La protesta social también hizo la democracia

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La protesta social también hizo la democracia
Mariano Pacheco :: 03/12/2013
30 años de democracia: Aporte a la reconstrucción de la memoria histórica de "los de abajo"
Resulta difícil entender la escena política contemporánea, tanto en Latinoamérica como en
Argentina, sin tener en cuenta los procesos de participación, organización y luchas que, tanto en
nuestro país y como en el continente, han protagonizado distitnos sectores populares contra el
modelo neoliberal, implementado durante la década del 90, luego de la derrota de las apuestas de
transformación revolucionaria de las sociedades de los años 70, y del estrepitoso derrumbe de los
socialismos reales hacia fines de los 80 del siglo pasado. Sin embargo, tal como sucedió durante los
primeros años de la recuperación de la democracia en nuestro país, también en la actualidad suele
negarse el rol protagónico de la clase trabajadora y los jóvenes de los sectores populares en las
luchas libradas contra la dictadura primero, y contra el neoliberalismo después. Luchas que
implicaron importantes conquista para los sectores involucrados, pero también, para el conjunto de
la sociedad argentina. Breves consideraciones acerca de la protesta social y la democracia Si
consideramos a la democracia no como un sistema determinado de gobierno, una forma de
administrar las instituciones del Estado sino como aquello que los cuerpos sociales pueden (hacer,
sentir, pensar), entonces, la democracia tiene más que ver con la posibilidad de concretar una
dinámica de organización social que ligue los deseos de los sujetos con principios que establezcan
posibilidades de vida más igualitarias que con una simple gestión de lo existente. Esto implica,
necesariamente, asumir que en la base de la democracia no está el consenso sino el disenso, el
conflicto, la lucha de intereses entre quienes pretenden sostener cierto estatus quo, conservar
determinados privilegios, y quienes por el contrario se empecinan en destituirlos para instituir
políticas públicas que amplíen cada vez más los derechos políticos, sociales, económicos, culturales
de las grandes mayorías. Democracia, entonces, implica tramitar los conflictos, en vez de reprimirlos
o negarlos. Por todo esto es que la protesta social no es, como muchas veces se escucha decir, aun
en boca de quienes protagonizan las protestas, el último camino a transitar, la opción (extrema) a la
que determinados sujetos se ven “obligados” a apelar porque desde el poder no se los escucha, no se
los tiene en cuenta en sus demandas. No, en esta concepción que estamos exponiendo, la
democracia presupone la protesta social como derecho primero, sobre el cual pueden erigirse los
demás. Tal como sostiene el prestigioso profesor de “Derecho Constitucional” en las universidades
Torcuato Di Tella y Nacional de Buenos Aires, el abogado y sociólogo Roberto Gargarella, “el
derecho a protestar aparece, en un sentido importante al menos, como el primer derecho: el derecho
a exigir la recuperación de los demás derechos.” Desde esta concepción, la democracia no sólo
democratiza las relaciones sociales sino también al propio Estado, bloqueando o disminuyendo sus
componentes coercitivos y ampliando sus aspectos garantistas. Democracia y protesta social
durante el menemismo Casi desde sus primeros pasos el menemismo se topó con resistencias a
sus políticas de peronismo inverso: ni socialmente justas, ni económicamente libres, ni políticamente
soberanas. El tema es que las grandes luchas, sobre todo contra las privatizaciones de las empresas
del Estado (cuyo emblema fue la larga huelga ferroviaria), fueron derrotadas. Hasta la relección de
Carlos Saúl Menem como presidente de la Nación, sólo dos luchas fueron verdaderamente
emblemáticas: la pueblada en Santiago del Estero, en 1993 (que culminó con la gobernación, varios
edificios públicos y viviendas y autos de funcionarios incendiados), recordada con el nombre de “El
Santiagazo” y, un año más tarde, la masiva movilización a Plaza de mayo, desde distintos puntos del
