Desde la perspectiva burguesa, se define la propiedad privada en términos positivos. Es decir, como una cuestión de tenencia individual o colectiva –empresarial, acciones, etc.-; cuestión de un bien o una riqueza –capital- utilizables libremente y a discreción, sin que puedan haber intromisiones de terceros más que para protegerla, como hace el estado por medio del Derecho y de la Policía. La propiedad privada aparece entonces como un a priori presocial: en la versión lockeiana de la teoría contractualista, la sociedad se constituye como un instrumento definitivo de freno a las constantes agresiones a la preservación de la propiedad, instrumento al servicio de los individuos que ceden ambición y ganan integridad. Integridad porque la propiedad privada individual es la prolongación natural del individuo, en tanto que materialización de su trabajo; sin ella, está incompleto, mutilado, desposeído de parte de sí mismo. Bakunin ironizaría al respecto cuando se pregunta porqué será entonces que, en la sociedad capitalista, cuanto más trabaja el individuo menos tiene, dado que más explotación cuantitativa en términos absolutos sufre, siendo así de manera tal que no se tiene ni a sí mismo, alienado en el trabajo por la supervivencia. En definitiva, la propiedad privada es, desde este punto de vista, un derecho sagrado que, además, forma parte del Derecho Natural, ya que se presenta como efecto de la actividad individual. Y no de determinadas relaciones sociales en que se funda y que, en tanto que la hacen productora de un beneficio, hacen que no pueda serlo sin ser al tiempo productora de un perjuicio. Esta perspectiva burguesa ha tenido reverberancias en las críticas a la propiedad privada que, desde el ascetismo, el cristianismo y sus derivaciones izquierdistas, le han dado la vuelta a la cuestión en lo que respecta a la valoración moral que les merece. Es decir, han destacado que la propiedad privada corrompe, que destruye el Planeta, que convierte a la psique en esclavo suyo –el poseedor es poseído por ella-, que nos separa de los demás y nos pone a competir en una atmósfera de sentimientos de envidia, de recelo, de insatisfacción, que sitúa al propietario en una espiral de ambición que termina por ahogarlo, etc. A pesar de que la propiedad no es en estos discursos una Virtud sino un Vicio o un Pecado, prevalece la perspectiva fundacional: la propiedad continúa siendo vista como un tener; es una mala conciencia sobre el tener y el acaparar (objetos, bienes, “comodidad material”, etc.). Desde la perspectiva proletaria, lo esencial para definir la propiedad privada es que se trata de una institución histórica resultante de un proceso histórico violento: la enajenación, al sujeto, de sus medios de vida y de la posibilidad de producir sus medios de vida, proceso 1 que Marx analiza en La acumulación primitiva. En otras palabras, la propiedad privada se define esta vez en términos negativos: es la privación de toda propiedad sobre los recursos y los Medios de Producción, de modo que los sujetos pueden lograr subsistir únicamente poniéndose al servicio de la actividad conveniente a los propietarios –de la acumulación de valor. Es decir, la privación de la propiedad –la expropiación- es el acto fundacional de las clases. Ese hecho histórico de la privación, de la alienación –la propiedad privada-, posibilita el encuadramiento –la transubstanciación- de la actividad humana en una matriz donde los elementos del conjunto son unas empresas vinculadas por relaciones de competencia interempresarial1. La competencia pone a trabajar a la plusvalía; sin ella, no habría capitalismo, entendiendo éste como aquel Modo de Producción racionalmente regido por la acumulación ampliada de capital. El capitalismo sin competencia, es decir, aquel que se comporta como una sola empresa, no subsiste durante mucho tiempo, dado que, aunque entierre la cabeza como el avestruz y finja que no hay competencia porque no la ve, fuera de sus muros –en el resto del mundo- también hay capitalismo y éste sí le hace la competencia a él, de modo que se hunde tan pronto como su mercado interno se le queda pequeño (es cubierto con sus mercancías) y tiene que salir al mundo a competir (caída del capitalismo burocrático en la URSS). En ese punto, no puede competir, porque sus mercancías están determinadas por el hecho de que disponía de un mercado seguro para ellas, innovara en su producción o no lo hiciera. Dicho de otro modo, la competencia es condición de posibilidad del capitalismo: no es suficiente con acumular el máximo capital posible; hay que acumular más que las empresas rivales, a fin de invertir ese dinero en marketing, tecnologización, conquistas de nuevas cuotas de mercado, etc. Así, las empresas están enzarzadas en lo que desde la teoría de la acción racional se ha llamado un Juego de suma 0: a la corta o a la larga, unas absorben a otras o simplemente las destruyen, inmerso el capital en un proceso tendente a su propia concentración. En ese juego de movimientos de mutua provocación, en que unas excitan las inversiones y las políticas de las otras, y esta reacción suscita una reacción a ella, y así hasta que unas u otras se agotan2; en ese juego de la competencia –afirmaba-, el Modo de Producción genera inevitablemente unos efectos, positivos algunos y otros negativos para el mismo y para la clase interesada en él, aquella dueña de sus medios racionales y que cosecha su fin racional 1 Y, por supuesto, sometidas individualmente a una política de clase que impide que la acentuación extrema de la lógica competencial acabara poniendo en peligro al capital en su conjunto, pero no voy a detenerme en ello. 2 Se agotan aunque gocen de plusvalías billonarias; lo importante es que el capitalista percibe que, más allá del beneficio extraordinario inmediato, no hay proyecto a medio plazo: la cuota de mercado indispensable para su reproducción acabará por ser colonizada por la competencia lanzada en un círculo virtuoso de fortalecimiento que llama al aumento exponencial de su fortalecimiento. 