Formación del Canon del Antiguo Testamento

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L A F O R M A C I Ó N D E L C A N O N D E L A N T I G U O T E S TA M E N T O
1. INTRODUCCIÓN
1.1. CONCEPTO DE LA BIBLIA.
La Biblia no es un concepto necesariamente unívoco o que signifique lo mismo para judíos y cristianos. No hay
tampoco coincidencia en cuanto a los libros que abarca.
1.2. DIVISIÓN DE LA BIBLIA JUDÍA.
La Biblia judía está formada por tres partes: la Ley, los Profetas y los otros Escritos. Esta nomenclatura de tres
miembros se presenta ya acuñada en el siglo II a.C. Aparece por primera vez, que sepamos, en el prólogo del
Eclesiástico (a. 117 a.C.): “La ley, los profetas y los otros escritos de los antepasados”. Esa nomenclatura y división de los libros sagrados quedan establecidas en el uso del judaísmo ulterior, y hay amplio eco de ellas en los
escritos de Flavio Josefo, de Filón y en el Nuevo Testamento (Mt 5,17; Lc 24,44; Hch 28,23).
La secuencia de los tres grupos de libros en la Biblia –ley, profetas y escritos– no es cosa del azar; obedece al
orden cronológico de la canonización y a la mayor autoridad de que gozan unos libros con respecto a los otros: la
ley más que los profetas y éstos más que los escritos.
La ley (tôrâh) es la parte más sagrada y de mayor autoridad en la Biblia judía; corresponde a lo que comúnmente
conocemos con el nombre de Pentateuco. Le siguen en orden de canonización y en sacralidad los libros de los
profetas; en ellos están incluidos los llamados “Profetas Anteriores” (libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes) y
los “Profetas Posteriores” (los libros de los profetas mayores y menores). La tercera parte de la Biblia está configurada por los restantes libros. Su canonización procedió más lentamente; algunos entraron en la Biblia ya en la
era cristiana; entre los primeros libros de este grupo están los Salmos.
Según su nomenclatura habitual, la Biblia judía se integra de veinticuatro libros, divididos en los tres grupos mencionados 1. El primero contiene la tôrâh (instrucción, decisión, ley); el segundo, el dabar (la palabra profética); el
tercero, el šir y el mašal (el canto y la sentencia), que integran los libros poéticos y los libros sapienciales. El judaísmo guardaba en la Biblia su más valioso tesoro (1Mac 1,59ss; 2Mac 2,13-15), sus apreciados “libros santos”
(1Mac 12,9).
2. FORMACION DE CADA UNA DE LAS PARTES
2.1. LA LEY
Probablemente, la primera expresión de actitud venerativa ante un libro como sagrado, o al menos la primera de
la que quedó amplia constancia, es la que se refiere al “libro de la ley” o “libro de la alianza”, encontrado en el
templo en tiempo de Josías (2Re 22,8—23,3). El libro en cuestión es indudablemente el núcleo principal del actual Deuteronomio.
2.1.1. Núcleo del Deuteronomio.
El libro se presenta amparado en el nombre de Moisés, el primero de los profetas (Dt 18,18). Su palabra, por lo mismo, tiene autoridad divina. Toda la ley será después atribuida a ese profeta, intermediario fiel de la
Palabra de Dios para su pueblo. La ley atribuida a la mediación de Moisés es la palabra que el pueblo recibió
como su constitución.
1
La reducción del Antiguo Testamento de 45 libros que nosotros estamos acostumbrados a contar, a los 24 que cuentan
los judíos, se explica, (1) porque en esta cifra faltan los siete deuterocanónicos, (2) porque no se desdoblan varios libros
que en la Biblia cristiana hacen dos y (3) porque se cuenta como un libro todo un grupo de libros. La “tôrâh” tiene los
mismos cinco libros que tiene el Pentateuco (1) Gn, (2) Ex, (3) Lv, (4) Nm, (5) Dt; los Profetas Anteriores abarcan
cuatro libros: (6) Jos, (7) Jue, (8) 1-2 Sam, (9) 1-2 Re; los Profetas Posteriores otros cuatro: (10) Is, (11) Je, (12) Ez y
(13) Doce Profetas Menores (en un libro), en los Escritos se incluyen once libros: (14) Sal, (15) Pro, (16) Job, cinco
rollos: (17) Cant, (18) Rut, (19) Lam, (20) Ecl, (21) Est; además de (22) Dan, (23) Esd–Neh, (24) 1-2 Cro. En total, 24
libros.
