SENTENCIA DEFINITIVA Nº: 95093 Expediente Nº 26.282/2003 SALA II (Juzg. Nº 16) AUTOS: "MURIEL, RODOLFO MARIO C/ PARMALAT ARGENTINA SA S/ DESPIDO" VISTO Y CONSIDERANDO: En la Ciudad de Buenos Aires, el 29 de junio de 2007, reunidos los integrantes de la Sala II a fin de considerar los recursos deducidos en autos y para dictar sentencia definitiva en estas actuaciones, practicado el sorteo pertinente, proceden a expedirse en el orden de votación y de acuerdo con los fundamentos que se exponen a continuación: Miguel Ángel Maza dijo: I. El Sr. Juez de primera instancia, mediante la sentencia de fs. 847/50, rechazó la demanda al considerar que el vínculo que uniera a las partes, y en cuyo marco el demandante realizó tareas como transportista, no tuvo naturaleza laboral. Contra tal decisión se alza el pretensor mediante el memorial de fs. 859/64, replicado por la demandada a fs. 886/89 y por la sindicatura concursal a fs. 880/81. USO OFICIAL El sentenciante, Dr. Alberto González, afirmó en su decisión que el Plenario Nº 31 de la CNAT, dictado in re "Mancarella c/ B. Arizu SA", y el art. 23 LCT no se excluyen pero en los hechos terminó sosteniendo que las normas laborales no se aplican a los fleteros salvo que se pruebe que hubo un contrato de trabajo, con lo que dio preeminencia al plenario por encima de la ley 20.744 y de esa premisa concluyó en que correspondía al accionante demostrar la existencia de relación laboral. Luego de analizar la prueba producida, el Dr. González consideró que tal prueba no se había reunido y, por ende, desestimó las pretensiones que estaban basadas en la existencia de un contrato de trabajo. Contra estos aspectos de la sentencia de primera instancia se dirigen los embates vertidos por el actor en su recurso de apelación, argumentando que el art. 23 LCT hace presumir la existencia de un contrato de trabajo y que la prueba producida evidencia la incorporación del trabajador a la estructura de la demandada bajo pautas programadas jerárquicamente, con horarios y el uso de indumentaria identificatoria de la empresa. También señaló el recurrente que existió poder disciplinario y la realización de tareas conexas como el cobro a los clientes. II. Tanto desde el enfoque jurídico preliminar como luego de examinar la prueba colectada, puedo anticipar que, en mi opinión, le asiste plena razón a la parte actora. En primer lugar discrepo respetuosamente con la tesis del Sr. Juez de primera instancia acerca de la regla jurídica preeminentemente aplicable al subjúdice ya que, a mi juicio, la presunción que establece el art. 23 LCT no es desactivada por el ya citado fallo plenario, en la medida que esa norma legal ha sido muy posterior a éste y no pudo sino imponerse sobre su doctrina. Como corolario de esta tesis, era la demandada quien debía demostrar que las tareas de transportista encomendadas a Muriel fueron cumplidas en forma libre, independiente y autónoma, es decir sin sujeción a órdenes, instrucciones ni directivas. Como anticipé, la prueba que he examinado no ha logrado tal fin y, muy por el contrario, como luego puntualizaré, no ha hecho más que confirmar lo que la ley manda presumir, es decir que Muriel prestó sus tareas bajo subordinación de la empresa accionada. III. Antes de entrar en el análisis de dicha prueba, creo conveniente aclarar que, a mi humilde juicio, el art. 4 de la ley 24.653, invocado por la demandada y cuya inconstitucionalidad planteara la parte actora en su escrito inicial, no tendría los alcances que ambas partes le reconocen y que implicaría un efecto similar a la doctrina del Plenario “Mancarella”. En efecto, en su escrito inicial el reclamante afirma que dicho precepto legal establece que la relación mantenida por un transportista individual que opera por cuenta y orden de una empresa cuyo objeto exclusivo no es el transporte no es de orden laboral. El citado art. 4°, dedicado a las “Definiciones” dispone que a los fines de esa ley se entiende por… d) Transportista: la persona física o jurídica que organizada legalmente ejerce como actividad exclusiva o principal la prestación de servicios de autotransporte de carga; e) Empresa de transporte: la que organizada según el artículo 8°, presta servicio de transporte en forma habitual; f) Transportista individual: al propietario o copropietario de una unidad de carga que opera independientemente por cuenta propia o de otro con o sin carácter de exclusividad; h) Fletero: transportista que presta el servicio por cuenta de otro que actúa como principal, en cuyo caso no existe relación laboral ni dependencia con el contratante. En lo que aquí interesa, cabe prestar atención a los incisos d), f) y h). Lo primero que cabe destacar es que el inciso d) no se expide sobre la naturaleza jurídica de la modalidad de prestación de los servicios que preste el “transportista”, de modo que ello será una cuestión a decidir por los jueces en cada caso según los elementos fácticos y jurídicos de cada supuesto. El inc. e) ninguna relevancia jurídica posee puesto que solo describe a uno de los sujetos de la actividad, condicionándolo a que cumpla los requisitos formales previstos en el art. 8 (estar inscriptos en la matrícula de comerciante y en los organismos previsionales e impositivos correspondientes y tener domicilio real en territorio de la República). El inc. f) describe al “transportista individual” pero condicionado a la exigencia de que opere independientemente, sin que disponga regla alguna sobre el régimen de prueba de esa independencia o acerca de su ausencia. Consecuentemente, interpreto que este punto del art. 4 solo expresa que pueden existir transportistas constituidos como empresarios individuales del transporte, pero en la medida que presten sus actividades de modo independiente, lo que resulta concordante con la excepción contemplada en el art. 23 “in fine” LCT. También entiendo que esta norma no excluye la existencia de trabajadores dependientes que realizan estas tareas. Finalmente, el inc. h) denomina fletero a quien presta el servicio por cuenta de otro que actúa como principal, y prevé que en ese caso no habrá relación laboral con “el contratante”. Reconozco que la frase es intrincada pero creo que de ninguna manera se puede concluir de tal construcción lingüística que el fletero nunca es dependiente. Por el contrario, pienso que esa compleja o mal construida frase significa que: a) el fletero que presta tareas para un principal (es decir una empresa de transportes) no es dependiente del empresario que contrata los servicios de dicha empresa de transportes (es decir del “contratante”); y b) que en tal caso el fletero es dependiente de la empresa de transportes. IV. Hecha esta aclaración que despeja las interferencias que el citado Ple- nario “Mancarella” y el art. 4 de la ley 24.653 podrían tener en la solución del caso, dejo sentado que la determinación de la naturaleza jurídica de la relación existente entre las partes de este pleito debe ser examinada y resuelta por los jueces, como corresponde a la división republicana de poderes establecida por nuestra Constitución Nacional y según también lo exige el principio de primacía de la realidad en materia de asuntos laborales, todo de acuerdo a las constancias del caso, siendo operativa la presunción del art. 23 LCT como instrumento legal. Como lo anuncié, la prueba producida en autos no ha desvirtuado tal presunción sino que por el contrario me ha dejado convencido de que Muriel se incorporó en forma estable a la organización empresarial de Parmalat Argentina SA, hoy Compañía Láctea del Sur SA, en cuyo seno prestó servicios en forma diaria bajo su régimen jerárquico. En primer lugar voy