Los jóvenes Starlight y Redmars estaban tristes porque el mes de sincato llegaba a su fin. Era el equivalente a julio y agosto terrícola, ya que los meses en Marte, comparados con los de la Tierra, tenían una duración mayor y sincato equivalía a todo el periodo estival. Pronto empezarían de nuevo la escuela y quedarían atrás las vacaciones. La vida en Marte se desarrollaba en su interior. Poseían unas estructuras plegables que hacían las veces de edificios; ya fueran oficinas, comercios, colegios o viviendas. Las calles eran enrollables y se podían transportar, poner y quitar según las necesidades. Así, cuando durante el deportivo mes de runeto necesitaban más espacio para desplazarse corriendo, en bicicesta o patinesque, los medios más utilizados por sus habitantes, las calles se adaptaban fácilmente, anulando escalones y obstáculos que pudieran perjudicar sus actividades. Runeto era un mes para el compañerismo y la actividad física, lo que hacía de los marcianos unos seres saludables y de un humor excelente. En cambio, sincato paralizaba todas las actividades laborales y escolares del planeta, por ley era el mes para la relajación y el descanso. El planeta cambiaba completamente, plegando la mayor parte de sus edificios y abriendo las turbinas que creaba el mar. Las calles se convertían en playas de arena fina y rojiza, donde los niños jugaban y los adultos se tumbaban a descansar, leer y charlar con los amigos. Al ser un planeta de vida interior no recibían la luz solar, perjudicial para su piel, mas su mundo no era oscuro, existían los llamados lúxores, animales protegidos que emitían la luz necesaria para la vida en Marte. Todos los marcianos tenían al menos uno por habitante. Era tradición que se regalara a un recién nacido un pequeño lúxor que le acompañaría el resto de su vida. Los lúxores flotaban sobre las cabezas de su dueño, creciendo con él y celebrando juntos sus cumplerranios. Starlight y Redmars paseaban cabizbajos por la playa, salpicándose de vez en cuando para intentar alejar la apatía que les hacía sentir la vuelta al colegio. Sus lúxores emitían una luz algo más anaranjada de lo habitual, síntoma de la tristeza de sus dueños, lo que provocaba las miradas del resto de bañistas. “Por tu lúxor sabremos” era una frase muy común de los padres marcianos, que gracias a ellos podían conocer el estado de ánimo de sus vástagos y darles el apoyo necesario o las felicitaciones oportunas. - No me apetece volver al colegio –dijo Redmars. - Ni a mí, pero nos queda poco tiempo, en breve desplegarán nuevamente los edificios y se acabarán los castillos de arena, tenemos que aprovecharlo con alguna aventura – contestó Starlight. - ¿Y si saboteamos la absorción del mar? –susurró Redmars. - ¿Estás loco? –Dijo Starlight escandalizado- Eso es un delito grave -. Y la luz de su lúxor se volvió algo rojiza, por lo que tuvo que tranquilizarse para no llamar la atención. – ¿En qué estás pensando? -. Añadió con curiosidad. - Si nos pillan sólo lo considerarán una travesura, ¿quién no querría alargar sincato? – Replicó con seguridad Redmars-. Mi plan es obturar alguna de las turbinas de absorción del mar. Podemos hacerlo levantando un muro de rocas. - Chisst –acalló rápidamente su compañero-. Vamos a otro sitio a hablar de esto. Nuestros lúxores nos están delatando. Efectivamente la intensa luz amarillenta de sus lúxores reflejaba que algo tramaban y podría alertar a cualquiera que les observara. Aceleraron el paso respirando profundamente para calmar a sus mascotas, lanzándose arena y jugando como cualquier otro marciano de su edad a fin de pasar inadvertidos. Una vez llegaron a casa de Redmars y se metieron en su habitación trazaron el plan que llevarían a cabo de inmediato. Estaban tan excitados que si alguien hubiera entrado en ese momento habría sufrido de ceguera profunda temporal debido a la intensidad de la luz amarilla. Tenían que implicar a sus lúxores en la aventura para que lo vieran como algo normal y no destellaran tanto. Extendieron los brazos por encima de sus cabezas y sus pequeñas animales se abalanzaron sobre ellos. Ese gesto siempre significaba mimos y así lo hicieron los chiquillos, acariciarles y rascarles sin dejar de pensar en su plan para confundir luminosamente a sus animales y que vieran como algo normal un estado de ánimo excitado, provocando que la luz emitida volviera a ser del blanco natural y corriente y no levantar sospechas. Era un truco que se aprendía en la adolescencia marciana. Decidieron separarse momentáneamente. Volverían a verse tras la reunión de comensales, mientras los padres aprovechaban para cerrar los ojos y apagar su lúxor. Starlight tenía sus dudas con respecto a la gamberrada que pretendían. Siempre había sido menos intrépido que Redmars, aunque su prudencia no le libraba de los problemas en los que le metía su amigo, era débil para llevarle la contraria. Comió con avidez aun sin sentir hambre, con los nervios agarrados a la glutis, semejante al estómago de los humanos. Parloteó creándose como coartada la construcción de un