2 y se define por su propiedad. El principal efecto positivo de la competencia empieza por la misma realización del ciclo D-M-D (ampliado). También, ganancias colosales, expansión de mercados, etc. Pero también desencadena las propias contradicciones que porta en sí, y que su desarrollo práctico agudiza, de modo que, cuanto más fuerte es en lo que consigue –cuanto más desarrollado está-, más profundamente ha realizado –en el sentido hegeliano de hacer realidad- esas contradicciones que son tanto parte y expresión de su afirmación como parte y motor de su negación. Marx descubrió algunas de ellas, como la disminución del valortrabajo por obra del incremento del cociente producción/unidad de tiempo; la tendencia a la caída de la tasa de ganancia; el incremento de la producción por encima de las capacidades de absorción del mercado; la reificación del propio capitalista por el capitalismo; el proceso productor objetivo del sujeto revolucionario (Dialéctica negativa); etc. De la gestión y la maximización de los efectos positivos, así como de la gestión y el intento de depurar del funcionamiento del capital los efectos negativos –que son parte de los efectos positivos e inseparables de los mismos, ya que ambos tipos de efectos están englobados en una Unidad Dialéctica-, se ocupa la Economía Política. La Economía Política es tratada en la obra marxiana como tres dimensiones distintas de una misma realidad: 1. Es una ciencia; es la ciencia que averigua, diagnostica, objetiva, cuáles son las consecuencias sociales, productivas, gananciales, inflacionarias, de consumo, etc., que comporta la relación sistémica entre las realidades que caracterizan el Modo de Producción capitalista (salario, trabajo, beneficio, estado, precio, competencia, librecambismo o aranceles, conocimiento, mercancía, inversión, dinero, demanda, etc.). Por ejemplo: la teoría ricardiana del Valor-Trabajo, la teoría keynesiana del aumento de la demanda agregada en condiciones de incremento salarial (para lo que tiene en cuenta conscientemente o no otra teoría de la Economía Política: aquella que habla de la elasticidad de la demanda), etc. 2. Es una práctica política (sobre el cuerpo y sus energías; sobre la relación tiempoproducción, la motricidad y las posturas óptimas para un rendimiento maximizado que no reviente al proletario, una economía de los gestos; sobre la concentración del proletariado en la urbe; una práctica relativa a la estrategia de ubicación de las fábricas con respecto al coste de transporte de los Factores de Producción y de las mercancías resultantes; sobre la mejor garantización de los costes de reproducción de la FT; etc.). No guarda con la ciencia 3 una relación de causa-efecto, sino que se imbrica con ella en un abrazo de fecundaciones mutuas (tipo de vínculo al que se refiere Foucault cuando habla de la Espiral poder-saber). Por ejemplo, cuando Adam Smith desarrolla sus tesis sobre la División Racional del Proceso Productivo y el incremento de la actividad que trae consigo (Economía Política como ciencia), hacía más de un siglo que los sujetos estaban siendo sometidos a una práctica del aislamiento en espacios cerrados no fabriles, sino vinculados al tratamiento moral de los individuos, pero que empleaban el trabajo como terapia. También en las Factorías Reales del siglo XVII. Ello generó un conocimiento empírico sobre los efectos de esa concentración y de ese ensimismamiento a un nivel de la eficacia en la transformación del sujeto, algo que no es independiente de que Adam Smith pudiera pensar la transformación del acero en clavos, en términos de parcelación de la producción en fases para una mayor eficacia. Así mismo, los cálculos y razonamientos tayloristas que cristalizarán en la idea de la Organización Científica del Trabajo (Economía Política como ciencia), se tornaron pensables para el economista en vinculación a su percepción de qué técnicas políticas funcionaban ya en ese espacio de poder fabril y de cómo mediante éstas eran formados unos sujetos en unos conocimientos y unas competencias prácticas; sujetos redefinidos como Puestos Intermedios, investidos de nuevas funciones (estímulo, vigilancia, adiestramiento, soluciones, ensayos, etc.) por la OCT. Es decir, es un saber extraído de las posibilidades que ofrece una realidad ya formada en ese espacio de poder. La sucesión de momentos en la Espiral poder-saber no es una cuestión de prioridad cronológica, ya que esa solidaridad –entre Economía Política como ciencia y Economía Política como práctica política para el caso que nos ocupa- es un proceso. Lo podemos segmentar priorizando uno u otro movimiento a efectos de ilustración analítica. Un ejemplo más: La propuesta de Keynes en relación a que, en un contexto de crisis de sobreproducción, sería saludable para la recuperación económica estimular la demanda agregada absorbiendo el desempleo por medio de obras públicas estatales y de la industria armamentística (Economía Política como ciencia), jamás se habría vuelto ni tan siquiera una hipótesis científica susceptible de habérsele ocurrido a nadie sin esto otro. La existencia en aquel entonces, y de modo consolidado, de la práctica de la OCT, que aumentó enormemente la tasa de explotación, lo que a su vez hacía factible el aumento de los salarios y las transferencias empresariales a la financiación de estructuras asistenciales de estado que hicieran factible la concentración del poder adquisitivo en el consumo de mercancías y, de este modo, el aumento de la demanda agregada, perseguido por Keynes y su teoría. Dicho de otro modo, la condición de posibilidad de este momento científico es la organización fabril del proceso productivo tal y como se estaba dando entonces en la mayoría de 4 empresas, pero, “por otro lado”, la visualización de la aplicabilidad de esta fórmula keynesiana demandó la inauguración, la experimentación, el ensayo, de dispositivos políticos inéditos en la fábrica, y ello con vistas al necesario aumento de la plusvalía relativa. 3. Es el proceso objetivo de desarrollo de la acumulación de capital, más allá de la voluntad de los capitalistas. Estos pueden intervenir sobre él (mediante la Economía Política en sus otras dos acepciones) y, por medio de reformas, redistribución, asistencialismo, privatizaciones, estatalizaciones, precarización laboral, liberación del potencial social de consumo, etc., retrasar su desarrollo en el tiempo, ralentizarlo, invertir sus tendencias y hacerlo retroceder, etc., pero la ley del valor seguirá realizándose y traduciéndose en una caída cada vez más acentuada de la tasa de ganancia. La única manera de remontarla o al menos de contrarrestarla es precarizar cada vez más las condiciones de existencia del proletariado. Ello significa la producción capitalista del proletariado revolucionario en tanto que sujeto negador de aquello que le niega como animal con unas posibilidades de vida más allá de la supervivencia de facto a que el capital le somete. Las críticas a la propiedad privada centradas en su adquisición, en el consumo, en la acumulación de objetos, en el consumismo, etc., dicen fragmentos de verdad, pero hablan en torno a consecuencias. Olvidan que su objeto de crítica es un conjunto de episodios ulteriores a una condición objetiva preexistente a estos comportamientos: la