DESARROLLO:

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DESARROLLO:
Durante las décadas del 20 y 30 se produjeron importantes cambios en la estructura social de nuestro país.
Después de de un período con saldos migratorios, la población volvió a crecer pero a un ritmo más lento, ya
que disminuyeron el índice de natalidad y la inmigración. Si bien disminuyeron los inmigrantes europeos,
aumentaron los de países vecinos y hubo pronunciados movimientos de población: éxodo hacia las ciudades
de la pampa húmeda, principalmente Buenos Aires, Rosario y Córdoba. La población, castigada por el
desempleo y el descenso del nivel de vida, se desplazó hacia los centros urbanos, atraída por la expectativa de
trabajo en la industria revitalizada; pero los puestos disponibles no fueron suficientes. Familias enteras se
hacinaron en habitaciones de reducidas proporciones, ya que la constante llegada de gente excedió también la
capacidad de las construcciones baratas de las ciudades. El fenómeno dio lugar al surgimiento de villas de
emergencia, que empezaron a recibir el nombre de villas miseria debido a las condiciones de extrema
precariedad en que se vivía. Los recién llegados fueron calificados despectivamente como cabecitas negras, o
simplemente los negros. Debido a estos cambios se logró la formación de un pirámide social donde la
sociedad quedó estructurada en los siguientes sectores: Una elite (vinculada con el sector agropecuario
exportador y el sector militar), una clase media (ampliada con la incorporación de los nuevos industriales y los
profesionales emergentes de las universidades de la Reforma radical, además de pequeños y medianos
productores rurales, comerciantes y administrativos.), una clase obrera (numerosa, parcialmente organizada,
en la que comenzó a predominar la gente venida del interior o de los países vecinos.), una campesinado(un
tanto aislado del resto de la sociedad, debido a que habitaba áreas extensas y disponía sólo de precarios
medios de comunicación.)
La familia cumplió un rol muy importante en esta época. Era el lugar de contención privilegiado para afrontar
la vida de la gran ciudad, especialmente para los inmigrantes, pues proporcionaba seguridad frente a la
extrañeza que producía el trasplante a un ambiente nuevo. El otro gran apoyo eran las relaciones de ayuda
mutua entre migrantes de un mismo origen y las asociaciones mutuales que se formaron para ello. Entre los
grupos criollos patricios, el tradicional modelo de familia patriarcal, con muchos hijos y miembros agregados,
siguió vigente, aunque en condiciones de vida muy distintas. Este modelo perduró también entre las familias
empobrecidas. En ellas existía el deseo de educar a los hijos varones en las universidades y formarlos como
futuros administradores de los bienes familiares. Los más ricos complementaban esta educación con largas
temporadas en Europa con toda su familia, incluida la servidumbre. Los viajes eran una oportunidad para
ampliar los contactos sociales y a la vuelta fascinar a los amigos con las novedades del viejo mundo. Estas
familias contaban con muchos sirvientes, masculinos y femeninos. En esta época, además, se adoptó la
costumbre de veranear; para ello, se edificaron lujosas mansiones en las estancias, mientras que Mar del Plata
se transformaba en un centro de turismo exclusivo. Entre las familias urbanas de clase media, en cambio, se
buscaba limitar el número de hijos. Sus jefes eran, por lo general, profesionales, comerciantes, industriales,
empleados y docentes. Muchos eran extranjeros que aspiraban a un mayor nivel de prosperidad y querían
asegurar un futuro a sus hijos enviándolos a la universidad o acomodándolos como empleados en grandes
casas comerciales y en bancos. Para las mujeres, una buena opción era el magisterio, pues ello significaba
empleo seguro y cierto prestigio social; por otra parte, las muchachas debían saber labores y aprender las
tareas domésticas, condiciones indispensables para el ejercicio de la vida matrimonial. En el campo, y sobre
todo entre las familias criollas, continuaba vigente el modelo con muchos hijos y una mortalidad infantil
elevada. Se trataba de evitar que las mujeres trabajaran fuera de sus casas, aunque todos los miembros de la
familia intervenían en las tareas agrarias. También era común que las familias se ampliaran con la
incorporación de huérfanos o apadrinados. La constante migración de los jóvenes en busca de trabajo y las
frecuentes uniones sin casamiento hicieron que en el interior rural muchas veces los hogares estuvieran a
cargo de las mujeres o que en la misma casa cohabitaran hijos de diferentes padres.
Cabe mencionar que a comienzos del siglo XX, las oportunidades en las ciudades para ensayar nuevas formas
de intercambios sociales se multiplicaron, aunque más marcadamente para los hombres que para las mujeres.