a resaltar que la empresa adujo en su contestación de la demanda que el actor es un pequeño empresario unipersonal con sus propios dependientes y esta aseveración no se ve abonada por la prueba. Ningún elemento de juicio corrobora que Muriel hubiese tenido personal a sus órdenes. Solo el testigo Sterba (fs. 364/66) hizo una alusión al respecto cuando indicó que el demandante podía hacer él la distribución o darle el camión a otra persona pero no afirmó que esto hubiese ocurrido alguna vez, con lo que esta solitaria apreciación de Sterba no pasa de una especulación carente de poder probatorio. Tampoco hay pruebas de que el demandante contase con otro elemento que no fuera el camión de su propiedad, calificable como una herramienta de trabajo cuando se incorpora al servicio de una estructura organizativa total o parcialmente ajena. De la prueba pericial contable surge que la gran mayoría de las facturas libradas por el accionante fueron emitidas a favor de la accionada y solo una porción me- nor a favor de terceros. En efecto, loa anexos I y II al informe de fs. 317/21 evidencian que, por ejemplo, entre octubre 94 y abril 99, de 127 facturas correspondieron 94 a la demandada, solo 19 a terceros, mientras que 6 fueron anuladas y 8 carecen de indicación del beneficiario (ver aclaración de fs. 372). Este dato es razonable teniendo en cuenta que, según dieron cuenta los testigos, la relación diaria de Muriel con la demandada culminaba a medio día, de modo que bien podía ocurrir que hiciera algún ocasional flete para terceros aprovechando la utilidad del camión. Pero ese dato cuantitativo es relevante en tanto descarta la tesis de la accionada de que el actor fuese un empresario que ofertase sus servicios y fuese operando para uno u otro cliente según su libre conveniencia diaria. Por el contrario, la prueba testimonial que seguidamente reseñaré, evidencia que Muriel se incorporó en forma estable a la organización de la demandada como un medio más de los previstos en el art. 5 de la LCT, durante varias horas al día, y dentro de una extensa franja horaria determinada por las necesidades organizativas de la demandada, estando durante tal inserción horaria jerárquicamente incorporado a la estructura de la empresa y sin poder disponer de su tiempo con libertad. Bernachea (fs. 226/27) contó que el actor concurría al depósito de la demandada diariamente a las 03 horas para efectuar la carga; que luego salía a repartir dicha carga a los clientes de la empresa regresando aproximadamente a las 15hs. Por su parte, Cataldo (fs. 240/42) dijo que los distribuidores como el demandante “entraban” a las 03,30 o 04 hs., cargaban y salían a efectuar el reparto, para retornar más tarde a fin de entregar los envases vacíos, las mermas de mercaderías y las devoluciones. Martínez (fs. 351/54) relató que se cargan los camiones a la madrugada por turnos a partir de las 03 horas y que los lácteos se entregan entre las 06 y las 10 hs.; añadiendo que luego regresan a la planta para entregar la documentación y la mercadería en devolución. El ya mencionado Sterba indicó que la carga se efectúa entre las 03 y las 05 horas saliendo luego los camiones a entregar ya que los supermercados reciben de 06 a 10 hs. También dijo que regresaban antes del mediodía a entregar los remitos y devolver mercadería. Cabe decir que si bien el testimonio de Bernachea fue impugnado a fs. 239 por tener juicio pendiente, sus dichos lucen objetivos y veraces, así como resultan totalmente coincidentes con los dichos de los demás testigos que no fueron impugnados. Consecuentemente y dado que la mera circunstancia de que un deponente esté comprendido en las generales de la ley no le quita, por si, valor probatorio a sus dichos, considero que la impugnación de marras es irrelevante (art. 386 CPCCN). De lo expuesto surge visible que Muriel no era contratado en forma aislada cuando la demandada tenía una necesidad de transporte, sino que todos los días parti- cipaba de un método de organización previsto y puesto en funcionamiento por la demandada consistente en que los transportistas se presentaran a partir de las 03 horas a cargar la mercadería a repartir, para luego salir a distribuirla entre los clientes de la accionada, cumpliendo pautas establecidas por ésta, tales como respetar los horarios requeridos por los clientes de la demandada para la recepción de los lácteos. También surge que luego debían regresar a la planta a devolver envases, mercaderías sobrantes o devoluciones, todo lo cual evidencia que diariamente el demandante enajenaba una extensa porción de tiempo entre las 03 hs. aproximadamente y hasta alrededor del medio día a favor de ese proceso organizado por la demandada. Pero, por añadidura, la testimonial evidencia que era la sección expedición de la planta quien citaba a los transportistas, para ordenar la carga, dándoles turnos el día anterior, tal como lo contó el testigo Martínez. Si bien este deponente aclaró que si el transportista llegaba tarde no había problemas y solo debía esperar, señalo el punto pues revela el grado de participación de la empresa en la organización del sistema de cargas y la pasividad instrumental del rol del camionero. Pero a esa sujeción horaria hay que añadir que la prueba permite corroborar que Muriel no se limitó a las tareas propias y específicas de un mero transportistas ya que los testigos Bernachea, Varela (228/29) y Cataldo dijeron que también efectuaba cobranzas, afirmaciones avaladas por Martínez y Sterba, quienes puntualizaron que Muriel cobraba a clientes minoristas. Galli (fs. 355), cliente de la demandada, afirmó por su parte que él le pagaba a Muriel. La impugnación deducida a fs. 239 contra Varela merece las consideraciones ya vertidas respecto de Bernachea en tanto los dichos de aquel lucen objetivos y coinciden con lo aportado por el resto de los testimonios. Esta actividad implica que, más allá de las labores de transporte, medió además, cuanto menos un mandato para que Muriel cobrara por cuenta de la demandada, pero resulta una evidencia más de la inserción instrumental de esta persona física en un proceso productivo ajeno al que se subordinó, resignando autonomías. Por ende, aún cuando Martínez expresó que no había un horario fijo para los transportistas y que si se llegaba tarde al turno de carga notificado por la empresa al camionero no ocurría nada, y aunque Sterba haya puntualizado que el orden de visita de los clientes lo establece el fletero, me parece claro que el demandante entre la hora de carga, fijada por la propia demandada entre las 03 y las 05 horas. y el momento en que debía regresar a la planta a devolver la documentación, rendir cuenta de los valores cobrados a los minoristas, devolver envases y mercaderías sobrantes o devueltas, estaba absolutamente a disposición material y temporal de la empresa contratante, sin poder disponer de ese tiempo en su propio beneficio, por ejemplo para intercalar un transporte por cuenta propia. A mi modo de ver no es relevante que el itinerario para visitar el listado de clientes -brindado por la demandada- que Muriel debía cubrir para hacer las entregas y los cobros fuera confeccionado por él mismo, ya que esto constituye un dato menor en relación al “cómo se hace el trabajo”, siendo más trascendente y definitorio que las cargas debían hacerse en cierto horario predeterminado por la demandada mediante turnos que ésta asignaba; que las entregas de los productos lácteos debían efectuarse, por requerimiento de los clientes de la demandada que esta trasladaba como exigencia a los transportistas, entre las 06 y 10 horas; y que el actor no pudiera devolver la documentación y los