1967 mayo 12

Anuncio
DECLARACIONES SOBRE EL JURADO INTERNACIONAL DE CRÍMENES
DE GUERRA Y LA SITUACIÓN DE VIETNAM. MÉXICO, D. F. 12 DE MAYO
DE 1967
El día 2 del presente mes inició sus sesiones el Jurado Internacional de Crímenes de
Guerra en Estocolmo, Suecia, presididas por el ilustre escritor, señor Jean-Paul Sartre,
las que terminaron el 10 de este propio mes.
La solvencia moral y la alta calidad de los testigos presénciales de la guerra en Vietnam,
así como las pruebas múltiples que éstos aportaron ante el jurado demostrando dé
manera clara los graves crímenes cometidos por los agresores contra el pueblo de la
República Democrática de Vietnam y los patriotas del sur, otorgan a sus testimonios
una fuerza incontrastable.
En efecto, Vietnam, cuya heroica resistencia sobrepasa lo imaginable, es víctima de una
guerra intervencionista no declarada, impuesta por un agresor que, tanto en el sur como
en el norte, despliega acciones de muerte y destrucción que sublevan o debieran
sublevar la conciencia mundial. Hace nugatorios los más elementales derechos humanos
y viola flagrante e impunemente los convenios, las leyes y la moral internacionales.
Ante esos hechos, ya comprobados por el Jurado Internacional de Crímenes de Guerra,
éste ha podido examinar ante la opinión pública los efectos de la violencia imperialista y
denunciar los múltiples delitos y atropellos de que son víctimas los vietnamitas y
revivir, entre los pueblos, la noción jurídica del crimen de guerra, lo que es, sin duda, un
útil deber de conciencia de los integrantes del Jurado Internacional.
Se ha hecho evidente el obsesivo propósito de los invasores de someter a la población
de la República Democrática de Vietnam con el lanzamiento continuo y creciente de
bombas de alto poder destructivo sobre escuelas, hospitales, fábricas, mercados, obras
de irrigación, y el de bombas de fragmentación cruelmente destinadas a flagelar con
acero a la población civil. Asimismo, su intención de aniquilar a los patriotas del sur
con el uso de armas químicas y bacteriológicas y con métodos de reclusión masiva y de
torturas que extinguen lentamente la vida de las gentes, sin consideración de edad o
sexo, bajo la consigna de "quemarlo todo, destruirlo todo".
Estos actos, universalmente conocidos por las propias fuentes de información de los
agresores, han sido exhibidos de manera palmaria ante el jurado, comprobando, además,
que están en plena contradicción con las prohibiciones señaladas en la Convención de
La Haya de 1907 y el Protocolo de Ginebra de 1925 sobre las leyes y las costumbres de
la guerra y, asimismo, con la justicia aplicada en Nuremberg para los crímenes de
guerra que, habiendo operado para los nazis, no hay razón alguna para que deje de
hacerlo para quienes los cometen en Vietnam.
El crimen de agresión, el más grave por sus implicaciones y el que origina todos los
demás, es un reconocido delito internacional, perfectamente configurado en los juicios
de Nuremberg y vigente siempre como tal ante la conciencia de los pueblos,
especialmente de los débiles que tantas vejaciones e intromisiones extranjeras han
sufrido en el curso de su historia.
Los antecedentes de la actual agresión militar contra Vietnam son bien conocidos. En
efecto, como es del dominio público, los Acuerdos pacificadores de Ginebra de 1954
estipulan la prohibición de introducir en Vietnam tropas y personal militar extranjeros,
armamentos y municiones, así como la de establecer bases militares extranjeras; se
anuncia que las dos zonas de Vietnam no pueden formar parte de ninguna alianza
militar; que todas las libertades del pueblo vietnamita serían respetadas; que la línea de
demarcación en el paralelo 17 es provisional y de ninguna manera podría ser
considerada como un límite político o territorial; la reunificación de Vietnam por medio
de elecciones generales, libres y secretas, para el año de 1956; y el compromiso de los
participantes en la Conferencia de Ginebra de respetar la soberanía, la independencia, la
unidad y la integridad territorial de Vietnam, Camboya y Laos, absteniéndose de ejercer
toda influencia en sus asuntos internos.
