Escenas de guerra de clases a escala global: se acabó... gallina financiera de los huevos de oro

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Escenas de guerra de clases a escala global: se acabó la
gallina financiera de los huevos de oro
Michael Hudson :: 19/11/2008
Sería mucho esperar de los gestores del Banco Central Europeo y de sus compadres de la alta
gestión económica que cambien su ideología neoliberal hostil al trabajo
El pasado viernes, 24 de octubre, la libra esterlina cayó hasta $1,58 (una caída desde un valor de
$1,73 a principios de semana, una caída enorme para un tipo de cambio de divisa), y el euro se
hundió hasta $1,26 mientras el Yen Japonés se elevaba un 10%. Estos cambios amenazaron con
perturbar el desarrollo de los mercados de exportaciones y de ahí los esquemas de las ventas
industriales. Las bolsas extranjeras cayeron entre el 5% y el 9%, y hubo negociaciones para cerrar
Wall Street si el Dow Jones caía más de 1000 puntos. La actividad previa a la apertura vio como el
índice del “Dow Jones Industrial Average” cayó hasta el límite máximo de los 550 puntos (en gran
parte por las ventas extranjeras), antes de remontar hasta perder “solamente” 312 puntos mientras
el dólar se revalorizaba frente a las divisas europeas. La confusión que creó la cotización monetaria
y la caída de la bolsa fue un típico caso de pollos volviendo a casa a cobijarse de la política de guerra
de clases iniciada por la industria europea y asiática y la reducción del mercado de consumo interior
de la banca (es decir, de los niveles de vida de los trabajadores) en beneficio de la producción de la
exportación hacia los Estados Unidos. La contradicción interna en esta guerra industrial y financiera
parece ahora clara: la consecuencia de su éxito reduciendo los ingresos del trabajo es la asfixia del
mercado interior de consumo de bienes. Ello perturba el desarrollo de la ley de Saw, el principio
según el cual la “producción crea su propia demanda”, basado en el supuesto de que los
trabajadores serán y deberán ser pagados lo suficiente para que compren lo que producen. Eso no
ha sido así desde hace muchos años en Europa y Asia. Pero la producción ha sido capaz de continuar
sin vacilaciones gracias a un deux ex machina internacional: el consumo en los Estados Unidos. No
significa eso que no exista una guerra de clases en los Estados Unidos. Efectivamente, los niveles de
riqueza para la mayoría de los asalariados han caído en relación a la “edad de oro” desde finales de
los setenta. Pero la economía norteamericana tenía su propio deus ex machina para aguantar el
golpe: la inflación de los precios de los activos de Alan Greenspan que inundó a los bancos con
crédito prestable a los compradores de viviendas y a los especuladores bursátiles. El aumento del
precio de las viviendas era aplaudido como una “creación de riqueza” como si fueran un auténtico
activo, como si recompensas en forma de dividendos aparecieran en las cuentas corrientes de todo
el mundo. Los compradores de casas era animados a usar el aumento marginal de su patrimonio, el
aumento (temporal) de los precios del mercado de sus viviendas por encima de su deuda hipotecaria
(permanente). Así, mientras el grueso del dinero de las hipotecas era usado para subir el precio de la
propiedad inmobiliaria, alrededor de un cuarto del nuevo préstamo se usaba para el consumo de
bienes. La deuda de las tarjetas de crédito también aumentó. Frente a una reducción de sus
ingresos, los consumidores norteamericanos mantenían sus niveles de vida a través de un
endeudamiento cada vez mayor. Eso no podía durar mucho. Las burbujas de la deuda financiera no
pueden durar más que algunos años, incluso cuando son mantenidas por una retroalimentada
inflación de los precios de los activos a partir de los cuales los propietarios de casas y la empresa
industrial toma prestado más y más dinero a costa del aumento de precio de su garantía. Pero una
vez reventada la burbuja financiera, el juego terminó. El juego terminó no solo para la economía
norteamericana, sino también para las economías extranjeras que destinaron su producción
industrial a servir el mercado de los Estados Unidos en lugar de satisfacer a sus propios mercados.
