León Felipe

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León Felipe
Selección de poesías
http://www.avantel.net/~eoropesa/poesia/poesia.html
Bertuca
En tu agonía, amor.
¡Cuánto le costó a la muerte apagarte los ojos!
Sopló una vez,
dos veces,
tres veces -¡bien lo vi! y tus ojos siguieron encendidos.
Alguien dijo:
Ya no tiene ni sol ni sal en las venas
y los ojos no se le apagan.
Yo llegué a pensar que no se apagarían
nunca,
que quedarían encendidos para siempre
como las alas de una mariposa de oro
eternamente abiertas
sobre los despojos de la muerte.
Al fin todo se hundió...
y tu mirada se torció y se deshizo
en un cielo turbio y revuelto...
Y ya no vi más que mis lágrimas.
Canción marinera
Todos somos marineros,
marineros que saben bien navegar.
Todos somos capitanes,
capitanes de la mar.
Todos somos capitanes
y la diferencia está
sólo en el barco en que vamos
sobre las aguas del mar.
Marinero, marinero;
marinero... capitán
que llevas un barco humilde
sobre las aguas del mar...
marinero...
capitán...
no te asuste
naufragar
que el tesoro que buscamos,
capitán,
no está en el seno del puerto
sino en el fondo del mar
Como aquella nube blanca
Ayer estaba mi amor
como aquella nube blanca
que va tan sola en el cielo
y tan alta,
como aquella
que ahora pasa
junto a la luna
de plata.
Nube
blanca,
que vas tan sola en el cielo
y tan alta,
junto a la luna
de plata,
vendrás a parar
mañana,
igual que mi amor,
en agua,
en agua del mar
amarga.
Mi amor tiene el ritornelo
del agua, que, sin cesar,
en nubes sube hasta el cielo
y en lluvia baja hasta el mar.
El agua, aquel ritornelo,
de mi amor, que, sin cesar,
en sueños sube hasta el cielo
y en llanto baja hasta el mar.
Cómo ha de ser tu voz...
Ten una voz, mujer,
que pueda
decir mis versos
y pueda
volverme sin enojo, cuando sueñe
desde el cielo a la tierra...
Ten una voz, mujer,
que cuando me despierte no me hiera...
Ten una voz, mujer, que no haga daño
cuando me pregunte: ¿qué piensas?
Ten una voz, mujer,
que pueda
cuando yo esté contando
las estrellas
decirme de tal modo
¿qué cuentas?
que al volver hacia ti los ojos
crea
que pasé contando
de una estrella
a
otra estrella.
Ten una voz, mujer, que sea
cordial como mi verso
y clara como una estrella.
Cómo han de ser tus ojos
Mujer... no tendré un beso de niño para ti
ni de viejo, ni de sátiro...
cuando vengas no besaré tus mejillas
ni tu frente, ni tus labios.
Pondré mi boca en los pliegues
recogidos de tus párpados
y beberé el agua clara
que suba a tus ojos claros.
Trae unos ojos azules, mujer,
trae unos ojos azules, de un azul tranquilo y claro
que tengo sed...
sed de peregrino cansado
de muchas jornadas duras
por caminos solitarios
y quiero
llevar mis labios
al agua clara y tranquila
de un remanso que refleje
un cielo tranquilo y claro.
Como tú...
Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera.
Con las piedras sagradas...
Con las piedras sagradas
de los templos caídos
grava menuda hicieron
los martillos
largos
de los picapedreros analíticos.
Después,
sobre esta grava, se ha vertido
el asfalto negro y viscoso
de los pesimismos.
Y ahora... Ahora, con esta mezcla extraña,
se han abierto calzadas y caminos
por donde el cascabel de la esperanza
acelera su ritmo.
Credo
Aquí estoy...
En este mundo todavía... Viejo y cansado...
esperando
a que me llamen...
Muchas veces he querido escaparme por la
puerta maldita
y condenada
y siempre un ángel invisible me ha tocado en el
hombro
y me ha dicho severo:
No, no es la hora todavía... hay que esperar...
Y aquí estoy esperando...
con el mismo traje viejo de ayer,
haciendo recuentos y memoria,
haciendo examen de conciencia,
escudriñando agudamente mi vida...
¡Qué desastre!... ¡Ni un talento!... Todo lo
perdí.
Sólo mis ojos saben aún llorar. Esto es lo que
me queda...