no tenencia, ni de los Medios de Producción ni de los productos. Esta no propiedad está en la base desencadenante de las reacciones psicológicas con una función compensatoria, o de sublimación de la inseguridad en un mundo donde nuestra situación subsistencial depende a cada momento de la dinámica autonomizada de la economía y de sus vuelcos. En una sociedad propietaria de su actividad y de su producción, difícilmente se darían estos perfiles psicológicos y, por consiguiente, esta tendencia social abrumadora. Y esto porque no se confundirían las necesidades y los deseos –por ser estos de posible satisfacción allí- con los objetos, de modo que estos se verían privados de toda oportunidad de representar esas otras dimensiones de la vida. Pero en esta sociedad que padecemos actualmente, no se trata sólo de que el consumo represente lo imposible de afirmar en su seno, sino que la mercancía ha colonizado realmente las formas concretas reales de unos y otros momentos de la vida; es la mercancía la que da a estos momentos su forma social precisa, de modo que, en el horizonte de la mirada del sujeto reificado, no hay un atajo a su acceso con el que burlar el obligado peaje en el consumo, y efectivamente no lo hay en la sociedad del espectáculo. 5 Dicho de otra forma, las críticas a la propiedad privada en tanto que forma de propiedad, y no en tanto que no propiedad, son a la crítica marxiana de esta institución social lo que la teoría freudiana del fetichismo como comportamiento de la psique es a la teoría marxiana del fetichismo de la mercancía. El fetichismo como poderes humanos delegados en el objeto de adoración –lo comprado, por ejemplo- y servilismo, es el correlato, al nivel de la conciencia, del hecho de que el sentido de la producción no es las necesidades, sino el intercambio rentable y nuestra actividad se define en función de ese imperativo: es trabajo. Marx practicó la crítica de la Economía Política. Esta opera con un conjunto de categorías (trabajo, valor, propiedad, comercio, dinero, necesidades, Progreso y, por ejemplo, lo que llama el “éxodo rural” tomado como manifestación de este Progreso, etc.), categorías de las que registra sus correlaciones. Midiéndolas y pronosticándolas, elabora sistemas explicativos de interafectaciones, en los que la evolución de cada categoría se remite a otras del conjunto. La Economía Política hace un tratamiento positivo (en su acepción científica) de tales categorías: son para ella cosas, hechos puestos. Marx las va a situar en la historia. Contra lo que se ha dicho de él y lo que efectivamente ha practicado el marxismo como ideología posterior a Marx, el combustible de su crítica es justamente que la economía es un producto de la historia –“Sólo conocemos una ciencia: la ciencia de la historia”. Más allá de remitir unas categorías económicas a otras, lo que se precisa es una genealogía de la Economía Política en su conjunto, así como de su concreción en una multiplicidad de elementos. Pero no solamente se debe a procesos sociales, sino que ella misma es un proceso social del cual no basta con precisar su genealogía y contemplarla después acabada: hay que ser conscientes también de cómo, a medida que se expresa, va consumiéndose en su propio fuego, ya que se expresa en la historia. El comercio, que era tenido por la actividad civilizada por excelencia, que releva definitivamente a la guerra en las relaciones entre los países y asociado a la comunicación, se revela entonces como una actividad pacífica que se abre camino a bombazos y cuya propia expansión violenta es el germen de otras guerras futuras (por competencia, por abundancia excesiva de FT y de instalaciones productivas en lugares antes no tocados por el mismo). Marx decía de Benjamin Constant que era “un genio de la estupidez pequeñoburguesa”. Este había identificado la paz y la guerra con dos estadios históricos distintos (“Barbarie-Civilización”), cuando la paz capitalista no puede hacer otra cosa que preparar la guerra para su propio saneamiento. 6 Los economistas pronosticaban la evolución apacible de la economía que, libre al fin de las ataduras corporativas y de las restricciones legales y valorativas a la usura, traería la prosperidad y el Bienestar ad infinitum. Ese ideal burgués proyectado a la economía –que se refleja en la conciencia burguesa brillante de lo que esa clase entiende por Virtud- se sustentaba en que el aumento de los beneficios era el beneficio de todos, y la alianza cienciatecnología lo brindaba. La generosidad social de tal alianza había sido comprobada por Adam Smith con el crecimiento de la productividad gracias a la especialización del proletario. Atravesada hasta la raíz por la Crítica de la Economía Política, se revela como una realidad que “es abundancia para el capitalista, pero miseria para el proletario”3. Por lo demás, esta abundancia sufre el gran revés de la secuencia Disminución del tiempo de trabajo por tecnologización y productividad/ Disminución del valor/ Necesidad de remontar esta tendencia aumentando la tasa de explotación y el volumen producido, lo que origina crisis de sobreproducción que agravan aún más la contradicción intrínseca del capitalismo en lo que respecta a la producción de valor. El trabajo, una obviedad a ojos de la burguesía por suponerle ser la esencia de la vida social, y que además llenaba de Virtud a quien se sumía a su ascética lo mismo que los negocios salvaban a sus beneficiarios, se presentaba ahora como la enajenación de toda actividad y como actividad enajenada: para el trabajador, carecía de sentido en sí mismo, en su proceso, porque no expresaba en él su condición de animal capaz de decidir su actividad, sino que renunciaba a ella obligado por la privación de la propiedad. De ahí que el proletario se sienta exiliado de sí mismo cuando trabaja, y sólo se sienta en sí concluida la jornada. Está separado del producto y del sentido de su actividad en tanto que es trabajador (su trabajo lo niega a él y le devuelve miseria); pero también, como trabajador, permanece separado de la riqueza, del poder de sus compañeros (obviamente, porque también son trabajadores y la afirmación de las posibilidades humanas tiene lugar en la relación social). El corolario de esto es que el trabajo lo separa de sí mismo, ya que como trabajador produce una realidad que lo retiene en su alienación: su trabajo, provisor de abundancia mercantil, “vuelve a él como abundancia de la desposesión”4, porque la mercancía, precisamente al ser el móvil alienador de la actividad, es también la materialización de que el trabajo niegue lo posible de él y su posible creación vital. La mercancía atesora la actividad efectivamente real para el trabajador, en el trabajo y fuera de él. 3 4 Karl Marx, Manuscritos de París. Guy Debord, La sociedad del espectáculo. 