envases al día siguiente sino que debía retornar a la planta en la misma jornada a tal fin así como para liquidar las sumas que hubiese cobrado por cuenta de la demandada. Y del testimonio de Sterba se desprende que el camionero no podía devolver los envases y las mercaderías cuando quisiera o, mejor dicho, cuando le conviniese, sino que debían hacerlo “antes del mediodía”. Y hay otra circunstancia fáctica adicional que refuerza la idea de que Muriel no se comportó en el tiempo enajenado a favor de Parmalat como un transportista autónomo que hacía transportes a su aire. Los testimonios rendidos por Bernachea, Varela y Cataldo evidencian que Muriel exhibía en su ropa blanca reglamentaria el logo de Parmalat así como también el vehículo portaba tal identificación de la empresa. Sterba también contó que esto era así, puntualizando que la empresa le vendía a los transportistas la ropa blanca reglamentaria con su logo empresarial. Cataldo, que dijo haber sido empleado del sector expedición, aclaró que hay una resolución del SENASA que exige al transportista de productos lácteos el uso de ropa reglamentaria, mas en modo alguno esa resolución exige el uso del logotipo de una empresa comercial. Consecuentemente, la identificación del camión, al menos durante el tiempo afectado a la distribución de los productos de la demandada, y de la ropa del demandante mientras efectuaba sus tareas coadyuvan a convencerme de que Muriel no estaba haciendo transportes por su cuenta sino como un medio personal organizado por la demandada, exhibido como tal junto a la herramienta de transporte. Por el contrario, si el transportista hiciese su trabajo de modo autónomo, la lógica comercial indica que su camión publicitaría su propia empresa de transportes -aún cuando pueda portar una indicación de que está al servicio de tal empresa- y si desea embanderar su ropa esa misma lógica prescribe que sería con las insignias de su propio giro empresarial y no con los logotipos de uno de sus clientes. Y no puedo soslayar que el recién citado testigo Cataldo precisó que él debía controlar que el transportista se presentara diariamente usando la ropa vendida por la empresa con el logo de esta y que la falta de cumplimiento de tal pauta se sancionaba con un día de ausencia. Esta afirmación no fue objeto de impugnación por la demandada y, lo que es más importante, no luce contradicha por ningún elemento de juicio de la causa, lo que me lleva a verificar que la accionada exigía el cumplimiento de esa regla de uso de uniforme y de publicidad empresarial de un modo poco compatible con una relación entre empresarios autónomos y típica de una relación jerárquica de empleo, sobre todo en la medida que no se invocó la celebración de un contrato adicional de publicidad. Pero, por añadidura, también advierto que la accionada procuraba el cumplimiento de esa pauta obligatoria mediante el ejercicio de un concreto poder disciplinario mediante una suerte de suspensión, posibilidad ajena a un contrato independiente de transporte y tipificante del contrato de trabajo dependiente. Por todo lo dicho, concluyo que el desempeño de Muriel para la demandada fue bajo dependencia, en el marco de un contrato de trabajo (conf. arts. 21/23 LCT). V. Sentada tal premisa, cabe ahora analizar la viabilidad de las pretensio- nes económicas deducidas por el accionante. a) A mi modo de ver, el contrato habido entre las partes, más allá de la naturaleza jurídica que tuvo según lo que vengo de propiciar, y del nombre que la demandada le hubiese dado, fue roto el 19-5-03 merced al cable rescisorio de fs. 50 -no desconocido a fs. 130 por la parte actora- que comunicó el fin de la relación entre las partes. Entiendo que el despido indirecto decidido con posterioridad (ver fs. 53) por el actor careció de virtualidad jurídica dado que el vínculo contractual quedó extinguido por aquella expresión de voluntad de la parte demandada. Como consecuencia de ello, y tratándose de un contrato de trabajo, según entiendo, la extinción decidida por la empresa careció de justa causa y hace acreedor al demandante a las indemnizaciones por despido injusto de los arts. 231/33 y 245 LCT, con el recargo de los arts. 2 ley 25.323 y 16 de la ley 25.561, prorrogado por el decreto 662/03. b) La parte actora planteó la inconstitucionalidad de un tope salarial de $1.200 que, según su juicio, reduciría confiscatoriamente la base salarial de la indemnización debida, sin mencionar el convenio colectivo presuntamente aplicable. La demandada defendió la constitucionalidad de los topes salariales en el régimen resarcitorio del despido citando la jurisprudencia que la anterior integración de la Corte Suprema había dictado antes que, en su nueva conformación, se sentara doctrina en el caso “Vizzoti, Carlos c/ AMSA SA”. No obstante haber desconocido la naturaleza laboral del vínculo, subsidiariamente, a fs. 126 vta. peticionó que, para la determinación de la indemnización prevista en el art. 245 de la L.C.T., se considere el tope previsto en el CCT 40/89 aplicable a los choferes de reparto. Según la Res. ST 131/2005 para el mes de julio de 2003 (fecha del distracto) el tope aplicable a la actividad ascendió a $ 1.595,49; en tanto que la mejor remuneración mensual normal y habitual del reclamante, conforme surge del informe de fs. 316, alcanzó la suma de $ 3.680. Dejo de lado la señalada por el perito contador puesto que, siendo la menor no guarda las características adicionales exigidas por la norma. En consecuencia, sobre la base de tales parámetros corresponde analizar el planteo de inconstitucionalidad formulado por la parte actora, a la luz de la doctrina sentada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en su actual integración. El Alto Tribunal en autos “Vizzoti Carlos Alberto c/ AMSA SA s/ despido”, V.967.XXXVIII de fecha 14.09.2004 sostuvo que no hay dudas en cuanto a la validez constitucional de un régimen tarifado de indemnizaciones por despido sin justa causa, esto es, un sistema que resigne la puntual estimación del daño en pos de determinados objetivos, entre otros, la celeridad, certeza y previsibilidad en la cuantía de aquéllas. Asimismo, afirmó que si el propósito del instituto es reparar, tampoco hay dudas con respecto a que la modalidad que se adopte, en todo caso, debe guardar una razonable vinculación y proporción con los elementos fácticos que el propio legislador eligió como significativos para calcular la prestación, señalando que no podría considerarse que la ley lograse su declarada finalidad reparadora si terminara desconociendo la concreta realidad a la que quiso atender, a causa de limitaciones en la evaluación de uno de los elementos de cálculo que, precisa e inequívocamente constituye uno de los dos indicadores de esa realidad: el salario realmente percibido por el trabajador despedido y no por otro u otros. En consecuencia, dadas las características del régimen en debate, no todo apartamiento por parte de éste de los aspectos de la realidad a los que remite, justificaría el reproche constitucional, por lo que cabe analizar su proyección en el presente caso. En tal oportunidad el Máximo Tribunal sostuvo que, si es válido como principio, que la indemnización por despido sin justa causa pueda ser regulada por la ley con carácter tarifado, sin admitir prueba de los daños en más o en menos, también lo será, que aquélla someta la evaluación de los elementos determinantes de la reparación a ciertos límites cuantitativos, por lo que para resolver la contienda, cabe considerar que conforme los lineamientos expuestos, no resulta razonable, justo ni equitativo, que la base salarial pueda verse reducida en más de