Y mi esperanza se levanta para decir
acongojada:
Otra vez lo haré mejor, Señor,
por que... ¿no es cierto que volvemos a nacer?
¿No es cierto que de alguna manera volvemos
a nacer?
Creo que Dios nos da siempre otra vida,
otras vidas nuevas,
otros cuerpos con otras herramientas,
con otros instrumentos... Otras cajas sonoras
donde el alma inmortal y vieja se mueve mejor
para ir corrigiendo lentamente,
muy lentamente al través de los siglos,
nuestros viejos pecados,
nuestros tercos pecados...
para ir eliminando poco a poco
el veneno original de nuestra sangre
que viene de muy lejos.
Corre el tiempo y lo derrumba todo, lo
transforma todo.
Sin embargo pasan los siglos y el alma está,
en otro sitio...
¡pero está!
Creo que tenemos muchas vidas,
que todas son purgatorios sucesivos,
y que esos purgatorios sucesivos, todos juntos,
constituyen el infierno, el infierno purificador,
al final del cual está la Luz, el Gran Dios,
esperándonos.
Ni el infierno... ni el fuego y el dolor son
eternos.
Sólo la luz brilla sin tregua,
diamantina,
infinita,
misericordiosa,
perdurable por los siglos de los siglos...
Ahí está siempre con sus divinos atributos.
Sólo mis ojos hoy son incapaces de verla...
estos pobres ojos que no saben aún más que
llorar.
Deshaced ese verso..
Deshaced ese verso,
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.
Drop a star
¿Dónde está la estrella de los Nacimientos?
La tierra, encabritada, se ha parado en el viento.
Y no ven los ojos de los marineros.
Aquel pez -¡seguidle!se lleva, danzando,
la estrella polar.
El mundo es una slot-machine,
con una ranura en la frente del cielo,
sobre la cabecera del mar.
(Se ha parado la máquina,
se ha acabado la cuerda.)
El mundo es algo que funciona
como el piano mecánico de un bar.
(Se ha acabado la cuerda,
se ha parado la máquina...)
Marinero,
tú tienes una estrella en el bolsillo...
¡Drop a star!
Enciende con tu mano la nueva música del mundo,
la canción marinera del mañana,
el himno venidero de los hombres...
¡Drop a star!
Echa a andar otra vez este barco varado, marinero.
Tú tienes una estrella en el bolsillo....
una estrella nueva de palacio, de fósforo y de imán.
El Cristo... es el Hombre
¿Y si el Hombre, no Dios, se llamase Jesucristo?...
¿Si la sangre del Hombre... fuese la sangre divina del
Sol... la esencia luminosa de los astros?
¿Si con su sangre el Hombre pudiese salvar y redimir
a los Dioses?
Estoy preguntando... ¿No puedo yo preguntar?
¿No han arrojado sobre mí todas las sombras? ...
Y ¿no puedo yo levantar todas las preguntas?
Y... ¿si hubiese dos clases de hombres?
Y... ¿si hubiese dos Españas, por ejemplo?
¿La España del poeta doméstico y retórico... y la
España del poeta prometeico, heroico y revolucionario?...
¿La España de las formas que se desgastan y la de las
esencias eternas?
¿La de las formas que se mueren y la de las esencias
que comienzan a organizarse de nuevo?...
Y afirmo, ya no pregunto:
En la España de las formas desgastadas
están los símbolos obliterados...
los ritos sin sentido...
los uniformes inflados
las medallas sin leyenda
los hombres huecos
los cuerpos de serrín
el poeta doméstico y retórico,
la exégesis farisaica,
el verso vano
y la oración muerta que van contando las avellanas horadadas de los rosarios.
Dios, la fuerza original y creadora, se ha ido de este
mundo y todo se ha quedado sin sustancia.
En la España de las esencias que quieren organizarse
de nuevo
están las ráfagas primeras que mueven las entrañas de
la tierra,
los huracanes incontrolables que sacuden la sustancia
dormida,
la sustancia prístina de que está hecho el árbol y el
cuerpo del hombre.
Y están también los terremotos que rompen la tierra,
desgarran la carne
y desbordan los ríos y las arterias de nuestra anatomía
para dar salida al espíritu encadenado
y mostrarle su camino hacia la renovación y hacia la
Luz.
Ésta es la España de los héroes. La España prometeica,
la España en que todo se deforma y se revuelve:
las exégesis se cambian del revés,
los presagios de los grandes poetas se hacen realidad.