7 David Ricardo había descubierto5 que no hay otra fuerza productora de valor que el propio trabajo; que la inversión, los negocios y la adquisición de capital para la producción no multiplican el dinero, sino que sólo lo desplazan a otros propietarios; que no hay acumulación de capital sin trabajo y que, concretamente, la creación de valor mediante la producción mercantil está en función del tiempo empleado en la producción de una mercancía. Marx formula la crítica de esta tesis tan objetiva y científica como omisora del hecho siguiente: lo que se pretende una realidad económica –un hecho neutro sin más que cabe describir y explicar mediante la Economía Política- es en realidad el efecto de una relación social mediada por la explotación de la FT. La máxima Libertad-Igualdad-Fraternidad sintetizaba el ideal burgués de la sociedad. No eran sólo palabras, ni embaucaciones en nombre de las que arrastrar a los sujetos a luchar para la burguesía y, una vez tomado el poder, en nombre de las que esperanzarlos y conformarlos. Se trataba de ideología, pero no a modo de farsa (o no fundamentalmente), sino en tanto que la expresión de un proyecto burgués verdadero parcialmente realizable. La crítica de la Economía Política revelará esa verdad concreta suya: la Libertad había sido conquistada y había fundado el proletariado. Los sujetos habían quedado libres de todo vínculo jurídico con el terrateniente y al tiempo libres de la contraprestación que para ellos tenía esa atadura: la garantización de la subsistencia y la posesión práctica de tierras6, aperos de labranza, maquinaria, recursos naturales, animales que cazar y que pescar, bosques donde recolectar y talar, etc. Paralelamente, grandes masas de pequeños propietarios eran despojados de sus tierras por desamortizaciones que las fundían en una sola explotación, ahora factor de producción para la acumulación de capital. Finalmente, las personas que tenían la tierra como medio de vida porque deambulaban a través de los campos, tomando de aquí y de allá, estableciéndose temporalmente a la sombra de los latifundios y cultivando para su beneficio exclusivo tierras del terrateniente, sin que fueran perseguidos, apresados ni sancionados por nada de esto, iban a serlo a partir de la colonización burguesa del estado y, en concreto, de su aparato jurídico. Sintetizando, había llegado la Libertad: las cadenas de la adscripción forzosa a la tierra se habían quebrado con nuevas leyes; nadie tenía ya porqué quedarse allí. En lo efectivo, esto significaba que, desposeídos por la institución de la propiedad privada (centralización de todos los Medios de Producción agrícolas en manos de la burguesía), no podían quedarse 5 Aunque esto lo descubrió cuando leyó a John Gray, quien fue el primero en plantear la teoría del valor-trabajo. La Economía Política acabó por otorgar a Ricardo la propiedad privada intelectual de tal teoría, en un gesto sintomático de pragmatismo en el reconocimiento de sus servidores más aplicados por encima de la gratitud con sus pioneros, a quienes no vacila en oscurecer siempre que la copia está más lograda –a sus usos- que el original. 6 Uso, disfrute, aprovechamiento: lo que Marx llama propiedad real oponiéndola a propiedad jurídica. 8 allí más que como proletariado rural, o emigrar a la urbe y vender allí lo único que la Libertad les había dejado: FT. Por encima de las clases y de las relaciones reales en que estaban inmersas, relumbraba la Libertad: todo ciudadano era un individuo libre para hacer lo que deseara sin transgredir las leyes, que estaban para proteger esa Libertad de los intentos de impedirla por parte de terceros. El proletario era tomado como ciudadano libre que con su propiedad –ninguna, más que mercancías y salario- hacía lo que quería. Dicho de otro modo, podía vender su fuerza de trabajo o no venderla, como más gustara su estómago, y elegir a qué burgués de la burguesía iba a beneficiar con esa venta. Al mismo tiempo, el burgués es también un ciudadano libre –no menos que el proletario, pues la Ley burguesa establece que todos son iguales ante ella- para operar con su propiedad, que es otra muy distinta –puede decidir a quién contrata y a quién despide, fijar cuánto de su propiedad transferirá al proletario en concepto de salario, cerrar su propiedad en respuesta a huelgas, etc. Cuando el proletario deja de percibirse como ciudadano y actúa para destruir esa Libertad del burgués y así la suya propia como proletario, la Ley, defendiendo la Igualdad de los ciudadanos en la libre disposición individual de lo que es de cada individuo, golpeará al proletariado con los medios precisos. Por tanto, Igualdad de derechos y de amparo legal a cada ciudadano, sin distinción de clase, para que justamente gracias a ese mecanismo unos continúen siendo burgueses y, otros, proletarios. Pero también Igualdad para trabajar (si uno encuentra a quien le explote), para no trabajar (si se lo permiten a uno sus condiciones de existencia), para comprar y nutrirse (pues el dinero vale lo mismo salga del bolsillo que salga, aunque unos estén llenos y otros vacíos). La diferencia estriba en la posición del sujeto ante el modo de propiedad existente: unos la privan, otros están privados de ella. Eso nos pone de lleno en el Principio de Fraternidad. Al traducir la sociedad de clases en esta pseudocomunidad de átomos individuales “libres e iguales”, es decir, tomados indistintamente por la Ley y dotados de disposición sobre su patrimonio (en caso de tenerlo), la burguesía no ve justificación para una ruptura de la paz más que cuando, desde su perspectiva, considera que el gobierno vulnera su compromiso de servir a esa máxima (Principio de Resistencia teorizado por Locke). El Mito fundacional de la burguesía descansa sobre el relato del esfuerzo propio como motor histórico de su propiedad7, correspondencia formalmente realizable por cualquiera. Y el gobierno debe abstenerse de intervenir en este proceso a favor de algunos y en perjuicio de otros, con lo que sesgaría aquello que la burguesía identifica con la Justicia. 7 Aquello mismo que Marx desmiente en La acumulación primitiva. 