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La actitud expresada por el rey y por el pueblo ante ese “libro de la ley”, equivale a su reconocimiento como Biblia. Es el principio del canon. Hacer una reforma religiosa a la luz de sus mandamientos es consecuencia de
haberle reconocido autoridad divina y de haberlo aceptado como norma de vida. Un “libro de la ley de Dios” es
también (Jos 24,26) base de una alianza o fundamento de una comunidad, que se forma y que vive bajo el signo
de su nombre.
Si el hallazgo del “libro de la ley” y la reforma religiosa de Josías, obediente a esa ley, señalan el nacimiento de la
Biblia, su fecha es datable: es el año 622 a.C.
Casi dos siglos más tarde, en la segunda mitad del siglo V, se da otro paso importante, por no decir el verdaderamente decisivo, hacia la formación del canon. El escriba Esdras venido del exilio hace una lectura solemne de
la ley ante el pueblo congregado en el templo, con la intención de renovar la alianza (Neh 8).
2.1.2. Conjunto de códigos del Pentateuco.
La ley leída por Esdras en esa circunstancia no es el código deuteronómico o el de la alianza de Siquem,
sino el conjunto de códigos que integran el Pentateuco actual. En el acto de establecer esa ley como norma de
vida, la comunidad de Esdras está canonizando la tôrâh y presenciando el nacimiento de la primera parte de la
Biblia. Cuando la nación con sus instituciones se ha hundido, el pueblo se reconstruye en torno al libro santo.
Este será la constitución que lo mantenga como pueblo, aun sin el estado.
La ley aparece encuadrada en el marco narrativo de la historia mosaica, y más concretamente, en el acontecimiento sinaítico. Este reúne dos factores: un encuentro teofánico entre Dios y su pueblo y la conclusión de una
alianza entre los que han venido a ese encuentro. La ley se sitúa ahí como elemento que pertenece a ese acontecimiento.
Pero en un sentido amplio, todo el relato del Pentateuco hace de marco a la ley. Los acontecimientos relatados
se refieren a los pasos de los predecesores de Israel, desde el origen, con Abraham, hasta la llegada del pueblo
al Sinaí, y luego a los caminos ulteriores de los descendientes del patriarca hacia la tierra de destino. En el centro de esos relatos está el tema de la liberación de servidumbre, origen de Israel como pueblo salvado. Casi en
la cima del camino está el Sinaí y la alianza que allí tuvo lugar, origen de Israel constituido como pueblo de Dios.
El Pentateuco es, por lo tanto, la constitución de Israel, la base histórico–teológica por la que se orientará su fe y
se normará su vida. Esos son los presupuestos que sustentan su canonización.
Eso no quiere decir que el Pentateuco no ejerciera ninguna autoridad antes ya de su configuración definitiva.
Sus primitivas tradiciones y sus primeros códigos de leyes ejercían indiscutible autoridad. Las tradiciones antiguas que incorpora el Pentateuco hablaban de la guía de Dios en favor de los padres. Eran épica sagrada. El
credo histórico que profesó Israel desde su origen recogía en síntesis esos grandes acontecimientos que refiere
la épica sagrada y los proclamaba obra de Dios. Los historiadores más antiguos de la Biblia tomaron de las tradiciones materiales y del credo un esquema para escribir la historia santa. Por su lado, el “libro de la ley” provocó
y dio la pauta a la reforma de Josías.
2.1.3. El Pentateuco actual.
Toda esa tradición historiográfica y esos códigos de ley fueron un día utilizados por la escuela sacerdotal. Ésta los encuadró en su versión, los actualizó y ofreció en ellos a su pueblo su constitución definitiva. El
Pentateuco fue la base sobre la que se fundamentó el judaísmo posexílico, con todas las ramificaciones que luego le nacieron: el judaísmo palestinense, las comunidades de la diáspora y los mismos samaritanos que, al separarse a su vez de los judíos, se llevaron consigo la tôrâh, que es su Biblia.
