Herejías

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HEREJÍAS
Según esta herejía, que tuvo como autor a un rico curtidor de pieles, Teodoto de Bizancio, Cristo era
solamente un hombre, al que Dios adoptó como hijo en el momento de su bautismo y al que confirió una
potencia divina para que pudiera llevar a cabo su misión en el mundo. Excomulgado por el Papa Víctor
hacia el año 190, Teodoto fundó una secta, la cual tuvo, a mediados del siglo III, su último
representante en Artemón o Artemo que enseñaba en Roma.
Una variante del adopcionismo de Teodoto de Bizancio es el error de Pablo de Samosata, que fue obispo
de Antioquía, entre el 260 y el 268; éste, para conservar la unidad divina, sostenía que Jesús no era Dios
sino un hombre como los demás, pero con la diferencia de que, a él, el Verbo se le había comunicado de
una manera especial, inhabitando en él.
Un matiz muy distinto tiene el adopcionismo del español Elipando de Toledo y Félix de Urgel (siglo
VIII), los cuales admitían la Trinidad y enseñaban una doble adopción de Cristo: una divina y otra
humana; como hombre, Cristo era solamente hijo adoptivo de Dios, pero como Dios era verdadero Hijo
de Dios.
Agnoetas: Secta monofisita, debida a Temistio, diácono de Alejandría (siglo VI), el cual sostenía que
Cristo había ignorado muchas cosas, incluso aquellas que eran propias del conocimiento común de los
hombres; en particular ignoraba el día del juicio final.
Albigenses: Véase Cátaros.
Apolinaristas: Herejes del siglo IV, que recibieron este nombre por Apolinar de Laodicea (Siria), que
vivió entre el 310 y el 390; fue amigo de San Atanasio y le apoyó en su lucha contra el arrianismo. Unos
años después de haber sido elegido obispo de su ciudad, Apolinar, con el objeto de poner de relieve la
personalidad divina de Cristo, afirmó que Cristo no tenía un alma propiamente humana, sino que el
Verbo encarnado había tomado el lugar de esta alma; por lo mismo, ya no se podía hablar más de dos
naturalezas sino de una única naturaleza y de una única persona en Cristo. Fue condenado por el Papa
San Dámaso en el Sínodo romano del año 377.
Arrianismo: Arrio, sacerdote de Alejandría, sostuvo, hacia el año 320, que Jesús no era propiamente
Dios, sino la primera criatura creada por el Padre, con la misión de colaborar con Él en la obra de la
creación y al que, por sus méritos, elevó al rango de Hijo suyo; por lo mismo, si con respecto a nosotros
Cristo puede ser considerado como Dios, no sucede lo mismo con respecto al Padre puesto que su
naturaleza no es igual ni consustancial con la naturaleza del Padre. Esta herejía se difundió como la
pólvora y ganó pronto a un prelado ambicioso de la corte de Constantino, Eusebio de Nicomedia, que
llegó a convertirse en el verdadero jefe militante del partido de los arrianos; también simpatizó con
Arrio el historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea. Arrio abandonó Alejandría el año 312 y se fue a
propagar su herejía al Asia Menor y a Siria. El año 325 Constantino, preocupado por la difusión de la
herejía y por las luchas internas que, a causa de ella, dividían a los católicos, convocó en Nicea el I
Concilio Ecuménico, el cual condenó a Arrio y a sus secuaces, afirmando en el Símbolo llamado Niceno:
"Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas, visibles e invisibles.
Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado sólo por el Padre, o sea, de la misma
sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado,
de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho en el cielo y en la tierra, que por nuestra
salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre". El anatema contra Arrio estaba redactado en los
siguientes términos: "En cuanto a aquellos que dicen: hubo un tiempo en que el Hijo no existía, o bien
que no existía cuando aún no había sido engendrado, o bien que fue creado de la nada, o aquellos que
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dicen que el Hijo de Dios es de otra hipóstasis o sustancia, o que es una criatura, o cambiante y mutable,
la Iglesia católica lo anatematiza". Tras este anatema lanzado por el Concilio, Constantino añadió la
prohibición de que Arrio pudiera volver a Alejandría, algunos meses más tarde envió al exilio, a la
Galia, a Eusebio de Nicomedia. Pero Arrio, aun desde lejos, no cedió en sus ataques; pronto se volvió a
granjear la gracia del emperador. Campeón de la fe nicena fue Osio, obispo de Córdoba, y Atanasio,
obispo de Alejandría, que soportó duras luchas y hasta el destierro intentando la extinción total del
arrianismo, que se camufló de diversas maneras y se difundió entre los bárbaros germanos hasta los
confines más septentrionales del Imperio: ostrogodos, vándalos y longobardos, entre los que perduró
durante muchos años. Los últimos, arrianos longobardos desaparecieron hacia el 670, gracias a la
habilidad de san Gregorio Magno.