9 Cumplida esta condición por el estado, nada justifica la ruptura del Principio de Fraternidad, es decir, de la sumisión pacífica del proletariado a la burguesía. Ello es así porque la acción de clase contra la propiedad privada implica un desacatamiento de ese Mito fundacional de la burguesía y reproductor de su orden: la adquisición de propiedad como una actividad no violenta. Es decir, implica la disidencia con respecto al dogma racional -se trata de un razonamiento- a través del que la burguesía aplica una coacción moral sobre un proletariado moralizado en su lógica; aquella lógica que anuda unas premisas8 con la conclusión que supuestamente determinan pronunciar. Esta conclusión se compone de un mandamiento y una advertencia: “No coaccionaréis la Libertad del capitalista o seréis castigados por ello”. A nadie escapa que del dicho al hecho hay un trecho: la dureza de las penas se distribuye con arreglo al tipo de delito y, por ende, a la clase del infractor; las discriminaciones, por abundantes y por la diversidad de grupos sociales afectados, se convierten en norma y no son excepción; la igualdad de oportunidades es quimera cuando no existe igualdad de recursos; afrontar una pena y suavizarla dependen del bolsillo del acusado; la corrupción guía la jurisprudencia; también guía la jurisprudencia el carácter de clase de los jueces, porque desde esta perspectiva de clase valoran moralmente e interpretan “la gravedad de los hechos”, “contextualizan”, etc.; la Fraternidad acaba en la calle entre gases lacrimógenos y cargas policiales; personas que realizan el mismo trabajo no perciben el mismo salario ni son afectados por las mismas condiciones laborales en función de su sexo, procedencia, edad; podríamos escribir y escribir un ejemplo tras otro. A Marx tampoco se le escapó. Sin embargo, la tergiversación izquierdista de la tesis de Marx: El Derecho es un dispositivo de dominación de clase, consiste en señalar este carácter en el hecho de que “Libertad-Igualdad-Fraternidad” no se cumple en los hechos. Una franja entre estos izquierdistas son los burgueses pensantes más idealistas que existe: imaginan que la realización impura de la idea es consecuencia de corrupciones, pervivencia de esquemas dictatoriales, de la tiranía del “gran capital” sobre el estado, en fin de una carencia política. Dicho de otro modo, creen en el potencial de esta sociedad y en su virtuosa esencia en mucho mayor grado que las demás ideologías. La otra franja admite que esto no es sólo una cuestión de cambiar actitudes, y de ejercer presión y participación populares, así que subrayan la contradicción insalvable entre los intereses particulares de la burguesía y el cumplimiento de unos ideales que ésta propagandearía hipócritamente. Ello exigiría a los proletarios “tomar el estado”, por ser los únicos auténticos interesados en tal cumplimiento. Este planteamiento, de abrirse paso “Unos tienen más éxito que otros”, “Unos llegan más lejos que otros”, “La propiedad es el resultado de la interacción de tres variables: esfuerzo, aptitudes y suerte-herencia-posición social de origen”. 8 10 exitoso, ha cristalizado históricamente en la constitución de estados obreros: organización política del capital que ha priorizado la atención a los obreros y la defensa de sus derechos, de sus intereses como obreros que son, etc. Empresa política que vuelve a encontrarse con los impedimentos objetivos que a su funcionamiento planta el proceso de acumulación de capital, pero que aun así ha logrado en algún caso relativa eficiencia, pensemos en la RDA. Pero lo importante es hacer notar aquí que todos ellos convergen en servirse de la sentencia de Marx: El Derecho es un dispositivo de dominación de clase, –en invocarla, citarla- reputándole a Marx haber denunciado el Derecho como “ideología”9. Cuando, más allá de esa verdad no radical que Marx percibe también, el eje central de su crítica del Derecho no es su incumplimiento, ni el eterno espejismo de verse cumplido, sino precisamente la voluntad burguesa de cumplir la esencia del Derecho, todo lo no accesorio en él, el despliegue en la realidad de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Para el burgués y su Economía Política, el dinero funcionaba en sociedad como un útil invento que permitía la conexión del sujeto de necesidades con los bienes destinados a satisfacerlas. Unidad de intercambio que interesaba a todos porque podía equivaler a cualquier producto, evitándole al comprador la Odisea de tener que encontrar el preciso vendedor interesado en adquirir justamente el artículo que el comprador tuviera en posesión para ofrecerle. Simplificaba una relación que sin él se volvería impracticable; demasiado compleja en una sociedad tan compleja, de tan diversas necesidades y apetencias de compra, de tan largas distancias entre unos fabricantes y otros, entre unos propietarios y otros, etc. Atravesando hacia lo profundo esta modesta verdad, la crítica de la Economía Política se ríe de que el dinero sea el reflejo de la complejidad social en abstracto; es el reflejo de la complejidad social mercantil. En una sociedad sin mercancías, es decir, en una sociedad que no estuviera desposeída de su producto, éste sencillamente se usaría; las personas dejarían de estar sometidas al valor de cambio de los objetos, sea expresado en dinero o en otros objetos. ¿Qué significa, pues, la mercancía?: por supuesto, que la sociedad no reconoce a sus miembros como seres con unas u otras necesidades; que los reconoce –para el caso de la sociedad de la Economía Política- como seres con o sin dinero. Que tenemos que plegarnos a ser empleados en el trabajo: alienación. Pero más radicalmente la mercancía no significa la confiscación de lo que serían unos agentes solventadores de necesidades, porque la producción mercantil es producción En el sentido ideológico vulgar “marxista”, que no marxiano, del término; esto es –para esta cuestión-, como mentira de lo dicho por la Ley encubriendo lo no dicho: ser objeto de omisión, de ignorancia, de aplicación selectiva, de manipulación, de trampeamiento político. 