Un frenazo industrial global amenaza, y seguirá haciéndolo hasta que se recompongan los mercados
interiores extranjeros, lo contrario de la tendencia seguida por la generación de políticas
neoliberales hostiles al mundo del trabajo. Para entender las dinámicas que actúan, uno tiene que
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fijarse en la balanza de pagos, no tanto en la balanza comercial misma, sino más bien en la
especulación monetaria, el préstamo internacional y el arbitraje que ha dominado los índices de
cambio monetario durante las dos últimas décadas. Los índices de cambio monetarios ya no reflejan
niveles de riqueza relativos; tampoco “paridades de poder de compra”, ni tampoco el coste de la
vida. Hoy reflejan, por un lado, el flujo de la absorción de crédito internacional allí donde los tipos de
interés son bajos, y el de préstamo, allí donde el crédito es limitado, así como, por el otro, la
cobertura del arbitraje y la especulación sobre la cotización de las divisas. De esta forma la balanza
de pagos y el valor de la divisa han sido “post-industrializados” igual que las economías nacionales.
En lugar de promover el crecimiento industrial basado en un mercado interior próspero, los
gobiernos de todo el mundo han perseguido una estrategia financiera “post-industrial” de “creación
de riqueza”. La crisis del yen japonés: pagar por el “carry trade” En ninguna otra parte este
fenómeno se ha producido con más fuerza que en Japón, cuya economía ha permanecido inactiva
desde el estallido de la burbuja en 1990. Desde entonces, y durante 17 años, el precio del suelo bajó,
así como los precios bursátiles, y como consecuencia de ello, también la garantía que cubría los
préstamos. Eso dejó rápidamente a los bancos japoneses en números rojos. La respuesta del Banco
de Japón fue idear una manera de reconstruir sus balances, de encontrar un camino para salir de los
préstamos intoxicados que anteriormente produjeron. La política no fue la de resucitar el vacilante
mercado interior en Japón o sus compañías industriales. Desde 1945 hasta 1985, los japoneses
tenían un sistema bancario industrial modélico. Pero en 1985 los diplomáticos norteamericanos
conminaron a Japón al suicidio. Enfurecidos por el importante éxito de la industria japonesa, los
gobernantes americanos exigieron a su sumiso socio japonés que aumentara el tipo de cambio del
yen –para hacer las propias exportaciones menos competitivas— y que, en su debido momento,
inundara su propia economía con crédito –para reducir los tipos de interés—, permitiendo así a la
Reserva Federal Norteamericana inundar el mercado estadounidense con suficiente crédito barato
como para darle una pátina de prosperidad a la Administración Reagan. Esta política, anunciada en
el llamado Acuerdo del Hotel Plaza de 1985, permitió al economista David Hale bromear sobre un
Banco del Japón convertido en el distrito decimotercero de la Reserva Federal y en un Gobierno
japonés trocado en Comité de reelección republicano. Japón, así pues, inundó su economía con
crédito, bajando los tipos de interés e hinchando la burbuja financiera más grande del mundo en los
años ochenta. La bolsa también se disparó, reflejando el aumento de las ventas industriales y las
ganancias japonesas. Pero tras el pinchazo de la burbuja el 31 de diciembre de 1989, las deudas
hipotecarias y las reservas que los bancos japoneses tenían en sus reservas de capital se quedaron
cortas para cubrir el pasivo. Para rescatar a los bancos, el gobierno japonés les animó a enrolarse en
lo que se acabó llamando el carry trade: dar ofrecer libérrimamente crédito en yenes a instituciones
financieras extranjeras a unos tipos de interés considerablemente bajos, permitiendo a dichos
prestamistas convertirlo en otras divisas para comprar bonos y otros activos a un interés mayor. Si
el mercado interior japonés carecía de prestatarios solventes, que presten a los extranjeros. Una
nueva fuente de ingresos apareció para los bancos: en lugar de conceder créditos al mercado
interior inmobiliario e industrial, los intereses bajos les permitían inundar a la economía mundial con
más crédito. Lo que contribuyó a que las finanzas globales se llenaran de especuladores e
intermediarios financieros que vieron la oportunidad de subirse a las ganancias del arbitraje. Los
tipos de interés para tomar créditos seguían altos en Japón. Tal y como me describió recientemente
el veterano observador del Japón Richard Werner (autor de Príncipes del Yen), “mientras las
pequeñas empresas japonesas iban siendo destruidas por la continuada negativa de los bancos a
expandir el crédito (muchos presidentes de pequeñas empresas fueron destituidos por tener que
vender un riñón con que subvenir a las exigencias de los tiburonescos acreedores que les
asediaban), los especuladores extranjeros recibían grandes cantidades de fondos en yenes a un