un 33%, por imperio de su segundo y tercer párrafos. Permitir que el importe del salario devengado regularmente por el trabajador resulte disminuido en más de un tercio, a los fines de determinar la indemnización por despido sin justa causa, significaría por tanto consentir un instituto jurídico que termina incumpliendo con el deber inexcusable enunciado en el citado art. 14 bis de la Constitución Nacional, por lo que en el caso, corresponderá hacer lugar en forma parcial al planteo formulado por la parte actora y recalcular la indemnización por despido correspondiente sobre una base salarial equivalente al 67% del salario del demandante, lo que en el caso arroja un importe de $ 2.465,60, que por los períodos mensuales involucrados, arroja una indemnización por antigüedad de $ 22.190,40. c) Para determinar la indemnización sustitutiva del preaviso y la integra- ción del mes del distracto tomaré el promedio remuneratorio de los últimos seis meses, que ascendió a $2.996,67, por aplicación analógica de los criterios contenidos en los arts. 155 y 208 LCT. d) A mi modo de ver, procede la multa del art. 2 de la ley 25.323, pese a lo objetado por la accionada, puesto que el demandante tuvo que acudir a los tribunales para obtener el reconocimiento de sus derechos indemnizatorios y medió el emplazamiento previo oportuno. Amén de ello, no encuentro motivos para eximir siquiera parcialmente a la accionada de dicha sanción. e) La demandada ha planteado la inconstitucionalidad de los decretos 50/02, 883/02 y 662/03 en relación a la prórroga que el PEN dispuso de la suspensión de los despidos sin justa causa. A mi modo de ver, la regla del decreto 50/02 no tiene incidencia alguna sobre el caso de autos, regido por las normas vigentes a mayo 2003, por lo que considero que el cuestionamiento debe desestimarse por no causarle el citado decreto agravio alguno a la accionada. Lo mismo diré respecto del ataque contra el decreto 883/02 ya que éste no regía al momento del distracto. En cuanto al decreto 662/02, que regía al día de la extinción contractual, el cuestionamiento no tendrá favorable recepción en mi decisión ya que este acto del PEN no ha constituido un decreto legislativo autónomo sino el ejercicio de una facultad que el propio Poder Legislativo le atribuyó por ley. En efecto, el art. 1º de la ley 25.561 (B.O., suplemento extraordinario del 7-1-2002), tras declarar la emergencia pública en material social, económica, administrativa, financiera y cambiaria, delegó en el PEN las facultades comprendidas en esa misma ley hasta el 10-12-03 y el punto 2 de dicho artículo 1º señaló como objetivo a lograr “mejorar el nivel de empleo”. Por ende, a mi ver, cuando el PEN dictó el decreto 662/03 no hizo más que ejercer la autoridad que expresamente le delegó el Congreso de la Nación para hacer frente a la situación de emergencia social, y lo hizo sin crear una nueva norma material sino que se limitó a prorrogar la vigencia del recurso técnico legal que el Poder Legislativo había elegido para intentar conjurar o morigerar la faz social de la emergencia nacional. De ello se sigue que en rigor no era necesaria la invocación del excepcional inciso 3º del art. 99 Constitución Nacional y hubiera bastado basar la norma presidencial en la atribución que el ya aludido art. 1 de la ley 25.561 le diera al Presidente de la República. Y cabe aditar que si bien la aquí demandada no hizo un cuestionamiento formal de esa delegación legislativa, parece claro a mi modo de ver que este supuesto escapa a la prohibición contenida en el art. 76 de la Constitución Nacional ya que esta misma disposición fundamental excluye de la veda a las materias relativas a la emergencia pública y con plazo fijado (circunstancias cumplidas en la especie). Esta posición la ha perfilado en el plano doctrinal el Dr. Julio C. Simón en el lúcido análisis que efectuara en su “Sobre la emergencia, el despido y las facultades del PEN” (en Revista de Derecho Laboral 2002 Nº 2 Emergencia Económica, crisis empresaria y Derecho del Trabajo, págs. 71 y stes. y especialmente pág. 77). Por otra parte, no parecen albergarse dudas de que el art. 4 de la ley 25.972 ya venido a ratificar las prórrogas que el PEN decretó desde el vencimiento del plazo inicial contenido en el art. 16 de la ley 25.561, convalidando las normas dictadas por dicha autoridad. Consecuentemente, estimo que el decreto 662/03 no resulta contrario al régimen republicano de gobierno y no transgrede las reglas constitucionales. En cuanto a la base de cálculo de dicho recargo, debo memorar que, tal como lo sostuve al votar en la causa "Lezcano, Jorge Gustavo c/ Coto CICSA s/ despido” (Expte. Nº 6.571/05, S.D. Nº 94.710 del 26-12-06, del registro de esta Sala II), el dictado de la ley 25.972 me impulsó a repensar la cuestión atinente a los alcances de la base de cálculo a tener en cuenta para el referido recargo, ya que la expresión “indemnizaciones que le correspondiese”, empleada en el contexto del art. 16 relativo a los despidos sin justa causa, refiere bastante inequívocamente a la reparación atinente a la violación de la estabilidad en el empleo y solo mediante una generalización semántica impropia es factible englobar también otras indemnizaciones nacidas de la extinción pero que no constituyen “la indemnización por despido” propiamente dicha. En particular remarco, como lo dije en el citado precedente, que el legislador usó la expresión en singular, lo que abona la tesis de que refería sólo y exclusivamente al resarcimiento por despido injusto. Cuando el Congreso de la Nación dictó la ley 25.972, renovando la Emergencia y convalidando el recargo indemnizatorio, con toda claridad optó por restringir la base del recargo al resarcimiento del art. 245 LCT y con tal precisión despejó las dudas interpretativas que pudieran haber existido, comportamiento legislativo que permite reconstruir –en una suerte de interpretación auténtica- el verdadero sentido de la voluntad parlamentaria. Por eso, ahora estoy convencido de que en el 2002 el Congreso Nacional solo pretendió establecer el incremento de la indemnización por despido injusto y no de otros resarcimiento vinculados a ese acto jurídico. De ello se sigue que, entonces, el art. 4 del Decreto 264/02, so pretexto de reglamentar, modificó el espíritu y alcances de la norma legal, ejerciendo una función constitucionalmente vedada, siendo de destacar que, desde tal visión del tema, no se ha tratado de un mero exceso interpretativo sino, lisa y llanamente, de una vulneración del orden normativo del art. 31 de la Constitución Nacional, ya que el art. 4 del Decreto 264/02 del PEN legisló de un modo diverso al criterio del Congreso. Como es sabido, en nuestro sistema constitucional las normas reglamentarias que dicte el PEN no pueden alterar el espíritu de la leyes regladas (doc. art. 99 inc. 2, Constitución Nacional) y art. 31 de la Carta Constitucional establece una clara prelación normativa que impide a una norma de jerarquía inferior afectar lo establecido en la regla jurídica del nivel superior. Consecuentemente, la reglamentación creada por el poder administrativo contradice la letra y el espíritu de la ley, lo que la invalida (conf. arts. 28, 31 y 99 inc. 2 de la Constitución Nacional) y ante la gravedad que implica ese avasallamiento de uno de los pilares de la República –la división de poderes- opino que corresponde declarar de oficio la inconstitucionalidad pues en el caso resulta absoluta por afectar directa e inevitablemente el orden constitucional. Por ende, el recargo del decreto 662/03 recaerá exclusivamente sobre la indemnización del art. 245 LCT. g) Corresponderá condenar a la