La paradójica coexistencia entre antiimperialismo y división nacional

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La paradójica coexistencia entre antiimperialismo y división
nacional
Eduardo Paz Rada :: 10/10/2008
Nuevas formas de dependencia se perfilan sobre Bolivia, sobretodo cuando los países vecinos
la consideran únicamente como una fuente barata de energía gasífera
El colonialismo español fue reemplazado por el nuevo colonialismo del capitalismo imperialista,
primero inglés y luego estadounidense. Estados Unidos ha tenido el control y la hegemonía en
América Latina y, por cierto, en Bolivia, bajo la doctrina Monroe, de 1823 “América para los
americanos”, ejecutada sistemáticamente en los dos últimos siglos. Las intervenciones militares,
diplomáticas, políticas y económicas son innumerables. Hoy, en el nuevo contexto latinoamericano y
caribeño, vuelve el debate acerca de cómo Estados Unidos impedirá el proceso de emancipación en
varios países del subcontinente. En el caso boliviano, el tema adquiere una alta importancia porque
las relaciones entre los gobiernos de La Paz y Washington se han quebrado de una manera nunca
antes vista. Declaraciones y acciones del Presidente Evo Morales contra el “imperialismo yanqui” y
la consiguiente expulsión del Embajador Philip Golberg, en las últimas semanas, son el testimonio de
la nueva situación. La misma no puede ser plenamente entendida sino tomando en cuenta el
contexto mundial de la multipolaridad y el contexto regional de reacomodos estratégicos. El
fortalecimiento de UNASUR y el debilitamiento de la OEA, el impulso del pacto militar sudamericano
y casi olvido del TIAR, el avance de un Banco Regional y el retroceso del FMI y BM son, entre otros
aspectos, los que definen el estado de la situación geopolítica. Pero, en el caso boliviano, y
particularmente en el contexto de la crisis política generada por la conspiración autonomista de las
oligarquías del oriente, aliadas a las transnacionales petroleras, la situación merece algunas
reflexiones. UNASUR y particularmente los gobiernos de Chile y Brasil han asumido un rol
extremadamente peligroso en las decisiones internas, se han convertido en los “padrinos” del
gobierno de Evo Morales y los Prefectos sediciosos, en el diálogo abierto en Cochabamba. Nunca
antes un ex Canciller de Chile, en este caso Gabriel Valdez, cumple la tarea de aconsejar y dirigir el
escenario político boliviano, tomando en cuenta los intereses geopolíticos y económicos de la
oligarquía chilena que tienen una deuda histórica con Bolivia. Por otro lado, las transnacionales
petroleras han hecho de Petrobrás y del gobierno de Lula del Brasil a sus principales delfines para
mantener las políticas de explotación gasífera en el país. Inclusive el gobierno brasileño se convierte
en interlocutor de los Prefectos y Comiteístas conspiradores. Habrá que advertir que nuevas formas
de dependencia se perfilan sobre Bolivia, sobretodo cuando los países vecinos la consideran
únicamente como una fuente barata de energía gasífera, la misma que es imprescindible para la
poderosa industria de Sao Paulo, para el consumo doméstico argentino y para la minería chilena,
mientras se frenan los proyectos para construir gasoductos internos y diversificar el consumo de
energía barata en la población mayoritaria. Esta situación se presenta en momentos en que los
radicales cívicos del Oriente demandan convertir a Beni, Santa Cruz, Pando o Tarija en
“Protectorados”, es decir en regiones bajo control de otra potencia soberana, y en que los sectores
financiados por algunas ONGs piden crear treinta y seis naciones dentro del actual territorio
boliviano, sin referencia alguna a la Nación Boliviana, a la República de Bolivia y al Estado Nacional.
Aquí radica la contradicción del gobierno de Evo Morales que al mismo tiempo realiza importantes
reformas para fortalecer la economía nacional y al Estado Nacional y levanta banderas tricolores y
patrióticas contra la reacción conservadora, sin embargo, pontifica un proyecto plurinacional
desintegrador y fomenta la fragmentación en naciones inviables. La posición de importantes
sectores populares, de instituciones nacionales y de las Fuerzas Armadas, que hicieron conocer sus
críticas ante la Asamblea Constituyente sobre la posibilidad de dividir Bolivia, parece muy temerosa
ante el riesgo cierto de la desintegración nacional, en la medida en que ya no habrá una Patria que
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defender. No se trata de un proceso inmediato, de cuatro o cinco años, sino de un proceso, como en
Yugoslavia, de quince o veinte años. Paradójicamente, en el presente proceso antiimperialista y
antioligárquico, se están desarrollando algunos elementos de la desintegración nacional futura, más
allá de los criterios de la mayor o menor dependencia. Patria Grande.
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