precio miserable”. El negocio que amagaba tras la creación de este crédito consistía en que los
exportadores japoneses recibían ayudas en la medida en que la conversión del yen en divisas
extranjeras reducía el tipo de cambio. (El crédito en yenes era “suministrado” a los mercados
globales de divisas, era gastado para comprar y, por consiguiente, empujaba al alza el precio de
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euros, dólares, libras esterlinas y otras divisas). Así que el yen permaneció deprimido, ayudando a la
ventas japonesas de bienes de consumo, mientras los tomadores de crédito extranjeros podían
subirse a su propia ola inflacionaria del precio de los activos. Los especuladores podían tomar
prestado a un tipo de interés bajo en Japón, convertir su deuda en divisa extranjera y prestarla a
países desesperados en busca de crédito, como Islandia, a un tipo cercano al 15 por ciento. Cientos
de billones de dólares, euros y libras valorados en yenes era tomados en préstamo y debidamente
convertidos en divisas extranjeras para dejarlos en préstamo, creando beneficios. Los árbitros
hicieron billones de dólares actuando como intermediarios financieros generando ingresos gracias al
margen abierto por el hiato entre el bajo cote de la compra de yenes y los altos tipos del cambio de
divisas. Como escribió hace un año Ambrose Evans-Pritchard en el Financial Times, “el Banco de
Japón mantuvo los tipos de interés a cero durante seis años, hasta Julio de 2006, para evitar la
deflación. Incluso ahora, los tipos están solo al 0,5 por ciento. También inyectó alrededor de $12
billones en liquidez por la vía de imprimir mensualmente dinero destinado a la compra de bonos. El
efecto neto ha sido una masiva fuga de dinero hacia la economía global. Enfrentados a un lastimoso
rendimiento en casa, los fondos japoneses y las abuelitas ahorradoras mandaron sus ahorros al
exterior. Bancos, hedge funds y la proverbial señora Watanabe [el ama de casa que llegó simbolizar
al inversor individual japonés ávido de rendimientos; T.], todos eran capaces de tomar prestado por
nada en Tokyo para no dejar escapar activos en el exterior. BNP Paribas calcula que este carry trade
era de alrededor de $1,2 billones. Todo ello dependía de la capacidad de los prestamistas para
continuar cabalgando libremente. Ahora que el banquete ha terminado, el modelo postindustrial
japonés rescatar del sector bancario vuelve a casa a cobijarse. Lo está haciendo de manera que pone
claramente de manifiesto el inherente conflicto entre el capitalismo financiero y el capitalismo
industrial. Mientras que la expansión industrial debe en teoría continuar (y puede continuar
haciéndolo mientras los mercados estén en paz con la producción) las burbujas de la deuda
terminan, normalmente de forma violenta como vemos hoy en día. Ahora que Islandia está en
bancarrota, parece que Hungría seguirá su ejemplo. En la medida en que los mercados globales de
divisas no ofrecen ya las fáciles elecciones de la pasada década, el carry trade del yen se deteriora a
la baja. Lo que trae consigo la reconversión en yenes de la divisa islandesa, del euro, de la libra y de
otras divisas no japonesas a fin de satisfacer las deudas con a los bancos japoneses. Este reembolso,
que entraña una reconversión al yen, está haciendo subir el precio de la moneda japonesa. Lo que
amenaza con encarecer a las exportaciones japonesas en relación al dólar, al euro y a la libra. La
semana pasada, Sony previó que sus ingresos caerían como consecuencia de ello, y otras compañías
japonesas afrontan una reducción similar de sus ventas, no sólo por la subida del cambio yen/dólar,
sino también por la desaceleración global resultante de dos décadas de políticas tan profinancieras y
como hostiles al mundo del trabajo. Evans-Pritchard acusó acertadamente a los bancos centrales del
mundo de haber creado este desorden. “Fueron ellos (es decir , los gobiernos) quienes intervinieron
de incontables y complejas maneras para rebajar el precio del crédito global hasta niveles
distorsionaban que el comportamiento, como ha señalado en repetidas ocasiones el Banco
Internacional de Pagos. Fijando un precio del dinero demasiado bajo, han estimulado el
endeudamiento y penalizado el ahorro. Los mercados se han limitado a responder con su habitual
exuberancia a esta señal distorsionadora. El capital privado estuvo tentado de lanzar una “opa” a un
cambio de liquidez por deuda del 5,4 porque la deuda era extremadamente barata. El nivel de
ahorro norteamericano se volvió negativo porque los tipos de interés se mantenían por debajo de la
inflación”. Más acertado habría sido hablar aquí de inflación del precio de los activos. Las ganancias
de los estratos más altos de la pirámide económica trajeron consigo la polarizaron de las economías.