Cátaros: Difundidos con sorprendente rapidez por el Mediodía de Francia, en la región de Albi (donde
se hicieron muy poderosos y recibieron el nombre de albigenses) y por la Italia septentrional (donde se
les dio también el nombre de Patarinos), los cátaros (del griego = puros, perfectos) constituyeron entre
los siglos XI y XII la más peligrosa herejía, no sólo dentro de la Iglesia sino también dentro de la
sociedad civil.
El catarismo era una extraña mezcla, sobre un fondo decididamente maniqueo, de herejías pasadas
como el docetismo y el gnosticismo, y de religiones orientales. Según los cátaros más rigoristas, los dos
principios del bien y del mal, siempre en perpetua lucha en el mundo, son igualmente eternos y
omnipotentes; según los cátaros más mitigados, el principio del mal es una criatura de Dios, un ángel
caído, llamado Satanás, Lucifer o Luzbel, y que habría creado el mundo visible de la materia, en
oposición al mundo invisible de los espíritus buenos creados por el principio del bien. La creación del
hombre es obra del principio del mal que logró seducir y aprisionar en los cuerpos algunos espíritus
puros. Para poder salvar a estos espíritus puros encerrados en cuerpos humanos, Dios envió su Palabra
por medio de un mensajero, Jesús, que era un ángel fiel y que Dios, por esta aceptación redentora, le
llamó su Hijo. Jesús bajó a la tierra y, con objeto de no tener ningún contacto con la materia, tomó un
cuerpo aparente y vivió y murió aparentemente como un hombre. Jesús enseñó que el camino de la
salvación consiste en renunciar a todo aquello que tenga sabor carnal si quiere uno liberar el espíritu
puro que está encerrado y aprisionado dentro de nosotros. Por eso es pecado no sólo el matrimonio sino
también el uso de los alimentos carnales; el ideal de santidad sería el suicidio como medio para escapar
y sustraerse voluntariamente a la influencia del principio del mal. Al fin del mundo, todos los espíritus
se verán libres y gozarán de la gloria eterna; no habrá infierno para nadie puesto que cada uno habrá
obtenido la salvación a través de reencarnaciones purificaciones.
Los seguidores del catarismo se distinguían en puros o perfectos y en creyentes. Los puros o perfectos
vivían en absoluta separación de los bienes de la tierra, en rigurosa ascesis, y evitaban todo contacto
carnal ("el matrimonio es un lupanar" y dar hijos al mundo significa procrear diablos: "Rogad a Dios
que os libre del demonio que lleváis en vuestro seno", decía un puritano de la secta a una mujer
encinta); los puros llegaban a este estado con una especie de imposición de las manos y del libro de los
Evangelios. Un ritual cátaro de Lyon nos ha conservado las particularidades de este rito de los puros; la
ceremonia se iniciaba con el servitium, o sea, con la confesión general hecha por todos los presentes;
después, el candidato se ponía ante una mesa en la que estaba apoyado el Evangelio, y respondía a las
preguntas que le hacía el decano de los perfectos o puros; después se pasaba al melioramentum, que
consistía en la confesión del candidato, tras lo cual el decano le signaba con el Evangelio. Decano y
candidato recitaban una estrofa del Pater noster. Después llegaba ya el consolamentum, que era una
especie de promesa por parte del candidato de renunciar a los alimentos carnales, a la mentira, al
juramento y a la lujuria. Al principio se les imponía el vestido negro de la secta, que podía ser sustituido
por un cordón negro en tiempo de persecuciones.
Los creyentes, por su parte, debían venerar y respetar a los elegidos y alimentarlos; no estaban
obligados a las abstinencias carnales; en lugar del matrimonio se les aconsejaba el concubinato, pues no
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teniendo éste como finalidad la procreación de los hijos, no prolongaba la obra de Satanás; sólo en el
lecho de muerte podían los creyentes recibir el consolamentum, que era su regeneración.
