Planetas Exteriores Mercurio, Venus, la Tierra y Marte constituyen los llamados planetas interiores del Sistema Solar, ya que sus órbitas se encuentran entre el Sol y la franja de asteroides que los separa de los denominados planetas exteriores: Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Las temperaturas, duración del año y del día, forma de la órbita, relieve y composición de la atmósfera de los planetas interiores varían notablemente de uno a otro. Sin embargo todos tienen como característica en común la presencia de una superficie sólida a la que comúnmente se la denomina suelo. Cuando se mira el cielo en una noche despejada, apenas puede apreciarse una pequeña porción del universo. Pequeña, sí, pero no por ello menos importante que el resto. Después de todo, algunos de esos puntos brillantes son nuestros vecinos cercanos en el espacio. Si ponemos atención a ellos y dedicamos algún tiempo a su observación, veremos que algunos de dichos puntos mantienen su posición en el cielo, mientras que otros se desplazan de acuerdo con la época del año. Esta diferencia permitió a los antiguos distinguir entre dos clases de cuerpos celestes: las estrellas, que parecen estar fijas la mayor parte del tiempo, y los planetas –planeta significa "errante" en griego–, que recorren el cielo según transcurren las estaciones. Algunos de los planetas poseen, además, su escolta personal: los satélites o lunas. Los planetas de nuestro Sistema Solar son, en orden de aparición desde el Sol, Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Entre Marte y Júpiter se halla el cinturón de asteroides que divide a los planetas entre interiores –los cuatro primeros– y exteriores –el resto–. Durante siglos se creyó que tanto el Sol como los planetas giraban alrededor de la Tierra y que las estrellas se hallaban adheridas a una especie de esfera oscura exterior a éstos. Esta idea prevaleció hasta el siglo XVI cuando se publicó la teoría del astrónomo polaco Nicolás Copérnico –1473 a 1543–, quien afirmaba que la Tierra y los planetas describían círculos perfectos alrededor del Sol. El físico y astrónomo italiano Galileo Galilei –1564 a1642– fue uno de los principales impulsores de esta teoría, basándose en sus observaciones de las lunas de Júpiter. Esta posición le valió ser arrestado por la Inquisición y confinado por el resto de su vida. Los cálculos del astrólogo –sí, astrólogo– alemán Johannes Kepler –1571 a 1630– demostraron que las órbitas eran en realidad elipses. Posteriormente, la ley de gravitación universal formulada por el matemático y físico británico Isaac Newton –1642 a 1727– dio una explicación coherente para las órbitas elípticas de todos los planetas conocidos hasta entonces, con excepción de la de Mercurio. Hermano Sol Con un tamaño de 1.390.000 kilómetros –equivalente a 109 diámetros terrestres–, el Sol es el objeto más notable del Sistema Solar. Su masa representa cerca del 98 por ciento de la masa total del mismo. Ahora sabemos que el Sol es una estrella y, por cierto, no de las más grandes ni de las más brillantes. La capa visible exterior del Sol se llama fotosfera y se halla a una temperatura de 6000 grados centígrados. Esta capa tiene una apariencia moteada debido a las erupciones y turbulencia en su superficie. La superficie solar tiene un período de rotación de aproximadamente 25 días en el ecuador y 36 días en los polos. Las capas más internas parecen tener un período común de rotación de 27 días. Debajo de la fotosfera se halla la cromosfera. La energía proveniente del centro del Sol atraviesa esta zona en su camino al exterior. Aquí se producen fenómenos tales como las fáculas y las llamaradas solares. Las fáculas son nubes luminosas de hidrógeno caliente que se forman sobre las regiones donde están por aparecer las manchas solares. Las llamaradas son filamentos brillantes de gas caliente que emergen de las regiones con manchas. Las manchas son depresiones oscuras de la fotosfera con una temperatura media de 4000 grados centígrados. Al conjunto de partículas eyectadas desde el Sol se lo denomina en forma genérica viento solar. La energía solar se crea en la parte más interior o núcleo del Sol. Allí las temperaturas –15 millones de grados centígrados– y las presiones –340 mil millones de atmósferas– son