2.2. LOS PROFETAS.
La palabra profética se supone que tiene, en virtud de la definición misma del profeta, autoridad divina. El profeta no habla por su cuenta, sino en nombre de Dios. La tradición fue consecuente con ese postulado, ya al reconocer la autoridad de la ley deuteronómica, sobre la base de que era palabra de Dios por un profeta, Moisés.
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2.1.1. Tradición oral.
La palabra de los profetas vivió por largo tiempo en la tradición oral. Lo que se puso por escrito en sus
días es insignificante. Los profetas no podían, por lo tanto, verse canonizados como Sagrada Escritura, cuando
sus dichos y palabra no había adquirido aún su cuerpo literario, por mucha que fuese la autoridad que ejercieran
ya en la vía de la tradición oral. En su día se entendió que la palabra del profeta se dirigía a su momento y que
era válida para él. Pasado ese momento, se la siguió recordando, hasta llegar al descubrimiento de que esa palabra que mira hacia adelante puede tener vigencia duradera.
2.2.2. Tradición escrita.
Los discípulos de los profetas fueron quienes recogieron, guardaron y transmitieron sus palabras. Con el
tiempo se formaron pequeñas colecciones, que luego rematarían en colecciones mayores y en libros. Por supuesto, los libros recogieron, junto con la palabra del profeta, acrecencias ulteriores de la misma, añadiduras narrativas en torno al mensajero, palabras de procedencia desconocida, factores en conjunto, que actualizan la palabra y que muestran que ésta vivió más allá de, su hora histórica.
La época postexilica, que parece anodina, es la que realmente hace justicia a los profetas que no la habían visto
en su día. Los círculos apocalípticos se nutren, en su mensaje y visiones, de la palabra profética. El pueblo se
concentra en el tesoro de su literatura y descubre día a día el profundo significado que ésta tiene. Los anuncios
de los profetas se comprueban veraces. Con ello se consolida la esperanza que despiertan. En eso suena la
hora de su canonización.
Los llamados “profetas anteriores” (la historia deuteronomista, con Josué, Jueces, Samuel y Reyes) enlazan directamente con la tradición de los patriarcas y con los recuerdos de la era mosaica, y refieren la historia del pueblo desde la conquista del país hasta el fin de la monarquía. Si la narración del Pentateuco está animada por la
palabra de la ley, la deuteronomista lo está por la palabra y por la acción de los profetas, los preclásicos, como
Samuel, Natán, Ahías de Silo, Elías y Eliseo, e incluso por la presencia de los grandes profetas. Cierto, de los
profetas de los siglos VII y VIII no hay mucho eco en esos libros, pese a que corresponden a la época de la que
se da cuenta en ellos.
Los profetas preclásicos se adelantan al momento en que se valoraría más la palabra que la acción, y por eso su
palabra no fue recogida en libros con sus nombres. La historia retiene, sin embargo, algunas de sus palabras en
el contexto de su vida. Pero, sobre todo, conserva en leyendas recuerdos de sus hazañas, que son palabra en
acción. La historia deuteronomista consigue una sorprendente teología de la historia, tomando como eje el funcionamiento de la palabra de la alianza y su ley y la palabra de los profetas. Hay buena razón para llamar “profetas anteriores” a estos libros. Los destinatarios de esa historia la consideraron versión fiel de la relación que medió entre Dios y su pueblo entre la conquista de la tierra y el final de la monarquía, y la declararon normativa. Este último paso equivale a su canonización.
Los escritos de los profetas significan un contrapunto carismático, de dirección escatológica, a la concepción de
la alianza en la versión sacerdotal del Pentateuco. La comunidad del postexilio estimó que la historia había dado
la razón a los profetas o que Dios los había legitimado a su luz, y se hicieron populares. Sus palabras animaron
a esa comunidad y orientaron su atención hacia el futuro. La hora de su canonización llegó, por fin, en los siglos
III y II a.C. Fueron leídos igual que la tôrâh en las sinagogas y fueron escuchados como Sagrada Escritura. La
Biblia podía llamarse, desde ese momento, “la Ley y los Profetas”.