9 11 orientada al intercambio. Aquello que la mercancía confisca es el transcurso de un proceso de significación de necesidades mediante el despliegue de la actividad social. La mercancía recalifica, define, petrifica, el significado y la vivencia de cada necesidad a imagen y semejanza del peculiar tratamiento que la mercancía, por su mismo formato, está determinada a darles. Aunque la producción de mercancías sea satisfactora de necesidades, no funciona para ello y, lo más importante, incluso cuando comporta esa consecuencia efectiva lo hace acomodando a ella el sentido vivido de la necesidad y, en tal medida, definiendo el contenido y la experiencia de la actividad; de la vida. El trabajo, a la luz de esta consideración, se caracteriza por ser un proceso abstracto. Se trata de una actividad carente de importancia cualitativa concreta, actividad de la que importa solamente su resultado útil al intercambio (a un intercambio rentable, claro está). Es cierto que, si la mercancía no entroncara en cierto modo con unos y otros aspectos de la existencia, no sería vendida, pero lo hace adecuándolos a lo que ella misma pueda satisfacer. Convierte la vida en un reflejo de cómo ella la representa; en espectáculo. Esta conversión de la mercancía en beneficio a través de la realización de la plusvalía en el mercado es el auténtico proyecto que rige la sociedad; su alfa y omega. Satelizada a su alrededor se estructura la vida de cada proletario: su trabajo, su formación, las atenciones que recibe desde el estado. La misma vida alienada por el trabajo que retorna a él representada en el espectáculo que la mercancía porta. En este círculo cerrado del robo virtualmente10 perfecto, el dinero es la medida de todos los trabajos, ya que, como he explicado, importa de ellos que sirvan al intercambio de la mercancía por dinero, y esa utilidad se paga en dinero (salario), que funciona para la reproducción de la FT y para el intercambio mismo (realización de la plusvalía). El dinero es también la medida de todas las mercancías, sujetándolas a un patrón de valor común expresado en el precio. Aunque se trata en realidad de objetos con valores de uso cualitativamente distintos y por tanto inconmensurables desde esa consideración, la racionalidad mercantil debe objetivar su valor de cambio en un común denominador más allá de las correspondencias entre ellos que pudiera establecer el trueque. Y esa necesidad suya de cuantificación dineraria de todo valor de cambio no responde a un reto de hacer fluido, cómodo, accesible el intercambio. Esa era la función del dinero como standar de valor en sociedades donde la obtención de unas mercancías era el fin del comercio con otras (M-D-M). 10 Esa perfección suya solamente puede abarcar el plano de la apariencia. El espectáculo no puede neutralizar las contradicciones inherentes al movimiento de la mercancía, que en última instancia no dejan de continuar inflamándose y con ello produciendo el sujeto destructor de las bases materiales del espectáculo y, por tanto, del espectáculo mismo. Las ideologías intelectuales que hablan de la virtualidad tomándola como la única realidad, son el reflejo, en el pensamiento, de la avasalladora espectacularización de las relaciones sociales y de su experiencia subjetiva. De esa reificación forma parte la propia conciencia reificada del intelectual, que no ha escapado a la apariencia. 12 En el capitalismo, sin embargo, donde el mercado es la relación social que posibilita la acumulación de capital (D-M-D), el dinero en su dimensión de standar de valor no es otra cosa que el sirviente del dinero en su dimensión de encarnación material del valor producido. En otras palabras, el sentido específicamente capitalista del dinero reside en su acumulación, y no en viabilizar el consumo como fin en sí (político, cultural, conformador)11, aunque ello implica que los valores de las mercancías tengan que ser estandarizables a dinero para que el valor producido pueda ser expresable en dinero y así ser acumulado: traducido a capital. Hemos visto que la propiedad privada es alienación de toda propiedad. Es aquella privación que barra a los sujetos el recorrido de cualquier camino existencial al margen del salariado, poniéndolos a vivir para los dueños de los Medios de Producción. Los bosques alemanes eran parte de latifundios; o terrenos sobre los que había un vacío de regulación administrativa; o tierra del estado; o tierras comunales tenencia de campesinos, jornaleros y comunidades montaraces. Se fuera siervo, parcelero, usufructuario, propietario, quien trabajaba la tierra tenía acceso a esos árboles y de ellos hacía leña con que calentarse en invierno, alumbrarse, cocinar. Marx denuncia en La gaceta renana qué significa, para la relación del sujeto con este recurso, una política jurídica del Reich trazada en pos de estimular la acumulación de capital y la proletarización: Bosques comunales han sido arrebatados a las comunidades y transferidos a los terratenientes. Bosques sin potestad legislada han sido nacionalizados y algunos de ellos vendidos a individuos con voluntad de hacer de ellos explotación. Algunos bosques del estado han sido privatizados y otros vallados con objeto de demarcar la prohibición de presencia. Otros son de tránsito libre, pero se proscribe la tala. Bosques que habían pertenecido a latifundios son sustraídos a los terratenientes por las nuevas leyes y transferidos a manos más industriosas. Todo ello tiene los efectos perseguidos: Muchos campesinos dejan de tener oportunidad de conseguir leña. Para no morir de frío o enfermar de él –que era casi lo mismo- deberán marchar a la urbe. Más que no poder comprarla, ocurre que mucha de esta población ni siquiera habita en un medio donde exista una oferta tal; en su realidad de presencia sencillamente deja de existir la leña. Otros sí están más o menos cercanos a bosques que no han quedado baldíos, cerrados a todo uso, sino de los que sí se extrae leña para ponerla en un floreciente mercado. Los más 11 A diferencia de lo que afirman varias ideologías “críticas” de “la sociedad de consumo”. 13 afortunados de estos pueden comprarla. Otros la adquieren irregularmente y en cantidad insuficiente; acabarán emigrando también. Sea como fuere, esta población ha pasado de disponer de leña como recurso suyo también para la venta (a otras comunidades, a las ciudades) y así mejorar algo su situación, a ser cuota de mercado que –con fortuna- paga por esa leña a un estado o a una burguesía que explotan los bosques para acumular capital que invertir en el desarrollo industrial, y cuyos beneficios con la leña obviamente no dependen de las cantidades que venden a los campesinos. Sus beneficios obedecen a los mercados urbanos y a la venta en cantidades industriales a otros capitalistas que la adquieren como factor de producción para sus fábricas. En Inglaterra, donde la acumulación primitiva tuvo lugar un siglo antes12, fueron prohibidas la caza y la pesca, es decir, impedida policialmente toda tentativa de comer sin pasar antes por el salariado. En España, la política de conversión de los latifundios y unificación de las parcelas en factor de producción para la acumulación ampliada, levanta a los campesinos en resistencia contra esas presiones y sustracciones. Se agruparán en torno al viejo Mito cristiano del Rey Salvador. Este es el sentido primero del carlismo. Pongamos por caso a Inglaterra, donde la práctica de enclosures no significa siempre migración o salarización del campesino en esas mismas tierras. Algunos adoptarán una existencia nómada; vagabundos que vienen a engrosar las filas de los ya existentes. Como temporeros, ayudan aquí y allá por manutención a campesinos que han corrido mejor suerte. Esa condición de nomadismo es también compartida por toda una población de artesanos cuyos talleres no han resistido la competencia y la concentración del capital, cerrando o dejando de ser suyos. Deambulan vendiendo su oficio a quien necesita de él, practicando arreglos, empleando su saber en la confección de mercancías artesanales. Viajan con su instrumental; cualquier sitio es propicio a obrar cuando se han conservado las herramientas. Harán de vendedores ambulantes. Los hay que se han lanzado al bandolerismo e intentan vivir transgrediendo su propio estado de privación de propiedad. En el imaginario de la burguesía –y de la Nobleza latifundista devenida burguesía- asolan los ahora sus campos y acechan contra sus casas rurales a la caída de la noche. Bautizada por la historia oficial como “Revolución Industrial”; parece así que se trata de una cuestión de “progreso técnico”. 