ese modo
contribuyó el Teatro Crítico a dar a conocer muchas Obras modernas de fuera.
La Historia, la Antigüedad, la Cronología, la Geografía antigua, los Ritos, y la Etimología deducida de las
lenguas muertas, requieren precisamente la lectura de los originales; pero éste no era el objeto de nuestro
sabio Benedictino, ni el blanco de sus estudios. Por esa razón se valía en los puntos incidentes de los Autores
modernos de más aprecio. No es fácil en un hombre reunir la Enciclopedia, o ciencia general de todo. No hay
alabanzas menos apreciables que las que salen de lo cierto.
Por la serie de las materias se vendrá en conocimiento [XIII] de la extensión de la Obra. Sería útil reducirlas a
resumen, dividiéndolas en clases, cuando no hubiese de preceder esta Noticia al primer tomo del Teatro, en
que va puesta la lista de los Discursos, y Cartas.
La más general materia del Teatro es la Física, Matemática, y Medicina. Muchas supersticiones y creencias
vanas están combatidas en todo el progreso del Teatro Crítico, y entre ellas algunas que tenían mucha
aceptación en varias Provincias del Reino.
La historia natural se recomienda en muchas partes y discursos de esta Obra: estudio que en los últimos
tiempos había decaído entre nosotros, y floreció en el de Carlos I, y Felipe II.
De las lengua modernas se ensayó el Autor del Teatro en formar paralelos, como de la Española y Francesa,
indicando las causas, de que sin ceder un idioma a otro, fuese menos abundante, por razón de cultivarse por
sus naturales menor número de Artes o Ciencias. Con los conocimientos humanos se aumenta la necesidad de
las voces, para irlas introduciendo según se multiplican las ideas.
En el Discurso del Amor de Patria, y pasión nacional propone el Teatro Crítico los orígenes de muchos
yerros en nuestras acciones, y de parcialidad en nuestros escritos. El amor de la patria; esto es, el bien del
público, es una laudabilísima virtud: se muestra demasiado escéptico el P. Feijoo, para no creer que las
acciones grandes llevasen por norte precisamente esta idea. Pero al mismo tiempo advierte los daños que trae
al común el espíritu de partido del paisanismo, y otro cualquiera de esta naturaleza.
En la Balanza de Astrea se ve un Discurso lleno de excelentes consejos para los que siguen la carrera de la
Toga: advierte la incorruptibilidad de los Jueces en nuestra España; se queja del abuso y poder de las
recomendaciones, o lo que se llama empeños.
En el Discurso de la Resurrección de las Artes demuestra juiciosamente, que se venden como descubrimientos
[XIV] nuevos muchos, que constan de los escritores antiguos. Con éstos suelen coincidir los modernos sin
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copiarles, y en unos mismos pensamientos u observaciones. La historia literaria de cada facultad es
indispensable a los Profesores de ella, para comprehender con facilidad el estado actual de sus
adelantamientos, y libertarse de la nota de plagiarios, y de omisos por ignorarles.
Como corolario de esta doctrina vindica en las Glorias de España a nuestros Nacionales de la tacha, que se
nos oponía de la desaplicación a la buena literatura; citando muchos ejemplos para indemnizar la Nación de
este cargo. Tal vez pudiera con más examen de la historia literaria añadir otras pruebas; pero no debe negarse,
que han padecido mayores estorbos entre nosotros todos los que han querido salir de la esfera de los
conocimientos regulares, y que no pocos de los que se han distinguido más, lo lograron en sus viajes fuera del
Reino. Las Naciones se pulen, e instruyen con las peregrinaciones literarias, como lo hacen actualmente los
Ingleses.
En las Reflexiones sobre la historia se muestra el Autor del Teatro demasiadamente desconfiado de los
monumentos históricos, y fidelidad de los historiadores por el ejemplo de algunas contradicciones que en ellos
se advierten.
Es certísimo que en la historia se han pretendido introducir en todos tiempos muchas fábulas, y que para ello
intervienen pasiones e intereses; pero las más veces son descuido e inadvertencias. Un mismo suceso se
refiere de distinto modo por varios testigos oculares: con todo eso, no sería juicioso inferir, que el hecho fuese
falso por esta variedad de circunstancias, con que se refiere. Sería más natural distinguir el hecho, en que
todos convienen, y dándole por cierto, dejar las circunstancias a la verosimilitud, y a la combinación del
historiador. Pero no convendría deducir una incertidumbre sobre la historia con este motivo, a que se inclina
el Marqués de S. Aubin, cuyo dictamen traduce a la letra nuestro erudito Escritor.
Los Discursos que tratan de la Fisionomía, destierran [XV] un gran número de preocupaciones, que reinaban
entre nosotros, y en otros Pueblos cultos: con lo cual queda también reprobada la Quiromancia, la Astrología
judiciaria, los Saludadores, y otras invenciones de siglos ignorantes. No somos nosotros los que solamente
hemos padecido este contagio: también ha cundido en otras Naciones, que no ha mucho tiempo se han ido
desengañando.
La inutilidad de los libros de empresas, máximas, y aforismos políticos, que inundaron en el siglo pasado la
Europa, está demostrada en el Discurso de los libros políticos. En efecto, ¿qué podrán adelantar estas
máximas generales, que no alcance un buen entendimiento? El curso de los negocios públicos, y las
meditaciones de las actuales circunstancias son las que forman el juicio político de aquellos hombres propios a
manejar los negocios. Serán siempre útiles los tratados de policía y de economía aplicados a cada País en
particular, según su estado y su constitución.
Es muy útil el conocimiento de lo que se propone en el Discurso sobre la importancia de la Ciencia física
para la moral.
En los Discursos de la honra, y fomento de la Agricultura, y de la ociosidad desterrada, emprendió el Autor
del Teatro dos asuntos muy ventajosos al público, y dio en ellos a conocer su amor al buen orden político, y a
la prosperidad de la Nación. En estos Discursos incidentemente apuntó la necesidad de moderar los días
festivos en España; y con efecto hicieron las razones del P. Feijoo tanto efecto, que el gran Papa Benedicto
XIV asintió a esta reformación con gran utilidad del Estado; y el mismo concepto formó de los Discursos de
nuestro Sabio sobre la reformación de la Música de los Templos.
Descender a los demás puntos subalternos de los Discursos del Teatro exigía mayor tiempo, y no traería el
provecho que cada uno podrá sacar de su original lectura.
Luego que el Autor acabó de dar al público los ocho tomos del Teatro Crítico, publicó en 1740 uno de [XVI]
Suplemento a las materias contenidas en los antecedentes, que en esta edición va incorporado en sus
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respectivos lugares. En el Suplemento se añaden aquellas autoridades o citas, con que el P. Feijoo apoya sus
opiniones, o rebate las objeciones que se le iban haciendo. En la advertencia al Suplemento previene, que
enmienda sus yerros para dar buen ejemplo: «porque son muy pocos los Autores (continúa Feijoo) que
conocen los propios, y muy raro el que, aunque los conozca, los confiese». Y añade: «No de todos los que
enmiendo debo a mí mismo el desengaño. Algunos en materia de noticias históricas me dio a conocer la
caritativa admonición de uno u otro docto amigo, por lo que me considero muy obligado de encomendarlos a
Dios».
Fue un pensador independiente. Lucho por la verdad. Con esta postura fue el que mas empeño puso en hablar
sobre lo que se hacia en Europa, para luchar contra el atraso de España. Lucho valientemente contra las
supersticiones, atreviendose a desmontar supuestos milagros.
En Amor de la patria y pasion nacional coloca las demandas generales del hombre por encima de intereses
nacionales. La pluralidad de temas y materias que trata caracterizaron a este hombre (desde la politica al
folklore, pasando por la literatura, astrologia, etc.). Su empresa fue casi enciclopedica. Sus articulos
suscitaban polemicas tremendas, sobretodo los de medicina y supersticiones.
Feijoo era un racionalista, pero jamas puso en tela de juicio las verdades reveladas, de ahi que no tuviera
problemas con la inquisicion.
Teatro critico universal, para desengaño de errores comunes, una coleccion de 8 tomos (1726−1739) y sus
Cartas eruditas, de 5 tomos (1724−1760) son sus obras mas importantes.
Jovellanos
Jovellanos nació en Gijón en 1744, fue uno de los renovadores de la época. Melchor Gaspar de Jovellanos
estaba convencido de que el único camino para transformar la sociedad era la educación. Abogaba por una
instrucción laica y pública.
