Un infame capítulo de las Guerras Civiles: la Guerra del Paraguay A la guerra de la Triple Alianza o del Paraguay la mayoría de los historiadores y no historiadores la han resumido expresando que se trató de una defensa de la soberanía por parte de la Argentina que fue la que más hizo para llevarla a cabo arrastrando tras ella a Brasil y a Uruguay. Esa defensa de la soberanía está expresada en todos los documentos públicos y secretos que se elaboraron antes y después del inicio de esa guerra que enfrentó a un país al que muchos países no reconocían como independiente, pero que había dado sobradas muestras de su interés por imponer en su territorio una política basada en el desarrollo de sus fuerzas productivas, contra las dos principales naciones (Brasil y Argentina) de Latinoamérica y un socio menor que también contribuyó a la infamia general. En 1865 cuando estalla el conflicto hacía tiempo, más propiamente después del triunfo de Pavón que el mitrismo o la fuerza portuaria y nacional había implantado una política de arrasamiento de las situaciones provinciales que tiene al ejército nacional mitrista como principal garrote y a muchos oficiales uruguayos que blandieron el mismo. En esa lucha de casi una década algunos puntos fueron realmente sintomáticos y aleccionadores: la grosera persecución (“Guerra de Policía”, se la denominó) contra el caudillo riojano Peñaloza y tiempo después contra Felipe Varela y los complotados en la denominada Revolución de los Colorados. La guerra del Paraguay puede considerarse casi como el último hito de esa interminable guerra civil cuyo punto de partida podríamos fijar en 1820 y que duraría hasta poco tiempo después de 1870. Poco más de medio siglo en que se enfrentaron unitarios, federales en una lucha sin descanso con la consecuencia de miles y miles de muertos, destrucción de bienes, exilio de millares de argentinos a Chile, Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay, etc. Paraguay nunca fue considerado por los pueblos del virreinato y posteriormente a su desaparición como una entidad ajena a ellos antes, más bien era respetado como el foco colonizador principal del litoral argentino. Que derrotara la fuerza paraguaya a Belgrano que ese pedazo importante del virreinato decidiera aislarse y no participar de los primeros años de las guerras civiles no puede ser considerado como una forma de alejarse completamente de los intereses de los pueblos del Plata y del interior enfrentados en una guerra sin cuartel. Tan es así que Juan Manuel de Rosas nunca aceptó la independencia de Paraguay, aunque ya en tiempos constitucionales ese reconocimiento se produjo pero en nada desmerece ese hecho o disminuye la incontrastable verdad que Paraguay seguía siendo en el consenso de los pueblos del virreinato del Río de La Plata y de la naciente Nación Argentina, un pueblo tan fraterno y similar al de todos los que integraban el virreinato. Que esa unidad era incuestionable lo muestra el hecho curioso que en el Acta de la Independencia impresa en tres idiomas el guaraní era uno de ellos junto al castellano y el quechua. A pesar de su novísima independencia Solano López intervino como mediador en el enfrentamiento entre la confederación y Buenos Aires, y lo hizo con el beneplácito y reconocimiento de ambas partes, pero el desarrollo de la guerra por parte de Buenos Aires tratando de destruir y aniquilar, sometiéndolos algo así como un forzado vasallaje a las realidades de las provincias del interior había entrado en una política sedienta de sangre, injusta y carente de freno que llevó a cometer toda suerte de atropellos en todo sentido. Es por eso que a pesar de las aleatorias argumentaciones para justificar el genocidio del Paraguay alegando la defensa de la soberanía atropellada por las fuerzas de López la Argentina mitrista no se detuvo luego de vencer los alzamientos del interior argentino y avanzó hacia el último reducto que todavía no había caído bajo su feroz política. La Guerra del Paraguay no puede ni debe ser considerada una Guerra entre naciones enemigas sino que le cabe la definición de ser uno de los últimos baluartes a destruir y dominar en esta guerra civil de casi cincuenta años. Por eso que en todas las provincias argentinas los contingentes reunidos para ir a pelear a los esteros paraguayos se rebelaron negándose porque el pueblo intuía el atropello que se estaba por cometer a ser llevados a esa guerra infame. Y así como en La Rioja hechos similares se produjeron en Córdoba, en Entre Ríos y demás. Una prueba incuestionable de que los pueblos del interior fundamentalmente consideraban a esta una guerra civil es el ofrecimiento que hiciera a Solano López en el año 67 Felipe Varela al ofrecer las fuerzas montoneras para ir a pelear junto a los paraguayos contra el mitrismo portuario. Y además es bueno que tengamos en cuenta la posición de Alberdi apoyando al Paraguay contra la Triple Alianza. Pero no quedó ahí la cosa porque a consecuencia de esa guerra Buenos Aires padeció la epidemia del cólera y de la fiebre amarilla que costó la vida a más de 30.000 personas, epidemia que también migró hacia el interior y a consecuencia de esa misma guerra fue tal el costo para las arcas de Brasil que años después el Emperador Pedro II perdía su corona. Es bueno que cambiemos la apreciación que hemos tenido sobre esta guerra, que no fue justa, que fue un crimen y que fue quizás el episodio más cruento de nuestras interminables guerras civiles. Miguel Bravo Tedin