Francia: estado de excepción permanente

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Francia: estado de excepción permanente
Maristella Svampa :: 15/06/2016
El movimiento Noche de Pie podría
desembocar en una experiencia como la de
Podemos o disolverse como las
manifestaciones en Nueva York y Londres
Desde los sangrientos atentados del 13 de noviembre de 2015, que generaron el repudio mundial y
masivas manifestaciones de solidaridad para con las víctimas, Francia vive bajo el estado de
emergencia. O sea, el estado de excepción. Hace pocos días, el Parlamento volvió a votar la
prolongación del estado de emergencia hasta julio, a raíz de que el país será la sede de la codiciada
Copa Europea de fútbol y se espera una gran afluencia de turistas. Sin embargo, pese a la imagen de
país doblemente golpeado por el terrorismo yihadista, primero por la masacre de Charly Hebdo,
luego por los atentados múltiples de noviembre, no son éstas las razones por las que se movilizan
permanentemente las fuerzas policiales, sino las multiplicadas protestas sociales que recorren el
país desde hace casi dos meses, sobre todo, en rechazo de la nueva “Ley del Trabajo”. El gobierno
de François Hollande, del Partido Socialista, busca imponer a rajatabla dicha ley, que amplía el
horizonte de la precariedad y flexibilización laboral, forzando su aprobación mediante dispositivos
excepcionales, y saltando por encima de todo consenso social.
En realidad, desde el 31 de marzo del corriente año, Francia vive un estado de movilización
permanente. Ese día no sólo se iniciaron las masivas protestas sociales en contra de la Ley del
Trabajo; nacía también un nuevo movimientos social que se conocería bajo el nombre de “Noche de
Pie” ( Nuit Debout ), una nueva experiencia asamblearia con una gran capacidad de irradiación
social, que estaría llamada a prolongarse y expandirse por todo el país.
Pero antes de hablar de Noche de Pie, la nueva estrella en el universo de la militancia
altermundialista, sería bueno comenzar por ciertas experiencias previas y fenómenos sociales que
hoy afectan al país galo.
Deslocalización y clase social
Francia vive la crisis y el declive del movimiento obrero desde hace varias décadas. La sociología
francesa ha dado cuenta de manera detallada de esa inflexión, que no es sólo social, sino también
ideológica, a partir del hundimiento del Partido Comunista y el distanciamiento (de clase) del Partido
Socialista, cuyos políticos semejan una oligarquía políticamente correcta que poco tiene que ver con
ese “bajo pueblo”, donde el nacionalismo muchas veces confluye ásperamente con la xenofobia y el
racismo. El controvertido Frente Nacional, primero con Jean Marie Le Pen y luego con su hija,
Marine Le Pen, ha logrado colonizar vastos sectores populares, que hoy viven el desarraigo y la
ausencia de un futuro como clase social, en el marco de una sociedad donde conviven
problemáticamente diversas culturas inmigrantes.
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Hasta ahora, sin embargo, la alianza que de facto suele producirse en cada elección, en la segunda
vuelta, entre la derecha, centroderecha e izquierdas de todo tipo, ha logrado colocar un dique de
contención a la marea de extrema derecha que cada siete años amenaza con transformarse en un
tsunami. Aunque no se sabe hasta cuándo… No hay que olvidar tampoco la fuerte tradición estatista
que Francia conserva y que la distingue históricamente, permitiéndole contener el malestar social, a
través de importantes políticas públicas y, sobre todo, más allá de las olas de desempleo, de la
preservación de un empleo de calidad, ligado al “contrato de duración indeterminada”. Según el
Observatorio de Desigualdades, en base a datos oficiales, en 2014 el 76,2% de los asalariados tenía
contratos de duración indeterminada (estables); el 12,3 % eran empleos precarios (principalmente
contratos con duración determinada, de 3 a 18 meses), 2,1% interinos; y el resto, 11,2%,
independientes, algo que coloca a Francia todavía lejos de otros países europeos –como Inglaterra–
que han abrazado el neoliberalismo y la flexibilización laboral como norma. Sin embargo la tasa de
precariedad ha ido en aumento, del 5,3% en 1982 a 11,9% en el año 2000, hasta el 12,3% actual.
Asimismo, en los últimos años, como consecuencia de la globalización económica y la consolidación
de la unidad europea, Francia sufre el fenómeno de la deslocalización de sus industrias, las que
emigran hacia otros países –Polonia, por ejemplo– en busca de un menor coste de la mano de obra y
de legislaciones menos estrictas en lo laboral y lo ambiental, destruyendo así numerosas fuentes de
trabajo y devastando la industria nacional. Un fenómeno que los países del Sur global conocen desde
hace tiempo, acostumbrados al capital golondrina, ese que emigra ante la primera crisis, y la
proliferación de sociedades offshore en paraísos fiscales.