empresa a extender y entregar al accio- nante las certificaciones previstas en el art. 80 LCT, así como a abonarle la indemnización allí prevista toda vez que mediante la CD de fs. 56, emitida pasados treinta días de la extinción del contrato, aquel intimó fehacientemente su dación sin éxito. VI. Los reclamos fundados en la ley 24.013 no son procedentes, a mi mo- do de ver, toda vez que cuando se efectuaron los reclamos de registración (ver CD del 3-7-03 a fs. 51) el contrato ya estaba extinguido. Tampoco procederá el pedido de pago relativo al mes de julio 2003 ya que, según lo sostuve más arriba, el contrato se extinguió el 19-5-03. En cambio, considero que cabe admitir la pretensión por “integración”, refiriéndola al mes del distracto, es decir a mayo 2003. VII. En base a los datos salariales ya mentados, así como teniendo en cuen- ta las mejores retribuciones semestrales informadas por el perito contador a fs. 319vta. a los fines de calcular los aguinaldos, al reclamante le corresponden los siguientes conceptos: Integración mayo 2003 ($2.996,67 : 31 x 12 días) 1160,00 SAC 2001, 1ra. ($4.175 : 2) y 2da. cuota ($4.015 : 2) 4095,00 SAC 2002, 1ra ($3.780 : 2) y 2da. cuota ($5.270 : 2) 4525,00 SAC 2003, 1ra. cuota proporcional ($3.680 :12 x 5) 1533,33 Vacaciones 2003 proporcionales (1 día cada 20 laborados = 6 días) ($2.996,67 : 25 x 6) SAC sobre vacaciones no gozadas Preaviso no otorgado (2 x $2.996,67) SAC sobre preaviso no gozado 719,20 59,93 5993,34 499,44 Art. 245 LCT ($3.680 X 9) 22.190,40 Duplicación decreto 662/03 22.190,40 Recargo art. 2 ley 25.323 (50% calculado sobre arts. 231/33 y 245 LCT) 14.921,59 Indemnización art. 80 LCT ($3.680 X 3) 11040,00 TOTAL 88.927,63 Consecuentemente, propongo que se condene a la demandada a pagar al accionante, mediante depósito judicial en autos y dentro de los cinco días de quedar notificada la liquidación del art. 132 LO, la suma de $88.927,63, con los intereses previstos en el Acta Nº 2357 CNAT del 7-5-02, es decir la tasa activa fijada por el Banco de la Nación Argentina para el otorgamiento de préstamos, y según las pautas en dicho acuerdo (art. 622 C. Civil), contados desde que cada suma se hizo exigible. VIII. Frente a lo que vengo de proponer, correspondería también dejar sin efecto lo resuelto en la instancia anterior en materia de costas y honorarios y, a tal fin, propicio imponer las costas de ambas instancias a las demandadas Compañía Láctea del Sur SA, que resulta vencida en lo principal (art. 68 CPCCN). Es del caso señalar que no advierto que haya incurrido la parte actora en plus petitio, más allá del error material de haber incluido dos veces el pedido de sueldo de mayo e integración (punto D de la liquidación), que luce como un factible error material excusable a fin y principio de páginas. En cuanto al reclamo fundado en la ley 24.013, amén de que resultaba opinable la suerte de la pretensión según la fecha de extinción del contrato que se tomara en cuenta, no encuentro que los reclamos patrimoniales estén mal computados. En relación a la retribución de los profesionales actuantes, sugiero regular la de la representación letrada de las partes actora, demandada y su sindicatura, así como los correspondientes al perito contador, por los trabajos de primera instancia, en el 17%, 12%, 12% y 8%, respectivamente, del monto total de la condena con intereses, en mérito a la importancia y extensión de las labores realizadas y de conformidad con las reglas arancelarias vigentes (conf. leyes 21.839 y 24.432 y art. 38 LO). Por las labores de la alzada, propongo fijar los emolumentos de los representantes letrados del actor, de la empresa y de la sindicatura en el 35%, 30% y 30%, respectivamente, de los asignados por los trabajos de la instancia anterior, con base en idénticos parámetros. IX. Por lo hasta aquí dicho, propongo en definitiva: 1) Revocar la senten- cia apelada, haciendo lugar a la demanda y condenando a COMPAÑÍA LÁCTEA DEL SUR SA (EX PARMALAT ARGENTINA SA) a pagarle a RODOLFO MARIO MURIEL, dentro de los cinco días de quedar notificada la liquidación del art. 132 LO y por depósito judicial en autos, la suma de OCHENTA Y OCHO MIL NOVECIENTOS VEINTISIETE PESOS CON SESENTA Y TRES CENTAVOS ($ 88.927,63), con intereses calculados desde que cada suma se hizo exigible y hasta el efectivo pago a la tasa prevista en el Acta 2357 del 7-5-02 de la CNAT; 2) Imponer las costas de ambas instancias a la demandada Compañía Láctea del Sur SA; 3) Regular los honorarios de la representación letrada del actor, de la demandada y su sin- dicatura, así como los correspondientes al perito contador, por sus labores de primera instancia, en el 17%, 12%, 12% y 8%, respectivamente, del monto total de la condena con intereses; 4) Regular los honorarios de la representación letrada de las partes actora y demandada y de la sindicatura, por los trabajos de este tramo recursivo, en el 35%, 30% y 30%, respectivamente, de los que deban percibir por sus tareas en la anterior instancia; 5) Disponer que por Secretaría del Juzgado de Primera Instancia se proceda a librar el oficio previsto en el art. 46 de la ley 25.345; 6) Hacer saber a las partes y sus letrados que deberán cumplimentar lo dispuesto por la ley 1181 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, bajo apercibimiento de comunicar la situación a CASSABA; 7) Disponer que en oportunidad del art. 132 LO se intime a la demandada a reintegrar al Fondo de Financiamiento de la ley 24.635 los honorarios del conciliador laboral actuante. Miguel Ángel Pirolo dijo: Discrepo de la solución propuesta por mi distinguido colega preopinante, Dr. Miguel Ángel Maza; y, por las razones que expondré a continuación, propiciaré confirmar el pronunciamiento apelado. De acuerdo con los términos en los cuales quedó trabada la litis, correspondía al accionante acreditar la existencia del contrato de trabajo invocado (art. 377 C.P.C.C.N.); mas, a la luz de los elementos de juicio aportados a esta causa, estimo no lo ha logrado. Por lo pronto, destaco que el actor no ha producido prueba que acredite en forma fehaciente el presunto carácter subordinado de su prestación; y, realmente, nada demuestra que, para cumplir con los servicios que desarrolló en favor Parmalat Argentina S.A. –hoy Compañía Láctea del Sur S.A.–, haya estado sujeto al cumplimiento de la asistencia regular que invocó en el inicio, ni a un control de horarios ni, en definitiva, a un poder de dirección y disciplinario ejercido por la accionada. Por lo contrario, entiendo que existen elementos que revelan el carácter autónomo de la prestación llevada a cabo por el accionante. Veamos: de los términos de la demanda se desprende que Muriel se comprometió a realizar servicios de transporte en favor de la empresa demandada y que, a tal efecto, el actor asumió la carga de aportar a la relación un vehículo de su propiedad, por lo que cabe analizar si el objeto esencial de la prestación a su cargo consistía en el mero aporte de su capacidad personal de trabajo; o si, por el contrario, tenía por objeto la obtención de un resultado –“opus” – en cuyo logro lo fundamental era el transporte de los productos elaborados por la accionada y no el trabajo personal de Muriel (conf. Acuerdo Plenario Nro. 31 “Mancarella”). Valorados los elementos de juicio aportados a esta causa me inclino por esta segunda conclusión. En efecto, observo que, de las declaraciones de Bernachea (fs. 226/227), Varela (fs. 228/229) y Cataldo (fs. 240/242), no surgen evidencias que permitan apreciar la alegada subordinación. Pues, como bien apunta el Dr. González en su sentencia, si bien es cierto que corroboran la operatoria relatada en el