Es junto con Fray Benito Feijoo, el escritor e ilustrado más reconocido del Siglo de las Luces español. Como
escritor fue poeta, dramaturgo, crítico de arte y de literatura; analista de problemas jurídicos, políticos,
económicos, históricos; pedagogo y teórico de la educación; promotor de temas asturianos y gran conocedor
de la historia, la jurisprudencia y la cultura española.
Entre sus obras pueden destacarse: el delincuente honrado (drama de 1773), las Epístolas de Jovino a sus
amigos salmantinos y A sus amigos de Sevilla, A Batilo, y la Epístola del Paular, las sátiras A Arnesto, y el
conjunto de sus Cartas ( 1767−1811) y de su Diario (en catorce cuadernos: 1790−1811). Si bien las obras que
le van a dar el reconocimiento nacional y la proyección internacional son: Memoria para el arreglo de la
policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España (1790), Informe en el
expediente de la Ley Agraria (1794) − obra con la que se ensumbra en la opinión de la época y de la
posteridad −, Memoria sobre la educación pública (1801), Memorias histórico − artísticas de arquitectura
(1804 − 1808) y Memoria en defensa de la Junta Central (1811).
Tras estudiar en Oviedo, pasó a Ávila y, posteriormente, al colegio San Ildefonso de Alcalá, en el que se
doctoro en cánones. En 1767 obtuvo la plaza de alcalde del crimen de Sevilla. Entonces entró en el círculo del
intendente Olavide, así se puso en contacto con el núcleo esencial de la Ilustración en España, a través del
cual orientó su actividad judicial, literaria, económica y artística.
Tuvo numerosos cargos a lo largo de su vida, en 1774, fue nombrado oidor le la audiencia Sevillana y en 1778
pasó a Madrid, como alcalde de casa y corte. Fue ministro de la Junta de Comercio (1783) y director de la
sociedad económica matritense. Desde sus cargos contribuyó a las reformas ilustradas con sus escritos
políticos−económicos, como el Informe sobre el libro ejercicio de las artes y el Elogio a Carlos III. También
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entonces se manifiesta su interés por Asturias, en escritos como Sobre la necesidad de cultivar en el
Principado el estudio de las ciencias, obra en que expone uno de los temas centrales de su pensamiento: la
reforma de la educación como la clave de la transformación de la sociedad.
En 1794 se instaló en Gijón, donde fundó el Instituto Asturiano, al que se consagro plenamente. Sus ideas
sobre la educación las desarrollo en esta época en Memoria sobre el arreglo de la política de espectáculos y
diversiones públicas (1812) y en el Informe sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las
ciencias (1818).
Los filósofos y economistas franceses y británicos tienen influencia sobre su pensamiento (especialmente
Adam Smith). Intentó llevar a la práctica sus ideas luchando contra la Inquisición, atacando la propiedad
eclesiástica e iniciando una reforma universitaria.
En el Siglo XVIII encontramos una España anquilosada en el Antiguo Régimen. Mientras por el resto de
Europa se extendían las ideas de la Ilustración francesa, aquí apenas existía industria y la mayoría de la
población era analfabeta. Lentos pero seguros, los nuevos aires también llegaron dentro de nuestras fronteras.
Encabezados por Benito Feijoo, los ilustrados nacionales defendieron la educación como herramienta para
modernizar al país. Al contrario de lo que se venía haciendo hasta ese momento, rechazaron la memorización
como método de aprendizaje, asegurando que la instrucción debía ser práctica.
Jovellanos bebería sus ideas de la fuente europea, que por aquel entonces era Francia e Inglaterra, procesaría
en su pensamiento las ideas ilustradas y las incipientes ideas liberales, y las desarrollaría con éxito en un
periodo de cambio y reforma.
Creo que una nación que se ilustra puede hacer grandes reformas sin sangre y creo que para ilustrarse tampoco
es necesaria la rebelión.
En varios textos Jovellanos deja patente su repulsa al imprudente gobierno francés que abrió la puerta a la
desenfrenada libertad de imprimir, y dio impulso a tantas y tan monstruosas teorías convencionales (frases que
parecen contradictorias con su espíritu de defensa de las libertades del hombre y entre ellas la libertad de
expresión). Pero no olvidemos que la revolución significaba para Jovellanos una violación de los sagrados
fueros de la justicia, que él siempre defiende junto con el imperio de la ley y la razón.
La excelencia de Jovellanos en el cultivo de la lengua y la literatura españolas ha constituido, hasta ahora, la
faceta más importante de la personalidad de Jovellanos. Autor de algunas de las mejores poesías del siglo,
cultivador de diferentes géneros, entre los que sobresalen la lírica y la sátira, su creación literaria, bajo el
seudónimo de Jovino, así como el estilo de su prosa, elegante con naturalidad, le han conquistado un espacio
muy importante en la historia de la literatura española.
Jovellanos pedagogo
Jovellanos hace de la educación el objeto privilegiado de sus preocupaciones. El vasto campo de sus intereses
acaba siempre centrándose en la cuestión capital de la formación humana. Una perspectiva histórica de la
educación ha de reconocer en Jovellanos una figura emblemática de la pedagogía de la Ilustración.
Un ilustrado es un hombre sociable. La condición social del hombre constituye el punto de partida de las
reflexiones pedagógicas jovellanistas. Este carácter societario se abrirá progresivamente a los valores
personales y acabará caracterizando su pedagogía como igualmente atenta a ambos polos de la relación, el
individuo y la sociedad.
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La preocupación por la regeneración económica de la nación y la creencia de que la instrucción es el origen de
todo proceso social y personal, constituyen el impulso inicial de la pedagogía de Jovellanos.
El pensamiento y la acción reformadora de Jovellanos se configuran en el contexto de su crítica institucional
contra la universidad, los colegios mayores universitarios, la magistratura, los gremios de los oficios, la
Inquisición; en el contexto de su crítica social contra la riqueza vinculada (mayorazgos y manos muertas), la
mala educación de la clase aristocrática, la falta de educación del pueblo, la pseudo educación de la mujer
impuesta por prejuicios sociales que deben superarse; la pobreza de origen político estructural; la desestima
del trabajo y las desviaciones supersticiosas y milagreras de la religiosidad.
Su crítica de la educación contemporánea denuncia los métodos docentes puramente especulativos, los
estatutos anacrónicos que rigen todavía los establecimientos de enseñanza, el régimen semieclesiástico de las
universidades, el abuso de los argumentos de autoridad, el desconocimiento o poco recurso de las fuentes
(bíblicas, humanísticas, jurídicas, médicas), la ignorancia y menosprecio de las ciencias modernas, la falta de
formación actualizada de las clases trabajadoras y de los oficios técnicos.
La efervescencia pedagógica de la época:
Los primeros años de su ejercicio profesional coinciden con la serie de medidas políticas promovidas por los
ministros de Carlos III. En esta época se producen las reformas que citamos a continuación: la expulsión de
los jesuitas que abandonan colegios y seminarios, el encargo de Olavide de reformar la universidad de Sevilla,
que daría lugar a las innovaciones contenidas en su plan de estudios, la creación del cargo de Directores de
universidades, la reforma de los colegios mayores Universitarios propiciada por los manteístas en el poder.
Las dificultades que se oponen a estos intentos y el fracaso de los mismos dejarán para siempre en Jovellanos
la idea de que los imprescindibles cambios en los estudios, métodos y organización docente nunca llegarán a
buen puerto si han de realizarlos las corporaciones respectivas. Desconfía de las enseñanzas universitarias,
que él considera bastiones decadentes de la universidad tradicional. Aprovecha distintos pasajes de sus obras
para manifestar su melancólica frustración, precisamente porque entiende que la renovación eficaz debía
empezar desde arriba.
Los ilustrados españoles presentan como acusada característica la lucha por la regeneración de una patria que,
tras un periodo de resurgimiento, amenaza entrar en decadencia.
La teoría de la educación en Jovellanos:
La educabilidad:
La pregunta del ser humano sobre sí mismo y sobre el sentido de su existencia, proporciona a Jovellanos tres
bases para su antropología pedagogía.
El hombre al nacer es un ser defectivo necesitado de diversas ayudas; entre todas ellas la comunicación
humana. La razón es la raíz de toda comunicación instructiva. La responsabilidad moral es privativa del ser
humano; la instancia ética de la libertad reclama la perfección del sujeto que se educa,una educación para la
virtud.
Financiamiento de la educación:
En cuanto a los institutos de enseñanzas útiles, prevé tres fuentes de financiación. Supuesta la finalidad de
utilidad pública a que se destinan, está justificado dotarlos con fondos de los Concejos de las respectivas
localidades. El salario de los maestros correrá a cargo de las contribuciones de los alumnos. El gobierno se
encargará de los edificios, instrumentos, máquinas, bibliotecas, y otros complementos semejantes.