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Según el grupo social de pertenencia, las charlas en los salones, las cocinas, los jardines, los zaguanes y los
patios de conventillo se extendieron a las mesas de los cafés y locales de despacho de bebidas, a las
asociaciones recreativas y de socorros mutuos, y a los clubes sociales y deportivos, que surgían por todos
lados. La prosperidad económica hizo que también las calles céntricas, con sus atractivas vidrieras, se
transformaran en lugares para el paseo, la exhibición, los ensayos de seducción o la manifestación política.
Allí, las mujeres decentes transitaban acompañadas, pues no era bien visto que lo hicieran solas. De igual
modo, los salones de las confiterías, por lo general, mantenían una estricta división de los dos sexos. Los
lugares de reunión de los sectores populares urbanos eran deferentes. Las mesas y estaños de los bares reunían
a los varones. Estos nuevos espacios de sociabilidad respondían a distintos tipos de necesidades, tales como
huir del aislamiento, exteriorizar los sentimientos, hacer proyectos o, simplemente, buscar alternativas al
ambiente familiar. En las ciudades más importantes había restaurantes de cierto nivel, que ofrecían el menú
escrito en francés; pero en las fondas y bodegones de todo el país eran comunes los pucheros, los guisos de
dudosa composición, l carne asada y los postres, que mezclaban la dieta criolla con la inmigrante. Los
cambios también afectaron el consumo de bebidas, mientras los aguardientes eran muy comunes en las
provincias, en las grandes ciudades el consumo de bebidas fuertes fue disminuyendo, aunque el vino, la
ginebra y la grapa se siguieron despachando; las preferencias se inclinaban por la cerveza, que comenzaba a
difundirse envasada en recipientes cerámicos, y por los aperitivos de menor graduación alcohólica. A su vez,
mientras los festejos de los sectores medio y alto se hacían con champaña, el mate fue penetrando en las
familias inmigrantes, que terminaron por apoyarlo.
Con los cambios en la estructura social también se produjeron cambios en la cultura de la sociedad. Entre los
más importantes podemos destacar las transformaciones en los modos de vida. En el período 1930−43 se
difundió masivamente el uso de servicios y productos de la técnica que fueron transformando la vida
cotidiana. La Aeropostal traía una carta de París en cuatro días y los argentinos más audaces empezaron a usar
el hidroavión para sus viajes en reemplazo del barco; partían del hidropuerto de Retiro inaugurado en 1930.
Los autos se multiplicaban: los nuevos modelos Ford se unieron a los Chevrolet, Studebaker, Buick y Dodge.
La Crisis generalizó un uso incipiente: los taxis compartidos por 5, 6 ó 7 personas que lo tomaban para un
recorrido fijado de antemano; así nacieron los colectivos, el primero, el Colectivo 1, cumplía el recorrido
Plaza de Mayo−Primera Junta. La radio, la máquina de escribir, la máquina de coser, la máquina de fotos
empezaron a ser de uso corriente. Las primeras heladeras eléctricas de uso familiar sorprendieron, Siam lanzó
al mercado la primera en 1934. Cambió la vida de todos, pero especialmente la de la mujer que fue quedando
liberada de una serie de ataduras, como las compras diarias o el lavado de la ropa a mano, y empezó a tener
tiempo disponible para dedicarlo a otras actividades. Estos cambios fueron llegando a todos los sectores
sociales.
Por su pare el cine sonoro (aparecido en 1927) empezó a difundir pautas culturales con el poder de la imagen
y el sonido unidos. El llamado Séptimo Arte multiplicó su producción y tuvo algunos títulos importantes, de
buena repercusión en el público. En 1933, apareció el sello Argentina Sono Film y se filmó la primera película
sonora: Tango de Luis Moglia Barth. En 1938, se realizó Kilómetro 111. Las películas argentinas competían
exitosamente con las norteamericanas.
Mientras tanto, el gran espectáculo cultural popular era el circo criollo, que recogió la tradición de sus
similares inglés, italiano y francés; pero tomó una fisonomía propia desde la época de Rosas, cuando
incorporó el escenario teatral al tradicional picadero. Tenía un carácter itinerante y se trasladaba por los
pueblos. Era un espectáculo que mezclaba acrobacia, malabarismo y destreza ecuestre. Gente de cualquier
edad y condición se reunía allí para contener la respiración ante las evoluciones de los trapecistas o reírse a
carcajadas con el payaso. El circo, por otra parte, fue el antecedente de varios espectáculos deportivos como la
lucha, el box, la equitación y la gimnasia; también lo fue del teatro popular. La Moreira (pantomima realizada
en el circo) inspiró a un sinfín de personajes que pasaron del circo al teatro en la forma de sainete. El sainete
reflejaba, entre escenas cómicas y melodramáticas, el mundo abigarrado de la calle y el conventillo. Sus
autores más populares, Carlos M. Pacheco y Alberto Vacarezza, entre otros, tomaban los personajes de la vida
diaria y en los argumentos intervenían guapos, anarquistas y los infaltables tanos, turcos y gallegos con sus
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jergas características.