Lo que quedó para la base que representa el 90% fueron deudas, no ganancias fundadas en el
aumento del precio de los activos a partir de dinero fácil. Los de abajo financian a la economía
norteamericana del goteo La subida del yen y la caída del cambio de las divisas internacionales
son el resultado de deshacer la estrategia japonesa del carry trade para rescatar a sus bancos. La
industria japonesa pagará la factura. Y a pesar de la caída de la libra y del euro, la política europea
de reforzar las exportaciones hacia el mercado norteamericano, en vez de robustecer el poder de
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compra de sus propios trabajadores en el mercado interno, parece errónea a la vista de la inminente
desaceleración económica esperada. El gasto en consumo en los EEUU y los niveles de vida caerán
(y parece que de forma veloz) para financiar la economía de “goteo” o “derrame” procedente de los
de arriba. La actual política del Tesoro es la de rescatar a los acreedores, no a los deudores. Los
bancos están siendo salvados, pero no la industria norteamericana, y en ningún caso los sueldos y el
consumo americano. En lugar de establecer un gasto deficitario keynesiano con objeto de
incrementar el empleo (con inversión pública en bienes y servicios, infraestructuras y pagos en
transferencias), el Tesoro y la Reserva Federal están concediendo dinero a los bancos para que éstos
se compren entre sí, consolidando en EEUU un sistema financiero de estilo europeo, concentrado
tan sólo en algunos grandes bancos. Por esta vía, el sistema financiero se monopolizará y creará
grandes grupos, derrumbando dos siglos de política económica destinada a prevenir el dominio
financiero de la economía. Pero es evidente que ninguna cantidad de dinero concedido a los bancos
“goteará” o se “derramará” hacia abajo. Lo que, en cambio, se producirá es la transferencia hacia
arriba más importante de dinero de los últimos setenta años. La política de dar dinero a los sectores
más ricos (hoy en día, el sector financiero) convierte a la economía del goteo en un eufemismo
debido a la concentración de riqueza. Se pretende que la economía norteamericana necesita de un
sector financiero y de una propiedad saludables para que la economía “real” vuelva a “despegar”.
Pero un sector financiero más fuerte vendiendo más deuda al conjunto de la economía amenaza
resultar disuasorio para la recuperación, para no hablar de un nuevo despegue. Previendo el
inminente encogimiento del mercado norteamericano, prestamistas e inversores están vendiendo
masivamente sus acciones a un precio más bajo, y no sólo las de compañías norteamericanas, sino
también acciones en sectores de exportación europeos y asiáticos. Esta es la contradicción interna
de la operación actual de rescate financiero. Las finanzas por sí mismas no pueden sobrevivir al lado
de una economía real asfixiada. Así que el mundo debería estar en un momento de inflexión
ideológica. Pero la última cosa que la oligarquía europea quiere ver son mayores niveles de ingreso
en el mundo del trabajo. Tampoco la clase financiera americana. Europa y Asia orientaron su fe
hacia el mercado de consumo norteamericano, descuidando el propio. Al sector financiero le pareció
atractivo el sistema mientras el consumo fuera financiado a través de la deuda, no a través del
aumento de los salarios o de la reducción de impuestos al trabajo. Los dirigentes políticos e
industriales en todo el mundo han sido tan hostiles al trabajo, que nadie piensa ya en una
recuperación de los niveles de vida nacionales a través de un aumento de los salarios y de un cambio
en las cargas fiscales soportadas actualmente por el trabajo y la industria en beneficio de la
propiedad, en un cambio que reviviera el espíritu de las tradicionales políticas fiscales progresivas.