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La cuestión de la virtud:
Para Jovellanos, la virtud y el valor deben contarse entre los elementos más destacados de la prosperidad
social. El medio privilegiado para alcanzarlos será también aquí la instrucción, pues la ignorancia es el origen
de todos los males que corrompen la sociedad. La ignorancia moral, es pésima, porque no e un defecto del
entendimiento, sino del corazón.
Jovellanos ve con claridad la relación entre instrucción y virtud. En primer término analiza el origen de la
moral. Así lo habían hecho Platón, Aristóteles, y entre los modernos, Hume y Smith, por considerarlo parte
obligatoria de la filosofía moral. Jovellanos lo considera indispensable para la educación moral.
El espacio teórico propio de la educación
La expresión sistemática del pensamiento pedagógico de Jovellanos corresponde a una obra tardía, el Tratado
teórico.práctico de enseñanza. El punto firme del que arranca comprende los dos axiomas ya conocidos que
constituyen su más profunda convicción en este campo, la instrucción es no sólo la primera, sino también la
más general fuente de la prosperidad de los pueblos y la primera raíz del mal esta en la ignorancia. A
demostrar esto consagró su vida Jovellanos.
Las relaciones entre instrucción y educación quedan sentadas claramente en el Tratado: la instrucción es el
medio universal de educación y la virtud es el objetivo principal de la educación. Tal es el concepto que, a
juicio de numerosos autores, fundamenta la teoría jovellanista de la educación.
¿Cómo puede la instrucción contribuir a la formación moral?. Cuando escribía la Introducción a la Economía
política, formulaba las siguientes aserciones: el hombre en sus aspectos físicos se perfecciona con la
instrucción; la instrucción perfecciona la razón, el corazón, y hasta la misma voluntad que con la instrucción
no será menos libre pero será más ilustrada.
En el Tratado, pone el acento en expresiones como la necesidad de intervenir cerca de los jóvenes,rectificar el
corazón, dirigirlos en el ejercicio de sus sentimientos y afectos Esta enseñanza, confiesa, es más bien de
hechos que de raciocinios y se da más bien con ejemplos que con discursos, porque no se debe olvidar que las
verdades morales son verdades de sentimiento. El objetivo de la educación es el de hacer buenos ciudadanos y
útiles. Para nuestro autor, la educación es el gozne que a de orientar la instrucción hacia la virtud.
La felicidad, estímulo y cima de la educación
Falta por mencionar un factor decisivo en el pensamiento de Jovellanos, la felicidad. La clave pedagógica
consiste en la tarea de dar a sentir a los jóvenes que la virtud es el camino que conduce a la felicidad. La clave
antropológica descansa en los tres pilares siguientes:
• Los hombres y las mujeres aspiran a la felicidad movidos por una inclinación connatural al ser
humano;
• La felicidad es un sentimiento que se alberga en lo más íntimo de la conciencia. Es independiente de
la fortuna. Los bienes exteriores contribuyen a aumentarla sólo cuando se emplean virtuosamente;
• El apetito natural del hombre al bien le conduce al Sumo Bien que es dios.
Jovellanos llega así a lo que considera como el centro de toda doctrina moral que indica, a su vez, el norte de
la educación.El desarrollo de la clave pedagógica acompaña la razón y el corazón del joven para que pueda
descubrir reunidos en este norte el Sumo Bien con el último fin del hombre, y el objeto de la virtud, con el de
la felicidad.
Características de la educación jovellanista
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Educación Gratuita, igualitaria y individualizada
Educación pública (gratuita):
La educación general concebida por la mayoria de autores de esta épocadicen que ha de ser ha de ser publica,
universal, cívica, humanista y estética. Jovellanos revindica la educación pública por primera fuente de la
prosperidad nacional. Su fin se orientará al perfeccionamiento de las facultades físicas intelectuales y morales.
En cuanto a los medios de llevarla a cabo, éstos pertenecen a la educación privada y pública. La primera no
está sometida a la acción inmediata del gobierno, pero en las bases(para un plan de instrucción pública) su
perfección queda en función de la pública.
Educación universal (igualitaria):
La educación que se considera primaria se conoce en su época como Primeras Letras: generalizarla es la
principal obligación del Estado. Se debe impartir a todos los ciudadanos y de manera igualitaria. Que no hay
individuo, por pobre y desvalido que sea, que no pueda recibir fácil y gratuitamente esta instrucción. Ni que,
por apartada que esté, exista aldea sin escuela.
La educación escolar que el autor desea obligatoria para el gobierno y para los ciudadanos comprende las
primeras letras y las primeras verdades. Ocupan el primer grado dentro de las ciencias metódicas,
denominación que la mayoria de los autores otorgan a las que inician en los métodos de investigar la verdad y
recibir instrucción. Aunque no entra a desarrollarlos, entiende que habría que revisar los métodos de
enseñanza de la lectoescritura. Las Primeras Letras han de comprender, además del aprendizaje de la lectura y
la escritura, la iniciación en los elementos básicos de doctrina natural, civil y moral, cálculo y dibujo. Esta es
la enseñanza que se debe a todos los ciudadanos.
Educación cívica (individualizada a cada ciudadano)
Esta dimensión del proceso educativo que ha de introducir en las distintas obligaciones del ciudadano, se
orientará ante todo a la matriz de todas las virtudes cívicas, que denominan amor público. En el descansa la
unidad civil, él tutela los derechos y deberes del ciudadano, y obtiene del interés particular los sacrificios que
pide el interés común. Introduce el bien y prosperidad de todos en la felicidad de cada uno. La educación
cívica tiene contenidos propios que han de formar parte de la primera educación o educación popular. Se
daca uno particularmente, el deber que tiene todo ciudadano de instruirse.
Educación estética:
La imaginación tiene un espacio privilegiado, bien puede decirse decisivo, en la educación jovellanista. Para
iniciarse en el lenguaje de las bellas artes y de las letras, propio del ideal de una personalidad armónica, es
indispensable el cultivo de la imaginación. El buen gusto es educable y su educación es un objetivo explícito
de la educación de la época. El proceso que hace posible la comunión gozosa con las creaciones artísticas se
actualiza en el contacto con los que, por sus cualidades humanas y sus dotes expresivas, se han llamado con
razón maestros de humanidad. La educación debería ser el lugar donde el contacto con los mejores logros
estéticos abriera el camino hacia un nuevo universo lleno de maravillas y encantos.
Educación femenina:
La enseñanza de las niñas recibe un nuevo impulso con las disposiciones del Reglamento para el
establecimiento de escuelas gratuitas para niñas en Madrid(1783).
Jovellanos, refugiado en Sevilla mientras la nación está en guerra, reconoce una vez más la importancia de la
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educación de esa preciosa mitad de la nación. Señala su influjo no solo en la educación doméstica de las
jóvenes, sino en la literaria, en la moral y en la civil. Existen, en la mujer, reservas para contribuir a la paz
entre los pueblos y a una convivencia social más humana.
En cuanto al contenido escolar de la educación femenina, Jovellanos no es innovador. Si lo es en la
universalización de la educación popular, sin distinción de sexo.
La mujer cultivada tiene en Jovellanos un decidido valedor. En la cuestión suscitada acerca de si se debían
admitir o no a señoras en la Sociedad Económica Matritense, define claramente su postura. Deben admitirse
con las mismas formalidades y derechos que a los demás individuos; no debe formarse con ellas clase
separada, y el acuerdo debe adoptarse mediante acta formal.
