Herejías medievales

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INVESTIGACIÓN SOBRE LAS HEREJÍAS MEDIEVALES
Tomando la definición del término herejía según la teología católica como inicio de esta investigación, herejía
es la concepción errónea en materia de fe de un elemento esencial de la revelación o rechazo voluntario de
una verdad de fe definida como tal por la Iglesia. Las principales herejías de la historia de la Iglesia han sido
el nosticismo (siglo II), el montanismo (siglo II), el adopcionismo (fines del siglo II), el arrianismo (siglo IV),
el nestorianismo (siglo V), el monofisismo (siglo V), todas ellas de índole cristológica. Pelagio (siglo V) puso
en entredicho el problema de la gracia. Desde los maniqueos (siglo III) hasta los cátaros (siglos XI−XIII),
numerosas sectas intentaron resolver el problema del mal y el antagonismo entre espíritu y materia.
Con los valdenses (siglos XII−XV), la herejía afectó a la vida y a las costumbres de la Iglesia: se reprodujeron
las sectas que pretendían volver a la sencillez y rectitud evangélicas, lo cual preparó el camino, en el siglo
XVI, a la Reforma protestante. Por su parte, el jansenismo constituyó una corriente mística que ha llegado
hasta la actualidad y que ha suscitado posiblemente la reacción pendular del modernismo.
Tras este pequeño inciso sobre las herejías profundizaremos más en los movimientos heréticos y las herejías
valdense y cátara.
Movimientos heréticos y vida religiosa popular
En relación con la inquietud religiosa de que hemos hablado, en la primera mitad del siglo XII se produjeron
gran número de fenómenos populares, los cuales eran distintos de un ligar a toro. Unos fueron ortodoxos,
como los suscitados por predicadores itinerantes; y otros fueron heterodoxos, como el movimiento provocado
por el monje Henri, quien imponía la pobreza al clero.
Estos predicadores contribuyeron a acrecentar la tensión religiosa de la gente, que tenía una mayor disposición
para reconsiderar ciertas exigencias primarias de la fe cristiana. Al mismo tiempo, se fue definiendo cada vez
mejor el deber del trabajo para quien deseara una compensación espiritual, y se hizo patente la obligación de
los clérigos de mantener la pureza de sus costumbres. Pero sobre todo a nivel popular se sentía vivamente la
exigencia de la pobreza. No faltaron, incluso, críticas a la propia pobreza monástica, a causa de que ésta sólo
era practicada por los individuos y no por la colectividad, que muy a menudo era rica y próspera.
Si en la primera mitad del siglo XII estas ideas fueron difundidas principalmente por los monjes, en la
segunda mitad llegaron a las nuevas clases: las clases mercantiles de las ciudades, En efecto, Pedro Valdo fue
un rico mercader que ingresó a su familia en un monasterio y vendió todos sus bienes para poder dedicarse a
la predicación; reunió a numerosos discípulos llamados: los "Pobres de Lyon". Estos, con la ayuda de los
italianos propagaron rápidamente las doctrinas de su maestro. Los valdenses (o Pobres de Lyon) captaron
adeptos en las capas sociales que fluctuaban entre los campesinos y artesanos; entre otras cosas, los alentaba
el ideal de la no violencia. Peregrinaban y predicaban de dos en dos; descalzos y con hábitos penitenciales
denunciaban los actos de corrupción de la Iglesia católica tradicional. Ello provocó la preocupación de la
autoridad eclesiástica, a la cual Valdo se sometió en primer momento; sin embargo, después de un
enfrentamiento con el arzobispo de Lyon, adoptó una postura de desobediencia herética. Desaparecido Valdo,
el movimiento que había fundado (basado en una áspera crítica contra el clero, en la defensa de la pobreza
radical y de una organización social fundamentada solamente en la obediencia a Dios y no a los hombres) se
difundió por toda Europa, llegando a la península ibérica, Italia y Alemania.
Coincidiendo con estas corrientes heréticas, se difundió en el propio seno de la Iglesia una nueva concepción
de la pobreza. Los pobres fueron adquiriendo un nuevo sentido y una nueva dignidad: no eran ya objetos
pasivos de la caridad ajena, sino seres humanos, a quienes sólo la codicia había hecho menos afortunados; su
condición humana les hacía iguales a los demás hombres y se les tenía que reconocer un mínimo de derechos.
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En la polémica contra la riqueza del clero y de los monjes, pero poniendo el acento en la existencia de los
individuos y colectividad, se fue afirmando otra corriente herética, que creó graves problemas a la realidad de
la Iglesia: era la herejía denominada comúnmente cátara, pero que adoptó también otros nombres según las
regiones de Europa (albigense o búlgara en la Francia meridional; patarina en Italia; publicanos en el norte de
Francia; patrinos en Dalmacia, y ketzer en Renania) o según el punto d evista doctrinal (arriana porque negaba
entre otras cosas la divinidad de Cristo, protagonizada por Arrio; maniquea porque sosténia el dualismno).