país, a la que se le dio el nombre de “Marcha Federal”. Figuras como la de Carlos “Perro” Santillán,
referente de la Corriente Clasista y Combativa, daban cuenta de que nuevos sujetos sociales
emergían para sentar posición, y denunciar el pliegue profundo de la fiesta menemista. La novedosa
experiencia de la Central de Trabajadores Argentinos, que ante una Confederación General del
Trabajo totalmente comprometida con las políticas que condenaban el presente y el futuro de sus
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bases sociales, y con dirigentes sindicales devenidos empresarios, promueve la reorganización
gremial de los trabajadores sobre nuevas bases, postulando la autonomía del Estado y abriendo sus
estructuras, en gran medida, hacia las nuevas realidades del mundo popular, que tenía a los
trabajadores desocupados y a los ocupantes de tierras para construir viviendas a los grandes
protagonistas del período. De todos modos, cabe destacar que hay un año clave, en el cual puede
pensarse de modo condensado todo el período: 1996. Por un lado, en marzo de 1996, se produce la
gigantesca movilización de repudio por los 20 años del Golpe de Estado. Es el comienzo de la
desarticulación de la teoría de los dos demonios, que había primado en el sentido común de nuestra
cultura durante más de una década. Es además el momento de emergencia de HIJOS. Los Hijos por
la Identidad, la Justicia, Contra el Olvido y el Silencio, tenían entonces la misma edad que sus padres
al momento de ser detenidos-desaparecidos por el Terrorismo de Estado. Luego de dos décadas de
lucha de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y otros organismos de Derechos Humanos,
ahora eran estos jóvenes quienes tomaban en sus manos la continuidad de las banderas de sus
padres y de sus abuelas. En un contexto signado por la impunidad, en el que los responsables de
crímenes de lesa humanidad caminaban por las calles tranquilamente, los HIJOS propusieron una
consigna potente: “Si no hay justicia, hay escrache”. Y junto con sus métodos de protesta contra un
sistema judicial que sólo garantizaba impunidad, emergieron el escrache social sobre los
responsables de los crímenes. Toda una nueva narrativa literaria y cinematográfica comienza a
surgir a partir de allí, intentando dar cuenta de ese pasado traumático. Trauma que se intenta
procesar y pensar, más allá de dolor. También en 1996 se producen las primeras puebladas (de
Cutral Có y Plaza Huincul, en el sur, de Tartagal y Mosconi en el norte del país), que fueron
contagiando el entusiasmo y la eficacia, mostrando que la protesta social obtenía conquistas
materiales que posibilitaban hacer menos espinosa la extremadamente difícil situación por la que
atravesaba una porción enorme de la población trabajadora del país, entonces sin trabajo. El piquete
y la asamblea se extenderán rápidamente por todo el país, posibilitando el surgimiento de los nuevos
movimientos sociales, de fuerte base territorial y matriz comunitaria. Ante cada protesta, el
menemismo despliega las fuerzas de Gendarmería para reprimir. Y son los jóvenes, grandes
protagonistas de los piquetes, quienes ejercen la resistencia activa contra un Estado que se
empecina en mostrar su ausencia en políticas sociales, aunque no la presencia de sus facetas
represivas. El aporte de las puebladas al conjunto de las clases subalternas, en este sentido, fue
central, en tanto que contribuyeron a recuperar la confianza en las propias fuerzas (ante una
autoestima fuertemente golpeada), a valorar la participación y la acción directa como forma de
reconquistar los derechos conculcados por las políticas neoliberales. En este sentido, tal como
subrayó Pablo Semán en un artículo publicado en el diario 'Página/12' (“Memorias”, 9 de abril de
2007), el piquete fue un arma sabia: “logra fuerza para los que no tienen casi ninguna”. “No es por
nada –continúa Semán– que gracias a los piquetes, los sectores subalternos de Argentina, en su
época de mayor debilidad histórica, consiguieron, a pesar de ello, cambiar la agenda de una