Revolución Francesa
Las razones históricas de la Revolución
Más de un siglo antes de que Luis XVI ascendiera al trono (1774), el Estado francés había sufrido periódicas
crisis económicas motivadas por las largas guerras emprendidas durante el reinado de Luis XIV, la mala
administración de los asuntos nacionales en el reinado de Luis XV, las cuantiosas pérdidas que acarreó la
Guerra Francesa e India (1754−1763) y el aumento de la deuda generado por los préstamos a las colonias
británicas de Norteamérica durante la guerra de la Independencia estadounidense (1775−1783). Los
defensores de la aplicación de reformas fiscales, sociales y políticas comenzaron a reclamar con insistencia la
satisfacción de sus reivindicaciones durante el reinado de Luis XVI. En agosto de 1774, el rey nombró
controlador general de Finanzas a Anne Robert Jacques Turgot, un hombre de ideas liberales que instituyó
una política rigurosa en lo referente a los gastos del Estado. No obstante, la mayor parte de su política
restrictiva fue abandonada al cabo de dos años y Turgot se vio obligado a dimitir por las presiones de los
sectores reaccionarios de la nobleza y el clero, apoyados por la reina, María Antonieta de Austria. Su sucesor,
el financiero y político Jacques Necker tampoco consiguió realizar grandes cambios antes de abandonar su
cargo en 1781, debido asimismo a la oposición de los grupos reaccionarios. Sin embargo, fue aclamado por el
pueblo por hacer público un extracto de las finanzas reales en el que se podía apreciar el gravoso coste que
suponían para el Estado los estamentos privilegiados. La crisis empeoró durante los años siguientes. El pueblo
exigía la convocatoria de los Estados Generales (una asamblea formada por representantes del clero, la
nobleza y el Tercer estado), cuya última reunión se había producido en 1614, y el rey Luis XVI accedió
finalmente a celebrar unas elecciones nacionales en 1788. La censura quedó abolida durante la campaña y
multitud de escritos que recogían las ideas de la Ilustración circularon por toda Francia. Necker, a quien el
monarca había vuelto a nombrar interventor general de Finanzas en 1788, estaba de acuerdo con Luis XVI en
que el número de representantes del Tercer estado (el pueblo) en los Estados Generales fuera igual al del
primer estado (el clero) y el segundo estado (la nobleza) juntos, pero ninguno de los dos llegó a establecer un
método de votación.
A pesar de que los tres estados estaban de acuerdo en que la estabilidad de la nación requería una
transformación fundamental de la situación, los antagonismos estamentales imposibilitaron la unidad de
acción en los Estados Generales, que se reunieron en Versalles el 5 de mayo de 1789. Las delegaciones que
representaban a los estamentos privilegiados de la sociedad francesa se enfrentaron inmediatamente a la
cámara rechazando los nuevos métodos de votación presentados. El objetivo de tales propuestas era conseguir
el voto por individuo y no por estamento, con lo que el tercer estado, que disponía del mayor número de
representantes, podría controlar los Estados Generales. Las discusiones relativas al procedimiento se
prolongaron durante seis semanas, hasta que el grupo dirigido por Emmanuel Joseph Sieyès y el conde de
Mirabeau se constituyó en Asamblea Nacional el 17 de junio. Este abierto desafío al gobierno monárquico,
que había apoyado al clero y la nobleza, fue seguido de la aprobación de una medida que otorgaba únicamente
a la Asamblea Nacional el poder de legislar en materia fiscal. Luis XVI se apresuró a privar a la Asamblea de
su sala de reuniones como represalia. Ésta respondió realizando el 20 de junio el denominado Juramento del
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Juego de la Pelota, por el que se comprometía a no disolverse hasta que se hubiera redactado una constitución
para Francia. En ese momento, las profundas disensiones existentes en los dos estamentos superiores
provocaron una ruptura en sus filas, y numerosos representantes del bajo clero y algunos nobles liberales
abandonaron sus respectivos estamentos para integrarse en la Asamblea Nacional.
El inicio de la Revolución
El rey se vio obligado a ceder ante la continua oposición a los decretos reales y la predisposición al
amotinamiento del propio Ejército real. El 27 de junio ordenó a la nobleza y al clero que se unieran a la
autoproclamada Asamblea Nacional Constituyente. Luis XVI cedió a las presiones de la reina María
Antonieta y del conde de Artois (futuro rey de Francia con el nombre de Carlos X) y dio instrucciones para
que varios regimientos extranjeros leales se concentraran en París y Versalles. Al mismo tiempo, Necker fue
nuevamente destituido. El pueblo de París respondió con la insurrección ante estos actos de provocación; los
disturbios comenzaron el 12 de julio, y las multitudes asaltaron y tomaron La Bastilla una prisión real que
simbolizaba el despotismo de los Borbones el 14 de julio.
Antes de que estallara la revolución en París, ya se habían producido en muchos lugares de Francia
esporádicos y violentos disturbios locales y revueltas campesinas contra los nobles opresores que alarmaron a
los burgueses no menos que a los monárquicos. El conde de Artois y otros destacados líderes reaccionarios,
sintiéndose amenazados por estos sucesos, huyeron del país, convirtiéndose en el grupo de los llamados
émigrés. La burguesía parisina, temerosa de que la muchedumbre de la ciudad aprovechara el derrumbamiento
del antiguo sistema de gobierno y recurriera a la acción directa, se apresuró a establecer un gobierno
provisional local y organizó una milicia popular, denominada oficialmente Guardia Nacional. El estandarte de
los Borbones fue sustituido por la escarapela tricolor (azul, blanca y roja), símbolo de los revolucionarios que
pasó a ser la bandera nacional. No tardaron en constituirse en toda Francia gobiernos provisionales locales y
unidades de la milicia. El mando de la Guardia Nacional se le entregó al marqués de La Fayette, héroe de la
guerra de la Independencia estadounidense. Luis XVI, incapaz de contener la corriente revolucionaria, ordenó
a las tropas leales retirarse. Volvió a solicitar los servicios de Necker y legalizó oficialmente las medidas
adoptadas por la Asamblea y los diversos gobiernos provisionales de las provincias.
La redacción de una constitución
La Asamblea Nacional Constituyente comenzó su actividad movida por los desórdenes y disturbios que
estaban produciéndose en las provincias (el periodo del 'Gran Miedo'). El clero y la nobleza hubieron de
renunciar a sus privilegios en la sesión celebrada durante la noche del 4 de agosto de 1789; la Asamblea
aprobó una legislación por la que quedaba abolido el régimen feudal y señorial y se suprimía el diezmo,
aunque se otorgaban compensaciones en ciertos casos. En otras leyes se prohibía la venta de cargos públicos y
la exención tributaria de los estamentos privilegiados.
A continuación, la Asamblea Nacional Constituyente se dispuso a comenzar su principal tarea, la redacción de
una Constitución. En el preámbulo, denominado Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, los
delegados formularon los ideales de la Revolución, sintetizados más tarde en tres principios, "Liberté, Égalité,
Fraternité" ("Libertad, Igualdad, Fraternidad"). Mientras la Asamblea deliberaba, la hambrienta población de
París, irritada por los rumores de conspiraciones monárquicas, reclamaba alimentos y soluciones. El 5 y el 6
de octubre, la población parisina, especialmente sus mujeres, marchó hacia Versalles y sitió el palacio real.
Luis XVI y su familia fueron rescatados por La Fayette, quien les escoltó hasta París a petición del pueblo.
Tras este suceso, algunos miembros conservadores de la Asamblea Constituyente, que acompañaron al rey a
París, presentaron su dimisión. En la capital, la presión de los ciudadanos ejercía una influencia cada vez
mayor en la corte y la Asamblea. El radicalismo se apoderó de la cámara, pero el objetivo original, la
implantación de una monarquía constitucional como régimen político, aún se mantenía.
El primer borrador de la Constitución recibió la aprobación del monarca francés en unas fastuosas ceremonias,
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a las que acudieron delegados de todos los lugares del país, el 14 de julio de 1790. Este documento suprimía la
división provincial de Francia y establecía un sistema administrativo cuyas unidades eran los departamentos,
que dispondrían de organismos locales elegibles. Se ilegalizaron los títulos hereditarios, se crearon los juicios
con jurado en las causas penales y se propuso una modificación fundamental de la legislación francesa. Con
respecto a la institución que establecía requisitos de propiedad para acceder al voto, la Constitución disponía
que el electorado quedara limitado a la clases alta y media. El nuevo estatuto confería el poder legislativo a la
Asamblea Nacional, compuesta por 745 miembros elegidos por un sistema de votación indirecto. Aunque el
rey seguía ejerciendo el poder ejecutivo, se le impusieron estrictas limitaciones. Su poder de veto tenía un
carácter meramente suspensivo, y era la Asamblea quien tenía el control efectivo de la dirección de la política
exterior. Se impusieron importantes restricciones al poder de la Iglesia católica mediante una serie de artículos
denominados Constitución civil del Clero, el más importante de los cuales suponía la confiscación de los
bienes eclesiásticos. A fin de aliviar la crisis financiera, se permitió al Estado emitir un nuevo tipo de papel
moneda, los asignados, garantizado por las tierras confiscadas. Asimismo, la Constitución estipulaba que los
sacerdotes y obispos fueran elegidos por los votantes, recibieran una remuneración del Estado, prestaran un
juramento de lealtad al Estado y las órdenes monásticas fueran disueltas.