12 14 Finalmente, grandes masas de campesinos se han convertido en mendigos y se los encuentra en las urbes. La red política de la burguesía intentará abducir a todas estas figuras que han disentido hasta los márgenes de la normalidad productiva: La Ley amenaza con la horca a quienes la policía detenga llevando una existencia errante. Eso incluye también a músicos, trovadores y otros artistas trotamundos: al campo –y a sus pueblos y aldeas- se les arrebata la música. En la urbe, la dureza de las condiciones de supervivencia habla por sí misma a los artistas callejeros, y, aunque no acosados por el fantasma de la soga (no cometen delito de vagabundeo), el hambre acostumbra a hablar claro. Paralelamente, la burguesía encerrará a un abanico variopinto de gentes de vida irregular, en unos espacios inspirados por otros que no eran de su invención. A partir del modelo de las Factorías Reales y de las instituciones moralizantes presbiterianas, construye su tejido para-fabril, donde la medicina y la pedagogía funcionan insertas en toda una economía del sujeto: el trabajo es terapia y educación cívica, pero esta vez –a diferencia de lo que era en los reformatorios de cuáqueros y metodistas- también proveedor de capital, así como capacitador efectivo del sujeto. No se trata ya tanto de moralizarlo en el trabajo, como de dotarle de utilidad para la industria. Eso significa adiestrar sus movimientos, sus ritmos, su relación con las máquinas, su propia gestión energética durante la jornada. En resumidas cuentas, aplicar a su cuerpo unas técnicas que lo pongan a la altura de unos estándares de rendimiento. Si está atado a una óptica, como lo estaba también en aquellos otros espacios, ahora la mirada que lo observa, la mano que registra la evolución del caso, el profesional protocientífico que lo estudia, se interesan por sus aptitudes, carencias, dificultades, distracciones, impermeabilidades, incompatibilidades, resistencias, en relación a su instrucción. Conocimientos que perfilan una particularización individual o sectorializada – distribución con arreglo a categorías tipológicas compartidas por varios sujetos- de la intervención política. En La ética protestante y el Espíritu del capitalismo, Max Weber analiza las ideas-fuerza que alentaron la prosperidad de los negocios burgueses y el atesoramiento dinerario que hizo posible lo que cierta historiografía ha llamado el paso del domestic system al factory system. Ese tránsito entre “sistemas productivos” hace alusión a cómo el capitalismo mercantil se tornó industrial –o proto-industrial- mediante la adquisición, por los mercaderes, de Medios de Producción que habían empleado para su enriquecimiento pero cuya propiedad en principio no detentaban. 15 En la línea de una determinada tradición idealista dentro del pensamiento social, Weber se centra en la atmósfera general de ansiedades, valores, valoraciones, expectativas, que es algo así como el medio oxigenador que anima una práctica social objetiva. Esa práctica de enriquecimiento que no se escapa en el derroche y se reinvierte con vistas a su crecimiento es constitutiva del capitalismo entendido como lo que Durkheim llamaría un Hecho Social –para esta cuestión, característica estructural de existencia independiente a la voluntad de los actores, y que los distribuye en una u otra posición. El término Espíritu es aquí sensibilidad; recuérdese la obra de Montesquieu El Espíritu de las Leyes. Las Leyes de la Ilustración y sus Luces no podían ser caprichosas; debían expresar una sensibilidad social compartida. De hecho, si la Soberanía Nacional no fallaba y los que se decían Representantes eran tales, resultaba lógicamente inevitable que las Leyes encerraran en sí ese Espíritu: esa especie de principio elemental de formación. También el capitalismo como práctica y como institución resultó del universo de ideales normativos que poseía a los actores y que precisaba el contenido y el sentido de sus relaciones, aunque la mayoría de esos actores no llegaron jamás a suponer que sería ese el efecto histórico de sus creencias13. Este medium inspirador y al tiempo ordenador de la particular relación comportamental que la burguesía mercantil establecerá con el dinero, y que se centra en su empleo racional con arreglo al fin ganancia –su uso “productivo”, opuesto al gasto suntuario-, es un medium remitido por Weber a la ideología calvinista de la Predestinación. El calvinismo es fiel a la valoración nihilista de la especie humana característica del judeocristianismo, pero desarrolla discursivamente esa valoración de un modo peculiar, invistiéndola de una nueva receta para la salvación: el Ser Humano es una criatura execrable, hijo de dios pero tomado por el demonio, quien no hizo más que aprovechar la debilidad intrínseca a la miserable condición humana: el Pecado Original, más que corromper al hombre, demostró lo que era. Sin embargo, dios ha dispuesto, en su infinita misericordia, que unos cuantos de estos se libren del fuego eterno. No serán los que se tengan por “más Virtuosos”, pues a dios le asquea la Soberbia contenida en estas pretensiones. El nihilismo ha llegado a desarrollarse hasta un punto que establece que nada puede haber en el hombre que lo haga digno de estima divina, ni siquiera como rasgo de manifestación excepcional en la especie. Dios salva a algunos, aunque nadie lo merezca. Y también ha dispuesto el modo de evitar que los creyentes se ahoguen en la tortura sin reposo de pensarse condenados a la vez que se llagan con el clavo ardiente de la esperanza a la que se aferran. No es preciso enfermar de angustia, ya que hay un modo de probarse a 13 Weber trata también el capitalismo como ejemplo de lo que denomina consecuencias no previstas. 