tan intensas que dan lugar a reacciones nucleares. La más importante es la fusión del hidrógeno, donde cuatro núcleos de este elemento –protones– se unen para dar lugar a un núcleo de helio o partícula alfa. Como la masa de la partícula alfa es menor que la suma de las masas de los cuatro protones, la diferencia se transforma en energía, que asciende hacia las capas superficiales por un proceso llamado convección. Ya en la superficie, esta energía es liberada como calor y luz. La energía generada en el núcleo del Sol tarda un millón de años en llegar a la superficie. En contraste, cada segundo se transforman 700 millones de toneladas de hidrógeno en helio, mientras que al espacio se arroja el equivalente en energía –en forma de luz y calor– a 5 millones de toneladas de materia. El Sol parece haber estado activo por casi 5000 millones de años y parece tener cuerda –hidrógeno– para rato, otros 5000 millones de años. Cuando llegue al final de su vida, comenzará a fusionar el helio en elementos más pesados y empezará a crecer, tanto que devorará a la Tierra. Luego de mil millones de años como gigante roja, colapsará repentinamente en una enana blanca, el producto final de estrellas como la nuestra. Mientras que el Sol consume hidrógeno, nosotros intentamos seguir recabando información sobre él. Para ello, en 1995 se lanzó al espacio un telescopio orbital conocido como SOHO que hasta la fecha ha proporcionado valiosa información sobre el astro rey. Mercurio, el mensajero alado Mercurio, dios de los comerciantes, los viajeros y los ladrones, es la contraparte romana del dios griego Hermes, el mensajero de los dioses. Es de suponer, por lo tanto, que el nombre del planeta proviene de la velocidad con que se mueve a través del cielo. Este ya era conocido por los sumerios –3000 a. C.–. Por su parte, los griegos, aún sabiendo que se trataba del mismo cuerpo, le habían dado dos nombres: Apolo al amanecer y Hermes al atardecer. Puede ser observado a simple vista, pero como casi siempre se halla muy cerca del Sol, su localización a la hora del crepúsculo es sumamente complicada. Mercurio ha sido visitado solamente por una nave espacial, el Mariner 10, que lo sobrevoló tres veces en 1974 y 1975. Sólo se ha podido fotografiar el 45 por ciento de su superficie y desgraciadamente, su cercanía al Sol impide que el telescopio Hubble pueda obtener imágenes sin dañarse. Mercurio es el planeta más cercano al Sol y el octavo en tamaño. Es de menores dimensiones que, incluso, algunas de las lunas de Saturno y Júpiter, pero tiene más masa. No posee satélites conocidos y si bien es tan denso como la Tierra, su superficie llena de cráteres e impactos es muy similar a la de la Luna. La órbita altamente excéntrica de Mercurio representó un dolor de cabeza para los astrónomos del siglo XIX, ya que, a diferencia de los otros planetas, parece no obedecer las leyes de la mecánica newtoniana. La respuesta correcta vino de la mano de Albert Einstein y su teoría general de la relatividad, la que a su vez fue rápidamente aceptada gracias a la explicación de la órbita de Mercurio. El "día" de Mercurio es algo extraño. Tres de dichos días duran dos años mercurianos. Este hecho y la alta excentricidad de la órbita producirían efectos sorprendentes en un observador parado en su superficie: en ciertos sitios podría verse salir el Sol e incrementar su tamaño camino al cenit –en el cual el Sol alcanza una altura máxima sobre el horizonte– , pero llegado a dicho punto éste comenzaría a achicarse y a desandar el camino recorrido para ponerse por el mismo lugar donde salió. Mientras tanto, el observador vería moverse a las estrellas tres veces más rápido. Dicho observador debe ir preparado para soportar fríos extremos –183 grados bajo cero– y calores impresionantes –420 grados centígrados–. Sin embargo, podrá encontrar agua congelada cerca de los cráteres del polo norte del planeta. Eso sí, para orientarse no podrá contar con una brújula porque el campo magnético de Mercurio es prácticamente inexistente (el campo magnético que poseen ciertos planetas hace que éstos se comporten como gigantescos imanes) . Además, la atmósfera de este planeta es sumamente tenue y constantemente barrida y renovada por las partículas del viento solar. Venus, el lucero de la tarde