sociedad que tenía por principio ignorar sus demandas”. Surge así un “ethos” caracterizado por la
ampliación de la participación y la desburocratización, según supo señalar la socióloga argentina
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Maristella Svampa. Mariano Pacheco
Fue en ese mismo año 1996 que, para
los festejos del Día del Trabajador, se
realizó la primera movilización del
Movimiento de Trabajadores
Desocupados a la Plaza de Mayo. El
MTD no era una organización única;
tampoco un “movimiento” en los
términos clásicos. En los hechos, era
un conjunto heterogéneo de comisiones
barriales que, sin vínculos entre sí, se
habían ido desarrollando con el
objetivo de agrupar a los desocupados,
sobre todo en el conurbano
bonaerense. Impulsadas por militantes
provenientes de distintas experiencias
políticas, sindicales, y eclesiales, las comisiones barriales de desocupados buscaban aunar esfuerzos
para dinamizar el protagonismo de ese sector que crecía a ritmos escalofriantes. A partir de 1996,
por otra parte, van a producirse importantes luchas contra la Ley Federal de Educación. Actos,
movilizaciones y cortes de calles. Nuevamente, luego de varios años de inexistencia, surgirán
Centros y Coordinadoras de Estudiantes en los colegios secundarios. Diversas conmemoraciones (los
24 de marzo y los 16 de septiembre, sobre todo) irán chocando contra los directivos de las escuelas y
un todavía sentido común “antisubversivo” instalado en muchos padres. Esos jóvenes, protagonistas
de aquellas experiencias, ligarán su intervención en los colegios con cada vez más frecuentes
acercamientos a las barriadas populares, realizando apoyo escolar y recreación con niños, junto con
una búsqueda por expresar culturalmente sus rebeldías (fanzines, programas de radio, recitales,
etcétera). El activismo en las universidades comienza, también a partir de allí, a dar sus primeros
pasos, librando batallas contra la Ley Superior de Educación e intentando contrarrestar el discurso
neoliberal. Como puede verse, no todo en estos años fue avance neoliberal, sino también resistencia
ante esa ofensiva. Proceso que tuvo a los trabajadores y a los jóvenes de los sectores populares como
sus grandes protagonistas. Y que implicó un resurgimiento de la militancia y una revisión de las
coordenadas estéticas, éticas y políticas de las generaciones precedentes. Profundizar la
democracia contra la democracia (la experiencia de 2001) Serán todos sectores mencionados
(y fundamentalmente la juventud) la que va a confluir en la rebelión del 19 y 20 de diciembre de
2001 (mucho más que los “mediáticos ahorristas” enojados por la confiscación de sus ahorros). Gran
cantidad de activistas nucleados en agrupaciones estudiantiles, culturales, en movimientos sociales,
que junto con otros miles de jóvenes trabajadores (entre los que no se puede dejar de destacar, por
su participación activa y su firme decisión de enfrentar la represión, a los “motoqueros”) y de
sectores medios y populares de la ciudad de Buenos Aires y del Conurbano Bonaerense, quienes van
a protagonizar aquellas jornadas de intensos combates callejeros en los alrededores de la Plaza de
Mayo, mientras que en varias provincias del país las movilizaciones, saqueos y protestas se
multiplican con el correr de las horas. Los cacerolazos de diciembre de 2001 jugaron un rol
fundamental a la hora de quebrar el miedo impuesto por el presidente Fernando De La Rúa al
declarar el Estado de Sitio, abriendo paso a un proceso inédito de participación y movilización de los
sectores medios en la Argentina post dictatorial. La polisémica consigna “Que se vayan todos” fue
entendida por amplios sectores como la posibilidad de avanzar en formas de participación popular
más directas, poniendo en cuestión la anquilosada democracia representativa, en fuerte crisis por el
desprestigio de la clase dirigente. Durante el primer semestre de 2002, aun con sus particularidades
y límites, los asambleístas se incorporaron, de una u otra manera, al proceso de resistencia contra el