Por lo tanto, si la guerra que Estados Unidos ha desatado en Vietnam se examina a la
luz del derecho, además de ser una guerra de agresión es, asimismo, violatoria en
absoluto de los Acuerdos de Ginebra que las grandes potencias ofrecieron respetar e
infringe totalmente el espíritu y la letra de la Carta de las Naciones Unidas, creada por
aquéllas y los demás países miembros, precisamente para propugnar el mantenimiento
de la paz y la solución de los problemas internacionales que la afectan, bajo las premisas
del respeto a la integridad territorial y la soberanía de las naciones, la autodeterminación
y la independencia de los pueblos.
Aun cuando sean ajenas a los propósitos y los objetivos del Jurado Internacional de
Crímenes de Guerra, hago a guisa de comentario algunas reflexiones sobre la delicada
situación que presenta el conflicto en Vietnam.
¿Por qué, podría preguntarse, la guerra en Vietnam, que amenaza la paz mundial, no es
examinada dentro del marco de las Naciones Unidas en el respeto a los principios y los
propósitos de la Carta?
Como es sabido, los Acuerdos de Ginebra fueron obra separada de la ONU y convenidos
por países que no pertenecen a la organización mundial, entre otros que sí son miembros
de la misma, por lo que la renuncia de los patriotas vietnamitas, del norte y del sur, para
que las Naciones Unidas intervengan o desplieguen sus buenos oficios para promover
un acercamiento entre las partes en conflicto, es justificable. Los vietnamitas han
manifestado una y otra vez que jamás admitirán, como se ha pretendido hacer dentro y
fuera de aquella institución, que el agresor y el agredido, el invasor y el país invadido, el
fuerte y la víctima sean situados en igualdad de condiciones, ya que en verdad la razón
y la justicia los asiste, como asistió al presidente Benito Juárez en la lucha de México
contra la intervención, en su tiempo y las circunstancias, al reclamar el retiro total e
incondicional de las tropas, las armas y las bases militares extranjeras del territorio
nacional.
¿Qué podrían entonces hacer las Naciones Unidas o los países cuya responsabilidad
reside en la innegable influencia que ejercen sobre los problemas mundiales?
Aquel organismo poco puede hacer para restablecer en Vietnam la paz, aun cuando se
decidiera a tratar el problema marginalmente, pues es menester reconocer que la fuerza
real de las Naciones Unidas está y permanecerá seriamente mellada mientras la política
del equilibrio del poder, en razón de las esferas de influencia que las grandes potencias
ejercen en el mundo, sea la que prevalezca.
Sin embargo, sería de desear que, como escribiera recientemente el eminente escritor
republicano español, señor Julio Álvarez del Vayo, las Naciones Unidas condenaran la
destrucción sistemática e indiscriminada de un pequeño país por la potencia militar más
grande del mundo.
Las grandes potencias occidentales podrían, quizás, llevar a cabo una acción más útil si
decidiesen, juntas, dejar al agresor correr su propia suerte en el conflicto que ha
desencadenado, dejándolo política y militarmente solo en sus inútiles esfuerzos de
aniquilar a un pueblo admirable y en los riesgos que enfrentaría el coloso de decidir la
extensión de su agresión en Asia.
Los pueblos deben percatarse de que la guerra de exterminio que lleva a cabo el
imperialismo en Vietnam persigue algo más que el dominio y el usufructo de las
riquezas de ese país. En realidad, el objetivo fundamental de los agresores parece ser el
de posesionarse de una base continental de excepcional importancia para procurar su
predominio político, económico y militar sobre Asia, insensata ambición cuyos riesgos
rebasan todas las fronteras y amenazan a los pueblos del orbe.
También es de la mayor importancia repetir una y otra vez que la causa que defiende el
pueblo de Vietnam del norte y los patriotas del sur, es justa, porque la guerra en que
están empeñados es de defensa de su territorio, de su soberanía e independencia
nacionales. De ahí, su firme rechazo a todo arreglo que pudiera hacer negociable la
emancipación de su país.
Por estas consideraciones, y las de humana justicia que propugna el Jurado Internacional, el que sin capacidad de ejecutar sentencia, divulga y condena la
criminalidad de una agresión que no debe aceptarse, los ciudadanos de América y el
mundo que deseamos ver a nuestros países libres de agresiones como las que se
registran hoy en Vietnam, ayer en Santo Domingo y Cuba, estamos todos obligados, sin
distinción de credos políticos o religiosos, a pedir el cese inmediato de la agresión
extranjera en aquel país y la instauración de la paz en la independencia, derecho al que
los vietnamitas no renunciarán.
Descargar