Prometeo se liberta,
aparecen nuevos cristos...
y las viejas parábolas evangélicas se escapan
de la ingenua retórica de los versículos para venir a mover
y a organizar nuestra vida.
Ahí están,
ahí están en el aire todavía, temblando de emoción,
cruzando los cielos desde hace veinte siglos, en la
curva evangélica de una parábola poética,
estas palabras revolucionarias,
estas palabras prometeicas:
"Es más fácil que pase un camello por el ojo de una
aguja, que entre un rico en el reino de los cielos."
Esta parábola originó nuestra lucha, nuestra guerra,
nuestra revolución hace diez años...
Porque frente al poeta doméstico que venía diciendo
que estas palabras evangélicas no eran más que
retórica... una manera retórica de hablar, se levantó
el poeta prometeico
el hombre heroico y revolucionario que dijo: No hay
retórica.
El verbo lírico de Cristo y de todos los grandes poetas
del mundo no es retórica.
Es un índice luminoso que nos invita a la acción y al
heroísmo.
Y esta parábola del camello y de la aguja, del pobre y
del rico
tiene un sentido que desentrañado y realizado,
puede llenar, si no de alegría ... de dignidad la vida
del hombre.
Y esa es la exégesis heroica,
la exégesis prometeica, la exégesis revolucionaria. Escuchad:
Hay que salvar al rico, hay que salvarle de la dictadura
de su riqueza,
porque debajo de su riqueza hay un hombre que tiene
que entrar en el reino de los cielos,
en el reino de los héroes.
Pero también hay que salvar al pobre
porque debajo de la tiranía de su pobreza hay otro hombre
que ha nacido para héroe también.
Hay que salvar al rico y al pobre ...
Hay que matar al rico y al pobre, para que nazca el
Hombre.
El Hombre, el Hombre es lo que importa.
Ni el rico
ni el pobre importan nada...
Ni el proletario
ni el diplomático
ni el industrial
ni el arzobispo
ni el comerciante
ni el soldado
ni el artista
ni el poeta en su sentido ordinario y doméstico
importan nada.
Nuestro oficio no es nuestro Destino.
"No hay otro oficio ni empleo que aquel que enseña
al hombre a ser un Hombre".
El Hombre es lo que importa.
El Hombre ahí,
desnudo bajo la noche y frente al misterio,
con su tragedia a cuestas,
con su verdadera tragedia,
con su única tragedia...
la que surge, la que se alza cuando preguntamos,
cuando gritamos en el viento.
¿Quién soy yo?
Y el viento no responde... Y no responde nadie.
¿Quién es el Hombre?...
Tal vez sea Cristo...
Por que el Cristo no ha muerto...
Y el Cristo no es el Rey, como quieren los cristeros
y los católicos políticos y tramposos...
El Cristo es ‚el Hombre...
La sangre del Hombre...
de cualquier Hombre.
Esto lo afirmo. No lo pregunto.
¿No puedo yo afirmar?...
El salto
Somos como un caballo sin memoria,
somos como un caballo
que, no se acuerda ya
de la última valla que ha saltado.
Venimos corriendo y corriendo
por una larga pista de siglos y de obstáculos.
De vez en vez, la muerte.
... ¡el salto!
y nadie sabe cuántas
veces hemos saltado
para llegar aquí, ni cuántas saltaremos todavía
para llegar a Dios que está sentado
al final de la carrera...
esperándonos.
Lloramos y corremos,
caemos y giramos,
vamos de tumbo en tumba
dando brincos y vueltas entre pañales y sudarios.
Esta noche no hubo luna...
Ahora camino de noche
porque las noches son claras...
Y esta noche no hubo luna,
no hubo luna amiga y blanca...
y había pocas estrellas,
pocas estrellas y pálidas...
Y era todo triste sin la luna amiga...
y era todo negro sin la luna blanca.
No se veía la cinta
de la carretera larga...
los olivos del recuesto
apenas se dibujaban...
un murciélago pasó
rozándome la cabeza con el ala...
y me ladraron los perros
en los bancales con saña.
Sin luna todo era negro y triste...
vi una luz allá lejana...
y, a tientas, fui hasta la luz
y en la luz pedí posada...
Esta noche no hubo luna...
no hubo luna amiga y blanca...
Y recordé aquella noche
en que no vino mi amada...
y en que yo loco de amor,
lleno de fiebre y de ansias...
hice también alto
en la primera posada...