Razón por la cual es imposible volver a un pasado considerado como una suerte de condición natural
que pudiera ser recuperada. Cuando Alan Greenspan inundó el mercado hipotecario con crédito, los
propietarios de viviendas tomaban prestado con garantía sobre el aumento del precio de la vivienda
como si sus casas fueran huchas. La diferencia, sin embargo, es que cuando uno hace un retiro de
una cuenta bancaria hay menos dinero en ella, pero no hay deuda de por medio que absorba los
ingresos futuros en forma de programas de refinanciación. Los préstamos hipotecarios han dejado
una deuda residual que ahora ha trocado en quiebra técnica (1) de muchos hogares y en préstamos
sin satisfacer. Eso dejará menos margen para el consumo: el gasto en consumo caerá porque, en
primer lugar, no hay más acceso al crédito hipotecario fácil o al crédito de las tarjetas de crédito; en
segundo lugar, a causa de la deflación de la deuda, en la medida en que los consumidores tienen que
devolver préstamos anteriores, lo que reduce otras formas de gasto; y en tercer y último lugar,
porque la menor actividad económica y la pérdida de puestos de trabajo conllevan una caída en los
ingresos salariales. Niveles más bajos de consumo significan menos ventas para los industriales
norteamericanos y extranjeros, especialmente en aquellos en países cuya divisa aumenta en relación
al dólar (por ejemplo, Japón). Menores ventas significan menos ingresos, lo que significa menores
precios de las acciones en los mercados de valores. Y en los propios mercados de valores, la razón
precio/ingresos cae a medida que el crédito que alimentaba la especulación financiera a través de
los fondos hedge y otras especulaciones se reduce. Así que la combinación de la caída de la razón
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precio/ingresos con ingresos decrecientes significa la disminución del denominador (ingresos) que
hay que multiplicar por los precios (ingresos capitalizados al tipo de interés del momento). Las
caídas de los precios bursátiles están reduciendo la cobertura de los fondos de pensión (así como
cuentas personales de jubilación), necesitando mayores cantidades en reserva para financiar dichas
cuentas. En la perspectiva de la reducción del crédito bancario, ello reducirá el nuevo gasto
empresarial en infraestructura, ralentizando la economía. Mientras los exportadores extranjeros se
despiertan bruscamente del sueño de la demanda americana, ¿cuándo llegará el momento en el que
Asia y Europa intenten reconstruir su propio mercado interior de consumo como alternativa? El
primer problema es el de superar el sesgo ideológico doctrinalmente imperante en los bancos
centrales en un mundo como el presente, en el que los políticos han renunciado a la política
económica en favor de banqueros entrenados en la Escuela Financiera de Chicago para librar una
guerra contra el mundo del trabajo, y aun contra la industria. Sería mucho, probablemente, esperar
de los gestores del Banco Central Europeo de hoy y de sus compadres de la alta gestión económica
ejecutiva que cambien su ideología neoliberal hostil al trabajo; sería demasiado esperar de ellos que
se percaten de que, sin un próspero mercado interior, sus propias compañías industriales
languidecerán. La solución sólo puede venir de un revitalizado movimiento político que represente
los intereses del trabajo y aun de los propios industriales conscientes de la necesidad de reconstruir
los mercados interiores.
NOTA T.: (1) La "negative equity" se traduce aquí por "quiebra técnica" por ser la única voz del
léxico económico con tradición castellana que se acerca al significado original en inglés. Pero la
locución inglesa es propiamente intraducible, a causa de las diferencias legislativas. Mientras que
cuando en los EEUU se deja de pagar una hipoteca lo único que puede hacer la institución financiera
acreedora es subastar el bien inmobiliario y quedarse con el dinero de la subasta, en la legislación
hispánica, si el dinero conseguido en la subasta no basta para cubrir la hipoteca, la institución
financiera puede proceder al embargo de otros bienes del deudor –incluida la nómina—, hasta cubrir
el total de lo adeudado. "Negative equitiy" es la situación que se produce cuando el precio del
inmueble cae por debajo de la deuda hipotecaria: quien tiene entonces un problema es la institución
financiera tenedora de los títulos hipotecarios. Mientras el deudor norteamericano en situación de
"negative equity" tiene abierta la posibilidad de soltar el bien inmobiliario de consuno con la
hipoteca, los deudores europeos e hispánico se hallan, en cambio, en situación de "quiebra técnica":
deben más de lo que vale el bien por el que está endeudado y no tienen otra salida que seguir
satisfaciendo esa deuda. Counterpunch. Traducción para sinpermiso.info: Ernest Urtasun Domènech
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