2.3. LOS ESCRITOS.
La tradición judía designó con ese término un grupo heterogéneo de libros del Antiguo Testamento, que tardó en
definirse como la Biblia. Las alusiones antiguas a este bloque, desde el prólogo del Eclesiástico hasta Flavio Josefo y el Nuevo Testamento, son siempre imprecisas. No ofrecen nunca una lista concreta de sus libros. Y es
que la lista estuvo fluctuante por unos cuantos siglos. El Nuevo Testamento hace representante de este grupo el
libro de los Salmos.
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2.3.1. La lista de los escritos.
La lista de “los escritos” abarca una serie de libros que el judaísmo estimaba, que leía asiduamente y
que, al fin y por etapas, reconoció como sagrados y canónicos. Están en este grupo los libros poéticos del Antiguo Testamento, los sapienciales y algunos historiográficos. Nominalmente se trata de los libros de los Salmos,
Proverbios, Job, la historia cronística (Crónicas, Esdras y Nehemías) y los cinco “rollos”, que son el Cantar de los
Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester.
2.3.2. La canonicidad.
La discusión en torno a la canonicidad de algunos de estos libros tardó siglos en zanjarse. El Concilio de
Yamne, al final del siglo primero de la era cristiana, trató de esta parte movediza del canon. Era un momento en
el que el judaísmo normativo, el sobreviviente a la catástrofe de la destrucción de Jerusalén, en el año setenta, y
a la consiguiente dispersión, debía defender su identidad acogiéndose a su Biblia, ya que no podía hacerlo a su
nación. No tenemos la crónica de sus deliberaciones ni sabemos de sus decisiones, en lo que se refiere al canon de la Biblia; pero que de él se trató no cabe duda. La palabra definitiva sobre algún libro del canon, en concreto el Cantar de los Cantares, se pronunció en el siglo segundo de la era cristiana.
La canonización de este tercer bloque de libros supone ya la normatividad de la ley y de los profetas. El hecho
significa que, como allí, se reconoció a esos libros autoridad divina y se los consideró fiel expresión de la vida de
esa comunidad que quiere ser pueblo de Dios. La palabra del šir y la del mašal se alinea con la palabra de la ley
y con el mensaje del profeta. A simple vista, los libros de este grupo tienen valor devocional o se hacen apreciar
por su contenido ético. En todo caso, son testigos de la vida de la comunidad y hablan de los problemas, de las
dudas y de las esperanzas que la animan.
3. RAZONES Y CRITERIOS
3.1. RAZONES.
La razón más convincente, por más que misteriosa, de la formación del canon de la Biblia, es el reconocimiento
de la autoridad divina en los libros que lo integran. El Espíritu de Dios, que animó a los que dejaron su testimonio
en los libros, animó también al pueblo que lo reconoció y descubrió allí su verdadera identidad. Por eso decidió
que esos libros debían constituir la norma de su vida.
Es claro que el judaísmo creó mucha más literatura que la que quedó incluida en el canon. Algunos de esos libros gozaron de popularidad, se leyeron asiduamente, se les reconoció indudable valor educativo e instructivo, y,
con todo, no entraron en el canon. Otros fueron rechazados deliberadamente por despertar sospechas o por razones evidentes de heterodoxia y laxitud, de sincretismo y sectarismo.
Si se observa la diversidad de tendencias, de corrientes de pensamiento, de espiritualidades y de teologías que
la Biblia supo integrar y armonizar, sorprende el pluralismo de esa comunidad. Por otro lado, su sensibilidad
aparece verdaderamente refinada cuando se ve precisada a discernir lo que no puede integrar. Es reacción
normal de autodefensa, en momentos en que amenaza el peligro de fuerzas desintegradoras.
Razón, por lo tanto, más empírica, aunque también genérica, de la integración de los libros en el canon sería que
esos libros se hagan eco y fomenten el fortalecimiento de la propia identidad, de la cual se toma conciencia afinada en momentos de crisis y en horas decisivas de la historia. Esa razón genérica se desdobla en muchas razones más concretas, de diversa naturaleza, de envergadura nacionalista, sociológica, jurídica y, por supuesto, religiosa.