La tangente
¿Y la tangente, señor Arcipreste?...
¿El radio de la esfera que se quiebra y se fuga?
¿La mula ciega de la noria, que un día, enloquecida, se liberta del estribillo
rutinario?...
¿La correa cerrada de la honda, que se suelta de pronto para que salga la furia
del guijarro?...
¿Esa línea de fuego tangencial que se escapa del círculo y luego se convierte en
un disparo?
Porque el cielo... Señor Arcipreste, ¿sabe usted?,
No hay arriba ni abajo...
y la estrella del hombre
es la que ese disparo va buscando,
ese cohete místico o suicida, rebelde, escapado...
De la noria del Tiempo
como el dardo,
como el rayo,
como el salmo.
Dios hizo la bola y el reloj: la noria dando vueltas y vueltas sin cesar,
y el péndulo contándole las vueltas, monótono y exacto...
El juguete del niño, señor Arcipreste,
¡el maravilloso regalo!
Pero un día el niño se cansa del juguete y se le saca las tripas y el secreto
como a un caballito mecánico,
como a un caballito de serrín y de trapo.
Es cuando el niño inventa la tangente, Señor Arcipreste,
la puerta mística de los caballeros del milagro,
de los grandes aventureros de la luz,
de los divinos cruzados de la luz, de los poetas suicidas, de los enloquecidos y
los santos
que se escapan en el viento en busca de Dios para decirle
que ya estamos cansados todos, terriblemente cansados
de la noria y del reloj,
del hipo violáceo del tirano,
de las barbas y las arrugas eternas,
de los inmóviles pecados,
de este empalagoso juguete del mundo,
de este monstruoso, sombrío y estúpido regalo,
de esta mecánica fatal, donde lo que ha sido es lo que será
y lo que ayer hicimos, lo que mañana hagamos.
Luz...
Luz...
cuando mis lágrimas te alcancen
la función de mis ojos
ya no será llorar,
sino ver.
Más sencilla...
Más sencilla... más sencilla.
Sin barroquismo,
sin añadidos ni ornamentos.
Que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos.
«Los brazos en abrazo hacia la tierra,
el mástil disparándose a los cielos.»
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto...
este equilibrio humano
de los dos mandamientos.
Más sencilla... más sencilla...
haz una cruz sencilla, carpintero.
Me voy porque la tierra y el pan y la luz ya no son míos
Volveré mañana en el corcel del Viento.
Volveré. Y cuando vuelva, vosotros os estaréis yendo:
Vosotros los alcabaleros de la muerte, los centuriones
en acecho
bajo la gran ojiva de la puerta, los constructores de
ataúdes que al medir el cuerpo
amarillo de los que se van, con la cinta de metro y
medio
de los alfayates, decís siempre: ¡Cómo crecen los muertos!
¡Oh, sí! Los muertos crecen. El último traje que se
hicieron,
al amortajarlos ya les viene pequeño.
Crecen. Y apenas los entierran, rompen los tablones de
pino y los catafalcos de acero;
crecen después en la tumba, fuera de la caja, abren la
tierra como las semillas del centeno
y ya, bajo el sol y la lluvia, en el aire, sueltos,
y sin raíces, siguen y siguen creciendo.
Yo me voy a crecer con los muertos.
Volveré mañana en el corcel del Viento.
Volveré, ¡Y volveré crecido! Entonces vosotros que os
estaréis yendo
no me conoceréis. Mas cuando nos crucemos
en el puente, yo os diré con la mano:
¡Adiós, alcabaleros,
centuriones,
sepultureros!...
A crecer, a crecer,
a la tierra otra vez...
al agua,
al sol,
al Viento... al Viento...
¡Otra vez al Viento!
Nadie fue ayer
Nadie fue ayer
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol...
y un camino virgen
Dios.
No andes errante...
No andes errante...
y busca tu camino.
-Dejadme-.
Ya vendrá un viento fuerte
que me lleve a mi sitio.
No he venido a cantar
No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra.
No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente para que me
canonicen cuando
muera.
He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar,
por el río
y por la nube...
y en las lágrimas que se esconden
en el pozo, en la noche
y en la sangre...
He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo.
Y también a poner una gota de azogue, de llanto, una gota siquiera de mi llanto.
en la gran luna de este espejo sin límites, donde me miren y se reconozcan los
que vengan.
