El marrano de Neme Neme, uno de los carniceros del pueblo, era un hombre muy trabajador. Criaba ganado, lo mataba y en su carnicería vendía la carne. Como realizaba, él mismo, todo el proceso de producción, el negocio marchaba muy bien por lo que podríamos considerar a Neme un hombre afortunado. Pero no hay nada perfecto. Sobre el cielo de cada persona siempre hay alguna nube (algún inconveniente) de mayor o menor tamaño, dependiendo de cada caso y en el caso de Neme, la nube que cubría su cielo, que le acompañaba desde que nació, y que molestaba enormemente al carnicero era que, a pesar ser muy limpio, tanto con su persona, como con sus productos, era conocido en el pueblo con apodo de “El Marrano”. El mote lo había heredado de su padre y éste, a su vez, del abuelo. Al ser nieto e hijo de “unos marranos” Neme, irremediablemente, tenía que serlo también. Y es que hay herencias, en los pueblos, que por muy mal que sienten, no se las puede uno quitar de encima. Un día, había venido el capador al pueblo y Neme requirió sus servicios para capar unos cerdos (el oficio de capador, prácticamente desaparecido en la actualidad, lo ejercía en la comarca un hombre de Villavieja que se desplazaba por los pueblos para ejercer su oficio). La pelea con los guarros fue dura. Éstos se resistieron lo suyo (sus razones tenían) y durante la faena, Neme, que sujetaba con la ayuda de un vecino a uno de los cerdos para que el capador pudiera realizar su trabajo, sufrió un corte en una mano, de forma accidental. La hemorragia fue bastante copiosa y con la sangre se manchó la camisa y el pantalón de forma muy aparatosa. Tras acabar la castración de los animales, sin cambiarse, acudió al médico a recibir tratamiento y al llegar a la casa del doctor se cruzó con una vecina, que salía de allí. Al verle, con la ropa manchada de sangre, preguntó: ● Neme ¿Qué te ha pasado? ● Pues mira. Estábamos capando unos cerdos, uno de ellos se movió mucho y el capador me ha cortado. Vengo a que el médico me cure la herida. La vecina le deseó un rápido restablecimiento y siguió su camino. Claro que se cruzó con otra mujer y le dijo así: ● Estaban capando a un marrano del Neme, el animal se ha revuelto y el capador le ha cortado a él. Iba lleno de sangre, a casa del médico, a que le diese unos puntos. Esa vecina vio a otra mujer y le transmitió el siguiente mensaje: ● A Neme “El Marrano” le han visto entrar en casa del médico lleno de sangre. Por lo visto iban a capar un cerdo y el capador, sin querer, le ha dado un corte tremendo a él. La siguiente mujer transmitió la noticia así: ● Estaban capando a un marrano de Neme…“El Marrano” y el capador le ha cortado a él. Está en casa del médico a que le cure. La siguiente mujer, el mensaje que transmitió fue este: ● Estaban capando a un marrano del Neme y el capador, sin querer, en vez de capar al marrano, a quien ha cortado ha sido al Neme. Pobre hombre. Lo que debe doler. Le han visto entrar en casa del médico lleno de sangre. Obviamente, la noticia siguió circulando y si mezclamos a un capador, a dos marranos (al de cuatro patas y al de dos -Neme-, y a un hombre herido, la cosa no podía acabar de otra manera. Antes de que Neme abandonase la consulta del doctor, la versión de los hechos, que corría por el pueblo, era que éste había sido castrado por el capador de Villavieja. Y es que, cuando las noticias corren de boca en boca, siempre se trastocan. (Esta historia, tan poco verosímil, sucedió realmente en un pueblo de nuestra comarca. Si alguien desea investigar el asunto, quiero aclarar que el protagonista no se llamaba Neme. Tal como hacen en las películas americanas, he cambiado el nombre para proteger la intimidad del interesado). De oficio: “Pronosticador” La gente del campo, a menudo, sabe predecir el tiempo climático. Este conocimiento sobre el clima, adquirido con el devenir de los tiempos, responde a una observación minuciosa de la naturaleza: Los diferentes vientos de la zona, la forma de las nubes, el estado del cielo, la observación del sol y de la luna, la época del año, el comportamiento de los animales, cabañuelas, etc. Por ello, no es raro encontrar gente que falla muy poco en sus pronósticos del tiempo. Claro que al lado de estos, “casi científicos” existen otros “pronosticadores”, unos simples aficionados, como el protagonista de este suceso. El hecho se desarrolló en “El club de los pobres” (así llamaba el escritor irlandés, Bernard Shaw, a las tabernas). Era el mes de enero, estaban dos paisanos en el bar, por la noche, tomando unos vinos y dijo uno al otro: ● Mañana va a nevar. Estoy seguro de ello. El compañero se acercó a la ventana y a través de los cristales pudo ver el cielo, en su ciclo de luna nueva, lleno de estrellas, nítido como solo es posible verlo en las noches claras de invierno y se acercó al compañero escéptico: - No hay ni una nube ¿Por qué dices que va a nevar? - Lo sé. Mañana va a caer una buena nevada y yo no me voy a levantar de la cama hasta el mediodía, ya lo verás. Al día siguiente, al amanecer, una niebla matutina cubría los campos y las casas del pueblo; salió el sol, la bruma fue elevándose poco a poco, y a mediodía nuestra estrella solar lucía vigorosa, estando el cielo totalmente despejado. En el mismo bar, volvieron a encontrarse los dos paisanos del día anterior e inevitablemente hablaron del tema: ● Como puedes ver, no ha nevado. No hay ni una triste nube. ● De todos modos, la mitad de mis previsiones se han cumplido. ● ¿La mitad, dices? ¡No veo cómo! ¡Mira que sol tenemos! ● Verás, yo dije: “mañana nevará y yo me levantaré a mediodía” ¿Fue eso, o no fue eso, lo que yo dije? ● Sí, eso fue. ● Bueno…no habrá nevado, pero yo sí me he levantado a mediodía. Luego, no negarás que la mitad de mis pronósticos se han cumplido. (Actualmente, saber la previsión del tiempo, es muy sencillo pues los pronósticos que hace la TV se cumplen casi al 100%. En cambio, cuando no había TV existía una gran incertidumbre respecto al clima siendo uno de los temas favoritos de conversación, de nuestros paisanos -además de criticar a la gente- pronosticar el tiempo que iba a hacer).