Al repasar la lista de libros tan diversos, las razones abstractas toman rasgos concretos; cada libro destaca aspectos determinados de la compleja imagen que presenta un pueblo en su historia.
Razones aún más tangibles de la entrada de un libro en el canon serían su contenido, su carácter religioso, su
conformidad con lo que se considera tradición recibida. Pero esos criterios no ampararían aún a muchos libros,
que parecen saltar de esos marcos.
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También cabría destacar como razón de la canonización la actitud popular ante la fuerza de la palabra, en particular la del profeta o la del visionario apocalíptico. Se trata de la actitud mágica que puede suscitar la creencia
en su eficacia ex opere operato [= que actúa ‘por presencia’, por la fuerza de la acción realizada, sin importar el modo
con que se hace ni la receptividad de quien la acepta].
3.2. CRITERIOS.
Criterios más manejables de la canonicidad son la procedencia de los libros, su antigüedad, su autor, su lengua.
De hecho, la tradición mostró tendencia a atribuir los libros de la Biblia a personajes prestigiosos, como el Pentateuco o tôrâh a Moisés, los Salmos a David, los sapienciales y poéticos a Salomón, la historia deuteronomista a
profetas. Pero esas atribuciones no amparan a todos los libros.
- El criterio de la antigüedad quiere que todos los libros de la Biblia procedan de la era profética, que concluiría
en la época de Esdras. Por eso los libros tardíos se refugian bajo el nombre de un personaje del pasado, que le
confiere autoridad.
La Iglesia, a su hora, dará también paternidad convencional a algunos de los libros del Nuevo Testamento para
mantener el criterio de la apostolicidad.
- El criterio de la lengua, aunque pueda parecer superficial, también tuvo su peso. Los rabinos no incluyeron en
el canon, al decidir la última parte de la Biblia, ningún libro nacido en una lengua que no fuera el hebreo.
En definitiva, son muchas las razones y criterios que pudieron intervenir e intervinieron de hecho para promover
el status de un libro y constituirlo en norma de fe y de conducta. Pero, en última instancia, esas razones serán,
todas, expresión de la que señalamos al principio: el reconocimiento de la autoridad divina en el libro.
La canonicidad responde a una decisión de orden dogmático. Implica el pronunciamiento sobre valores y significados de orden trans–empírico. En definitiva se tiene que regir por criterios de fe. El Espíritu de Dios es la única
luz que puede conducir al reconocimiento de la presencia del Espíritu en los libros escritos. Por supuesto, ese último criterio se sustancia en motivos tangibles y al menos parcialmente analizables a la luz de la historia, de la
sociología o de la fenomenología religiosa.
El canon de la Biblia es obra, ante todo, de la comunidad. Ella tuvo ya parte importante en la formación de muchos libros; luego la tuvo en el reconocimiento de su carácter sagrado. Y lo mismo que los libros son de algún
modo inseparables de la comunidad, así lo es ella de los libros. Los libros de la Biblia son su definición, la expresión fiel de su vida y de su autocomprensión. Fue indudablemente el hecho de encontrarse a sí misma en los libros lo que llevó a la comunidad a establecerlos como norma.
Para que sean norma de vida de manera adecuada y total, la interpretación los sigue actualizando, guiada por el
mismo Espíritu que presidió en la comunidad en el pasado.
Aparte de este canon del judaísmo normativo, existen otros cánones, que dan Biblias un tanto diferentes.
Los samaritanos, que se separan de la comunidad judía en el siglo IV a.C., reconocen como su Biblia únicamente
el Pentateuco, que era lo canonizado hasta el momento de su separación.
Los judíos de la diáspora helenística tuvieron, por el contrario, criterios más abiertos. Incorporaron a la lista de
sus libros sagrados los libros que procedían de Palestina y otros que nacieron, incluso en griego, entre ellos.
Exponente de todo esto es la traducción de los Setenta (LXX), que ignora la división tripartita de la Biblia e incluye varios libros que el canon palestinense no incluía.