Las consecuencias de la deslocalización tiene sus casos emblemáticos, como el de Unilever, el grupo
anglo-neerlandés, que deslocalizó una de sus fábricas, que estaba cerca de Marsella, para llevarla a
Polonia. Sin embargo, los trabajadores de Fraliber, que producían té Lypton e infusión Elephant,
lejos de marcharse a sus casas, decidieron resistir la deslocalización, y se quedaron vigilando sus
máquinas día y noche, multiplicando las acciones de lucha. Finalmente, en mayo de 2014 Unilever
accedió a pagar 20 millones de euros, y con ese monto, más el de las indemnizaciones, los
trabajadores montaron una cooperativa sin patrón. Rebautizaron la marca con el nombre de 1336,
que es la cantidad de días que resistieron la deslocalización. Triunfo rotundo de una fábrica
recuperada que inició una nueva vida, sin dividendos, pero sin patrón, recreando además un
discurso de clase.
La deslocalización es un tema retomado también por el periodismo comprometido y el cine
documental. La obra emblemática, en este sentido, es la de François Ruffin, el irreverente fundador
de la revista trimestral Fakir , en quien confluye un periodismo comprometido socialmente y un
discurso de clase, que hace pie en el cuestionamiento a los grandes capitalistas y las corporaciones
económicas. Su obsesión es, como dice una nota aparecida en el diario Libération , firmada por
Franzt Durupt, abordar temas como el proteccionismo económico, denunciar las traiciones de la
izquierda y hacer la articulación entre la pequeña burguesía (que él asume encarnar) con el mundo
obrero, en dirección de construir un movimiento social que, “como en 1936 y 1981, gane en las
urnas y en la calle”.
En febrero de 2016 Ruffin sacudió a la sociedad francesa con un notable documental titulado Merci
Patron (Gracias, patrón), que reúne con talento y gran ingenio, la denuncia y la intervención/acción.
Considerado un “ thriller social” por algunos, Ruffin coloca en el centro del documental la situación
desesperante de una pareja mayor, Serge y Josceline Klur, que durante toda su vida fueron
empleados de la fábrica de ropa Kenzo, hasta que en 2007 el empresario francés Bernard Arnault
compró el grupo de lujo LVMH y se deshizo de todas las fábricas (a excepción de Dior), llevándolas a
Polonia, donde los costos son visiblemente más bajos. Cuando Ruffin los encuentra, la pareja no sólo
había perdido dos salarios sino que además corría el riesgo de perder su casa. A partir de allí, el
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documental despliega la intervención-acción, utiliza cámaras ocultas, y logra no sólo que el grupo
comandado por Arnault pague una indemnización de 40 mil euros a la pareja, y que éste le garantice
un trabajo a Serge Klur en Carrefour (el que luego se convierte en un contrato de duración
indeterminada), sino también logra burlar brillantemente la cláusula de confidencialidad exigida por
la empresa a los Klur, y así poder difundir el documental contando la historia del matrimonio, sin
riesgos de tener que responder por eso ante la Justicia. Triple logro, que sirve para retratar además
a un Arnaud enriquecido –la segunda fortuna de ese país y la tercera en Europa según la
revista Forbes , de 2015–; un empresario que buscó darse lustre a través de inversiones en obras de
arte y productos de lujo (“el arte y el buen gusto”), pero que en 2013, ni lerdo ni perezoso, pretendió
evadir al fisco francés, solicitando la nacionalidad belga y transfiriendo su fortuna a ese país.
Izquierda radical y nuevas expresiones
Difundido por el boca a boca de la gente, el documental de Ruffin tuvo un inusitado éxito y recibió
críticas muy elogiosas de los medios. No es casual que los jóvenes que confluirían en la Plaza de la
República a partir del 31 de marzo en París y en otras ciudades de Francia, se sintieran reflejados en
la modalidad de intervención de Ruffin así como en la crítica a la izquierda oficialista y la apuesta
por una izquierda radical. El anuncio del gobierno de impulsar una nueva ley de trabajo que apunta
a la flexibilización laboral en sus más diversas formas no hizo más que acentuar el desarraigo
respecto de la izquierda gubernamental (su desconocimiento como “izquierda”), impulsando la
necesidad de generar nuevas formas de intervención político-social.
Hay que reconocer que el colectivo que desembarcó inicialmente en plaza de la República (una
quincena) habla de militancias fuertes: intermitentes, miembros del Partido de Izquierda, algún que
otro sindicalista, miembros del colectivo Economistas Aterrados, entre otros. Asimismo, el
economista Fréderic Lordon, que abrió una de las primeras “Noches de pie”, aparece como uno de
sus inspiradores. Sin embargo, Noche de Pie superó rápidamente la expectativas iniciales y se
convirtió en un fenómeno social y político amplio e independiente, similar al español 15 M (por el 15
de mayo) o al fenómeno de Occupy Walt Street de 2011.
A la manera de las asambleas barriales de la Argentina de fines de 2001 y 2002, Noche de Pie es una
expresión de desobediencia civil frente a un gobierno cada vez más distanciado de la sociedad; es, a
la vez, un movimiento social que rechaza la representación política y que niega que la política sea un
asunto de profesionales (“es un asunto de todos”), al tiempo que apunta a la convergencia de las
luchas.