Durante los quince meses que transcurrieron entre la aprobación del primer borrador constitucional por parte
de Luis XVI y la redacción del documento definitivo, las relaciones entre las fuerzas de la Francia
revolucionaria experimentaron profundas transformaciones. Éstas fueron motivadas, en primer lugar, por el
resentimiento y el descontento del grupo de ciudadanos que había quedado excluido del electorado. Las clases
sociales que carecían de propiedades deseaban acceder al voto y liberarse de la miseria económica y social, y
no tardaron en adoptar posiciones radicales. Este proceso, que se extendió rápidamente por toda Francia
gracias a los clubes de los jacobinos, y de los cordeliers, adquirió gran impulso cuando se supo que María
Antonieta estaba en constante comunicación con su hermano Leopoldo II, emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico. Al igual que la mayoría de los monarcas europeos, Leopoldo había dado refugio a gran
número de émigrés y no había ocultado su oposición a los acontecimientos revolucionarios que se habían
producido en Francia. El recelo popular con respecto a las actividades de la reina y la complicidad de Luis
XVI quedó confirmado cuando la familia real fue detenida mientras intentaba huir de Francia en un carruaje
con destino a Varennes el 21 de junio.
Radicalización del gobierno
El 17 de julio de 1791 los sans−culottes (miembros de una tendencia revolucionaria radical que exigía la
proclamación de la república) se reunieron en el Campo de Marte y exigieron que se depusiera al monarca. La
Guardia Nacional abrió fuego contra los manifestantes y los dispersó siguiendo las órdenes de La Fayette,
vinculado políticamente a los feuillants, un grupo formado por monárquicos moderados. Estos hechos
incrementaron de forma irreversible las diferencias existentes entre el sector burgués y republicano de la
población. El rey fue privado de sus poderes durante un breve periodo, pero la mayoría moderada de la
Asamblea Constituyente, que temía que se incrementaran los disturbios, restituyó a Luis XVI con la esperanza
de frenar el ascenso del radicalismo y evitar una intervención de las potencias extranjeras. El 14 de
septiembre, el rey juró respetar la Constitución modificada. Dos semanas después, se disolvió la Asamblea
Constituyente para dar paso a las elecciones sancionadas por la Constitución. Durante este tiempo, Leopoldo
II y Federico Guillermo II, rey de Prusia, emitieron el 27 de agosto una declaración conjunta referente a
Francia en la que se amenazaba veladamente con una intervención armada. La Asamblea Legislativa, que
comenzó sus sesiones el 1 de octubre de 1791, estaba formada por 750 miembros que no tenían experiencia
alguna en la vida política, dado que los propios integrantes de la Asamblea Constituyente habían votado en
contra de su elegibilidad como diputados de la nueva cámara. Ésta se hallaba dividida en facciones
divergentes. La más moderada era la de los feuillants, partidaria de la monarquía constitucional tal como se
establecía en la Constitución de 1791. El centro de la cámara acogía al grupo mayoritario, conocido como el
Llano, que carecía de opiniones políticas definidas pero que se oponía unánimemente al sector radical que se
sentaba en el ala izquierda, compuesto principalmente por los girondinos, que defendían la transformación de
la monarquía constitucional en una república federal, un proyecto similar al de los montagnards (grupo que
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por ocupar la parte superior de la cámara, recibió el apelativo de La Montaña) integrados por los jacobinos y
los cordeliers, que abogaban por la implantación de una república centralizada. Antes de que estas disensiones
abrieran una profunda brecha en las relaciones entre los girondinos y los montagnards, el sector republicano
de la Asamblea consiguió la aprobación de varios proyectos de ley importantes, entre los que se incluían
severas medidas contra los miembros del clero que se negaran a jurar lealtad al nuevo régimen. Sin embargo,
Luis XVI ejerció su derecho a veto sobre estos decretos, provocando así una crisis parlamentaria que llevó al
poder a los girondinos. A pesar de la oposición de los más destacados montagnards, el gabinete girondino,
presidido por Jean Marie Roland de la Platière, adoptó una actitud beligerante hacia Federico Guillermo II y
Francisco II, el nuevo emperador del Sacro Imperio Romano, que había sucedido a su padre, Leopoldo II, el 1
de marzo de 1792. Ambos soberanos apoyaban abiertamente las actividades de los émigrés y secundaban el
rechazo de la aristocracia de Alsacia a la legislación revolucionaria. El deseo de entablar una guerra se
extendió rápidamente entre los monárquicos, que confiaban en la derrota del gobierno revolucionario y en la
restauración del Antiguo Régimen, y entre los girondinos, que anhelaban un triunfo definitivo sobre los
sectores reaccionarios tanto en el interior como en el exterior. El 20 de abril de 1792 la Asamblea Legislativa
declaró la guerra al Sacro Imperio Romano.
La lucha por la libertad
Los ejércitos austriacos obtuvieron varias victorias en los Países Bajos austriacos gracias a ciertos errores del
alto mando francés, formado mayoritariamente por monárquicos. La posterior invasión de Francia provocó
importantes desórdenes en París. El gabinete de Roland cayó el 13 de junio, y la intranquilidad de la población
se canalizó en un asalto a las Tullerías, la residencia de la familia real, una semana después. La Asamblea
Legislativa declaró el estado de excepción el 11 de julio, después de que Cerdeña y Prusia se unieran a la
guerra contra Francia. Se enviaron fuerzas de reserva para aliviar la difícil situación en el frente, y se
solicitaron voluntarios de todo el país en la capital. Cuando los refuerzos procedentes de Marsella llegaron a
París, iban cantando un himno patriótico conocido desde entonces como La Marsellesa. El descontento
popular provocado por la gestión de los girondinos, que habían expresado su apoyo a la monarquía y habían
rechazado la acusación de deserción presentada contra La Fayette, hizo aumentar la tensión. El malestar
social, unido al efecto que generó el manifiesto del comandante aliado, Charles William de Ferdinand, duque
de Brunswick, en el que amenazaba con destruir la capital si la familia real era maltratada, provocó una
insurrección en París el 10 de agosto. Los insurgentes, dirigidos por elementos radicales de la capital y
voluntarios nacionales que se dirigían al frente, asaltaron las Tullerías y asesinaron a la Guardia suiza del rey.
Luis XVI y su familia se refugiaron en la cercana sala de reuniones de la Asamblea Legislativa, que no tardó
en suspender en sus funciones al monarca y ponerle bajo arresto. A su vez, los insurrectos derrocaron al
consejo de gobierno parisino, que fue reemplazado por un nuevo consejo ejecutivo provisional, la denominada
Comuna de París. Los montagnards, liderados por el abogado Georges Jacques Danton, dominaron el nuevo
gobierno parisino y pronto se hicieron con el control de la Asamblea Legislativa. Esta cámara aprobó la
celebración de elecciones en un breve plazo con vistas a la constitución de una nueva Convención Nacional,
en la que tendrían derecho a voto todos los ciudadanos varones. Entre el 2 y el 7 de septiembre, más de mil
monárquicos y presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y
ejecutados. Los elementos desencadenantes de las denominadas 'Matanzas de Septiembre' fueron el temor de
la población al avance de los ejércitos aliados contra Francia y los rumores sobre conspiraciones para derrocar
al gobierno revolucionario. Un ejército francés, dirigido por el general Charles François Dumouriez, obtuvo
una importante victoria en la batalla de Valmy frente a las tropas prusianas que avanzaban hacia París el 20 de
septiembre.
Un día después de la victoria de Valmy se reunió en París la Convención Nacional recién elegida. La primera
decisión oficial adoptada por esta cámara fue la abolición de la monarquía y la proclamación de la I
República. El consenso entre los principales grupos integrantes de la Convención no fue más allá de la
aprobación de estas medidas iniciales. Sin embargo, ninguna facción se opuso al decreto presentado por los
girondinos y promulgado el 19 de noviembre, por el cual Francia se comprometía a apoyar a todos los pueblos
oprimidos de Europa. Las noticias que llegaban del frente semanalmente eran alentadoras: las tropas francesas
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habían pasado al ataque después de la batalla de Valmy y habían conquistado Maguncia, Frankfurt del Main,
Niza, Saboya y los Países Bajos austriacos. Sin embargo, las disensiones se habían intensificado seriamente en
el seno de la convención, donde el Llano dudaba entre conceder su apoyo a los conservadores girondinos o a
los radicales montagnards. La primera gran prueba de fuerza se decidió en favor de estos últimos, que
solicitaban que la Convención juzgara al rey por el cargo de traición y consiguieron que su propuesta fuera
aprobada por mayoría. El monarca fue declarado culpable de la acusación imputada con el voto casi unánime
de la Cámara el 15 de enero de 1793, pero no se produjo el mismo acuerdo al día siguiente, cuando había de
decidirse la pena del acusado. Finalmente el rey fue condenado a muerte por 387 votos a favor frente a 334
votos en contra. Luis XVI fue guillotinado el 21 de enero.