He venido a escuchar otra vez esta vieja sentencia en las tinieblas:
Ganarás el pan con el sudor de tu frente
y la luz con el dolor de tus ojos.
Tus ojos son las fuentes del llanto y de la luz.
Pie para El Niño de Vallecas, de Velázquez
Bacía, yelmo, halo.
este es el orden, Sancho.
De aquí no se va nadie.
Mientras esta cabeza rota
del Niño de Vallecas exista,
de aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Antes hay que deshacer este entuerto,
antes hay que resolver este enigma.
Y hay que resolverlo entre todos,
y hay que resolverlo sin cobardía,
sin huir
con unas alas de percalina
o haciendo un agujero
en la tarima.
De aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Y es inútil,
inútil toda huida
(ni por abajo
ni por arriba).
Se vuelve siempre. Siempre.
Hasta que un día (¡un buen día!)
el yelmo de Mambrino
-halo ya, no yelmo ni bacíase acomode a las sienes de Sancho
y a las tuyas y a las mías
como pintiparado,
como hecho a la medida.
Entonces nos iremos todos
por las bambalinas.
Tú, y yo, y Sancho, y el Niño de Vallecas,
y el místico, y el suicida.
Poesía...
Poesía...
tristeza honda y ambición del alma
¡cuándo te darás a todos... a todos,
al príncipe y al paria,
a todos...
sin ritmo y sin palabra!
Poeta...
Poeta
ni de tu corazón,
ni de tu pensamiento,
ni del horno divino de Vulcano
han salido tus alas.
Entre todos los hombres las labraron
y entre todos los hombres en los huesos
de tus costillas las hincaron.
La mano más humilde
te ha clavado
un ensueño...
una pluma de amor en el costado.
Que hay un verso que es mío, sólo mío...
Que hay un verso que es mío, sólo mío,
como es mía, sólo mía,
mi voz. Un verso que está en mí
y en mí siempre encuentra su medida;
un verso que en mí mismo
acorda su armonía
al ritmo de sangre,
al compás de mi vida,
y al vuelo de mi alma,
en las horas santas de ambiciones místicas.
Quiero ganar mi verso, este verso,
lejos de todo ruido y granjería.
¿Qué importa...
¿Qué
importa
que la estrella
esté remota
y deshecha
la rosa?
Aún tendremos
el brillo y el aroma.
¡Qué lástima!
¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
(que me contaran
viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala)
y el retrato de mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!
Sin embargo...
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca...
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de
Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.
Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca...
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!
¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!
¡Qué pena!
¡Qué pena si este camino fuera de muchísimas
leguas
y siempre se repitieran
los mismos pueblos, la mismas ventas
los mismos rebaños, las mismas recuas!
¡Qué pena si esta vida tuviera
--esta vida nuestra-mil años de existencia!
¿Quién la haría hasta el fin llevadera?
¿Quién la soportaría toda sin protesta?
¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la
cierra
al ver las mismas cosas siempre con distinta
fecha?
Los mismos hombres, las mismas guerras,
los mismos tiranos, las mismas cadenas,
y los mismos farsantes, las mismas sectas
¡y los mismos, los mismos poetas!
¡Qué pena,
que sea así todo siempre, siempre de la misma
manera!
Quiero ganar mi verso...
Quiero ganar mi verso,
este verso;
y quiero
que vaya quedo,
raudo y sereno
como un dardo certero
al corazón del pueblo
de todos los pueblos...
al corazón del Universo.
Revolución
Siempre habrá nieve altanera
que vista el monte de armiño
y agua humilde que trabaje
en la presa del molino.
Y siempre habrá un sol también
-un sol verdugo y amigoque trueque en llanto la nieve
y en nube el agua del río.
Romero sólo...
Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero... romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos,
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos los versos.
La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el príncipe Hamlet, viendo
cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
No sabiendo los oficios, los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos,
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo,
lo hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo,
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.
Sé todos los cuentos
Yo no sé muchas cosas, es verdad
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos...
Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos...
Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos...
Que los huesos del hombre los entierran con cuentos...
Y que el miedo del hombre
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos...
Y sé todos los cuentos.
Sistema, poeta, sistema...
Sistema, poeta, sistema.
Empieza por contar las piedras,
luego contarás las estrellas
Un caballo blanco
Madre... no me riñas,
que ya nunca vuelvo a ser malo...
