Vamos a hablar de la significancia de la revolución copernicana en la historia de la ciencia. Se denomina revolución copernicana (o revolución de Copérnico) al cambio científico y conceptual que supuso la hipótesis propuesta por Nicolás Copérnico, en 1543, con su obra De revolutionibus orbium coelestium [Sobre las revoluciones de los orbes celestes], según la cual el Sol, y no la Tierra, ocupa el centro del universo. El paso de un sistema geocéntrico y geoestático, centrado en la posición estática de la Tierra, según la astronomía de Aristóteles y Ptolomeo, a un sistema heliocéntrico, centrado en el Sol, ha sido considerado no sólo como el punto de partida de la denominada revolución científica, llevada a cabo, más de medio siglo después, por Galileo, Descartes, Kepler, Gassendi y Newton, entre otros, sino también de un cambio de perspectivas y valores en la propia concepción del hombre. El contenido fundamental de la cosmología copernicana se halla descrito en los primeros siete folios del primer libro de la edición original de Sobre las revoluciones de los orbes celestes y puede ejemplificarse mediante el conocido diagrama de los ocho círculos concéntricos, que hace del sol el centro en reposo del universo. La sucesión de los planetas se enumera de la siguiente manera: a partir del Sol, Mercurio, Venus, la Tierra con la Luna, Marte, Júpiter y Saturno. En la concepción, tradicional todavía en este aspecto, de Copérnico, los «orbes» planetarios eran esferas concéntricas (de Eudoxo) físicamente portadoras del planeta en su período de revolución en torno al Sol (período sideral); de aquí que se afirme que la traducción adecuada de la palabra «orbes» del título de la obra de Copérnico no ha de ser orbes u órbitas, sino «esferas». La novedad principal es que Copérnico sustituyó la posición central de la Tierra por la del Sol, dejando que la Tierra se moviera libre por el universo dotada de tres movimientos. La última de las esferas copernicanas es la tradicional «esfera de las estrellas fijas», que Copérnico puede dejar inmóvil, porque su movimiento se explica por la rotación diaria de la Tierra. Los movimientos reales de los planetas los describe Copérnico primero en el llamado Commentariolus, primer esbozo del sistema heliocéntrico, y luego en su obra definitiva, De revolutionibus. Si el sistema del mundo tal como se describe en la primera obra parece que reduce bastante la complejidad del sistema de Ptolomeo (de 80 a 34 círculos), en la segunda la complejidad matemática aumenta. La crítica que Copérnico dirige a Ptolomeo no es porque el Sol no ocupe el centro del universo (en realidad, para Copérnico el Sol no está absolutamente centrado: la órbita de la Tierra es una excéntrica), sino por no haber explicado los movimientos celestes recurriendo sólo a círculos con movimiento uniforme y, sobre todo, por haber utilizado el ecuante (artificio geométrico que permitía calcular el movimiento no uniforme de un planeta suponiéndolo dependiente de un centro distinto del centro geométrico del círculo. Copérnico insistía en que todos los movimientos debían ser circulares y uniformes, por lo que se opuso terminantemente a toda explicación matemática basada en el uso del ecuante, cosa que hacía entender que «el planeta parece moverse con una velocidad siempre uniforme, pero no con respecto a su deferente ni tampoco con respecto a su propio centro» (Commentariolus, Introd.). I. Bernard Cohen defiende el punto de vista de que el sistema cosmológico de Copérnico fue apenas, para el mismo Copérnico, un instrumento matemático algo más preciso que el de Ptolomeo y, sobre todo, más acorde con la ley fundamental de la astronomía, que exigía que todo movimiento fuera circular y uniforme. Sostiene, además, que en este sentido el único avance real, de inspiración copernicana, fueron las Tablas pruténicas o prusianas, de Erasmo Reinhold, compuestas en honor del duque Albrecht de Prusia y publicadas en 1551. La verdadera «revolución copernicana», afirma este autor, no tuvo lugar hasta el s. XVII y fue llevada a cabo por Kepler, Galileo, Descartes y Newton; el sistema del mundo de Newton no se inspiró en Copérnico, sino en el universo de giros elípticos, tal como lo concebía Kepler. La trascendencia, en definitiva, de la obra de Copérnico, la semilla de la futura revolución científica, estuvo en la importancia que sus sucesores dieron a la nueva posición que ocupaba el Sol en el universo: la imagen heliocéntrica del universo preconizada por Copérnico no sólo simplificaba los cálculos matemáticos sobre los planetas -no sólo salvaba mejor los fenómenos-, sino que llegó a ser entendida como una explicación real.[1]