Visible a simple vista desde la Tierra, el segundo planeta del Sistema Solar es llamado "el lucero del atardecer". Es el más brillante de los planetas conocidos por los antiguos. Al igual que con Mercurio, el pueblo griego solía llamarlo Eosphorus al amanecer y Hesperus al atardecer, pero los astrónomos sabían que se trataba del mismo cuerpo. El hecho de que su órbita fuera casi circular fue lo que persuadió a Galileo a apoyar la teoría heliocéntrica de Copérnico. Su espesa capa de nubes hizo imposible por siglos que el conocimiento de su superficie fuera más allá que la imaginación de los escritores de ciencia-ficción. A partir del paso del Mariner 2 en 1962 las sucesivas visitas de sondas espaciales tales como el Pioneer Venus apenas rozaron el velo de nubes. La sonda soviética Venera 7, que fue el primer artefacto en descender sobre otro planeta descubrió la decepcionante realidad: en lugar de junglas y pantanos había un desierto rodeado por una atmósfera ardiente y corrosiva. Las primeras fotografías de la superficie de Venus provienen de la sonda Venera 9. Más recientemente, en 1992, la sonda Magallanes, provista de radares especialmente diseñados, produjo los primeros mapas detallados de la superficie venusina. El planeta Venus es, en muchos aspectos, similar a la Tierra: su masa es cerca del 80% y su diámetro es el 95% de la terrestre. Ambos planetas tienen densidades y composiciones químicas parecidas. Su superficie comparte con la terrestre la característica de ser joven y con pocos cráteres. Estas similitudes convierten a Venus en una especie de siniestra profecía de lo que puede ocurrir con nuestra Tierra si se acentúa el llamado "efecto invernadero". El dióxido de carbono, principal componente de la atmósfera venusina, retiene el calor del Sol, elevando la temperatura hasta 473 grados centígrados, más caliente que Mercurio a pesar de hallarse dos veces más lejos del Sol y suficiente como para derretir plomo. En la superficie el aire se halla bastante quieto: los vientos son de unos pocos kilómetros por hora, en contraste con esto, en lo alto de la capa de nubes los vientos llegan a los 350 kilómetros por hora. Las mencionadas capas de nubes se componen esencialmente de ácido sulfúrico que oscurecen totalmente el cielo. Como si esto fuera poco, la presión sobre la superficie de Venus es igual a 90 veces la de la superficie terrestre, la misma que se puede experimentar a 1000 metros por debajo del mar. Las grandes alturas de Venus corresponden a volcanes apagados. Parece haber unos pocos en actividad, pero, en general puede decirse que Venus se halla geológicamente tranquilo. Sin embargo, las planicies de lava y la cantidad de azufre de la atmósfera parecen indicar que hace algunos siglos hubo vulcanismo activo en toda la extensión del planeta. Gran parte de la superficie de Venus consiste en suaves planicies con escaso relieve, aunque hay algunas depresiones importantes y dos cadenas montañosas con picos bastante más altos que los que acostumbramos ver en nuestro planeta. Venus no posee campo magnético ni satélites. Su día dura 243 días terrestres, un poco más que lo que dura el año venusino. Esto último hace que Venus siempre muestre la misma cara a la Tierra cuando ambos se hallan en su punto más cercano. Madre Tierra A pesar de estar viviendo en ella la conocemos bastante poco. La exploración espacial, cuyo propósito en parte es encontrar cuerpos similares a nuestro planeta, nos ha mostrado que en muchos aspectos la Tierra es sumamente atípica. De hecho, es el cuerpo más denso de todo el Sistema Solar. Otro sello distintivo de la Tierra es que el 71 % de su superficie está cubierta por agua líquida, la cual, además de dar el soporte a la vida tal como la conocemos, mantiene la temperatura del planeta relativamente estable. La atmósfera terrestre se compone de nitrógeno –78%–, oxígeno–21%– y trazas de argón, dióxido de carbono y cantidades variables de agua. La pequeña proporción de dióxido de carbono de la atmósfera terrestre es responsable del llamado efecto invernadero, que sube la temperatura en la superficie en alrededor de 35 ° C –de unos incómodos –20 ° C a unos razonables 15 ° C–. De otra forma los océanos se congelarían y la vida sería imposible. A su vez, la vida misma es responsable por