escrito de inicio, no puede perderse de vista que ninguno describe con precisión hechos de los que surja evidenciado que la activi- dad de Muriel se haya sujetado a un verdadero poder de dirección o disciplinario de la demandada. Por el contrario, el testigo Martinez (fs. 351/354) señaló –en declaración no observada por el demandante– que “… el horario de entrega de los productos que hacía el actor era en una franja horaria que es de 6.00 hs. a 10.00 hs.,.. que es el horario que tienen las cadenas para recibir los productos lácteos… que en el caso del actor no tenía un horario fijo, que era en la madrugada como todos… Que por una cuestión de estructura de la compañía no se pueden cargar todos los camiones juntos por tal motivo se trataba de organizar para no perjudicar a la gente y tenerla mucho tiempo parada… que para la entrega a los supermercados generalmente la expedición citaba a los transportistas en una franja horaria para no tener tanto circulante de vehículos en la playa. Que al transportista se le avisaba el día anterior a qué hora debía ir en un horario aproximado… que si el transportista no llegaba no pasaba nada se guardaba la carga hasta que llegara”. En sentido coincidente –también sin que mediara impugnación del accionante– declaró Sterba (ver fs. 364/366) que “… los supermercados empiezan a recibir a las 6 de la mañana hasta las 10 horas o 10,30 hs., dentro de ese horario el actor tenía que hacer la entrega. Que la carga del camión el actor la tenía que hacer entre las 3 y las 5 de la mañana pero no hay un horario fijo, de acuerdo a la organización se le decía a que hora tenía que cargar… Que para tener el flete fijo el actor tenía que hacer el reparto, es decir, el camión debía salir a efectuar el reparto más allá de que el actor estuviera o no, podía salir con otro chofer, que lo sabe porque es norma de la empresa que los fleteros pueden traer choferes y no salir ellos. Que el orden de la entrega a los supermercados lo establecen los fleteros, en el caso del actor también se le asignaban tres o cuatro supermercados y él decide en que orden hacerlo”. De las circunstancias hasta aquí reseñadas se desprende que el actor no debía permanecer “a órdenes” durante un turno o lapso determinado y que, si no concurría en el horario correspondiente a ese turno o lapso, no existía consecuencia disciplinaria alguna; lo cual no veo refleje las condiciones típicas de una relación dependiente porque, normalmente, el trabajador no cuenta con la posibilidad de no poner su capacidad de trabajo a disposición del empleador sin motivo suficientemente acreditado, sin correr el riesgo inmediato de ser despedido (arg. arts. 84 y 242 L.C.T.). Por otra parte, las circunstancias mencionadas, a mi entender, demuestran claramente que el actor no se comprometió, esencialmente, a poner su capacidad personal a disposición de Parmalat Argentina S.A. sino a brindar un servicio de transporte. No pierdo de vista que existe coincidencia en la totalidad de los testigos ofrecidos por la actora acerca de que la marca “Parmalat” estaba impresa en la ropa que utilizaba el actor para efectuar el reparto, como así también que estaba pintada en el camión de propiedad de este último (ver declaraciones de fs. 226/227, 228/229, 240/242, 243/244, 351/354 y 364/366); mas no le atribuyo la trascendencia que el apelante expresa en sus agravios. En efecto, la circunstancia de que el repartidor exhiba la marca o propaganda de los productos que distribuye no prueba, de por sí, la imposición de una obligación patronal por parte de un empleador; sobre todo, si se tiene en cuenta que es de uso corriente que dicho proceder forme parte de los acuerdos comerciales entre las empresas y los distribuidores independientes de sus productos, porque, en alguna medida, facilita el ingreso del repartidor a las cadenas que, en definitiva, realizarán la venta. A mayor abundamiento, debe prestarse especial atención a las precisiones que, en relación a la ropa, efectuaron los testigos Martinez (fs. 352) y Sterba (fs. 365), quienes afirmaron que la exigencia de utilizar ropa blanca para la distribución de lácteos partía de una reglamentación emanada del SENASA; y por lo tanto, el hecho de que Parmalat S.A. verificara el cumplimiento de dicho recaudo –con la obvia finalidad de evitar sanciones administrativas-, no puede juzgarse necesariamente como el ejercicio de un poder de disciplina originario. Pero además, existen otras circunstancias que me convencen del carácter autónomo de la prestación a cargo de Muriel. En primer lugar, el demandante se hacía cargo de los gastos de mantenimiento –reparaciones y combustible- del vehículo de su propiedad. Al respecto, son coincidentes los testimonios no objetados de Martinez (fs. 352: “… que sabe que los gastos y mantenimiento del camión lo hace el dueño, en el caso del actor lo hacía el actor, que lo sabe porque Parmalat no paga reparaciones de cosas que no son propias. Que los gastos de combustibles estaban a cargo del actor”) y de Sterba (fs. 365/366: “… que los gastos del camión se hace cargo cada fletero, que lo sabe porque la empresa no paga mantenimiento de los camiones y es sabido que los fleteros hacen el mantenimiento. Que sabe que el combustible lo pagan los fleteros, que lo sabe porque es lo mismo que en el caso anterior”). En segundo término, observo que el perito contador informó que la mejor retribución que el actor percibió por los servicios de transporte efectuados en el último año de relación, corresponde al mes de octubre / 02 y ascendió $ 4.340,00 (fs 319vta.); cifra ésta que supera varias veces a la que normalmente percibe un trabajador dependiente que realiza tareas de conductor de vehículos de transporte sobre la base de las pautas convencionales aplicables (ver, por ejemplo, las escalas salariales correspondientes al C.C.T. Nro. 40/89, cuyas copias han sido incorporadas a fs. 293/297). A mi entender, la percepción de un valor mensual semejante, en una ocupación como la desplegada, permite asociar tal ingreso a la inclusión de “costos” propios del desenvolvimiento de una actividad empresaria a cargo de Muriel (ya se ha visto que tenía a su cargo los referidos al mantenimiento y funcionamiento del camión) antes que a la retribución de una prestación dependiente. Por lo demás, la circunstancia de que la demandada no abonara al actor al finalizar cada servicio sino periódicamente (ver la documentación acompañada por la demandada, cuyas copias lucen a fs. 22/49, que ha sido reconocida por la parte actora a fs. 211), no demuestra la existencia de “un salario” porque también es usual que una empresa convenga con quién le presta un servicio que no es aislado sino continuo y sujeto a repetirse, el pago periódico de la contraprestación a su cargo. En tercer lugar, la Dirección General de Rentas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ha informado que el actor está inscripto como “fletero” (fs. 181), la Dirección Provincial de Rentas de la Provincia de Buenos Aires, por su parte, precisó su ins- cripción en el rubro “transporte de carga” (fs. 358/362); y, finalmente, la Administración Federal de Ingresos Públicos informó que Muriel se encuentra inscripto originariamente como autónomo (y hoy como monotributista) en la actividad de transporte de carga de mediana y larga distancia (fs. 374/381). No soslayo que en el escrito de inicio se denunció que Parmalat S.A. obligaba al demandante a entregar facturas “para eludir las responsabilidades que le acarreaba la relación laboral” (ver fs. 5vta. “in fine”) y que, dichas inscripciones, podrían tener origen en el mentado proceder; pero, de ser así, no tendría explicación que, haya