Dentro de los cátaros, hay muchos autores que señalan una diferenciación entre los heréticos "Monarquianos"
(Bogomilitas, por ejemplo) y los "Panteístas" (Patarinos).
Los "monarquianos" veían en la figura de Satanás, una criatura de Dios, que a través de toda la duración de
este mundo mantendría el dominio sobre los hombres. Al final de los tiempos el Diablo (también llamado
Satanás o el Dragón) sería precipitado hacia las profundidades del infierno y el Tercer Reino despuntaría en el
horizonte. En este grupo se formaron también las sectas fraternales del quiliasmo pacifista y el Joaquinismo.
Impugnaban el servicio de las armas; veían en la procreación y el matrimonio un mal que alargaba
innecesariamente el reinado de Satanás. Otra de las orientaciones cátaras dualistas fue la de los "Moderados",
que veneraban en Satanás al hijo mayor o menor de Dios, el hermano de Cristo que sería aguardado al final de
los siglos. En Oriente, según señala Josef Leo Seifert "esta orientación ha sobrevivido hasta hoy en los
"luciferinos" o "adoradores del Diablo".
Los moderados creían que las almas de las mujeres habrían de reencarnarse finalmente en el cuerpo de un
"superior" masculino, antes de poder unirse con Dios. Para ellos el origen del mal era la mujer (pecado
genérico) por eso creían que el hombre tenía que "escapar del matrimonio como del fuego". Estas creencias
son interesantes, fundamentalmente porque en ellas está presente la concepción de la transmigración de las
almas.
En algunos países occidentales, la derivación de los moderados se desarrolló con el "Monismo", en sus dos
figuras: el espiritualismo (Panteísmo) y el materialismo.
En otro orden, la orientación dualista de los "Severos'' admitía dos dioses completamente independientes entre
sí y con iguales poderes (doctrina que fue avalada en el siglo XII por Juan de Lugio según la cual ambos
dioses creaban almas humanas: las del Dios bueno serian bendecidas y las del Dios malo, condenadas).
Esta teoría guarda relación, no solo con el fatalismo, (que sería adoptado por más de una herejía) sino también
con la posterior doctrina de la Predestinación esbozada entre otros, por Martín Lutero y Calvino.
Esta herejía, cuyo origen debe buscarse en la Bulgaria del siglo X y cuya paternidad corresponde, según
parece, a un pope llamado Bogomil (que lideró la revolución de las capas inferiores eslavas que se oponían a
las clases altas de influencia griega), llegó a Occidente en dos oleadas (hacia 1135 y hacia 1170). La primera
se difundió, probablemente traída por los cruzados, que habían estado en contacto con los herejes búlgaros, en
tres áreas diferentes: Italia, Occitania y Alemania, concretamente la región renana. Mediante el desarrollo de
temas del Nuevo Testamento y bajo la influencia de textos apócrifos relativos a la creación del mundo, los
cátaros sostenían que Dios había creado el universo cuando varios de sus ángeles, encabezados por Satán, se
rebelaron; una vez vencidos, Dios los precipitó al mundo formado por Satán, el da la materia, donde los
encerró dentro del hombre creado con este fin. El ser viviente resultante de esta unión albergada, pues, un
principio divino, que permanecía aprisionado en la materia y que pasaba de un cuerpo a otro mediante el acto
sexual. Esta cautividad habría durado indefinidamente si Dios, en su misericordia, no hubiera inducido a otro
ángel, Jesucristo, a que descendiera a la Tierra y adoptara una apariencia humana a través de la encarnación en
otro ángel, también con apariencia humana: María (docetismo de los cátaros). Cristo, con su predicación había
revelado a los hombres la vía de la salvación, la cual consistía en una severa mortificación (ascesis) que
suponía la renuncia a todos los alimentos cárnicos, los huevos y la leche y sus derivados. Para alcanzar la
salvación se necesitaba el consolamentum, único sacramento que los cátaros aceptaban y que consistía en la
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imposición de las manos según un antiguo rito cristiano.
De ahí, una concepción fundamentalmente pesimista de la existencia terrena y que quien profesaba esta
herejía se sintiera prisionero del mundo y obligado a cooperar con Dios para su liberación.
La doctrina de la segunda oleada cátara fue aún más pesimista, puesto que para ella el mundo era el reino del
mal, el infierno. Para los herejes de esta segunda manifestación, madurada también en el mundo esclavo, toda
la materia y el mundo material eran creaciones de un principio maligno, al cual se oponía el mundo del
espíritu, creado por Dios. Se trataba de un dualismo total y radical. Entre estos dos mundos se habría
establecido una relación porque uno de los ángeles del mal se habría transfigurado en ángel de la luz y se
habría presentado ante el Dios bueno, aprovechándose de la benevolencia divina, induciría a la rebelión a
cuantos ángeles del espíritu pudiera. Expulsado del reino del Dios bueno, este ángel malvado se precipitó
sobre la Tierra con los demás ángeles rebeldes y todos fueron encerrados en la materia. También en este caso
el Dios bueno enviaría a Jesús al reino del mal, para que sufriera y revelara el camino de la salvación, que era
idéntico tanto en las prescripciones morales como en los ritos al de la primera oleada.