la existencia del oxígeno en la atmósfera. En relación con la edad del planeta, la superficie de la Tierra es joven: el movimiento de las masas continentales y de los fondos oceánicos, así como la erosión, han destruido y reconstruido la superficie original, borrando casi todo rastro de la historia previa tal como cráteres de impacto. La Tierra posee un único satélite natural: la Luna, cientos de satélites artificiales y un acompañante, el asteroide 3753 –1986 TO– cuya órbita está ligada de forma extraña a la de la Tierra. La Luna, además de inspirar a los poetas e iluminar el cielo nocturno, interactúa con la Tierra retrasando la rotación de ésta en aproximadamente 100 milisegundos por siglo. Investigaciones recientes del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA muestran que hace 900 millones de años había 481 días de 18 horas en un año. Es, además –y por ahora–, el único cuerpo celeste visitado por humanos en persona: el 21 de julio de 1969, el estadounidense Neil Armstrong fue el primero en pisar la superficie lunar. La Tierra tiene, a diferencia de Venus y Mercurio, un apreciable campo magnético. Este determina la existencia de polos magnéticos e interactúa con el viento solar, atrapando las partículas de éste y creando los llamados cinturones de partículas de Van Allen y dando lugar además a la ocurrencia de auroras, extraños fenómenos luminosos en las cercanías de las regiones polares. Marte, el que trae la guerra El color rojo de su superficie es notable casi a simple vista. Con ayuda del telescopio se distingue una serie de líneas cuyo aspecto sugirió la existencia de canales debidos a la actividad de seres inteligentes. Dicha característica lo convirtió en uno de los favoritos de los escritores de ciencia-ficción para una eventual colonia o para ser el hogar de cientos de invasores extraterrestres. Lamen-tablemente las sondas espaciales no encontraron ni los marcianos imaginados por los novelistas, ni los canales "vistos" por el astrónomo estadounidense Percival Lowell. La primera visita al planeta rojo la realizó la sonda espacial Mariner 4 en 1965, seguido por el Mars 2 y las dos Viking –1976–. Luego de más de veinte años, el 4 de julio de 1997, la sonda automática Mars Pathfinder tocó el suelo marciano y transmitió imágenes a la Tierra. Junto a sus dos satélites Deimos y Fobos, descubiertos por el astrónomo estadounidense Asaph Hall en 1877, Marte se desplaza en una órbita considerablemente elíptica. A causa de esto, la variación de temperaturas entre invierno y verano es del orden de 30 C. Así, mientras la temperatura promedio es de 55 grados centígrados bajo cero el rango de éstas va desde 133 grados centígrados bajo cero en los polos durante el invierno hasta casi 27 grados centígrados sobre cero en el lado diurno durante el verano. Debido a las grandes irregularidades de su superficie, esta es casi tan grande como la de la Tierra, a pesar de que Marte es más pequeño que nuestro planeta. La orografía marciana es de las más variadas e interesantes entre los planetas terrestres. De hecho, la montaña más alta del Sistema Solar, el Monte Olimpo, con alrededor de 24.000 metros de altura y una base de unos 500 kilómetros de diámetro, se encuentra en el planeta rojo. Otro accidente orográfico singular es el llamado Valles Marinaris, un sistema de cañones de unos 4.000 kilómetros de largo y entre 2 a 7 kilómetros de profundidad. Aparentemente, Marte fue como la Tierra en su temprana historia y, al igual que ésta casi todo el dióxido de carbono de la atmósfera se consumió en la formación de rocas de carbonatos. A diferencia de nuestro planeta, la ausencia de tectónica de placas movimiento de las masas rocosas que forman la corteza- impidió que el dióxido de carbono retornara a la atmósfera para mantener un efecto invernadero apreciable. Esto hace que la atmósfera marciana sea más fría de lo que podría ser la de la Tierra a la misma distancia del Sol. La atmósfera de Marte se compone principalmente de dióxido de carbono (95%) y cantidades menores de nitrógeno, argón, oxígeno y agua. La presión promedio en su superficie representa el 1% de la terrestre, pero varía mucho con la altura. Así, en el Valle Marinaris la presión es nueve veces mayor que la que hay en lo alto del Monte Olimpo. volver