castillo de rocas cerca del Fin del Mundo, el lugar más alejado de Marte, evitando así levantar sospechas si le veían acarrearlas de un lado para otro. Mientras tanto, Redmars estaba más tranquilo. Su costumbre de meterse en líos le templaba los nervios. Llegado el momento de la reunión se encontraron cada uno con su flotacarro, una especie de carretilla voladora que les sería útil en su tarea. No dijeron una palabra, sabían dónde iban y qué tenían que hacer y se dirigieron a la zona más rocosa del planeta, llenaron sus flotacarros y apilaron una montaña de rojas rocas en el Fin del Mundo. Cuando creyeron tener suficientes se sentaron a descansar. En el tiempo que les llevó la tarea apenas habían cruzado palabra; uno porque sus nervios le impedían articular nada inteligible, sabiendo la gravedad de lo que iban a hacer; otro porque ya sentía la gloria del retraso de las clases y soñaba con ser el héroe de la escuela que había alargado sincato. Era difícil comprender cómo siendo tan distintos se mantenían inseparables. - Vamos a hacer la muralla en la quinta turbina –confirmó Redmars-. Hay siete, tardarán en darse cuenta y la número cinco es la que queda más cerca de nuestra playa, lo que hará que mantenga el agua más tiempo y por lo tanto tengamos más vacaciones. - ¿Estás seguro de que es buena idea? Yo creo que no deberíamos. No sólo retrasaremos el colegio, también los trabajos de la gente… - Oh, cállate, llorica. De eso se trata, de tener más tiempo para disfrutar de la vida. Venga, vamos allá -. Y se levantó sacudiéndose la arena y cargando la primera roca. Starlight le siguió más animado, ver a Redmars tan seguro de sí mismo le insuflaba fuerzas y anulaba sus miedos. Roca tras roca crearon los cimientos, afianzándolos con capas de barro. Y así siguieron hasta levantar una firme pared delante de la turbina número cinco. Les había llevado toda la tarde construirla y el sudor les corría por el rostro. Contemplaron su obra durante apenas un minuto y satisfechos de lo que veían se dieron un chapuzón en el mar celebrando su idea. Tras los festejos, recogieron sus bártulos y volvieron alegres a sus casas. Pasados seis giros de Deimos, cuando sólo quedaba uno para el fin de sincato, la expectación de la población por las festividades y la vuelta a la rutina alteraban la luminosidad del planeta, que destellaba en distintos tonos que iban del blanco polar al anaranjado más sutil, dependiendo de sus habitantes. Starlight y Redmars habían acudido periódicamente a comprobar la fortaleza de su muralla, que resistía perfectamente con apenas unos retoques. Daba igual cómo se sintieran de nerviosos, pasarían inadvertidos igualmente. Llegado el gran día, tras la fiesta de fin de sincato, se abrieron por orden las turbinas que absorbían el mar, almacenando el agua en sus depósitos hasta la próxima temporada. Provocaban un sonido armonioso y musical, instando a la gente a bailar a su son. Y en esto estaban cuando la melodía se quebró, dando paso a chirridos estridentes que iluminaron el interior del planeta del mismo tono rojizo que su capa externa debido al enfado y desconcierto de sus habitantes y por lo tanto de sus lúxores. Starlight y Redmars eran los únicos que sabían a qué se debía ese espantoso ruido y sus mascotas brillaron en un luminoso amarillo, acaparando toda la atención a su alrededor. - ¡¿Qué habéis hecho esta vez?! –gritaron sus respectivos padres al unísono. No les dio tiempo a contestar, interrumpidos por una secuencia de truenos. El muro que taponaba la turbina número cinco resistió durante un breve espacio de tiempo, el suficiente para resquebrajar Marte en distintos puntos debido a la presión y hacer que el agua se escapara por las grietas hacia el exterior. Una vez absorbida su agua correspondiente se activaron las dos turbinas restantes, desalojando por completo el mar y creando a un profundo silencio. De inmediato se activaron las alertas de emergencia para minimizar los daños, reparando las grietas lo más rápidamente posible para evitar la entrada de la luz solar. Nada pudieron hacer por el agua perdida en su exterior, que corría como ríos por las laderas marcianas. Starlight y Redmars confesaron y fueron castigados severamente por sus padres, siéndoles retirados sus lúxores y obligados a no poder verse ni comunicarse. Durante el juicio marciano se les imputaron varios cargos graves y se les retiró el derecho al disfrute del próximo sincato, temporada en la cual se harán cargo del mantenimiento de las turbinas para su perfecto funcionamiento. Mientras tanto han de ser ignorados por el resto de la población durante ciento ochenta giros de Deimos, condenados así a recapacitar sobre su fechoría. Estas medidas suelen ser muy efectivas en Marte porque el ostracismo es la condena más dura dada la afabilidad y necesidad de relación entre sus habitantes. Starlight aprendió a hacer caso de su instinto prudente y ser él quien refrenara las ansias de aventura de su amigo. Redmars no consiguió ser ningún héroe y la condena calmó su ego, haciendo de él un mejor marciano.