denunciado inicio de actividades el 1-9-94 (es decir, antes del mes en el que dijo haberse relacionado con la demandada: ver fs. 5), y que, luego de haberse extinguido la relación que uniera a las partes, las inscripciones hayan continuado “activas” (y, en el caso de la A.F.I.P., incluso, con aportes al día). Por último, no puedo dejar de resaltar que la supuesta negativa de tareas denunciada por el actor en la demanda (mayo de 2003 según se indica a fs. 6), coincide con la fecha de la carta documento cursada por la accionada, mediante la cuál notificó su decisión de resolver la relación comercial habida con la “empresa de transporte” de Muriel. La referida pieza postal fue debidamente recibida por el actor en fecha 19/05/2003 y su autenticidad ha sido corroborada por el informe brindado por Correo Argentino a fs. 167 y 175/176. Esta circunstancia, también resulta relevante, porque la primera intimación remitida por el accionante fue cursada en el mes de julio de 2003 (ver carta documento cuya copia obra a fs. 168), es decir, casi dos meses después de la alegada negativa de tareas; y esta actitud tardía no es la habitual en el marco de una relación dependiente en la cuál se encuentran involucrados créditos de incuestionable naturaleza alimentaria. Todo lo expuesto, reitero, me persuade que el objeto esencial del servicio contratado al accionante era, esencialmente, el transporte mismo de los productos lácteos comercializados por Parmalat S.A. y no la disponibilidad de su capacidad de trabajo, porque es obvio que lo imprescindible en orden a la necesidad que intentaba cubrir la demandada, era contar con un vehículo para el reparto y no con la prestación personal de aquél. Es obvio también que un vehículo “solo” no podía satisfacer el cometido porque era necesario a alguien que lo manejara. Pero, reitero, es muy claro que el servicio contratado no requería de la prestación “personal” del accionante pues, como se ha visto, podía llegar a ser sustituida por la de otras personas (ver declaración del testigo Sterba, ya referida). Si bien se le asignaba al actor una ruta con itinerarios preestablecidos no encuentro que dicha circunstancia sea decisiva para tipificar una relación dependiente, ni lo es que el transportista haya tenido que concurrir a una cierta hora, ni que estuviese sujeto a ciertas pautas procedimentales, porque todo ello es inherente a un mínimo orden de organización empresaria y es propio también de otros contratos comerciales (ver arts. 162 y subs. Código de Comercio). Así lo entendieron también la Corte Suprema de Justicia de la Nación y esta Cámara al analizar causas análogas a la presente (C.S.J.N., 26-9-89, “Giménez, Carlos c/ Seven Up Concesiones SA”, en D.T.1989-B, pág.2.189; y C.N.A.T., Sala III, 13-2-95, “Gauna Telésforo c/ Compañía Embotelladora Argentina SA y otro, en D.T.1995-A, pág.1.026). No existe impedimento natural ni jurídico para que una empresa subcontrate la entrega de mercaderías, bultos u objetos a sus clientes con uno o con varios empresarios dedicados al transporte. El hecho de que el transportista, para ingresar al establecimiento de la accionada para retirar los elementos a repartir, quedara sujeto a ciertas directivas que pudieran impartírsele (v.gr. franjas horarias), no traduce ninguna evidencia favorable a la posición que sustenta Muriel porque es dable apreciar que en un sinnúmero de relaciones comerciales una empresa contrata servicios de otra y, dichos servicios, a pesar de estar a cargo de la contratada, se llevan a cabo con intervención directa de personal vinculado a la contratante. En tal contexto, cabe calificar al actor como un empresario (aun cuando fuera pequeño) dedicado al transporte de cargas, pues auto-organizaba económica y jurídicamente su actividad. Para concluir de ese modo aprecio –en primer término- que no ha sido probado que su prestación haya estado sujeta a un verdadero poder de dirección y organización ajeno. Valoro también que, para llevar a cabo esa actividad, contaba con un vehículo cuyo mantenimiento y reparación estaban a su cargo, corría con los riesgos propios de su actividad pues cubría los gastos inherentes al mantenimiento y funcionamiento del rodado; por lo que, en definitiva, no se aprecia configurada la típica nota de ajenidad que caracteriza a toda relación dependiente. Lo dicho, a mi juicio, lleva a tener por desvirtuada la presunción que genera el art. 23 L.C.T. y a concluir, entonces, que no se acreditó la existencia del contrato de trabajo que constituía el presupuesto básico de las pretensiones deducidas en la demanda Ello, a mi entender, obsta decisivamente a la viabilidad del recurso de apelación analizado y me lleva a propiciar la confirmación de la sentencia cuestionada. De acuerdo con el resultado que se ha dejado propuesto para resolver la apelación, estimo que las costas de alzada deben ser impuestas al apelante vencido (art. 68 C.P.C.C.N.). En atención al mérito y extensión de la labor desarrollada por los profesionales que intervinieron durante el trámite en primera instancia y a las pautas que emergen del art.6 y subs. de la ley 21.839, de la ley 24.432 y del art. 38 de la L.O., estimo que la regulación de los honorarios correspondientes a la representación y patrocinio letrado de la parte demandada resulta reducida y, por tanto, propicio elevarla al 14% del monto reclamado –sin intereses–. En cambio, en atención a las únicas actuaciones efectuadas por la sindicatura concursal (presentaciones de fs. 838 y 842), encuentro ajustada a derecho la regulación de los honorarios correspondientes a su representación y patrocinio letrado. A su vez y con arreglo a lo establecido en el art. 14 de la ley 21.839, habida cuenta del mérito y extensión de labor desarrollada en esta instancia por la representación y patrocinio letrado del actor, de la demandada y de la sindicatura, propongo que se regulen los honorarios por sus actuaciones, en el 25% de la suma que les corresponda por la totalidad de lo actuado por cada una de ellas en la instancia anterior. Hágase saber a los abogados y procuradores y a las partes intervinientes que, oportunamente deberán dar cumplimiento con lo previsto en la ley 1181 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de conformidad con lo dispuesto por la C.S.J.N. en la Acordada 6/05 (modifi- cada por Acordada 19/05 del 23/08/05), bajo apercibimiento de comunicar la situación a CASSABA. La Dra. Graciela A. González dijo: Uno de los casos más discutidos de relación de dependencia ha sido siempre el de los denominados “fleteros” y, las discrepancias que plantean mis distinguidos colegas, no hacen más que confirmar el carácter “fronterizo” de la figura, cuyo análisis, más allá del criterio que se adopte en torno a la imposición de las cargas probatorias (conf. args. Arts. 23 LCT, 377 CPCCN y doctrina plenaria sentada in re “Mancarella”), torna forzoso analizar, en cada caso en particular, las circunstancias y modo en que el servicio ha sido llevado a cabo. En efecto, si bien la propiedad del vehículo con el que se realiza el transporte aleja al prestador de la figura típica del sujeto trabajador (que, en principio, se limita a poner su fuerza de trabajo a disposición de su contratante) y justifica, en ese contexto, la doctrina sentada en el aludido plenario “Mancarella”; la inserción del “fletero” en una estructura organizativa o de producción que le resulta ajena y la ausencia de notas que permitan calificar de empresario a quien presta el servicio, permite su encuadre en las normas tutelares del trabajo en relación de dependencia; por lo que, como emerge del análisis de los votos de los Dres. Miguel Ángel Maza y