La influencia de los girondinos en la Convención Nacional disminuyó enormemente tras la ejecución del rey.
La falta de unidad mostrada por el grupo durante el juicio había dañado irreparablemente su prestigio
nacional, bastante mermado desde hacía tiempo entre la población de París, más favorable a las tendencias
jacobinas. Otro factor que determinó la caída girondina fueron las derrotas sufridas por los ejércitos franceses
tras declarar la guerra a Gran Bretaña, las Provincias Unidas (actuales Países Bajos) el 1 de febrero de 1793, y
a España el 7 de marzo, que se habían unido a la Primera Coalición contra Francia. Las propuestas de los
jacobinos para fortalecer al gobierno ante las cruciales luchas a las que Francia debería enfrentarse desde ese
momento fueron firmemente rechazadas por los girondinos. No obstante, a comienzos de marzo, la
Convención votó a favor del reclutamiento de 300.000 hombres y envió comisionados especiales a varios
departamentos para organizar la leva. Los sectores clericales y monárquicos enemigos de la Revolución
incitaron a la rebelión a los campesinos de La Vendée, contrarios a tal medida. La guerra civil no tardó en
extenderse a los departamentos vecinos. Los austriacos derrotaron al ejército de Dumouriez en Neerwinden el
18 de marzo, y éste desertó al enemigo. La huida del jefe del ejército, la guerra civil y el avance de las fuerzas
enemigas a través de las fronteras de Francia provocó en la Convención una crisis entre los girondinos y los
montagnards, en la que estos últimos pusieron de relieve la necesidad de emprender una acción contundente
en defensa de la Revolución.
El Reinado del Terror
El 6 de abril, la Convención creó el Comité de Salvación Pública, que habría de ser el órgano ejecutivo de la
República, y reestructuró el Comité de Seguridad General y el Tribunal Revolucionario. Se enviaron
representantes a los departamentos para supervisar el cumplimiento de las leyes, el reclutamiento y la requisa
de municiones. La rivalidad existente entre los girondinos y los montagnards se había agudizado durante este
periodo. La rebelión parisina, organizada por el periodista radical Jacques Hébert, obligó a la Convención a
ordenar el 2 de junio la detención de veintinueve delegados girondinos y de los ministros de este grupo, Pierre
Henri Hélène Marie Lebrun−Tondu y Étienne Clavière. A partir de ese momento, la facción jacobina radical
que asumió el control del gobierno desempeñó un papel decisivo en el posterior desarrollo de la Revolución.
La Convención promulgó una nueva Constitución el 24 de junio en la que se ampliaba el carácter democrático
de la República. Sin embargo, este estatuto nunca llegó a entrar en vigor. El 10 de julio, la presidencia del
Comité de Salvación Pública fue transferida a los jacobinos, que reorganizaron completamente las funciones
de este nuevo organismo. Tres días después, el político radical Jean−Paul Marat, destacado líder de los
jacobinos, fue asesinado por Charlotte de Corday, simpatizante de los girondinos. La indignación pública ante
este crimen hizo aumentar considerablemente la influencia de los jacobinos en todo el país. El dirigente
jacobino Maximilien de Robespierre pasó a ser miembro del Comité de Salvación Pública el 27 de julio y se
convirtió en su figura más destacada en poco tiempo. Robespierre, apoyado por Louis Saint−Just, Lazare
Carnot, Georges Couthon y otros significados jacobinos, implantó medidas policiales extremas para impedir
cualquier acción contrarrevolucionaria. Los poderes del Comité fueron renovados mensualmente por la
Convención Nacional desde abril de 1793 hasta julio de 1794, un periodo que pasó a denominarse Reinado del
Terror.
Desde el punto de vista militar, la situación era extremadamente peligrosa para la República. Las potencias
enemigas habían reanudado la ofensiva en todos los frentes. Los prusianos habían recuperado Maguncia,
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Condé−Sur−L'Escaut y Valenciennes, y los británicos mantenían sitiado Tolón. Los insurgentes monárquicos
y católicos controlaban gran parte de La Vendée y Bretaña. Caen, Lyon, Marsella, Burdeos y otras
importantes localidades se hallaban bajo el poder de los girondinos. El 23 de agosto se emitió un nuevo
decreto de reclutamiento para toda la población masculina de Francia en buen estado de salud. Se formaron en
poco tiempo catorce nuevos ejércitos alrededor de 750.000 hombres, que fueron equipados y enviados al
frente rápidamente. Además de estas medidas, el Comité reprimió violentamente la oposición interna.
María Antonieta fue ejecutada el 16 de octubre, y 21 destacados girondinos murieron guillotinados el 31 del
mismo mes. Tras estas represalias iniciales, miles de monárquicos, sacerdotes, girondinos y otros sectores
acusados de realizar actividades contrarrevolucionarias o de simpatizar con esta causa fueron juzgados por los
tribunales revolucionarios, declarados culpables y condenados a morir en la guillotina. El número de personas
condenadas a muerte en París ascendió a 2.639, más de la mitad de las cuales (1.515) perecieron durante los
meses de junio y julio de 1794. Las penas infligidas a los traidores o presuntos insurgentes fueron más severas
en muchos departamentos periféricos, especialmente en los principales centros de la insurrección monárquica.
El tribunal de Nantes, presidido por Jean−Baptiste Carrier, el más severo con los cómplices de los rebeldes de
La Vendée, ordenó la ejecución de más de 8.000 personas en un periodo de tres meses. Los tribunales y los
comités revolucionarios fueron responsables de la ejecución de casi 17 mil ciudadanos en toda Francia. El
número total de víctimas durante el Reinado del Terror llegó a 40.000. Entre los condenados por los tribunales
revolucionarios, aproximadamente el 8% eran nobles, el 6% eran miembros del clero, el 14% pertenecía a la
clase media y el 70% eran trabajadores o campesinos acusados de eludir el reclutamiento, de deserción,
acaparamiento, rebelión u otros delitos. Fue el clero católico el que sufrió proporcionalmente las mayores
pérdidas entre todos estos grupos sociales. El odio anticlerical se puso de manifiesto también en la abolición
del calendario juliano en octubre de 1793, que fue reemplazado por el calendario republicano. El Comité de
Salvación Pública, presidido por Robespierre, intentó reformar Francia basándose de forma fanática en sus
propios conceptos de humanitarismo, idealismo social y patriotismo. El Comité, movido por el deseo de
establecer una República de la Virtud, alentó la devoción por la república y la victoria y adoptó medidas
contra la corrupción y el acaparamiento. Asimismo, el 23 de noviembre de 1793, la Comuna de París ordenó
cerrar todas las iglesias de la ciudad esta decisión fue seguida posteriormente por las autoridades locales de
toda Francia y comenzó a promover la religión revolucionaria, conocida como el Culto a la Razón. Esta
actitud, auspiciada por el jacobino Pierre Gaspard Chaumette y sus seguidores extremistas (entre ellos
Hébert), acentuó las diferencias entre los jacobinos centristas, liderados por Robespierre, y los fanáticos
seguidores de Hébert, una fuerza poderosa en la Convención y en la Comuna de París.
Durante este tiempo, el signo de la guerra se había vuelto favorable para Francia. El general Jean Baptiste
Jourdan derrotó a los austriacos el 16 de octubre de 1793, iniciándose así una serie de importantes victorias
francesas. A finales de ese año, se había iniciado la ofensiva contra las fuerzas de invasión del Este en el Rin,
y Tolón había sido liberado. También era de gran relevancia el hecho de que el Comité de Salvación Pública
hubiera aplastado la mayor parte de las insurrecciones de los monárquicos y girondinos.