No me riñas, madre...
que ya no vuelvo a llenarme de barro.
Madre... no me riñas,
que ya no vuelvo a manchar mi vestido blanco.
Madre...
cógeme en tus brazos...
acaríciame,
ponme en tu regazo...
Anda... Madre mía,
que ya nunca vuelvo a ser malo.
Así...
Y arrúllame y cántame... y bésame...
duérmeme... apriétame en tu pecho
con la dulce caricia de tus manos...
anda... madre mía
que ya no vuelvo a llenarme de barro.
Madre...
¿verdad que si ya no soy malo
me vas a comprar
un caballo blanco
y muy grande,
como el de Santiago,
y con alas de pluma,
un caballo que corra y que vuele
y me lleve muy lejos... muy alto... muy alto...
donde nunca pueda
mancharme de barro
mi vestido nuevo,
mi vestido blanco?...
¡Oh, sí madre mía...
cómprame un caballo
grande
como el de Santiago
y con alas de pluma...
un caballo blanco
que corra y que vuele
y me lleve muy lejos... muy alto... muy alto...
que yo no quiero otra vez en la tierra
volver a mancharme de barro!
Vencidos
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar…
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la
armadura,
y va ocioso el caballero, sin peto y sin
espaldar…
va cargado de amargura…
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar…
va cargado de amargura…
que allá "quedó su ventura"
en la playa de Barcino, frente al mar…
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar…
va cargado de amargura…
va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.
Cuántas veces Don Quijote, por esa misma
llanura,
en horas de desaliento así te miro pasar…
y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu
montura
y llévame a tu lugar:
hazme un sitio en tu montura
caballero derrotado, hazme un sitio en tu
montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar.
Ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo,
y llévame a ser contigo
pastor…
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar…
Voy con las riendas tensas...
Voy con las riendas tensas
y refrenando el vuelo
porque no es lo que importa llegar solo ni
pronto,
sino llegar con todos y a tiempo.
Y quiero que mi traje...
Y quiero que mi traje,
el traje de mis versos,
sea cortado
del mismo paño recio,
del mismo
paño eterno,
que el manto de Manrique
-como el de Hamlet, negro-,
amoldado
a la usanza de este tiempo
y, además,
con un gesto
mío
nuevo.
http://www.nidodepoesia.com/leofelrot.htm
Noche cerrada
Ya no puedo ir más allá.
Tropiezo de pronto en una piedra dura y negra
y no puedo ir más allá.
Tengo que recular…
y camino hacia atrás…
camino,
como un ciego camino…
y tropiezo de nuevo
en algo duro otra vez,
otra piedra negra que no me deja pasar.
Y el cielo se oscurece
y se hace duro también.
Entonces me amedrento
y grito.
No oigo nada,
y no puedo llorar.
¡Oh, niño perdido y solo!
El día no llega nunca,
nunca,
nunca,
nunca.
¿Por qué me dejáis abandonado,
ángeles amigos…?
¡No me abandonéis!
Haced algún ruido
¡moved las alas!
Un ruido de alas…
siquiera un ruido de alas.
¿Dónde estáis, ángeles amigos?
Delirio
Hace mucho frío aquí en la tierra.
Estaba durmiendo bajo un puente.
Es invierno.
Un invierno muy duro…
Entonces fue cuando me dije:
¿por qué no te vas al cielo,
a hablar con tus amigos los ángeles?
Y me metí por la gatera que conocéis
de la puerta trasera del cielo.
Vino un ángel a ayudarme a entrar…
¡Y entré! (claro que de mosca como siempre)
Y me dijo el ángel cariñoso:
-Pero León Felipe, ¿cómo te atreves con esta noche?
-Vine a confortarme.
Ahí abajo hace mucho frío.
-Pero aquí no tenemos estufa
y el sol no sale hasta mañana.
Nosotros somos invulnerables al frío y al calor…
Pero tú…
¡Y con esos harapos!
No sé cómo puedes tocar el violín.
-Pues mira, ahora lo toco mejor que nunca.
Me voy a morir dentro de unos días…,
y un poeta moribundo
es cuando toca mejor el violín.
Me voy a morir y tengo mucha prisa.
Tengo mucha prisa
y quiero tocar algo nuevo antes
de marcharme definitivamente de la tierra.
-¿Nuevo?... ¡mira que eso es muy difícil!