Miguel Ángel Pirolo, resulta esencial, valorar las particulares circunstancias en las que el Sr. Muriel prestó servicios a favor de Parmalat Argentina S.A. No se discute en la causa que el actor, efectivamente, se hizo cargo de la conducción del vehículo con el que transportó las mercaderías comercializadas por la demandada. Sin embargo no resulta claro ni evidente que el demandante haya realizado tareas ajenas al transporte en sí o que, por su naturaleza, tales actividades resultaran integrativas del contrato de transporte. Al respecto, de los dichos de Varela a fs. 228/229 surge acreditado que el actor –al igual que el resto de los “repartidores”-, además de transportar y entregar la mercadería, realizaba las cobranzas en los comercios minoristas, retiraba los envases vacíos, tomaba las devoluciones y finalmente rendía cuenta de todo ello en forma diaria, en las oficinas de Parmalat. En ese mismo sentido, el testigo Galli a fs. 355 señala haber adquirido los productos de la demandada y que fue el actor quien efectuó el cobro de las facturas. A su vez, Cataldo a fs. 240 sostuvo que la tarea del actor era supervisada por personal de la empresa; que él se desempeñó en la sección expedición; y que, entre otras funciones, debía controlar la devolución de los productos en envases, como así también que los repartidores lleven la indumentaria exigida por la empresa en cumplimiento de las normas que impone el SENASA para el transporte de sustancias alimenticias. Señaló que eran los repartidores los que facturaban la mercadería; y que, si el actor no se presentaba con la vestimenta adecuada, se informaba “para castigo”, “porque si no cumplían lo castigaban con un día de ausencia, es decir que, al otro día, no lo dejaban entrar” De las manifestaciones analizadas, resulta clara la potestad de la empresa en orden al ejercicio del poder disciplinario puesto que el actor podía ser sancionado con un día de suspensión si no observaba las normas relativas al uso de la indumentaria suministrada por la empresa y, que su tarea era supervisada por personal de la empresa, el que por otra parte, le asignaba los turnos de carga y controlaba las rendiciones de cuentas. Los testigos Bernachea a fs. 226 y Martinez a fs. 351 corroboran lo expuesto en las declaraciones antes analizadas y, asimismo dan cuenta de la existencia de una franja horaria predeterminada para la realización de la tarea; que tanto el vehículo como su conductor se identificaban con el logo de la empresa; y que, por los servicios prestados se pactó una suma fija diaria, con independencia del volumen o valor de la mercadería transportada, elementos que me persuaden acerca de la inexistencia de un típico contrato de transporte de mercaderías. Ninguno de los testigos deponentes en autos, manifestó que en alguna ocasión el actor se haya hecho reemplazar por otra persona, y si bien se alude en forma por demás genérica a la posibilidad de hacerse sustituir, no fundamentan su impresión al respecto, por lo que en el caso concreto sometido a examen, no se ha demostrado la fungibilidad de la prestación. El hecho de que la unidad de transporte sea de propiedad del actor, o que éste haya asumido los costos de mantenimiento o reparación, no le quita a la relación el carácter laboral que emerge de las notas de dependencia antes reseñadas porque, analizada en conjunto, la prestación comprometida por el actor, no se advierte limitada a la realización de un o varios trabajos u obras. Nótese al respecto que no cobraba en base a la cantidad o calidad de los servicios prestados, sino en razón del tiempo puesto a disposición –mensurado en días, ver detalle de tarifas diarias en las factura de fs. 22/49-, y que durante el lapso temporal comprometido, su quehacer involucraba tareas diversas a la mera distribución de mercaderías, para las cuales contaba con el control de personal superior de la demandada, integrándose de esta manera –como un engranaje más- al sistema de comercialización y distribución implementado por la demandada, sin que la propiedad de la unidad logre, en el caso, tipificarlo como un empresario independiente, máxime cuando se trata de un vehículo identificado con la marca y el logo de los productos de la demandada. Tampoco la circunstancia de que por sus servicios el actor percibiera una remuneración notoriamente superior a la que se fijó como mínima a través del convenio colectivo de trabajo, resulta ilustrativa del tipo de relación, maxime cuando el contrato involucró la provisión de útiles o herramientas (en el caso, de cierta significación: un camión) y no se probó la celebración de contrato de publicidad alguno. En cambio, la puesta a disposición del trabajo personal sin que se demostrase la fungibilidad de la prestación, el ejercicio de poderes de dirección por parte de la dadora de trabajo, la ausencia de responsabilidad por la mercadería transportada y la fijación de una contraprestación dineraria por unidad de tiempo y no en función de la mercadería transportada, que llevan a considerar comprobado, el sustento fáctico de las previsiones de los arts. 21 y 22 de la L.C.T. En tal sentido cabe reparar que la parte demandada sostuvo haber celebrado con el actor un contrato de índole comercial, e incluso señaló que aquél se desempeño como un “pequeño empresario unipersonal”, pero no demostró que como tal, tuviese a su cargo la organización de la actividad. Por el contrario, a mi juicio, de la prueba colectada en autos se extrae que el Sr. Muriel no dispuso ni de los medios necesarios ni de las facultades organizativas y directivas propias de un empresario, sino que se sujetó a la estructura productiva y comercial de la demandada, lo que me lleva a adherir, a las conclusiones del voto del Dr. Miguel Ángel Maza . Por lo que resulta del acuerdo que antecede (art. 125 segunda parte, ley 18.345) el TRIBUNAL RESUELVE: 1) Revocar la sentencia apelada, haciendo lugar a la demanda y condenando a COMPAÑÍA LÁCTEA DEL SUR SA (EX PARMALAT ARGENTINA SA) a pagarle a RODOLFO MARIO MURIEL, dentro de los cinco días de quedar notificada la liquidación del art. 132 LO y por depósito judicial en autos, la suma de OCHENTA Y OCHO MIL NOVECIENTOS VEINTISIETE PESOS CON SESENTA Y TRES CENTAVOS ($ 88.927,63), con intereses calculados desde que cada suma se hizo exigible y hasta el efectivo pago a la tasa prevista en el Acta 2357 del 7-5-02 de la CNAT; 2) Imponer las costas de ambas instancias a la demandada Compañía Láctea del Sur SA; 3) Regular los honorarios de la representación letrada del actor, de la demandada y su sindicatura, así como los correspondientes al perito contador, por sus labores de primera instancia, en el 17%, 12%, 12% y 8%, respectivamente, del monto total de la condena con intereses; 4) Regular los honorarios de la representación letrada de las partes actora y demandada y de la sindicatura, por los trabajos de este tramo recursivo, en el 35%, 30% y 30%, respectivamente, de los que deban percibir por sus tareas en la anterior instancia; 5) Disponer que por Secretaría del Juzgado de Primera Instancia se proceda a librar el oficio previsto en el art. 46 de la ley 25.345; 6) Hacer saber a las partes y sus letrados que deberán cumplimentar lo dispuesto por la ley 1181 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, bajo apercibimiento de comunicar la situación a CASSABA; 7) Disponer que en oportunidad del art. 132 LO se intime a la demandada a reintegrar al Fondo de Financiamiento de la ley 24.635 los honorarios del conciliador laboral actuante. Regístrese, notifíquese y devuélvase. Miguel Ángel Pirolo Juez de Cámara Miguel Ángel Maza Juez de Cámara Graciela A. González Juez de Cámara agv