16 uno mismo que uno entra en el reducto de los elegidos: el éxito en los negocios es el único signo de Predestinación, lo que no debe confundirse con el absurdo, a ojos de cualquier calvinista, de tomar la salvación como premio. El alma predestinada al Cielo o al Infierno antecede al cuerpo y a su nacimiento. Ese razonamiento regala la exclusiva de esa posibilidad a una sola clase social, por lo que toda una sociedad se pone a trabajar duro para ingresar en sus filas y tener siquiera la oportunidad de hacer negocios, fructuosos o no. En otras palabras, el Mito fundamentado en una supuesta permeabilidad de clase mediante el esfuerzo funciona a las mil maravillas, pues el espoleador clavándose en los sujetos es nada menos que el fantasma del Averno. Estos tienen miedo a creer, pero necesitan aún con más fuerza participar de esa creencia que podría estar designando la verdad. Traducción: los beneficios de algunos se disparan, alimentándose con profusión del ansia de beneficios del “amedrentado pueblo”. La pobreza ha dejado entonces de formar parte de las Tres Grandes Virtudes cristianas, y ha pasado a ser prueba máxima irrefutable de ser desgraciado también después de la muerte. Eso habría estimulado sobremanera la aplicación al trabajo. Además, la pobreza deja de ser asistida por una caridad incondicional e individual tan pronto como cuando la salvación no tiene ya nada que ver con las obras, y se convierte en objeto de caridad institucional religiosa que exige trabajar entre sus muros como ejercicio moralizador. Sin habilitar todavía para el trabajo –política que iniciarán otras instituciones futuras- la Iglesia está desposeyendo sistemáticamente a la composición social de mentalidades y formas de vida que no son afines a éste. Mientras, los burgueses desean también saber lo que les espera al morir e intensifican su actividad en proporciones inéditas, siendo su ansiedad el germen teológico de la competencia capitalista –sólo se puede triunfar en los negocios sobre el fracaso de otros; ya no es cuestión de acumular gran cantidad de dinero, sino de acumular capital: dinero destinado a la producción de más dinero, único modo de impedir que los burgueses rivales se adelanten a uno y se impongan definitivamente arruinándole el mercado y probablemente absorbiéndole. Lo que se desprende de este relato es que la burguesía mercantil habría acabado por adquirir “limpiamente” los Medios de Producción gracias a sus prodigiosos esfuerzos y la consagración a sus empresas. Los Gremios de artesanos cuyo producto distribuían los mercaderes, habrían vendido a estos tanto sus talleres como su instrumental de trabajo, presionados por las circunstancias de un “juego” de repartición ganancia-pagos cada vez más desfavorable para ellos y donde el burgués había acabado campando a sus anchas. Lo mismo habría ocurrido con Cofradías, familias productoras y comunidades rurales que fabricaban sobre todo productos alimenticios del terruño. 17 Quizás la clave para entender este proceso que se nos explica, fuera que solamente el poder del burgués, manejando tanto capital acumulado, era capaz de garantizar la inversión indispensable en innovaciones de producción, de maquinaria y de materiales, como para evitar la bancarrota del taller. Ello debido a que el taller había sido puesto a funcionar en un marco de competencia voraz, al margen de la decisión y la voluntad de esos dueños suyos no capitalistas. Gremios, Cofradías, familias, comunidades, habrían de verse arruinadas si no se doblegaban a la colonización capitalista de la producción, pues otros estarían optando ya por ser prácticos y convertirse en FT del capitalista que, adquiriendo los Medios de Producción y garantizando con su potencial económico calidad productiva y mercado, aseguraba también continuidad de trabajo y de subsistencia. El análisis de Weber es una presentación interesante del universo de valores que acompañó al nacimiento del capitalismo y que, efectivamente, actuó como fuerza histórica alentadora. Por lo demás, aislado de la explicación englobante a la que contribuye con aportaciones valiosas, este análisis se transforma en una narrativa cuyo carácter ideológico es evidente. Son palpables los elementos de la narrativa: esfuerzo individual; empeño y tesón; enriquecimiento consagrador de la visión de futuro en un medio de formas productivas anticuadas inaptas para sobrevivir por su cuenta; emprendedores centrados en sí mismos y de mirada ausente ante las formas económicas en el medio rural; reconocimiento social de los innovadores y pragmática consideración de ponerse a trabajar a su servicio. Los repugnantes ladridos de todos los días sobre “esas buenas gentes que jamás han hecho daño a nadie y que nos salvan la vida porque nos dan trabajo”. Contra esta visión donde la única lucha es entre burgueses, visión pacífica y, más ampliamente, apolítica, a través de la cual la burguesía se representa el nacimiento del capitalismo industrial, sabemos lo que ocurrió. No es que Weber simplemente guarde escandaloso silencio ante la expropiación generalizada y la ruptura de las formas económicas comunales que esta expropiación comportó. Ante el Régimen Jurídico con que se expresó. Ante el despliegue político con que la burguesía transpasó al proletariado y lo solidificó. Weber construyó una explicación donde son retratadas muchas verdades relativas al comportamiento y a las intenciones de los burgueses. La misma explicación que compite como alternativa a aquella que, en obras como La acumulación primitiva, transmite la fundación de la sociedad de clases como práctica de clase que fue14. Weber no fue el primero en ocuparse del “Espíritu del capitalismo”. Antes, Engels había relegado a reflejo en la conciencia toda aquella mística calvinista de la Predestinación. Así 14 “Soy el Marx burgués”, se autodesignó Weber. 18 se representaban esos burgueses su propia alienación, pues los caprichos del dios que designaba sus destinos transmundanos sin que sus obras pudieran decantarlo en lo más mínimo, eran la traducción de unas fuerzas del mercado autonomizadas, repartiendo fortuna y bancarrota a unos burgueses cuya vida era el objeto indefenso de su economía cosificada15. Y la crítica de la Economía Política lo había dejado claro: aquello que otorgaba su omnipotencia a la demanda de mercancías era la relación alienada del productor con su producto –y con cuál podía ser su producto, es decir, relación alienada con el sentido de su actividad-, relación que no podía cambiar sin lucha. Pero relación, al fin y al cabo, que tampoco podía dejar de provocarla. 15 “La clase dominante está dominada por su sistema de dominación” (Karl Marx). 19