Esta herejía tuvo una extraordinaria difusión. Partiendo de la crítica del clero indigno y gracias a la fantasía de
sus relatos, adaptados a la mentalidad popular (ningún gran teólogo aceptó el catarismo), los cátaros
consiguieron expansionarse considerablemente. Si bien el catarismo fue rápidamente controlado y en gran
parte destruido en la Alemania central, en cambio tuvo un éxito extraordinario en la Italia centroseptentrional
y en Occitania, hasta tal punto que en estos países fue posible la instauración de auténticas diócesis heréticas.
Es preciso señalar que la Iglesia no advirtió inmediatamente el peligro de esta herejía, en parte porque
aquellos que constituían la jerarquía eclesiástica cátara, los denominados perfectos, sólo revelaban sus
doctrinas a los más leales. El resto de los adheridos, los llamados creyentes, eran instruidos principalmente en
los preceptos morales y se ponían de acuerdo con los perfectos para recibir en el momento preciso de la
muerte el consolamentum, sacramento que les concedería la salvación eterna.
No fue hasta finales del siglo XII cuando la Iglesia comprendió toda la gravedad de esta infiltración herética,
la cual, enraizada en las clases más modestas de la población, había conseguido alcanzar a las clases
dirigentes, hasta el punto de que en Occitania había encontrado audiencia entre los propios señores feudales,
mientras que en la Italia comunal lograba adeptos entre los miembros de la burguesía y de la nobleza que se
hallaban al frente de las organizaciones municipales.
En aquellas condiciones, la Iglesia difícilmente podía intervenir, ya que era casi imposible detener y castigar a
los herejes. Los obispos intentaron, sin demasiado éxito, combatir estas nuevas herejías mediante la
predicación. Pero a principios del siglo XIII, el asesinato en Occitania de un legado papal, Pèire de Castelnou,
provocó el enojo del papa Inocencio III, quien proclamó una cruzada contra los albigenses (nombre aplicado a
los cátaros de la zona de Francia meridional, antes mencionado): em 1208 una expedición militar saqueó
ciudades y llevó a cabo una matanza de herejes y también de católicos. La cruzada continuó con un duro
enfrentamiento militar entre Simón de Montfort, encargado completar la empresa, y del conde Raimundo VI
de Tolosa , quien era considerado instigador de los herejes. En el curso de muy pocos años, la lucha contra la
herejía desembocó en un enfrentamiento entre los habitantes de Occitania y los franceses, perdiendo
progresivamente su carácter religioso y convirtiéndose en una guerra de anexión por parte francesa y de
resistencia por parte de la nobleza occitana.
La cruzada contra los albigenses y las operaciones militares que la continuaron no consiguieron acabar con la
herejía; ello solamente sería posible al producirse la aparición de las órdenes mendicantes.
Y como último ejemplo de herejía, aunque de menor importancia que las anteriores, es la anarco−sexual.
Los herejes "Anarco−Sexuales".
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En el año 1.250, en Flandes y Renania se constituyó la secta de "Los Hermanos del Libre Espíritu", también
llamados "Picardos" en Bohemia, adonde llegaron con los tejedores flamencos.
Rechazaban la Iglesia, los Sacramentos y las Sagradas Escrituras. En suma, se oponían a todo orden
establecido. Anarquistas por complete, a través de su prédica y peregrinación se constituyeron en verdaderos
portavoces de la rebelión social.
Fueron famosos por sus escandalosas propagandas en pro de la desnudez, y por las orgías que celebraban en
recintos subterráneos; se trataba −según ellos− de los "servicios divinos". Cometían robos en nombre de la
comunidad de bienes y predicaban la total sublimidad de los "apetitos" humanos. Incluso llegaron a predicar y
practicar el incesto.
Pero más allá de este tipo de excentricidades, algunas de ellas siniestras, llama la atención una de sus
creencias: la vida de ultratumba, pues según estos "Hermanos" después de la muerte perduraba la actividad
sexual de las almas...
Otra secta, similar a la anterior por lo licenciosa fue la que hizo irrupción en Bruselas, a fines del siglo XIV.
Se llamaba "Homines Inteligentiae", y estaba dirigida par Gilles le Chantre. En ella dominaba por sobre todo
la "gran comunidad de las mujeres" y la creencia y espera de la llegada del Tercer Reino (doctrina fundada
por el monje y ermitaño Joaquim De Fiore (1.130−1.202), quien calculaba el advenimiento del apocalíptico
del Tercer Reino para el ano 1.260).
Pese a que esta herejía fue suprimida en el año 1.411, siguió difundiéndose clandestinamente en los telares
flamencos, para reencarnarse muchos años después en la secta de los "Libertinos".
Bibliografía:
• Enciclopedia Historia Universal Salvat, tomo referido a la Europa en los siglos XI − XV.
• Enciclopedia multimedia Larousse 2000.
• Página web www.rincondelvago.com
• Página web www.elcruzado.org
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