-Sí, nuevo;
es un truco de circo que se me ha ocurrido anoche:
Voy a tocar mi última canción…,
y la voy a tocar caminando
no por la cuerda floja como hacen algunos payasos y poetas…,
la voy a tocar caminando por el círculo fino de un aro de madera.
-¿De un aro como esos de los niños?
-Un poco más grande:
es un gran cero.
Dentro del cero está la Nada,
fuera estáis vosotros los ángeles.
Voy a tocar y a tocar
dando vueltas y vueltas
hasta que se me vayan acabando las fuerzas.
Se me verá tocando tocando ya como un sonámbulo…
Como un moribundo
expirando, casi
expirando…
expirando…
hasta caer.
¡Ya!
¿Y hacia dónde caeré?
¿Hacia dentro,
en el cero…
dentro de la Nada?
¿O hacia fuera…,
donde estáis vosotros para recogerme?
-Estás delirando, León Felipe.
Pero… ¿por qué lloras?
Pues no dice este viejo poeta...?
Pues ¿no dice este viejo poeta loco
que él es un gran violinista?
–Otras veces digo
que toco peor que el jorobado bizco de los mariachis…
Según me encuentre.
A veces me mueve Dios el codo
y los nudillos de la mano izquierda
y salen todos los ángeles a oírme;
se arma un terrible barullo allá en el cielo
y se oye una voz que dice:
Venid, venid todos,
que está tocando allá abajo
el viejo loco del roto violín.
Entonces yo digo esas blasfemias
que tanto les asustan a los sacristanes
y mercaderes de la Lagunilla
y escucho cómo me aplaude entusiasmada
toda la Corte Celestial… ¡Bravo, bravo!
Yo hago una cumplida reverencia
con el violín bajo el sobaco…
Y digo: Gracias, muchas gracias.
Entonces es cuando Dios se rasca las barbas
y se ríe complacido
de este niño travieso
que ha cumplido ya 80 años
(81 para ser más exacto).
Escuela
...Me sepultaron vivo
y me escapé de la tumba.
He vivido largos años
y he llegado a la vejez
con un saco inmenso,
lleno de recuerdos,
de aventuras,
de cicatrices,
de úlceras incurables, de dolores,
de lágrimas,
de cobardías y tragedias…
y ahora… de repente,
a los 80 años
me doy cuenta de que sé tocar muy bien el violín…
que soy un "Virtuoso",
que puedo tocar en los grandes conciertos del mundo.
(El hombre y el poeta
son un mismo y único instrumento.)
Me gusta haber dado con mi almendra
antes de morirme.
Me gusta haber llegado a la vejez
siendo un gran violinista…
un Virtuoso.
Pero… con esta definición
que oí cierta vez en un lugar… no sé cual:
"Sólo el Virtuoso puede ver un día la cara de Dios".
Alturas
Yo no distingo ya
desde un piso cuarto
un cetro de oro
de un bordón de palo.
Y pienso que a mil metros,
desde el vuelo perdido de los pájaros,
debe de ser lo mismo
la toca de una bruja que el capuchón de un santo.
Y que allá de ese vuelo
más alto… muchísimo más alto,
desde el sitio de Dios,
fuera del tiempo y del espacio,
el hombre no se verá ya
ni grande ni chico, ni bueno ni malo.
Payaso
Ese salto que después de una pirueta divertida,
de una zumbona cuchufleta,
ejecuta el payaso sobre el trampolín inverosímil
y se dispara dando vueltas
y vueltas
y vueltas,
una,
dos,
tres,
mil,
un millón...
Y la vuelta se hace vuelo de pronto,
y el payaso vuela,
vuela,
vuela
(música de Offenbach)
hasta caer en la red salvadora,
en el colchón azul y blanco de los cielos
¡¡¡en el mismo regazo de Dios!!!
Que os guíe Dios
¡Oh pobres versos míos,
Hijos de mi corazón,
Que os vais ahora solos
Y a la ventura por el mundo...
Que os guíe Dios!
Que os guíe Dios y os libre
De la declamación:
Que os guíe Dios y os libre
De la engolada voz;
Que os guíe Dios y os libre
Del campanudo vozarrón;
Que os guíe Dios y os libre
De caer en los labios
Sacrílegos
De un histrión.
¡Que os guíe Dios!...
Y el que os sacara
De mi corazón,
Os lleve
De corazón
En
Corazón.
Se pueden ver más poesías suyas en:
http://www.poesia-inter.net/index.htm
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