modelo neoliberal que vastos sectores de la población venían protagonizando desde años atrás. La
consigna “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”, es expresión cabal de este proceso. A estas
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experiencias se le van a sumar la de las fábricas recuperadas y la histórica lucha emprendida por el
feminismo y otros sectores que promovieron la diversidad de géneros, que cobrarán cada vez mayor
visibilidad. El avance de colectivos culturales, y sobre todo, comunicacionales, empezará a
cuestionar el monopolio de la producción y circulación de la información y el autoencierro del arte
en sus propias lógicas. Muchas de estas experiencias son hoy condenadas al olvido, detrás de la
conservadora interpretación del 2001, que se reduce a presentar todo este amplio proceso social
descripto a unos pocos instantes de “caos”, producto de una “crisis económica” que hundió al país
en la infamia y a sus habitantes en la ignominia. Así considerada, la crisis aparece como un mal a
conjurar. Por supuesto, reducida a su aspecto económico, la crisis es expresión de las carencias
materiales que pauperizaron las condiciones de vida de las clases populares, claro está. El tema es si
ese aspecto implica, necesariamente, negar la positividad de la crisis en términos políticos. La crisis
como momento propicio para rever que hacemos, quienes somos, hacia dónde vamos. La crisis como
momento enormemente productivo, donde la apertura de la historia vuelve otra a vez a colocarse en
primera plana. La crisis de 2001, entonces, puede ser pensada como momento de condensación, de
sacudón, de una puesta en crisis de la cosmovisión posdictatorial, que venía insistiendo, una y otra
vez, en que no se podía cuestionar el pacto de los consensos de la representación. De este modo, las
experiencias populares paridas o potenciadas por la crisis de 2001, si bien erigidas contra la
democracia (en tanto sistema político representativo), terminarán fortaleciendo la democracia, en
tanto posibilidad de promover la participación popular (recuperando, nuevamente, un lugar central
del cuerpo para la política) y ampliar los derechos de las mayorías, bloqueando a su vez los intentos
autoritarios y represivos que anidan en buena parte de la sociedad argentina. Profundizar la
democracia Estas breves líneas pretenden erigirse en un aporte a la reconstrucción de la memoria
histórica de “los de abajo”. Colocar al oficio periodístico junto a las luchas de las y los trabajadores
argentinos, entendiendo que la escritura puede ejercer una función de índole ética, aunque no
convirtiéndose en un medio de propaganda, sino más bien en la medida en que favorezca a
desarrollar una nueva visión del mundo, que cuestione los cánones impuestos por las clases
dominantes y promueva los saberes que en sus prácticas y reflexiones, va gestando el pueblo en sus
luchas y procesos de organización. Escribir entonces, al menos una parcialidad de esa historia poco
abordada, como forma de contribuir al movimiento que arranque a los posibles lectores, y a quienes
escribimos, de la situación en la que nos encontramos. Tal como sentenció David Viñas en la solapa
de su primer libro de cuentos (Las malas costumbres), escribir para aportar a que “yo, usted y los
hombres de aquí dejemos de ser casi hombres para serlo en totalidad”.
(*)Escritor y periodista (autodidacta). Es redactor del diario 'El Argentino' (eidicón Córdoba) y
del 'Portal de Noticias Marcha'. Ha publicado los libros 'Darío Santillán, el militante que puso el
cuerpo' (Planeta, 2012, en co-autoría con Ariel Hendler y Juan Rey), 'De Cutral Có a Puente
Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados' (El Colectivo, 2010)
y 'Kamchatka. Nietzsche, Freud, Arlt: ensayos sobre política y cultura' (Alción, 2013). 'Montoneros
silvestres (1976-1983): historias de resistencia a la dictadura en el Sur del Conurbano' será
publicado por la editorial Planeta en marzo de 2014.Es colaborador de las revistas Deodoro
y Sudestada. La Haine
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