El culto de los cátaros comprendía: la comida ritual, en la que un perfecto bendecía y partía el pan que,
luego, se dividía entre los presentes; el melioramentum, que tenía lugar cada mes y consistía en una
confesión general seguida de tres días de ayuno. Todas las ceremonias concluían con el beso de paz que
todos los presentes al rito se daban sobre ambas mejillas.
El catarismo desapareció muy pronto debido a la feroz represión existente bajo el nombre de cruzada
contra los albigenses, dirigida por Simón de Monfort y concluida con la batalla de Muret, el 12 de
septiembre de 1213.
Entre los apóstoles evangelizadores de los países contaminados de catarismo es preciso recordar a San
Bernardo, al obispo español Diego de Acevedo y a la Orden de los Frailes Predicadores fundada por
Santo Domingo de Guzmán.
Hermanos moravos: Surgieron de los elementos más moderados de los husitas reunidos
confraternalmente en Bohemia y en Moravia con el nombre de "Frailes bohemios" o "Frailes de la ley
de Cristo". Separados de la Iglesia el año 1467, no reconocían otra autoridad que la Sagrada Escritura;
pronto se fundieron con los reformados. En el año 1722, algunos de los miembros se pasaron a la
Sajonia y, acogidos por el conde N. L. von Zinzerdof fundaron y establecieron en aquellas tierras una
comunidad político−eclesiástica independiente con culto propio y una propia constitución, que recibió el
nombre del centro de Herrnhut: Conferencia de Herrhut.
Actualmente existen grupos de la Conferencia de Herrhut en Alemania, Inglaterra, Dinamarca,
Holanda, Suecia, Estados Unidos y Canadá.
Husitas: Juan Hus (1369−1415), profesor y después rector de la Universidad de Praga, era un asceta
animado de espíritu reformista, un predicador elocuente y un ardiente patriota. Ganado y convencido
por las doctrinas de Wiclef importadas a Checoslovaquia por Jerónimo de Praga, se las hizo suyas y se
sirvió de ellas para volver a encender más vivamente no sólo la lucha por la reforma de la Iglesia, sino
también por un nacionalismo ciego contra el dominio germánico (ver wiclefitas). Excomulgado por
Alejandro V en 1412, se rebeló apelando a Cristo y a la autoridad de la Biblia, de la que se proclamaba
a sí mismo infalible intérprete; detrás de él estaba también el pueblo que le azuzaba en sus
predicaciones contra el clero y contra el dominio germánico.
Fue al Concilio de Constanza del año 1414 para defender sus teorías, pero allí le condenaron como
hereje y fue reducido al estado secular. El emperador Segismundo, que le había dado un salvoconducto
para entrar en Constanza, lo sentenció a muerte apenas le tuvo entre sus manos (6 de julio de 1415). La
misma suerte corrió su amigo Jerónimo de Praga, pocos meses después.
Tras la muerte de su jefe, los husitas se dividieron en utraquistas, porque pedían la comunión sub
utraque specie, y en taboristas, más fanáticos, llamados así porque tenían su centro en Tabor. Con Juan
Ziska, jefe de los taboristas, los husitas pasaron a la acción política, con "la defenestración de Praga"
del año 1418, la invasión del Parlamento y la masacre de los consejeros católicos. En diciembre de 1419
los husitas buscaron un acuerdo con el emperador Segismundo, haciendo estas cuatro propuestas:
libertad de predicación, comunión bajo las dos especies, pobreza apostólica del clero, castigo de los
pecados mortales, como la simonía. El emperador no aceptó estas proposiciones, y ordenó una
represión contra los herejes agitadores. En noviembre de 1420 los husitas guiados por Juan Ziska se
apoderaron de las tropas imperiales; parecidos triunfos obtuvieron en febrero y noviembre de 1421,
Juan Ziska, al que sucedió Procopio el Calvo, no menos intrépido que él como militar; de hecho, bajo su
guía, los husitas llegaron a Hungría, a la Sajonia y a la Silesia. También Procopio fue al Concilio de
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Basilea, convocado por Martín V, a defender su tesis. Entre tanto, se multiplicaron las sectas en el seno
de los husitas, como la de los milenaristas y la de los adamitas, que se entregaron a toda suerte de
inmoralidades, los unos porque creían inminente el fin del mundo, los otros por llegar pronto a la
perfección con el nudismo y con la promiscuidad de sexos. En 1434 Procopio fue muerto en una batalla
y, desde entonces, los husitas fueron desapareciendo poco a poco.
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