Respecto de la literatura de la época, esta siguió los lineamientos esbozados en el período anterior. Se destacó
una acentuación de la temática nacionalista. En este sentido puede mencionarse la obra del ensayista y
novelista Manuel Gálvez. La producción de Roberto Arlt fue extensa, cabe mencionar: Los Siete Locos
(1929), Aguafuertes Porteñas y El Jorobadito, entre otras. El joven Jorge Luis Borges sorprendió con su
Historia de la Eternidad. Eduardo Mallea escribió Historia de una pasión argentina, Silvina Ocampo Viaje
olvidado y Adolfo Bioy Casares su novela La invención de Morel. Cobró especial relieve en este período la
labor la obra lírica de Alfonsina Storni, que publicó, entre otras obras, Mascarilla y trébol (1938). Cabe
destacar en este período la labor de importantes escritores como: Raúl González Muñón (poeta), Leónidas
Barletta, fundador del Teatro del Pueblo en 1930, entre otros. En 1931 comenzó a publicarse la Revista Sur,
en la que escribieron representantes de la elite intelectual argentina y algunos extranjeros.
A principios del siglo XX, la edición y circulación de publicaciones periódicas tuvo un auge notable. Durante
las primeras décadas de este siglo, una nuevo tipo de periodismo, moderno y profesional, intentó abrirse paso
al margen del Estado y de los partidos políticos. Entre 1905 y 1928 aparecieron La Razón, Crítica y El
Mundo, que buscaron ganar nuevos lectores con otro lenguaje informativo, formatos novedosos y modernas
técnicas de impresión. Los diarios pasaron a ser formadores de la opinión pública y condensadores de la
multivariada cultura nacional; su lenguaje se acercó al habla ciudadana y la diagramación se adecuó a la
exigencia de una lectura ágil, facilitada por el diseño y la expresión gráfica. Junto con ellos estaban las
publicaciones culturales, que se convirtieron en el medio de discusión intelectual más importante. La revista
Nosotros fue la más influyente; pero en la década de 1920 aparecieron otras como Prismas, Proa y Martín
Fierro, editadas por jóvenes escritores que incursionaban por los cambios abiertos por las vanguardias
estéticas de la época. Es que, desde principios del siglo, se estaba desarrollando un agitado debate. Muchos
intelectuales creyeron que la inmigración masiva era una amenaza para la nación, y en torno el centenario
comenzaron a diseñar una estrategia cultural para conformar una identidad nacional homogénea; para ello,
diferentes escritores como Manuel Gálvez, Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones eligieron al Martín Fierro
como el poema que expresaba la nacionalidad y el arquetipo de la argentinidad. De esta forma, la literatura
gauchesca, antes despreciada por la elite y leída con entusiasmo por los sectores populares, fue reivindicada
por la elite cultural como la más pura expresión de la nacionalidad.
En la década a tratar, la vasta influencia de la Iglesia fue notable. En 1934 se reunió en Buenos Aires el
Congreso Eucarístico Internacional, con la presencia de Eugenio Pacelli quien pronta llegaría a ser papa con el
nombre de Pío XII. El acontecimiento congregó a multitud de fieles y puso de manifiesto la amplia influencia
de la Iglesia Católica en la Argentina. Monseñor Miguel de Andrea había fundado la Federación de
Asociaciones Católicas de Empleadas en 1922, Para proteger a las mujeres que trabajaban y facilitarles la
defensa de sus derechos. Sobre la base de esta obra y de la Unión Popular Católica Argentina que también
dirigiera se fundó la Acción Católica Argentina, en 1931.
En cuanto al Arte, en la arquitectura se produjo una revalorización del estilo colonial español, paralela a la
difusión del nacimiento. En 1933, visitó la Argentina el pintor mexicano David Alfaro Sequeiros, autor de
grandes murales que relatan la historia de su país, lo cual influyó en la formación de un movimiento muralista.
La aguda crisis de 1930 golpeó con más fuerza a los sectores más vulnerables de la sociedad; un grupo de
plásticos redefinió los criterios estéticos para plantear su problemática. El Arte Social aspiró a expresar a los
postergados. En la Argentina esta pérdida fue coincidente con las grandes migraciones de gente del Interior y
de los países vecinos hacia Buenos Aires y el Litoral. Hubo descendientes de europeos que consideraban que
sólo ellos merecían el acceso a derechos y oportunidades que negaban a los descendientes de los antiguos
habitantes de estas tierras, a quienes atribuían una suerte de minusvalía biológica.