La lucha por el poder
La disputa entre el Comité de Salvación Pública y el grupo extremista liderado por Hébert, concluyó con la
ejecución de éste y sus principales acólitos el 24 de marzo de 1794. Dos semanas después, Robespierre
emprendió acciones contra los seguidores de Danton, que habían comenzado a solicitar la paz y el fin del
reinado del Terror. Georges−Jacques Danton y sus principales correligionarios fueron decapitados el 6 de
abril. Robespierre perdió el apoyo de muchos miembros importantes del grupo de los jacobinos especialmente
de aquéllos que temían por sus propias vidas a causa de estas represalias masivas contra los partidarios de
ambas facciones. Las victorias de los ejércitos franceses, entre las que cabe destacar la batalla de Fleurus
(Bélgica) del 26 de junio, que facilitó la reconquista de los Países Bajos austriacos, incrementó la confianza
del pueblo en el triunfo final. Por este motivo, comenzó a extenderse el rechazo a las medidas de seguridad
impuestas por Robespierre. El descontento general con el líder del Comité de Salvación Pública no tardó en
transformarse en una auténtica conspiración. Robespierre, Saint−Just, Couthon y 98 de sus seguidores fueron
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apresados el 27 de julio de 1794 (el 9 de termidor del año III según el calendario republicano) y decapitados al
día siguiente. Se considera que el 9 de termidor fue el día en el que se puso fin a la República de la Virtud.
La Convención Nacional estuvo controlada hasta finales de 1794 por el 'grupo termidoriano' que derrocó a
Robespierre y puso fin al Reinado del Terror. Se clausuraron los clubes jacobinos de toda Francia, fueron
abolidos los tribunales revolucionarios y revocados varios decretos de carácter extremista, incluido aquél por
el cual el Estado fijaba los salarios y precios de los productos. Después de que la Convención volviera a estar
dominada por los girondinos, el conservadurismo termidoriano se transformó en un fuerte movimiento
reaccionario. Durante la primavera de 1795, se produjeron en París varios tumultos, en los que el pueblo
reclamaba alimentos, y manifestaciones de protesta que se extendieron a otros lugares de Francia. Estas
rebeliones fueron sofocadas y se adoptaron severas represalias contra los jacobinos y sans−culottes que los
protagonizaron.
La moral de los ejércitos franceses permaneció inalterable ante los acontecimientos ocurridos en el interior.
Durante el invierno de 1794−1795, las fuerzas francesas dirigidas por el general Charles Pichegru invadieron
los Países Bajos austriacos, ocuparon las Provincias Unidas instituyendo la República Bátava y vencieron a
las tropas aliadas del Rin. Esta sucesión de derrotas provocó la desintegración de la coalición antifrancesa.
Prusia y varios estados alemanes firmaron la paz con el gobierno francés en el Tratado de Basilea el 5 de abril
de 1795; España también se retiró de la guerra el 22 de julio, con lo que las únicas naciones que seguían en
lucha con Francia eran Gran Bretaña, Cerdeña y Austria. Sin embargo, no se produjo ningún cambio en los
frentes bélicos durante casi un año. La siguiente fase de este conflicto se inició con las Guerras Napoleónicas.
Se restableció la paz en las fronteras, y un ejército invasor formado por émigrés fue derrotado en Bretaña en el
mes de julio. La Convención Nacional finalizó la redacción de una nueva Constitución, que se aprobó
oficialmente el 22 de agosto de 1795. La nueva legislación confería el poder ejecutivo a un Directorio,
formado por cinco miembros llamados directores. El poder legislativo sería ejercido por una asamblea
bicameral, compuesta por el Consejo de Ancianos (250 miembros) y el Consejo de los Quinientos. El
mandato de un director y de un tercio de la asamblea se renovaría anualmente a partir de mayo de 1797, y el
derecho al sufragio quedaba limitado a los contribuyentes que pudieran acreditar un año de residencia en su
distrito electoral. La nueva Constitución incluía otras disposiciones que demostraban el distanciamiento de la
democracia defendida por los jacobinos. Este régimen no consiguió establecer un medio para impedir que el
órgano ejecutivo entorpeciera el gobierno del ejecutivo y viceversa, lo que provocó constantes luchas por el
poder entre los miembros del gobierno, sucesivos golpes de Estado y fue la causa de la ineficacia en la
dirección de los asuntos del país. Sin embargo, la Convención Nacional, que seguía siendo anticlerical y
antimonárquica a pesar de su oposición a los jacobinos, tomó precauciones para evitar la restauración de la
monarquía. Promulgó un decreto especial que establecía que los primeros directores y dos tercios del cuerpo
legislativo habían de ser elegidos entre los miembros de la Convención. Los monárquicos parisinos
reaccionaron violentamente contra este decreto y organizaron una insurrección el 5 de octubre de 1795. Este
levantamiento fue reprimido con rapidez por las tropas mandadas por el general Napoleón Bonaparte, jefe
militar de los ejércitos revolucionarios de escaso renombre, que más tarde sería emperador de Francia con el
nombre de Napoleón I Bonaparte. El régimen de la Convención concluyó el 26 de octubre y el nuevo
gobierno formado de acuerdo con la Constitución entró en funciones el 2 de noviembre.
Desde sus primeros momentos, el Directorio tropezó con diversas dificultades, a pesar de la gran labor que
realizaron políticos como Charles Maurice de Talleyrand−Perigord y Joseph Fouché. Muchos de estos
problemas surgieron a causa de los defectos estructurales inherentes al aparato de gobierno; otros, por la
confusión económica y política generada por el triunfo del conservadurismo. El Directorio heredó una grave
crisis financiera, que se vio agravada por la depreciación de los asignados (casi en un 99% de su valor).
Aunque la mayoría de los líderes jacobinos habían fallecido, se encontraban en el extranjero u ocultos, su
espíritu pervivía aún entre las clases bajas. En los círculos de la alta sociedad, muchos de sus miembros hacían
campaña abiertamente en favor de la restauración monárquica. Las agrupaciones políticas burguesas,
decididas a conservar su situación de predominio en Francia, por la que tanto habían luchado, no tardaron en
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apreciar las ventajas que representaba reconducir la energía desatada por la población durante la Revolución
hacia fines militares. Existían aún asuntos pendientes que resolver con el Sacro Imperio Romano. Además, el
absolutismo, que por naturaleza representaba una amenaza para la Revolución, continuaba dominando la
mayor parte de Europa.
El ascenso de Napoleón al poder
No habían pasado aún cinco meses desde que el Directorio asumiera el poder, cuando comenzó la primera
fase (de marzo de 1796 a octubre de 1797) de las Guerras Napoleónicas. Los tres golpes de Estado que se
produjeron durante este periodo el 4 de septiembre de 1797 (18 de fructidor), el 11 de mayo de 1798 (22 de
floreal) y el 18 de junio de 1799 (30 de pradial), reflejaban simplemente el reagrupamiento de las facciones
políticas burguesas. Las derrotas militares sufridas por los ejércitos franceses en el verano de 1799, las
dificultades económicas y los desórdenes sociales pusieron en peligro la supremacía política burguesa en
Francia. Los ataques de la izquierda culminaron en una conspiración iniciada por el reformista agrario radical
François Nöel Babeuf, que defendía una distribución equitativa de las tierras y los ingresos. Esta insurrección,
que recibió el nombre de 'Conspiración de los Iguales', no llegó a producirse debido a que Babeuf fue
traicionado por uno de sus compañeros y ejecutado el 28 de mayo de 1797 (8 de pradial). Luciano Bonaparte,
presidente del Consejo de los Quinientos; Fouché, ministro de Policía; Sieyès, miembro del Directorio y
Talleyrand−Perigord consideraban que esta crisis sólo podría superarse mediante una acción drástica. El golpe
de Estado que tuvo lugar el 9 y 10 de noviembre (18 y 19 de brumario) derrocó al Directorio. El general
Napoleón Bonaparte, en aquellos momentos héroe de las últimas campañas, fue la figura central del golpe y
de los acontecimientos que se produjeron posteriormente y que desembocaron en la Constitución del 24 de
diciembre de 1799 que estableció el Consulado. Bonaparte, investido con poderes dictatoriales, utilizó el
entusiasmo y el idealismo revolucionario de Francia para satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, la
involución parcial de la transformación del país se vio compensada por el hecho de que la Revolución se
extendió a casi todos los rincones de Europa durante el periodo de las conquistas napoleónicas.
Las transformaciones producidas por la Revolución
Una consecuencia directa de la Revolución fue la abolición de la monarquía absoluta en Francia. Asimismo,
este proceso puso fin a los privilegios de la aristocracia y el clero. La servidumbre, los derechos feudales y los
diezmos fueron eliminados; las propiedades se disgregaron y se introdujo el principio de distribución
equitativa en el pago de impuestos. Gracias a la redistribución de la riqueza y de la propiedad de la tierra,
Francia pasó a ser el país europeo con mayor proporción de pequeños propietarios independientes. Otras de
las transformaciones sociales y económicas iniciadas durante este periodo fueron la supresión de la pena de
prisión por deudas, la introducción del sistema métrico y la abolición del carácter prevaleciente de la
primogenitura en la herencia de la propiedad territorial.