El canon alejandrino, diferente, como se ve, del canon palestinense, plantea el problema de los llamados libros
deuterocanónicos. Estos son los que están en el canon griego, pero no en el palestino. Entre los manuscritos
de Qumrán se encuentran fragmentos (en hebreo) de esos libros. El Nuevo Testamento, aunque cita el Antiguo
siguiendo la traducción de los Setenta, no resuelve el problema, pues no ofrece ninguna cita directa de esos libros (aunque cuando hay diferencias en la traducción, prefiere la versión griega). La Iglesia, sin embargo, se familiarizó con todos los libros que leía en la mencionada traducción: ésta era su Biblia. El Concilio de Trento los
definió inspirados y, consiguientemente, normativos, mientras las iglesias reformadas hacían su opción por el ca-
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non palestinense, el del judaísmo normativo a partir de Jamnia (que, hay que reconocer, decide dejar fuera del
canon una serie de libros sólo después de que la comunidad cristiana los usaba como inspirados [y los había
incorporado en el suyo. En otras palabras, el canon de la comunidad cristiana no deriva directamente
del canon judío, delimitado algunos años más tarde]
Esquema de lo expuesto
Introducción
Concepto de la 
Biblia

División de la
Biblia Judía



Formación de
cada una de las
partes
Razones y criterios de la
formación
La Biblia no es un concepto unívoco; no significa lo mismo para judíos y cristianos.
Existe Biblia judía y Biblia cristiana.
La Biblia judía tiene tres partes: tôrâh (Ley), nebi’im (Profetas) y ketûbim (Escritos).
La secuencia de estas tres partes obedece al orden cronológico de la canonización y a la mayor autoridad de que goza una respecto de otra: la ley más que los profetas y éstos más que los escritos.
Según la nomenclatura habitual, la Biblia judía consta de 24 libros, divididos en las tres partes
mencionadas.
La ley (tôrâh)
NÚCLEO DEL DEUTERONOMIO
 Se presenta bajo el nombre de Moisés, primero de los profetas. [Por lo tanto, no es de Moisés]
 Es el principio del canon.
 Su fecha es datable: 622 a. C. reforma religiosa de Josías.
CONJUNTO DE CÓDIGOS DEL PENTATEUCO
 La Ley leída por Esdras ante el pueblo (Neh 8).
 Esta Ley aparece enmarcada en el pacto sinaítico.
 Su fecha es datable hacia el 450 a.C. o más tarde aún.
PENTATEUCO ACTUAL
 Estos códigos de leyes, más la tradición historiográfica, reciben su constitución definitiva en la escuela sacerdotal.
 Son la base sobre la que se fundamenta el judaísmo postexílico: la tôrâh.
Los profetas
(nebi’im)
TRADICIÓN ORAL
 La palabra de los profetas vivió por largo tiempo en la tradición oral: tiene autoridad divina.
 No puede canonizarse como Escritura por no tener cuerpo literario.
TRADICIÓN ESCRITA
 Los discípulos de los profetas componen selecciones pequeñas que luego rematarán en colecciones
mayores y en libros.
 La época postexílica va a ser la hora de la canonización: así surgen la Ley y los Profetas.
Los Escritos
(ketubim)
LA LISTA DE LOS ESCRITOS
 Abarca una serie de libros heterogéneos: poéticos, sapienciales e historiográfícos.
 Las alusiones antiguas a esta parte son siempre imprecisas.
LA CANONICIDAD
 La discusión en torno a su canonicidad tardó en zanjarse (Concilio de Yamne, siglo I d.C.).
 La palabra del šir y la del mašal se alinean con la de la Ley y los Profetas.
Razones







Criterios
La autoridad divina reconocida en los libros que integran el canon.
El fortalecimiento de la propia identidad. [a falta de unidad política, hay unidad religiosa]
La conformidad de los libros con lo que se considera la Tradición recibida.
La actitud popular ante la fuerza de la palabra.
Autor (Moisés, Profetas, Reyes, otros personajes).
Antigüedad.
Lengua (hebreo, arameo, griego).
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