Para conmemorar el quinto aniversario del 15 M, el domingo 15 de mayo se realizó una acción
global y en París la Plaza de la República se colmó de gente. La cantidad de talleres anunciados en la
programación daban cuenta de la búsqueda de acumulación. Algo que se advierte también en las
diferentes comisiones temáticas y en la logística que caracterizan a Noche de Pie, a partir de la
creación de Biblio de Pie, Radio de Pie, TV de Pie, donde suelen desfilar diferentes intelectuales y
militantes críticos, y la creación favorita de todos los franceses, sin duda, la Orquesta de Pie,
formada por jóvenes músicos voluntarios, venidos de diferentes lugares, que ya ha tocado dos veces
ante un público extasiado, menos por sus interpretaciones que por el saludable gesto de libertad que
la situación trasmite, sobre todo hacia el final, cuando todos ellos levantan y agitan sus brazos en
alto, exhibiendo sus instrumentos musicales… Es cierto que la acción global del 15 de mayo semejó
mucho a una fiesta de L’Humanité (la fiesta tradicional del Partido Comunista); o, en su formato más
actual, un foro social a pequeña escala, con sus diferentes comisiones, sus conciertos y hasta sus
mesas de juego para niños. Así, por ejemplo, París vivió una tarde de fiesta bajo un sol insuficiente y
un frío que suele tardar demasiado en partir. Pero no todo es armonía en las plazas; ha habido varios
enfrentamientos con la policía, y la infiltración de militantes más proclives a la confrontación y la
acción directa (los casseurs) ha generado más de una polémica, ante el riesgo no tanto de deriva,
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sino de estigmatización social. Pero el movimiento mantiene su base pacifista y reivindica otra
democracia, a la vez participativa y directa, y persiste en el rechazo a la Ley del Trabajo.
Una encuesta publicada hace unos días en el diario Le Monde cuestiona los estereotipos creados en
torno a Noche de Pie acerca de que se trate de un público puramente joven y parisimo (o sea, pura
clase media con cierto capital cultural). En realidad, una persona sobre 5 tiene más de 50 años; el
37% viene de fuera de París; es cierto que hay muchos diplomados, pero un 16% son obreros. Nada
de fiesta apolítica; un porcentaje importante ha participado en otras manifestaciones (sobre todo
contra la Ley del Trabajo); un 17% ha estado en partidos políticos y el 22% cotizan en el sindicato.
La defensa de lo común, por otro lado, es una de las consignas mayores.
Mientras tanto, las consecuencias de la deriva de la política de seguridad del gobierno de Hollande
no dejan de sorprender. El gobierno utiliza el estado de excepción, no para combatir el terrorismo,
sino sobre todo para criminalizar la protesta social, frente a las masivas manifestaciones que genera
la Ley del Trabajo, y que en los últimos días han generado piquetes de camioneros en varios puntos
del país, masivas marchas de la CGT y nuevos enfrentamientos con las fuerzas represivas. Días
atrás, frente al regreso de las movilizaciones masivas, y en el marco del estado de emergencia, el
gobierno pretendió prohibir a una veintena de manifestantes (militantes antifascistas y anarquistas y
algún periodista) que tuvieron enfrentamientos con la policía, a participar de las manifestaciones. Ni
el gobierno de Nicolas Sarkozy (el ex presidente de derecha) se había atrevido a tanto, como me dijo
un votante del Partido Socialista, con amarga indignación… Sin embargo, varios jueces se opusieron
a la medida y anularon dicha interdicción por atentar contra la libertad de expresión.
Pero seguimos con Noche de Pie. La ocupación del espacio público y la horizontalidad de los lazos
reflejan el ethos (conducta, costumbre) militante propio de la época que desde el año 2000 recorre
todas las luchas contra la globalización neoliberal, luchas en las cuales Francia parece haber
entrado tardíamente. En este sentido, no es posible prever hacia dónde se encamina el movimiento
que se prolonga noche tras noche en distintos puntos y plazas del país. Cada movimiento social hace
su experiencia, su aprendizaje colectivo, buscando dejar su propia huella. En el mejor de los casos,
podría desembocar en una experiencia como la de Podemos, en España; en el peor, podría disolverse
como ocurrió con las manifestaciones en Nueva York y en Londres, en el marco de un individualismo
ascendente. Difícil que pueda suceder, como ocurrió con las asambleas barriales en la Argentina,
que el nuevo ethos militante termine, en gran parte, por ser refuncionalizado por algún viejo partido
político.
Aun así, Noche de Pie es sin duda una bocanada de aire fresco en una sociedad recorrida por un
profundo hartazgo político y social, e ilustra, en sus más diversas formas –articuladas algunas, otras
expresadas a través del puro malestar– la rebelión y rechazo del estado de excepción, la lucha por la
reapropiación de las libertades civiles y la afirmación de los derechos fundamentales.
www.contrahegemoniaweb.com.ar
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