Napoleón instituyó durante el Consulado una serie de reformas que ya habían comenzado a aplicarse en el
periodo revolucionario. Fundó el Banco de Francia, que en la actualidad continúa desempeñando
prácticamente la misma función: banco nacional casi independiente y representante del Estado francés en lo
referente a la política monetaria, empréstitos y depósitos de fondos públicos. La implantación del sistema
educativo secular y muy centralizado, que se halla en vigor en Francia en estos momentos, comenzó durante
el Reinado del Terror y concluyó durante el gobierno de Napoleón; la Universidad de Francia y el Institut de
France fueron creados también en este periodo. Todos los ciudadanos, independientemente de su origen o
fortuna, podían acceder a un puesto en la enseñanza, cuya consecución dependía de exámenes de concurso. La
reforma y codificación de las diversas legislaciones provinciales y locales, que quedó plasmada en el Código
Napoleónico, ponía de manifiesto muchos de los principios y cambios propugnados por la Revolución: la
igualdad ante la ley, el derecho de habeas corpus y disposiciones para la celebración de juicios justos. El
procedimiento judicial establecía la existencia de un tribunal de jueces y un jurado en las causas penales, se
respetaba la presunción de inocencia del acusado y éste recibía asistencia letrada.
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La Revolución también desempeñó un importante papel en el campo de la religión. Los principios de la
libertad de culto y la libertad de expresión tal y como fueron enunciados en la Declaración de Derechos del
hombre y del ciudadano, pese a no aplicarse en todo momento en el periodo revolucionario, condujeron a la
concesión de la libertad de conciencia y de derechos civiles para los protestantes y los judíos. La Revolución
inició el camino hacia la separación de la Iglesia y el Estado.
Los ideales revolucionarios pasaron a integrar la plataforma de las reformas liberales de Francia y Europa en
el siglo XIX, así como sirvieron de motor ideológico a las naciones latinoamericanas independizadas en ese
mismo siglo, y continúan siendo hoy las claves de la democracia. No obstante, los historiadores revisionistas
atribuyen a la Revolución unos resultados menos encomiables, tales como la aparición del Estado centralizado
(en ocasiones totalitario) y los conflictos violentos que desencadenó.
Pedagogía de la revolución francesa:
La revolución francesa intentó reformar el estado y la sociedad del S−XVIII. Esto supuso no solo para
Francia, sino también para el resto de Europa, el acontecimiento capital de fines del S−XVIII.
En el estúdio de su obra pedagogica se ha podido decir: No solo se estudia el vacio, no se analiza la nada........,
porque en cierto sentido puede decirse que tiene en su haber mucha más destrucción que producción positiva.
A los hombres de la revolución les preocupó muy seriamente la cuestión educativa. Les interesó educar al
pueblo porque deseaban fundar un nuevo orden político, y este solo adquiere fuerza y consistencia cuando se
sustenta sobre un basamento educado de ideas y hábitos. Esto lo expresa Montesquiev en el libro IV del
Espíritu de las leyes:Las leyes de la educación deben de ser relativas a las leyes de gobierno. Es por esto, que
en la constitución presentada a la asamblea el 5 de Agosto de 1791, a continuación de la Declaración de los
Derechos del hombre y del ciudadano, iba este artículo:
Será creada una instrucción pública común a todos los ciudadanos, gratuita en aquellas materias de enseñanza
indispensables para todos los hombres, y cuyos establecimientos serán distribuidos gradualmente, en una
relación combinada con la división del reino.
Tras destruir todo lo anterior en temas educativos, lo que los revolucionarios nos ofrecen es:
Por una parte , una labor teótrica de política pedagógica , con diversos esbozos de nueva legislación y
organización de la instrucción nacional. De otro, la creación de algunos establecimientos, pocos, de vida
efímera , para abocar, finalmente en un centralismo estatal, consagrado con la organización corporativa de la
instrucción pública, llevado a cabo por el autoritarismo napoleónico.
Labor destructora de la Revolución
La iglesia se ocupaba de la labor pedagogica en numerosas zonas de francia. Se sentía responsable de su
misión educadora de la sociedad, ejercida durante siglos de manera notable. Pero la expulsión de la Compañía
de Jesús decretada por el monarca en 1762 había dejado en la enseñanza un hueco difícil de llenar, sobre todo
en el campo de la enseñanza media y universitaria. La educación del pueblo era atendida por los Hermanos de
las escuelas Cristianas , que en las vísperas de la revolución (1778) enseñaban gratuitamente a 30.990 niños
franceses. Esto les habia granjeado a lo largo del siglo, severas críticas de los mismos ilustrados, en sus
tenores de todo lo que supusiese elevación de las clases humildes.
La charlotais decía de ellos: Enseñan a leer y a escribir a gentes que no deberían aprender más que a dibujar y
a manejar el cepillo.
El bien de la sociedad pide que los conocimientos del pueblo no se extiendan más lejos que sus ocupaciones.
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La furia de la revolución no supo comprender ni respetar estos esfuerzos positivos.
Según Duruy:Fue un triste espectáculo esta agonía de las instituciones muchas veces seculares y , sin
embargo, aun llenas de vida, la extinción gradual de todos esos hogares de instrucción donde se habia
formado durante años el genio mismo de Francia. Había allí inmensos recursos, un fondo de riqueza
inapreciable...la revolución... no supo o no quiso conservar nada del pasado. En este punto , como en lo
demás, pretendió hacer tabla rusa, improvisar escuelas, maestros, métodos, como improbisaba los ejércitos.
Esta destrucción no se puede achacar al vandalismo callejero, que no se hubiera dado de no haber sido fría e
imprudentemente preparado por la labor de los políticos. Por el decreto llamado abolición de privilegios se
secó la fuente que procuraba el mantenimiento de los centros de enseñanza existentes, y por el que regulaba la
constitución civil del Clero, se disolvieron las abnegadas corporaciones de enseñantes, capaces de entregarse
de por vida a la formacion de la juventud.
Diderot:
Fue el director de la enciclopédia, se preocupó también de cuestiones pedagógicas.
Apetición de Catalina segunda de persia, redacta hacia 1775 un programa de reforma escolar bajo el título
Plan de una Universidad Rusa que quedó sin realización. Tras exaltar los beneficios de la instrucción para la
perfección de los hombres la instrucción endulza los caracteres, ilumina sobre los propios deberes... pasa a
proponer una enseñanza de carácter universal, gratuita e impartida por el estado: Desde el primer ministro
hasta el último campesino, es bueno que todos sepan leer, escribir y contar. Poniendo por ejemplo a Alemania,
socilita la apertura de escuelas De lectura, escritura, aritmética y religión para todos los niños. Y que se
enseñe, además el catecismo religioso, un catecismo moral y otro político, para que el niño conozca desde la
escuela sus deberes en otros campos.
Entre las reformas propuestas por Diderot en su Plan son las de destacar: Su preferencia por las ciencias. De
las ocho clases que debe comprender l a Facultad de Artes, las cinco primeras se dedicaran a estudios
científicos, y sólo en las tres últimas, aparecen la gramática y las lenguas clásicas. Las matemáticas adquieren
un puesto de privilegio, porq las considera las ciencias más útiles para la vida.
A lo que responde Compayré: Además de que el criterio de utilidad, como principio pedagógico es
insuficiente, resulta dudoso, aun desde el punto de vista utilitario , la preeminencia que Diderot concede a las
matemáticas.
Condillac:
Condillac fue el preceptor del Delfín Fernando de Borbón, sobrino de luis XV, redactó para su alumno un
Curso de Estudios. La pedagogía no es para el otra cosa sino una deducción de la psicología, cuyo estudio
propone, no sólo al profesor , sino también al alumno. Este debe meditar sobre la naturaleza de las ideas, las
operaciones del alma, los hábitos, la distinción entre el alma y el cuerpo, el Conocimiento de Dios.
Su teoría sensista del conocimiento da lugar a una pedagogía de la intuición sensible.
Hay que partir de los hechos, de las obserbaciones particulares, en la enseñanza de las ciencias, para elevarse
después, poco a poco, de obserbación en obserbación, a las ideas más generales:El método que yo he seguido
para la instrucción de un príncipe parecerá nuevo , aunque en el fondo sea tan antiguo como los primeros
conocimientos humanos.
Es verdad que difiere del modo actual de enseñar, pero es el modo de conducirse los hombres a las artes y en
las ciencias.
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