Mientras tanto, en la música, apareció el tango. Esta en un principio se trató de una música que sólo se
bailaba, característica de los barrios del sur y los patios de los conventillos fueron los ámbitos en los que se
fue formando el tango. Desde entonces se convirtió en un componente destacado de la cultura y de la sociedad
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porteñas de aquellos años. El tango en la década de los años 30 expresó los sentimientos de desesperanza
característicos de la época. El letrista del tango que mejor interpretó estas sensaciones fue Enrique Santos
Discépolo. En sus tangos Cambalache, Uno y Yira Yira criticó con dureza los tiempos de crisis por los que
transitaba la Argentina. Poco después, el tango dejó de ser una expresión musical exclusiva de los barrios y
sectores sociales humildes y comenzó a ser aceptado en los círculos sociales más acomodados que, en un
principio, lo rechazaron por considerarlo una danza obscena, inadecuada para la gente decente. En los cabarets
del centro de la ciudad, influenciados por la cultura francesa, y en los salones de fiestas, las orquestas típicas
tocaban tangos refinados, con mayor riqueza aromática y sonora que la de las primeras composiciones. La
música popular urbana recibió el aporte de músicos de conservatorio, como Julio de Caro y Osvaldo Fresedo.
El tango comenzó a ser una expresión artística que reunió elementos de la cultura popular y de las elites
tradicionales.
Los deportes y los juegos alcanzaron enorme diversidad y algunas tuvieron gran difusión a medida que crecía
la reivindicación del tiempo libre entre los trabajadores. Una de ellas fue la pelota vasca, que alcanzó pleno
auge a fines del siglo XIX; otras, como las riñas de gallos, perduraron refugiándose en los suburbios acosadas
por las ordenanzas que las prohibían. Los ambientes rurales siguieron conservando algunos juegos como la
taba y las carreras cuadreras. Junto con ellos aparecieron novedades que mostraban el cambio social. Los
hipódromos se difundieron a partir de 1885 cuando surgió el Hipódromo Nacional, donde las carreras de
caballos reunían apostadores de todas las clases sociales, aunque también era escenario para el lucimiento de
la elite, que tenía reservado su sector especial. Los gustos de los jóvenes adinerados se inclinaron por deportes
como la esgrima, el tiro, las regatas, la natación, el tenis, el cricket y el rugby, estos últimos introducidos por
los ingleses. Junto con ellos, se desarrollaban el patín, el ciclismo y el boxeo. Pero el fútbol fue el deporte que
sentó su hegemonía en las preferencias deportivas de la gente. Su difusión se produjo a través de tripulantes
de barcos ingleses, que en las cercanías del puerto de Buenos Aires se entretenían jugando con una pelota;
luego, los empleados ingleses del ferrocarril lo llevaron al interior. Mientras tanto, los colegios británicos
introdujeron el fútbol en sus programas de enseñanza. De esta forma, en 1867, se fundó en Buenos Aires
Football y se jugó el primer partido que se recuerda; pero solo a partir de 1882 comenzó a difundirse más
ampliamente. Al principio, el público criollo seguía con curiosidad el juego de los ingleses locos que corrían
detrás de una pelota con el solo objeto de darle una patada, pero ya en los últimos años del siglo XIX se
incorporaron jugadores de apellido criollo. Entre 1900 y 1911, el fútbol estuvo dominado por el Alumni, que
anteriormente era el equipo del English High School; a estos espectáculos concurrían personas de ambos
sexos y distintos sectores sociales. Por entonces, la popularidad del fútbol se manifestaba en el surgimiento y
multiplicación de clubes e instituciones, no solo en los diferentes barrios de Buenos Aires, sino en los
suburbios y en las principales ciudades: La Plata, Rosario y Córdoba. Estos clubes, competían en torneos de
categoría inferior a las de los clubes ingleses. Durante la década de 1910 surgieron dos asociaciones que
organizaron torneos paralelos hasta 1919. Hacia 1913, el Racing Club, que combinaba la herencia británica
del Alumni con la picardía criolla que dio identidad al fútbol argentino, contó con jugadores de enorme
popularidad entre los aficionados. La década de 1920 tuvo como protagonista a Boca Juniors, con un estilo de
juego más aguerrido que entusiasmaba a las tribunas, que para esa época albergaban unas 20.000 personas; en
1925 recorrió Europa en una gira famosa.
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